23. Trabajo en equipo

¡Había apuñalado a Blues! Por más que quiso resistirse, finalmente, Dominique no logró oponerse a las órdenes de su amo. Se maldijo por dentro, esperó encontrar la decepción en los ojos de ébano, mientras el tiempo se detenía en aquel maldito momento. Sin embargo, en ellos halló el perdón, la comprensión. «Siempre fue tuyo», le dijo. En cuanto sintió la calidez del relicario, la voluntad acudió a él como un gran pálpito que retumbaba en su cuerpo. Sostuvo a Jerôme entre los brazos, sin saber cómo, y huyó con él hacia lo que recordaba un sitio seguro.

¡Dominique Grobmaul! —se escuchaba retumbar por toda la mansión. Y cada vez que lo oía, el ladrón se veía abocado al impulso de ir con su amo. No pensaba ceder.

Tarde o temprano os encontraremos —canturreaba la muñeca entre risillas.

El cuarto en el que se ocultaban se asemejaba a la sala de un gran museo. El mobiliario tenía un toque rústico a la par que lujoso: cientos de sueños realizados decoraban techos y paredes, junto con diversas cadenas, relojes y otros relicarios, similares al del ladrón, que tintineaban entre ellos, formando una inquietante melodía. Si bien no había ventanas, la parte alta daba a un tragaluz de mosaico a través del cual se podían apreciar las sombras de los espectros que los buscaban.

Dominique no reparó en ello. De haber podido, estaría llorando, maldiciendo y conjurando contra sí mismo. Quiso sanarlo, detener la hemorragia, pero la voluntad momentánea se disipaba y le arrebataba el tacto sin que pudiera hacer nada, por lo que no lograba ejercer suficiente presión.

«Aguanta, Blues», quiso decir. Seguía sin tener voz, aun así, como si lo hubiera escuchado, el reciclador lo miró con los párpados entreabiertos y le acarició el rostro.

—¿Ha funcionado? —le preguntó con debilidad—. ¿Eres libre?

—Todavía no —contestó una voz intrusa—. Sabía que vendrías aquí, Grobmaul. Este era tu escondite cuando se te daba una orden que no querías cumplir. De haberlo sabido, el Joyero te habría matado hace mucho.

Al girarse, Dominique descubrió que Neo estaba en la misma estancia que ellos. ¡Aquel maldito les había descubierto! Rápido, se interpuso entre el emisario y el reciclador. Su archienemigo tenía tanto poder sobre él como el mismo Joyero y, ahora que había recuperado una parte de quién era, no pensaba darle tiempo de hablar. ¡Lo mataría!

—Él está con nosotros, Jazz.

—¿Jazz? —se mofó el emisario—. ¿Qué clase de apodo cursi es ese?

¿Que estaba con ellos? Dominique no entendió nada, aquello era impensable: el emisario fue quien lo convirtió en lo que era, su enemigo, el culpable de que todo se hubiera torcido. Incluso entre las sombras que seguían ceñidas a él, podía apreciar su maldad por debajo del sombrero, en contraposición al aura, ya no tan ingenua, de Blues.

—Así es —dijo alguien más. De nuevo, escuchó el sonido de la zanfona—. Gracias a Neo, no ha quedado ni una sola alma pensante en la mansión. También ha adormecido a todos los espectros con los que nos hemos cruzado —explicó—. Lo siento mucho, Jerôme.

—¿Qué lo sientes, capullo? —añadió una tercera persona, abalanzándose sobre el reciclador—. Bell os advirtió de que el plan era pésimo.

—Ruth —murmuró Jerôme, entonces—, ha funcionado, Dominique me salvó.

De pronto, las formas volvieron y el ladrón logró vislumbrar a Tristán y a la esposa de Bell. No sabía qué hacían ahí, todo aquello era demasiado confuso.

—Claro, después de apuñalarte. —Ruth abrió un botiquín de color oxidado y empezó a desinfectar la herida—. Estos blandengues insistieron en que no podíamos intervenir hasta que trajeras a Dominique de vuelta.

—Lo siento —repitió Tristán, visiblemente afligido—. Sabía que lo lograría, pero no pensé que...

