*** La cena ***

–No sabes la envidia que me das –repitió por enésima vez Penélope, en el asiento trasero del taxi–. ¡Ojalá yo también tuviese alguien que se encargara de seleccionarme la ropa para momentos tan claves como este!

La escritora estaba nerviosa y aunque hubiese pretendido ocultarlo, no lo habría logrado.

La chica tímida que siempre se quedaba sola en un rincón del patio, escondida tras sus enormes gafas y una novela, no había pasado su adolescencia hablando de modelitos ni de eventos de postín como la cena a la que se dirigía. La joven universitaria que fue unos años atrás tampoco se había devanado los sesos para escoger el conjunto que lució el día de su graduación; estaba demasiado ocupada compaginando el estudio para los últimos exámenes con la redacción de una historia de ciencia ficción y terror en el campus de su alma mater, al más puro estilo de The Faculty.

La moda nunca había sido un tema de su interés y si alguien le hubiese anticipado que debería volverse especialmente cuidadosa con su aspecto físico porque iba a saltar a la fama con una novela romántica, los habría tomado por locos, pero ahí estaba, camino a un popular restaurante donde solo los comensales más selectos tenían el lujo de ser recibidos.

Ibtissam, por su parte, mostraba un semblante mucho más calmado. Por suerte o por desgracia para ella, no había necesitado dedicar ni un solo segundo a la elección de su indumentaria, puesto que al regresar del tanatorio al hotel halló pulcramente colocado encima de la cama un hermoso conjunto de dos piezas de un nada discreto color burdeos. El top dejaba entrever el marcado abdomen de la actriz, aunque la falda ocultaba el ombligo para dar énfasis a las hermosas caderas de Ibtissam. El amplio abrigo largo a juego y el pelo recogido hacia atrás en una bonita coleta la dotaban de una elegancia inimitable para la escritora, que a su lado se sintió menos Penny que nunca y más Penélope de lo que se había sentido en esos últimos vertiginosos y emocionantes meses.

Al final había optado por apostarlo todo al negro: minifalda con un delgado cinturón integrado y un corte sobre el muslo izquierdo, un jersey de cuello vuelto con el que se veía un poco más estilizada y una chaqueta de polipiel que le había prestado Ibtissam y que le daba un toque gamberro al look. No se veía arrebatadora como hubiese deseado, pero esperaba estar a la altura de las circunstancias: ¡no se conocía a un actor de Hollywood (y puede que hasta a dos) todos los días!

Tras varios minutos desplazándose por las calles de la ciudad, un sobrio edificio neoclásico, con sus imponentes columnas a ambos lados, las recibió. Aunque la decoración del frontal era escasa, Penny contempló con gran atención la cubierta abovedada que se alzaba sobre arcos de medio punto que conferían al entorno un aire histórico, romántico y mágico a la vez. Poder disfrutar de una cena en el interior de ese edificio iba a ser todo un sueño. 

Los alrededores permanecían tranquilos, como si comenzaran a caer en las redes del sueño propio de esas horas un día entre semana. Y ahí estaban ellas, de punta en blanco, denotando que algo grandioso iba a ocurrir, que cualquier momento de cualquier día era una ocasión magnífica para brillar, disfrutar y vibrar.

En el umbral del inmueble les recibió el personal de seguridad, que adusto y ceremonioso buscó sus nombres en la lista de comensales antes de tocar tres veces en el portón de madera tras la columnata. La puerta se abrió y entraron en otra dimensión. La recepción era toda una experiencia inmersiva: un camino delimitado por pilares curvos con luces de neón azul como única fuente de iluminación ocultaban el área del comedor de la vista de extraños en el exterior. Penélope había oído hablar de ese tipo de sitios en innumerables ocasiones, pero era la primera vez que pisaba uno de esos locales estrambóticos que unos llamaban "de referencia" y otros, menos amables, definían como pretenciosos.

Giraron el último de los pilares y se adentraron, al fin, en el salón. El muro del fondo mostraba cientos de torsos desnudos de hombres y mujeres pulidos sobre mármol representando escenas propias de un museo o de unmito griego. La sofisticación artística de esa pared contrastaba con el techo del recinto, cubierto por pantallas en las que imágenes evocadoras de los distintos elementos naturales se cedían el turno unas a otras. Sobre sus cabezas, las dos mujeres contemplaron cientos de estalactitas en el interior de una gruta y se deslizaron por las paredes de la misma hasta topar con una laguna subterránea.

Ibtissam se repuso de la impresión antes que Penny, a quien cogió de la mano y arrastró tras de sí en una clara dirección: había encontrado a sus compañeros de cena. Sentados en unas butacas de cómodo cuero marrón los esperaban Elliot Drake y un chico rubio repeinado hacia atrás.

–¿Quién...?

La pregunta de Ibtissam se vio interrumpida por el frío saludo del artista, que le estrechó la mano de modo más profesional que agradable. Por lovisto, el besazo que se habían dado la noche anterior no iba a repetirsemientras no hubiese cámaras delante.

