Capítulo 35


Key suspiró. Estaba aburrida, pero apreciaba lo suficiente su vida como para no hacer tal comentario frente a Nana. Llevaba unas buenas horas de rodillas frente al espejo, quieta mientras su abuela seguía peinándola. Se dijo a sí misma que era como otro de los ejercicios que su padre le hacía practicar de niña para entrenar su paciencia. Solo tenía que permanecer quieta y en silencio el tiempo suficiente.

Mantuvo su cabeza en alto, ignorando el dolor en su nuca mientras Nana continuaba cepillando su cabello. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba mirando el cuadro sobre el espejo. Sus ojos se habían perdido en las descoloridas líneas sin sentido, y estaba segura que podría trazarlo de memoria a esta altura.

No le gustaba el kimono. No tenía nada contra las preciosas sedas ni los delicados bordados, pero prefería sus extremidades libres para poder hacer sus acrobacias y moverse sin restricciones. Había aprendido a mostrar sus cicatrices con orgullo tal como su padre le había enseñado, después de todo las había conseguido cumpliendo con honor su deber. No le gustaba la idea de cubrir cada centímetro de su piel. Y los zapatos eran demasiado incómodos.

Había intentado, sin éxito alguno, persuadir a Nana de semejante tortura. Solo había conseguido golpes y reprimendas en respuesta. Tampoco estaba tan entusiasmada por la idea del matsuri como había esperado, su mente demasiado preocupada por otros asuntos. Era un alivio saber que Anton estaba encerrado en alguna habitación, negándose a salir e interactuar con otros como siempre había sido en Washington. Y los pocos minutos al día que podía robar a solas con Nix... Ella mentiría al decir que no los ansiaba más que nada, y entonces nada más parecía importar.

De un modo u otro, su cabeza siempre regresaba a Derek. La discusión que habían tenido hacía unos días no había sido de lo mejor, y a la vez solo él sabría por lo que habría pasado para ahora ni siquiera atreverse a acercarse a brujos. Derek solía sonreír y lidiar con brujos como si fueran niños, pero fuera lo que fuera que le hubieran hecho durante ese tiempo en que Key había perdido contacto, su amigo ya no era así. La noche anterior se había roto durante un interrogatorio, incapaz de continuar, llorando y pidiendo un respiro.

Quizás su peor miedo fuera real, y una parte de Derek nunca se recuperaría. No le gustaba verlo sufrir, pero también sabía que él era su única oportunidad de aprender más sobre los besados por la luz. Key se aseguraba de preguntarle antes de cada reunión si él quería hacerlo, y Derek siempre respondía que sí. Aun así, el corazón de ella no podía evitar sufrir al presenciar cómo su buen humor se esfumaba rápido y se convertía en el chico roto que solo quería olvidar.

Kira lo había obligado a asesinar a sus padres, a todo agente que hubiera intentado detenerlo, incluso a ir por ella. Key a veces olvidaba que Derek había cortado su dedo, y ella lo había perseguido por toda una avenida para recuperarlo y hacer que Seito se lo cosiera. Le había preguntado a Takeo si podrían hacer los interrogatorios más espaciados, pero la relación con los Taiyo no estaba de lo mejor y ellos ya estaban reclamando que les enviaran a Derek para quién sabía qué. Taiyo Rai no había mentido, ella en serio planeaba vengar a su hermana. Y aunque Key ya tenía suficiente como para desear meterse en ese asunto, sabía que su primo no debía estar tan tranquilo como aparentaba, y el único motivo por el que la situación no era peor era porque el clan jamás lo dejaría ir.

Y luego estaba el asunto de Nix. ¿Cuánto más podría guardar ese secreto de Derek? Deseaba contarle. Eran amigos. ¿No? Se suponía que no había secretos entre ambos. Pero donde a nadie del clan Feza parecía interesarle si humanos y brujos mantenían cercanía, Derek ya había dejado bastante en claro su opinión y ella no sabía cuánto tiempo más podría lidiar con su prejuicio.

