Capítulo 16

La feria de sueños se sentía diferente esa noche, más distante, aunque Key sabía que era solo su percepción que había cambiado. Cada luna llena desde que había sabido de su existencia, había buscado la entrada, solo para mantener entrenado su instinto, aun cuando otros agentes podrían intentarlo toda la noche sin triunfo alguno. Y cada vez, se había deslizado dentro, solo para observar y aprender. Pero en esa ocasión, se sintió más extranjera que nunca.

Siempre había mirado a los brujos creyendo saber de qué huían y por qué se refugiaban en sitios así, nunca había imaginado que vendrían de un mundo donde las autoridades serían capaces de arrancarle sus ojos a un niño solo porque sus padres eran adúlteros o hermanos se traicionarían entre ellos por unas migajas de comida. Jamás podría imaginar un lugar así.

Solía mantenerse a un lado, solo deambular por los distintos senderos para supervisar que no hubiera ninguna transacción ilegal y luego pasar las horas como tiempo de monitoreo. Solía reunirse con sus empleadores allí meses atrás, cuando la licencia la había obligado a tomar trabajos como encontrar el gato perdido de alguien antes que los brujos decidieran dejar de contratarla. Y sabía que ese era el único sitio donde podría siempre encontrar a Seito de buscarlo.

Esa vez, al momento de detenerse a observar los puestos, no lo hizo en busca de objetos ilegales. Nunca le había interesado del modo más remoto cualquier cosa relacionado con los brujos, aun ahora seguían sin provocarle el más mínimo interés. Supuso que así era como Gia debía sentirse hacia otros. Pero necesitaba saber. Muchas veces, era necesario estudiar cosas que no le apasionaban a uno.

La mayoría de los agentes tampoco se interesaban en tales cosas, los pocos que se atrevían a hacerlo y reconocerlo... Bueno, Derek había sido catalogado como un loco por eso. Y para detenerlo, entonces ella también tendría que hacerlo. Intentó entender un poco de la fascinación que él había tenido por esas cosas, aun cuando no le causaba el más mínimo cosquilleo en su mente.

Casi deseó que Nix la hubiera acompañado. Él tenía un modo de hablar, siempre soltando las cosas a medias, que lograba que ella deseara saber más, solo para no quedarse con la incógnita. Pero Key ni siquiera le había mencionado lo que planeaba hacer, y había una razón por la que él prefería no salir de casa a menos que fuera inevitable.

Se contuvo de mencionar que la venta de gemas en polvo estaba prohibida de no estar reglamentada por la Agencia al momento de ingresar a una tienda. ¿Era así cómo Nana pasaba sus días? Ella no podía simplemente olvidarse de la interminable lista de leyes en su cabeza.

—¿Puedo ayudarte en algo, ramy?

Fingió no haber notado las bolsas con polvos de colores cerca del mostrador. Odiaba esas cosas. Todo dentro de ella le estaba pidiendo que tomara su rol de agente, confiscara la mercancía y amenazara con una denuncia para que no se repitiera. ¿Cómo alguien podía ignorar esas ilegalidades? ¿Cómo Derek había sido capaz de mezclarse?

—Solo estoy mirando.

El brujo no respondió, pero tampoco le quitó su desconfiada mirada de encima. Key le dio la espalda mientras se fijaba en los distintos objetos exhibidos en un muro. El peso de su estilete en la cintura se sentía reconfortante. No había pasado por alto a la anciana sentada en una esquina, haciendo nudos con un extraño patrón mientras sus largas uñas producían ruido al chocar entre sí. Su rostro tenía más arrugas que rasgos, y cuando murmuró algo en su lengua natal, el otro brujo le respondió por lo bajo.

Había cuchillos colgados junto a sus nombres escritos en un alfabeto extraño. Sabía que los brujos no eran de utilizar armas, ella solo podía pensar en un solo tipo de magia que implicaba derramar sangre. No era sorprendente entonces que nadie pareciera haber comprado uno en años. Tampoco se sintió de lo mejor al notar que los ojos que le devolvían la mirada en el reflejo de una hoja no eran los suyos, sino que unos más oscuros y rasgados que reconoció.

