Laberinto

Las expresiones de incertidumbre de Dipper y de Pacifica lo decían todo, el tiempo estaba corriendo y ahora solo tenían menos de veinte minutos para salir de ese lugar. En el fondo, ambos deseaban que en cualquier momento saltaran las cámaras de televisión anunciándoles que se trataba de una simple, pero a fin de cuentas extremadamente cruel y muy escabrosa broma. No obstante para su mala suerte, ambos sabían que eso jamás llegaría a ocurrir. Por unos pocos segundos el miedo se apoderó de ambos, consiguiendo que sus piernas se sintieran extremadamente pesadas como para moverlas con total libertad y logrando que sus gargantas se contrajeran evitando que pudieran articular palabra alguna. Sin embargo, Dipper no tardó en cobrar el coraje que se necesitaba. A continuación, respiró hondo, apretó los dientes y sujetó a Pacifica de la mano para arrastrarla junto con él y así comenzar a escapar.

—¡No hay tiempo que perder! ¡Debemos empezar a movernos! ¡Rápido! —Anunció Dipper, asustado y señalando el cronometro justo antes de tomarlo y guardarlo en el interior de su chaleco, el cual por cierto había comenzado con la cuenta regresiva en cuanto la televisión terminó con la transmisión del horripilante comunicado.

—Espera un momento... Dipper... —Pacifica alcanzó a decir justo antes de ser sujetada por el muchacho de gorra—. No seas tan rudo...

Dipper miró a su alrededor. Entonces, súbitamente; la bombilla blanca que pendía del techo de apagó sin previo aviso y una serie de luces bañadas en un tono rojizo opaco colocadas al nivel del suelo; se encendieron e iluminaron parcialmente la complejidad del lugar, provocando que la sensación de encontrarse dentro de una fábrica abandonada se desvaneciera como un terrón de azúcar en medio de una taza de café caliente, ya que no importaba en lo absoluto el lugar hacia donde el joven Dipper Pines dirigía sus perplejos y aterrados ojos; lo único con lo que se topaba era con una casi infinita cantidad de gigantescos muros elaborados a base de fierros y metales retorcidos cubiertos de oxido colocados uno detrás del otro para erigir complejos pasadizos, como si en efecto se tratara de un laberinto proveniente del inferno de Dante.

—¡Vayamos por este camino! —Exclamó y tragó saliva al tratar de meterse en uno de aquellos pasillos.

—¡Dipper! ¡Aguarda un poco! —Dijo Pacifica, oponiendo un poco de resistencia para detener a su frenético acompañante—. No sabemos lo que nos pueda aguardar allá. ¿Y si todo esto se trata de un juego enfermo y no hay escapatoria?

—Pacifica, no podemos quedarnos aquí sin hacer nada. El tiempo corre y depende únicamente de nosotros salvar a Mabel y al resto de las chicas.

—Dipper, recuerda lo que acaba de decir ese loco de remate. Dijo que todo este lugar se encontraba lleno de trampas mortales. Si nos descuidamos podemos acabar incluso muertos.

—Sí... Eso es verdad... Pero no puedo abandonarlas a su propia suerte... Además, es mi hermana la que se encuentra en peligro. Dime algo... ¿Qué harías tú si alguien importante para ti se encuentra en peligro de muerte? ¿Arriesgarías tu vida por ayudar a esa persona o te acobardarías y huirías? Desde que llegue a este pueblo he pasado por situaciones que no se las desearía a nadie. Jamás pensé que un lugar como este tendría tantos oscuros secretos por detrás. Pero a raíz de eso, prometí que protegería a mi familia y a cualquier otra persona que se encuentre en peligro. Por lo tanto, no puedo permitir que ese sujeto se salga con la suya y continúe torturando gente.

