Capítulo 1


—Pensamientos positivos, pensamientos positivos, pensamientos positivos.

Key se miró al espejo, y se repitió aquello al menos una docena de veces como si de ese modo pudiera convencerse. Sus pensamientos estaban muy lejos de ser positivos. La frustración se había acumulado con los meses, lo cual la había llevado a tener malhumor por las mañanas, y más que pensamientos positivos, lo que ella sentía últimamente eran deseos de matar a alguien.

A sus diecinueve años de vida, estaba convencida que no existía peor mal que la pasividad. Su cuerpo no estaba programado para no tener nada que hacer, y la casa donde vivía estaba comenzando a parecerse más a una prisión. Licencia era la palabra adulta para castigo, no había duda al respecto. En vez de padres mandándola a su habitación, eran jefes mandándola a su casa.

Comprobó que sus zapatillas estuvieran bien atadas con un doble nudo, gritó un par de órdenes para asegurarse que la residencia siguiera de pie cuando regresara y se despidió de sus padres una última vez tocando la fotografía cerca de la entrada. En silencio les pidió que le desearan suerte, aun cuando no creía que funcionara de ese modo.

El sol la acribilló sin piedad una vez que estuvo fuera. El verano se estaba extendiendo en Maryland más de la cuenta, el calor no cedía con sus altas temperaturas. Su cuerpo protestó, pero ella de todos modos se puso su cazadora y echó su capucha encima. Sus piernas podían estar felices, al menos tenía un short.

Se puso sus auriculares, subió el volumen de la música, y comenzó a correr. Una parte de ella temía que, si no entrenaba a diario, perdería su habilidad. Se había esforzado tanto todos esos años para poder estar a la altura de lo que se esperaba que fuera, que se negaba a dejarse vencer por un simple incidente.

Extrañaba su insignia, extrañaba patrullar, y extrañaba la acción. Había tantas cosas que extrañaba, y quizás nunca pudiera recuperar. Sin importar lo que la Agencia dijera, sentía que había cometido un error de novato cuando llevaba toda su vida estudiando para no cometerlos.

Sintió una punzada en el pecho al correr junto a los dormitorios de la zona universitaria. Culpó al calor, a su cuerpo, a la falta de práctica aunque había cumplido sus kilómetros diarios de un modo casi religioso. Las puertas estaban llenas con los nombres de las distintas fraternidades, las ventanas y jardines delanteros aun tenían rastros de las fiestas de la noche anterior. En otra vida, quizás hubiera vivido en uno de ellos.

De niña solía amar ese juego, imaginar otras vidas y mil posibilidades distintas a la actual. Podría pensar en haber ido a correr al National Mall junto a su madre, ella había sido la deportista de la familia, totalmente incapaz de estar más de diez minutos sin moverse. Seguro la hubiera bañado en protectores solares y repetido mil advertencias antes de dejarla salir, pero hubiera sido una cálida sobreprotección a pesar de molesta. Su padre las hubiera esperado bajo la sombra de los árboles con refrescos para ambas.

En otra vida quizás ni siquiera estarían en Washington, sino que se hubieran quedado en Chicago, o mudado a Seattle. Su madre siempre había insistido en mudarse a Seattle por su clima, aunque su padre siempre había preferido la opción de Londres. Key había pasado unas primeras semanas horribles en Washington intentando acostumbrarse a tanta luz, pero Nana había sido dura al decirle que una Feza no huía de las adversidades y que debía madurar y aprender a hacerles frente.

Lo había dicho con otras palabras, ninguna que Key pudiera comprender con exactitud en su terrible pronunciación, pero había sonado como algo similar a eso aunque no con el vocabulario para una niña. A pesar de todos sus ruegos por considerar mudarse, Nana no había cedido. La Agencia tampoco hacía que mudarse fuera fácil entre todo el papeleo y firmas necesarias, si siquiera lo autorizaban.

En otra vida, tal vez ni siquiera hubieran sido agentes. Hubieran podido vivir donde deseasen, hacer lo que deseasen, quizás ella estuviera en la universidad y sus padres con trabajos comunes y aburridos. En otra vida ni siquiera hubieran tenido que preocuparse por el clima donde decidieran vivir, porque todo hubiera estado bien desde el principio y normal como debería.