Los objetos mágicos nunca eran buenos. Se alejó de esa área antes que el corazón le doliera demasiado. El siguiente sector tenía pergaminos extendidos sobre la tela, algunos acompañados de retratos o ilustraciones. En ningún instante dejó de sentir la vigilante mirada sobre ella.

—¿Necesitas ayuda con algo, ramy? —preguntó el brujo.

—No estoy aquí en nombre de la Agencia —Key mantuvo su frío tono de negocios, su rostro igual de imperturbable—. ¿Cuánto costará un poco de información de tu parte?

—No ofrecemos ese tipo de servicio aquí.

—Solía ser amiga de Derek Bower, incluso compañeros de patrulla. Nunca estuve de acuerdo con sus negocios, pero sé el tipo de lugar que frecuentaba y las cosas que hacía. Es una investigación bastante seria la que hay entorno a él. ¿Cómo no te has acercado a dar información sobre un cliente habitual? —Key lo miró sobre su hombro y el brujo apretó los labios en respuesta—. Eso no está bien de tu parte.

Era extraño, lo fácil que le era deslizarse dentro de esa piel de agente y sentir el frío en sus venas. De niña, su padre solía hacerle meter sus manos en hielo y decirle que así era como debía sentirse al tratar con brujos. Ellos tenían magia, y aun si ella contaba con una insignia para protegerla, solo su astucia la haría vencer a alguien tan poderoso.

—Los asuntos de los ramys no incumben a los brujos.

—Ahora es capaz de hacer magia.

—Imposible.

—Lo he visto con mis propios ojos. ¿Me dirás que eso no incumbe a los brujos también? Porque cuando la Agencia lo sepa, y sepa que es gracias a un objeto mágico, arrasará con este lugar hasta no dejar más que cenizas.

Él comenzó a insultar en su propio lenguaje. Key lo ignoró por una entramada imagen llena de líneas uniendo lo que parecían dibujos de distintas joyas. La anciana no tardó en meterse, y aun sin entender una sola palabra, Key no dudó de que estuvieran hablando sobre lo sucedido. La feria de sueños sería lo primero en desaparecer si la Agencia se enteraba sobre Derek y su magia.

—¿Qué dice? —preguntó ella.

—La señora Mashoo es demasiado antigua como para meterse en estas cosas.

—La ley de la Agencia exige que todo brujo debe ser capaz de hablar inglés para integrarse a la sociedad. ¿Ella lo hace? —Key continuó ante la evidente respuestas—. Hay muchas reglas que no me importa si son rotas, son inofensivas. Pero tengo un deber, y haré lo que sea necesario para cumplirlo. No me gusta jugar el rol del policía malo. La Agencia no tiene por qué enterarse de nada de lo que suceda aquí esta noche.

—Es una desgracia que alguien que luzca como tú...

—¿Sea humana? Necesito detener a Derek Bower antes que cometa otra atrocidad. ¿Me dirás dónde consiguió el objeto que le deja usar magia?

—Nadie vende algo similar —respondió él evadiendo su mirada.

—Alguien tiene que haberlo hecho.

—Es magia negra, no hay un solo practicante en todo Washington —la señora Mashoo comentó algo, a lo que el brujo le respondió en su mismo idioma.

—¿Qué dice? —insistió Key, él resopló de mala gana.

—Pudo haberlo fabricado por su cuenta.

—Acabas de decir que solo un brujo podría haberlo hecho.

—Es complicado, los humanos no entenderían.

—Pruébame —dijo ella de un modo desafiante.

—Ningún hechizo de magia negra es similar a otro, ni siquiera si cumplen la misma función. Cada uno debe ser único, por eso solo los umbrus suelen entenderlos. Es como si la magia les hablara a ellos y les dijera cómo hacerlo. Crear un objeto así requeriría demasiado poder como para saber cómo lograrlo, pero si un umbrus sabe cómo y le indicó al humano el método...

—Ellos conocen las instrucciones cuando nadie más lo hace, Derek solo consiguió que alguien las compartiera.