–Me alegro de que hayas podido venir –dijo Elliot en inglés, dejando claro desde el primer momento que los cuatro deberían comunicarse durante todo el encuentro en ese idioma–. Cuando tu representante me habló del accidente en tu rodaje, pensé que tal vez cancelarías la cena.

El solo recuerdo del pobre sonidista cayó como un jarro de agua fría sobre Ibtissam, quien había discutido largo tiempo con Bernardo sobre si era buena idea dejarse ver en actitud cariñosa y de fiesta el mismo día que enterraban a un compañero. Le parecía una falta de respeto hacia Enrique y su viuda, pero Bernardo insistió en que la vida seguía y en que cancelar la cena supondría prácticamente cancelar el acuerdo que tenía con Elliot Drake. Aun así, Ibtissam se sentía culpable por estar allí, y más cuando tenía la corazonada de que el técnico de sonido no habría fallecido de no haberlo mencionado ellas en ese dichoso juego la otra noche.

–Los negocios son los negocios –respondió, directa, antes de girarse hacia su amiga–. Esta es Penny Schwab, por cierto, la autora de la novela en la que se basa mi actual trabajo.

Cuando los profundos ojos de Elliot se clavaron en ella, Penélope sintió cómo las piernas le temblaban. El actor alargó la mano para saludarla, como había hecho con Ibtissam, y después tomó la palabra para presentar a su acompañante escuetamente:

–Aidan.

No fuenecesaria mayor presentación. Probablemente Elliot ya lo sabía. Al escuchar sunombre, el otro chico sonrió y al hacerlo, Penny lo reconoció. Era uno de los hermanos de Elliot en la última película que había grabado, un actor que acababa de dar el salto a la gran pantalla desde otras producciones pequeñas para televisión.

Aidan también les dio la mano, pero en vez de estrechárselas, les besó el anverso. Primero a Ibtissam y luego a Penny, que no logró ocultar una sonrisa tonta. Aidan Hopper, galán del siglo XXI.

La velada transcurrió sosegada y, de no haber sido por las intervenciones de Aidan, aburrida. El talante divertido que mostraba Elliot Drake en la gran pantalla era tan solo una fachada. Definitivamente, era un gran actor. Además, el ojo atento de la escritora no tardó en percatarse de algo muy evidente: si había química, chispa, magia... llámalo X, entre alguien de esa mesa, era entre Elliot y Aidan. Drake miraba embelesado a su compañero cuando este contaba alguno de sus chistes o historietas, mientras que cuando hablaba Ibtissam apenas prestaba atención; se limitaba a asentir con la cabeza mientras bebía una copa tras otra de vino. La chica, sin embargo, no parecía darse cuenta, ya que se esforzaba por hacer alarde de todos sus encantos para encandilarlo.

El plato principal llegó a la mesa con un gran revuelo por parte del personal del restaurante. Uno de los camareros apareció con un soplete de cocina y otro de ellos con varios platos de formas extravagantes: un cerdo con panecillos bao en su espalda, la cabeza del David de Miguel Ángel rellena de una extraña mezcla de color verde... Salieron tres de los cuatro platos que habían pedido. Penélope apartó la vista de la mesa y la dirigió al fondo de la sala, donde debía estar la cocina, esperando que su plato viniera de camino. Entonces lo vio.

En una de las mesas del fondo, al otro costado de la sala, estaba Álex. Guapo y con el ceño fruncido, como en su primer encuentro, lucía una camisa blanca con el botón superior desabrochado. Delante de él, una copa a medio beber frente a otra todavía vacía, sin utilizar. Lanzó una ojeada al reloj, aparentemente frustrado, y resopló.

De pronto, la anodina conversación en su mesa le pareció todavía más insustancial. La cabeza de Penélope se pobló de incógnitas. ¿Qué hacía allí Alejandro? ¿Con quién había quedado? ¿Y por qué parecía tan molesto? Recordó las palabras que le había oído intercambiar con su madre a la salida del funeral y también la mención de Ibtissam de que para Rebeca ninguna mujer era suficiente si se trataba de Álex.

Ibtissam pareció reparar en que la atención de su amiga se había evaporado. Algo la preocupaba y fueralo que fuese, seguro que era mucho más entretenido que la conversación queestaba teniendo lugar en su mesa en ese instante.

–¿Me acompañas al lavabo un momento, Penny?

La escritora movió la cabeza en gesto afirmativo,ignorante de cuáles eran las verdaderas intenciones de su amiga.

–Sí, claro.

Cogió su pequeño bolso y echó a caminar detrás de la actriz, pero sus ojos no dejaban de otear en dirección a Álex. ¿Quiénhabría osado enfurecer a Rebeca jugando sin ningún tipo de escrúpulos con elpequeño y duro corazón de su hijo?

Antes de traspasar la puerta del aseo, esta se abrió y salió de ella un hombre. Por un instante, su corazón le dio un brinco. La última vez que había entrado en el aseo de un restaurante había acabado en comisaría denunciando un robo. Tal vez estuviera siendo muy exagerada, demasiado susceptible, pero todo había sido tan rápido que apenas había tenido tiempo para asimilar lo que le había ocurrido. Es más, seguía siendo "quien sin acreditarse dice ser Penélope Suárez", como recogió por escrito el inspector, ya que su único documento de identidad en ese momento era el papel de la denuncia.

