Capítulo 8
Todos sus músculos dolían. Se dijo que era a causa de no haber elongado la noche anterior tras la pelea, las películas nunca mostraban las consecuencias del ejercicio físico sin una buena elongación luego, pero sabía que estaba mintiendo. La pesadilla había sido incluso peor. Un torbellino de oscuridad, metal chirriando, sus venas ennegreciéndose, su padre pidiéndole que fuera una buena niña mientras se desangraba, el cuerpo su madre volviendo a la vida para reclamarle por no ser una agente una vez que ella había vuelto a juntar sus piezas, Nix sonriéndole con crueldad al decirle que no había nada de malo en unas cuantas muertes.
Había tomado un cálido baño y preparado una taza de té, y aun así no lograba ignorar el vacío en medio de su pecho o dejar de sentir las lágrimas ya secas sobre sus mejillas. Sentada en el borde de su habitación, observando unos pocos copos de nieve caer desde el cielo gris del anochecer, solo podía culpar al estrés del cambio.
Pip se encontraba a unos cuantos metros, practicando con un cuchillo de madera mientras Key la supervisaba y gritaba algunas correcciones en su postura. Ajustó la manta a su alrededor y aspiró el cálido aroma del té de jazmín. Necesitaba descubrir quién había encargado su caja de té y dónde, solo para asegurarse de tener con qué reponer cuando los sobres se acabaran. Arata había dicho que seguro habría sido alguno de los ancianos, Key no sabía cómo acercarse a alguno de ellos para preguntarles, no cuando todos los trataban como eminencias y les daban su espacio.
Cuando la bruja apareció a su lado, Key ni siquiera parpadeó. Después de todo, ella le había pedido de reunirse. Llevaba su bata blanca, lucía casi humana con su largo cabello negro suelto y un sweater rojo debajo, pero la marca en su cuello era imposible de pasar por alto.
—Gracias por venir —dijo Key y movió su cabeza para señalar el lugar vacío a su lado—. Puedes sentarte.
—No tenía alternativa, Feza-sama —respondió ella.
Se sentó a su lado, una pequeña tetera de cerámica que Key había tomado prestada de la cocina entre ellas. Le sirvió una taza con el mismo cuidado y ceremonia que solía mostrarle a su padre todas las tardes mientras él pulía su katana. Él le había repetido la importancia de la tradición, y cómo el té ayudaba a conectar con todos, incluso quienes estaban lejos, al saber que todos estaría haciendo lo mismo.
—Key está bien, no hay necesidad de tanta ceremonia —dijo entregándole su taza—. Podrías haber dicho no.
—Hay un precio por vivir con el clan Feza —respondió la bruja.
Su rostro era precioso, sus ojos demasiado fríos. Así era como Key había aprendido a diferenciar a los brujos de los humanos de niña, su madre le había enseñado. Podían lucir exactamente iguales, pero había algo en la mirada de los brujos, la dureza que solo se ganaba por demasiados horrores vividos, como para notar que no eran de este mundo. Habían pasado por una brutal guerra civil, huido de su hogar a un lugar desconocido, dejado atrás a seres queridos...
—No sé tu nombre —admitió Key.
—Ayra —dijo ella y bebió un sorbo—. Haces un buen té.
—Mi padre me enseñó —Key suspiró, volviendo a fijarse en Pip—. Desconozco cómo sea tu trato con los demás, pero yo no juego por sus reglas. Eres libre de aceptar o negar reunirte conmigo si te lo pido, no me ofenderé. No me debes nada, del mismo modo que yo no te debo nada. Así es cómo me manejaba con los brujos que tenía a cargo en Washington. Confío en que respetas las reglas y te comportas, mientras cumplas no podría interesarme menos lo que hagas con tu vida excepto que necesites mi ayuda en algo. Quiero que disfrutes de tu vida aquí, que vivas.
—Palabras de una cría que desconoce tal cosa como el sufrimiento —dijo Ayra con frialdad y Key sonrió.
—Me gusta cuando los brujos se sienten en confianza conmigo como para responderme de ese modo —Key bebió un sorbo de su taza—. No, ciertamente no sé por lo que han pasado. Del mismo modo que tú no sabes por lo que yo he pasado. Nadie puede juzgar el sufrimiento del otro basándose en el propio, cada uno siente de un modo distinto. Lo que para mí es un horror, para ti quizás no lo es, pero eso no significa que yo sienta menos. Seguirá siendo un horror para mí.
—Suenas del tipo que le gusta conversar.