—Sí, si quieres subestimar la gravedad del asunto, esa sería la explicación.

—¿De dónde sacó algo así?

—Los umbrus están extintos, no debería...

Había tantas cosas que no deberían ser posibles, y había comprobado en los últimos meses que lo eran. Sacó el arrugado dibujo del bolsillo interior de su capa y se lo enseñó. Podía recitar los datos de ese brujo de memoria, había revisado el sistema antes de partir. Apenas llevaba casi dos años en el mundo humano. Su reacción fue todo lo que necesitó para confirmar que no se había equivocado al suponer que lo reconocería.

—Sé que este es un umbrus —dijo ella señalando al brujo de cabello oscuro en el dibujo y luego a su compañero—. Y sé que este es un besado por la luz, y ambos son extremadamente poderosos. Y sé que se supone que ambos tipos deberían estar extintos, pero no es así.

—No deberías...

—Lo sé, y la Agencia no, y planeo mantenerlo de ese modo mientras colabores. ¿Sabes quiénes son?

—En nuestro mundo...

—En Ashdown —corrigió Key, el brujo no parecía nada contento porque ella supiera tanto.

—En Ashdown, los fuertes se aprovechan de los débiles para vivir como reyes. Sería difícil no conocerlos cuando gobiernan las calles a su voluntad con el miedo que causan.

—¿Entonces Nix y Kira son socios? —él sonrió con burla al oírla.

—No toda tu información es correcta. El nombre del umbrus es Kohl, Nix es un estúpido personaje de un cuento para niños. Es tan poderoso como para saber cómo crear el objeto que le da magia al humano, pero no creo que sea el responsable. Jamás compartiría su magia. Excepto con Kira, pero él desprecia a tu tipo, por lo que nunca le hubiera dirigido la palabra a uno.

—Suenan como una gran pareja.

—Se matarían entre ellos de poder, el único motivo por el que están juntos es para así poder controlar al otro.

—Y mantener el equilibrio —murmuró Key al comprenderlo, el brujo asintió.

—De todos modos, no veo cómo eso puede estar involucrado con tu humano. Kira es un fanático que hará lo que sea por derribar al nuevo régimen y ser soberano, y a Khol no le importa nada fuera de su propia persona.

No dudaba de ello. Se hubiera quedado allí toda la noche escuchando lo que el brujo tenía para decir al respecto, de no ser por el alboroto que se armó fuera. Solo por instinto, cogió su estilete antes de salir. Alguien estaba gritando, un crío llorando, y estuvo segura de escuchar el llamado a un curandero. Le fue imposible no reconocer a la figura encapuchada huyendo. Y luego los brujos decían que su presencia allí era innecesaria...

—¡Derek!

Echó a correr detrás de él tan rápido como pudo. Su cuerpo se quejó por la exigencia. Aun días después, no se había curado del todo como para volver a la acción tan rápido. No era justo. No estaba corriendo tan veloz como podría de no tener que preocuparse por un terreno irregular. No podía dejarlo escapar, no de nuevo.

Alejarse de la débil luz de la feria de sueños fue horrible. Sabía, con dolorosa certitud, que estaba en desventaja allí. Estaba cerca. Una y otra vez se repitió que podía alcanzarlo mientras le rogaba a sus piernas que no le fallaran. Si las levantaba bien, quizás no se tropezaría. Sus pies ya dolían de tantas cosas que había pateado en el camino en un intento por no caer. Sus tobillos ardían por los cortes.

Si resistía, entonces tal vez los obstáculos no la harían caer. Sin importar los tropiezos, no se rendiría. Solo necesitaba aguantar un poco más. Las cruces blancas ya comenzaban a rodearlos. Él estaba tan cerca. Si aguantaba unos segundos más... Apenas se permitía tocar tierra para impulsarse en su siguiente zancada. Podía lograrlo, si seguía saltando de ese modo. Derek no era tan rápido como ella. No en una carrera, y de ser una justa...

