Capítulo 37


Se sentía bien por una vez salir de día. Key casi podía disfrutar de los rayos de sol colándose a través de las delgadas ramas cuanto más se adentraban en Aokigahara, de no ser porque no había tenido tiempo de ponerse protector y estaba siendo cuidadosa en permanecer a la sombra. No quería arriesgarse a ningún tipo de quemadura, ni cosas peores. El invierno se estaba debilitando poco a poco, y ella casi podía sentir a la primavera luchando por comenzar a ganar territorio.

Sus pasos fueron seguros con sus botas, evitando raíces y trepando las irregularidades de la tierra. Por una vez, no tenía que preocuparse por no estar viendo bien. Sonrió sin poder evitarlo. Sin importar lo que sucediera, de algún modo Derek siempre sabía lo que a ella le gustaría. Y ella casi logró olvidarse del verdadero motivo por el que estaban caminando.

—No tenemos que hablar de esto si no quieres —dijo Key.

—¿Te hace feliz? —preguntó Derek.

Ya se habían adentrado lo suficientemente en el bosque como para que algunas cintas de colores se vieran en la distancia, y la mirada de Derek se desviaba constantemente. Ella prefirió no mencionar el hecho que personas las habrían puesto allí para guiar a otros y que sus cuerpos pudieran ser encontrados. No estaba de ánimo esa mañana para lidiar con eso y dudaba que a su amigo le interesara la vista.

—Sí —admitió ella.

—Entonces está bien por mí —dijo él—. No es como si necesitaras mi opinión.

—No, pero es lindo de oír —dijo Key y suspiró—. Sé que luego de lo sucedido en Washington no te sientes de lo más cómodo con los brujos.

—Eso no justifica cómo te traté ayer. Lo siento.

—Debí decirte la verdad en vez de ocultarlo —Key dudó un instante—. Sea lo que sea que creas, no fue así. Mientras tú estabas mal, solo podía pensar en recuperarte. Nix se ofreció a ayudarme. Asilo, a cambio de su ayuda, ese fue el trato. No creas que, en otras circunstancias, no lo hubiera entregado directo a la Agencia. Pero sabía que tú no estabas siendo tú, y quería salvarte, y la licencia me estaba enloqueciendo. Necesitaba algo que hacer.

—Algo. No alguien, Key —dijo Derek y ella rió.

—Pensé que estaba jugando conmigo. Era la ingenua humana con un corazón demasiado expuesto y fácil de dañar. Lo hacía para molestarme, y yo quería mostrarle que no me afectaba. Se suponía que eran besos vacíos.

Key tocó apenas sus labios al recordarlo. ¿Cuándo habían dejado de serlo? ¿Cuándo la provocación de Nix se había transformado en algo más? ¿Cuándo había logrado deslizarse debajo de su piel? ¿Se podía definir ese momento preciso en que todo cambiaba? Él había besado su piel la noche anterior hasta quedarse dormido, murmurando una y otra vez que cumpliría con su parte del trato. Ella había deseado quedarse entre sus brazos hasta que tuviera que ir a entrenar, pero había sido mejor no arriesgarse a más problemas.

—¿Tienes idea de lo que dicen que hacía en su mundo? —preguntó Derek.

—Quemé a un brujo vivo la otra noche —Key lo miró— Creo que no soy nadie para juzgar.

—Tu corazón es blando, no cruel. No es lo mismo. Hacer cumplir la ley no se compara a lastimar a otros porque sí. Solo tenlo en mente.

—Irónico. Nana dice que soy cruel —respondió ella—. ¿Entonces lo de la frontera es real?

—Dijiste que había desaparecido.

—Eso dicen.

—Estaba molesto contigo —dijo Derek—. Muy molesto. Así que vine al bosque a pensar y lo encontré. Podría no ser nada, o podría ser algún indicio. No lo sé. Eres mejor que yo en estas cosas. ¿Crees que sea peligroso?

—No —admitió Key—. Una frontera es un punto de cruce de nuestro mundo a Ashdown. Es como un puente levadizo, en ambos sentidos. No funciona si no hay nadie al otro lado para recibirte. Por eso es tan sencillo cerrarla. Basta con que te asegures que nadie se acerque lo suficiente.

