Capítulo 11
La noche no había sido tan mala.
Al menos aquello era lo que Addie seguía diciéndose a sí misma en un intento por sentirse mejor. Había perdido a Nix, por lo que había tenido que mentirles a sus superiores cuando le habían preguntado por él. Había intentando entablar conversación con los emisarios de los demás países sin éxito. Addie temía que poseía el inconveniente talento de nunca saber cuándo hablar, porque cada vez que intentaba meter palabra, otro comenzaba primero captando toda la atención. Nunca había logrado insertarse en una charla del todo. Y cuando todos habían comenzado a aburrirse, y ella había propuesto ir al W-Spot, les había pedido que la esperaran a que se deshiciera de su copa, ellos habían desaparecido antes que regresara.
Era olvidable. Ese era el problema. Su madre siempre le había reprochado por no tener nada destacable para que los demás la recordaran, por no lograr nunca que alguien se detuviera y dijera de esperarla. Siempre quedándose atrás, siempre quedándose fuera. Ni siquiera había tenido oportunidad de acercarse a Keira Feza para pedirle consejos, porque ella había estado siempre con su pequeño grupo de compatriotas, y cuando lo había intentando, Addie la había visto demasiado metida en su propia conversación con su primo como para interrumpir.
Eran un dúo demasiado extraño, Addie no terminaba de comprender si su relación era mala o al contrario. Competitiva, al menos. Addie se había levantado temprano creyendo que podría entrenar un poco antes de la primera reunión, dispuesta a pretender ser el tipo de agente que no era si con eso lograba dar una buena imagen y tener una oportunidad de integrarse, pero se había cansado al segundo ejercicio.
Keira y Takeo Feza ya habían estado en la sala de entrenamiento de la Sede, luciendo tan frescos y atentos como si no hubieran salido la noche anterior. Él se mantenía a un lado, demasiado serio al decir cosas en japonés mientras ella practicaba con una vara contra un enemigo invisible. Y era como estar viendo una coreografía.
Addie apenas contuvo su necesidad de volver al vestuario a buscar dentro de su mochila la carpeta con la información de Keira Feza. Algunos otros agentes también se habían detenido a observarla. Sus movimientos eran demasiado ligeros, sus pies apenas tocaban el suelo, y cuando saltaban, era casi como si volara. Increíble, considerando que Addie podía recitar su perfil de memoria y sabía que sus notas no eran por encima del promedio en cuanto a lucha.
Llevaba una camiseta sin mangas, sus blancos brazos llenos de raspones y viejas cicatrices. Su cabello estaba recogido en un moño, y a veces le respondería a su primo con cortos "hai" o "iie" para mostrar que en realidad lo estaba escuchando. Su concentración nunca vaciló, ni siquiera cuando Takeo extendió su pie delante de ella y Keira tropezó. Fue rápida en apoyar el extremo de la vara en el suelo e impulsarse hacia arriba para saltar y recobrar el equilibrio cuando aterrizó. Él chasqueó su lengua con desaprobación, ella solo siguió adelante.
¿Tal vez podría acercarse y entrenar juntas? No había nada mejorar para crear lazos entre agentes que compartir una práctica. Y Keira tal vez apreciara el gesto de tener un oponente. Parecía una perfecta excusa para empezar una conversación. Addie casi podía verlo sucediendo frente a sus ojos. Tendrían una buena práctica juntas, y luego Keira le seguiría hablando, y ella entonces tendría la oportunidad de preguntar sobre Nix.
Dio un paso adelante, pero enseguida una mano estuvo sobre su hombro y la detuvo. Miró sorprendida a Danny a su lado, ni siquiera lo había oído acercarse. Él negó con la cabeza. Había compartido con Danny los suficientes entrenamientos como para confiar en su criterio, y aunque él y ella rara vez compartían palabras fuera de esa misma sala, era tal vez lo más cercano a un amigo en esa ciudad.
—Ni lo pienses —advirtió Danny sin desviar la mirada de los Feza.
—Solo quiero ser amable —respondió Addie, él volvió a negar con la cabeza.
—Créeme en esto, no es tu más brillante idea. Barrerá el suelo contigo. Si quieres hablar con algún Feza, nunca lo hagas dentro de asuntos oficiales, ni siquiera durante un entrenamiento —continuó él—. Se toman demasiado en serio sus puestos. Demasiado disciplinados como para prestarte atención.
—Son japoneses —dijo Addie y Danny le sonrió con diversión.
—Ahora, eso es ser prejuiciosa. ¿Es esto por tu brujo?