Pacifica contempló los brillantes ojos de Dipper en toda su inmensidad y recordó aquél momento cuando el fantasma del leñador lo convirtió en un pedazo de madera. La niña se mordió el labio, agachó la cabeza y se dio cuenta que si ella no hubiera confrontado al espectro y a sus propios padres; las vidas de Dipper y de muchas otras personas más se hubieran perdido esa misma noche.

—Tienes razón... Debemos salvarlas como sea... —Suspiró y lo miró con determinación—. Pero... ¿Tienes alguna idea de cuál camino debemos tomar?

—No... Pero si nos quedamos aquí jamás lo descubriremos. —Le extendió su mano—. ¡Andando, Pacifica! No debemos permanecer separados o de lo contrario nos perderemos.

Pacifica se sintió increíblemente nerviosa en el momento que vio la mano extendida de Dipper frente a ella. Su mente estaba completamente confundida, ya que para empezar; ella sabía a la perfección que ese no era el mejor momento para comenzar con sentimentalismos ni pensamientos melosos que solo una niña cursi podría tener. Sin embargo, había algo dentro de ella. Algo que no sabía ni tenía idea de cómo expresar del todo. Algo que provocaba que su estomago sintiera una calidez reconfortante cada vez que tenía algún contacto físico con el chico Pines.

*¿Qué te está pasando, Pacifica...?* —Pensó, preguntándose hacia sí misma—. *¡Solo dale la mano y ya! ¿Por qué te está costando tanto trabajo?*

—¿Te encuentras bien, Pacifica? —Dipper la miró con extrañeza.

—¡Sí...! Lo lamento... —La chica rubia reaccionó y finalmente se animó a darle la mano—. No sé en qué estoy pensando... Creo que me siento un poco alterada... Pero eso es todo... Enserio... No pasa nada... —Rió con nerviosismo—. ¡Es hora de ponernos en marcha!

Ambos niños se internaron en las profundidades del penumbroso laberinto para comenzar a explorar uno de los tantos pasillos que lo conformaban y aunque tenían el tiempo en su contra; Dipper y Pacifica se movían con extrema cautela, puesto que los dos sabían que alguna engañosa trampa podría hacer acto de presencia en cualquier momento. Los minutos se sentían como segundos y los segundos como instantes. Dipper podía percibir en su mente como el conteo de ese reloj poco a poco se acercaba al número cero indicando que habían fallado en su misión. El ambiente estaba cargado de una tensión abrumadora y aplastante, ya que cada paso se sentía como si algo siniestro y abominable fuera a salir desde la oscuridad más terrible y agobiante para rebanarles el cuello en dos. Pero aquella sensación no crecería hasta el punto de volverse insoportable sino hasta que comenzaron a notar como los corredores se iban llenando paulatinamente de huesos humanos esparcidos por todas partes; probablemente pertenecientes al resto de las personas que no habían logrado superar la prueba, los cuales a su vez eran acompañados por un hedor a sangre, muerte y putrefacción insufrible.

—¿No quiero imaginarme a cuántas personas inocentes habrá asesinado este malnacido...? —Unas cuantas lágrimas llenas de coraje fueron expulsadas desde el interior de los ojos de Dipper.

Pacifica no respondió. Ella en cambio, se tuvo que contener los inaguantables deseos de vomitar. Llegado este punto, Dipper tampoco se encontraba del todo bien mentalmente hablando, pero la fuerza de voluntad de este último por recatar a su hermana y a sus amigas de las garras del mal; hacían de él un guerrero formidable digno de admirar y casi imposible de doblegar. Sin embargo, la más grande desesperación comenzó a hacerse presente cuando ambos doblaron a la derecha en una esquina; tan solo para toparse de frente con una fosa tan grande y tan profunda que cualquier cosa que cayera dentro de ella tenía la completa garantía de no volver a ver la luz del día.

—¡Maldición! ¡Por aquí no es! —Exclamó Dipper, acelerando el paso y dando media vuelta para regresar por donde vinieron—. ¡Tomemos otro camino, rápido...!

