Capítulo 19
Algunos días simplemente extrañaba a sus padres. Era algo difícil de explicar para quienes tenían la suerte de jamás haber perdido uno, menos a ambos. Debería estar acostumbrada luego de tantos años sin ellos, y lo estaba. Pensaba en ellos solo como recuerdos, simples ocurrencia de que a su madre le hubiera gustado tal cosa o su padre hubiera dicho tal otra. Algunos días incluso ni siquiera pensaría en ellos, y luego sentiría culpa como si olvidarlos fuera traicionarlos.
Pero a veces, sin previo aviso, sin explicación alguna, simplemente los extrañaba, de un modo tan intenso y desesperado que su cuerpo entero dolía. Esa mañana hubiera dado cualquier cosa por un abrazo de su madre, o un beso en la frente de su padre. Y tal vez lo que más le aterraba era cómo el paso del tiempo desgastaba sus recuerdos. No podía recordar exactamente cómo olía su madre por las mañanas, o cómo se sentían los dedos de su padre al acariciar su cabello.
Permaneció de rodillas en su dormitorio, la cabeza gacha debajo de la fotografía que tenía de ellos. Les suplicó que no se llevaran sus recuerdos, porque Key jamás se perdonaba por cada detalle que olvidaba. Había sido muy pequeña e inocente entonces como para creer que no había necesidad de memorizar en detalle cada instante con ellos, ahora solo podía pensar que debería haber tomado más fotografías, grabado más videos, escrito más días.
Sus padres le hubieran creído. Cuando todos la hubieran cuestionado sin piedad, ellos le hubieran dicho que investigara más y llegara la fondo del asunto. Ellos sabrían qué hacer. Su madre hubiera encontrado enseguida a cualquier traidor dentro de la Agencia, fuera a voluntad o no, y su padre hubiera deducido un modo de protegerse de la influencia de aquellos besados por la luz.
Levantó la cabeza con atención al escuchar un fuerte ruido de cristales rompiéndose. Chequeó la hora en su móvil y se puso de pie al saber que aquello solo podía significar una cosa. Escuchó los gritos de Rai incluso antes de llegar a la sala. Hizo una mueca, era demasiado temprano para esforzarse por intentar entender su japonés. De todos modos, no era era difícil imaginar lo que debía estar sucediendo.
La escena que encontró no era lo que esperaba, pero evitó mostrarlo en su rostro. Benji estaba sosteniendo a una Rai furiosa quien agitaba en una mano la sudadera de panda de Takeo y en la otra lo amenazaba con un sai. Key conocía suficiente de armas como para saber que nunca era bueno enfadar a una experta en sai, no cuando en las manos adecuadas el cuchillo era capaz de desarmar a cualquiera.
Takeo se mantenía al otro lado, un plato en mano para defenderse. Había restos de un florero entre ellos. Benji debía haber intervenido a tiempo para evitar que Rai lo asesinara. Key tardó solo unos segundos en comprender, cazando palabras sueltas en las acusaciones de Rai, y entonces miró a su primo sin terminarlo de creerlo. De todas las infracciones posibles...
—La has encontrado —Key sonrió al acercarse y coger la sudadera—. Gracias. Temí haberla perdido entre tantos viajes juntos.
—¿Es tuya? —preguntó Rai sin creerlo.
—No tienes idea de lo abrigada que es durante el invierno —respondió Key.
—Es de hombre —Benji soltó a Rai.
—Ya no estaba disponible el modelo de mujer y en serio me gustaba —ella se encogió de hombros—. Nunca creí en eso de que la ropa tuviera género.
—Mi hermana tiene una igual de mujer —continuó ella.
—¿También la compró por Amazon?
Rai avanzó un paso, Key fue rápida en levantar su estilete para contener su sai. Los metales apenas tintinearon al chocar. No había fuerza alguna allí, solo una simple advertencia. Key le sostuvo la mirada a Rai sin ceder. La joven tenía todo el derecho a estar enfadada, pero no allí, no ahora con todo lo que estaba sucediendo. Y sabía que Rai no le estaba creyendo ni una sola palabra.
—Pediré un juicio apenas regresemos a Japón —dijo Rai.
—Te sugiero que esperes a que la situación se normalice por completo, antes de comenzar a tratar asuntos personales —respondió Key.
—Tu familia debe estar orgullosa de lo insensible que eres. Se nota que no te importa nadie.
—Al contrario. Es porque me importan, que sé que primero debo asegurar que este mundo esté a salvo, antes de preocuparme por mis asuntos. Alguien tiene que avisarle al encargado del hotel sobre el jarrón roto.