Ella desvió la mirada sin estar dispuesta a admitir que seguía teniendo problemas para lidiar con Nix. Lo había llamado esa mañana sin obtener respuesta alguna, había pasado por su departamento solo para encontrarlo vacío. Lo sabía, no había modo que él apareciera ese día, sin importar cuánto ella le había insistido. Otro fracaso más que presentarle a su superior.
Se había quejado lo suficiente con Danny sobre su situación como para que él estuviera al tanto de sus dificultades, y sabía que ella ansiaba el consejo de Keira, pero no estaba dispuesta a reconocer que tal vez todo seguía igual o peor que al principio. Ni siquiera podía comenzar a explicar qué estaba mal, porque ni siquiera ella estaba segura de saberlo.
—¿Dices que es mejor esperar? —preguntó ella.
No tuvo oportunidad de oír la respuesta de Danny. Hubo varios gritos de sorpresa, y ella volvió a fijarse adelante solo para encontrar a un agente tumbado y Keira Feza sosteniendo la vara sobre su pecho. Alguien se le había adelantado e intentado enfrentarla, y se había perdido la acción. Ella le sonrió y extendió la mano a su oponente para ayudarlo a levantarse antes de inclinar la cabeza en agradecimiento. Takeo encontró algo que criticarle. Keira simplemente siguió a solas con sus movimientos.
—Acércate durante un descanso —concordó Danny.
***
Lamentablemente, al parecer no existía tal cosa como un descanso para los Feza. Un solo instante Addie los perdió de vista, y al siguiente ya no estaban por ningún lado. Ni siquiera en los vestuarios. No quería sonar prejuiciosa de nuevo, y estaba bastante segura que si era una característica de una cultura no era un prejuicio, pero los japoneses se tomaban el trabajo demasiado en serio.
Tuvo que apresurarse en ducharse y cambiarse, e incluso correr, para llegar a tiempo a la reunión. Se perdió, porque la sede era demasiado grande y ella estaba demasiado nerviosa, y la carrera por los pasillos destruyó cualquier buena imagen que hubiera podido crear.
Para el momento en que encontró la sala, ya casi todas las sillas estaban ocupadas. Murmuró una baja disculpa al entrar y buscar su lugar. Nadie le prestó atención. Disimuladamente intentó arreglar su cabello. Su rostro debía estar enrojecido, sus prendas tampoco eran las más nuevas. La silla vacía a su derecha era un recordatorio de que había fallado en su única misión y el único motivo por el que estaba invitada.
—¿Dónde está el brujo? —Addie casi gritó al notar a Charles sentado a su lado, y luchó por recuperar su control antes de hacer una mueca.
—No podía venir —respondió, y notó con pánico cómo su jefe fruncía el ceño.
—¿Por qué no?
—Fiesta religiosa.
¿Era esa una mentira creíble? Nadie parecía cuestionar al otro cuando la religión estaba de por medio, aunque ella ni siquiera sabía si Nix creía en algo. Charles solo lució más disgustado al respecto. Ella suspiró, clavando su mirada en la mesa al saber que lo había decepcionado.
La habitación era larga, y Addie pudo contar al menos veinticuatro sillas a lo largo de la mesa. Había un proyector al frente y una computadora para que cada quien hiciera las presentaciones necesarias. Algunos miembros seguían de pie, conversando e intercambiando información. La luz entraba por los amplios ventanales a un lado. Vasos de agua habían sido repartidos.
Miró al otro lado de la habitación. Addie se encontraba en el medio, y casi al final, cerca de la puerta, notó ese cabello de un color tan particular. Keira se había sentado junto a sus pares, sus manos sobre su regazo, su cabeza gacha mientras murmuraba por lo bajo con ellos. Se había cambiado, incluso había tenido tiempo de secarse el cabello y lucir espléndida.
Intentó comprender cuál era su historia con Nix. No era bonita, al menos no para Addie, demasiados rasgos extraños en una misma persona. Se sentía como estar frente a un cuadro sin una sola gota de color, y eso la perturbaba, pero su sonrisa parecía fácil. Y era exótica, al menos eso debía reconocerle. Un sombrero floppy colgaba de su silla, unos lentes de sol descansaban delante de ella. Era sencillo de pasar por alto, una invisibilidad en la que Addie no había pensado, pero había un motivo por el que Key mantenía su vista baja al estar de frente a un ventanal y entrecerraba los ojos al levantar su cabeza.
Quizás fuera eso, tal vez Nix hubiera encontrado consuelo en otra persona que parecía igual de sensible que él en cuanto a la vista. O quizás ella había sido simplemente amable con alguien no acostumbrado a ese trato. Todo en sus gestos gritaba gentileza. Desde la delicadeza con la que movía sus manos hasta las sonrisas que brindaba al saludar a cualquiera que se acercara.
