9. Malos despertares
Sin duda, la fórmula que utilizó Isabelle para preparar el brebaje fue distinta a la de Dominique, porque a lo largo de la noche, Jerôme tuvo varios despertares.
En el primero se vio en el sofá con Dominique acariciándole el cabello. Las voces del ladrón y su amiga llegaban distorsionadas y los párpados le pesaban tanto que no pudo abrir los ojos más de un llano parpadeo. Sin embargo, pese a que el dolor persistía, se sintió tan bien... De haber sido un dragolino, hubiera ronroneado y chispeado por los bigotes.
La segunda vez no hubo dolor, al menos no físico. Se enderezó un poco y vio a ambos amigos unidos por un abrazo, lo que por alguna causa desconocida lo incomodó. La cercanía que tenían el uno del otro le producía rechazo, quizá porque él jamás había experimentado ningún otro vínculo más allá de sus padres. Además, la frase de Dominique: «sé lo que tengo que hacer, tranquila» lo desesperanzó. Con ella dejaba claro su propósito de vender el sueño.
El aturdimiento del brebaje seguía presente. Aunque intentó no hacerlo, volvió a caer dormido sin que sus acompañantes se enteraran de que había estado consciente.
El tercer despertar fue el más raro de todos, para empezar, porque no reposaba en el sofá, sino en el suelo, sobre una alfombra mullida, rodeado de cojines y envuelto por los brazos de Dominique. En esa ocasión, fue la respiración del ladrón chocando contra sus pestañas la que le incitó a abrir los ojos. Permanecía sumido en un sueño pausado, completamente encarado a él, como si lo hubiera sostenido toda la noche, y se le escapaba un divertido silbido de la nariz que a punto estuvo de hacerle sonreír. Jerôme quiso separarse con cuidado, al hacerlo, Dominique lo abrazó con más fuerza y por temor a despertarlo y evidenciarse en esa situación tan violenta, dejó de insistir.
Por extraño que fuera, el hecho de tenerlo tan cerca le tranquilizaba, a su vez, le hacía sentir incómodo. Dulce incomodidad. El relicario quedaba entre ambos cuerpos y lo colmaba de una sensación cálida que aliviaba todas sus inquietudes. De nuevo, el costado dolió, aunque supo ignorar la molestia que le producía, quizá por la pesadez de los calmantes o por lo injustamente a gusto que se sentía.
Acarició el relicario, cerró los ojos y se dejó embriagar por la modorra que lo mantenía preso hasta que, sin pretenderlo, volvió a dormirse. Horas después, el sonido de un gramófono se llevó el silencio y, a decir por la luz que penetraba por las ventanas, también la noche.
Se incorporó dolorido y con frío. Al poco descubrió a Dominique preparando el desayuno mientras cantaba y bailaba claqué. Le pareció divertido hasta que entró en juego una voz femenina a la que acompañó Isabelle, a la par que bajaba las escaleras como si tuviera una gran alfombra roja a sus pies.
La embarazada olisqueó el desayuno y besó al ladrón en la mejilla.
—¿Por qué estás tan contento? —le preguntó.
—¿No puedo estarlo? —replicó él, con las comisuras estiradas hasta el infinito—. Tengo que pedirte un favor, Bell: necesitaré que lleves a mi invitado al dirigible.
—¿No será mucho más rápido que lo lleves en avioneta?
—Tengo un asunto pendiente. Cuando vuelvas lo entenderás.
Sin darle tiempo a resolver dudas, la cogió de la mano y ambos siguieron cantando y bailando por todo el habitáculo como si la casa fuera una gran pista de baile. Parecían diseñados para estar juntos, o eso decían la soltura y la confianza con la que se movían y las miradas de complicidad que se dedicaban entre giros.
Jerôme se cubrió la cabeza con el cojín más grande que tuvo a su alcance. Él, que detestaba la música y que la única ocasión en la que había bailado, si es que contaba cómo bailar, fue una vez que tropezó y logró no partirse los morros. ¿Por qué estaban tan felices? Eran esclavos que bailaban, se divertían y tenían a alguien que les besaba por las mañanas. ¿Por qué él no podía tener nada de eso? Jerôme solo trabajaba, trabajaba, trabajaba... ¿Para qué? ¿Para no tener nada? No era justo. Él también se merecía...