Rai no lució nada contenta, pero no discutió al saber que era su responsabilidad. Benji simplemente se encogió de hombros antes de seguirla fuera de la habitación también. Key suspiró. Se giró para enfrentar a Takeo y le lanzó de regreso su sudadera. Había creído que lidiar con Anton y Pip era suficiente, pero Rai y Takeo casi la convencían de preferir los niños.
—Vamos, estás sangrando —dijo ella.
A juzgar por la mancha de agua en la pared y los cortes en la sien de Takeo, Rai no había errado por mucho al tirarle el jarrón. Su primo la siguió de regreso a su dormitorio y se sentó en el suelo mientras ella se hacía con su botiquín de primeros auxilios. Todavía estaban a tiempo para llegar a la reunión. Key se agachó a su lado y comenzó a limpiar los pequeños cortes con alcohol.
Takeo permaneció en silencio, su mirada fija en el tablero que Key había armado. Fija en la fotografía de Taiyo Yuki, vidente, enferma. Key no podía opinar. Jamás había sido de juzgar, pero aun si él había roto reglas explícitas, el corazón nunca había sido posible de domar. Lo sabía mejor que nadie. Había cometido sus deslices también antes, los seguía cometiendo cada vez que se permitía estar cerca de Nix más de lo que era profesionalmente aceptable.
—¿Qué estás esperando? —preguntó Takeo.
—¿Para?
—Para criticarme por lo que he hecho —dijo él, Key mantuvo su calma mientras terminaba de limpiar su piel.
—No es muy apropiado, y entiendo has roto algunas reglas...
—Las más sagradas —Takeo siseó de dolor al sentir el alcohol sobre la herida.
—No le he mentido a Rai respecto a lo que pienso. Eres mi primo, y ahora hay problemas más importantes que tratar —respondió Key—. Además, estamos en el siglo veintiuno. A esta altura uno esperaría que ya no hubiera restricciones respecto a quién amar o de quién enamorarse. ¿Y todo ese asunto sobre mantenerse alejada de hombres para servirle a un dios? Está un poco pasado de moda.
—Es fácil decirlo cuando no crees en nada —dijo Takeo.
—Creo que si un dios existiera, y deseara que renunciaras a cualquier afecto terrenal para servirle, entonces no te haría sentir amor o deseo por otro —dijo Key con calma—. En las historias que Nana me contaba, Tsukuyomi siempre era bondadoso. Te conozco, Takeo. ¿Entonces qué tan desesperado era tu amor para romper esas reglas? No creo en tu dios, pero tampoco creo que él te hubiera hecho sentir aquello solo para burlarse de tu tortura. No con la carga que debe ser para ti lo que has hecho.
—No tienes idea —respondió él.
—Te he visto entrenar cada instante y hacer todo por el clan, no creas que me cuesta imaginar el sacrificio que debió ser para ti dejar todo eso de lado por tu corazón —Key cogió pequeñas bandidas para cubrir su herida—. Es admirable.
—Mi estupidez podría romper la armonía entre los clanes. No es un momento para que eso suceda.
—No es un buen momento para nada —dijo Key simplemente—. Tal vez por eso creemos que las reglas no tienen el mismo peso cuando nada anda bien.
—¿Lo amas también?
Se detuvo al escuchar esas palabras. Amar era algo así como una palabra demasiado pesada. No, no lo hacía. Había salido con chicos antes, incluso tenido un novio. Eso había terminado bien, ambos simplemente habían comprendido que no eran compatibles al cabo de unos meses. ¿Pero amar? Nunca.
—Soba dice que compartimos el mismo pecado —continuó Takeo.
—Amar es una palabra demasiado valiosa para decirla a la ligera. Sí, me gusta —admitió Key guardando sus cosas—. Tal vez incluso esté enamorada. ¿Pero amar? Soy del tipo de chica que eso le lleva tiempo.
—¿Y sabes que el brujo está comenzando a amarte? —preguntó él.
—Lo dudo mucho —respondió ella.
—Al contrario de lo que muchos creen, los umbrus sacan mayor poder de su propio dolor que el de otros. Nunca son tan poderosos como cuando alguien a quien aman muere. Solían dejar a sus seres queridos al borde de la muerte y tirarlos a sus brazos, solo para obligarlos a abrir cruces o destruir todo un pueblo con un chasquido o cambiar la lógica del espacio-tiempo —dijo Takeo—. Por eso en la actualidad no muestran emociones, y mienten respecto a estas. No pidió esa orden de alejamiento sin motivo, tan solo no podía decir el por qué. Esa es la conclusión de mi investigación.