—Él sabe —susurró Addie y Charles siguió la dirección de su mirada para notar lo mismo—. No estaba nada contento. No quiso hablar. No lo entiendo.
—Ella no lo sabe —respondió Charles y Addie lo miró enseguida—. No se suponía que viniera. Japón nos avisó sobre la hora cuando ya no podíamos detenerlos.
—¿Entonces qué hace aquí?
—Los Feza tuvieron un inconveniente. Takeo se lesionó. No quisieron enviarlo solo cuando la situación es tan frágil.
—¿Y ella sabe de la restricción perimetral? —preguntó Addie.
Alguien al final de la sala golpeó la mesa para conseguir silencio. El reloj marcó las nueve. En menos de un suspiro todos estaban en sus lugares, atentos y esperando. Addie no tuvo oportunidad de continuar su charla. Había unos pocos sitios vacíos, y ella sintió la horrible culpa en su garganta al saber que uno era por su causa. Era una agente, no podía escapar de la responsabilidad por acusar a otro o decir que no había sido su error.
—Estimados —comenzó el hombre al frente de la sala—. Les agradezco a todos el esfuerzo por asistir a este cónclave. Sé que para algunos la situación en sus respectivos países no es la mejor, y aprecio más que nada el sacrificio que han hecho al encontrar tiempo para venir de todos modos. Nos encontramos frente a una situación como no se ha visto en décadas. Y créanme que no los hubiera llamado aquí si hubiera habido otra alternativa. Tengo noticias de que...
La puerta se abrió en aquel momento. Todos enseguida se giraron para mirar. Se suponía que las reuniones del cónclave no debían ser interrumpidas bajo ninguna excusa, y nadie podía entrar ni salir hasta que se dieran por terminadas. El joven entró como si no estuviera infringiendo las reglas. Casual, elegantemente vestido, sus rizos cobrizos enmarcando un rostro angelical. El directivo al frente frunció el ceño, el joven lo ignoró mientras buscaba su lugar.
—Lo siento por el retraso —dijo él sonriendo, su inglés algo torpe—. Timothée Leroux.
—Es un placer contar con la representación de Francia —respondió el directivo con disgusto—. Pero estábamos esperando a su padre, joven Leroux.
—Fue asesinado hace dos noches —respondió Timothée sin perder la sonrisa en su rostro, el silencio fue absoluto mientras tomaba su silla—. Estoy perdiéndome su funeral ahora mismo por no defraudar su deber. Pueden proceder.
Por unos segundos nadie pudo reaccionar. Tal vez porque ni uno solo de los presentes había considerado la idea de que no todos llegarían con vida a la reunión. La situación a nivel mundial no estaba bien, pero todo lo que se había oído eran rumores. Asesinatos por allí, enfermedades por allá, rituales macabros en algunos puntos, revueltas en otros. Una cosa era creer aquellos chismes, otra muy distinta era comprobar que un alto mandatario de Europa Occidental había sido asesinado, tal como sugerían los rumores sobre esa zona.
—El mundo está cambiando, me temo —retomó el directivo—. Han llegado rumores de que un nuevo rey ha asumido entre los brujos en su propio mundo. La última vez que ellos tuvieron un cambio de mando, nosotros sufrimos uno de los flujos migratorios más grandes de nuestra historia y todo fue caos por unos años. Aun entonces, no fuimos amenazados como ahora lo estamos. Es por eso que es nuestro deber rever nuestras reglas de juego. Durante los siguientes días discutiremos reformas en las leyes migratorias, las reglas de interacción entre brujos y humanos, y cómo debemos adaptar nuestro trato hacia ellos para evitar que la situación empeore. Cada uno tendrá la oportunidad de expresar la situación de su región para que podamos tener una mirada global sobre el problema, y entonces abrir las discusiones.
Y así fue. Uno a uno los miembros expusieron los distintos problemas que estaban sufriendo. Agentes desaparecidos, asesinados, casos aislados de crímenes indescriptibles, sucesos extraños. Rai Taiyo habló de la inexplicable enfermedad azotando su región, su propia hermana menor una víctima también. Timothée Leroux leyó los nombres de todos los agentes asesinados esas últimas semanas, incluyendo el de su propio padre. Christopher Wayton detalló cómo los brujos estaban cada vez más reacios en su trato con la Agencia en Estados Unidos.