—Siento que tu tipo tiene mucho para enseñarme. Me gusta hablar con ustedes para aprender más y entender su punto de vista. Solía juntarme con Seito al menos una vez por semana, disfrutaba nuestras charlas. Creo que las extraño.
—Dudo que me hayas llamado para llenar ese vacío —Ayra miró con desinterés a Pip—. ¿Qué hace?
—Practica. Le enseñé unos movimientos, y le dije que no le enseñaría más hasta que no los perfeccionara —respondió Key.
—Debería practicar su magia —dijo Ayra.
—Ella me pidió un arma. Dice que quiere ser agente.
—Ridículo —Ayra bajó su taza sin ocultar su ceño fruncido—. ¿Y tú la incentivas?
—No lo creo apropiado, pero no se lo negaré —dijo Key mirando a Pip—. A mí también me dijeron que no debería ser agente. No quiero que ella pase por eso. La Agencia jamás tomaría a una bruja, pero si ella quiere entrenar, mejor si lo hago yo y la superviso, a lo que podría hacer por su cuenta o si recurre a otro que quiera aprovecharse.
—Eres extraña, Feza Keira —comentó Ayra mirándola.
—No es la primera vez que lo escucho.
Sabía que la bruja no la estaba mirando a ella, sino a su apariencia. Ayra llevaba suficientes años en el mundo humano como para saber que el albinismo no era lo mismo que un besado por la luz, muchos brujos lo sabían, y aun así Key no podía evitar sentirse observaba por ellos, como si intentaran comprender qué era lo que había de diferente más allá de la magia.
—Gracias por el té —dijo Ayra finalmente.
—Calienta el corazón y facilita los lazos —respondió Key—. Nunca tuve la oportunidad de agradecerte por cubrirme la primera noche.
—Los humanos tienen un fascinante concepto de privacidad entre médico y paciente, es admirable y lo respeto —dijo Ayra y bebió un sorbo—. No es de mi incumbencia tu pasado, solo conocerlo para sanar tu presente, y no afectar tu futuro.
—¿Acaso...? ¿Es posible...? —Key dudó un instante, pensando muy bien sus palabras antes de continuar—. ¿Crees que la oscuridad que implica la magia negra puede infectar a un humano?
No quería escuchar la respuesta, y a la vez lo necesitaba más que nada. Era algo que había estado atormentándola desde aquel horrible crujido del hombro de Takeo. Ella solo había estado pensando en callarlo, sin importarle el costo. Ella no era así, o al menos, no deseaba serlo, y los segundos que le siguieron a su pregunta se sintieron eternos.
Ayra rió.
—Nunca antes he escuchado algo tan ridículo —dijo la bruja y Key sintió alivio en tan cruel burla—. No seas tonta, no existe tal cosa como oscuridad ni ningún tipo de magia capaz de infectar a humanos.
—He conocido umbrus. Sé cómo son, cómo sienten, o no sienten mejor dicho. Son fríos y calculadores, y no les importa el daño que causan cuando su magia los embriaga —dijo Key—. ¿Es posible que eso se contagie a humanos?
—No. Si sientes que hay oscuridad en ti, entonces es solo tuya. No ha salido de ningún otro lado que tu interior —respondió Ayra antes de beber otro sorbo—. No busques excusas.
—Hiciste un análisis de mi sangre y su resultado no fue promedio.
—Comprobé que tu sangre fue utilizada por un umbrus para su propia magia. No sé en qué contexto, ni cómo, pero aseguras que no fue contra tu voluntad y eso es suficiente para mí para no ahondar más. El umbrus no te marcó de ningún modo.
—No estoy diciendo que lo haya hecho de un modo consciente, pero tal vez estar expuesta a su magia... —comenzó Key y Ayra resopló antes de mirarla con impaciencia.
—Eres una ignorante si crees tales cosas.
—Tu pueblo intentó exterminarlos solo porque su magia nacía de la sangre y no otro elemento natural como el resto —dijo Key—. Solo porque los besados por la luz así lo dijeron, y ustedes cayeron en su influencia.
—No sabes nada. Un umbrus, es como un parásito, necesitan causar dolor para poder utilizar su magia No pueden evitarlo. No creo que eliminarlos sea la solución, pero definitivamente se deben tomar recaudos.
—No es cierto —respondió Key.
—Se sienten atraídos por el sufrimiento. Es su alimento. Que sepan ocultarlo es otro asunto —insistió Ayra—. Aquellos besados por la luz nos advirtieron. Las tasas de asesinatos bajaron junto con la cantidad de umbrus. Son nuestros enfermos mentales.
