*** La resaca ***
A la mañana siguiente, el despertador de Penélope rugió en la habitación del hotel mucho antes de lo que ella hubiese deseado. Lamelodía estridente del aparato se coló en sus sueños y rompió el suave velo quela envolvía.
Alargó el brazo hasta el móvil e intentó e intentópararlo con movimientos torpes, pero la música seguía sonando, cada vez más y más fuerte. Cómodetestaba ese dichoso sonido... En un intento desesperado, dio una palmotada sobre la mesilla de noche y, escuchó un golpe seco. Lo había tirado al suelo.
–Mier... –balbuceóen un susurro apenas audible sobre el rugido de la alarma.
Tres toques en la puerta de la habitación dejaron incompleta su maldición.
–¡Un momento!
Con un interminablebostezo, saltó a toda prisa de la cama, se agachó junto al teléfono y lo desconectó del cargador a la vez que apagaba, al fin, el despertador. Mientras el dormitorio se sumía en un agradable y sepulcral silencio, sus piernas se enredaron en las sábanas arrugadas y estuvieron a punto de tirarla también a ella al suelo. Un gemido de frustración escapó de sus labios.
Echó un vistazo a su alrededor en busca de algo de ropa que ponerse, pero no encontró más que el montónde prendas arrugadas y entremezcladas unas con otras que había llevado la nocheanterior.
Tras varias semanas grabando en un pintoresco pueblo del norte, el día anterior habían trasladado el rodaje a la capital. Llegaron de noche, salió a cenar con Ibtissam y no llegó a deshacer la maleta. De hecho, con la cantidad de tequila que llevaba en vena, no tenía muy claro ni tan siquiera cómo llegó a meterse en la cama. Era de esperar que se hubiese despertado hecha una bola en alguna parte de la moqueta.
Recogió los vaqueros del suelo y se los colocó sin quitarse la camiseta del pijama, rosa con elefantes. Mientras intentaba adecentarse, quien fuera que la esperaba tras la puerta volvió a llamar, insistente.
–¡Ya voy!
Salió disparada en esa dirección y abrió con tanto ímpetu que casi le pega a Ibtissam en la cara.
–¡Cuidado! –dio un pequeño paso hacia atrás para asegurar su bienestar personal antes de hablar más–. Parece que a alguien se le han pegado las sábanas.
Resignadaa la par que sorprendida, Penélope la observó con toda la atención que le permitían sus ojos aún hinchados y llenos de legañas. La joven en el umbral de su habitación se veía fresca como una rosa, con los labios delineados y destacados con un poco de gloss y las mejillas sonrosadas de un modo muy natural. Lo único que la delataban eran las gafas de sol que llevaba puestas en el pasillo del hotel. Nadie en su sano juicio iría con ellas a esas horas de la mañana en un lugar cerrado si no pretendiese ocultar algo.
–¿No habíamos quedado a las ocho? –preguntó la escritora, confusa.
–Sí, pero en el estudio. Esto ya no es Kansas, pequeña Dorothy, y desde el centro de la ciudad hasta allí hay un buen trecho.
–Mierda.
Esta vez sí terminó la palabra.
Trasechar un rápido vistazo a su reloj, se dio la vuelta dejando la puerta del cuarto abierta para que Ibtissam entrara y se aproximó a la maleta. La tiró en el medio de la habitación, introdujo el código de seguridad y desparramó su contenido en el suelo. Unaavalancha de sostenes, camisas y vestidos de corte profesional se precipitó alvacío en un caos gemelo al que sentía en ese instante su mente.
–¿Te echo una mano? –ofreció Ibtissam.
Penélope no contestó, estresada. Sabía que había mucha gente que funcionaba mejor bajo estrés, pero ella no era una de esas personas. Es más, una de las cosas que más odiaba del mundo era que la hicieran esperar, por lo que siempre se esforzaba por llegar puntual a todas las citas. No se podía creer que, precisamente el primer día que grababan en la capital, tuviera que prepararse a toda prisa.
Aunque no se conocían de hacía mucho, la actriz reconoció el nerviosismo de su compañera y decidió intervenir. Se colocó a su lado, alargó el brazo hasta su hombro y la interrumpió con un gesto amable.
