*** El tanatorio ***
–Dichosos los que mueren en el Señor, porque descansarán de sus fatigosas tareas.
En la tercera hilera de bancos, Penny sintió una mirada insistente clavársele en la nuca. Giró ligeramente el cuello hacia un par de filas más atrás y se encontró con los ojos de Ibtissam, enrojecidos por las lágrimas como los suyos.
¿Cómo habían acabado en una misa de entierro poco más de veinticuatro horas después de su llegada a la capital? ¿Y cómo podía quedarse tan pancho el cura al transmitir sin ningún rastro de empatía esa promesa de descanso eterno para alguien que había fallecido desempeñando su puesto de trabajo?
La liturgia, aunque breve, se le antojó interminable, por lo que tuvo tiempo de repasar minuciosamente en su cabeza todos los hechos acaecidos en las últimas horas: la entrada al hotel con la ilusión renovada de quien tiene por delante cientos de oportunidades en la gran ciudad, la salida nocturna con su amiga en la que conocieron al misterioso Jota, el desencuentro con el atractivo hijo de la asistente de dirección, el amago de fiesta de cumpleaños, el robo y la posterior denuncia en comisaría y, por último, la muerte de Enrique frente a sus narices cuando bajaban del taxi. Porquesí, el cuerpo que en esos momentos ocupaba el féretro hacia el que todosmiraban pertenecía a Enrique, el técnico de sonido.
La adormecedora voz del párroco se vio interrumpida en cierto momento por besos y abrazos apesadumbrados que marcaban el fin de la misa. Como el resto de compañeros del rodaje, Penélope se acercó a la viuda del amable y ocurrente sonidista para darle el pésame, pero las palabras se atascaron en su garganta. La conmoción del hurto se había sumado al impacto de presenciar tan de cerca la accidentada muerte del hombre y la había sumido todavía más en ese extraño estado de ensoñación que muchos llaman despersonalización. Le costaba creer que lo que sucedía a su alrededor fuera real, ya que una serie de sucesos tan descabellados eran algo inconcebible para una mente sana y libre de estupefacientes.
Se disponía a abandonar la sala todavía repleta de familiares y compañeros del difunto cuando advirtió que la joven actriz se le acercaba. Sin decir nada, las dos mujeres se fundieron en un cálido abrazo de acompañamiento que tardaron un buen rato en dispersar. Salieron de la pequeña capilla del tanatorio y caminaron juntas hacia el jardín frontal, donde un oscuro y alargado coche fúnebre cargado de coronas de flores esperaba a Enrique para darle su último paseo en la Tierra.
–Hemos sido nosotras, Penny.
Las primeras palabras de Ibtissam escaparon en un sollozo. La escritora le dio un tirón del brazo para apartarla del gentío antes de tomar la palabra.
–¿Pero tú estás loca? ¿Cómo se te ocurre decir algo así aquí?
–Porque esverdad. Fuimos nosotras, con ese maldito juego. Tú lo nombraste y dijiste que...
De nuevo, la escritora se apresuró a hacer callar a su amiga, cuyos ojos destellaban terror, impotencia y culpabilidad.
–Era solo un juego, Ib. Es imposible que Enrique haya muerto por eso. Además, una docena de personas estaban presentes y vieron cómo tropezaba con ese gato de la azotea justo cuando una bocanada de aire empujaba el micrófono y lo desestabilizaba hasta hacerlo caer.
–¿No te parecen demasiadas casualidades?
Penélope se calló.
–Ya te dije que no creo en las casualidades, tía. ¿Qué hacía ese gato ahí? ¿Y cómo es posible que justo hubiese una racha de viento cuando Enrique estaba en el único borde sin repisa de la terraza? Ha sido Jota, el maldito Jota, sus dichosos chupitos y ese endiablado juego.
Ibtissam lloraba desconsolada.
–Tranquilízate, por favor. Y créeme, lo que dices es imposible.
–¿Y qué me dices de lo Elliot Drake? ¿Cómo es posible que precisamente después de jugar a "besar, casar o matar" nuestros representantes acordaran fingir una relación entre nosotros? ¡Dije que me casaría con él cuando no habíamos coincidido ni una sola vez en un evento y horas después estaba abrazándolo en el aeropuerto antes de darnos un besazo de infarto! Estoy segura de que hace dos días él no tenía ni idea de quién era yo... ¡No es una casualidad, estoy segurísima!
–Oye, y hablando de eso... ¿qué tal fue?