—¿Y lo crees solo porque los besados por la luz lo dijeron? —pregunto Key con el ceño fruncido—. Ese es su poder, influenciarte. Hacerte creer sin cuestionar.
—Palabras de alguien que no comprende nada —respondió Ayra mirando al frente de nuevo—. Una humana tonta que poco sabe de magia. Aquellos besados por la luz son nuestros intérpretes, consejeros guiados por la misma magia para nuestra prosperidad. Solo los idiotas se atreven a dudar de su palabra.
¿Qué le había dicho Nix? ¿Cuanto ella más repitiera las palabras de los besados por la luz, más poder les daría? No había modo de cambiar la opinión de Ayra a juzgar por su expresión, y tampoco podía arriesgarse a tenerla en contra.
—Sé lo que es estar del otro lado y que la gente quiera exterminarte por tu apariencia, solo porque alguien religioso así lo dice —murmuró Key—. Las reglas en este mundo no son las que conoces. No tienes idea de lo que han sufrido en el pasado quienes lucen como yo. Soy afortunada del tiempo y lugar donde nací, o ya estaría muerta. No intentes aleccionarme al respecto. Menos solo porque así lo dicen los besados por la luz.
—Ten cuidado con tus palabras, humana. A ningún brujo le gusta que sus líderes sean cuestionados. Infortunios podrían suceder.
—A ningún anfitrión le gusta ser amenazado por su huésped, bruja —Key la miró y le sonrió de un modo helado—. Esta es mi casa, este mi mundo. No insultes mi amabilidad de brindarte refugio al amenazarme.
—No lo hago.
Al menos, no de un modo consciente. Key lo había visto en Derek, lo había comprendido con el tiempo y la distancia de Seito. Ayra estaba repitiendo lo que creía firmemente sin cuestionar, porque ese era el peligro. Del mismo modo que la hermana de Nix había intentado matarlo solo porque un besado por la luz así se lo había pedido. No había tal cosa como independencia o libre pensamiento cuando su magia estaba de por medio.
—Entonces tampoco hables de las minorías como si fueran algo que controlar, porque yo soy una aquí —continuó Key sonriendo—. Y todo lo que dices de los umbrus, lo he oído también de mí. No te aconsejo hacerlo en mi presencia.
—¿O qué? ¿Romperás mis huesos como hiciste con tu primo? —preguntó la bruja
—Eso fue un accidente —Key sacó el estilete de su cintura y lo dejó con cuidado entre ellas, su sonrisa intacta—. Suelo ser más prolija. Soy una agente, incluso si todavía no convalido el status en Japón. Ahora que hemos dejado las presentaciones y cortesías de lado, tengo solo una pregunta. ¿Sabes algo de un brujo llamado Iwa?
—El anciano murió hace unas semanas —respondió ella sin darle importancia.
—Suicidó —corrigió Key y notó a la bruja tensarse—. Conozco a tu tipo. Eso no es normal. Jamás escuché algo similar. Puedes decirme lo que sabes, o podemos repetir esta charla todos los días. Te pediré de reunirnos, no te obligaré a hacerlo, pero te sientes obligada por la familia Feza.
—Miko desapareció hace dos meses. Eran cercanos, creo que eran amigos —Ayra dejó con cuidado su taza vacía a un lado—. Iwa esperó a que tú llegaras, y entonces decidió que ya había cumplido su ciclo. Toda su familia fue asesinada durante la guerra civil, fue el único que logró escapar. Miko era su única compañía aquí.
—¿Y quién era Miko? —preguntó Key.
—Un umbrus —respondió Ayra alisando sus prendas—. El clan Feza escogió la magia de luz y oscuridad para estudiar. Iwa y Miko vivían aquí también. Pero no somos tontos, sabemos que las reglas están siendo revisadas. ¿Y quiénes crees que serán los primeros en sufrir? ¿Qué tipo serán los primeros juzgados? El umbrus huyó, antes que tu gente decidiera que ya no era tan bienvenido.
Key le sostuvo la mirada mientras intentaba asimilar esas palabras. Necesitaba un tablero. Extrañaba su ático en Washington y tener todas las pistas allí clavadas para poder visualizar mejor el escenario. Si encontraba cinta, tal vez pudiera hacer algo similar en su habitación. Había mucho más allí de lo que había encontrado de momento.
—¡Pip! La espalda más recta —espetó, y la niña a la distancia corrigió su postura.