–Ve a la ducha. Yo me encargaré de buscar algo de ropa.
La escritora la miró con alivio, apaciguada por el tono tranquilizador de Ibtissam. No formuló palabra, pero el brillo de sus ojos verdes delató el gran agradecimiento que sentía. En ese momento, medio amodorrada y con la resaca del siglo, no sería capaz de combinar ni siquiera una camiseta blanca básica.
Entró en el cuarto de baño y abrió el grifo de la bañera para que se calentara el agua mientras se desnudaba. Sin pensar en nada más que en la prisa que tenía y en cuánto le dolía la cabeza, se metió en la bañera, pero conforme el agua caliente comenzó a acariciarle la piel y a resbalarle por el rostro, una súbita calma se apoderó de ella.
El sonidodel grifo se convirtió en una nana que la arrullaba y la ayudaba a calmar latormenta en su cabeza. Podría quedarse allí eternamente, en ese lugar feliz donde el incesante canto del grifo acallaba la angustia que sentía.
–Te he dejado la ropa al lado de la puerta –oyó decir a Ibtissam desde el dormitorio–. ¿Quieres que te prepare un café?
Su voz la abstrajo de sus ensoñaciones.
–Sí. Salgo ya.
Termino de enjugarse la espuma y salió de la bañera. Se enrolló en una enorme pero algo raspante toalla blanca y abrió la puerta para recoger la ropa interior y el conjunto que le había preparado Ibtissam: una camiseta de tirantes blanca y un pantalón de sastre beige a juego con una americana extragrande.
–Total look profesional –bromeó la joven–, para que se note quién manda aquí pese al careto de resaca que tienes.
–Ja, ja, ja.
Se puso como pudo la ropa y echó mano a las bambas blancas que había estrenado el día antes para celebrar que dejaban atrás los campos y las montañas para regresar al asfalto. Mientras se terminaba de vestir, el aroma del café se coló en el cuarto de baño.
–Tienes que contarme cuál es tu secreto para estar tan de buen humor después de no haber dormido casi.
Se peinó a toda prisa su lacia melena color miel y regresó al dormitorio, junto a Ibtissam, que estaba sentada en el butacón de la esquina con dos tazas de café recién preparadas en la mano. Penélope cogió una y se sentó en el borde de la cama, frente a la chica. Lacalidez de la bebida, reconfortante, parecía llegada para ayudarla a despejarla niebla de la resaca.
–El secreto es que no pasen diez siglos entre una noche de fiesta y otra.
La escritora puso cara de enfadada.
–Oye, que una no puede ser una eterna veinteañera –resopló.
–Tú también eres una veinteañera –apuntó Ibtissam, a quien le había dicho unos días antes que tenía veintiocho años–, pero sí, el segundo secreto para sobrevivir a una noche de desfase es tener menos de veinticinco.
Las dos rieron. Al hacerlo, Penélope sintió un pinchazo en la cabeza y se llevó las manos a las sienes.
–Sí que estás mal. ¿Quieres que me vaya sola y te excuse en el estudio?
–Ni hablar –repuso contundentemente Penélope–. Lo más importante de ser profesional no es parecerlo, sino demostrarlo. Tengo que estar allí.
En realidad, estaba convencida de que se las apañarían perfectamente sin ella, pero le hacía muchísima ilusión esa etapa del rodaje y no quería perdérsela por nada del mundo.
–Si te quedaras aquí, igual podrías llamar a Jota y pedirle que te cuidara porque estás malita...
Ibtissam estaba de broma, por lo que no esperaba que Penny abriese los ojos como platos.
–No se te estará pasando por la cabeza hacerlo, ¿verdad?
La escritora negó con la cabeza.
–No. Es solo que... había olvidado por completo a Jota.
La otra chica la miró incrédula.
–¿Qué dices? ¿Tan mal te ha sentado el alcohol? Madre mía, me estás asustando. ¡No te vuelvo a sacar de fiesta!
–¡No, mujer! Es solo que estoy recién despertada y aún medio atontada. ¡Cómo me voy a olvidar de Jota y del...!