¿No pensó qué? ¿Que sería después de apuñalarlo? No podía creerlo, Tristán siempre fue sensato. ¿Qué le había llevado a arriesgar al reciclador de esa forma? Su duda y consecuente enojo debieron hacerse visibles, porque todos se encogieron de hombros y Jerôme volvió a interceder:

—No lo culpes, yo conocía los riesgos. Me lo advirtieron, pero soy un cabezota. Nadie podía hacerme cambiar de opinión. —Hizo una pausa cuando Ruth vertió un líquido sobre su cuerpo. Frunció las cejas y luego, tras apretar los labios en una muestra de molestia, sonrió con dulzura—. Ha valido la pena, todo salió bien.

No era cierto, no había salido bien. Jerôme había resultado herido por su propia mano. ¿Cómo iba a olvidar algo así? ¿Y si le hubiera apuñalado en una zona más letal? ¿Acaso no eran conscientes del riesgo que habían cometido?

—Ha salido bien de milagro —añadió la doctora, que parecía estar leyéndole el pensamiento—. La pesa frenó la perforación. —Enhebró una especie de aguja corva y se preparó para empezar a coser.

—Con el cauterizador de vapor será más rápido —intervino Neo.

La doctora lo miró con las pupilas impregnadas de rabia.

—Prefiero el hilo, gracias. —Luego, volvió a dirigirse al pirata—. Este muchacho necesita reposo, no sale de una y se mete en otra. ¿Podemos sacarlo de aquí?

—¡No! —Jerôme intentó incorporarse, pero al primer aviso de Ruth, volvió a tumbarse—. No me iré hasta que Dominique sea libre de verdad —sollozó—. ¿Cuál es la siguiente parte del plan? ¿Cómo lo lograremos?

En esta ocasión, fue el emisario quien dio un paso al frente. Para ello se quitó el sombrero en una muestra de respeto que Dominique no recordaba haber visto en él. En cambio, sí reconoció el cabello rubio y se sorprendió de volver a ver el aguamar en los ojos de hielo.

—Debemos destruir la marca del Joyero. El problema es que está oculta entre sus recuerdos: debe olvidar.

El ladrón sintió de nuevo la caricia de Blues. Se acomodó como un dragolino a su vera mientras Ruth cosía la piel bronceada, ahora teñida de oro escarlata.

—No te preocupes, Jazz, casi no duele. Al final las pesas sirvieron de algo bueno, ¿ves?

Sus labios se curvaron en una sonrisa a la que Dominique acompañó, no muy convencido.

—No me hagas hablar —refunfuñó Ruth. Dio una nueva puntada, y añadió de cara al resto del grupo—. Hurgar entre los recuerdos del Joyero no parece una misión sencilla.

—Yo sé cómo hacerlo. —Jerôme se volteó hacia Dominique, con cuidado de no volver a molestar a Ruth—. ¿Podrías buscar en mi mochila, Jazz?

Así lo hizo. Apenas la abrió, descubrió una pequeña cajita que reconoció enseguida. Tal como esperaba, halló en ella a la usurpadilla. ¿Qué hacía Blues con ese gusano?, ¿no se suponía que lo había liberado?

—¡Qué obsesión tienes con ese bicho! —exclamó la doctora.

Entretanto, Tristán y Neo rebuscaban entre las paredes.

—Nunca podrás acercarte lo suficiente como para usarla —dijo el pirata mientras le mostraba un hermoso cristal a Neo. Tras escrutarlo con detenimiento, el emisario lo guardó consigo y Tristán prosiguió—. Utilizaremos el usurpador del Joyero.

—No hay recuerdo que sobreviva a su querida Dulcinea —agregó el emisario—. He despejado el camino al resto del equipo. Pronto estarán en posición.

En la cabeza de Dominique, poco a poco, las cosas adquirían sentido: la incursión a la Planta, el visitante misterioso, incluso la llegada del circo que mantenía al resto de esclavos fuera de la mansión: todo parecía bien calculado. No obstante, le dolía saber que habían utilizado a Blues como anzuelo para traerlo de vuelta.