—¿Ya terminaste? Tienes suerte, yo siento que cada vez se suman más incógnitas a mi caso.
—No me estás escuchando —protestó él.
—Sí lo hago —respondió Key con calma—. Pero Nix fue claro al rechazarme hace unos meses, así que no confundas mi mente.
—Fue quien envió la caja de té a tu nombre —dijo Takeo y ella se quedó quieta—. Averigüé con la empresa responsable. Fue comprada con una tarjeta de crédito escocesa. Debe haberle pedido a su agente que lo haga. Ella no debe haber tenido problema en conseguir nuestra dirección.
No. Con la justificación adecuada, la Agencia proveía cualquier información que se solicitase, sobre todo algo tan básico como una dirección para enviar paquetes al clan Feza, aunque solo fuera una caja de correo en Tokyo que alguien revisaba una vez a la semana para llevar las cartas al recinto.
—Tengo otras prioridades ahora —dijo Key.
—¿Cómo qué? Son nuestras vidas las que estamos poniendo en riesgo.
—Más razón para pensar en frío y no enredarse con sentimientos.
—Cuando todo falle, son los sentimientos los que te harán seguir adelante —respondió Takeo—. Cuando no haya solución alguna, es tu corazón lo que evitará que te rindas. Y no descansaré hasta encontrar una cura para Yuki, ya hemos logrado más que cualquier otro.
—Aun queda mucho por hacer —dijo Key—. Comprobar que no haya un traidor entre nosotros, buscar un modo de ser inmunes al efecto de los besados por la luz, comprender qué sucede en el mundo de los brujos, lograr leer el libro sobre su pasado...
—¿Qué necesitas leer? —Takeo se estiró y cogió el libro de la punta en donde ella lo había dejado en el escritorio para abrirlo en el suelo—. No eres buena con lenguaje de brujos, yo sí. Lo leí en una sola noche.
—Pues el árbol genealógico parece un caos —respondió Key.
—El rey tenía seis hijos, todos productos de distintas consortes —dijo Takeo señalando los retratos de los herederos—. La primera reina murió durante el parto, su hijo cuestionó a los besados por al luz y fue asesinado por el pueblo. El segundo y tercer heredero, su madre fue asesinada por un anarquista. Muertos la noche de la revolución. El cuarto, su madre fue sentenciada por el propio rey a ser ejecutada por traición. La quinta, dicen que su madre se suicidó. El sexto, la madre murió junto a él la noche de la revolución. La política, sea en democracia o monarquía, siempre ha sido una historia de pasiones y traiciones.
—Estoy segura que ese es un resumen bastante brusco —comentó Key.
—No dice nada que no sepamos —respondió Takeo—. El rey enloqueció y comenzó a ejecutar a cualquiera sin motivo. La reina lo permitió. El primer hijo ejecutado por ir contra aquellos que consideraba sagrados. Segundo y tercer hijo nada relevante. Cuarto hijo un presunto umbrus aunque nunca demostrado, por eso el rey ejecutó a su madre por traición. La quinta y el sexto nada relevante, excepto la historia de que alguno pudo haber sobrevivido.
—¿Mandó a matar a su propia esposa?
—Sabes lo que dicen de los umbrus.
Fruto de un adulterio. El rey habría apreciado su propia imagen lo suficiente como para no proclamar el crimen del que sospechaba a su esposa, pero no como para no ejecutarla. Key miró con lástima el retrato del niño, el príncipe Nolai Antheron Zonalev, con sus grandes ojos llorosos y una cicatriz cruzando su rostro. Había un comentario debajo que aseguraba que el rey le había mandado a hacer una máscara que siempre portaba para no mostrar su cicatriz, por lo que el retrato no era del todo verídico sino suposiciones del artista. Tal vez no hubiera cicatriz en absoluto, solo unos ojos rojos inconfundibles, porque tal vez el rey no había tenido el corazón o no hubiera sido conveniente para su imagen matar a un niño que ya había reconocido como propio.
—Hubiera sido inmune al poder de los brujos de luz —comentó Key al comprenderlo—. Vieron su influencia correr peligro, y por eso decidieron deshacerse de ellos. No les convenía un miembro de la familia real que pudiera resistírseles y viera lo que llevaban toda una historia haciendo. Y en su intento por proteger su control, el pueblo los sobrepaso y ejecutó a todos por igual por confundirlos con súbditos leales. Eso fue lo que sucedió.
—¿Ahora, ya ha ayudado la historia a comprender el presente? —pregunto Takeo.