—¿Acaso...? —Key dudó un instante, mirando el reflejo de Nana en el espejo—. Necesito un consejo.

—Hanashite —dijo Nana.

—¿Qué haces cuando no puedes callar tus sentimientos? —preguntó Key, Nana no respondió—. Por favor. Di algo. No tengo a mamá para preguntarle, y ahora tampoco Gia. Nadie nunca...

Calló, porque se sentía como una niña pequeña con lo que estaba haciendo. Su padre le había enseñado de disciplina, y su madre sobre peleas. Nana la había criado e instruido para ser una agente. Pero nunca nadie se había detenido a hablarle sobre conflictos del corazón, y en realidad no tenía nadie más a quien recurrir. Gia ya no estaba. Derek no era una opción. Y Nana...

Su abuela se detuvo y se inclinó para estar a su altura. Key sintió el peso de sus arrugadas manos sobre sus hombros, su fuerza indiscutible. Recordó a Nana golpeando sus manos cada día para que sus huesos fueran más fuertes. Exigiéndole que saltara más alto, más lejos. Forzándola a practicar de niña hasta que Key terminaba llorando y suplicándole detenerse. Ella se había convencido que Nana simplemente no tenía corazón, y aceptado que ese era su modo de ser. Se iría por semanas sin decir nada, regresaría como si nunca se hubiera ausentado, la criticaría y exigiría más, la ignoraría si no le hablaba en japonés y las pocas veces que se dignara a escucharla, le respondería en un inglés demasiado brusco y desinteresado como para que Key sintiera que le importaba.

—Kokoro no conocer silencio —dijo Nana.

—No entiendo —admitió Key, Nana cogió su mano.

—Corazón ser ruidoso. Por eso gritar de dolor, pero también gritar por amor —respondió ella.

—Hanashite kudasai —susurró Key y Nana sonrió al sentir la necesidad en su agarre.

—Los sentimientos no están hechos para callar, Key-chan —dijo ella en japonés—. Callarlos solo hará que te ahogues en ellos. Eres más inteligente que eso.

—¿Y si hablar lastimará a otro? —preguntó.

—Entonces esa persona no valora tu corazón sobre sí mismo. ¿Y quieres tener cerca a alguien así? —dijo Nana—. Amé profundamente a tu abuelo, y él me amó del mismo modo, tan solo no era del modo en que la sociedad quería. Era mi mejor amigo. ¿Crees que en algún momento me importó algo más que su corazón? Queremos lo mejor para quienes amamos. Sin importar el costo. Cumplí con mi parte, lo ayudé en todo lo que pude, incluso le di dos hijos como el clan demandaba.

Key conocía esa regla. Siempre debía haber al menos dos herederos Feza, en caso que uno prefiriera la libertad a permanecer con el clan. Como su padre al establecerse en Chicago. O la hermana de su abuelo al escoger una vida sin hijos. O uno muriera, siendo ese el destino más desafortunado. Considerando la situación actual, tanto ella como Takeo podrían terminar en problemas similares.

—Dicen que tuviste un amante brujo —susurró Key.

—Eso dicen —Nana se enderezó para continuar peinándola.

—¿Por qué nunca aclaras qué sucedió realmente?

—¿Piensas que una relación tiene más valor que el que las dos personas involucradas le den? —preguntó Nana—. No lo hace, Key-chan. Estar enamorado es algo lindo de compartir con otros, pero el silencio no alterará tus sentimientos hacia la otra persona. ¿Crees que hay una diferencia si solo tú lo sabes o el mundo entero? Tu corazón sentirá del mismo modo, sea cual sea el caso.

—Entonces es cierto —murmuró Key—. ¿Qué sucedió?

—Tienes suerte. Has nacido en una época donde la relación entre brujos y humanos no es tensa a diferencia de lo que debes creer —Nana suspiró—. Fue ejecutado durante los días previos a su revolución por confraternizar con humanos. No era algo bien visto por los brujos en ese momento.

