Capítulo 80. Dormido

—Bien... te dejo —dice la cazadora y la miro con angustia.

—Dijiste que ibas a ayudarme.

—Ya lo hice —ella se encoje de hombros y se pone su capucha—. Este tramo lo recorres solo.

—Litera, no hay tramo, solo una bestia gigante.

—Lo vas a solucionar, yo tengo que encargarme de unos pequeños poras malignos.

Miro a la cazadora con intriga, no sabía que había poras malignos. La chica desaparece y con ello se hace eco el terrible sonido de la gota de sueño que ruge, suena horrible y asqueroso a decir verdad.

—Bien, somos solo tú y yo, a ver cómo nos va la fiesta.

De nuevo el rugido, de su garganta salen saliva y otros fluidos, de verdad se ve del asco.

Con mi Takapé en mano voy corriendo hasta él, lo intento atacar, pero con un rugido me hace volar por los aire.

<<Maldita mierda>>

Caigo al suelo, me pongo de rodillas y me sujeto al Takape, intento ponerme de pie, pero del suelo salen una especie de gusanos que se enredan en mis extremidades, permito siendo estirado el suelo, con la nariz obstrida y sin posibilidad de meter aire a mis pulmones debido a que los gusanos están presionando mi cabeza contra el suelo.

Intento mover mi cuerpo, la desesperación me gana, me intento levantar, pongo todas mis fuerzas, pero cada vez me debilito más.

Intento que mis ideas se acalaren, y recuerdo mis grafias. Las protecciones puestas en mi cuerpo, tantas que tengo, es hora de activarlas.

Logro cerrar mis puños y en ese momento siento como cada línea de los tatuajes comienza a arder.

Escucho el rechinar de los gusanos, el olor a quemado llega a mis fosas nasales y a pesar de que huele del asco, me alegra percibirlo, porque al fin puedo meter aire a los pulmones.

Mi cuerpo está rodeado de llamas de color azul, mi ropa se ha desintegrado, a pesar de que este se supone que es el mundo astral, el efecto se hace real.

La gota se apoya en sus brazos y sus piernas, se pone como si fuera un animal de cuatro patas.

—A  ver, bestia de mierda, acércate a papi —digo y agarro ni Takapé para ponerme en posición de guerra.

La gota viene corriendo a mi, está por tirarse pero se detiene, el fuego lo hace retroceder.

—Cobarde... —susurro.

Me voy corriendo hasta ella, pero retrocede con rapidez, me arroja sus gusanos y alguna que otra cosa rara en el camino.

Pero la gota es rápida, no logro alcanzarla, intento atacarla, acercarme, ver la manera de Destruirla.

Me doy cuenta que comienza a disminuir el tamaño, lo que se me hace raro, se supone que debería crecer si quiere enfrentarme. Entonces me quedo quieto, esto no está bien.

Observo alrededor y me doy cuenta, no se está haciendo pequeña  se está escondiendo en mi la cobarde, se quiere mantener en mi mente.

—No lo  vas a lograr bestia estúpida... —suelto y en el último aliento que sale de mi boca huelo el whisky que me dio de probar Orkias—. Claro que lo sabias, apuesto que lo apostaste —digo casi riendo—. Eres el mejor papastro...

Suelto mi Takapé, junto mis manos, reúno aire y sin más soplo sobre las llamas azules que salen de mis manos, giro sobre mi eje, esparciendo el fuego a todo el escenario. El ruido de sufrimiento de la gota es aterrador.

En eso el pedazo que queda fuera se retuerce y comienza a tomar forma de todos los que me importan, primero en mamá, luego en Hisa, en Mainara, Saite, Orkias, papá, Thalia, Josefina... Iracema.

Y ver como la figura de la chica que se supone que amo comienza a hacerse cenizas me retuerce el estómago. ¿De verdad esto debe ser así? En serio es tu padre mi enemigo y tú... tú me diste el regalo.

—¡Carajo! —los hilos comienza a conectar en ni cabeza, y cómplice o no, Iracema es mi perdición, ella a podido entrar en mi círculo desde siempre.