—No, pero casi —Key se puso de pie enseguida—. Es una buena partida. Y sé quién puede ayudarme. Aún tengo muchas cosas importantes que hacer antes que pensar en amor, primo.
***
Irónicamente, la única persona que podría ayudarla a seguir desentrañando el misterio, era la misma ligada al otro asunto.
Esperó por Nix sentada en uno de los sillones de la amplia recepción de la sede. Él había llegado particularmente tarde esa mañana, al menos más de lo habitual. No había prestado atención alguna durante la reunión, demasiado perdido en su propio aburrimiento y pensamientos. Y pareció igual de desinteresado que siempre cuando Key se puso de pie y corrió para alcanzarlo.
Algunos agentes se giraron al verla. Key los ignoró, estaba acostumbrada a las miradas y los murmullos a sus espaldas. Ellos no estaban acostumbrados a que alguien se sintiera tan cómodo en compañía de Nix o que él se detuviera para hablarle. Ella no podía gustarle. ¿O sí? Su mirada era tan distante como siempre, aunque Key no sabía hasta qué punto confiar en los ojos de Nix. ¿Cuántos secretos de él solo ella conocía?
—Creo que he llegado a algo —dijo Key—. Me gustaría escuchar tu opinión al respecto.
—¿Quieres té? —preguntó Nix y ella chequeó rápido la hora.
—Si, tengo tiempo —respondió siguiéndolo fuera de la sede—. ¿Al menos escuchas durante las reuniones?
—Algunas cosas —él guardó las manos en sus bolsillos.
Traía puesta la bufanda negra que Key le había regalado en Washington. Eso tenía que ser una buena señal. ¿No? No había un día que ella no lo hubiera visto usarla, aunque también parecía ser la única que tenía en una ciudad tan invernal como Edinburgh.
—¿Por qué rechazaste venir a Tokyo conmigo? —preguntó Key—. Te hubiera gustado.
—Creí que habías descubierto algo de lo que querías hablar —dijo él.
—Sí, pero preferiría discutirlo en privado. ¿Entonces? —Nix suspiró.
—Ya tenías a un umbrus a cargo, no hubiera sido correcto interferir en ese balance.
—Entonces sí crees que yo cuente dentro del equilibrio a pesar de ser una humana —dijo Key.
—La diosa tiene extraños modos de actuar, incomprensibles incluso para mí. Pero sí, parece que en tu caso sí —respondió él.
—¿Y cómo sabes que eso hubiera afectado el equilibrio? Ya lo rompiste una vez.
—Y eso no terminó nada bien como para repetirlo.
—No puedo influenciar a nadie con mis palabras, Nix —ella sonrió tristemente—. Ni siquiera logro que me escuchen los míos, menos que me crean. No creo que tenga el mismo peso que un brujo con mi aspecto. Tampoco puedo hacer adivinaciones.
—Incluso los brujos, dentro de nuestras propias facilidades, somos mejores en algunos hechizos que otros —respondió Nix—. Los humanos no son muy diferentes. Los besados por la luz eran los mejores guerreros del rey, y también sus mejores consejeros.
—¿Abusando de su poder?
—No creo que todos lo hicieran. Se supone que la diosa les dio ese don para que los reyes los escucharan, no para controlarlos —dijo Nix con calma—. Eran los encargados de criar y cuidar a los herederos.
—Con suerte puedo aspirar a buen guerrero —Key se encogió de hombros.
—Eres buena con tu estilete.
—Soy mejor con mi naginata.
—¿Entonces por qué no la usas? —preguntó Nix.
—No es un arma tan sencilla de esconder o disimular —ella hizo una mueca.
—Pero te gusta.
—La amo. No siempre podemos tener lo que amamos —dijo Key.
Nix no respondió, quizás porque lo sabía mejor que nadie. La vida de su hermano a cambio de huir a un mundo mejor. La libertad de su hermana por la voluntad de ella. Su magia era el costo de estar en regla con la Agencia. Key suspiró. No quería pensar en todo lo que a él le costaba, y quizás nunca mostraría que le afectara.
Se quitó su abrigo al entrar al departamento. Nix fue directo a la cocina para ocuparse del té. Parecía coherente, ella se había ocupado del desayuno la última vez. Key se acercó y apoyó contra el marco. Él siempre había sido algo fascinante de observar, sus manos moviéndose por puro conocimiento sin necesidad de que se fijara en lo que hacía. Su toque siempre había sido suave, tanteando para reconocer las cosas.