—Sigue siendo una ridiculez lo que haces —Ayra se puso de pie lista para partir—. ¿Hay algo que le niegues a esa bruja?
—Solo lo que más desea —dijo Key con simpleza.
—Los demás tienen razón con lo que dicen sobre ti, Keira Sakura Feza —respondió Ayra—. Eres cruel como la noche más eterna.
Su corazón se saltó un latido al escuchar de nuevo esa palabra. Miró su propia taza de té, aferrándose al poco calor que todavía guardaba mientras oía a la bruja alejarse. ¿Era cruel por proteger a los demás? ¿Por pensar en ellos sobre el resto? Su padre solía decirle que tenía un corazón demasiado bondadoso como para ocultarlo, que nunca viviría tanto como al sentir. ¿Entonces qué significaba lo que le había hecho a Takeo?
Pip se acercó trotando hasta ella. Le sonrió ampliamente, cuchillo de madera todavía en mano. Key la había atrapado hacía unas horas intentando trepar árboles y cayéndose, se quebraría todos sus huesos sin supervisión. Sabía lo que la niña más deseaba, lo que tanto había averiguado en Internet y visto en televisión. La medicina humana podía hacer posible lo que Pip quería, y también matarla en el proceso. Una simple aspirina era como veneno para un brujo. ¿Entonces era cruel de su parte negárselo?
—¿Cuándo tendré un arma de verdad? —preguntó ella.
—Cuando te la ganes —respondió Key—. Las armas no se toman, se ganan. Eso me enseñó mi padre. Puedes pensar que estás lista para una, pero eso mismo hace que no lo estés. Todos creemos estar listos cuando no lo estamos.
—¿Y cómo sabré cuando esté lista? —preguntó Pip.
—Cuando el simple hecho de mirar un arma te revuelva el estómago —Key cogió su estilete y se lo enseñó—. Así es como yo lo supe. Por años mamá me enseñó con armas de práctica como la que te di, pero solo cuando cogí esta y quise vomitar es cuando nunca más la solté. Ser un agente, Pip, es estar dispuesta a hacer lo que sea necesario por preservar la paz. Y a veces, lo que es necesario no es de nuestro agrado, pero debes hacerlo igual.
—Pero tú ayudas y defiendes. ¡Quiero hacer eso!
—También casi maté a mi mejor amigo por eso —respondió Key—. Pero si no lo hubiera hecho, él hubiera continuado haciendo daño.
—Seré tan buena agente como tú —insistió Pip con el ceño fruncido y Key suspiró.
—Soy una agente promedio, nada más.
—¡Eres la mejor!
Quizás a los ojos de una niña que no había conocido otro agente. La mandó a seguir practicando sus movimientos, su cabeza un caos con toda la nueva información recolectada. Las leyes no podían cambiar. No sería bueno para nadie. Y si los umbrus serían los primeros en verse afectados, entonces debía hacer algo cuanto antes. Anton seguía siendo su responsabilidad.
***
Inspiró profundamente en un intento por poner en orden sus pensamientos. No era tan sencillo como creía. Antes había tenido los accesos, los contactos, su status, todo para poder llevar una investigación de un modo más o menos decente, incluso cuando había perdido su insignia. ¿Pero ahora? Conseguir una simple reunión le había tomado más tiempo del que estaba dispuesta a reconocer.
Mantuvo su espalda recta cuando Arata entró en la sala. Key inclinó una sola vez su cabeza a modo de saludo cuando él se arrodilló frente a ella al otro lado de la mesa. Lo había entendido. Los ancianos como Nana podían ser los más sabios y cuyas opiniones más importaban, pero Arata era el líder visible, y por un instante, Key no pudo evitar preguntarse si su padre no habría tenido un presente similar del destino haber sido distinto.
—Gracias por darme unos minutos de su tiempo, Arata-san —murmuró ella manteniendo la vista baja.
—Siempre hay tiempo para ti, Key-chan —respondió él—. ¿Qué te inquieta esta noche?
Era doloroso, incluso más que la primera vez. Tenía la misma calma que su padre y amable sonrisa. Si ella se permitía ser ingenua, incluso casi podía creer que sonaba como él. Pero no había modo de estar segura. Resultaba extraño cómo las voces de los seres amados era lo primero que se olvidaba tras su muerte. Key prefería no pensar en ello, pero no recordaba la voz de su padre.