Pero entonces no sabría nada del mundo y, a pesar de todos los males que esto implicaba y el dolor, lo cierto era que adoraba algunos aspectos de su realidad. Algunas personas pasaban toda su vida buscando por una pizca de magia, por un indicio de que fuera real. Ella sabía cuan real resultaba, y cuan peligrosa también podía llegar a ser.

La falta de aire la golpeó cuando saltó dentro de un pliegue. No cedió. Era peor entrar que salir de uno, y en caso de un enfrentamiento no podía permitir que eso la desestabilizara. El mundo pareció ralentizarse a su alrededor. Los ruidos del trafico se acallaron junto con cualquier sonido del mundo cotidiano por fuera del pliegue.

De niña, ella no había entendido muy bien cómo funcionaban, así que su padre le había dicho de imaginarlos como pequeños bolsillos dentro del mundo. Nada de lo que sucediera en el exterior afectaría dentro, pero cualquier cosa que sucediera dentro podría afectar el exterior. No tanto por las acciones, sino por las decisiones tomadas. Solo aquellos que no pertenecieran a ese mundo o tuvieran una insignia podrían ver y acceder a un pliegue.

Sin la suya, Key tenía que confiar en el viejo saber exactamente dónde estaba la entrada, pero su madre siempre le había sonreído al decir que ella tenía un ojo especial para esas cosas. A veces, algún humano desafortunado entraba por accidente en uno, eran esos momento de visitar un lugar y luego nunca más volver a encontrarlo. La mayoría del tiempo, simplemente pasaban junto a este, sintiendo una pequeña ráfaga de viento por la entrada invisible.

Ese día, Key hubiera preferido no encontrar la entrada tan rápido.

La agencia no lucía en nada distinta al resto de los aburridos edificios grises de la calle, excepto por el puñado de manifestantes frente a sus puertas. Debió haber sabido que el caso atraería tanta atención. En un día normal, no le hubiera importado, hubiera pasado de ellos como siempre había hecho en su vida, pero luego de meses estando fuera como agente, ese no era el mejor recibimiento.

Subió el volumen de la música, prefiriendo no escuchar lo que estaban diciendo. De todos modos no pudo evitar ver los carteles. No era una especial admiradora de los brujos, pero ver todas esas imágenes de seres siendo quemados y pidiendo controles mediante marcas permanentes no hacía más que revolverle el estómago. Nana la había obligado a ver todos esos documentales sobre la Inquisición y el mandato de Adolf Hitler cuando ella le había recriminado por ser cercana a los otros. Contenido demasiado explícito y sangriento para una niña sensible y traumatizada.

Esas imágenes no eran lo peor, sino los agentes sosteniendo pancartas por el control y supervisión de las anomalías. La mayoría tenía la misma de un joven con sus ojos tachados, pero no era el único. Imágenes de personas con cabellos de tonos inusuales o mechas distintas, ojos que no tenían un solo color, pieles con marcas fuera del promedio.. Y todos los letreros reclamando por la vigilancia de ellos.

Key tocó sus lentes de sol para asegurarse que estuvieran bien puestos y continuó con su carrera hasta la entrada. Mantuvo la cabeza baja al pasar entre ellos, la mirada fija en el suelo mientras sentía la asfixia de sus prendas. Los ignoraba, aun así los sentía a su alrededor, gritando y reclamando. Cerró fuertemente sus puños para contenerse de responder. En su situación actual, no podía meterse en problemas.

La protesta quedó acallada una vez dentro, y no se detuvo hasta llegar a los vestuarios. El aire acondicionado se sentía exquisito. El sudor cubría por completo su piel. Su cuerpo le estaba gritando que ponerse solo un corpiño deportivo no servía de nada si luego planeaba echarse una cazadora encima a pesar de mantenerla abierta también.

Se detuvo frente al primer lavabo que encontró. El aire le faltaba. Error de novato, haber corrido tanto sin luego tomarse los minutos de caminata necesarios para descansar. Su pulso golpeaba en sus oídos más fuerte que el ritmo de la música y terminó por arrancarse los auriculares al necesitar la paz del silencio.

Pensamientos positivos, se repitió, incluso cuando las imágenes de la protesta no abandonaban su mente. Los fanáticos decían que las anomalías estaban a medio camino de ser brujos, que resultaban débiles como agentes y esa debilidad los tentaría a caer en tratos indebidos, que no podían ser confiados.