Lucía bien. Más que bien. Definitivamente más sano de lo que ella había visto en Washington. Podía recordar cuánto le había preocupado lo ligero que había sido al cargarlo la noche que lo había conocido, o la dureza de sus huesos al sobresalir. Había ganado peso desde entonces, aunque Key sospechaba que el hueso de su cadera debía seguir marcándose. Nix tenía ese tipo de cuerpo. Su piel ya no lucía de un pálido enfermizo sino que todo lo contrario, incluso su cabello parecía brillante.
Estaba consumiendo sangre. Cual fuera la excusa que le estuviera dando a su agente, era más que un eventual rasguño. Key había convivido por años con Anton y Nix lucía más saludable que él. Pero ella no estaba a cargo de él como para informarlo, y tampoco lo había visto hacerlo como para estar obligada a intervenir.
—Hay otro umbrus en la ciudad —comentó ella, Nix ni se inmutó—. U otra. No lo sé. Sé que lo sabes.
—¿Los humanos tienen que intentar definir todo? —preguntó él.
—No me importa cómo otro se identifique, aun si no puedo entenderlo. Pero un cuerpo femenino y un cuerpo masculino son diferentes, y eso incluye diferentes lugares que apuñalar si debo enfrentarle —respondió Key—. Entonces sí, me gustaría definirle.
—Seguro debe haber puntos en común.
—Cuando eres humana, en una pelea contra un usuario de magia, a veces no tienes tiempo de escoger dónde apuñalar. Dijiste que la magia atrae magia. En Washington, contra cualquier probabilidad, terminaste bajo el mismo techo que otro umbrus. No creas que lograrás convencerme de que no sabes de Dune.
—¿Cambiará algo si te respondo? —Key suspiró al negar con la cabeza.
—No, supongo que no. No eres mi responsabilidad como para tener que informar algo así —admitió ella—. Deberías avisar este tipo de cosas. Si por alguna razón la Agencia sabe que estabas al tanto y callaste, podrías terminar en problemas.
—Suena autoritario tener que revelarles cada aspecto de mi vida —respondió Nix.
—Están asustados. En tiempos normales, no les importará, pero ahora están paranoicos y buscarán cualquier excusa para encerrar algo que teman. Te temen —Key fue cuidadosa con sus palabras—. Al ser humano le aterra lo que desconoce, y tu magia ciertamente es un gran misterio.
—Mantente alejada de Dune —dijo Nix simplemente—. No tienes idea de lo apropiada que eres por tu aspecto para la magia. Cualquier brujo queriendo utilizar magia negra, cualquier umbrus, no dudaría en ir tras ti.
—¿Tú lo hubieras hecho de no haberme conocido? —preguntó Key, él no respondió—. ¿Me hubieras considerado una presa?
No necesitaba que lo dijera, conocía la respuesta. Nix sirvió el agua en dos tazas. Si él no hubiera tenido apariencias que mantener, si hubiera necesitado hacer un hechizo fuerte... Key se enderezó y le sostuvo la mirada cuando él se acercó para entregarle el té. Cogió la taza con ambas manos, sintiendo el calor de la cerámica acariciar sus dedos. Era curioso cómo Nix tenía un único juego de dos tazas para té, ambas negras con pequeñas lunas y estrellas talladas. Se mantuvo firme, intentando demostrarle que no le importaba la respuesta.
—¿Me hubieras atacado de ver primero mis ojos rojos? —preguntó él sin soltar la taza ni romper su mirada—. ¿Hubieras ido por mi vida?
—¿Te hubieras entregado si te lo hubiera pedido? —preguntó Key.
—No.
—Entonces sí, habría intentado hacerlo por la fuerza si el modo pacífico no hubiera funcionado.
—Te hubiera respondido.
—Entonces, si mi vida estaba en peligro, si resultabas demasiado peligroso para los demás, sí. Hubiera ido por tu vida —admitió Key.
—Hubiera ido solo por tu sangre —Nix soltó la taza—. No había ningún hechizo entonces, ni ahora, por el que consideraría algo más de ti.
Él se alejó. Key cerró los ojos e inspiró aire. Era una agente. No había ningún motivo por el cual mentirle respecto a lo que hubiera hecho.
—Te hubiera dejado viva, por si en un futuro sí necesitaba matarte para un hechizo —dijo Nix cogiendo su taza también, Key apenas contuvo su sonrisa al oírlo.
—¿Qué dice eso de nosotros?
—Que no tememos hacer lo necesario —él levantó su taza como brindado en silencio antes de beber.
—No sé si es por lo que quiero ser recordada —Key ocultó su sonrisa al beber también—. ¿Arándonos?
—No ha sido tan mal día —respondió Nix—. ¿Entonces era eso de lo que querías hablar?