–¿Qué pasa? –inquirió Ibtissam.

La pregunta, tan directa como la chica que la había formulado, abstrajo a Penélope de sus pensamientos.

–Nada, ¿por qué?

Intentó sonar natural, pero no lo consiguió.

–Hace un buen rato que no estás haciendo ni caso a lo que dice Aidan y ya me empiezan a doler las mejillas de tanto fingir la sonrisa.

La escritora la contempló, asombrada.

–¿No te lo estás pasando bien?

Ibtissam soltó una carcajada, irónica.

–¿Tú qué crees? Elliot es un tostón y por más chistes que cuente Aidan, esta cena no hay quien la salve.

–Se te da genial actuar. Se te ve tan embelesada con Elliot que me daba hasta reparo decirte lo que pienso de él.

–¿A qué te refieres? –quiso saber la actriz, con unbrillo suspicaz en los ojos.

Penélope suspiró. Puesto que estaban en la antesala de los lavabos, una pequeña zona común con un par de grifos y espejos individuales, asomó la cabeza por las puertas de los aseos para asegurarse de que estaban solas.

Una vez estuvo segura de que nadie las oía, respondió:

–Tengo la impresión de que él y Aidan son algo más que amigos.

En esa ocasión, fue Ibtissam quien suspiró.

–Puede que tengas razón. Llevo pensando lo mismo toda la cena.

–¿Crees que ese es el motivo por el que quiere fingir que sois pareja? ¿Para esconder ante el resto del mundo que le gustan los hombres?

Ibtissam se encogió de hombros.

–Espero que no –continuó diciendo Penny–; ya no vivimos en la Edad Media como para tener que ir ocultando esas cosas.

–Estoy de acuerdo contigo, pero en nuestra profesión hay algo más importante que la realidad: lo que el espectador cree que es real.

Penélope la miró, atenta, sin saber qué quería decir.

–Elliot es un rompecorazones que atrae a muchísimas mujeres a ver películas de acción al cine. Si se especulara sobre su sexualidad, los productores correrían el riesgo de perder ese tirón entre el sector femenino. Y de ocurrir algo así, su representante se las vería crudas para conseguirle papeles cuando ahora mismo se los tiene que quitar de encima porque no tiene tiempo ni fuerzas para todos. Reconocer que le atraen los hombres podría ser, desgraciadamente, el fin de su carrera.

Las dos chicas continuaron hablando del actor unos minutos hasta que la puerta principal se abrió y Aidan pasó junto a ellas sin decirles nada, directo hacia uno de los cubículos. Solo sonrió.

–Será mejor que volvamos –apuntó Ibtissam, a quien dejar solo a Elliot le parecía algo desconsiderado pese a locortante y seco que se había mostrado el actor con ella todo el tiempo desdeque llegaron al restaurante.

–Ve tú –dijo Penny–, necesito usar el baño un momento.

La actriz no se hizo de rogar y se marchó del lavabo.

Pasados un par de minutos, cuando Penélope se disponía a tirar de la cadena, escuchó algo al otro lado de la puerta.

–¡Joder, joder, joder!

Pese a haberlo conocido hacia apenas un par de días, distinguió con facilidad la voz de Alejandro, quien, para sorpresa de la chica, amagó un sollozo.

¿Pero qué diantres...? ¿Álex estaba llorando?

Al principio, Penélope pensó que debía de haber confundido el sonido. Tal vez ni siquiera fuera él quien gimoteaba, sino algún vídeo que estaba viendo desde el móvil. O la chica a la que esperaba, que había tenido un brutal accidente de camino y lo llamaba hecha polvo. Se moría de curiosidad, no podía negarlo, y al mismo tiempo no se atrevía a salir del lavabo y encontrarse de bruces con Álex, así que permaneció dentro del aseo, paralizada, y pegó la oreja a la puerta.

Por un momento solo escuchó silencio, pero de pronto volvió a oírlo lamentarse, reprimiendo el llanto.

–¿Por qué me lo has vuelto a hacer? ¡Joder!

A Penélope se le rompió el corazón de escuchar al chico de los croissants tan destrozado. A pesar de haber sido un estúpido con ella en varias ocasiones, era el mismo que la había acompañado a declarar y denunciar el robo de su cartera, el mismo que saludaba a su madre con un beso en la frente. No podía seguir encerrada sabiendo que él estaba ahí fuera, con el corazón hecho añicos. No erajusto espiarlo en su momento más bajo.

Tenía que salir. Consolarlo. Al menos intentarlo.

Tiró de la cadena como preaviso de su presencia y abrió la puerta.

Alejandro apenas tuvo tiempo de recomponer la compostura.

Se miraron a los ojos, asustados los de ella, rojos y cansados los de él. Álex se sobresaltó. No esperaba verla allí.

Los labios de Penny se separaron y susurraron, lentamente, una sola palabra:

–¿Álex?


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