Key solo pudo sacarse sus lentes y levantar la vista para encontrarse con sus penetrantes ojos azules. Tiró de su capucha hacia atrás, no había pasado toda la mañana peinándose de tal modo que ningún mechón se saliera de lugar y quedara a la vista por nada. Aun recogido, el color era imposible de ignorar, y ella supo que le esperaba una muy larga reunión por delante al ver el brillante blanco.

—Definitivamente no es el mejor momento para ser una anomalía —susurró, sonriendo por su desgracia.

***

—¿Señorita Keira Feza jura, bajo la imagen y el legado de Hansel Jagger, el primer cazador, hablar con la absoluta verdad y no actuar de ningún modo que pueda perjudicar a la raza humana?

Nunca le había gustado la imagen de Hansel, no era como si pudiera admitirlo. La veía en todas partes, era como si la Agencia no pudiera tener suficiente de él. Un hombre maduro, de amplios hombros y un cabello castaño que siempre lucía fabuloso quien sabía por qué, con su seria mirada y su espada en alto. Key lo veía más como la imagen de una película sobre cazadores de monstruos, o la portada de un disco de heavy metal, más que el mesías que supuestamente era.

—Lo juro por mi legado.

Deseó que alguien estuviera a su lado, para poder bromear sobre el rostro de modelo de Hansel el cazador y restarle un poco de seriedad al asunto. Pero estaba sola, en lo que se sentía como el banquillo de los acusados, frente a un grupo de adultos que no dejaba de mirarla como si fuera una niña tonta.

Quizás lo fuera. De haber sido un poco más precavida, no hubiera terminado metida en algo similar. Había sido su error el creer que era posible confiar en alguien más que uno mismo. La mayor parte del tiempo, se sentía tan perdida como quería creer que el resto se sentía también. ¿Cuándo se pasaba de la adolescencia a la adultez? ¿Alguna vez las personas mayores dejaban de sentirse como niños a quienes se les exigía demasiado?

El hombre frente a ella estaba leyendo un informe que conocía demasiado bien. Se suponía que era un caso absolutamente confidencial, pero cualquiera sabía que no existía tal cosa como el silencio. Lo sucedido se sabría, de algún modo. La información siempre encontraba su modo de filtrarse. Y Key solo pudo pensar en los manifestantes fuera con sus letreros pidiendo por mayores controles para personas como ella.

—La noche del trece de junio de este mismo año, se notificó a la Reguladora de Asuntos Mágicos que la agente Keira Feza tuvo un encuentro en Washington DC con el ex-agente Derek Bower. Encuentro, que terminó en persecución por horas de la madrugada.

—No fue un encuentro. Él me emboscó.

No era tonta, las palabras eran la clave cuando se trataba de una declaración. Un encuentro con un traidor buscado no era lo mismo que ser atacada por tal, y aunque la situación no podía ser más complicada, ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de librarse del problema.

—Es sabido que no eran simples desconocidos —continuó el hombre.

—Él me atacó.

—¿Cuál fue su móvil?

—Mi cabello.

—Derek Bower sentía fascinación por las anomalías como él, por eso mismo se convirtió en un criminal.

Key inspiró profundamente para mantener el control. Odiaba esa palabra, anomalía. Nunca le había gustado ser diferente, y estaba sola para enfrentarse a esa situación. Podía sentir la juiciosa mirada de todos los presentes, incluso si algunos de ellos no consideraban que fuera algo malo. La lástima era peor. La pobre chica que tenía más protectores solares que amigos.

—En algunas culturas, el albinismo es considerado como algo que puede ser usado para la magia —ella intentó ignorar el modo en que su pulso temblaba ante los recuerdos—. Nana me mostró, me obligó a ver todos esos reportes sobre los asesinatos en África. Hombres matando mujeres y niños albinos, creyendo que sus hueso traerían buena suerte y protección, que podían usarse para brujería. Pienso que Derek Bower cree que eso es real, y quería utilizarme para ello.

—¿Y qué muestra tiene para respaldar su hipótesis?

—Intentó cortar mi cabello.

Miró el anillo en su meñique, Seito le había advertido de no removerlo hasta que su licencia terminara. Key temía que si lo hacía, el dedo simplemente se desprendería de su mano y se caería como una pieza rota de un juguete. Derek había intentado cortar más que su cabello, y lo había logrado, pero no era como si ella fuera a reconocerlo.

