IV




Liona se aferraba a la cabeza, sujetando su cabello, al menos seguía teniendo cabello. Se arrancó esa peluca grisácea y la arrojó lejos, dejando al descubierto su corto cabello castaño, aquel que había cortado para poder asemejarse a los hombres y trazar su plan con tranquilidad. Comenzó a tironear de ellos, lastimándose el cuero cabelludo, pero Lodovico parecía intentar mantenerla tranquila y estable, intentando que su piel no se dañase más y que la sangre cesara, pero Liona continuó golpeándolo, culpándolo por haber perdido su rostro, que aunque no era agraciado, no era bello, no era espectacular, era su rostro, era de ella. Era ella.

Lodovico la sujetó de la mano con fuerza y comenzó a tironearla, llevándola a trompicones, pero ella no podía ver por dónde caminaba, solo tropezaba cual niño que da sus primeros pasos ante cualquier objeto que se cruzase en su camino.

Tras ellos, en el bullicio de la gente, podía oírse la música, los gritos y aromas que ella ya no podía disfrutar. Liona podía asegurar que ella no sería la única en esa noche que perdería el rostro.

Sintió que su cuerpo se desbalanceaba, su instinto la llevó a pensar que se encontraba sobre una góndola. Se preguntó cómo era que Lodovico podía ver sin ojos, pero terminó por suponer que se debía a la experiencia que le brindaron esos cinco años sin ellos.

¿Por qué no adelgazaba si no ingería alimentos? ¿Por qué no moría si no podía respirar? ¿Por qué no caía en la locura sin poder comunicarse?

Nada tenía sentido, jamás lo tuvo pero había mantenido siempre la esperanza de algún día encontrar las respuestas a sus incertidumbres.

El extraño gondolero de sonrisa perversa los guiaba hacia algún lugar, ella no podía hablarle, no podía guiarlo y no podía verlo, era algo bueno que había sacado de aquel horrible incidente: no poder ver la pútrida sonrisa del gondolero. Se preguntó, entonces, hacia dónde se dirigía. Intentó oír, buscó tranquilizarse y bajar la intensidad de sus pálpitos. Pálpitos. Apoyó su mano en el pecho, sintiendo los latidos de su corazón, sintió el deseo de sonreír si tan solo tuviera boca como para hacerlo, y sintió el deseo de llorar al saber que nunca más podría hacerlo. Estaba viva, eso era lo importante, pero aquellas preguntas sobre su identidad se arremolinaban entre sus pensamientos, confundiéndola cada vez más.

«El Ladrón tu rostro ha robado,

La identidad te ha quitado,

Y a la locura el terror te ha llevado,

¿Quién soy?

¿Quién soy?

¿Quién soy yo?

Forjador, ayúdame por favor,

Quítame el dolor,

No me dejes la locura,

Dame un rostro nuevo,

Dame un nuevo yo.

¿Quién soy?

¿Quién soy?

¿Quién soy yo?

Por favor,

Solo he sido engañado

El Ladrón me ha robado...»

Las canciones del gondolero solo conseguían empeorar ese pánico en ella, y la risa del mismo solo la hacía querer llorar con más fuerza, en una agonía sin final.

Se preguntó cómo Lodovico pudo mantenerse tan tranquilo ante la oscuridad constante y el silencio eterno.

Tardaron un rato antes de descender de la góndola, la noche seguía en su apogeo o eso pudo notar ella por la tranquilidad, aunque a lo lejos aún podía oírse el bullicio del carnaval.

Las callejuelas y pasillos estaban iluminados por faroles callejeros, pero aún con esa luz, sumándole la luz de la luna, Liona no podía ver nada. Se aferraba con firmeza al brazo de su compañero, quien no parecía tropezar ante nada, caminando firme y seguro. No sabía hacia dónde era que lo estaba llevando, le intimidaba desconocer dónde se encontraba o hacia dónde se dirigía, pero aunque Lodovico la había traicionado, por alguna extraña y desconocida razón seguía confiando en él, confiando en poder seguir el plan de recuperar su rostro, de recuperar ambos rostros.

Ella no llevaba siquiera una hora sin su forma facial y ya sentía que caería en la locura. No lograba entender, y buscaba distraerse al imaginarlo, cómo fue que él pudo soportar cinco años de esa forma, cinco años sin poder ver a su alrededor, sin comunicarse, sin tener una identidad. Para poder comunicarse, Lodovico siempre se las ingeniaba dibujando en la tierra con varillas, escribiendo a pluma, y así había sido como pudo darle a conocer su nombre.

Las personas se encontraban en los festivales, así que pocas personas estaban en ese momento en sus hogares o en las callejuelas, por lo que el camino era inhóspito.

No supo cuánto tiempo pasó, todo era extraño, no podía distinguir aromas o sonidos, no podía reconocer dónde estaba, hasta que un asqueroso hedor a cera vieja, a pomadas y tintas, a humedad y podredumbre, llamó la atención de Lodovico, mas Liona no podía distinguirlas.