Se arrepintió enseguida de haber preguntado. De niña, su padre le había explicado que la historia era como el mar, las olas arrastrando naves de un lado a otro sin cesar. A veces, la relación entre brujos y humanos sería de iguales. Otras, enemigos. No hacía mucho brujos habían intentado dominar algún territorio del mundo humano, y Nana junto con otros agentes los habían detenido. Key dudaba que eso hubiera dejado bien las relaciones interraciales. Pero la revolución había sucedido después de la muerte de sus padres, así que al menos Nana habría tenido décadas enteras de encuentros clandestinos.

Nunca se había detenido a pensar en ello. Primero su amante, y luego su hijo. ¿Cuánto había perdido realmente Nana como consecuencia de un problema en otro mundo? Y de todos modos se había hecho cargo de ella sin queja alguna. Había renunciado a todo por tomar esa responsabilidad y no alejar a Key de su hogar.

—Lo siento —susurró Key.

—No calles tu corazón, y no escuches a otros al respecto —dijo Nana y golpeó con suavidad su cabeza—. Solo importa lo que hay aquí dentro, lo que tú crees.

—¿Y cómo sabes lo que hay allí? —preguntó Key.

—Si no sabes, entonces es porque la respuesta no es la que imaginas —respondió Nana.

—¿Lo conociste cuando estuviste en Ashdown? ¿Por eso decidiste colgar tus armas?

Nana no respondió. Key suspiró con rendición al comprender que eso era todo. Ya bastante su abuela había hablado, y eso era mucho decir. Podrían pasar años antes que Nana volviera a hacer algo similar. Pero el problema seguía allí, y Key no sabía cuánto más podría mantener sus respuestas controladas cada vez que Derek la juzgara por cómo decidía relacionarse o no con brujos. No estaba segura que él hubiera sido así un año atrás, pero ella tampoco lo había sido. ¿Entonces no podían haber cambiado ambos para mejor?

No deseaba discutir con él, no cuando ya era suficiente con haber perdido a Gia. Su amiga no la hubiera juzgado, lo sabía. Key había cometido el tonto error de coger la carta que Pip guardaba de Gia, y contarle su situación. El eco de su amiga solo la había mirado como si hubiera perdido la cabeza, y cuando Key le había preguntando qué pensaba al respecto, simplemente se había encogido de hombros. Tan Gia. Key casi había podido imaginar su voz diciendo que mientras no terminara herida, hiciera lo que deseara.

Pero la voz era lo primero que uno olvidaba del otro, y ese tonto acto había bastado para recordarle lo perdido. ¿Alguna vez las cosas volverían a sentirse como antes? Cada día que pasaba era como otra vuelta para tensar una cuerda, y ella no estaba segura de cuándo esta se rompería. La Agencia no era confiable, los Taiyo reclamaban, los enfermos no decrecían y prefería no pensar en la amenaza que eran los besados por la luz.

***

El matsuri no estaba mal. Era pequeño, pero todos los miembros del clan habían decidido participar, incluso los brujos que vivían con ellos. No se comparaba en nada a los matsuri que se solían hacer en el resto de Japón, y a la vez había un misticismo distinto al estar perdidos en medio del bosque.

Pequeños faroles colgaban fuera como luciérnagas en medio de la noche, los recintos completamente a oscuras. Había ancianos tocando música y jóvenes dando demostraciones de combate. De niña su padre la había llevado a un matsuri en Chicago, y Key había quedado fascinada ante todos los colores y ruidos. Pero aquello se había sentido como algo a compartir a solas con su padre, ambos con sus yukata, disfrutando de pescado frito y bailando con el resto.

No se había atrevido a ir a los matsuri que se festejaban en Washington, muy para la indignación de Nana. Pero quizás aquello era lo fascinante del concepto. Los japoneses celebraban sus matsuri sin importar donde estuviesen, y siempre invitaban a todos quienes desearan participar a sumarse y aprender sobre ellos.