Para el momento en que se cumplió la primera hora, Addie estaba completamente abrumada de tanta información. Había sabido que las cosas no estaban bien en el resto del mundo, pero tampoco había imaginado que estuvieran tan mal. Y apenas iban por la mitad de los oradores. ¿Cómo era posible que estuvieran sucediendo tantas cosas, tan distintas, y en tantas partes a la vez? Había preguntas, comentarios, respuestas, críticas. Todo en orden, y todo solo sumando más preocupación al ambiente.
—Hemos encontrado escenas escalofríantes, salidas de nuestras peores pesadillas —continuó Matias Hernandez mientras exhibía fotografías que no todos se atrevían a ver, Addie ciertamente no—. Escenarios llenos de sangre y huesos que solo pueden ser prueba de la magia más oscura. Hemos sido muy permisivos por mucho tiempo, dejando que brujos cruzaran la frontera y se reprodujeran aquí sin control, sin nosotros saber qué clase de nuevos brujos nacían directamente aquí. Hemos mirado hacia otro lado al momento de controlar a los umbrus, y ahora estamos pagando las consecuencias. Ellos son los responsables. Ha habido una creciente desaparición de humanos peculiares, especialmente con albinismo, y es bien conocido la aberración y odio de los umbrus hacia quienes consideran sus enemigos. Ellos...
—Lamento mucho interrumpirlo, señor Hernandez, pero debo discernir.
Addie contuvo la respiración cuando Keira Feza se puso de pie. Sintió como toda la atención cambiaba de un extremo al otro de la mesa. Ella lucía demasiado tranquila y segura a pesar de lo que estaba haciendo. Era la primera vez que Addie la escuchaba hablar, y cualquier cosa era mejor a tener que mirar las fotografías de cuerpos desfigurados, pero nadie se había imaginado que ella, de todas las personas posibles, podría contradecir a un representante cuando hablaba de injurias sufridas por inocentes.
—Temo que mi tipo ha sido siempre perseguido por nuestra peculiaridad —continuó ella, mirando la punta de sus dedos como si su palidez fuera prueba suficiente—, y los peores tratos que hemos recibido a lo largo de toda la historia, han sido principalmente de otros humanos. Está culpando a un tipo de brujos por crímenes hacia nosotros que siempre han sido cometidos por humanos creyendo en magia pagana. Estoy seguro que los representantes de África podrán respaldar mis palabras sobre la masacre que los albinos en su región sufren desde hace siglos a manos de chamanes y humanos supersticiosos. Entonces discúlpeme, pero no permitiré que use mi imagen para inculpar a inocentes sin prueba alguna.
Mantuvo su cabeza en alto, desafiando a cualquiera a contradecirla. Cuando no hubo respuesta, ella se volvió a sentar. A su lado, Takeo se levantó igual de rápido, sin darle oportunidad a Matias Hernandez de defender su punto.
—Me temo mi prima tiene razón —continuó Takeo—. En todos nuestros años de estudio sobre magia oscura, hemos aprendido que los umbrus tienen un profundo respeto hacia lo que ellos llaman la ley del equilibrio. Es decir, no tienen motivo alguno para ansiar eliminar a sus opuestos, y la familia Feza no tiene registro alguno de que algo así haya sucedido. Es una mala interpretación de nuestra parte asumir que la oscuridad ansía destruir a la luz, cuando tan poco sabemos de esta. No debemos saltar a conclusiones apresuradas y cometer el error de señalar culpables. Al contrario, me atrevería a decir que son aquellos que los brujos llaman besados por la luz quienes han alentado un exterminio hacia los umbrus.
Addie parpadeó sin terminar de creerlo. ¿Estaban ellos... defendiéndolos? No lo hubiera esperado, y eso solo la confundía más respecto a la situación entre Keira y Nix. Ella estaba allí, haciendo el trabajo que él debería estar haciendo al defender la imagen de su tipo. ¿Y él la evitaba a más no poder? ¿Qué le podía haber hecho esa chica para que su simple vista lo hubiera hecho huir la noche anterior? Nix, que era más del tipo del que otros huían.
—Si mal no recuerdo —dijo Christopher Wayton poniéndose de pie—, la última vez que defendió la inocencia de un criminal, señorita Feza, este resultó ser un culpable y eso costó la vida de varios agentes.
—Derek Bower fue manipulado por un brujo —respondió ella levantándose de nuevo.
—Eso no fue lo que determinó el jurado. Él padece esquizofrenia.
—No lo hace. Estoy en medio de una investigación al respecto, y si mis suposiciones resultan ser cierta, entonces temo que no existe tal cosa como una enfermedad mental.
—Absurdo —contradijo Wayton—. No podemos poner en riesgo vidas, por las suposiciones de una agente que ya se equivocó la primera vez.
—Derek Bower no fue responsable de sus actos, y si él estuviera aquí...