Besó al reciclador en el cuello, le dolía verlo así.

—Déjame trabajar —protestó Ruth. Luego, la doctora se dirigió, de nuevo, a Neo y Tristán:

—Sí, estoy al tanto, lo que todavía no sé es cómo lograremos acercarnos al Joyero.

Tristán observó al ladrón, quien aún no disponía de una presencia completa: su tacto no era tacto y sus ojos eran etéreos.

Dominique asintió, podría hacerlo. No quería que nadie más se jugara la vida por él.

—No, Grobmaul —interrumpió Neo—. De esta parte, me ocupo yo.

Aquello no tenía sentido. Neo les ayudaba y se exponía así, ¿de forma gratuita? ¿Qué quería a cambio? ¿Acaso pensaba convertirse en el nuevo Joyero?

Su desconfianza se hizo palpable y se acompañó de un frío irritante que estremeció a todos los presentes.

—Calma, buen amigo. —Tristán jugueteó con su collar de perlas, liberó una de la cadena y la extendió—. Encontré esto en casa de doña Barroso, debí mostrártelo, pero ya te estabas convirtiendo y ni siquiera sabía a quién pertenecía. No lo supe hasta que lo conocí en persona.

Entre sus manos sostenía una perla del recuerdo de tamaño sencillo, lisa y con el brillo característico que solo poseían las más valiosas. Al contemplarla con detenimiento, el ladrón fue dueño de unos recuerdos que no eran suyos, pese a estar directamente relacionados con él. Fue como si las diapositivas de un cinematógrafo se proyectaran en su mente.

La primera imagen era la de un muchacho rubio y de mirada aguamarina abrazado a un bebé. Unos joyeros los separaban y arrojaban al mayor ante un usurpador. El pequeño huía de su destino con todas sus fuerzas a través de interminables túneles arenosos. En plena huida, sin saber cómo, aterrizó en los brazos de un ser sin ojos. Entonces, el fondo se volvió negro con una frase en tipografía blanca: «Que nadie sepa que el chico es tu hermano, ni siquiera él». A partir de ahí, las diapositivas cobraron velocidad hasta que Dominique logró distinguirse a sí mismo en aquel bebé, que crecía imagen a imagen, y a Neo, el protagonista de la película. En cada diapositiva lo veía cuidándolo, espantando pesadillas, cubriéndolo de sus travesuras, intimando con Bell y fantaseando con una posible fuga. De repente, aquellos recuerdos desaparecían bajo la sombra de una usurpadilla que ya había alumbrado a su único ojo. La oscuridad se pronunciaba a su alrededor. Lágrimas en miradas marinas. Láminas en negro. Palabras sin sentido. «Ahora que has dejado tu pasado atrás, tú serás mi hijo» era la última frase, seguida de la mirada envidriada del Joyero.

Era una sensación extraña. La perla del recuerdo le había regalado una muestra de un amor fraternal que apenas recordaba, pero que se sentía real. En cuestión de segundos, el ladrón revivió aquellos años que permanecían enterrados en algún rincón de su mente. Quería hacerle tantas preguntas... ¿Por qué nunca le contó que era su hermano? De haberlo sabido, todo hubiera sido distinto. ¿Cómo lo descubrió el Joyero? Dominique siempre pensó que Neo era uno de los suyos, criado desde niño, sin un pasado al que abrazarse. Se equivocaba. Recordó las veces que lo protegió, cómo lo cubrió cuando tuvo que robar sus primeros sueños, un trabajo que detestaba. También acudió a su memoria el día en que su compañero regresó con el gesto sombrío y declarando, con orgullo, su nuevo ascenso. Aquel fue el fin de su amistad, pues ni Dominique ni Bell entendieron a qué venía aquel cambio. Solo sabían una cosa: ya no podían confiar en él.