De nuevo se vio asediado por un latigazo de dolor, tan intenso que se le cortó el aire, y respondió con un gruñido. Apretó los párpados, intentando dejar la mente en blanco hasta que se le pasara. Al mirar, Isabelle y Dominique lo contemplaban sorprendidos.
—¡Has despertado! —El ladrón le acercó algo de ropa ancha, junto con una infusión de pétalos púrpuras acompañada con tortitas de sirope—. Hora de recobrar energías —añadió con un guiño.
Jerôme dudó —¡a saber qué hierbas le habían echado esta vez!— pero olía muy bien, así que, tras vestirse, aceptó el manjar. No había terminado aún, cuando el bribón de Dominique tiró de su brazo y lo invitó a bailar.
¿Lo invitó? Se podría decir que lo obligó, porque antes de darse cuenta le había dado dos vueltas y un charlestón, para después aproximarlo hacia él como si tuviera intención de robarle un beso.
Jerôme tropezó y cayó hacia atrás con un sonoro mamporrazo en el culo. ¡Lo que faltaba! Los dos inseparables y mejores amigos bailaban en sintonía, por contra, él era torpe, y no... ¡no quería!
—¡Cómo podéis estar tan felices con la mierda de vida que tenéis! —gritó el reciclador.
La música se detuvo, y Dominique también. Su gran sonrisa se esfumó por completo.
—Lo siento —se disculpó, masajeándose el puente de la nariz. ¿Por qué había sido tan grosero? Dominique permaneció serio, casi parecía que su mente estuviera en otro lugar—. En serio... Lo siento... No quería decir eso.
No entendía qué le había pasado ni por qué se había comportado de esa manera. Él jamás pecó de malos modales, pero esa mañana perdió el control. Quizá fuera por el dolor, o que había vivido más emociones en dos días que en sus veinte años de vida.
Se levantó e intentó acercarse al ladrón, aunque no llegó a hacerlo: Isabelle se interpuso y le propinó un empujón seco.
—No vuelvas a hablarle así a Domi, no tienes derecho.
—Bell... No pasa nada... —murmuró el aludido.
—¡Sí pasa! Ayer no vendimos el sueño por él, ¡podría haberte pasado algo! Lo acogiste en nuestra casa; no has dormido por estar cuidándolo, ¡y ahora te habla así!
Aquella mujer defendía a su amigo como si fuera todo cuanto tenía en la vida.
—¡Ya he dicho que lo siento! —se defendió Jerôme a plena voz—. Ha sido una tontería, ¿no podemos olvidarlo?
—Puede que tengamos una vida de mierda —gruñó ella—. Pero es nuestra, ahora es nuestra...
—Lo es —reafirmó Dominique. Se asomó a la ventana y contempló el sol rojizo—. Hace un buen día, el dirigible será puntual.
Jerôme juraría haber visto lágrimas camufladas en los ojos del ladrón. Deseaba averiguar qué ocultaba. De pronto, sus bailes matutinos no le parecieron más que un paripé similar a cuando cantaba para que las pesadillas nocturnas no descubrieran sus preocupaciones.
—Nos vamos —le ordenó Isabelle.
—¿Cómo?
—Te vas a tu casa, ahora.
La mujer lo agarró del brazo y tiró de él hacia el exterior de la casucha. El reciclador buscó a Dominique con la mirada, todo estaba yendo demasiado rápido y no quería separarse así. El ladrón, en cambio, permanecía perdido para sus adentros sin importarle que su compañera se lo estuviera llevando a rastras.
—Suéltame, por favor —le rogó a Isabelle por enésima vez—. No quería...
—No te importa, Domi no te importa, solo un maldito sueño que ni siquiera es tuyo —lo abroncó ella—. ¿Tú nos llamas egoístas? —Ya ante la puerta de la furgoneta, la embarazada abrió y lo lanzó hacia dentro—. Sube, es hora de que vuelvas a donde perteneces.
