1. El Ladrón de Sueños
Trabajar en la Planta de Reciclaje de Sueños no era lo que Jerôme consideraba un trabajo alegre, aunque, al fin y al cabo, era un trabajo tranquilo y le permitía cierta emancipación.
Estaba alejada de la ciudad, por lo que fuera del recinto la misma empresa disponía de unos edificios, no muy altos, con diminutos apartamentos para sus trabajadores. La Planta de Reciclaje, en cambio, sí era muy alta y su fachada se componía de pequeños ladrillos ocres que desaparecían bajo cientos de enredaderas. Las vidrieras, cóncavas, tejían diversos colores y cada una de ellas daba a una terraza enmarcada con balaustradas de cristal purpúreo.
Sus padres le consiguieron ese trabajo. «Te viene como tornillo a tuerca», dijeron. Era aburrido, solitario y tedioso, todo por partida doble, porque Jerôme hacía dos turnos: al ser joven, debía aprovechar el momento para ahorrar al máximo y convertirse en alguien de provecho, tal como le habían inculcado. Aunque ¿qué gran futuro de provecho podría haber en ese lugar?
Jerôme, en ocasiones, se preguntaba si alguno de los anhelos de su infancia estaría ahí, reconvertido en polvo y listo para originar sueños nuevos. Soñar nunca se le dio bien y ni su linaje ni su trabajo inspiraban a ello: la cantidad de polvo de sueños rotos que llegaba a la Planta siempre era superior al número de sueños reciclados que surgía de ella.
El sonido de una gran campanada anunció el final del descanso. Jerôme echó un último vistazo a la luna, que aquella noche se alzaba grande y roja, se puso las gafas de protección y volvió al interior del habitáculo laboral. Una vez dentro, abrió un nuevo paquete de polvo de sueños rotos, lo introdujo en el embudo de la máquina y empezó a darle a la manivela. Mientras trabajaba, el ruido de metal oxidado le irritaba los tímpanos, al igual que el de una gotera, no muy lejana, que nadie se había molestado en arreglar y cuyas finas gotas caían rítmicamente sobre el suelo de granito.
El primer sueño reciclado tardó unos minutos en crearse y, para variar, sus colores lucían apagados. Eso era lo que menos le gustaba: los sueños reciclados carecían del brillo de los sueños nuevos y solían ser mucho más frágiles. Y cuanto más reciclado era un sueño, más se ceñía a él la sombra del conformismo.
Todo estaba tranquilo. Aquella prometía ser otra interminable rutina en la que hacer el mismo trabajo una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... Sin descanso.
Hasta que sucedió algo extraño: sintió una pequeña brisa tras la cual parecían ocultarse unos pasos. Se dio la vuelta para comprobar que no había nadie detrás. Por fortuna, seguía solo, aunque por alguna extraña razón se sintió observado. Suspiró y volvió a sentarse frente a la recicladora.
A veces, la soledad podía turbar las mentes más fuertes.
De pronto, la máquina empezó a temblar y Jerôme tuvo que hacer un gran esfuerzo en darle a la manivela. Parecía que se hubiese atascado. El sudor se le escurrió por la frente y sus mejillas se hubiesen vuelto rojas como tomates de no ser por su color bronceado, pero la maldita manivela seguía atascada. Ya iba a rendirse y pedir ayuda a los de mantenimiento cuando, tras un último esfuerzo, salió el sueño reciclado. ¿Reciclado? No, no parecía reciclado, ni siquiera nuevo. Tenía una forma perfecta, tallada con el cariño que solo la constancia y la juventud unidas podían otorgar. Cada recoveco brillaba con pasión e incluso su luz traspasó los vidrios de las gafas. También resultaba más grande de lo habitual. Era único —¡una auténtica obra de arte!— y Jerôme lo había visto nacer.
Lo tomó entre sus manos y se dejó hipnotizar por su candor y calidez. Transmitía cientos de sensaciones agradables, desconocidas para él, que correteaban por su cuerpo y le hacían vibrar en distintas tonalidades. Ni los sueños puros podían estar a su alcance.
—Es maravilloso... —pronunció asombrado.
—Desde luego que lo es. ¿Habías visto alguna vez algo tan bello?
—Nunca...
Contestó sin fijarse en quién hablaba con él, y no fue hasta que unas manos de pianista le arrebataron el cristal que se dio cuenta de que no estaba solo. Salió del embrujo que le había seducido y se giró sobresaltado.
Tras él, un tipo alto, con ropas oscuras y una melena dorada y ondulada que caía sobre sus hombros, contemplaba el cristal a través de unas gafas de aviador.
—Todos mis problemas terminarán gracias a este pequeño. —Tiró el sueño al aire como si fuera una pelotita, lo cogió al vuelo y le dio un beso—. ¡Gracias!