Penélope intentó desviar la conversación a asuntos más amenos y reconfortantes con el fin de apaciguar el ataque de nervios que Ibtissam estaba sufriendo y, ¿por qué no?, cotillear un poco sobre el famoso actor de Hollywood. Esperaba que, si había un dios ahí arriba, no la castigará por dedicarse a chismosear sobre famosos a la salida de un entierro. De hecho, si ese dios hubiese sido ella, no lo habría juzgado. Al final del día, todos necesitamos un poco de cotilleo para hacer frente a los momentos duros.
–Muy raro, para qué te voy a mentir.
Una pequeña sonrisa se coló en los labios de la actriz, que se mostraba algo más sosegada.
–¿Era tan guapo en persona como aparenta? ¿Y qué tal besaba?
Ibtissam se llevó una mano a la altura de la frente mientras simulaba un desmayo.
–¡De muerte! Nunca he tenido predilección por los bajitos, pero cuando me atrajo hacia él, sentí que cada parte de mi cuerpo encajaba a la perfección en el suyo. Ya sabes a qué me refiero.
Guiñó un ojo con picardía.
–No fue tanto la destreza de su lengua o de sus labios, que superaba la media –las dos soltaron una carcajada–... sino más bien cómo me acarició la espalda mientras nos besábamos y cómo me ciñó la cintura para acercarme a él. ¡Fue un beso de película!
Penélope suspiró.
–Me das muchísima envidia, Ib. Hace siglos que nadie me besa, y difícilmente podría describir esos besos como "de película".
–¿Dices que hace tiempo? ¡Si hace un par de días te enrollaste con Jota! –exclamó la actriz.
El intento de distracción de Penélope para calmar a Ibtissam había dado sus frutos. Las dos parecían haber olvidado que estaban en un tanatorio despidiendo a una de las dos personas a las que habían decidido matar en un juego de chupitos. Jota había vuelto a aparecer en la conversación, pero por un motivo muy diferente. Ya no hablaban de muerte, sino de amor.
–¡Eso no fue enrollarnos ni nada! –bufó Penny, a lo que la actriz reaccionó alzando una ceja, descreída–. Era un chico atractivo, sí, y me sorprendió con su beso, pero de ahí a decir que nos liamos hay un mundo. ¡Si ni siquiera he vuelto a pensar en él desde entonces!
De nuevo, Ibtissam frunció el ceño.
–Al menos no de esa manera –se justificó Penny.
No mentía. Las últimas horas habían sido un no parar, por lo que tampoco le habían dado una oportunidad de parar a reflexionar o a recordar. Desde que se había despertado, Jota había pasado al listado de anécdotas que contar a sus amigos cuando regresara a casa.
–Tampoco es que hayas tenido mucho tiempo. Estos días están siendo una locura. Y además, has estado muy bien acompañada... Con alguien así a tu lado, como para pararse a pensar en Jota y sus triquiñuelas de bar...
La mención de Alejandro sobresaltó a la escritora, que volvió a taparle la boca a su amiga con un rápido movimiento de mano. Lanzó una ojeada a su alrededor en busca del susodicho y respiró aliviada al verlo lejos, al otro lado del vehículo de la funeraria. Le había pasado el brazo derecho sobre los hombros a su madre en un gesto de protección muy tierno. La mujer estaba realmente destrozada. Si alguien se sentía culpable del accidente esa era ella. ¿Podría haberlo evitado? ¿Cómo había llegado ese puñetero gato negro y salvaje a la terraza? ¿Y por qué tuvo que mandar rodar esa toma el primer día, cuando no era tan relevante?
Al sentirse observado, Alejandro apartó la vista de Rebeca y miró al frente, donde sus ojos se encontraron con los de Penélope.
De nuevo ese pellizco en el pecho y ese temblor de piernas.
Antes de que Penélope pudiese desviar la mirada de los ojos marrones de Álex, Ibtissam dio un saltito a su lado.
–¡Pero... pero... pero!
Se había percatado de cómo los dos veinteañeros se habían observado y, pese a lo lúgubre del momento, sus ojos habían hablado.
–¡No me digas que te gusta el hijo de la dire!
Esta vez fue ella misma quien se tapó la boca para acallar el chillido que estuvo a punto de lanzar.
–¡Tú estás mal de la cabeza!
Una vez más, Penélope se llevó a su amiga de allí de un tirón. Notaba la mirada de Álex clavada en su cogote y eso la ponía aún más nerviosa.
En la calle, lejos del cortejo fúnebre, volvió a hablar.
–¿Cómo me va a gustar Álex? Es un prepotente y un..
–¡Un tío que está buenísimo! –completó la otra chica la frase.
–A veces pareces una cría, Ibtissam –la regañó Penny.
El rostro de la actriz se entristeció un poco.
–Es lo que tiene cuando te has pasado parte de tu infancia y toda la adolescencia rodeada de cámaras, que te faltan momentos como estos. Cuando los encuentro, necesito liberar a la cría hormonada que ha dormido siempre en mi interior y disfrutarlo, así que no me sermonees...