—No puedo recordarlo —le dijo Neo—. Un recuerdo extirpado no se puede recuperar de ninguna manera, pero sí contemplar. —Tomó la perla de manos del pirata y la acarició con cierta nostalgia—. Si Tristán no me la hubiera mostrado tras nuestra pelea, mientras perseguía a tu Dinier y a Isabellita, jamás lo habría descubierto. El Joyero me robó algo muy preciado y me moldeó a su antojo. Te aseguro que pienso hacerle lo mismo. —Luego avanzó hacia él con los brazos extendidos, como si de verdad anhelara aquel reencuentro.

¿Se suponía que debía abrazarlo? ¿Después de todo? Neo mantenía su voluntad intacta, sus decisiones eran suyas y los lazos de sangre no cambiaban nada de lo acontecido. Dominique reculó indeciso. El nuevo Neo poco tenía que ver con aquel muchacho al que había estimado: ahora era un traidor a los suyos, destruyó a varios de sus amigos, persiguió a Ruth, lo redujo a él. También fue la primera persona en lograr la plena confianza del Joyero. Incluso los espectros debían obedecerlo.

¿Todo aquello debía quedar atrás?

—Dominique —mencionó Tristán—, no siempre es necesario crear espectros para convertir a las personas en marionetas. Tienes un hermano, eso es lo que importa.

Continuó reculando. Había una verdad mucho más incómoda debajo de todo aquello: el odio que le tenía era fruto del Joyero. Dominique jamás se planteó que un borrado tuviera la culpa de ello. Se sintió culpable por cada segundo que invirtió en odiarlo, de la misma forma que se sintió culpable por ser incapaz de emocionarse ante aquella revelación.

—No espero que me perdones. —Neo bajó los brazos—. No ahora, pero lo que somos no se puede cambiar. —Luego, metió la mano en el interior de un macuto y sacó de allí la chistera que Tristán le había dado a modo de despedida—. Creo que esto es tuyo, lo llevabas el día en que llegaste convertido en espectro. Tómalo como una ofrenda de paz.

Finalmente, Dominique asintió despacio. Ya tendría tiempo de lidiar con todo aquello. De alguna forma, aquel sombrero le traía una parte de sí, un signo de su personalidad que lo reconfortaba y aliviaba su tormento. Orgulloso de su viejo atuendo, buscó a Jerôme para presumir ante él.

—Te queda muy bien, bocachancla. —El reciclador estaba muy despeinado, algo sudado, y sus ojos de ébano permanecían fijos en él. Dominique se inclinó a su lado.

—Lo siento —logró decirle en un gran acopio de voluntad.

—Estará bien —aseguró Ruth, algo seca.

Dominique comprendía que la doctora le guardara rencor. Tarde o temprano debería enfrentarse al daño que le había causado. Delatarla fue el único modo de protegerla, de no haberlo hecho, Neo la hubiera capturado y asesinado, pues él los estaba esperando. Sin saberlo, al buscar aquellas reliquias, habían caído en su trampa.

La culpabilidad ardió de la misma forma que el rencor lo hacía en los ojos de Ruth.

Dominique acarició el relicario, le daba fuerza, gracias a ello logró reunir más voluntad con tal de disculparse con ella. La doctora tan solo apretó los labios.

—Si no te hubiera delatado —intervino Neo—, yo mismo te habría matado. No tenías escapatoria.

—Eso no me devuelve los meses que pasé en la cárcel. —Más que molestia, lo que Dominique halló en su voz fue la frustración que acompaña al tiempo perdido.

—¿Hay algo más que quieras decir? —le animó Tristán.

Dominique asintió. Luego, abrió el relicario y le mostró el sueño a Blues. Sí, tenía ganas de hablar, de ser él mismo; de volver a su fachada pícara y arrancarle un bailoteo a su compañero.

—Se podría decir que este sueño es nuestro hijo, ¿no, boquita linda? —pronunció, y le divirtió escucharse a sí mismo. Por ególatra que pudiera resultar, añoraba su propia voz.

El reciclador se sonrojó al instante y observó en derredor para cerciorarse de que los demás no lo habían escuchado —que sí lo hicieron, porque Neo resopló y se masajeó el puente de la nariz, Tristán contuvo una sonrisa y Ruth miró al techo con los ojos en blanco.

—¿Nu-nuestro qué? —tartamudeó.