Se quedó callada de golpe. Lo ciertoes que en parte sí lo había olvidado, pese a que ahora volvía a tener el vívido recuerdo de sus ojos oscuros observándola desde la pared antes de unirse a ella y de unos rizos morenos como su piel. Recordó la botella de tequila ir consumiéndose poco a poco entre los alargados dedos del hombre, los chupitos que volaban, los bailes, los abrazos y, por supuesto, el beso.
–Me reí mucho con el juego –continuó hablando Ibtissam, sin percatarse de la cara de preocupación de su compañera de trabajo–. Sobre todo al final, ya en la puerta del local, con eso de que tuviéramos cuidado porque lo que habíamos escogido podía hacerse realidad. ¿Te imaginas que acabara casándome con Elliot Drake? ¡Y tú con Olivier Lambert! ¡Sería la leche! Tendríamos que hacer una boda conjunta.
Las dos rieron. La meraidea resultaba una locura.
–Oye, ¿y el botecito que te dio, dónde está?
Penélope se esforzó por hacer memoria entre los borrosos recuerdos de su llegada al hotel apenas tres horas antes. Se había quitado la ropa y la había dejado caer al suelo, a los pies del escritorio. En la silla había colgado su chaqueta vaquera y su bolso.
Se acercó hacia allí, metió la mano en el interior del bolso y sacó el recipiente de cristal, sinsaber muy bien qué hacer con él.
–¿Tú qué crees que es? –interrogó a la actriz.
Esta pareció reflexionar unos segundos antes de responder con total certeza:
–Burundanga.
–¡Calla, anda! ¿Acaso le viste a Jota pinta de violador?
–A ver... no, aunque no me digas que lo de anoche no fue raro –dijoIbtissam, inclinándose hacia adelante–. Estaba convencidísima de que se te iba a tirar al cuello con su rollito de fan de tus novelas, pero no lo hizo. De hecho, salvo para interpelarte, no volvió a hablar apenas de tus libros. Después pensé que intentaría enrollarse contigo para llevarte a su casa y volví a equivocarme. A excepción del beso, que se lo pusiste a huevo, no te rozó ni un pelo. Y al final nos acompañó a la calle asegurándose de que terminábamos esa chorrada de juego y desapareció sin dejar más rastro que el de sus misteriosas palabras.
–Ni un teléfono para pedirle que venga a cuidarme –comentó entre risas Penny–, ni un nombre completo ni nada.
–No sabemos a qué se dedica ni nada de su vida. Probablemente no fuese un violador, pero sí alguien muy extraño. Si yo fuera tú, me desharía de esa botellita y olvidaría todo lo que pasó anoche.
"¡Cómo si pudiera!", pensó Penélope. El malestar provocado por la resaca era un recordatorio constante de lo que habían hecho la noche anterior, sí, pero es que además, su beso con Jota era el primero que se daba en mucho tiempo, más del que pensaba reconocer. No sabía si había sido el desinterés posterior por sus libros y su carrera pese a identificarse inicialmente como su lector o por el halo de misterio que se había ido creando a lo largo de la noche, pero Jota despertaba en ella algo aún indefinido. ¿Interés? ¿Atracción? ¿Curiosidad? Lo desconocía, por lo que tendría que volver a verlo para resolver las dudas que le generaba pensar en él.
Tras especular unos minutos más sobre el casi desconocido, las dos chicas se apresuraron para recoger sus bolsos y prepararse para ir al trabajo. Antes de salir del cuarto, Penélope volvió a coger el bote de cristal y lo guardó en la caja fuerte de la habitación, junto a algunas de sus joyas y de sus bienes de mayor valor. Dudaba que se tratara de burundanga o cualquier otro veneno (seguramente no fuese más que agua), pero en ese momento era lo único que la unía a Jota, la única promesa de reencontrarse. No pensaba deshacerse de ella. La guardaría con cuidado hasta que él la llamara, si es que lo hacía. Esperaba que lo hiciese.
Tenían muchas cosas pendientes más allá de ese bote y ese único beso.
¡Feliz San Valentín a todos, lectores y participantes en el #ONC2024!
Continuamos avanzando con El juego del destino y, después de una noche de desenfreno... mañana de reflexiones e Ibuprofeno 😜
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