—Cerraron fronteras. Están revisando las leyes, planean cambiarlas —Key levantó la mirada para enfrentarlo—. Necesito mi título de agente. Necesito que mi voz sea escuchada.
—No sería justo un trato diferencial contigo cuando no has terminado todas tus pruebas como cualquier otro candidato —Arata mantuvo su tranquilidad al hablar.
—Pero me está enviando como representante del clan Feza.
—Una decisión de mi madre, temo que no hay discusión en ello. La conoces tan bien como yo —él le sonrió—. Tendrás tu oportunidad de terminar las pruebas, una vez los problemas se solucionen.
—En Washington, investigué asesinatos y encontré un problema mayor. Creo que aquí podría estar sucediendo lo mismo, y hay mucho más detrás de lo que está a la vista —continuó ella—. Hace unos meses un brujo me advirtió que el equilibrio se había roto. Al principio no comprendí, sigo sin hacerlo, pero no me parece coincidencia todo lo sucedido desde entonces. ¿Cuánto tiempo lleva la enfermedad afectando a este territorio? ¿Cuáles son sus características?
—No es contagiosa —respondió Arata cogiendo una larga y delgada hoja de la planta decorando la mesa—. Y a la vez, en algunos casos creemos que fue por contagio. No muestra síntomas previos, pero cercanos a las víctimas dicen que tampoco actuaban normal sus últimos días. Los brujos desconocen su origen tanto como nosotros, pero no podemos negar que debe venir de su mundo. Algo así no es posible entre humanos.
—Alguien debe saber —murmuró Key.
—Los demás clanes nos miran a nosotros esperando una respuesta —Arata comenzó a doblar y anudar la hoja—. Siempre lo han hecho. Se supone que representamos la sabiduría de Tsukuyomi, somos los guías mientras ellos se ocupan de justicia y guerra. Pero no hemos logrado llegar a nada todavía. Los demás países de la región que se vieron afectados, tampoco.
—Tenían un umbrus aquí hasta hace poco —Arata ni siquiera pareció afectado al escucharla—. No estaba al tanto.
—Los umbrus son pocos en este mundo. No podemos negar que los hay. Sabemos que pueden crear y utilizar sus propios cruces sin necesidad de pasar por las fronteras. Todos lo ven como un acto ilegal, el clan Feza tomó la posición de no poder juzgarlos. El cruce fue abierto en su mundo, no es nuestra jurisdicción.
—Así evitan problemas con los Taiyo —susurró Key al comprenderlo y Arata le sonrió.
—Eres lista, Key-chan. Nos hemos especializado por generaciones en la magia de luz y de oscuridad, y juramos mantener la paz entre brujos y humanos. No le negaremos asilo a quien claramente huye de un mundo peor. Nadie es un exiliado porque quiere. Por eso, del mismo modo que aceptamos sin juzgar a cualquier tipo de brujo, tampoco revelamos datos sobre los brujos que actualmente se encuentran en nuestro territorio —respondió él—. Sí, contábamos con uno hasta hace poco.
—Ellos saben cosas, más que cualquier otro brujo incluso, y con un buen trato, están dispuestos a hablar —dijo Key.
—¿Y por qué nos dirían cosas que los demás brujos no? —preguntó Arata.
—Porque son inmunes a los efectos de los besados por la luz, nada los obliga a callar.
Fue un instante, pero pudo ver el brillo de diversión en los ojos de su tío. Su corazón se rompió un poco al notarlo. Nix le había advertido, más de una vez. Y ella se seguía negando a creerlo, pero era inevitable. Las palabras dichas por un besado por la luz serían creídas por cualquiera, y cuanto más se repitieran, más fuerte su influencia.
—No hay tal prueba de que su magia implique algo más que lo habitual y una particular sensibilidad por su entorno —respondió Arata— Muchos besados por la luz solían ser sacerdotes, o consejeros del mismo rey.
—No me cree —murmuró Key con frío horror.
—Lo haré, si me muestras fundamentos. En todos mis años lidiando con brujos, jamás escuché algo similar. Al contrario, todos insisten en la buena voluntad de aquellos que llaman besados por la luz. ¿Qué pruebas tienes para respaldar tu teoría? —preguntó él con calma.
—Mi mejor amigo fue manipulado por uno para cometer actos atroces. Mi mejor amiga se suicidó porque ese mismo brujo así se lo pidió —respondió Key—. He visto sus efectos. Es real.
—¿Y crees que es posible, que en todos estos siglos desde que existe nuestro deber, no haya ningún registro, en ninguna parte del mundo, de algo similar?