Aunque formuló el discurso en tono de broma, Penélope intuyó cierta verdad en esas palabras. Ibtissam era la causa de envidia de miles de jóvenes, pero nadie se paraba nunca a pensar en todo lo que la joven había perdido por el camino hasta ser la gran Ibtissam Nahar, la exótica belleza de rasgos árabes por la que todos los directores patrios se peleaban película tras película y serie tras serie.
–No quería hacerte daño...
Penélope comenzó a disculparse, pero Ibtissam la interrumpió.
–Pues entonces, reconócelo: ¡Alejandro Palacios te hace tilín!
–Alejandro Palacios... –paladeó Penny, como siestuviera pronunciando dos palabras nuevas en un idioma desconocido.
–¿Sí o no? ¡Venga, dilo ya!
Cualquiera que las hubiese visto en ese momento, forcejeando la una con la otra por un chico, las habría confundido con quinceañeras enamoradas. Eran, endefinitiva, todo lo que no esperabas encontrar durante un entierro.
–No me gusta, pero está muy bien –terminó por reconocer la escritora–. Es algo obvio, ¿no crees?
Señaló con la cabeza al chico, al que aún podía ver desde la lejanía, al otro lado de la verja metálica medio cubierta por enredaderas.
–Haríais una pareja perfecta... Hasta Rebeca la aceptaría.
–¿Por qué dices eso? –quiso saber Penélope.
No se refería tanto a por qué harían buena pareja, ya que eso era algo que no se le pasaba ni mínimamente por la cabeza, sino a cuál era el motivo por el que Rebeca parecía jugar un papel tan importante en las elecciones amorosas de su hijo. Ya era bastante mayorcito como para tener a su mamá vigilando sus citas y posibles novias.
–Por mucho que digas que es un borde, Alejandro es un cielo. Dulce, simpático, atento... Tan buena persona como tú, por eso le han roto tantas veces el corazón. Seríais el parche y la tirita que necesita el otro.
"¿Le habían roto muchas veces el corazón?", pensó la autora. "Eso debe ser porque ha sido un picaflor al que se le han conocido cientos de novias y cuando las haya dejado para pasar a la siguiente se habrá montado sus historias para justificarse y culparlas a ellas". No le cabía duda alguna.
–Me refería a por qué dices eso de que hasta Rebeca lo aceptaría, no que porque piensas que haríamos una pareja perfecta.
–Se me olvidaba que eres nueva en este mundillo –apuntó Ibtissam–. ¿Sabes la fama de mujer dura y ultra profesional que tiene Rebeca en el trabajo?
Penélope asintió.
–Pues con su hijo es todavía más estricta, y no es de extrañar. Cada vez que aparece por el estudio de una de sus nuevas producciones, la actriz de turno cae rendidita a sus pies. Y si no es la actriz, pues la maquilladora, o la encargada de vestuario, o la representante del protagonista masculino... No falla. Alejandro va dejando corazones rotos a su paso como un asesino en serie dejaría cadáveres y nunca se ha conocido chica alguna que haya cumplido con las expectativas y exigencias de Rebeca.
La mención de los cadáveres devolvió a las dos mujeres a la realidad. Estaban bromeando y chismoseando sobre chicos en la puerta de un tanatorio pocas horas después de la muerte de un compañero. Debían volver a entrar.
No obstante, Penélope no dejaba de pensar en lo que Ibtissam le había contado sobre Álex. ¿De verdad harían buena pareja juntos? Notó cómo sus mejillas se ruborizaban. ¡Pues claro que no, cómo se le podía pasar esa idea por la cabeza! Él era un niño mimado y protegido que había crecido entre algodones, con una madre famosa y todas las comodidades, mientras que ella era una chica de barrio de una ciudad pequeña que todavía se emocionaba cuando la decoración de una cafetería evocaba alguno de esos cafés parisinos o de sus series favoritas. Además, él era un rompecorazones y ella... ella solo había tenido un novio y de eso habían pasado siglos. Lo que le sobraba de calle le faltaba de experiencia amorosa. Y bueno, también estaba el hecho de que desde que se encontraron por primera vez en el estudio, no habían sido capaces de mantener una conversación normal como dos personas corrientes. Todo habían sido reproches, palabras de consuelo y tensión. No, noquería ser tan cliché. No iba a enamorarse, ¡ni siquiera a sentir una ligeraatención!, por el hijo rompecorazones de la directora.
El teléfono de Ibtissam comenzó a sonar a todo volumen justo cuando extraían de la capilla el féretro de Enrique, el sonidista. Alan, el coprotagonista de Ibtissam, le lanzó una mirada de reproche, igual que Rebeca, que seguía aferrada a su hijo.