—He estado leyendo. O más bien Takeo ha leído, y me ha hecho el resumen —admitió Key—. Hay una teoría. Se dice que uno de los hijos del rey era un umbrus. Creo que por eso los besados por la luz comenzaron a abusar de su poder, sabían que el príncipe era inmune y terminaría por descubrirlos. Se volvieron descuidados. Causaron lo que todos sabemos.
—La familia real siempre estuvo llena de rumores e historias, no todas son ciertas —dijo Nix.
—También había rumores de un heredero vivo. Si en serio era un umbrus, y toda su familia fue asesinada esa noche... ¿Qué tan difícil le habrá sido abrir un cruce? ¿Escapar? —preguntó ella—. Suena probable para mí. ¿Cuántos umbrus lograron cruzar durante la revolución? Solo tendríamos que buscarlos, y encontrar uno cuya edad concordara con cual fuera que tendría el príncipe ahora, y...
—No reconocerías un heredero ni aunque viviera bajo tu mismo techo —dijo Nix mirándola como si fuera estúpida—. No lo hiciste, de hecho. La niña que Seito tenía era la princesa perdida. Aquellos besados por la luz siempre han protegido e instruido a los herederos. Por eso Kira fue por tu amigo, para encontrarla. Y cuando el antiguo agente falló, fue él mismo. Mató a Seito, se llevó a la princesa y ahora es un líder adorado porque encontró y trajo de vuelta a la querida princesa perdida, y ella le otorgó poder. Qué sencillo para él, arrebatarle el poder a otro y poner a una niña a su lado para que pareciera que el pueblo lo escogió por voluntad.
Key se quedó helada al escucharlo. ¿Y ella había estado perdiendo tiempo tras otra historia? Esa era la pieza que siempre le había faltado sobre Washington, y Nix lo había dicho con tanta naturalidad, como si siempre lo hubiera sabido, como si hubiera sabido incluso antes de conocerla. Y ese era el caso.
—¿La Agencia sabe? —preguntó ella.
—¿Qué información crees que me valió un permiso de residencia? Los altos mandos saben, y por eso me mantienen cerca y no me molestan demasiado —Nix bebió otro sorbo—. No es tu asunto. Es demasiado grande para ti. Otros lo están siguiendo.
—¿Y por qué no me involucraste?
—Te hice un favor. No quieres meterte ahí, créeme —dijo él restándole importancia.
—¡Anisha era mi responsabilidad!
No levantó la voz, al menos no más de cuando discutía con Nana, pero eso fue suficiente para que Nix la mirara con genuina curiosidad. Él dejó su taza sobre la mesada y se acercó. No era nadie para decidir por ella, no tenía derecho alguno a haberlo hecho y haber callado.
—¿Qué haces? —ella intentó alejar su mano, pero él de todos modos cogió su rostro.
—Es un color diferente, más rojo que rosa —dijo Nix observando sus mejillas—. ¿Tiene que ver con el estado de ánimo?
—¡Sí! Estoy molesta contigo —respondió Key—. Este es mi trabajo. Deberías haberme dicho.
—Hay modos menos crueles de morir, que a manos de Kira —Nix deslizó los dedos sobre su mejilla, absolutamente perdido en observar su piel, el modo en que esta cambiaba.
—Es mi elección —dijo Key con firmeza.
—También la mía si quiero cargar con tu muerte, o no.
—Es mi deber, no puedes...
—Puedo, y lo hice —respondió Nix.
—¿Por qué?
—Eres lo único que hace interesante este mundo, Keira Sakura Feza.
Key se alejó un paso, porque él estaba demasiado cerca, y ella era una agente, y había una distancia que se suponía debían respetar. Nix lució casi decepcionado antes de retomar su taza de té. No debería dejar que la tocara. No era correcto. Y su tacto siempre la había confundido, tan ligero como el roce de una pluma. Era una agente, aunque Japón no hubiera corroborado su estado todavía, porque el resto del mundo lo hacía y tenía su insignia y reglas que cumplir.
—Hay un millón de cosas más interesantes para ver en este mundo —dijo Key—. Cosas que ni siquiera puedes imaginar. Vuelve a meterte con mi trabajo, Nix, y tendré que tratarte como a cualquier otro brujo.
—¿No lo haces ya? —preguntó él.
—Tú tampoco me tratas como a los demás agentes —respondió ella—. Puede ser un juego para ti, pero mi trabajo no lo es para mí. Me rechazaste como agente, y lo acepté. Tal vez porque Ada sabe más sobre tu tipo de magia, o porque te resulta más fácil de engañar y mandar, pero respeté tu elección. Entonces respeta mi elección de involucrarme en los casos que sé que puedo ayudar y me conciernen.
