Capítulo 90. Mis objetivos

Observo a mi sobrino ha desaparecido un largo rato, prácticamente hemos tenido que suspender todo el protocolo de presentación de Franco por no encontrarlo.

Él está atento, estudiando a Iracema quien se encuentra en brazos de José llorando desconsolada, muchos estudiantes pretenden acercarse a ella pero se mantienen alejados ya que Ndusú y unos cuantos estudiantes más hicieron a su alrededor un círculo.

Hay estudiantes gritándole improperios y otros intentando acallarlos. La chica debe estar pasándolo horrible.

Luriel parece triste, cansado y aterrado a la vez. Sus amigos le dicen cosas, el sacude la cabeza, negando, arrojando miradas de enojo y de tanto en tanto levantando los ojos al cielo, como si esperara algo.

Y ese algo parece que llegó a él, porque se arroja de rodillas al suelo conmocionado.

Mi corazón se acelera al lograr leer los labios de mi sobrino:

<<Ella no lo sabia>>

—Maldita sea —susurro.

Agarro el celular y estoy por llamar a Franco, pero al ver la notificación de que la página de Las zumbadoras fue tumbada.

—Esto no puede empeorar.

Corro en dirección a la oficina de Orkias, debo ver alguna manera de hacerle saber a Franco que Luriel ya sabe que él es el asesino de su madre.

Me entra una llamada al celular, es Arandú, pensaba no contestar, pero podría levantar sospechas de no hacerlo.

—¿Qué pasa, hermano? —pregunto.

—Mortel me pasó la ubicación de unos documentos en los gabinetes de nuestra casa, y solo mamá sabe dónde están. Son las constancias de sus propiedades y los ingresos de sus negocios. Pero no he logrado comunicarme con mamá ¿Sabes dónde está?

—Sé que llegó al internado, por todo lo que pasó con Maitena... —respondo.

—Entiendo, voy a casa a ver eso. Quizás y logre encontrarlos, aunque conociendo a mamá estoy seguro de que debe estar muy bien guardado y quizás hasta con algún conjuro.

—No lo dudo... ve con papá quizás el sepa algo.

—No sabe ni dónde están sus propios anteojos, y crees que lo sabrá él... en fin. Luego voy a acercar mis condolencias a Franco.

Cuelgo la llamada. Y mis prioridades acaban de cambiar. Debo encontrar la manera de evitar que mamá llegue a hablar con Arandú o mis planes se van a la mierda.

Retrocedo y voy hacia el pabellón de los profesores, porque estoy seguro que mamá debió ir para allá, quizás para comenzar algún hechizo de protección para Orkias y Mortel.

Mortel, el favorito de sus hijos.

El heredero del poder Gianti, el destinado a brillar, el imbécil que se queda con todo. Hasta con el espíritu familiar, dejándonos con migajas a los otros.

Esposa, hijos, poderes y aún así tan idiota como para arruinarlo. Pero muy, muy lejos de arruinar su reputación, se convierte en un héroe.

Camino en el pasillo, y veo a mamá salir del cuarto de Orkias. Tiene un broche suyo y en la otra mano lleva un traje de mi hermano.

—¿Qué haces, madre? —pregunto cuando ella se recuesta contra la pared.

—Buscando la manera de salvar a tu hermano. ¿Has visto a Luriel?

—Afuera... en el gran salón.

—Lo mandé llamar por un espíritu... lo necesito con urgencias, el anda sin protección, lo que lo expone a cualquier maldición.

—¿Muy expuesto? —pregunto

—Demasiado.

Mamá lleva su mano al pecho y hace una mueca de dolor, al rededor de su dedo anular se dibuja su anillo de bruja ancestral, el rojo carmesí brilla con intensidad.

—Te encuentras bien? —pregunto rogando a la fortuna de que este sea un movimiento que no me obligue a ser yo quien intervenga.

—No... —responde apenas.

Alza la vista y en medio de su agitada respiración su rostro se llena de miedo y dudas.

—Tú mataste a Maitena... y le hiciste creer a todos que solo la encontraste... veo las manchas.

—¡Ay madre! Intentaría usar la persuasión en ti, hacerte creer que deliras, pero eres tan buena bruja.

—¿Cómo es que nunca vía envidia que tienes hacia tu hermano?

—Será porque nunca ves más allá que a Mortel.

Ella cae al suelo, se aprieta el pecho y apenas habla, es más, solo le sale un hilo de voz que es casi un balbuceo.

—Al parecer no voy a tener que manchar mis manos contigo, mamá. Veo el odio en tus ojos.

Intenta decir algo, pero cae al suelo por completo dando su cara contra el piso.

—Voy a quitarle a tu amado hijo, ?. Hasta la herencia de sangre y constelación sanguínea...

—¡Abuela! —grita Luriel de fondo.

¡Carajo!

Del cuerpo de mamá se expande una luz roja, y veo salir todo tipo luces, formas y espíritus. Un grito estridente hace que tanto Luriel y yo nos llevamos las manos a los oídos y todo explota.

El chico se acerca a su abuela, y con los ojos llenos de lágrimas se agacha hasta el cuerpo extendido. De inmediato se separa y me mira con enojo.

—Fue magia de sangre —dice apenas—. La mataron con magia oscura.

—¿Estás seguro? —pregunto intentando mostrar tristeza.

—Sí, sí... tío, creo que fue Franco.

—¿Asturia? —intento sonar indignado y con incredulidad—. Es el mejor amigo de Orkias.

—Debes creerme —dice entre dientes, desesperado, enojado.

Aprieto con fuerza mis dedos contra las palmas de mis manos, alguna de ellas debe lograr lesionarme y causar heridas que hagan que brote sangre. La mano derecha lo hace. Me acerco a Luriel, con intensión de hacerle creer que busco contenerlo. Cuando estoy por pasar una maldición y tocarlo, siento que alguien patea con fuerza mi mano y me empuja al suelo.

Mi cólera crece, y de inmediato me pongo de pie.

—Aléjate de Luriel —dice Vega—. Traidor.

Luriel mira a la hija de Carina con asombro, al igual que yo al ver como de su cuerpo sale una llamarada azul que la rodea por completo.

—No tienes idea de lo que acabas de hacer —Amenazo

—Vega... —dice Luriel mientras la toma del brazo—. De verdad no queremos enfrentarlo aquí, ni yo me animo a enfrentarlo. Corre, corre.

El niño sabe cosas.

—Ante la gente no nos atacará —grita mientras se alejan.

—No les será muy fácil —advierto.

Aplaudo con fuerza y las paredes colapsan. Ellos logran escapar, levanto el dedo índice y el suelo comienza a moverse en espiral como si se tratara de una trituradora.

Luriel logra invocar a Makagua, y con agilidad atraviesa la puerta.

—Mierda. Hay que hacer algo antes de que arruine la imagen de Franco. Y se interponga con mis objetivos.

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