Capítulo 17

Debería haberla matado. Quizás lo había hecho. No había medido del todo la fuerza con la que la había golpeado, podría tener una contusión grave. Debería advertir a la Agencia. Debería olvidarse del asunto. Debería haberla enterrado viva. Sus manos habían sido suyas al hablar. Quería guardar a Key para él, sin que Vika opinara sobre qué hacer con ella, aun cuando su compañero llevaba horas sin aparecer.

Siempre había admirado su capacidad para encontrar pliegues. Key podía tener una vista limitada, pero quizás era por eso mismo que lo lograba. Se esforzaba tanto por poder ver lo que estaba delante de ella, que incluso veía más. O tal vez fuera su olfato. O esas tontas supersticiones en las que su familia tanto creía.

Debería haberla matado. Ella había lucido tan perdida dentro de esa tumba, que quizás no le hubiera dolido un golpe final. Hubiera sido piedad. Una muerte dulce y suave, sin que nadie jamás supiera lo sucedido. La recordaba melancólica, mirando el atardecer, diciendo que quizás lo más doloroso de la muerte no era el acto en sí, sino el sufrimiento de quienes quedaban atrás. A Key le hubiera gustado esa idea, desaparecer y que nadie supiera lo sucedido.

Pero ella había abierto los ojos, tan terca como siempre al aferrarse a la vida, y él solo había podido pensar en que, desde que Keira Feza estaba en Washington, nunca se había ausentado a una sola feria de sueños. Porque era una hipócrita, repitiendo las reglas de la Agencia sin cumplirlas, haciendo tratos con brujos cuando a él lo había juzgado por el simple hecho de cuestionar las leyes.

Entonces, tal vez, ella sí merecía una peor muerte.

Había estado demasiado cerca del brujo la otra noche. Merecía que la Agencia lo supiera y la juzgara al igual que a él por su infracción. Merecía morir del modo tan doloroso que le esperaba. Tenía una piel muy delicada y tierna, y Derek llevaba meses cuestionándose si cortarla sería más fácil que con el humano promedio. Quería comprobarlo incluso.

La bruja delante de él puso un pañuelo en la silla antes de tomar asiento. Su vestido negro de seda era demasiado llamativo y fuera de época, pero nadie se había atrevido a prestarle atención ante su despectiva mirada. Tenía el cabello recogido en un elegante moño y no dejaba de quejarse sobre la decadencia del Blue's Moon con su siseante acento.

En un momento así, incluso extrañó a Vika.

—¿Para qué es eso? —preguntó él al verla sacar un gran espejo circular de su bolsa y dejarlo sobre la mesa.

—La magia siempre debe reposar en algún elemento, humano —ella cogió su vaso de agua y lo vertió sobre el espejo para recubrir por completo su superficie—. Si eres bien dotado, y entrenas tus poderes, serás capaz de explotar ese elemento hasta fines insospechados. Dame tu mano.

Cumplió enseguida. Se vengaría del brujo también. ¿Quién creía ser para decidir quién podía ejercer magia y quién no? Múltiples fracturas expuestas, piel desgarrada, nervios inflamados... Tratar su mano por su cuenta le había arrancado más gritos de dolor que cualquier otra experiencia, y ahora era un manojo de vendas y tierra.

Dolió cuando la bruja puso una mano sobre esta, pero ella no le prestó atención a nada de eso, sino que sus dedos se extendieron para tocar el brazalete en su muñeca. Ella parecía asqueada por la situación, su tacto era helado y extraño, como el de una mano demasiadas horas sumergida en agua, pero sintió el poder de nuevo fluir en su piel.

—Un regalo, de nuestro amigo en común —comentó ella al soltarlo—. No lo desperdicies.

La bruja lo ignoró y volvió a concentrarse en su espejo. Inspiró profundamente y cerró los ojos antes de tocar la superficie con la yema de sus dedos. Vika le había dicho noches atrás que ella estaría viniendo para ayudarlos, también había dicho que era la bruja más poderosa que conocía, pero con sentimientos demasiado sensibles como para retirarse de la batalla años atrás y encerrarse en su casa. O al menos lo había sido, hasta que alguien le había arrebatado aquello que más amaba. Nada como la venganza personal para motivar al más renuente de los pacifistas, había asegurado Vika con sorna.

Él tenía sus dudas. No había lugar para sentimientos como el rencor o la venganza en el corazón de Key, sin embargo nunca había conocido agente tan comprometida. O tal vez sí lo había, solo que ella no lo sabía. ¿Actuaría del mismo modo, de saber todo lo que se decía a sus espaldas?

La bruja soltó un agudo grito que lo sacó de sus pensamientos. El espejo se había roto, sus dedos se habían cortado y no dejaban de sangrar. Ella alejó enseguida sus manos, apretando los dientes con furia mientras miraba la superficie que se había vuelto completamente negra.

—¿Cómo se atreve?

