Capítulo 5
No le gustaba el bar. De hecho, lo evitaba a más no poder. Pero se había despertado con la amargura atrapada en su garganta, y aquello había sido imposible de ignorar. La diosa seguía sin hablarle, pero no lo había abandonado por completo, y tanto como odiaba los malos presentimientos, se sentía aliviado de saber que ella seguía alcanzándolo algunas veces.
El horrible sabor no había cedido en todo el día. Sus manos estaban inquietas en consecuencia. Más de una vez se había detenido antes de coger un cuchillo, la costumbre demasiado cruda todavía. En Ashdown, cada día que se había despertado con aquel horrible presentimiento, había sido día de registro. Los guardias no dudarían en entrar por sorpresa en las casas del pueblo para comprobar que no estuvieran escondiendo enemigos del nuevo régimen, sobre todo umbrus.
Recordaba a su padre suplicándole disculpas, su voz apenas estable, al momento de levantarle su camiseta y cortar la marca en su cadera. Un pequeño precio a pagar en comparación a lo que podrían haberle hecho de descubrirlo. Nix apenas había permitido que su padre se ocupara unas pocas veces antes de comprender qué era lo mejor. Había aprendido a cortarse incluso antes de decirle a su padre que era día de registro. Su padre era débil en ese sentido.
No existía tal cosa como los registros en el mundo humano, y a la vez no podía quitarse de encima esa sensación. Odiaba el bar, con todo su ruido y pestes y demasiadas personas, pero al menos desde allí podía observar a los agentes en su estado más desinhibido.
Los humanos creían ingenuamente que el W-Spot era otro bar más dentro de un pliegue, con un amplio piso lleno de mesas y una barra atendida por brujos. No imaginaban que había un segundo piso desde el cual se podía supervisar todo y solo era visible para brujos. Apoyado contra la baranda, Nix solo podía pensar en cuán idiotas eran por nunca poder ver más allá.
No podía quitarse las palabras de Zee de la cabeza. La mayoría de los agentes que visitaban el W-Spot eran jóvenes coqueteando con la rebeldía de mezclarse entre grupos y ser menos estrictos con sus reglas, tal como había sido el Blue's Moon, solo que aquí parecían consumir más alcohol. El bartender no era un aficionado de los agentes, así que tampoco se abstenía de jugar con sus tragos.
Se fijó en los humanos con aburrimientos. Lucían todos iguales en el fondo. Mismos uniformes sueltos tras un día de trabajo, mismos cortes de moda, mismo ego elevado solo por ser la ley como si se trataran de los antiguos nobles de Ashdown. A veces, si estaba aburrido y con magia, perdía el tiempo en hacer que la gravedad les jugara una mala pasada. Solo para recordarles que no eran intocables.
—Deberíamos matarlos.
Nix cerró los ojos y respiró profundamente para contener un insulto. Cuando los abrió, la indeseable compañía todavía estaba allí. Ni siquiera sabía cómo referirse a Dune, solo que debía evitarle cuanto fuera posible. Dune, con sus delicados rasgos faciales y largo cabello castaño, y sus ojos siempre brillando rojos por la sangre. Tenía una telaraña tatuada sobre su mejilla izquierda, cubriendo por completo su marca de brujo.
—Vete —soltó Nix.
—Tal vez, si los desollamos a todos, tendremos suficiente poder para abrir un cruce entre los dos —Dune extendió un vaso en su dirección.
—No hay nada en este mundo por lo que quisiera cruzar de regreso.
Tuvo que empujar el vaso a un lado para poder darse vuelta y alejarse. Tal vez debería matar a Dune, sería lo mejor y así se aseguraría que lo dejara en paz. Por alguna inexplicable razón, tenía una obsesión con cruzar a Ashdown, tal vez por ser alguien que había nacido directamente en el mundo humano. Su insoportable insistencia estaba comenzando a ser motivo de muerte.