—Lo he traído como prisionero para ser interrogado. No quería adelantar mi plan, pero me ha forzado. Después de todo, estos problemas comenzaron con él. ¿No? Su traición puede haber sido peor de lo que sospechamos.
—Es en vano, de todos modos no creerá nada de lo que digo —respondió Keira—. Pregúntele a Nix Showk, él respaldará mis palabras.
—Lo interrogaría, si el brujo estuviera aquí. Pero no lo está —dijo Wayton, y Addie notó el instante exacto en que Keira comprendió y la sorpresa fue absoluta en su rostro—. Usted sí lo está, por más que no debería. Él debió saberlo de algún modo. Pidió una orden de alejamiento contra usted. ¿Lo sabía? Al parecer no hizo tan buen trabajo como cree.
Fue algo casi doloroso de ver. Un pequeño "¿Nani?" se escapó de los labios de Keira antes que volviera a sentarse, rindiéndose. Su expresión estaba completamente en blanco. Entonces ella no lo sabía. ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo no le habían avisado? O tal vez no había habido tiempo, ni modo de comunicarse. ¿Cuándo Nix había pedido la orden y cuándo ella comenzado sus prácticas fuera de contacto?
Addie no pudo contener la lástima. Fuera lo que fuera que hubiera sucedido entre Keira y Nix, era evidente que ella no había considerado que hubiera terminado de mal modo. Ingenuamente había creído que Keira Feza sería una agente increíble, pero aquí estaba, exponiéndose sus errores y consecuencias.
Rai Taiyo golpeó con fuerza la mesa con su mano para captar la atención.
—Estoy al tanto, señor Wayton, que su hija también estuvo involucrada en los acontecimientos que sucedieron durante el otoño en Washington y murió como resultado —anunció ella, su voz tan seria como su mirada—. Le pido mantenga sus emociones personales hacia Keira Feza a un lado, porque eso es lo que acabamos de presenciar. Este es un asunto de suma importancia que nos involucra a todos. Veremos este caso en particular cuando corresponda según la agenda. Pero de momento, no tiene prueba alguna para acusar a uno de los nuestros de mal desempeño.
—Si me permiten agregar algo, no creo que su desempeño haya sido malo —dijo Timothée Leroux sonriendo con encanto y le guiñó un ojo a Keira—. En todos sus años de estudio, mi padre desarrolló la teoría que los umbrus actúan por naturaleza del modo opuesto al que esperamos. Evitan a aquellos que les provocan emociones. La señorita Feza no ha hecho nada malo. Al contrario, me atrevería a decir que tal vez hizo todo lo opuesto y fue encantadora. Creo que le atrae.
Los murmullos se levantaron enseguida ante semejante sugerencia. Addie se quedó completamente quieta, sin poder hacer algo más que mirar a Keira. No era posible. ¿O sí? Nix no parecía tener ninguna emoción por fuera del rango entre aburrido y molesto. Keira estaba compartiendo susurros con su primo, totalmente ajena a la situación a su alrededor. ¿Era posible?
Alguien golpeó la mesa para llamar al orden, y la sala tardó varios minutos en calmarse antes que la reunión pudiera continuar. Addie no pudo seguir prestando atención. Se suponía que el brujo era su prioridad. ¿Entonces no era más importante entenderlo en vez de oír a una mujer hablar sobre haber encontrado un grupo de brujos indocumentados?
La pausa de mitad de mañana se sintió gloriosa. Addie se puso de pie, ansiosa por abandonar la sala antes que Charles pudiera agarrarla a solas para reprimirla por su error. Vio el cabello blanco de Feza saliendo y se apresuró por alcanzarla. Necesitaba decirle. ¿Qué? ¿Que ella no había hecho nada mal? Ni siquiera Addie sabia qué había hecho, o no.
Pequeños grupos ya se habían formado fuera. Casi por instinto sus pies se movieron hacia donde Timothée estaba con los cuatro representantes de Japón. Eran los más jóvenes. Ella era joven también. ¿No deberían integrarla por defecto? Otros pocos agentes que no participaban también se habían acercado para escuchar al francés disertando sobre sus conocimientos.
—Bueno, el modo de cortejo de los brujos no es para nada como el nuestro —estaba explicando él—. No es sobre regalos o halagos o salidas. Vienen de una sociedad mucho más cruda y violenta. Averiguarán qué es aquello que más aterra al otro, e intentarán dominarlo, domarlo incluso, para mostrarle al otro que ya no tendrán miedo en su compañía. ¿Hay algo que te aterre para conquistarte, Keira?