Dominique quiso decir algo más, pero el Joyero volvió a llamarlo y su rostro parpadeó en la sombra que aún era.

—Supongo —añadió Blues—. Si es así, debemos luchar por él hasta el final.

Jerôme pronunció esas palabras para traer su voluntad de vuelta, sin embargo, estaba en lo cierto. El sueño ya era de ambos y debían cumplirlo: era su misión, aquello que los había unido y una razón de peso para resistir. Se inclinó sobre él y lo besó de nuevo, despacio. Tenía la sensación de que si apuraba podía sentir su sabor, más que la ilusión de lo que sus labios ya habían probado, aunque el tacto seguía sin estar presente, así como no lo estaba ninguno de los otros sentidos. Evocar el recuerdo era cuanto tenían en ese instante.

De pronto, el intercomunicador de Ruth empezó a sonar, dando paso a la voz de Bell.

¡Dile a Neo que estamos en posición! —exclamaba—. Tenéis que actuar ya, podrían descubrirnos en cualquier momento.

¿Cómo que «estáis»? No deberías haber venido, cielo...

—Tú eres mi esposa y Dominique es mi mejor amigo. ¿En serio quieres discutir eso ahora?

La comunicación se cortó y la risotada de Grace se hizo presente entre las paredes. Los relicarios se agitaron y el tintineo que producían se tornó violento.

Ya sé dónde estáis —canturreaba.

—Llegó la hora. —Neo se puso en pie y se dirigió hacia Dominique—. Sumérgete en letargo profundo, hermano.

¿Letargo? ¿Por qué? No, él quería enfrentarse al Joyero, no que otros arriesgasen la vida por él. Se aferró con una mano al sueño y con la otra a Blues, después, negó varias veces.

—Por favor —pidió el reciclador—. Puede convertirte en su arma.

Pero Dominique no quería. Deseaba que se largaran de allí para enfrentarse él solo al maldito bastardo.

De repente, Neo le arrebató el relicario en un gesto veloz. Dominique no tuvo tiempo de reaccionar.

—Sumérgete en letargo profundo —insistió Neo—. Es una orden.

Con infinita frustración cedió su voluntad al emisario. Justo después, Neo le dio el sueño a Jerôme, extrajo su intercomunicador y lo activó:

—Los tengo. —Apenas colgó, varios espectros irrumpieron en la sala—. ¡Apresadlos a todos! Nos vamos a la sala del Olvido. 


Nota de autora:

Ya casi estamos: solo quedan dos capítulos y el epílogo. 

¿Os esperabais que Dominique y Neo fueran hermanos? Había dejado algunas pistas, aunque igual estaban muy ocultas. 

Espero que no se os haya hecho pesado el capítulo, soy consciente de que lleva bastante información y, además, es muy tranquilo, claro que los últimos vienen con bastante acción y con poco tiempo para contar estas cosillas. 

¿Se os aclaró alguna duda? 

Como siempre, muchísimas gracias por leerme. Quiero dedicar este capítulo a AndreaRomei4: gracias por tomarte la molestia de leer todas mis historias. 

Intentaré actualizar de cara al viernes, a lo sumo el sábado. ¡Un abrazo!


Edito: Cuando se lee con tanto tiempo de por medio, es habitual que se pierdan algunas pistas. ¿Recordáis el momento en que Tristán le mostró el recuerdo a Neo? Fue mientras huían hacia la ciudad, durante el parto de Bell. Parece ser que esa pista quedó algo enterrada por la acción que la rodeaba y por el tiempo que ha pasado desde su publicación (creo que fue hace más de dos meses). Pido disculpas si me pasé de sutil. A mí, personalmente, me gusta mucho que las pistas pasen desapercibidas y que se reactiven después, pero también me gusta buscar pistas de aquellas que se encienden con las relecturas.  Tampoco es lo mismo leer de golpe que leer con tanto tiempo de por medio, por ello, he agregado un par de párrafos a este capítulo para que las conexiones sean más evidentes. Espero que así se entienda todo un poco más. Si no es así, no temáis decírmelo. Prefiero editar mil veces a entregar algo que no esté correcto. ¡Muchas gracias!

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