***

Ingenuamente, había creído que tendría una noche tranquila, con Anton encerrado en su habitación como acostumbraba, Key fuera haciendo de las suyas, y la cría había partido junto a la otra reguladora que para disgusto de Nix llevaba días instalada en la sala como si hubiera decidido mudarse hasta sanar del todo. Él estaba comenzando a considerar la idea de sanarla, solo para deshacerse de ella. Pero no había sido así, y ahora estaba atado a cuidar de una humana inconsciente.

Humedeció un paño en agua y limpió con cuidado la sangre en la cabeza de Key. Ella no estaba allí. Su cuerpo quizás lo estaba, pero su mente definitivamente no, y podía sentirlo con solo tocarla. El perfume de la muerte no era tan fuerte como para alarmarlo, pero el simple hecho de que estuviera presente no lo tranquilizaba en cuanto a un luego. Qué delicados eran los humanos.

—No lo deseas, pero alguien tiene que jugar el papel de héroe en esta historia, así que despierta porque tienes el color correcto.

Se preguntó, en un principio, quién habría establecido que el blanco era bueno y el negro malo. Suspiró y continuó limpiando su sangre. La deseaba, no como una necesidad o una adicción. Más bien como un juguete, una sola gota y tendría magia por un rato, no que la necesitara para algo o planeara usarla. Pero estaba a su alcance, y como cualquier ser, le gustaba tomar lo que estaba a su alcance.

Se enderezó al sentir los ojos sobre él. Supuso que tarde o temprano pasaría, no era como si pudiera ocuparse también de la habitación de Key. Pintó sus dedos con la sangre de ella y se acercó hasta la ventana. La ciudad fuera seguía siendo demasiado brillante, incluso en medio de la noche. Las personas se paseaban vestidos de manera extraña, algunos incluso se habían atrevido a llamar a la puerta, pero Nix los había ignorado.

Miró su propio reflejo, tan extraño como este seguía resultándole.

—Creí que ya habíamos tenido esta discusión, hermana. Disfruto de mi privacidad.

Ni siquiera necesitó fijarse al momento de dibujar los símbolos sobre el cristal. Era una de las primeras cosas que la diosa le había mostrado, aunque él había tenido que comprender por su parte para qué servía y cómo combinar las escrituras para lograr el efecto deseado. El vidrio se volvió completamente negro, y luego se quebró con un agudo sonido. Esperó que eso bastara para enseñarle a mantenerse fuera de sus asuntos.

Definitivamente Key no le dejaría pasar el asunto de la ventana. Regresó a su lado y cogió su mano, su pulso seguía siendo demasiado frágil para su gusto. ¿Esa chica no podía salir una sola noche sin resultar herida? En vano, él había esperado que ese fuera el caso. Su piel estaba fría, tan translucida que era capaz de ver a la perfección las venas debajo.

Extraño, que algo tan simple como la genética determinara quién sería en ese mundo. Key había intentando explicarle de qué iba, él seguía sin encontrarle sentido a su ciencia. ¿Si se suponía que esa blancura estaba en su familia, por qué le había tocado a ella y no a sus padres? ¿O su abuela? ¿O cualquier otro familiar? ¿Y qué sucedía con aquellos que no tenían antecedentes familiares? Ella se había encogido de hombros al decir que era azar. Los humanos eran ciegos ante la magia cuando lo deseaban.

Escuchó el ruido de la puerta principal, pero ella lo detuvo cogiéndolo por su manga antes que pudiera levantarse.

Chichi.

Por un instante, creyó que había despertado, pero sus ojos seguían cerrados y su agarre era demasiado débil. De todos modos, él no se atrevió a moverse. Había dolor en su expresión. Su cuerpo estaba lleno de vendas por todo lo que venía aguantando. Y su voz... Eso sí había sido imposible de ignorar.

Intentó suavizar la arruga entre sus cejas con un dedo. No estaba hecho para cuidar de otros, lo sabía mejor que nadie. No quería hacerlo. En Ashdown no había lugar para tal cosa como preocuparse por alguien más si deseaba sobrevivir. Y en el mundo humano... No, solo sería un desperdicio de esfuerzo.

Anton apareció a su lado agitado por la carrera, vial en mano. El crío lucía como si hubiera visto un fantasma, no le prestó atención al coger el agua. Tampoco a los pasos que oyó detrás. La niña necesitaba una correa, lo había pensado varias veces y volvió a pensarlo cuando ella saltó sobre la cama casi logrando que él soltara el vial. No podía encerrarla en una caja.

—¡Key! ¡Key! ¡Key! ¡Despierta! ¡He traído un montón de dulces!

Estaba saltando sin parar. No podía empujarla por la ventana, sin importar cuánto lo deseara. Con cuidado logró verter un pequeño trago en la boca de Key antes de utilizar el agua para escribir símbolos por el largo de su cuello. Si la diosa estaba de humor, velaría por ella.