No pudo dar dos pasos sin detenerse. Fue su perfume lo que lo paralizó. Su pecho hizo esa presión extraña y su mano fue directo a su bufanda como si necesitara aferrarla para comprobar que era real. No estaba allí, lo sabía. Su mente nunca había sido débil como para caer por una tonta ilusión. Y a la vez, el incomprensible dolor que sintió al saber que no era real, resultó peor que cualquier otra cosa.
—¿Jazmín? Extraño. Nunca lo hubiera imaginado de ti —murmuró Dune y Nix se dio vuelta para enfrentarle—. Jazmín y algo más.
El contenido del vaso se había vuelto completamente blanco. Debió haberlo sospechado. En Edinburgh, donde la magia negra abundaba incluso entre quienes no eran practicantes naturales, no se debía confiar en nadie. Mucho menos en un ser tan retorcido como Dune. Debería haberle matado la primera noche que le había conocido...
No perdió tiempo en acercarse y cogerlo por su destrozada camiseta. Dune solo sonrió cuando Nix lo estampó contra la baranda, la mitad de su cuerpo colgando fuera. Sería cuestión de un simple empujón para tirarle desde el balcón. Había sido rápido en deslizar el anillo en su dedo, su garra de metal contra la garganta de su oponente. Un simple movimiento, y bien podría degollarle también. Más sucio, pero al menos evitaría el inconveniente de ser visto por los agentes.
—Entonces sí hay alguien —dijo Dune.
—¿Te gusta respirar? —preguntó Nix.
Debería tirarle. Los pies de Dune ni siquiera estaban en el suelo. Nadie le echaría de menos. Al contrario, quizás hasta celebrarían su ausencia. Los brujos de la ciudad tenían a Dune en un altar solo por miedo a su poder, pero Nix sabía mejor que nadie lo fácil que era torcer ese miedo a su favor. También sabía que había cometido un error estúpido al tocar el vaso en primer lugar. Tan acostumbrado como estaba a que nadie se atreviera a intentar aprovecharse de él en Ashdown, a ser el único umbrus conociendo los secretos de la magia oscura, no había considerado que ahora ya no estaba solo en el juego.
Sintió a Grim acercarse incluso antes de verlo. Nix clavó su garra en el hombro de Dune y lamió su sangre enseguida. El hecho que Grim lo duplicara en tamaño nunca había sido un inconveniente. Escuchó el crujido cuando el cuello del brujo se torció por completo y el pesado golpe de su gran cuerpo contra el suelo. El hecho que Grim fuera inmortal sí era un gran inconveniente. Nix ya había perdido la cuenta de las veces que lo había matado, tal vez el desnucarlo sirviera esta vez.
—Pobre Grim —comentó Dune mirándolo con lástima.
—Dame una sola excusa, y haré lo mismo contigo —murmuró Nix y le soltó.
Deseaba matar a Dune, pero ya suficiente la diosa no le hablaba como para enfadarla más por asesinar a sus servidores, y el equilibrio no debía ser perturbado. Ashdown había caído en la miseria por extinguir a los umbrus, Nix no haría nada que pudiera compararse a eso sin importar lo que tuviera que soportar. La diosa así lo deseaba.
—Se lo debemos a nuestra gente —murmuró Dune—. Ashdown está destruido, la sangre corre más que el agua. Sería cuestión de un simple cruce. Tú y yo podríamos tomarlo en una sola noche, reconstruirlo a nuestro antojo. Nuestro tipo dejaría de ser perseguido.
—No le debo nada a nadie —respondió Nix alejándose—. Déjame en paz.
—Sabes cómo abrir cruces. La diosa te habla. Dime cómo.
—No presiones tu suerte, Dune. También sé cómo desangrarte por dentro sin siquiera cortarte, y solo no lo hago porque deshacerme de tu cuerpo sería molesto.
Grim estaba comenzando a moverse de nuevo. Nix se dio vuelta y partió. Los nigromantes eran molestos de tratar, casi tanto como los demás umbrus. Se sacudió de encima cualquier horrible sensación que Dune le hubiera dejado. El problema era que nadie nunca quería hacer el sacrificio que la magia requería, y prefería forzar a otro a hacerlo.
Dune lo alcanzó antes que llegara a las escaleras. Por un momento, Nix realmente consideró que los inconvenientes que podría llegar a tener con la Agencia por matar no serían tan malos.