—¿Sabes cómo luce? —Derek se detuvo, mirando a su alrededor como si intentara recordar sus pasos de la noche anterior. Ya había hecho eso varias veces.

—No estoy segura —respondió Key—. Dicen que la entrada puede ser cualquier cosa. Se rumoreaba que en Washington se encontraba en el subsuelo de un edificio abandonado.

—Tan sencillo como derrumbar el edificio para que nadie nunca más se acerque y cerrarla definitivamente —dijo Derek.

Ella asintió. Él siempre había sido rápido con sus deducciones. Ambos se habían detenido, Derek no dejaba de mirar a su alrededor. Tal vez se hubiera equivocado. Ella sabía que la frontera no podía simplemente haber desaparecido, no era posible, pero Anton se había encerrado en su habitación y dicho que no lo molestara cuando le había preguntado al respecto. Cuando había interrogado a Nix, él le había respondido que solo sabía abrir un cruce temporal, no crear una frontera, mucho menos como cerrar una, y que no había modo que Anton la destruyera por el simple hecho que su magia no era tan poderosa.

Saltó sobre una piedra para tener una mejor visión. Era probable que Derek solo hubiera inventado una tonta excusa para captar su interés y hablar con ella, no sería la primera vez. Takeo le diría que Aokigahara era engañoso, jugando con la mente de quienes se atrevían a adentrarse y creándoles visiones con tal de engañarlos hacia una muerte segura. Ella no creía en esas historias más de lo que creía en los yurei.

Estaba a punto de rendirse cuando lo notó, apenas una irregularidad en el rabillo de su ojo. Retrocedió un paso, manteniendo su equilibrio mientras se esforzaba por ver. Anton no era capaz de destruir una frontera, pero Nana siempre le había dicho que no subestimara la magia del brujo. Había creado un pliegue. Uno lo suficientemente fuerte para que nadie lo hubiera notado. No había necesitado hacer desaparecer nada, solo asegurarse que nadie más la encontrara.

—Ahí —Key saltó fuera de la piedra.

Derek la llamó, ella no lo escuchó al correr en dirección a la cueva. ¿Cómo era posible que nadie la hubiera visto antes? La entrada estaba enmarcada por dos pilares de piedra, como la entrada a un templo directo en la tierra. El polvo se había acumulado dentro y el sitio lucía como si no hubiera sido utilizado en semanas. Derek corrió hasta alcanzarla y detenerse a su lado, ambos de pie frente al pasadizo.

—Es un pliegue —comentó él.

—¿No es eso lo que descubriste ayer?

—Deberíamos volver —dijo Derek—. Avisarle a tu tío...

—Y entonces la cerrarán —dijo Key.

—Es lo más seguro.

—¿Para quién? —ella se giró para mirarlo—. ¿Tienes idea de cómo es la vida del otro lado? Que sea lo más seguro para nosotros, no significa que sea lo justo. Deberíamos guardar el secreto.

—¿Por qué?

Porque los brujos al otro lado estaban desesperados y dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de cruzar. Porque Anton había matado a alguien que amaba siendo tan solo un niño para poder huir, y Nix había sido poco más que piel y huesos al hacerlo, porque Wessa prefería su prisión de bolsillo a regresar, y porque Ronan había preferido la muerte si eso significaba que uno de sus hermanos podría escapar.

—¿Has oído eso? —Derek se tensó, Key solo sintió el silencio del bosque.

—¿Qué cosa? —él no esperó que ella lo oyera también, corrió dentro—. ¡Derek!

Lo perdió de vista tan pronto como se adentró en la oscuridad. Key tardó solo unos segundos en seguirlo, sus dedos deslizándose sobre la piedra hasta dar con una linterna colgada de esta. Benditos fueran los Feza por siempre ser tan precavidos. Podía escuchar los pasos de Derek mucho más abajó. Encendió la linterna y mantuvo la luz en el suelo, sus pies no moviéndose tan rápido como deseaba por tener cuidado de no caer mientras lo seguía.