Algunos brujos incluso se habían puesto yukata también. Key ya había perdido de vista a Pip al menos unas tres veces, y no dejaba de decirle que no se alejara. Anton se había negado a salir de su habitación, pero incluso escuchar su voz era un alivio. De todos modos, Pip ya era un trabajo a tiempo completo. Key había había perdido la cuenta de cuántas veces le había quitado comida de las manos al ella no poder consumirla, o armas. Algunos miembros del clan estaban exponiendo y vendiendo las armas que fabricaban, y no había modo que Key fuera a permitirle a Pip conseguir un arma.

—¿Siquiera sabes qué estamos celebrando?

Key se había acostumbrado al despectivo tono en la voz de Takeo, ahora sabía que no era hacia ella sino que en general. Su primo siempre sonaba demasiado serio, demasiado exigente. Quizás una parte se debiera a que su corazón estaba adolorido, y tampoco era algo que pudiera compartir. Considerando su compromiso con su deber, prefería no imaginar cuan culpable debía sentirse Takeo por dentro.

Cogió el pequeño vaso que él le ofreció con sake. Le sonrió en agradecimiento. Pip se había detenido junto a un grupo de niños, humanos y brujos, que estaban jugando con cintas. Tal vez podía permitirse relajarse, incluso envuelta en demasiada seda como para poder hacer algo más que mantenerse recta de pie. Envidiaba a Takeo y lo cómoda que lucía su yukata con pequeñas borduras de lunas.

—Siempre hay motivo para celebrar —respondió ella.

—Esta fue la noche que Feza Akihiko murió —dijo Takeo—. Celebramos su deber, y honramos su legado.

—¿Piensas que las personas destinadas a quedar en la historia, saben que serán legendarias cuando sus vidas están sucediendo? —preguntó Key—. ¿Crees que Akihiko sabía en lo que se convertiría o ni siquiera creyó que alguien sabría de él?

—Mientras actuemos con honor, nuestra familia siempre nos recordará —dijo él.

—¿Crees que alguien más recuerde a mi padre, o solo viva en mi cabeza?

—Sé que tío Hitoshi era tan sereno como una noche de verano, pero su acero tan letal como el mismo Tsukuyomi, sus palabras a la altura de su katana. Murió por defender sus ideales, y proteger a su hija. Y no hay modo más digno de morir —Takeo levantó apenas su vaso—. Brindo por Feza Hitoshi, el lobo en poniente.

Key levantó su vaso y bebió también. Su padre definitivamente no se hubiera quedado de brazos cruzados al saber sobre los besados por al luz, y ella no planeaba deshonrar su memoria al no hacer lo mismo. Pero, el hecho que alguien más lo recordara... Era lindo saber que no había sido olvidado, que los Feza hablaban de él de ese modo.

—Entonces Akihiko... —comenzó Key.

—Demencia senil, murió congelado meditando fuera —respondió Takeo.

—Esperaba una muerte más heroica —admitió ella.

—¿Morir de vejez? Suena bastante heroico para mí. Significa que ganó y sobrevivió a cada batalla que libró. Deberíamos aspirar a algo semejante.

—Probablemente seremos recordados como el par de Feza que renunciaron a la Agencia en nombre del clan, junto a todos los demás que lo hicieron antes que nosotros —dijo Key.

—Y luego vendrán otros regresando a la Agencia en nombre del clan —concluyó él y evitó mirarla—. Taiyo Rai hizo su denuncia. Seré recordado por profanar lo sagrado.

—El amor no es profano —Key suspiró—. ¿Qué harás?

—Si renuncio a mi deber, estaré aceptando de lo que se me acusa y seré una vergüenza para el clan. Si no lo hago, y Rai demuestra mi culpabilidad, seré despojado de mi título y una vergüenza para el clan —dijo Takeo—. Y ambos sabemos lo buena que es Rai.