—Porque ellos se deben haber ocupado de que así sea —insistió ella.
—¿Y cómo estás tan segura de lo que dices?
—Lo he escuchado de otro.
—¿Quién?
Estuvo a punto de responder, pero se detuvo en el último segundo. Un umbrus. Y aquellos besados por la luz, llevaban siglos difamando a umbrus y asegurándose de que nadie jamás les creyera. Si Key lo hacía, sucedería lo mismo que con Ayra, y Arata culparía a su enemistad. No podía arriesgarse a perder credibilidad frente a él.
—No soy ajeno a los detalles de tu última situación en Washington —Arata suspiró, y Key odió notar la lástima en sus gestos mientras seguía doblando la hoja—. Tu amigo fue diagnosticado desde niño con esquizofrenia. Abandonó su tratamiento, y su enfermedad sacó lo peor de él. Tu amiga estaba en conflicto con su vida, deseaba abandonar su legado sin decepcionar a su padre por su importante puesto. Es normal no querer ver los defectos en nuestros seres queridos. Buscamos excusas, nos aferramos a creer que no lo harían. Incluso cuando no son responsables, incluso cuando se trata de algo tan silencioso e igual de letal que un asesino como es una enfermedad mental. No queremos amar monstruos.
Ignoró cualquier recuerdo del cuerpo de Gia, tan frío y pálido en la entrada de su casa, la pistola aún en mano mientras la sangre manchaba la pared. Luchó por no pensar en Derek mientras rasguñaba su cabeza y le suplicaba a las voces dentro que callaran. Nix no le mentiría con algo así, no ganaba nada con hacerlo.
—Amo a los monstruos —murmuró Key y Arata se quedó quieto cuando ella lo miró a los ojos—, tan solo no amo a quienes actúan de un modo horrible.
—¿No es eso lo que son? —preguntó Arata, Key sacudió su cabeza.
—Un monstruo es algo anormal para nosotros, algo que nos da miedo. Eso no significa que sea malo. El miedo es subjetivo, puede nublar nuestro juicio. ¿Consideraría un monstruo a alguien que está obligado a consumir sangre para sobrevivir? —preguntó Key—. Es su instinto, del mismo modo que es el nuestro cazar para comer.
—Hay mucho de Hitoshi en ti —Arata suspiró y dejó su trabajo a medio hacer sobre la mesa, Key apenas fue capaz de distinguir un grillo de origami—. No puedo alentar esta teoría tuya, Key-chan. Si lo que buscas es mi ayuda para investigarla, no la encontrarás, y nadie más puede otorgártela. Puedes aprovechar el cónclave de los próximos días para investigar sobre la enfermedad y los acontecimientos del resto del mundo, pero te prohibo hacer tus acusaciones sin fundamentos.
—¿Por qué no? —preguntó Key.
—Porque la última vez que no detuve a alguien de querer ahondar acusaciones sin fundamentos, tuve que cruzar medio mundo para decirle a una niña que lo sentía por su pérdida —Arata le sostuvo la mirada sin ceder—. Perdí a un hermano por no detenerlo cuando tuve la oportunidad. No cometeré ese error con su hija.
—Puedo encontrar pruebas —respondió ella—. Puedo demostrarlo.
—No lo harás —dijo Arata—. Y no te permitiré poner tu vida en riesgo por querer demostrar esta fabulación.
—Si tengo razón en lo que creo, entonces todas las reglas y decisiones que hemos tomado, desde el principio, han sido influenciadas por otro. ¿Y qué nos asegura que sean justas? —Key se puso de pie e inclinó su cabeza a modo de despedida—. Hice un juramento como agente, pero no lo dejaré de lado ante la adversidad. Representaré honorablemente al clan Feza, aunque debo advertirte, no dejaré de buscar pruebas de lo que digo. El equilibrio fue roto del momento en que la luz pesó más que la oscuridad, y hay un motivo por el cual el balance existe en la naturaleza. Todo lo que está sucediendo no escogió este momento por casualidad.
—¿Por qué estás obstinada con este asunto?
—Porque es mi deber —respondió ella simplemente.
Partió antes de ganarse alguna amenaza, aunque dudaba que Arata fuera de ese tipo. Parecía más del tipo que no dudaría en castigarla por ir contra sus órdenes. De un modo u otro, no era desafiarlo si había dejado en clara su intención. Estaba solo cumpliendo con su juramento de agente, su autoridad más alta.
Eso no hacía que el trabajo fuera más sencillo.
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