Las escaleras estaban desgastadas por el paso de los años. ¿Cuánto tiempo llevarían allí? El aire se sentía viciado dentro, su pulso se aceleraba como si su cuerpo se resistiera a cada paso que avanzaba. Había un motivo por el cual muy pocos podían acercarse a las fronteras. El cuerpo humano no estaba hecho para soportar la magia que invadía el mundo de los brujos, y una frontera era un punto donde ambos mundos se encontraban.

El peso de su estilete en su cintura era reconfortante, y la naginata en su espalda una deseada compañía. La había tomado solo para asegurarse que Pip no la tocara, no había creído que llegaría a desearla entre sus manos. Las escaleras se detuvieron abruptamente para dar lugar a una habitación completamente a oscuras. Ella paseó el haz de luz sin encontrar nada.

—¡Derek!

No hubo respuesta alguna. Tanteó a sus lados con rapidez, tenía que haber algún modo de iluminar todo, hasta encontrar un encastre para la linterna. Clavó la linterna en el agujero de un golpe y entonces la luz la cegó. Retrocedió un paso, levantando un brazo y entrecerrando los ojos mientras luchaba por permanecer allí.

Espejos. Se encontraba en una habitación completamente hecha de espejos, el techo sujeto por delgados pilares de piedra que parecían extenderse hasta el infinito. Nada de eso se sentía correcto. Recordó todas esas historias de niña sobre espejos llevando a otros mundos, y cuan engañoso un reflejo podía ser en realidad. Les dedicó una rápida plegaria a sus padres antes de juntar valor y coger su naginata con ambas manos al adentrarse.

Podía ver a los costados cientos de reflejos de ella imitando sus movimientos. No le gustaba no comprender su entorno. No tenía modo de saber cuánto era real, y cuánto un simple engaño. Sus visiones le molestaban, y su cabeza estaba comenzando a doler como si no estuviera respirando suficiente oxígeno. Su cuerpo no estaba hecho para tolerar tanta exposición a la magia.

—¡Derek!

—Key.

Se giró enseguida al escuchar el susurro sobre su hombro, él estaba allí. Suspiró de alivio al encontrarlo, ahora solo les faltaba partir. Miró a su alrededor sin estar segura de por dónde habían llegado. Las columnas se piedra se veían todas igual de delicadas, los espejos la engañaban, incluso la luz parecía provenir de todas partes a la vez. Y Derek estaba demasiado serio.

—Lo siento mucho por esto —dijo él.

—Solo salgamos de aquí —respondió ella y él la tomó por los hombros.

—No puedo dejar que te haga daño —Derek la atrajo y la abrazó contra su pecho—. Tengo que salvarte. Es por tu bien. Lo siento.

—¿Qué...?

No pudo terminar su frase. Él gritó en su oído, tan fuerte como sus pulmones le permitieron. Key quiso alejarlo, pero Derek no la soltó. Solo continuó gritando. Ella tuvo que golpearlo con la punta de su nagitana para conseguir que su agarre se aflojara y retroceder un paso. Cerró los ojos ante el dolor. Su cabeza latía, sus oídos zumbaban. Derek estaba diciendo algo, pero ella no era capaz de distinguir las palabras.

Soltó su arma y cubrió sus orejas con ambas manos. La luz era demasiado intensa. No podía ver bien. No podía oír. Se dobló sobre sí misma. El zumbido pasaría, siempre lo hacía. ¿Qué se suponía que había sido eso? Derek se acercó de nuevo a ella, y Key apenas tuvo tiempo de recoger su arma antes que él levantara su pie y la pateara de pleno en la cabeza.

Todo fue oscuridad.

Key parpadeó varias veces. Su mente no dejaba de dar vueltas, había sangre en el suelo que seguro era de ella, y seguía sin poder oír bien. Los golpes en la cabeza eran lo peor. Se sostuvo sobre sus manos luchando por comprender qué estaba sucediendo. Vio a Derek acurrucado contra una columna, cubriendo sus orejas con desesperación como cuando era un niño y le suplicaba a las voces que se fueran. Estaba llorando. Y estaba rezando, tan fuerte como podía. Ella simplemente lo sabía por su expresión, seguían sin poder oír del todo bien.