—No soy un territorio que conquistar, Timothée —dijo ella y tocó el hombro de su primo con suavidad—. Tengo algo que arreglar, regreso antes que empiecen de nuevo.
Partió antes que Addie pudiera alcanzarla. Tampoco parecía como si ella quisiera estar más tiempo allí siendo el centro de atención. Timothée sonrió como si Keira no hubiera dicho nada y continuó con sus explicaciones. Addie pasó de largo. ¿Cómo hacía la otra agente para moverse tan rápido y sin dejar rastro con tanta gente acumulada en el corredor?
Para el momento en que Addie alcanzó la puerta de la sede, apenas logró divisar la cabeza de Key entre la multitud en las calles, y solo por el modo poco disimulado en que algunas personas se daban vuelta para mirarla. Era alguien difícil de ignorar. Addie suspiró con resignación y se aventuró al frío exterior, cerrando su abrigo con sus manos y apresurando sus pasos en un intento por alcanzarla.
La parte vieja de la ciudad siempre era un caos, miles de turistas recorriendo la Royal Mile a pie. Ella tampoco era muy alta como para tener una vista completa, y el rastreo nunca había sido su especialidad. Incluso si la calle subía por una colina en esa parte, fue cuestión de unos pocos minutos para que perdiera completamente de vista a Keira y se diera por vencida.
Addie se detuvo y dejó caer sus brazos con derrota. ¿Cómo podía haber perdido a una chica que literal era imposible de confundir en una multitud? ¡Era albina! ¡No había modo que la gente no se le quedara mirando y no sobresaliera en una multitud! ¿Cómo podía haber perdido al conejo blanco en un mar de roedores grises? Pero lo había hecho. De algún modo, se las había arreglado para fallar en lo más fácil.
—¿Por qué me estás siguiendo?
Gritó y se dio vuelta solo para encontrar a Keira frente a ella. Retrocedió un paso enseguida, llevándose una mano al pecho como si de ese modo pudiera calmar su acelerado ritmo. Estaba segura que su corazón acababa de perder cinco años de esperanza de vida. Keira lució desconcertada.
—Lo siento. ¿Te asusté? —preguntó ella.
—No. No. Estoy bien —respondió Addie mientras intentaba recuperar el control sobre su respiración—. Lo siento. Yo.. Yo no... No estaba siguiéndote. Bueno, sí lo estaba. Pero no como crees. O tal vez sí —ella hizo una mueca al tropezarse con sus palabras—. ¿Podemos hablar?
—¿Eres de aquí? —preguntó Keira y Addie asintió, ella se giró para mirar más arriba en la calle—. Estaba por conseguir algo de té. Puedes acompañarme si quieres. Me vendría bien algunas indicaciones sobre la ciudad.
Addie sonrió sin poder evitarlo, eso era mejor de lo que había esperado. Siguió a Keira el resto del camino hasta un pequeño local para desayunar. Se quitó su sombrero violeta al sentarse en una mesa y volvió a quitarse sus lentes de sol. Le sonrió con amabilidad, entrecerrando los ojos mientras pedía un té verde y le preguntaba a Addie qué quería.
Era como estar viendo otra versión de la misma persona, nada similar a la agente sería y segura que había visto durante el entrenamiento o la reunión. Incluso su pose era más relajada mientras Keira jugueteaba con los anillos que tenía en sus dedos. No lucía como hubiera esperado de una agente con sus botas con hebillas doradas, o su esponjoso sweater a juego con su sombrero.
—Qué sabor más decepcionante —suspiró ella mirando su taza mientras Addie sostenía su chocolate caliente.
—Había más opciones en el menú —respondió, Keira le sonrió apenas.
—No ha sido una buena mañana, no merezco más que un té verde.
—Eso no está bien. No ha sido una buena mañana para mí tampoco, pero de todos modos tendré mi chocolate —Addie se encogió de hombros—. Si esto es lo único que puedo controlar, entonces lo disfrutaré.
—Tal vez tengas razón, pero así es cómo hacía las cosas con mi padre —Keira bebió un sorbo—. ¿De qué querías hablar?
De Nix. De ella. De todo. Y a la vez, las palabras no llegaban a su lengua. Había ansiado tanto ese preciso momento, que ahora que finalmente lo había obtenido, no sabía qué decir. ¿Por dónde comenzar? ¿La mañana donde había perdido a su séptimo brujo y Charles le había asignado uno nuevo, uno que particularmente había pedido a alguien como ella? Fuera lo que fuera que Nix hubiera pedido en realidad, porque Addie dudaba que hubiera pedido por ella.
—No creo que seas una mala agente —se apresuró a decir Addie—. Lo que sucedió durante la reunión...