—Sé que es justa —murmuró Key—. ¿Hay algún modo de que pruebe lo que se te acusa?

—No lo sé —admitió Takeo—. Yo siempre fui cuidadoso, pero Yuki...

—Rai es dura, pero no traicionaría sus propias leyes. Si muestras que está actuando por emoción más que razón, estará obligada a dejar el asunto —Key se encogió de hombros ante la mirada de Takeo—. Es lo que sucede cuando te acusan de estar involucrado emocionalmente en un caso, te obligan a tomarte una licencia. Créeme, no se siente bien. Eso no hará desaparecer la denuncia, pero al menos Rai no podrá participar de ningún modo.

—¿Quién eres? —preguntó su primo.

—Me gusta ser la chica amable que mi padre quería que fuera —respondió ella simplemente—. Podemos deshacernos de Rai, luego nos ocupamos del resto. Un paso a la vez.

—Quizás soba no exagere contigo después de todo.

—No soy como Nana dice.

—Dice que eres una superviviente, que harás lo que sea necesario con tal de aferrarte a la vida.

—No como ella cree —dijo Key.

—Soba ha vivido y ha visto más de este mundo, y del otro, que cualquiera de nosotros. No dudaría de sus palabras —dijo Takeo—. No cuando son tan pocos los que pueden decir haber pisado el mundo de los brujos por tanto tiempo, y haber regresado. Siempre algo se pierde allí. La vida, o la razón.

—No estamos hechos para ser compatibles con un mundo mágico —dijo Key—. Sino, créeme, considerando cómo somos los humanos, nosotros ya hubiéramos intentado invadir a los brujos también.

—Más razón para ser buenos representantes de nuestra especie, y ser buenos anfitriones —dijo Takeo mirando más allá de ella—. Iré a poner unas reglas antes que los críos se lastimen jugando. No creo que Akihiko aprecie una ofrenda de sangre.

Takeo partió enseguida, Key no tuvo oportunidad de decirle que los niños estaban en la otra dirección. Y había perdido a Pip de vista. Se dio vuelta, dispuesta a ir por la bruja, solo para encontrar a Nix frente a ella. ¿Acaso su primo...? Eso era una jugada baja, pero al menos significaba que ambos debían estar en buenos términos.

Por un instante ella no supo qué hacer, tal vez porque nada de esa noche terminaba de sentirse real. Ni el ambiente, ni las prendas que tenía puestas, ni el simple hecho de que nadie parecía prestarles atención. Nix se acercó y colocó una flor en su cabello, y Key solo pudo pensar en que a nadie más parecía importarle realmente, porque estaba cada quien en sus propios asuntos y mientras hubiera armonía nadie se interesaba por el tipo de relación entre brujos y humanos. Sintió sus mejillas arder. Llevó una mano a su cabeza solo para acariciar los pétalos de la flor y asegurarse que era real. ¿Era una sakurasou? Dudaba que él supiera algo del lenguaje de las flores, pero aun así...

—¿Qué haces? —preguntó Key.

—Estoy seguro tú puedes decirme dónde conseguir sashimi —respondió Nix—. Deja de preocuparte por Pip por una noche.

—Pero...

—No todos aprenden por ser obedientes como tú. Algunos necesitamos cometer errores y lastimarnos para aprender —dijo Nix—. Y tu abuela estaba con los niños.

—No sé si eso es mejor —admitió Key.

—Tal vez no —dijo él.

—¿Entones sashimi? —preguntó ella y Nix asintió—. Vamos, creo haber visto un puesto en el extremo norte que también tenía tataki.

—¿Qué es eso? —preguntó Nix.

—Te gustará —dijo Key simplemente.