Luchó por comprender, porque nada de eso tenía sentido. Y entonces lo vio. Su sangre se heló por completo al notar al joven de pie a un lado, demasiado delgado para lucir sano, tan carente de color como ella misma. En su mente, Kira había tenido muchos rostros distintos, la mayoría monstruosos, pero lucía casi frágil. De huesos delicados y finos, su quebradizo cabello pegándose a su rostro. Vestía sus mejores prendas de seda, y una despreciable sonrisa en su rostro. Sus labios se estaban moviendo.

Key reaccionó enseguida. Arrancó dos tiras de su camisa y las metió en sus oídos hasta donde fue capaz. Se puso de pie, cogiendo su naginata con ambas manos para enfrentarle. No a ella. No a Derek de nuevo.

Embistió hacia adelante, la punta de su arma conectando con el cristal y haciéndolo añicos. Se detuvo. No era real. No estaba allí. Al menos, no de ese lado. Kira aborrecía cualquier cosa relacionada con humanos, por supuesto que no cruzaría si podía ocuparse desde la comodidad de su territorio con simplemente hacerse oír. Eso no evitaba que fuera un peligro.

Se giró al verlo en otro espejo y no dudó en destruirlo también. Tenían que irse de allí cuanto antes. Y a la vez, sabía que no podía dejar que un mal semejante cruzara. Si él los había encontrado, si ellos habían descubierto la entrada, entonces era solo cuestión de tiempo para que alguien más lo hiciera. Tenía que haber un modo de cerrar definitivamente ese lugar.

Destruyó un tercer espejo al creer ver movimiento. Y un cuarto. Había demasiados. No daría abasto para terminar con todos. Su pulso estaba acelerado, sus oídos seguían doliendo. Tenía que sacar a Derek de allí. Tenían que huir. Y a la vez, no podía abandonar ese lugar y dejar esa amenaza sin supervisión. No vencería. Ningún arma era suficiente contra un enemigo así.

Se dio vuelta al ver movimiento, naginata en alto, pero se detuvo al reconocer a Nix junto a Takeo. Key no bajó su guardia. Ambos estaban hablando. ¿Y si Kira también podía jugar con su mente de ese modo? No podían ser reales. No tenían modo de estar allí también. Mantuvo su arma delante para defenderse. Entonces Nix se acercó y cogió su mano para sostenerla contra su cuello en algo que solo Nix haría. Su pulso era elevado también. Él estaba diciendo algo.

—No puedo oírte —murmuró Key—. Kira está aquí.

¿Y qué estaban haciendo ellos allí también? Key supo la respuesta al instante. Pip. Esa cría no debía haberla escuchado cuando le había dicho de ir a dormir, y por primera vez solo pudo agradecer su desobediencia. Nix la cogió por el brazo y tiró de ella, pero Key plantó sus pies en el suelo.

—Derek —ella perdió el aliento al ver que él ya no estaba donde lo había visto—. Tenemos que sacar a Derek de aquí también y destruir este lugar.

No necesitaba oír para imaginar lo que Nix debió haber respondido, la molestia evidente en su rostro. No entendía. Ella tampoco lo había hecho. Derek la había salvado. Se deslizó fuera del agarre de Nix. Derek tenía que estar en alguna parte.

Vio movimiento, y simplemente fue en esa dirección. El aire se sentía más pesado allí, como si no llegara a sus pulmones. Key intentó mantener la calma mientras su propio reflejo la observaba desde todos lados. Uno de esos espejos debía ser el cruce. Se esforzó por mantener su respiración estable. Tenía que encontrar a su amigo. No lo abandonaría, no de nuevo. Key rompió otro espejo al ver un destello de Kira y entonces lo escuchó.

Un grito. Tan fuerte como para oírlo, tan desgarrador como para que su alma temblara. Derek. Echó a correr en esa dirección enseguida. Tenía que sacar a todos de allí. Tenía que acabar con la amenaza. Tenía que... No sabía, solo sabía que necesitaba encontrar a su amigo. Necesitaba salvarlo. Y solo al encontrar a Nix de rodillas, se le ocurrió pensar que ese grito no había sonado como Derek.