—Por favor, no hablemos de eso —interrumpió Keira y volvió a ocultarse tras su taza—. El señor Wayton y yo no terminamos bien. No lo juzgo. Pero no es un asunto que me guste recordar tampoco.
—No estuvo bien lo que hizo.
—Expuso su punto y lo defendió. Tiene derecho a hacerlo, del mismo modo que yo tengo derecho a investigar lo que creo.
—¿Y qué es eso? —preguntó Addie, Keira no la miró al sonreír tristemente.
—Temo que me han advertido que cuanto más insistiera en el asunto, menos me creerían —admitió ella—. No creí que sería tan literal. Tal vez debería haberlo escuchado mejor.
—¿A quién?
—Alguien que creí era un amigo, supongo me equivoqué —Keira suspiró—. Me dijo una vez que no deseaba ser mi amigo. Estoy buscando a un brujo de luz en esta ciudad. ¿Sabes dónde puedo encontrar uno?
—¿Cómo sabes que habrá uno aquí? Son extremadamente raros —respondió Addie.
—Por el equilibrio. En cada ciudad, por cada umbrus, suele haber la misma cantidad de besados por la luz. Por lo que tengo entendido, hay una buena probabilidad entonces de encontrar uno.
—¿Sabes mucho sobre esos brujos?
—Lo dudo —respondió Keira—. ¿Por qué participas del cónclave?
—¿Te gustó el té?
Era una pregunta tonta, y apresurada, para escapar de un tema que no deseaba responder y Keira la miró sin comprender. ¿Qué se suponía que le dijera? ¿Que era su reemplazo? ¿Se tomaría bien si Addie se presentaba de ese modo luego que le hubieran echado en cara su fracaso frente a toda la sala? De pronto no estaba tan segura de que hubiera sido una buena idea, y Addie en serio deseaba saber, porque Nix la había obligado a tener que meterse en esa tortuosa página de tés, un diccionario bilingüe a su lado, y su cabeza había dolido de solo intentar identificar los miles de dibujos que los japoneses utilizaban por letras, o palabras, o cual fuera la realidad. Todo para comprar y enviar una caja de té. Keira tenía que haberla recibido. ¿Cierto?
Sus manos estaban temblando. Dejó la taza sobre la mesa. Esta se volcó enseguida, vertiendo el chocolate sobre ella. La situación rápidamente se estaba convirtiendo en un terrible desastre. Se puso de pie al instante, levantando la taza para evitar que el líquido siguiera derramándose mientras cogía cuanta servilleta encontrara para limpiarse. Era en vano.
Keira se ofreció a ir por ayuda y partió en busca de la camarera. Addie entró en pánico. Cogió su mochila y huyó antes que todo empeorara incluso más. ¿Por qué siempre le sucedían ese tipo de cosas? No había modo que pudiera regresar a la reunión con su parte superior completamente manchada de chocolate caliente. Tampoco había modo en que pudiera ver a Keira Feza de nuevo a los ojos. Y en medio de la desesperación, acababa de irse sin pagar.
Nix. Nix vivía cerca. Y ella siempre tenía un cambio de ropa allí por si se quedaba a dormir. Todavía podía salvar su atuendo, aunque el calor ya había alcanzado y comenzado a quemar su piel, y Addie solo podía pensar en que no hubiera dejado en lo de Nix esa tonta camiseta sobre las vacas de altas montañas, con pelaje artificial y todo.
Corrió las pocas calles hasta el pasadizo, intentando no pensar en el poco tiempo que tenía para cambiarse y regresar. Subió los escalones de dos en dos hasta la segunda puerta. Se detuvo al entrar y ver la chaqueta de cuero de Nix junto a la puerta. Él estaba de vuelta.
—¡Se suponía que vinieras! —gritó Addie.
Se apresuró en echarse al suelo y fijarse en el cajón debajo del sillón de la sala. Tenía que haber algo que ponerse allí. Revolvió entre mantas e improvisados pijamas. ¿Por qué nunca ordenaba eso? El reloj estaba corriendo, y ya podía oír a Nix refunfuñando desde su dormitorio.
—¡Dijiste que vendrías!
Addie se puso de pie, quitándose su sweater y su camiseta. Su brassier también había comenzado a mancharse, pero todo tenía un límite. Utilizó las partes que no se habían manchado de su ropa para limpiar su piel. Nix ni siquiera le prestó atención al pasar a su lado, su cabello mojado y sus prendas limpias como si lo hubiera atrapado tras una ducha. Addie suspiró al ver que solo tenía una camiseta del castillo de Edinburgh y un sweater con un conejo bordado, orejas colgando de su pecho y todo.