Era una apuesta, pero todo lo era en lo que concernía al brujo. Él la siguió en silencio hasta el puesto. Key era demasiado consciente de que su aspecto no era el habitual. Su cabello estaba sujeto en alto y lleno de demasiados adornos, el kimono limitaba demasiado sus pasos e incluso el reconfortante peso de su estilete oculto entre tanta seda no se sentía correcto. Y era extraño, estar compartiendo con Nix una parte de ella que tal vez solo Nana conocía, esa chica que algunas veces cumplía absolutamente con la tradición heredada de su padre.

Nix estaba vestido como cualquier otra ocasión, y Key solo pudo pensar en lo mucho que le gustaba la confianza con la que él caminaba de noche, como si fuera un rey y la oscuridad se arrodillara a su voluntad. A veces lo hacía, si estaba en condiciones de usar su poder. Quería tomar su mano, un impulso tonto e infantil. Quería dejar de preocuparse por las reglas y las apariencias y simplemente poder disfrutar de su vida. ¿Era eso mucho pedir?

Tal vez a aquello se había referido Nana con que el corazón no conocía el silencio. Cada día, aparentar era más difícil, y guardar las distancias le costaba más. Ansiaba su cercanía, y su tacto, y sus besos, y no estaba segura de cuánto era físico o cuánto emocional, pero sabía que deseaba que aquello continuase hasta poder averiguarlo, porque era adicta a descifrar misterios, y lo que le provocaba Nix era algo que no dejaría sin resolver.

—Es distinto aquí —comentó Nix cuando el vendedor le entregó a cada uno su comida.

—¿En qué sentido? —preguntó Key.

—Todos saben lo que soy, y a nadie parece importarle —respondió él—. Nadie me controla.

—Eres un huésped, no sería educado hacerlo —dijo Key—. ¿Te gusta?

—Es pacífico —dijo Nix, y tal vez eso era todo lo que conseguiría de su parte.

—A mí me gusta que estés aquí —admitió ella.

Vio a Derek al otro lado del pequeño corredor que se había armado entre los puestos. Él le sonrió ampliamente, levantando una mano con entusiasmo para saludarla, cualquier felicidad desapareciendo enseguida de su rostro al notar que no estaba sola. Key lo ignoró. No estaba de ánimos esa noche para lidiar con el delicado asunto de lo que su amigo pensaba sobre el relacionamiento con brujos.

—¿Por qué? —preguntó Nix y Key parpadeó varias veces al olvidarse de Derek.

—¿Por qué qué? —preguntó ella.

—¿Por qué te gusta que esté aquí?

Porque a su lado nada nunca se sentía imposible o complicado. Nix había terminado su sahimi y tirado la bandeja en uno de los múltiples cestos a su alcance, y ahora estaba robando descaradamente el tataki de ella. Key se quejó e intentó alejarlo con sus palillos sin éxito alguno. Lo guió lejos de la multitud y las luces, porque él jamás lo diría, pero debía estar haciendo un buen esfuerzo para lucir casual rodeado por tanto ruido y caos.

—Quizás porque simplemente me gustas —dijo Key—. Esas cosas no tienen explicación.

—Alguien no te agrada solo porque sí —comentó Nix.

El recinto estaba vacío en esa parte, sus construcciones completamente a oscuras, las risas y los fuertes ruidos del matsuri habiendo quedado detrás. Key inspiró el frío aire nocturno. No, nadie le agradaba a otro sin motivo alguno. Nix quiso robarle otro tataki y Key intentó evitarlo, sus pies tropezándose a causa de la oscuridad y sus sandalias de madera. Él la atajó, pero no fue suficiente para evitar que ambos cayeran. Key sofocó un pequeño grito, soltando la bandeja con comida.

Abrió la boca, dispuesta a murmurar una disculpa, pero se detuvo al darse cuenta de lo cerca que estaban. Lograba que su corazón se sintiera bien, ese era el porqué. Sus rostros estaban apenas a unos pocos centímetro, su respiración golpeando sus labios, y ella solo podía pensar en lo mucho que ansiaba besarlo. Le gustaba, y tal vez algo más, pero no tenía experiencia alguna en cuanto a ese tipo de sentimientos como para estar segura ni nadie a quien preguntarle al respecto.