—Los humanos no nos quieren aquí, Nix —dijo Dune—. Lo sé. Los escucho. Saben que no pueden controlarnos. No deberían. Tienen problemas, y nos culparán. Empezarán con nosotros. Ya están haciendo redadas, arrestando a todo umbrus que encuentren. ¿Lo dejarás pasar?
—Tengo un permiso de residencia. ¿Crees que me importa? —preguntó Nix con genuino desinterés.
—También tienes los ojos rojos. Ellos no entienden nuestra magia.
—Y tú tampoco la escasez de mi paciencia.
Le empujó a un lado y se apresuró en partir antes que Dune tuviera la oportunidad de detenerlo de nuevo. La neblina reinaba las escurridizas calles de Edinburgh. Nix echó la cabeza hacia atrás e inspiró la oscura noche antes de aventurarse. Cualquier otro se hubiera perdido en semejante desconocido, pero él había vivido demasiado tiempo sin el privilegio de poder ver como para saber regresar sobre sus pasos a ciegas.
Intentó ignorar la molesta presencia en el interior de su chaqueta, pero al cabo de unos pasos fue imposible. Había tenido la terrible idea de sacarla por un poco de aire, debería haberla dejado encerrada en la caja en su piso. Tal vez la amargura todavía atrapada en su garganta se debía a la sucesión de errores que había cometido ese día, uno peor que otro. Y ahora que Dune sabía...
Suspiró al coger la carta de su bolsillo. Wess lo miraba con el ceño profundamente fruncido, aunque ella nunca parecía otra cosa que molesta cuando lo miraba. Nix se había acostumbrado por mucho tiempo a su soledad como para ahora tener que lidiar con su hermana a cuestas, pero le había hecho una promesa a Ronan, y si él ya no estaba para ocuparse, entonces tendría que cuidar de Wess por los dos.
—Tiene razón —dijo ella.
—No empieces, Wess —respondió Nix.
—Los humanos no nos quieren aquí. En casa también comenzó con redadas, Kohl. Decían que era para arrestar traidores, y terminaron eliminando a todo aquel que pensara diferente al nuevo régimen.
—Las multitudes reaccionan por miedo. Dune sabe que si señala a un enemigo para alimentar ese miedo, y se muestra como alguien con una solución, será sencillo conseguir el apoyo de las masas sin tener que recurrir a tomarlo por la fuerza con magia —dijo Nix con calma—. Créeme, he lidiado con psicópatas similares antes. No deberías escucharlo.
—O tal vez tú sí deberías hacerlo —ella se cruzó de brazos, juzgándolo con su dura expresión—. No entiendes. Esta... cosa que la Agencia quiere que participes, eres un señuelo. Así es como funciona la política cuando estás en el poder, y eres un opresor encubierto. Pasan una ley injusta, pero si hay un representante de quienes pagan y permite que suceda, entonces dirán que fue bajo consenso.
—No sabes cómo funcionan los humanos.
—Sé que no todos son como ella.
—No sé a qué te refieres.
—La humana por la que te niegas a lavar esa sucia bufanda creyendo que todavía tiene su perfume. La chica del cabello blanco —la expresión de Wess se volvió completamente vacía ante esa simple mención.
—Creo que ya ha sido suficiente aire por hoy —comentó Nix.
Ignoró cualquier protesta de su hermana al guardar de nuevo la carta dentro de su abrigo, sobre todo cuando ella empezó a gritar que Kira la salvaría. El problema era, cualquier cosa que le hiciera acordarse del brujo era suficiente para que Wess volviera a caer víctima de su influencia. Todavía no había pasado el tiempo suficiente para que ella fuera totalmente libre.
Además, lo último que Nix deseaba hacer esa noche era pensar en Keira Sakura Feza. Había cometido un error terrible, uno de principiante. Tuvo que repetirse que ella estaba al otro lado del mundo, lejos de cualquier problema y magia oscura.Y a la vez, le hubiera gustado que estuviera allí, solo para escuchar su opinión. Key siempre tenía algo que decir al respecto.