—No tenemos prueba de ello.

—Por supuesto que no, sé defenderme.

—¿Entonces está diciendo que lo atacó?

—Lo corté.

—No hubo rastro de sangre en su arma.

—Estaba diluviando esa noche. Era demasiado tarde, no podía verse mucho. El agua me llegaba casi a los tobillos. Se me cayó dentro de un charco.

—El reporte coincide en que esa noche la ciudad era azotada por una fuerte tormenta con intensas lluvias, también indica que en medio de su persecución fue golpeada por un vehículo lo que concluyó en su absoluto fracaso al momento de capturar al sospechoso.

En el fondo de la sala, alguien murmuró unas palabras que provocaron enseguida risas. Ella no necesitó oírlas para saber que se trataba de una cruel burla. Su alma se resquebrajó un poquito más. Era como si nunca terminara de sanar, sin importar cuántas veces recogiera sus piezas y las juntara de nuevo, los demás nunca le daban el tiempo para que se fundieran de nuevo correctamente.

—Como dije, estaba demasiado oscuro para poder ver bien —respondió ella intentando mantener la calma.

—¿Entonces culpa a su condición?

—No.

—Sus exámenes de visión dejan mucho que desear —el hombre pasó unas hojas para poder leerlos—. Es normal en alguien con su discapacidad, que la visión no sea perfecta y tenga problemas para moverse en la oscuridad.

—Cualquiera tiene problemas para moverse en la oscuridad. No soy una persona discapacitada.

—Según la denuncia policial adjunta, un conductor avisa haber atropellado por accidente a una joven de cabello blanca a las dos punto trece de la mañana de esa misma noche, pero la agente no informó sobre lo sucedido hasta las cuatro punto treinta y siete. No hay registrados ingresos al hospital y la víctima huyo del lugar tan pronto como recuperó la consciencia.

—Estaba desorientada.

—Eso no justifican más de dos horas sin informar lo sucedido.

—Necesitaba seguir tras Derek antes que el rastro se perdiera.

—Y aun así no lo atrapó.

—Estaba herida.

—Lesiones leves y una contusión. Ese es el único motivo por el que la agente Keira Feza no se enfrenta a un juicio por negligencia absoluta al momento de atrapar a uno de nuestros prófugos prioritarios —el hombre lanzó el informe sobre un banquillo—. La agente sigue mostrando signos de confusión respecto al episodio. La cámara insiste en su demanda de extender la licencia de la agente presente, y revaluar su status como tal.

Key sintió el suelo deshacerse a sus pies. No, eso no estaba bien. Ella había ido con la esperanza de recuperar su insignia, no de ver su licencia extendida. No era justo, pero nadie parecía dispuesto a escucharla. La Agencia no hubiera podido hacer nada por su dedo, Seito lo había reparado. Derek había desaparecido. Y ella seguía castigada.

La sesión se dio por terminada luego de esas palabras. Key recogió sus cosas y se apresuró en partir, incluso ignorando a las pocas personas amables que intentaron acercarse para mostrarle su apoyo. Nada de eso era real. Lo único que en realidad la estaba salvado, era su apellido, y no se sentía para nada orgullosa de ello.

Limpió con furia las lágrimas de sus ojos antes que terminaran de formarse. Era patético y humillante, y tuvo que subir el volumen de la música hasta un nivel casi dañino para sus oídos al momento de salir del recinto para no escuchar los gritos de los protestantes. No se molestó en ocultar su cabello. Que lo vieran y supieran la verdad, que la reconocieran y juzgaran como si eso fuera a afectarle.

Los gritos pidiendo que las anomalías fueran expulsadas de la Agencia o reducidas a trabajos miserables no faltaron. Ella mantuvo su frente en alto, incluso cuando el sol comenzaba a molestarle y los lentes oscuros no se sentían suficientes. Sí, el traidor había escapado por su culpa, pero nada tenía que ver con quién era. Había cometido un error, no uno que pudiera reconocer.

Era afortunada comparado con otros, lo sabía, y se sentía lo suficientemente agobiada como para preferir tomar el subway a correr el camino de regreso. Ya era plena mañana, y el sol brillaba de un modo intenso en medio del cielo. Era un problema seguir sin su insignia. Poco le importaba su valor simbólico, el amuleto servía para como protección ante la magia.