—¿Crees que la pedí por eso? Solo pregunté por el agente más ineficiente y cumplieron al darme su nombre —dijo Nix.
—Te sorprendería la cantidad de personas que a mí me consideran una agente ineficiente, y aun así tú crees que soy buena. Lo soy. Alguien me dio este título porque lo gané, del mismo modo que ella debe haberlo hecho, así que no cometas el error de subestimarla —dijo Key—. Y solo para que lo sepas, la mitad de nuestro sueldo depende de la calificación del brujo a cargo. La tienes viviendo con el mínimo. Podrías ser más amable al calificarla.
—Lo consideraré para la próxima vez —él se encogió de hombros con indiferencia—. Podría habérmelo dicho ella.
—No todos los brujos tienen la suerte de contar con agentes que en serio se preocupen por ellos. Ada lo hace. Yo lo hago.
—No eres mi agente, Key —respondió Nix.
—¿Crees que eso cambia que me importas?
Era extraño estar diciéndolo en voz alta, tal vez porque era algo que se suponía no debía sentir, pero su padre siempre la había animado a expresar sus sentimientos. Las emociones calladas, solía decirle, eran de los peores venenos para el cuerpo y para el resto.
Nix terminó de beber su té y lo dejó en el fregadero antes de acercarse. Ella solo pudo dejar su taza a medio terminar a un lado para sostenerle la mirada. Antes, él nunca había estado contento de oír algo similar. No se retractaría. No cuando era la simple verdad, y no veía mal en ella. Nunca había sido del tipo de callar o arrepentirse.
—No —respondió Nix, Key sostuvo la respiración cuando el puso una mano debajo de su rostro para levantarlo—. Y es porque me conozco, y te conozco, que no eres mi agente. No te puedo prometer que no haré nada por lo que tu Agencia no quiera encerrarme, y tú cumplirás siempre con tu deber aunque no quieras. No haré que te lastimes de ese modo, no cuando siempre llevas tu corazón tan expuesto y es tan simple leerlo.
—¿Y se supone que así debo creer tu papel de chico al que no le importa nada? —preguntó ella—. ¿Por qué el té?
—Es la hora del té —dijo simplemente.
—¿Por qué regalarme una caja de té? Sé que fuiste tú —insistió Key—. Debió tomar mucho trabajo. Hacer que Ada consiguiera la dirección, obligarla a comprarlo y enviarlo online... El sitio está solo en japonés.
—Me diste una bufanda.
—¿Es todo un canje contigo? Te di esa bufanda, porque es invierno. No quería que pasaras frío —respondió ella—. Es lo que hacen los amigos. Jamás espero algo a cambio de tu parte.
—No soy tu amigo —dijo Nix.
—¿Entonces qué eres? Porque yo tampoco soy tu agente. ¿Qué quieres ser? —preguntó Key sosteniéndole la mirada, él no respondió—. ¿Te gusto?
—No —la respuesta no dolió al ser previsible.
—¿Entonces por qué siempre te acercas tanto? —preguntó ella bajando la voz—. ¿Eres tú, o es tu magia que se siente atraída a mí?
—Así no es como funciona.
—¿Entonces qué es? —él puso una mano en su cadera para detenerla cuando ella se acercó para susurrarle al oído—. Porque quiero que me beses, Nix. Lo quiero desde hace tiempo, pero siempre me dejas deseándolo. Entonces necesito saber qué hacer contigo, si seguir esperando o seguir adelante, porque mi vida es muy peligrosa para no sentir.
—Deja de jugar conmigo —sus dedos se hundieron de un modo doloroso en su piel—. ¿Qué es lo que quieres ahora? ¿Otra investigación en la que me necesitas? Porque siempre es algo. Un favor, un hechizo, un...
Key cogió su mano libre y la sostuvo contra su corazón. Los latidos eran estables, su cuerpo no delataría una mentira. Los humanos, los brujos, todos evitaban a los umbrus por su tipo de magia y solo los trataban con miedo o desprecio. Tenía sentido entonces. Soltó su mano, y por unos segundos Nix la mantuvo allí, antes de subirla y rodear su cuello. Por un instante Key pensó que la ahorcaría antes de comprender que estaba sintiendo su pulso.
—No quiero nada —dijo Key.
—No me quieres a mí —Nix cogió un mechón de su cabello—. No con todo lo que implica.
—¿Y qué quieres tú? Pensé que eras del tipo que siempre tomaba lo que deseaba.