Había cometido un terrible error, y debía buscar una solución. Se detuvo y cerró los ojos, conteniendo una maldición al saber que la había jodido en grande. Su piso no estaba muy lejos, podía sentir incluso el empalagoso perfume de Ada en el aire. La agente de seguro estaría acechando en su puerta lista para perturbarlo con su chillante voz. Y sabía que se estaba pasando de su toque de queda, y era mejor no levantar sospechas.
No tenía kenkas, pero conocía a alguien capaz de vendérselas a esas horas. Y tal vez, si era devoto, la diosa le mostraría misericordia al darle lo que necesitaba.
***
Le tomó más tiempo del que hubiera preferido. Se estaban quedando con Nana, obvio que estarían con ella. Pero encontrar la casa donde Nana vivía le había tomado eternos minutos. Los ancianos estaban lejos del complejo principal, perdidos al final de un sendero en el bosque donde la tranquilidad y la paz reinaban.
Fue atacada tan pronto como corrió la puerta. Pip chilló y saltó sobre ella, y por un instante Key temió que años de entrenamiento quedarían en ridículo al perder el equilibrio, pero logró salvarse de caer al suelo. La niña no dejaba de repetir cuánto la había extrañado, sus bonitos rizos rebotando con su energía mientras se aferraba a su pierna como una garrapata. Key solo pudo fijarse en Anton.
Él no se movió de donde estaba sentado en el borde, un panel abierto directo al exterior. Ni siquiera se dio vuelta para mirarla. Su cabello estaba más largo y enmarañado de lo que recordaba, sus habituales prendas de vagabundo reemplazadas por un hakama que le quedaba demasiado grande. Su piel demasiado pálida.
Algo no estaba bien. No supo con exactitud de dónde salió ese presentimiento, o si era un instinto que había desarrollado contra cualquier voluntad, pero lo sabía. Eran solo un par de brujos de los cuales Nana le había ordenado que se ocupara, y a la vez cada molécula de su cuerpo parecía irrevocablemente ligada a ellos luego de tantos años conviviendo.
Arrastró los pies para alcanzar a Anton, Pip todavía negándose a soltar su pierna mientras no dejaba de hablar sobre todo lo que había hecho para encontrarla. Key no la escuchaba. Nana no se había ocupado bien, eso era todo en lo que podía pensar. Y a la vez, no podía juzgarla. Nana no los conocía tan bien como ella.
Pip la soltó al comprender lo que estaba haciendo. Key se apresuró para arrodillarse frente a Anton. Su mirada estaba perdida en el exterior, su expresión vacía, y de no ser por el leve movimiento de su pecho, ella hubiera temido que no respiraba. Podía ver el comienzo de vendas en sus muñecas que se perdían debajo de su vestimenta, y los oscuros arcos bajo sus ojos. Sus labios estaban partidos y pálidos, su rostro demacrado.
Él no había hablado tras el enfrentamiento con Derek en el pliegue del Mall, y ella no le había dado importancia. Todo había sucedido demasiado pronto, demasiado inesperado, para darle importancia a que Anton no hubiera dicho una sola palabra desde que lo había vuelto a ver hasta que la habían separado de él al llegar a Tokyo. Había culpado a su malhumor habitual, seguramente enfado por todo lo sucedido y la repentina mudanza. Ahora sabía que se había equivocado.
—Anton —susurró Key, pero él no reaccionó cuando ella tocó su helado rostro—. ¿Qué sucede contigo? ¿Cuánto tiempo llevas así?
—Desde que llegamos —Pip se acercó e intentó empujarlo con ambas manos, pero su hermano no se inmutó. Ella resopló molesta y se cruzó de brazos—. No quiere jugar conmigo. No me habla. No se mueve. Si no le diera yo en la boca, ni siquiera comería.
—¿Y sabes por qué está así? —preguntó Key, pero Pip solo sacudió su cabeza.
—Nix sabría —murmuró la niña.