El suelo se deshizo debajo de ella. Key se dio de pleno contra la tierra húmeda. No entendía. Un segundo atrás, había tenido a Derek Bower a menos de un metro, y ahora... Levantó la cabeza, solo para encontrarse rodeada de tierra. Se puso de pie enseguida, maldiciendo su vista por no haber notado el agujero. Su sangre se congeló al ver el perfecto rectángulo en el que había caído, ideal para una tumba.

Empuñó su estilete, dispuesta a salir, y entonces se detuvo al ver a Derek de pie en el borde. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, su rostro desfigurado por el terror. No pudo evitar recordar al joven rogándole a gritos a las voces en su cabeza que se callaran. Debería atacarlo. Él tenía una pala en sus manos. Aun si estaba paralizado, se había aprovechado de su mala vista y la había guiado directo a esa trampa. Y aun así, ella no se movió.

—Ayúdame —suplicó él.

Vio las desesperadas lágrimas deslizarse por sus mejillas. Notó la sangre en sus labios por la fuerza con la que los estaba mordiendo. Key no pudo preguntarle cómo. De un rápido movimiento, Derek la golpeó con la pala, y ella sintió la sangre a un lado de su cabeza antes de perder la consciencia.

Estaba de nuevo al final del hoyo. Su cabeza dolía. Había algo pegajoso que manchaba la mitad de su rostro. Apenas fue capaz de ver sus manos manchadas con rojo delante de ella. Su cuerpo no respondía. La oscuridad amenazaba con reclamarla de nuevo. Algo llovía sobre ella. Derek volvió a echar otra pala con tierra, antes que Key notara la voz femenina.

—¿Está muerta?

—Sí.

Mentira. ¿Acaso él no notaba el brillo de sus ojos abiertos? ¿O el subir y bajar de su pecho? Su visión era perfecta, siempre había presumido de eso frente a ella, y era tal vez la persona más observadora que conocía. Él jamás se equivocaría con algo similar. Y aun así, todo lo que Key sintió, fue otro puñado de tierra sobre su cabeza.

—¿Estás seguro?

—¿Quieres verlo por tu cuenta?

—No. La tierra ensuciará mi vestido.

Tenía el inconfundible acento de una bruja. No como Nix, cuyo inglés era perfecto, sino siseante como el de una recién llegada. Key cerró los ojos al no poder mantenerlos abiertos mucho más.

—Entonces no me cuestiones.

—¿Tiene algo interesante que puedas tomar de ella?

—No.

—Pierdes el tiempo. Vamos, tenemos que hablar de nuestro amigo en común.

Ella no había visto su cabello. Escuchó el silencio, y aun así le tomó más tiempo del que hubiera deseado juntar las suficientes fuerzas para levantarse. Su cuerpo no se sentía bien. El suelo no era estable debajo de sus pies. Y cuando se aferró al borde de tierra, no fue capaz de tirar de ella hacia arriba para salir.

El agujero tenía casi su misma altura. Él lo había planeado. Sin fuerza, Key clavó un pie en la tierra, y el otro al otro lado, y se impulsó hacia arriba. Todo se veía borroso. Con dificultad se puso de pie. Tenía que regresar a casa. Aun si su cuerpo deseaba más que nada rendirse, tenía que volver.

Arrastró sus pies fuera del cementerio, hacia la salida más cercana. Las personas en las calles estaban disfrazadas. Nadie le dio una segunda mirada. Las luces eran demasiado brillantes. Key quiso sonreír al ver a un pequeño niño disfrazado de esqueleto corretear a su lado. Una princesa le preguntó si tenía dulces. Una vampiresa espantada alejó a un puñado de niños de su camino.

Sus pasos fueron por puro instinto. Conocía todos los modos de regresar a casa, cada pliegue de esa ciudad. Sin importar dónde estuviera, siempre encontraría su camino de vuelta. Sin importar el frío o el hecho que su mente se balanceaba al borde de la inconsciencia, no se rendiría. No resistiría el suficiente tiempo para ir a la Agencia, y Seito no estaría en su tienda una noche de feria de sueños, pero podría soportar lo suficiente para hacer lo único que en realidad deseaba.