—Lo soy, pero a ti solo te gusta el brujo que se comporta para que la Agencia no lo moleste demasiado.
—Entonces muéstrame al verdadero.
Se quedó quieta cuando Nix se inclinó más cerca para sentir su perfume, sus dedos jugueteando con su cabello. Cerró los ojos. Quizás los demás estaban equivocados, y siempre había sido la sangre. Contuvo la respiración cuando sus labios rozaron su cuello y saboreó su piel. No, no podía ser solo la sangre, su corazón no podía ser tan ingenuo para caer por algo así.
Se mantuvo quieta, esperando que hubiera sido otro error como en el cementerio. Nix volvió a besar su cuello. Key echó la cabeza hacia atrás, disfrutando de la sensación de su boca contra su piel. No debería, no era correcto, estaba dejando que rompiera una de las reglas fundamentales. Nadie tenía por qué saber, nadie corría peligro si estaba solo ella involucrada.
Las manos de Nix se deslizaron por su cadera para atraerla más cerca. Ella apenas tuvo tiempo de ahogar un grito por el brusco movimiento antes que él la callara con un beso. Y fue mejor de lo que había esperado. Su cuerpo entero se tensó al sentir sus labios contra los suyos. Cogió su rostro con una mano para mantenerlo ahí. No había modo que algo tan profano, pudiera sentirse tan bien. No podía estar mal.
Abrió su boca, necesitando saborear cada milímetro de ese beso. Había besado chicos antes, pero nunca así, como si cada partícula de su cuerpo estuviera irrevocablemente atraída. Como si respirar no importara y el resto del mundo tampoco. Y en cierto modo no lo hacía, porque ese momento era suyo y nadie tenía por qué saberlo o interesarle. Se encogió contra él, ansiando el calor de su cercanía y la seguridad de que el sentimiento era mutuo.
Nix solo se alejó cuando escuchó la alarma del móvil. Key casi deseó nunca haberlo reparado. Él no la soltó. Seguía lo suficientemente cerca para que ella pudiera sentir su agitada respiración, igual a la suya, contra su rostro, o notar sus ojos oscurecidos por el deseo. Prefirió no imaginar cuán enrojecida estaría su propia piel. Podría besarlo de nuevo, pero dejó que la decepción la venciera al saber que tenía trabajo por delante.
—No —dijo Nix cuando ella cogió su móvil para silenciarlo.
—Tengo que ir —respondió Key.
—¿Siempre tienes algo que hacer?
—Soy una agente.
—¿Y los agentes no descansan? —preguntó él sin soltarla.
—No cuando tenemos un caso, no yo —admitió ella.
—Quédate —pidió Nix—. No vayas.
Él apoyó su frente sobre su hombro, sus manos aún sosteniéndola firmemente. Su voz nunca antes había sonado tan vulnerable. Por un momento, Key se sintió incapaz de responder. ¿Alguna vez Nix le había pedido algo? Ciertamente sí órdenes, como si ella fuera a obedecerle, u ofrecido intercambios, pero jamás le había pedido de ese modo. No como si él supiera que no había nada que pudiera hacer, y todo dependiera de ella.
Y en realidad no había nada que hacer. Mentiría al decir que una parte de ella no quería quedarse, pero nada era tan fuerte como su propia obligación. Su cuerpo ansiaba salir a patrullar. Ser agente no era un trabajo, era la vida que ella había escogido, una a la que jamás pensaría darle la espalda.
Sonrió sin poder evitarlo. Cogió sus manos con delicadeza para que la soltara. Nunca había notado lo suave que en realidad era su piel, el toque de Nix siempre había sido cuidadoso como para no herir sus manos. Una vieja costumbre. ¿Cuánto las cuidaría en realidad?
—Hice un juramento —dijo Key alejándose un paso para que la mirara—. Vivir con honor, o morir defendiéndolo. ¿Qué clase de honor tendría, si le diera la espalda a mis obligaciones? No puedo olvidar quién soy, ni cuál es mi deber. No podría estar en paz conmigo misma entonces. No sería yo.
Ella lo soltó cuando él no hizo nada por detenerla. Su sonrisa no vaciló, tal vez el deseo no era tan fuerte entonces. O tal vez Nix no estaba seguro de lo que acababa de suceder, Key definitivamente no lo estaba.
—Puedo pasar luego —Key dudó al mirarlo sobre su hombro—. Puedo recoger la cena en el camino. Será tarde, pero...
—Puedo esperar —respondió Nix.
Key casi dio un saltito de alegría al escucharlo, mostrando todos sus dientes en su sonrisa. La cena estaba bien para comenzar.
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