Él estaba presionando sus palmas contra sus ojos. Key soltó una maldición y corrió para agacharse frente a él, su mente un lío de preocupaciones. Nix no sentía dolor. Podrían apuñalarlo, y la única respuesta que conseguirían sería su molestia. Key lo tanteó tan rápido como pudo para chequear su estado. No tenía ninguna herida visible, pero su cuerpo estaba temblando, y él seguía gritando.

—Dime qué es —dijo Key—. Por favor, dime qué es.

Resistió cualquier necesidad por quitarse la tela de sus oídos. Cogió sus manos, y entonces se paralizó al sentir la sangre manchando su piel también. Nix tenía sus ojos fuertemente cerrados, lágrimas rojas deslizándose fuera. Su piel estaba distinta también, podía ver apenas la sombra de oscuras marcas en las yemas de sus dedos, como tinta borrada. La comprensión la golpeó.

Él estaba demasiado cerca de la frontera, y del mismo modo que Key sentía la magia de Ashdown pesando sobre ella, la línea entre ambos mundos allí era demasiado delgada como para que su cuerpo intentara regresar a lo que había sido antes.

Pasó su brazo sobre sus hombros y lo obligó a ponerse de pie. Tenía que alejarlo de allí. Nada de eso podía estar sucediendo. Y a la vez, ella solo podía pensar en que no fuera algo permanente mientras arrastraba a Nix lejos. Alguien había marcado el suelo con tinta negra. Takeo, su primo era lo suficientemente precavido como para no perderse allí. Ella siguió la línea hasta las escaleras, arrastrando por completo a Nix mientras él apenas era capaz de dar unos pasos.

Tenía que sacarlo de allí. Tenía que alejarlo de la frontera. No podía ser permanente, no de nuevo. Apretó los dientes y lo obligó a subir las escaleras, los pies de él trastabillando más de una vez. No lo merecía. No otra vez. Sus pulmones ardían, su cuerpo estaba comenzando a recordarle que todavía no se había recuperado del todo. Luchó cada paso, hasta que fue capaz de ver la luz del exterior y salir.

Nix se desplomó en el suelo enseguida. Key se arrodilló delante de él para evaluar la situación. Intentó limpiar la sangre de su rostro, pero él la alejó al instante. Seguía sosteniendo las manos contra sus ojos, el eco del dolor tan fuerte como para que Key lo viera luchar por no gritar de nuevo.

—Quédate aquí —dijo ella.

Él la alcanzó con su mano y la cogió por la manga para evitar que se alejara. Sus labios se estaban moviendo. Key sacudió su brazo, pero él no la soltó.

—Tengo que ir por los demás —ella cogió su mano, torciendo sus dedos para obligarlo a soltarla—. Por favor. No puedo dejar a mi primo, Nix. Solo cinco minutos. Te prometo que estarás bien.

Ella finalmente consiguió que la libere y corrió de regreso dentro de la cueva. Sus pies fueron rápidos sobre los escalones, más de una vez resbalándose pero logrando conservar el equilibrio. Cinco minutos se prometió, solo serían cinco minutos para decirle a Takeo que saliera y encontrar a Derek y se iría. Podía hacerlo.

Encontró la línea negra en el suelo, y la siguió hasta el final. A sus pies, una Key completamente preocupada replicaba sus pasos. Su alivio fue instantáneo al encontrar a Takeo. Sus zapatos, él tenía tinta en sus zapatos. Estaba de pie frente a un espejo, ella podía ver los kanji de protección en su espalda. Llamó su nombre, pero su primo no se movió.

—¡Takeo, tenemos que irnos! —gritó.

Él se dio vuelta, y entones ella vio el reflejo de Kira en el espejo. El brujo le sonrió. Takeo desenfundó su katana de un grácil movimiento. Deseó haber visto algo en él que le dijera que estaba bajo su influencia. Una mirada vacía, una expresión en blanco, su cuerpo como el de una marioneta, cualquier cosa. Pero su primo lucía como siempre que la enfrentaba, serio y exigente, salvo que la determinación en sus ojos era otra.