Las llaves temblaron en su mano. Su cuerpo casi cedió junto con la puerta principal. No se molestó en cerrar. Arrastró sus pies dos pasos más, para detenerse frente al retrato de sus padres. Siempre había amado esa fotografía. Ellos lucían tan felices, sonriéndole a la cámara como si hubieran sabido que sería lo único que ella tendría luego, como si hubieran decidido sonreírle por toda una eternidad. Tan vivos. Sin importar el día o sus errores, siempre sería recibida con una sonrisa cuando regresara. Incluso si acababa de fallar como una agente, incluso si quizás no hubiera una segunda oportunidad.

Gomennasai —susurró sintiendo que su cuerpo no resistiría más—. Lo siento mucho.

Sus piernas cedieron, y ella finalmente se rindió.

***

Fue el aroma lo que lo alertó. Pasar una noche en medio de una masacre le había enseñado que la muerte tenía su propio perfume, como almíbar podrido y flores marchitas, y Anton lo hubiera reconocido en cualquier lugar. Era un indicio innegable de que ella estaba rondando, dispuesta a reclamar otro juguete. Su magia picó con la necesidad de usarse, porque los hechizos más poderosos salían de las muertes más dolorosas.

Eso fue suficiente para casi detenerle el corazón.

Se levantó de un salto de su cama y salió de la habitación. Nix se le había adelantado. Pasó corriendo frente a él cargando a una inconsciente Key, su cabeza chorreando sangre. No necesitaba saber mucho de anatomía humana, para comprender que no había nada bien en el modo en que su cuerpo colgaba.

Y por primera vez, desde aquella fatídica noche en que solo habían quedado Pip y él, en que había pasado de ser un niño a un asesino, y había perdido todo aquello que amaba, sintió que su mundo se desmoronaba de nuevo.

—¡Suéltala!

Nix no lo escuchó al momento de entrar a la habitación de ella y dejarla sobre su cama. Anton corrió para alcanzarlo. Lo empujó con fuerza a un lado, sin magia, sin gravedad, sin nada más que el desesperado instinto de protegerla. Odiaba el modo en que siempre citaba las tontas frases de su padre, o la energía que tenía todas las mañanas, o su estúpida preocupación al creer que los cortes en sus brazos eran a causa de alguna depresión.

Odiaba la sonrisa que siempre tenía para ofrecerle o que se ocupara de comprar siempre sus galletas favoritas para que él pudiera comerlas. Odiaba que le cocinara, y que lo sorprendiera con entradas para espectáculos. Y sobre todo, odiaba el modo en que ella lo había acogido como una responsabilidad más, cómo lo cuidaba de los agentes o algunas noches todavía se pasaba por su habitación para asegurarse que estuviera bien cubierto.

Y en ese momento ella lucía simplemente... tan... frágil.

¿Por qué no abría los ojos? Incluso en su blanca piel, fue capaz de notar que estaba más pálida de lo que debería. Su cabello estaba pegado a su rostro con sangre. Su cuerpo no tenía peso alguno. Y sintió sus ojos arder, tan tonto como eso resultaba, y su garganta cerrarse por el pánico.

Recordaba el odio con el que ella lo había mirado cuando Nana lo había llevado a esa casa por primera vez. Recordaba a Nana decirle que ambos no eran muy diferentes en realidad, pero a diferencia de él, ella no había huido, sino que había decidido luchar. Incluso cuando no debería haber sido posible, incluso con su corazón destrozado y tras haberlo perdido todo, esa niña había peleado.

—Pelea —susurró—. Keira Feza, los brujos tiemblan ante las historias que tu abuela cuenta de ti. ¡Pelea ahora mismo y gana!

—Está inconsciente, no te escucha.

—¡Cállate! —él tanteó el cuello de ella en busca de pulso—. El perfume de la muerte...

—Tienes un pésimo olfato si crees que es fuerte —Nix se acercó para tocar su sangre y Anton lo detuvo enseguida, él ni siquiera se inmutó—. ¿Quieres apostar su vida por quién de los dos es capaz de evitar que empeore?