—¿Qué haces con mi máscara de Juuzou? —la niña sonrió al mirar a su hermano—. ¿Te gusta mi Billy?

Pip llevaba puesto un pequeño traje negro a medida y una máscara blanca con dianas rojas sobre su cabeza. Nada de eso tenía sentido. Quiso alejarla, pero Anton lo detuvo y le señaló que observara. La cría se había detenido, mirando con curiosidad la herida de Key. Se inclinó para besar su mejilla, y ese simple gesto basto para relajar la expresión de la reguladora.

—Tiene sueños feos —Pip se giró para mirar a Anton con tristeza—. ¿Por qué?

—¿Qué demonios es esto?

Lo único que faltaba. La otra reguladora estaba en la puerta, agitada por el esfuerzo de subir escaleras y apoyada sobre sus muletas. Nix reprimió la necesidad de patearlas, solo para ver a la joven caer.

Pip seguía gritando, la reguladora no dejaba de reclamar explicaciones, y Anton lucía miserable como si estuviera considerando el tirarse por la ventana. Y por primera vez, Nix notó de cuánto se ocupaba Key en realidad y sintió su ausencia. Ella sonreía y se pasaba la mayor parte del día fuera, pero de algún modo lograba mantener el orden y la calma en la casa, y lograr que todos estuvieran bien.

Odiaba el ruido en exceso. Confundía sus sentidos y alteraba sus percepciones. No podía sentir a la diosa, cuando ni siquiera podía oír sus propios pensamientos. Le recordó a otro lugar y momento, y el desgarrador error que había cometido por algo tan simple como confundirse. De nuevo podía sentir la sangre en sus manos y el silencio de un corazón tras detenerse, y ahora no estaba Key para sonreírle y hacerle creer ingenuamente, al menos por un fugaz instante, que quizás la diosa la había puesto en su camino por algún motivo.

—¡Basta!

El silencio que siguió fue casi reconfortante. Extrañó sus poderes y el respeto que se había ganado en Ashdown, aunque fuera a base de miedo. Allí nadie se hubiera atrevido a hacer un ruido indeseado en su presencia. Pero las reglas de juego eran distintas según los escenarios, y en el mundo humano su rol no sería el que había sido entonces.

—Hazte cargo de tu hermana —dijo mirando a Anton y se dirigió a la puerta para empujar a Gia fuera—. No es momento para esto.

—Es mi amiga. ¿Qué le sucedió?

—No lo sé, pero definitivamente es mejor descansar y recuperarse en paz que contigo haciendo tanto ruido.

—Tenemos que llevarla a la Agencia para que la vea un médico.

—¿Y qué dirás cuando te pregunten qué le sucedió? Porque ambos sabemos que seguro es consecuencia de que no cumple con su licencia —Nix miró sus muletas con burla—. ¿Tú planeas llevarla por tu cuenta? Porque yo no te ayudaré.

—Me arrastraré si es necesario.

—No te dejaré.

—Intenta detenerme.

Suspiró con aburrimiento cuando ella quiso pasar y le bloqueó el paso. Evitó un golpe sin esfuerzo alguno. Era más lenta que Key, quizás más fuerte, pero de nada servía si no le daba al objetivo. Pateó una de sus muletas y ella tuvo que apoyarse contra un muro para no caer.

—Si se abre tu herida no te ayudaré y Key no estará feliz si mueres desangrada —él apenas contuvo su expresión de disgusto—. Sería un desastre que limpiar.

—Ella necesita atención médica urgente.

—Necesita descansar —Nix le quitó una muleta cuando intentó pasar de nuevo y ella terminó al otro lado del corredor—. Podemos seguir así toda la noche.

—Tengo energía.

—Pero yo no paciencia. Vete abajo a dormir.

—Déjame pasar o llamaré a la Agencia —Nix sonrió ante esa amenaza.

—Hazlo —dijo acercándose y bajo su voz para que no fuera más que un susurro en su oído—. Estoy seguro que estarán encantados de saber que planeas renunciar. Escuché todo. Y no dudaré en decirlo —él mantuvo su sonrisa al alejarse y ver el pánico en el rostro de la joven—. Después de todo, es una de las reglas inquebrantables. Un brujo debe siempre hablar la verdad frente a la Agencia.

—Si algo le sucede a Key...

—Vete ahora mismo, o yo llamaré a la Agencia para hablar.

Gia se dio vuelta y a duras penas bajó las escaleras. Las personas eran tontas al creer que la magia equivalía al poder. A veces, solo la información suficiente bastaba. Todo el mundo era sencillo de vencer y manipular si se sabía el único secreto por el que serían capaces de hacer lo impensable. Anton no deseaba revelar su naturaleza, la reguladora temía enfrentar las consecuencias de sus decisiones, y Key... Ella aún era un misterio, así que tendría que mantenerla viva si planeaba resolverlo. 

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