Jerôme forcejeó. Ya no era conseguir o no el sueño: quería disculparse de corazón y... ¿quién sabe? Quizá ayudarlos. Ver desaparecer la sonrisa de Dominique fue doloroso y jamás podría perdonarse haber sido el culpable.
—¡Dominique! —lo llamó, pero el ladrón no asomaba a la puerta. Entretanto, la embarazada se impacientaba por momentos.
—¡Sube!
—¡Jazz! —clamó de nuevo, a la desesperada.
En ese mismo instante, la puerta se abrió y Dominique corrió hasta detenerse frente a ellos.
—¡Esperad! —exclamaba. Isabelle puso los brazos en jarra; por su parte, Jerôme suspiró aliviado y se dispuso a pedir perdón, Dominique no le dio tiempo—. Te dejabas la chaqueta.
Continuaba serio, con el aguamar de sus ojos cernido a la sombra de la angustia. Con cierta ternura, le puso la prenda sobre los hombros para, justo después, abalanzarse a los brazos de su amiga.
—Todo saldrá bien —aseguró.
Ella lo contempló extrañada. Sus labios se medio abrieron en una duda que jamás floreció porque Jerôme no quería rendirse.
—Dominique... Siento lo que dije... Supongo que desperté de mal humor, no quería ser cruel.
—No pasa nada, lo entiendo —concedió, cabeza gacha.
—Escucha, Dominique, esto no tiene por qué acabar así. Podemos regresar a la capital. Tengo ahorros, si os los doy, no necesitaréis vender el sueño.
El ladrón rio, aunque su risa no sonaba como otras veces, sino triste y vacía.
—Lo siento, Blues, pero ya has ayudado bastante a esta rana. Ahora tienes que ayudarte a ti mismo, valdrá la pena. Solo sé feliz. —Luego volvió a dirigirse a la embarazada—. Vuelve en cuanto despegue, no te expongas. —La abrazó con muchísima fuerza, demasiada, y susurró a su oído—: Prométeme que tendrás cuidado. Nayra te necesitará sana.
—Lo prometo. —Bell parecía confundida, como si tampoco le encajara algo en todo aquello.
Jerôme bailaba entre la pena y la rabia, más aún, al comprender que se estaban deshaciendo de él como quien se deshace de un lastre.
—Tomaste tu decisión —murmuró. El ladrón asintió—. En ese caso, supongo que esto es un «adiós».
—Eso me temo.
Rendido, dolido, frustrado. No le quedaban fuerzas con las que luchar, ni siquiera sabía si quería hacerlo. Ver brillar el sueño hasta hacerse realidad para iluminarlos a todos hubiera sido algo maravilloso, ya no sería posible.
Finalmente, se adentró en la furgoneta de Isabelle y se abrochó el cinturón.
Dominique no esperó a que el motor arrancase. Se quedó de espaldas y así debió permanecer un buen rato, porque cuando Jerôme observó una última vez a través de la ventanilla, pudo distinguir su silueta inerte, contrastando con el cielo rojo que dejaba atrás.
Nota de autora:
Parece que alguien despertó de mal humor. Espero que no le queráis dar una colleja a Jerôme, yo también ando con humor de perros cuando duermo mal XD.
¿Os habéis enfadado con él? ¿O le entendéis un poquito?
La historia esta casi terminada, a falta de los últimos capítulos y varias muchas correcciones, por lo que puede que, después de Semana Santa, aumente el ritmo de publicación. De hecho, si encuentro tiempo para corregir, os dejaré uno o dos más a lo largo del fin de semana (no puedo prometerlo, lo siento).
Quiero dar gracias de corazón a Balta_MR por sugerir dragolino en lugar de mininogrón (soy horrible para los nombres).
Y, hablando de nombres, hoy os quiero pedir ayuda...
Esta historia va contrarreloj y yo soy capaz de pasarme meses y meses pensando en el nombre perfecto (verídico). ¿Creéis que debería rebautizar los lugares que han salido? Sé que voy a querer hacer más historias en este universo (que por cierto, se llama Yurela), pero los nombres descriptivos siempre me han parecido más evocadores y fáciles de memorizar.
Os dejo un collage que he hecho con algunos escenarios. ¿Los reconocéis?
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