Inconscientemente tocó la pluma de plata que recubría todo el borde de su oreja derecha. Su padre le había prometido que era mejor protección que cualquier amuleto que pudiera darle la Agencia, Key llevaba meses aferrada a esas palabras para no sentirse vulnerable. Quizás fuera cierto, o quizás ella tan solo tenía suerte y de momento no se había cruzado a ningún brujo dispuesto a atacarla.

Probablemente lo segundo. La paz solía reinar, y más que supervisar que los brujos cumplieran con las leyes de migración, no había nada interesante que hacer. Todos conocían la historia, sobre dos mundos existiendo por separado y en armonía. A veces, algunos habitantes de uno cruzarían a otro, y la Agencia se había creado para reglamentar esos cruces, tanto para protección propia como del extranjero. Nadie quería una Inquisición 2.0.

Al principio había sido algo sencillo, solo unos pocos viajeros de vacaciones y algunos más extraños por estadía permanente. Luego las cosas se habían ido al diablo. Guerra civil, muertes, y de pronto demasiados brujos habían buscado refugio y huido al mundo humano. En su mente, Key nunca lograba del todo imaginar qué había sucedido. Pero la frontera se había visto desbordada con cruces, los controles se habían vuelto más estrictos para evitar desastres, y mil cosas aburridas más que tenían décadas de antigüedad. Por alguna razón ella nunca había ido por el trabajo administrativo.

Suspiró al regresar a su casa, era como si de pronto todo el sentimiento de derrota se hubiera convertido en agotamiento. Subió sin ganas los pocos escalones hasta la entrada del clásico edificio de ladrillos anaranjados. Había nacido Feza, y los Feza llevaban en la Agencia casi desde sus inicios. Había sido la primer familia de agentes en Japón, y aunque ya no quedaba casi nada de rasgos de su ascendencia en ella, Key no podía darse el lujo de manchar su reputación.

Cerró la puerta de una patada y lanzó sus llaves dentro del cuenco junto a la entrada. El aire fresco de su casa se sentía mejor, también la tenue luz. Alguien había corrido las cortinas apenas lo suficiente para iluminar el interior. Pip, definitivamente. Key echó la cabeza hacia atrás, apoyándose por completo en la puerta de entrada, de solo imaginarla deambulando libre por la casa. Su hermano no la habría supervisado.

Miró a un lado el cuadro colgado con la fotografía de sus padres. Sí, en él todavía habían intentado aferrarse los rasgos familiares, sus ojos rasgados siempre le habían parecido chicos en comparación a los redondos de su madre. Nana la habría golpeado en la cabeza ante ese pensamiento.

—Las cosas no salieron bien hoy, lo siento —susurró y acarició la foto al pasar a su lado—. ¡Anton!

La casa era un desastre. La había dejado en orden a la mañana, se había ido cuatro horas, y el caos había reinado. Pip era demasiado errática para estar sin supervisión. Key estaba segura de que en algún momento de su niñez debía haber cometido un error terrible y ese era su infierno personal como castigo. La sala casi le provocó un colapso mental.

Los libros estaban dados vuelta en los estantes, las plantas volcadas en el suelo, y sus notas estaban pegadas al techo. El suelo tenía tierra, lleno de pequeñas manchas de pisadas de niña y de cachorro. El periódico estaba recortado en formas de bailarina sobre la mesa... Sin importar cuánto lo intentara con la meditación matutina y nocturna, jamás encontraría paz mientras conviviera con esos dos demonios.

—¡Anton! —gritó con todas sus fuerzas.

Los pasos en las escaleras y las quejas no tardaron en oírse, por más que ella estaba que temblaba de rabia. Mataría a alguien. Su cuchillo estilete tenía que estar en alguna parte. Lo cogería, y mataría a alguien. No debió haber confiado en que esos dos estarían bien por su cuenta. ¿Y cómo se suponía que recuperara sus notas si el techo estaba a cinco metros?

Anton llegó a la sala murmurando lo que parecían maldiciones en un idioma que ella todavía no había logrado descifrar y él se negaba a compartir. Quince años de resentimiento adolescente, esa parecía una buena etiqueta para él. Su cabello castaño era una maraña de nudos y sudor, su rostro estaba marcado por oscuros arcos bajo sus ojos y el poco sano tono de su piel por vivir encerrado en su habitación, su ropa le quedaba grande y tenía agujeros, y Key estaba segura que llevaba al menos dos meses usando la misma camiseta para dormir.