—Haces mucho ruido —se quejó él.
—Dijiste que vendrías, así que yo dije que irías, pero no lo hiciste y yo ahora estoy en problemas y seguro me castigarán por tu culpa. ¡Y no es justo!
—¿Te han seguido?
—¿Qué? No. ¿Quién me seguiría? —Addie miró con molestia el cajón sabiendo que no tenía otro brassier allí, alguien llamó a la puerta—. ¡Adelante!
Fue un acto reflejo. Enseguida se mordió la lengua por su error y grito que esperara, pero ya era demasiado tarde. Keira abrió la puerta y entró. Addie se desesperó por cubrir su ropa interior, y luego su vientre, y luego de nuevo su brassier antes de recordar que tenía una camiseta en mano y apresurarse a ponérsela mientras todo su cuerpo ardía por la vergüenza. Y entonces reaccionó. Estaba semi-desnuda, a solas con un brujo, con ese brujo.
—¡No es lo que parece! Yo...
Las palabras murieron en sus labios. Keira no la estaba escuchando, ni siquiera le estaba prestando atención. Solo estaba mirando a Nix. Y, en ese momento, no lució para nada como la agente que se suponía que era. Ni él como el brujo malhumorado que Addie estaba acostumbrada. De hecho, él no reaccionó para nada como hubiera imaginado. Solo se quedó de pie allí, frente a Keira, mirándola como si creyera que no era real.
Era como estar viendo una escena sacada de una película. Addie solo podía pensar en ir a la cocina para chequear si había palomitas, y a la vez no deseaba perderse un solo instante de eso. No sabía lo que había esperado que sucediera, y seguía sin comprender la naturaleza de lo que fuera que esos dos tuvieran. Nix levantó una mano como si quisiera tocarla, pero no lo hizo. Keira no se movió. Estaban demasiado cerca para ser simples desconocidos, menos entre brujo y agente.
—¿Siquiera pensaste en avisarme lo que le estarías haciendo a mi reputación como agente? —preguntó Keira, su rostro recobrando la misma seriedad que había mostrando en la sede.
—Se suponía que estabas en Japón —respondió él.
—Se suponía que tú tenías una reunión a la cual asistir hoy —Keira retrocedió un paso sin dejar de sostenerle la mirada—. Fui amable contigo, pero mi título sigue siendo lo más importante que tengo, y no te permitiré que lo manches. No merezco ninguna orden de alejamiento. Vendrás a la reunión, y si no me quieres allí, entonces lo dirás en público y frente a mí. Y yo me iré si es necesario. Es lo mínimo que me debes.
—No eres nadie para mandarme.
—Soy una agente, y tú eres un brujo, y si aceptaste vivir bajo las reglas de la Agencia, entonces debes responder ante mí como cualquier otro. Estoy siendo amable, y dándote la opción de elegir si lo harás por voluntad o no. Y tú —Addie se paralizó por completo cuando esa fría mirada estuvo en ella—. Eres una agente, y si este brujo es tu responsabilidad, entonces hazte respetar. Eres tan culpable como él de su ausencia. Olvidaste tu chaqueta.
En efecto, lo había hecho. Keira la dejó a un lado y partió sin nada más que decir. Addie se dejó caer al suelo, enterrando su rostro en sus manos. ¿Cómo eso podía haber salido tan mal? Sí, se había olvidado la chaqueta, pero no había creído que ella la seguiría para devolvérsela, o siquiera podría seguirla tan bien tan rápido.
¿Y cómo había hecho para mantener tan bien la compostura? De haber estado en su lugar, Addie estaba segura que hubiera llorando, o tropezado con sus palabras, o hecho el ridículo de algún modo. Un brujo pedía una restricción perimetral contra ella, y Keira no solo lo enfrentaba, sino que lo hacía sonar como si fuera la culpa del otro. Era admirable.
—Bueno... Eso fue un desastre —Addie suspiró—. Yo no... Ella... Tú... No sabía que me estaba siguiendo. No le dije nada de ti. Lo juro.
—Sigo cometiendo el error de subestimar tu habilidad para poner a prueba mi paciencia —comentó Nix y ella hizo una mueca.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó al verlo coger su bufanda y dirigirse a la cocina.
—Poniendo a lavar esto —respondió él—. Y en serio espero que esa reunión no sea tan insoportable como imagino, o nunca más haré algo que me pidas.
—¡Qué! ¿Estás yendo solo porque ella lo dijo? —exclamó Addie—. ¡No es justo!
Nix no respondió. No era justo. Esperó haber comprendido mal, porque no era nada justo.
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