Ella quiso hablar, la falta de voz o medios para expresarla hizo que algo dentro de ella se rompiera; llevó sus manos hacia su cuello, ansiando oír su propia voz, temiendo nunca más poder oírse a sí misma, nunca más ver su reflejo.

Una voz resonó en el lugar, ronca y pausada, tenebrosa. A Liona se le heló la sangre, su piel se erizó y pudo sentir un escalofrío recorrerle su espina dorsal. Una criatura se acercaba a ambos, pero ella no podía verla. Era un ser incorpóreo, una cosa, un conjunto de humos y tintas descoloridas, no era negra como el Ladrón de Rostros, era como si su oscuridad se hubiera desgastado con el tiempo. Líneas parecían verse en un tono grisáceo claro sobre sus manchas grises que aparentaban células o coágulos danzando entre su piel traslucida. Liona no supo a dónde huir, qué hacer, pero la criatura estiró su mano hacia el rostro de ella, clavando sus derruidas uñas en el contorno de su rostro, tal y como aquel otro ser había hecho antes de arrebatárselo.

—¿Quién eres? —dijo la criatura.

Soy Liona. Quiso responderle, mas ningún sonido se efectúo en el lugar, sin embargo, por alguna extraña razón, la criatura parecía poder oír su voz inexistente.

—¿Quién es Liona?

Liona soy yo. Yo soy Liona y Liona soy yo. Yo soy yo.

—¿Tú eres tú?

Yo soy yo.

—¿Puedes asegurar que en verdad seas tú?

¡Mis recuerdos lo demuestran! Las personas somos una unión de memorias y experiencias. Lo vivido me volvió lo que soy.

¿Y cómo sabes que tus recuerdos no son una farsa? ¿En verdad existes? ¿En verdad eres Liona? ¿En verdad tuviste rostro alguna vez?

La criatura apoyó su rostro grisáceo en el de ella, clavando agujas de tinta en las formas que bordeaban su cara, esperando una respuesta. Oía dudas, confusiones e incertidumbres. Palabras indescifrables entrelazándose, formando un conjunto de ideas inconclusas y sin sentido. La criatura pensó abandonarla, un ser irracional como ella, caída en la desesperación, sumergida entre sus propios miedos, no podía ser ayudada.

Yo soy yo, y soy yo por lo que recuerdo. Con o sin rostro, yo existo. La prueba de que existo es que estoy acá, y si no estoy acá y yo no existo, entonces tú tampoco existes.

La criatura se detuvo por unos instantes, deshizo esas agujas de tinta gris que la sostenían y se alejó, tomando una forma humanoide que dejaba un rastro líquido y baboso en el suelo. El ser se sentó ante una larga y delgada mesa. Sus movimientos eran erráticos, trabados, como si se detuviera un segundo para efectuar cada pequeño movimiento de sus músculos. Torcía y sacudía lo que sería su cabeza de una forma casi espasmódica, emitiendo extraños sonidos hasta que metió sus largas manos en barro y cerámica, comenzando a moldear y moldear.

Liona no podía verlo. Buscó con sus manos a Lodovico, siendo encontrada por este en el camino, evitándole la desesperación de encontrarse sola. La sujetó de la mano y la guio hasta esa vieja criatura que se dedicaba a moldear y moldear.

Si Liona hubiera podido ver a su alrededor y si hubiera estado entre sus posibilidades el gritar, lo habría hecho al ver miles de rostros sobresaliendo de las paredes, decorando esa extraña habitación iluminada por la luz de las anchas velas de iglesia. La cera de vela caía y resbalaba por sus contenedores, ensuciando el suelo y las mesas, los pobres adornos de orfebrería, pequeños regalos de aquellos sin rostro a quienes les forjó una nueva identidad.

—El silencio es una bendición, niña, deja tu mente quieta, que la distracción en mí acarrea la desesperación, y la desesperación en mí trae consigo tu final —dijo la criatura, sumergiendo sus manos aún más en el barro.

Liona se sobresaltó. No sabía cómo él podía oír sus pensamientos, pero al oírlo quejarse por lo bajo, intentó mantener su mente tranquila.

¿Cómo hacerlo, cómo evitar pensar? Pensar es inevitable, todo ser racional puede pensar, porque en el pensamiento es donde está la libertad. Si no le permiten pensar, ¿en qué se convertirá? Sin identidad, sin rostro, sin libertad, ¿qué sería más que una cosa inútil ocupando un espacio en el mundo?

—Soy el Forjador de Rostros —dijo la criatura con su ronca voz y sus erráticos movimientos—, soy quien puede darte un rostro previo, una simulación, una mera imitación humana, pero nunca he de darte un rostro real, nunca he de devolverte tu identidad, porque solo quien te ha arrebatado a tu yo es quien puede devolvértelo.

¿Por qué me ayudas? Quiso preguntarle.

—Aquel que ha perdido su rostro y es tentado por la locura y los demonios, recorrerá el mundo en busca de aquello que le fue arrebatado. Aquel que ha perdido su rostro y logra mantenerse firme ante la adversidad, recorrerá el mundo creando y cediendo aquello que le fue arrebatado.

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