Key apenas alcanzó a levantar su nagitana para frenar el primer ataque. Takeo intentó embestirla, y ella clavó su arma contra el suelo para saltar con el impulso. Él se dio vuelta con una rapidez increíble. Su katana chocó con la hoja de su naginata. Key jadeó ante la fuerza del impacto. Sin importar cuánto su primo le exigiera, siempre que habían practicado, él se había controlado de no hacerle daño. Ya no era el caso.

Retrocedió, no lo suficientemente rápido. Sintió el ardor en su brazo y la sangre comenzando a brotar. No podía. Ni siquiera tenía oportunidad de ataque. Por cada golpe que bloqueaba, Takeo ya se encontraba a medio camino del siguiente, y ella perdía terreno con cada paso. Era solo cuestión de un movimiento en falso para recibir algo más que rasguños.

Vio a Derek a un lado, golpeando una columna con una roca lo suficientemente grande como para dañarla. Él logró mover una pieza en la base, y la columna se derrumbó como si fuera un castillo de arena. Estaba intentando echar este lugar abajo. Incluso cuando debía estar tomando todo de sí, estaba luchando por detener a Kira. Siempre había luchado.

Key lo recordó confesándole que se había desesperado por encontrar los huecos en las palabras del brujo para poder escapar de su influencia, para no hacerle daño a ella, para aferrarse a un poco de voluntad. Tenía que haber huecos. Interpretaciones distintas. ¿Tsukuyomi no mostraba un rostro diferente cada noche a pesar de ser siempre el mismo?

—¿Qué te dijo? —preguntó Key, su primo la atacó de nuevo sin piedad—. Necesito saber qué te dijo, Takeo —ella gritó al sentir el tirón de sus viejas heridas—. ¿Acaso te dijo que me mataras?

Fue un fugaz instante, pero la determinación en el rostro de Takeo fue más dura. Nix lo había dicho, repetir las palabras de Kira solo le daba más poder sobre su víctima. Key pensó rápido. No resistiría mucho más. Derek ya estaba echando abajo otra columna, y el lugar entero podría ceder en cualquier momento.

—Ya lo has hecho. Me matas, Takeo —dijo Key y su primo se detuvo, ella no bajó su defensa—. Cada vez que me obligas a subirme a tu Jeep, me matas. Cada vez que me recuerdas lo que le sucedió a mis padres, me matas. Cada vez que me dices que no estoy a la altura de lo que se espera de mí... Me has tenido agonizando desde el primer día que nos conocimos. Me mataste años atrás, cuando nos conocimos por primera vez, y me dijiste que en vez de estar llorando como una tonta por la muerte de mis padres debería estar vengándolos. Fue una puñalada directo al corazón.

Takeo la miró, y luego a la katana en sus manos. Estaba temblando, como si le tomara todo de sí no volver a atacarla. Key se mantuvo quieta, naginata en mano para defenderse. Él tomó un profundo respiro y entonces dio vuelta la empuñadura. Key sintió su corazón detenerse cuando su primo se dejó caer de rodillas.

No.

Soltó su naginata y corrió hacia él mientras Takeo levantaba su arma en un último gran arco. Saltó, alcanzando a poner sus manos sobre las de él cuando bajó su katana. Takeo ahogó un jadeo. Key sintió la hoja atravesar carne y músculo, y la sangre empapar por completo sus manos. Las lágrimas quemaron en sus ojos, y ella solo pudo ver sus delgados dedos sobre la empuñadura de la katana, la hoja desapareciendo por completo dentro del pecho de su primo.

—Lo siento —murmuró Key y levantó su cabeza para mirarlo, lágrimas deslizándose por su mejilla—. Lo siento tanto. No podía permitirlo.

La katana salía del otro lado a la altura de su hombro. Había logrado desviar el corte a tiempo. La sangre estaba tiñendo por completo su uniforme. Tal vez hubiera tocado una vena importante, o un pulmón, nada que no pudiera aguantar un poco más mientras él no retirara el arma. Takeo intentó hablar, sangre se deslizaba fuera de sus labios.

Key lo cogió por sus brazos y lo arrastró por el suelo. Su cuerpo no tenía peso alguno. La sangre estaba manchando muy rápido su camisa, pero no era suficiente. No estaba perdiendo tan rápido como para que fuera inevitable. Estaba respirando, eso era mucho más de lo que estaría haciendo si ella no hubiera llegado a tiempo.