No, pero Nix al menos sería capaz de hacerlo reaccionar. La magia incitaba a la magia. Key chasqueó los dedos delante de su rostro sin obtener resultado alguno, lo sacudió en vano, incluso lo abofeteó, pero ciertamente la mente de Anton no estaba allí. Suspiró, no se podía confiar en Nana para cuidar de dos brujos.
—¿Hiciste desaparecer la frontera? —Key puso una mano sobre su hombro, hundiendo sus dedos con fuerza mientras intentaba encontrar su mirada—. Anton, necesito me respondas. ¿Acaso hiciste desaparecer la frontera?
—Es peligroso —susurró Pip con miedo.
—¿Por qué? —Key la miró enseguida.
—Porque el hombre malo ganó.
—Nadie ganó. No hay ningún hombre malo.
—Anton no quiere que nos encuentre.
—No puede simplemente desaparecer una frontera —Key se puso de pie—. Piensa en las personas que quieran cruzar. No puede decidir eso. No es justo.
—No es seguro.
—Si no encontramos la frontera, no podremos vigilarla para que sea segura —dijo Key—. Pip, esto es serio. Hay cosas sucediendo ahora mismo y no es nada conveniente lo que Anton hizo. Ni siquiera sé qué hizo.
—Cuidarnos —respondió ella.
—No si se expone de este modo.
Miró a su alrededor, pero conocía a los hermanos demasiado bien como para saber que no habrían salido de esas cuatro paredes. Pip había dibujado el suelo, rastros de su hiperactividad estaban por todas partes, su muñeco de príncipe colgando de su mano. Anton no la habría dejado salir, tan sobreprotector como resultaba. Él nunca había sido del tipo que le gustara el aire fresco. Pero, si tanto se esforzaba por ocultarlos de la Agencia, utilizar su magia para algo tan grande como ocultar una frontera no era precisamente el mejor modo de no llamar la atención.
No debería haberlos dejado solos. Había abandonado Washington de mala gana bajo la promesa que era la única alternativa y todo mejoraría en Japón, pero seguía sin haber recuperado su puesto de agente y ahora todo solo parecía peor. Pip no dejaba de hablar sobre cómo corrían peligro, Anton bien podría estar muerto por su actitud y Nana... Bueno, eso no había cambiado, Nana no estaba en ningún lado para hacerse cargo de los dos brujos que ella había traído.
Se giró solo para comprender de un duro golpe que había esperado ver alguien a su lado que no estaba. Pip no callaba. Anton había perdido demasiado peso. Y Key se había malacostumbrado, tan cotidiano como antes había resultado cargar sola con tantas responsabilidades, a tener alguien con quien compartirlas a pesar del corto tiempo. Una esperanza estúpida. Nunca había sido responsabilidad de Nix también, él solo había estado allí de paso.
¿Entonces por qué esperar algo así? Tocó su pecho sin comprender el repentino dolor, como si una pieza estuviera perdida. No podía haber sido tan tonta de enamorarse. ¿O sí? No, no había sido más que una simple atracción, producto de la situación y el estrés. No habían sido más que unos pocos días compartiendo techo y unos pocos besos robados. Aunque ella hubiera soportado otras treinta noches siendo azotada por el mar, y treinta más en Aokigahara, si eso hubiera implicado volver a sentir sus labios.
Sus mejillas ardieron ante el simple pensamiento.
—Necesito volver a la reunión antes que alguien venga a buscarme —dijo ella, Pip se le quedó mirando anonadada.
—Tu rostro está rojo —comentó la bruja.
—Hace calor aquí —Key pasó a su lado, Pip se giró sonriendo.
—No. No es eso. Estuve practicando con mi magia —ella mostró una gran sonrisa, dando saltitos en su lugar—. Es porque estabas pensando en...
—¡Nada! Solo nada —Key se dio vuelta, señalándola con un dedo—. Y cuando regrese, tú y yo tendremos una seria charla sobre privacidad. Mientras tanto ordena este lugar.
—¿Vas a entrenar más tarde? —preguntó Pip.
—Debería.
—¿Puedo ir? —continuó con ilusión y Key suspiró al saber que estaba corta de tiempo y todo era un callejón sin salida cuando Pip insistía con algo.
—Te avisaré.
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