—Los humanos tienen cuerpos distintos, y no confío en ti.

—Me conviene viva.

—Por eso mismo no confío en ti, no te importa.

—Soy lo mejor que tienes ahora mismo, es tu decisión.

Si Pip hubiera estado allí, hubiera sido cuestión de un simple toque, pero había partido junto a Gia a pedir dulces. Si él tan solo supiera más de magia... Pero no lo hacía, porque había crecido encerrado en esa casa, y más que ataque y defensa, lo cierto era que no sabía. Si tan solo Key estuviera consciente como para decirle qué hacer. Había demasiados sis, y una única respuesta.

Soltó a Nix al aceptar que no sería capaz por su cuenta. El brujo manchó sus dedos con sangre, y luego dibujó tres extraños símbolos sobre la frente de Key. Solo eso bastó para que Anton fuera capaz de sentir el pulso más fuerte en su cuello. No era justo. Desearía ser capaz de ayudarla de ese modo, pero había tanto que estaba mal con su magia.

—Piensa lo que quieras de mí, pero no creas que no seré capaz de matarte si le haces daño —murmuró Anton.

—Si no fueras un asesino también, no estarías aquí.

—No nos parecemos en nada.

—¿Seguro? Al menos yo intenté sobrevivir en vez de huir —Nix alejó el cabello de Key de su rostro—. Los golpes en la cabeza nunca son algo bueno. ¿Hay agua de azagis en esta casa? Debería servir para evitar secuelas.

—Puedes salir a conseguir.

—¿Y quién se ocupará si ella se desestabiliza? —Anton soltó una maldición al no poder responder.

—Por tu bien, espero no sea el caso —respondió alejándose.

—Me conviene viva.

Ese era el problema, eso podría cambiar en cualquier momento. Se dijo que el brujo había tenido cientas de oportunidades para matarla de haberlo deseado, que Key reaccionaría de estar en peligro. Ella era fuerte, quizás la humana más terca que debía existir en cuanto a lo que consideraba su deber, pero por eso mismo sabía que no se rendiría ante una herida.

La habitación de Pip era un caos. Como siempre. Pateó muñecos y peluches en su camino por alcanzar su armario. Tenía que apurarse. Cogió la primera máscara que encontró, un pálido rostro con una alegre mueca de locura, parte de su labio y ojos derecho cocidos. En serio necesitaba empezar a controlar lo que esa niña veía.

Se detuvo en la puerta principal al abrirla. El viejo miedo regresó. Nunca antes había dejado la casa solo. Key ni siquiera hubiera dudado al momento de salir a enfrentar el mundo exterior por su cuenta, ella nunca lo hacía. Su capa estaba vieja y raída, rota en algunas partes. De niño, su hermano le había mandado a hacer una máscara, así no tendría que temer ser reconocido si por una urgencia debía usar sus poderes. Pero él había muerto esa noche, y la máscara se había roto por completo. Anton podía recordar el dolor de los pedazos clavándose en su rostro mientras huía con Pip en brazos.

Odiaba a Nix por la seguridad con la que se movía, por el simple hecho que se regocijara de poder ejercer magia tan impura. Cubrió su rostro, echó la capucha sobre su cabeza, y se obligó a ir. Su sangre ardía con furia. La magia siempre atraía a la magia, no era sorprendente entonces que el otro brujo se hubiera cruzado en su camino, exactamente el reflejo de lo que jamás desearía ser.

¿Qué clase de destino condenaría a un ser a semejante vida? Su padre lo había rechazado enseguida, su madre... era mejor no pensar en eso. Todas las historias de monstruos que había oído habían sido sobre brujos con su tipo de magia. Todos los criminales y condenados a muerte, igual. Todo el mal del mundo, resumido en un simple poder. Toda su vida luchando por ocultarlo y no utilizarlo, para que un simple idiota lo extorsionara de todos modos al saber la verdad.