De repente, al querer dar la vuelta en la misma esquina, una de las gruesas paredes que constituían el boque de muros ubicado en el lado de la derecha; se movió de su sitio para interponerse en su camino y taparles el paso.

—Dipper... ¿Qué está sucediendo? —Preguntó Pacifica, sin alejarse ni por un ínfimo segundo de su compañero—. ¿Por qué esa cosa se movió de repente?

—Creo que no era mentira lo que nos dijo ese demente... —Dipper retrocedió un paso—. El laberinto está cambiando de forma.

En efecto, tal y como se los había advertido su captor poco antes de comenzar con el juego enfermo; el lugar entero comenzó a deformarse cuando el resto de las paredes hizo exactamente lo mismo que la primera para terminar por abrir otro tipo de caminos, bloquear otros cuantos más y así mitigar por completo las mínimas esperanzas de escape de las víctimas que habían tenido la desgracia y el infortunio de haber sido atrapadas en su interior.

—Es imposible... No hay forma de escapar... —Pacifica se fue de espaldas y unas cuantas lágrimas recorrieron sus maquilladas mejillas—. Ambos moriremos aquí... Todo se ha perdido... Nunca debimos haber entrado a este lugar...

—Este era su plan desde el comienzo... —Dipper sintió una enorme frustración en su pecho—. Pero no podemos simplemente darnos por vencidos aún... Debemos buscar otro camino.

Sin pensárselo dos veces, Dipper se adelantó y se dispuso a ayudar a la chica de los cabellos dorados a ponerse de pie después de ofrecerle su mano para posteriormente continuar atravesando los inacabables pasillos del horroroso laberinto en busca de una probable e inexistente salida. Pero con lo que el chico Pines no contaba; era encontrarse con la posibilidad de caer directamente en una de las trampas colocadas por su enemigo siendo él tan cuidadoso. De esta forma, a causa de un intento fallido por apresurarse y ganar un poco más de tiempo, Dipper no le prestó la atención suficientemente necesaria al terrero recién descubierto, ya que que al momento de dar el primer paso; pudo sentir a la perfección como su pie derecho se hundió un poco tras apoyar su peso sobre una sección floja y aleatoria del propio suelo. En ese momento, Dipper sintió un horrendo escalofrío que lo dejó por unos segundos paralizado de miedo.

—¡Oh no! —Murmuró el muchacho al darse cuenta de su error.

—¿Oh no? —Pacifica preguntó—. ¿Qué quisiste decir exactamente con "¡Oh no!"?

—¡Ehh...! ¡No es nada...! —Trató de disimular y fingir que nada ocurría—. ¡Aunque lo mejor para nosotros será que nos vayamos de aquí pronto! —Sugirió Dipper sin saber que era ya demasiado tarde para dar marcha atrás. En ese momento, el sonido producido por una maquinaria oculta y desconocida se puso en marcha. Ambos niños miraron a sus anchas, pero sin encontrar algo en concreto que pudiera indicarles de que era aquello de lo que habría que huir. Pero entonces, el suelo por detrás de ellos se dividió para que por medio de una plataforma ascendiera un enorme contenedor de carga hasta ese momento escondido en el subsuelo del sitio.

—Dipper... ¿Qué es eso? —Pacifica realizó otra pregunta.

—No lo sé... Pero mantengámonos alejados. —La cubrió con su brazo derecho—. Recuerda que nada bueno puede provenir de este lugar.

—Eso ya lo sé... No tienes que repetírmelo.

Cuando los chicos terminaron de expresar su temor, la única puerta del contenedor se abrió por sí sola, como si hubiera sido controlada de forma remota por alguien en las cercanías. En el justo momento en el que dicha puerta cayó y rebotó contra el suelo metálico para estremecer el lugar, Dipper sintió como su corazón se paralizaba cuando a se atrevió a mirar hacia dentro; únicamente para lograr distinguir como un par de ojos amarillos y una fila grande de colmillos emergían desde el interior para acabar convirtiéndose en una pesadilla viviente.

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