Lo dejó sobre las escaleras. El suelo estaba temblando, Derek debía seguir con su destrucción. Tenía que sacarlo de allí también. Takeo intentó coger su arma de nuevo y Key tuvo que sostener sus manos para detenerlo. Miró a su alrededor antes de coger su estilete al no quedarle alternativa. Su primo seguía luchando, fuera para acabar con su vida o la de ella. Key le murmuró una rápida disculpa antes de juntar sus manos, y atravesarlas con su estilete para clavarlas a su propia pierna.

Takeo gritó. Eso lo dejaría inmovilizado al menos.

Ella se dio vuelta y corrió de regreso a la recámara. Tuvo que cubrirse su rostro con una manga, polvo se había levantado. Los espejos a su alrededor estaban temblando, las pocas columnas que quedaban esforzándose por mantener el techo en alta. Recogió su naginata de donde la había dejado. Llamó a Derek.

Una columna se derrumbó a su izquierda. Key saltó y rodó por el suelo para evitar las piedras. Otra más no tardó en ceder. Ese lugar había sido construido para ser capaz de destruirse en minutos de ser necesario. La estructura ya no estaba resistiendo. Ella tosió al aspirar tierra. Un espejo explotó cerca y los cristales la alcanzaron. Se puso de pie enseguida. Pedazos del techo se estaban desprendiendo y cayendo como armas mortales.

Su corazón se hundió al darse cuenta que el camino por el que había venido estaba derrumbado, un puñado de piedras tapando las escaleras. Las columnas no dejaban de ceder. El suelo era un río de vidrios rotos. Todo su cuerpo dolía, y a la vez no podía dejar de moverse para evitar golpes. Utilizó su naginata para batear algunas piedras lejos. Sus pulmones no podían más. La luz estaba disminuyendo a cada espejo roto.

Sintió la desesperación cerrar su garganta mientras giraba sin encontrar salida alguna. Las columnas estaban cayendo una tras otra como un castillo de naipes. Los cristales se habían insertado en cada parte de su cuerpo que habían encontrado. Cubrió su nariz, luchando por mantenerse consciente. Tenía que haber algo que hacer. No podía oír, y apenas era capaz de ver mientras la oscuridad crecía a cada instante.

No deseaba morir, no así. Se aferró con fuerza a su naginata, luchando por mantener las lágrimas a raya y su mente clara. Su madre le hubiera dicho que siempre había una salida, pero Key ni siquiera podía detenerse a pensar en tal, saltando de un lado a otro mientras más pedazos de techo se desprendían. El miedo era amargo en su boca. El aire no llegaba a sus pulmones. El zumbido en su cabeza era insoportable. El suelo tembló a sus pies. Y no quería morir.

Key gritó al ver el techo comenzar a derrumbar. La desesperación heló sus huesos. Piedras comenzaron a caer, cada vez más grandes, cada vez más pesadas. Miró con pánico a su alrededor. La oscuridad ya casi era absoluta. Continuó moviéndose. Tal vez, si corría lo suficiente, si saltaba hasta que sus pies no pudieran más, si se mantenía activa, podría de algún modo milagroso evitar morir aplastada.

No estaba pensando. Era una idea tonta. Era solo cuestión de segundos. Tenía que haber una salida. Su madre siempre le había dicho que existía una salida. Pero ella no estaba allí para ayudarla, y Key podría preguntarle pronto qué habría hecho en su lugar. Extrañaba de un modo agonizante a sus padres, pero todavía no estaba lista para reunirse con ellos.

Los cristales habían cortado toda su piel. Pequeñas piedras ya la estaban golpeando. Key vio la nube de polvo levantarse a su alrededor, y el espejo frente a ella. No lo dudó. Corrió. Se deslizó por el suelo. Saltó. Hizo cuanto pudo para mantenerse con vida. Lucharía hasta el final. Se aferró con fuerza a su naginata. El techo cedió por completo. Cerró los ojos y dio un último salto.

Fue como recibir un disparo.

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