No entendía Halloween, pero al menos por esa noche tenía una excusa para su apariencia. Deseó más que nada que Pip estuviera bien, pero no podía enfermar a esa niña con su miedo. No había riesgos en el mundo humano. Ella merecía crecer feliz, como una bruja normal, con esperanzas al no recordar nada del horrible mundo que habían dejado atrás.

La botica de Seito estaba previsiblemente cerrada, como cualquier noche de una feria de sueños, y aunque a Anton le enfermaba la simple idea de acercarse, era el único lugar que estaba seguro tendría agua de azagis. Suspiró al saber que no le quedaba otra opción y arremangó su brazo derecho. Un simple corte, eso bastó.

Invadir propiedad privada no se sintió ni de cerca mal. Encontrar lo que buscaba era otro problema en medio de semejante desorden. Su magia se sentía inquieta, deseando hacer más mientras la herida permaneciera abierta. Tuvo que luchar por controlarse. Debía regresar cuanto antes, sin distracciones.

Nana lo mataría si algo llegaba a sucederle a Key. ¿No había sido esa su única condición al brindarle asilo? Algo sobre que ella era lo más valioso que tenía, y algo sobre que sería piadosa si consideraba solo matar a quien se atreviera a hacerle daño. Anton no planeaba desafiar a esa anciana. Le había dicho que debían cuidarse mutuamente, ella al ser su deber y él al ser lo correcto. Dudaba mucho que Key necesitara algún tipo de cuidado, pero incluso los mejores guerreros tenían sus momentos de debilidad.

Giró al escuchar el ruido en la puerta. Reconoció al instante al brujo de cabello plateado. Ni siquiera le dio tiempo de hablar, un movimiento de su mano y el dueño estaba estampado contra el techo. Recordaba a Seito de Ashdown. Arrogante, engreído, capaz de mirar a todos sobre su hombro, incluso al mismo rey. También lo recordaba como un cobarde, huyendo, dejando a todos a su suerte en vez de pelear. Y ese simple pensamiento le hizo desear quebrarlo como un palillo, pero se contuvo.

—Dices una sola palabra... ¡Y te arrancaré tu cabeza como a una muñeca! Agua de azagis. ¿Dónde?

Apenas le permitió a Seito mover una mano para señalar el mostrador. Los besados por la luz eran quizás lo más peligroso que existía, su magia demasiado sutil para reconocerla, pero efectiva. Se mantuvo alerta mientras buscaba. Siempre se debía desconfiar de aquellos con demasiado poder, porque solo lo utilizarían a su favor.

Sintió el frío recuerdo trepar por su espalda mientras revisaba un cajón lleno de viales. Key siempre hablaba de Seito como su proveedor, y aunque la primera vez Anton solo había podido pensar en ir a buscarlo y matarlo, había aprendido a ser indiferente ante su mención. No era lo mismo verlo de nuevo, no tras años evitándolo y sabiendo lo que había hecho.

—Estuve allí esa noche —murmuró Anton, apenas conteniendo el asco en su voz—. Te vi condenar vidas al ignorarlas en vez de ayudarlas a escapar. Niños. Inocentes que no te hubieran costado nada llevar contigo. Me gustaría saber cómo cargas con esa decisión. ¿Escogiste por edad? ¿Sexo? ¿Quién tenía magia más poderosa? Sea lo que sea, me repugna. Entiendo por qué gente como tú, pudo ignorar a gente como yo, pero...

Pensó en Pip, con sus grandes ojos y sonrisa sin dientes. Incluso en medio de una masacre, ella había sonreído al jugar tirando de su cabello. ¿Cómo alguien podría haber pasado de largo con ella? De haber estado allí, le hubiera suplicado a cualquiera que se la llevara para salvarla. Él hubiera muerto feliz, si eso hubiera garantizado su bienestar.

—¡Papá!

Esa simple palabra bastó para desarmarlo. Tanto renegaba su magia, para que ahora la niña en la puerta de entrada lo mirara como si fuera un monstruo y el brujo contra el techo tuviera su rostro ensangrentado. Y por ese instante, sintió que no merecía vivir. ¿Era mucho pedir no ser el malo de la historia?

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