Epílogo: La Revolución de los Sueños

El paso de los días ayudó a que la herida de Jerôme cicatrizara. Ya no le producía ninguna molestia y todos los puntos se habían caído. Aun así, guardó religiosamente el reposo impuesto por Ruth, lo que en ocasiones fue tremendamente aburrido, pues pasó muchas horas con la única compañía de una libreta, algunas ceras de colores y, por suerte, también de un pequeño dracolino plateado con rayas doradas.

Pese al aburrimiento, le gustaba aquella estancia de madera en la que descansaba, dormir con su nueva mascota chispeando a los pies de la cama, amanecer con el olor a salitre y escuchar los cantos de las criaturas del paraje, de la misma forma en que, pese a que se ponía en modo cascarrabias, adoraba que Dominique estuviera pendiente de su salud y que cada mañana le trajera brebaje de algarroba y bizcocho de allenas. Además, ahora que ya estaba mucho mejor, podía dar pequeños paseos y observar cómo trabajaban los demás, aunque aquel atardecer tan solo le apetecía una cosa.

Salió a cubierta y se acodó al candelero para contemplar la puesta del sol y dejarse encandilar por la luna roja, que recién iniciaba su recorrido celestial.

El barco de Tristán era una verdadera joya en la que la Linde y la Capital se fusionaban entre madera, vegetación, engranajes y vapor. La coraza estaba cubierta de pequeñas aletas mecánicas que lo ayudaban a mantenerse a flote, una gran hélice coronaba la popa y las velas ondeaban cual nubes al viento. Pero lo mejor del navío en el que se hallaba, eran las vistas que se le ofrecían bajo el arrebol del ocaso.

Ante él se extendía el inconmensurable mar de bruma con cientos de pequeñas islas flotantes que se sostenían gracias a la densidad de aquella atmósfera salada. Desde allá arriba podía ver cómo en las partes más profundas bailoteaban los peces de aire a la par que serpenteaban las algas voladoras.

Aquel viaje sería el inicio de un gran sueño, un sueño que ahora podría parecer insignificante, pero que, sin lugar a dudas, daría sus frutos. Tenían tantos lugares que visitar, tantas personas a las que ayudar a liberarse.

—¡Buenos días! —exclamó Dominique, abrazándolo desde atrás—. ¿Cómo se encuentra hoy mi boquita de caramelo?

—Me encuentro bien —contestó abochornado tras asegurarse de que nadie los espiaba. No se acostumbraba a esos motes y tenía la firme convicción de que Jazz lo nombraba así solo por el efecto que causaban en él. Rotó entre sus brazos y lo besó—. Es una pena que Ruth y Bell no hayan querido venir. ¿Crees que nos odian?

—Lo dudo, Bell no sabe odiar y Ruth... Bueno, ella sí, pero no a ti —aclaró—. Necesitan pasar tiempo en familia, ya tendrán tiempo de unirse a la causa. Además, ellas ya han recorrido mundo, ahora te toca a ti.

Lo estrechó más fuerte entre sus brazos. Sentirlo de nuevo era una sensación de lo más reconfortante, pues Dominique tenía la capacidad de sostenerlo fuerte sin perder por ello la suavidad que tanto lo caracterizaba. Estar cerca de él era mejor que estar ante una chimenea, cubierto por una manta y con un chocolate caliente entre las manos. Aun así, pensó en lo a gustito que estaría en esa situación con Dominique, después de haberse dado un baño en la casita del desierto.

Debía reconocer que sentía cierta envidia de Ruth y Bell. Obviamente, aquella casa no le pertenecía y era de esperar que sus dueñas legítimas quisieran recuperarla una vez pasado el peligro, pero, como si fuera un niño, Jerôme aún esperaba que aquel mágico paraje algún día se convirtiera en su hogar. Quizá podrían encontrar algo similar algún día.

—¿Y después? —preguntó al oído del ladrón—. ¿Adónde iremos cuando se nos acabe el mundo?

Los ojos de Dominique se abrieron de par en par y estalló en una musical carcajada.

—¿Cuando se termine el mundo, dices? Ay, mi querido Jerôme, el mundo es interminable. —Lo besó en la frente y lo sostuvo del mentón—. Pero podríamos descansar una temporada en la isla de Óleo. Te encantará. ¿Sabes? Es famosa por sus escuelas de arte. Podrías estudiar en alguna de ellas. —Después, su expresión se tornó nostálgica, como si quisiera atrapar algún recuerdo perdido—. Hace tiempo estuve a punto de fugarme y buscar una casucha en una de sus playas multicolores. Allí todo es de colores y las melodías las toca el viento.

«La isla de Óleo».

Aquel nombre le sonó familiar, como si lo hubiera escuchado antes, pero tras haber sido sometido a un usurpador, varios de sus recuerdos quedaron fraccionados y otros los rememoraba como los sueños a media mañana, frágiles y efímeros. Jerôme sabía que había perdido algunos pasajes de su memoria, quizá importantes, pese a ello, el sentimiento producido prevalecía sobre el olvido. Se preguntaba si Dominique, quien también llegó a estar sometido a uno de esos monstruos, al igual que él, habría perdido algún recuerdo especial.

—¿Por qué no lo hiciste? —se interesó Blues—. Estoy seguro de que la isla de Óleo es un lugar maravilloso.

—Hace mucho tiempo de eso, Blues, mi memoria no llega a tanto. Imagino que fue una de las tantas veces que me pillaron.

—¿Antes de que Neo te olvidara? Quizá ibas a ir con él.