—¿Y ahora qué? —refunfuñó él.

Tenía un modo de hablar, que lograba que su voz sonara siempre enojada, y sus ojos siempre la miraban de un modo acusador como si ella tuviera la culpa de su mala vida. Key solo podía mirar sus uñas pintadas de negro. Era difícil prestarle atención, cuando ella envidiaba su perfecto pulso para pintarse las uñas.

—¿Puedes explicarme qué pasó aquí durante mi ausencia? —Anton simplemente miró a su alrededor y se encogió de hombros—. Era tu responsabilidad. Tú estabas a cargo de la casa durante mi ausencia.

—¿Y?

Nana había dicho algo sobre tener paciencia con los menores, en especial con los hombres. Intentó ponerse en el lugar de Anton, un huérfano de guerra con una criatura de un año en brazos que un día simplemente había aparecido en su vida. Un refugiado. Un niño que debió haber visto horrores inimaginables. Key había visto cosas peores.

—Esto no luce como si hubieras sido responsable —ella suspiró con cansancio al apoyarse contra la mesa—. Habitación en orden, mente en orden.

—¿Es otra de esas estupideces que tu padre decía?

—No quiero tener que contratar una niñera, pero es lo que me estás obligando a hacer.

—No tienes dinero para eso. ¿O acaso te removieron la licencia?

—Rentaré un cuarto si es necesario, esta casa es mía.

—¡Es de tu abuela!

—Y puedo hacer con ella lo que se me plazca.

—¡No puedes desquitarte conmigo solo porque sigues sin cobrar!

—Anton, no me estoy desquitado contigo —demasiado tarde, el chico ya estaba partiendo—. ¡Anton! Al menos baja mis notas, las necesito para mi caso...

Un insulto, un simple insulto bastó y las hojas cayeron del techo como si fueran piedras al suelo. La gravedad no debería depender del ánimo de un adolescente temperamental. Key se agachó y comenzó a recoger sus cosas, luego intentaría hablar con él para calmar las cosas. De momento, tenía asuntos más importantes de por medio.

Que estuviera obligada a seguir con su licencia implicaba que algo más que sus actividades normales como agente estuvieran suspendidas, y luego de meses sin salario los gastos comenzaban a ser un problema demasiado grande. Tendría que rentar una de las habitaciones disponibles, odiaba la simple idea de pensarlo y ceder su privacidad, pero tendría que hacerlo por el bien común.

El periódico era un caso perdido. El sello de traducción había sido recortado, y las letras se mezclaban entre manchas de tinta, alfabeto romano, y cual fuera el nombre de la escritura mágica. Intentó leer la sección de misterios en la falda de una bailarina, pero se rindió al cabo de dos minutos al no poder dilucidar más de dos palabras seguidas.

Dejó caer su cabeza sobre la mesa. Necesitaba recuperar su trabajo. ¿Cuánto tiempo más podría sobreviviar de ese modo? ¿Buscando en el periódico trabajos esporádicos para pequeñas recompensas? A Pip le gustaba bromear con que era una investigadora privada, Key no se atrevía a romper su inocente ilusión al decirle que era un fracaso.

Miró sus notas sin ganas. No podía permitirse el lujo de hacer una investigación independiente, si esta no le aportaba dinero y no tenía tampoco su salario. Tendría que descartarla, aun cuando estaba segura de estar tras algo grande. La Agencia no le estaba dando importancia al incremento de mortalidad infantil, algo sobre que la policía local debería ocuparse, y quizás tuviera razón.

Tal vez ella simplemente estaba tan desesperada por una tarea, que comenzaba a ver cosas donde no las había. Después de todo, el extremo aburrimiento había llevado a su obsesión por revisar las noticias. Niños morían todos los días, eran asesinados de modos horribles y nadie hablaba de crímenes que nadie deseaba conocer. En todos esos meses, no había encontrado prueba alguna de que hubiera magia involucrada. Quizás debería dejarlo...

Cogió una hoja en blanco y comenzó a escribir un anuncio de habitación en renta. O quizás debería darle prioridad a su corazonada.

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