La joven actriz se disculpó como pudo y regresó al exterior del recinto para atender la llamada. Cuando volvió junto a su amiga, el coche ya se había marchado y gran parte del gentío comenzaba a abandonar el tanatorio.
Penélope se había unido a Rebeca, Álex y el resto de compañeros que la rodeaban.
–No me puedo creer que ya no esté aquí... –murmuró otro de los encargados de sonido, acongojado.
–Era tan majo... –continuó diciendo Marisa, que había aparecido de repente.
–Tengo que marcharme, mamá. ¿Nos vemos mañana para cenar?
Penélope dirigió la mirada hacia Álex cuando lo escuchó hablar. El chico se estaba despidiendo de la asistente de dirección con un abrazo y otro beso en la frente.
–¿Y por qué no esta noche, cariño? Me vendría bien no estar sola.
Álex mostró una cara seria.
–Hoy imposible. Tengo planes...
El rostro de Penélope se ensombreció casi tanto como el de Rebeca.
–¿Otra vez?
El chico agachó la cabeza como un cachorrito al que están regañando. La mujerdebió de reconocer el gesto, puesto que sus palabras demostraron que habíanleído a la perfección los secretos ocultos en esa mirada avergonzada.
–No dejes que juegue contigo, Álex.
La directora habló en voz baja para que nadie que no estuviera prestando extrema atención, como Penélope, pudiera escucharlos.
Él asintió con la cabeza y, tras despedirse con una sonrisa de los demás, se marchó. Se cruzó con Ibtissam bajo la puerta metálica forjada en intricadas formas que imitaban las ramas de un árbol. Desde lejos, la escritora vio que su amiga sonreía.
Cuando esta se acercó a su lado, le contó en un susurro a qué se debía su alegría.
–Bernardo quiere que Elliot y yo salgamos a cenar esta noche con algunos amigos a uno de los restaurantes más selectos de la ciudad. ¡Debería de haber resultado imposible hasta reservar mesa, pero no sé qué hilos han movido que lo han conseguido! Elliot va a llevar a un amigo... ¡y yo te llevaré a ti, qué me dices! Lo vamos a pasar genial.
Penélope se quedó pasmada.
–¿Qué tú y yo qué?
Cuando se había despertado esa mañana, lo único que había deseado era que el entierro pasara rápido para poder refugiarse en el hotel a lamerse las heridas del fatídico primer día en la gran ciudad. Jamás de los jamases habría imaginado que no solo acabaría saliendo a cenar a un local de alto standing, sino que lo haría con la compañía de Elliot Drake y... ¿quién más?
Por su cabeza pasó un nombre: Olivier Lambert.
No, imposible. Los dos chicos no tenían absolutamente nada que ver. El amigo de Elliot debía de ser cualquier otro chico, probablemente tal vez ni fuese famoso. Puede que ni siquiera fuera un amigo real, sino alguien a quien le habían ofrecido un contracto para aparentar, como habían hecho con Ibtissam.
Aun así, el juego de la noche anterior con Jota y los nombres que habían escogido para besar, casar y matar zumbaban por su cabeza como un insistente abejorro.
¿Tenía razón Ibtissam y nada de lo que estaba pasando era casualidad?
No tuvo tiempo de pensar demasiado en ello, porque la actriz comenzó a contarle todos los detalles de su cita doble de esa noche. ¿A quién conocería en ese popular restaurante? ¿A algunode sus crushes de la infancia? ¿A los protagonistas de alguna gran película deéxito del último año? ¿A un tercer chico que la volviera loca en menos de 48 horas?
Jota, Álex... y ahora... ¿quién?
Debía de estar perdiendo la cabeza o de estar viviendo una simulación dentro de Matrix, porque la noche que tenía por delante era algo con lo que jamás en su vida podría haber alcanzado a soñar. Allí estaría ella, en un local que no podía pagar, con una amiga que era todo lo que ella nunca había sido y varios desconocidos que acaparaban portadas de revistas y prensa online. ¿En quién se había convertido y qué habían hecho con la verdadera Penélope Suárez?
Aunque en esta segunda ronda son necesarias 8000 palabras, estamos rozando las 20000 que las historias participantes en el Open Novella Contest deben alcanzar de cara al final. No sé si lograremos llegar a esa ronda definitiva, pero mientras tanto seguimos adelante para descubrir cómo acabará el juego de "besar, casar, matar" de Penny e Ibtissam. Ya hemos tenido dos besos y un muerto... ¿Tenéis alguna apuesta, hipótesis o intuición de qué más pasará? Me encantaría leeros :)
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