Dominique se separó para acodarse a su lado. Sus ojos imposibles se perdieron en el horizonte y, aunque jamás lo reconocería, Jerôme vio la tristeza en ellos.

—No, no recuerdo si pensaba ir solo o con alguien, pero estoy seguro de que Neo no entraba en mis planes. Somos muy distintos.

—No tanto —se burló Blues estirándole los hoyuelos—. Los dos tenéis una boca enorme. ¿Cómo no te diste cuenta?

Dominique se encogió de hombros.

—Mucha gente se parece.

Jerôme comprendía que a Dominique le entristeciese hablar de su hermano, pues era un tema que solía evitar. No entendía bien el porqué. Sí, Neo se había convertido en el nuevo Joyero, había heredado la mansión y ahora ostentaba el poder que en su día perteneció a Víctor. Tenían su favor, lo que les era práctico, aunque apenas liberó a algunos esclavos: «Si todo cambia de golpe, sospecharán y se me echarán encima», les decía.

Tristán confiaba en él, por alguna razón, pero Dominique estaba convencido de que llegado el momento se convertiría en el peor de los adversarios.

Jerôme, por su parte, no sabía qué pensar. Él lo vio coronarse ante los demás, conocía su orgullo y se notaba cuánto le gustaba ostentar el poder. Por si fuera poco, se negó a liberar a Leto y Dulciea bajo la excusa de que algún día le serían de utilidad. No obstante, no hizo uso de ellas, es más: las cuidó. También cuidó de un Víctor demente como si este fuera su propio padre.

Probablemente, el destino de Neo aún no estaba escrito.

¿Y el de ellos?

—¿En qué piensas? —Dominique lo contemplaba a la par que jugueteaba con los cabellos que se ocultaban tras su nuca—. Estás soñando despierto.

Jerôme no quiso reabrir el tema de su hermano, así que se limitó a apoyar la cabeza sobre su hombro.

—Creo que la isla de Óleo será un lugar maravilloso para empezar nuestra nueva vida. —Lo besó de nuevo y se preguntó qué hubiera sido de él si el día en el que nació el sueño Dominique no hubiera aparecido. Seguramente, seguiría trabajando en la Planta de Reciclaje, dándole a la misma manivela durante horas para alumbrar sueños que, de tan reciclados que estaban, se podría decir que nacían muertos—. Gracias —le dijo. Lo besó con suavidad, disfrutando del roce como si fuera la primera vez—. Gracias por todo lo que me has dado —añadió al separarse.

—¿Tú me agradeces a mí? De no ser por ti, seguiría siendo un espectro.

—Y yo seguiría condenado a una vida aburrida.

—Digamos que estamos en paz, entonces.

—Me parece bien —concedió Blues.

Con esa escueta conversación y sin necesidad de añadir ninguna palabra más, quedaba constancia de que el vínculo que se tenían estaba por encima del agradecimiento. Tan solo se debían una cosa el uno al otro: ser felices, los mejores cimientos para construir palacios.

—¿Sabes? Hay algo que todavía no me has contado —recordó Blues—. ¿Qué hacías en la Planta de Reciclaje el día en que nos conocimos?

—¿No quedó claro? Quería robarte el sueño —bromeó Dominique. Jerôme arrugó el entrecejo, apretó los labios y le dio un golpecito en el pecho. El ladrón sonrió grande, luego, adquirió de nuevo aquella pose reflexiva—. Andaba buscando con qué pagar, recuerda que no podía regresar a la Capital por culpa del maldito chip. Aunque confieso que también tenía la sensación de saber que encontraría algo que había perdido. Es difícil de explicar.

Una suave brisa hizo que sus cabellos se mecieran. Se abrazaron de lado y continuaron así unos segundos. Entonces, les llegó el sonido de la música. La tripulación daba una pequeña fiesta para recibir la noche a ritmo de violines, saxofones y palmas. Seguro que Jazz se moría por ir allá, pero Jerôme aún no se sentía listo para aprender a bailar. Poco a poco, quizá. Tampoco tenía que cambiar sus costumbres de la noche a la mañana, ¿no?

El sonido de la música y los pies inquietos de su compañero intentando tentarle, trajeron a su mente algo que llevaba tiempo evitando.

—Necesito contarte algo, Jazz.

Temía la reacción de Dominique al descubrir la existencia de aquel bailarín al que había olvidado, pero era algo que debía hacer: hizo acopio de valor y se lo contó. Y mientras hablaba, el gesto de Domi se volvía tristón y la sonrisa de rana se desdibujaba de su rostro.

—Lo encontraremos —pronunció al final apretándolo contra sí—. Nadie debería ser olvidado.

El pequeño dracolino se frotó entre sus piernas y Jerôme se agachó para tomarlo entre sus brazos. Al momento, el reptil peludo empezó a ronronear y chispear.

—Dominique —exclamó Tristán desde lo alto del palo mayor, con las alas desplegadas y las rastas ondeando al viento—, sube a ver esto: ¡ya estamos llegando a la isla de los espectros sin dueño!

—¡Enseguida voy! —contestó el ladrón. Acarició al dracolino y le dio un beso rápido a Jerôme—. Parece que nuestra primera misión nos espera. Estaré de vuelta en un suspiro.

—Te esperaré.

El reciclador acarició su mejilla y jugueteó con el relicario que albergaba el sueño de ambos, aquel que había nacido cuando sus caminos se cruzaron y que, a partir de ahora, con cada día que pasase, tendría más de recuerdo que de sueño. Pronto, su pequeño cristal daría a luz a un nuevo mundo: no más recuerdos perdidos ni sueños aplastados por el maldito conformismo.

La Revolución de los Sueños estaba a punto de comenzar.



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