—Me gustas porque crees que soy capaz de cualquier cosa —susurró Key—. Y eso me hace a mí creer que lo soy. Porque desde la primera noche, siempre me trataste como un igual. No podría importarte menos mi apellido o mi aspecto o que no tenga nada especial...

—No hay nada ordinario sobre ti, Keira Sakura Feza —respondió Nix.

—Soy solo una agente —ella no logró contener su triste sonrisa—. Ni siquiera una buena considerando cómo resultó Edinburgh. Cometí traición, dejé que te hirieran, huí de nuevo para no afrontar un juicio...

—Eres la mejor agente que conozco —respondió él, Key sacudió su cabeza.

—Dudo que eso sea cierto.

—¿E importa más lo que piense tu Agencia con sus leyes humanas, o lo que piense un brujo? ¿No juraste sobre tu honor que tu deber sería velar por el bienestar de mi tipo? —preguntó Nix y Key calló—. La ley y el honor no siempre coinciden.

La mano en su cintura se sentía bien, y estar escuchando esas palabras se sentía bien, y todo sobre lo que fuera que tuvieran se sentía así. Nix se inclinó más cerca, escondiendo el rostro en su cuello, sus labios rozando la sensible piel allí. Key permaneció quieta, intentando mantener bajo control su respiración, incluso cuando podía sentir el calor en sus mejillas.

Nix siempre la había acusado de llevar su corazón en una mano, demasiado expuesto para que cualquiera pudiera dañarlo. Y por una vez, ella deseó que así fuera, quizás entonces sería más sencillo entregárselo, porque no era lo mismo mostrar que dar. Nunca lo había soltado, porque tal vez de ese modo podría evitar que volviera a romperse como había sucedido con sus padres. Pero quizás Nix pudiera conseguir que lo dejara ir, él siempre había logrado tomar lo que deseara.

—Me gustas —susurró ella—. Me gustas, porque has visto todo de mí y sigues aquí, pero mi corazón es temeroso y por eso lento.

—Está bien —murmuró Nix sin dejar de besar su piel—. Solo intenta no arruinar la próxima cena.

Key se fijó en los tataki desparramados por el suelo, la comida completamente arruinada con tierra, y entonces rió. Echó la cabeza hacia atrás, dejando que cualquier tensión o miedo desaparecieran con ese acto. Se alejó enseguida, la caída no había sido su movimiento más grácil.

—Vamos, te conseguiré más —respondió.

Ella intentó ponerse de pie, pero la mano de Nix se mantuvo firme en su cintura y se detuvo al darse cuenta que él la estaba mirando fijamente. Bajo la luz de la luna, sus ojos lucían más oscuros. Había algo distinto en su expresión, tan sincera y devota, como la primera noche al confundirla con una sacerdotisa y creer que ella podría ayudarlo.

—La diosa sabe que estoy perdido contigo —murmuró él.

—Nix...

—¿Puedo...? —él se detuvo un instante—. ¿Puedo amarte?

Contuvo la respiración al oírlo. No supo qué responder a eso. Recordó el dolor que había sentido al perder a sus padres, y cómo por unas semanas solo había guardado el más absoluto odio hacia los brujos por lo que le habían arrebatado. Había deseado acabar con todos. Hasta que Nana la había forzado a convivir con dos y el rencor había desaparecido con el tiempo, pero jamás olvidaría los pensamientos que había tenido entonces y cómo los había culpado por lo sucedido.

Recordó el cuerpo de Gia sin vida en la entrada de su casa en Washington, la sangre alrededor de su cabeza, su mirada perdida. Una simple orden, eso había costado la vida de su amiga, y en la situación actual, Key bien podría terminar así también. No era un dolor que le deseara a nadie. Y recordó a Nix llamarla una y otra vez cuando ella no había podido aferrarse más a la vida, y la oscuridad finalmente la había tragado.