Si el objetivo de su padre soy yo y mi familia, la forma en que ha dejado sus maleficios ha sido a través de su hija, y yo lo acepté y dejé pasar.

—No puedo creer que siga doliendo —digo con pesar.

La gota se desintegra, la oscuridad se vuelve claridad y cuando parece que voy a despertar, veo a una mujer Originaria.

Ella está parada con un par de niños delante de mi. La miro con atención y cuando veo que las brasas de fuego la rodean y se mezcla con abejas y virutas de oro, su identidad se me hace clara.

—Eirú... —digo.

—Mi pequeño y temerario soldado —su voz suena maternal.

—¿Soy tan digno de ver tu alma?

—O eres lo suficientemente oscuro como para verme...

No estamos hablando en español  y no sé cómo es que nos podemos entender. Mi respiración se agita, y sé que en el mundo real también es así.

—Hoy vengo a entregarte algo, mi niño.

—¿Por qué me siento mal? —pregunto apenas.

—Porque vas a recibir la marca del Cario... y esta, te hará expulsar toda maldición y protección que tengas... incluyendo en Nole me tangere.

—¿Por qué? —pregunto con miedo y dolor, el Nole me tangere es lo único que me queda de mi madre. No quiero, no puedo despedirme de ello.

—Un día lo entenderás...

—No, no me quites lo que me queda de mi madre, por favor. Te lo suplico mi Diosa, no lo lleves.

—Una marca no es tu madre... ve y salva su alma, mi gran Cario, espabila...

—¿Me dices que lo que hago está bien?

—Te digo, que luches por cuidar a los tuyos y recuperar lo que sea que te hayan sacado.

Siento mi cuerpo sacudirse, Eirú dice algo más, las manos de los niños me apuntan y luego llevan sus dedos a sus labios.

Ellos no quieren que cuente que los vi.

—Sé inteligente, Cario. La guerra se gana pensando en frío —es lo último que oigo de Eirú.

Abro mis ojos  mi abuela me ayuda a sentarme, me coloca una cubeta en el regazo y ahí viene, sangre, gusanos, larvas y moscas muertas, todas saliendo de mi boca.

Cuando dejo de hechas cosas Orkias, quien resulta que también está en la habitación, me pasa un vaso de whisky.

—Con agua bastaba —le dice abuela

—No, es demasiado asqueroso lo que se arrastró por su boca, el alcohol está bien.

Abuela niega, pero sonríe y por supuesto que yo estoy de acuerdo con Orkias.

—Son maleficios horribles —habla el rector—. Sea quien sea, está muy cerca de ti.

Y ahora entiendo en parte porque Eirú me sacó las protecciones, todo lo que me ponían de maleficios eran internos, entonces no podían salir de mi, eliminando la reja, todo escapa y a pesar de que me deja expuesto, me libera.

—Sí, —abuela me acaricia la cabeza—. A partir de ahora mi amor, tienes prohibido comer absolutamente nada que no te haya preparado yo  o tu padre ¿Ok?

Afirmó y ella me comienza a lavar la cabeza con aceite de lavanda y agua, esta se escurre por mi espalda, moja el colchón de la cama, y en ocasiones anteriores esto me daría tremenda incomodidad, pero ahora me genera tranquilidad.

—Tengo sueño —digo apenas.

—Aguanta un poco más, Orkias te llevará a su cama, y ahí dormirás cómodo ¿Ok?

—Ok... —susurro con los ojos cerrados, pero muy en el fondo con una tremenda satisfacción, porque al fin voy a tener acceso al libro.

—¿Le pongo un poco de Tapekué a la mezcla? —pregunta Orkias quien está macerando algo en un mortero.

—Sí, eso lo va a ayudar bastante... —le responde abuela—. Ahora sí ni amor, no importa si cierras los ojos a descansar... ya podemos continuar su duermes.

—Qué bueno, porque ya no aguanto más —me salen las palabras en medio de la absoluta oscuridad mientras me quedo dormido.

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