El ladrón huyó hacia el ventanal y Jerôme, que recién se hacía cargo de la situación, lo persiguió.
—¡Espera! ¡No puedes llevártelo! —Lo agarró del brazo y tiró tan fuerte que ambos cayeron al suelo, el intruso encima de él.
Sus ojos eran tan grandes que podía distinguirlos a través de las lentes y su boca era más alargada de lo común.
—A mí también me gustan tus labios —le aduló el intruso. Jerôme se asustó y, sin darse cuenta, lo soltó y reculó avergonzado, momento que el ladrón aprovechó para ponerse en pie—. ¡Aunque tendré que probarlos en otra ocasión!
Volvió a huir hacia la balconada y Jerôme, que se sentía como un idiota, de nuevo corrió tras él.
Había oído hablar de los ladrones de sueños, aunque nunca había conocido a ninguno, pues los sueños reciclados no solían estar bien pagados. No entendía qué hacía aquel tipo ahí, mas no pensaba permitir que se saliese con la suya.
Fuera, un aeroplano calentaba motores y el intruso ya estaba a punto de despegar.
Jerôme se extrañó de no escuchar el sonido de las hélices que deberían haberle alertado a él y al resto de trabajadores. Intentó obligarle a detenerse, se lo gritó una y otra vez, pero cuando lo alcanzó, el vehículo ya estaba elevándose.
Hasta aquel entonces, Jerôme jamás había hecho locuras. Siempre fue un chico responsable, sensato, con un sentido de la obligación y el deber innatos —o eso creía—. Sin embargo, ahí y en ese momento, todo estaba a punto de cambiar. No pensó, no dudó, se dejó llevar por algo en su interior y saltó sobre la avioneta, quedando completamente colgado de los aerodeslizadores.
Las alarmas de la empresa rompieron el silencio con estridentes pitidos que advirtieron del robo a los equipos de seguridad, no obstante, aquel cacharro era muy rápido y no tardaron en dejar el molesto sonido atrás. El joven se encaramó con todas sus fuerzas, con los párpados apretados y desgarrándose la garganta de tanto chillar.
—¡Abre los ojos! —le advirtió el ladrón. Jerôme hizo caso omiso, se aferraba a los hierros como un koala a su madre, ¡estaba convencido de que iba a morir! ¿Por qué se le había ocurrido hacer algo así? ¿Quién le reemplazaría en su puesto? O, peor, ¿le culparían a él?—. ¡Abre los ojos, que te vas a matar!
El vehículo se detuvo en el aire, pero el viento de las hélices le continuó golpeando la cara y sabía que se encontraba a gran altura.
—¡No puedo morir! —rogó.
Entonces, algo le rozó la mejilla. Elevó los párpados muy despacio, los volvió a cerrar enseguida y reunió valor para volver a mirar. A su lado había una escalera de cuerda.
—¡Sube, cabezota! —El ladrón le hizo señas desde la cabina. Jerôme trepó, aguantando la respiración, y cuando llegó al habitáculo se dejó caer sobre el asiento e intentó recuperar el aliento—. El cinturón.
—¿Qué? —Aún se estaba reponiendo y no alcanzaba a procesar qué le decían.
—Que te pongas el cinturón. —El piloto bajó el techo de la cabina y aceleró.
Jerôme obedeció raudo. Luego, respiró profundo y dejó que el oxígeno nutriera cada parte de su cuerpo. Viviría.
—¡Casi me matas! —clamó entonces.
—¿Yo? ¿A quién se le ocurre saltar sobre una avioneta en marcha?
—¡Robaste el sueño!
—¡Te acabo de salvar la vida!
Aquello era un hecho innegable. Si el intruso no le hubiese ayudado, en esos instantes su cuerpo no sería más que un estucado en el paisaje. Se resignó en silencio y se cruzó de brazos.
—¿Y qué debo hacer contigo ahora? —reflexionó el ladrón.
—Devuélveme el sueño y me iré.
Sus ojos eran azules y, aunque se esmeraban en mirar al lugar al cual conducían, se encontraban continuamente con él.
—Lo necesito —le contestó serio.
—No te pertenece. Es el sueño de alguien... Y si te lo llevas... —Le tembló la voz. No quería ni pensar en ello. Recuperaría el cristal sí o sí.
Trabajar en la planta de reciclaje le había arrebatado la poca fe que le quedaba en la magia, pero ese cristal lo cambiaba todo: era una luz de esperanza, de vida, una paleta de vivos colores que alguien había creado tras la muerte de un sueño; algo que no había sucedido nunca, un milagro. No estaba dispuesto a permitir que perdiese su brillo.
Nota de autora:
Espero que no tengáis ganas de matarme XD En una hora o dos colgaré el siguiente capítulo.
¿Os ha parecido demasiado infantil? ¿Tenéis ganas de saber más de los personajes? En un ratito os presento a nuestro ladronzuelo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top