Sintió las lágrimas quemar en sus ojos. Era algo aterrador de oír. Toda su vida ella había tomado responsabilidades demasiado grandes para su edad. ¿Pero aceptar ser capaz de herir a otro del mismo modo que la habían herido? Era casi tan aterrador como dar la respuesta equivocada.

Nix puso una mano en su mejilla y solo entonces Key notó que una lágrima había logrado escaparse. Se inclinó y lo besó, porque no sabía qué hacer o qué decir, solo sabía que su respuesta en el avión no había sido la adecuada. Esta tal vez lo fuera. O quizás solo estuviera evitando su responsabilidad, como siempre.

Él se alejó, y por un instante ella temió haber cometido un error antes de notar lo mismo que Nix. Ruido. Alguien contuvo una exclamación. Key se giró solo para ver a Derek partir. Su corazón se detuvo al comprender lo que él había llegado a ver. Y entonces, se puso de pie y levantó su kimono para correr detrás de su amigo. Ese era un problema con el que podía lidiar.

Lo alcanzó antes que regresara a las luces del matsuri, y lo cogió por su brazo para detenerlo. Derek se dio vuelta enseguida para sacudirse su agarre, el rencor en su mirada tan duro como para que Key lo soltara enseguida y retrocediera un paso. Debió haberle dicho la verdad antes, o al menos dejar en claro sus pensamientos sobre cómo tratar con brujos.

—¿Cómo...? —él ni siquiera parecía capaz de formular una oración.

—Puedo explicarlo —Key intentó alcanzarlo de nuevo, pero Derek golpeó su mano lejos enseguida.

—No quiero oírlo —soltó—. Eres repugnante. Todos esos años juzgando a los demás, diciendo cómo un agente debería ser, repitiendo tus preciadas reglas...

—Derek...

—Él tenía razón, no eres más que una hipócrita —Derek estaba evitando mirarla, como si su simple visión la diera asco—. Una maldita perra.

—Eso es pasarse —dijo Key y él fijó su furiosa mirada en ella.

—¿Desde cuándo? ¿Cuánto tiempo llevas riéndote a mis espaldas con esto? ¿Washington? ¿Entonces es verdad que te lo tirabas mientras presumías de ser tan pura y obediente? —Derek retrocedió un paso al ver la verdad en su rostro y comprender—. Me das asco.

—¿Sabes qué? No te debo ninguna explicación —dijo Key limpiándose sus lágrimas—. No a ti, ciertamente. Mi vida personal no es asunto tuyo.

—Me das asco —repitió él.

—Pues entonces déjame en paz.

Derek se alejó, y Key no se molestó en ir tras él esa vez. Si así era como debía ser, entonces que así fuera. Él necesitaba calmarse, y ella no estaba segura de lo que le diría si continuaba la discusión. Algo de lo que seguramente se arrepentiría al día siguiente, cuando el ardor de los insultos pasaran y entonces solo pudiera pensar en que eso era lo que sucedía cuando se le mentía a los amigos. La furia había reemplazado cualquier temor.

Se dio vuelta y se alejó solo para encontrar a Nix esperándola. No lo pensó al correr hasta él. Había tenido suficiente, perdido suficiente. Toda su vida había sido entorno a lo que la Agencia consideraba correcto o lo que otros esperaban de ella. Merecía algo propio, que le perteneciera por completo y nadie pudiera entrometerse.

—Ámame —pidió Key—. Si eso es lo que quieres, entonces ámame. Y jamás me permitas dudar de tus sentimientos. Roba mi corazón también, Nix, porque no sé si seré capaz de entregarlo por mi cuenta. Y cuando lo tengas, asegúrate de cuidarlo tanto como siempre has cuidado el tuyo. ¿Es ese un buen trato para ti?

—Puedo aceptarlo —dijo él acercándose y cogiendo su rostro para besarla—. ¿Algo más?

—Quítame este kimono y hazme gritar.

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