*** El cuarto de vestuario ***
–¿Y si paramos a comer? –propuso Ibtissam a la asistente de dirección.
Las horas previas habían dado mucho de sí; ya tenían algunas escenas de la terriblemente monótona rutina de Gabriela en la oficina e incluso habían podido grabar las primeras imágenes de Lucas en su precioso piso con vistas. Era el momento de hacer una pausa, reponer fuerzas y activar el plan que durante toda la mañana Penélope había estado preparando.
Uno de los asistentes, plenamente absorbido por la lista interminable de tareas y horarios, miró a Ibtissam con una mezcla de sorpresa y alivio. El ritmo frenético de la jornada había dejado a todos exhaustos y la pausa para comer parecía un respiro más que merecido. Sin embargo, antes de dar su aprobación, echó un vistazo a Rebeca, que estaba en medio de una discusión técnica con el director de fotografía sobre el ángulo perfecto para una toma crucial.
–¿Qué opinas, Rebeca? –preguntó el asistente, con esperanza en la voz.
Rebeca asintió sin necesidad de mayor insistencia. También ella estaba en el ajo y, pese a su tenacidad en el trabajo, era consciente de que el equipo se merecía un descanso y algo de fiesta. En elequilibrio entre el deber y el placer radicaba el éxito de un equipocohesionado y feliz. Además, no quería que la calidad de las tomas se vieraafectada por el cansancio.
–¡Paramos una hora, chicos!
Al recibir la aprobación de la asistente de dirección, la joven actriz cerró los puños y los levantó frente a ella en señal de victoria. Había llegado el instante de mover la primera ficha de la partida.
–Marisa, perdona, ¿me ayudas a desmaquillarme y me arreglas un poco más de calle? No quierollamar tanto la atención en el parón para comer.
La maquilladora se aproximó a ella, dispuesta a ayudarla, mientras le contestaba:
–El descanso va a ser breve, cielo. ¿Y si tan solo te retoco para quitarte los brillos de sudor y cuando comas te pongo a punto de nuevo? No creo que nos dé tiempo a comer si me pongo con algo más serio...
–Tienes más razón que un santo, Marisa. Haz eso.
La petición pareció a ojos de la estilista un capricho inusual proviniendo de Ibtissam, que siempre intentaba dar el mínimo trabajo posible, pero nodijo nada. Tal vez la chica se traía algo entre manos que no quería compartirtodavía con nadie. ¿Habría quedado con amiguito de la gran ciudad del quetodavía no quería ni podía hablar? O tal vez estaba empezando a plantearsenuevos proyectos para cuando terminasen ese rodaje... Poco podía imaginar que en realidad se trataba de una estratagema para que todo el personal abandonara el estudio y se congregara en un refinado restaurante no muy lejos de allí a esperar a la cumpleañera.
Técnicos, actores y demás miembros del rodaje echaron mano de sus bolsos y chaquetas y se evaporaron del céntrico edificio a toda velocidad mientras Ibtissam se sentaba en una banqueta frente a un espejo iluminado y se ponía en manos de la amabilísima pero brutalmente elocuente maquilladora. Como erade esperar, no tuvo que esperar demasiado para que la ametralladora verballanzase sus primeros disparos.
Gracias a la práctica de los años y una intuición muy desarrollada, Marisa supo cómo actuar sin necesidad de más indicaciones. Rápidamente preparó brochas y productos de belleza. Aplicó una capa ligera de polvo matificante y retocó el maquillaje con precisión, eliminando el resplandor del sudor sin alterar el impecable look de Ibtissam. Trabajaba y charlaba sin parar en una atmósfera agradable y relajada.
–¡Me moría de ganas de venir ya a la capital! –comenzó a decir–. El norte es precioso y muy tranquilo, pero tanta paz y tantas vacas...
Penélope no pudo escuchar el final de esa frase, ya que se alejó de las dos mujeres con paso raudo en dirección al armario de vestuario. La temperatura en la calle en un día de febrero no debía de ser la adecuada para salir en tirantes, por lo que había decidido tomar prestada alguna chaqueta del equipo de vestuario y devolverla tras la comida.
Aunque le resultó curioso encontrar cerrado el paso de la salita donde guardaban la ropa , no pensó ni un segundo antes de estirar la mano, rodear con ella el pomo, girarlo y abrir de par en par.
El grito que escapó del interior de la sala le hizo dar un brinco del susto, pero cuando fue testigo de quién lo había proferido y por qué, el impacto inicial se tornó turbación.
–¡Cierra la puerta! –chilló Alejandro.
Penélope giró sobre sí misma. Con una mano entornó la puerta y con la otra se tapó los ojos, como si con esegesto pudiera evitar haber visto al chico en una situación tan vulnerable. Demasiado tarde, ya no había vuelta atrás. Había visto el culo de Álex enfundado en un bóxer negro mientras el chico de los croissants se agachaba de espaldas para quitarse la segunda pernera del pantalón, la que estaba manchada de chocolate.
Notó cómo sus mejillas se sonrojaban. ¿Es que todos y cada uno de los encuentros que iba a tener con él iban a ser así de bochornosos?
Pasados unos segundos, la puerta se abrió. En el interior del cuartucho, Alejandro la miraba con una mezcla de enfado y vergüenza pintada en la cara.
Se había puesto un pantalón vaquero y llevaba el suyo plegado en la mano, con la mancha de chocolate hacia arriba.
–¿Es que en tu casa no te han enseñado a llamar a la puerta?
Penélope sedispuso a enzarzarse de nuevo en una batalla dialéctica con el chico, pero desistió de inmediato. Tenía una fiesta a la que llegar y el tiempo jugaba en su contra. No iba aponerlo todo en peligro por discutir con ese gruñón otra vez.
Se limitó a disculparse.
–Perdona, no creía que quedase nadie en el estudio. El plan estaba muy claro...
–¿Qué plan? –preguntó él.
La escritora lo analizó con detenimiento. No le había dicho nada de la fiesta durante toda la mañana confiando en que alguien del equipo le avisaría, pero parecía que no había sido así. Por lovisto, no era tan importante en el rodaje como había pretendido un rato antescuando le había intentado quitar su butaca...
–El plan de cumpleaños de Marisa. Ibtissam la está entreteniendo para que los demás bajemos a Umami.
–¿A Umami? –repitió el nombre del popular local de restauración–. ¿Para qué?
–¿Para qué va a ser? ¡Pues para celebrar su cumpleaños!
Alejandro estalló en una carcajada quemolestó sobremanera a la autora. Penny frunció el ceño unos instantes a laespera de que el chico se explicase.
–¿Su cumpleaños? ¡Si fue hace dos semanas! ¿Acaso no os habéis enterado?
Penélope notó cómo se le demudaba el rostro.
¿Le estaba tomando el pelo? ¿Esa era la manera en la que Álex se iba a vengar de ella por haberle hecho mancharse de chocolate y posteriormente haberle pillado a medio vestir?
–No me vaciles –respondió, agresiva–. Te he oído antes culparme a mí del jaleo de los croissants y le has dicho que los traías como detalle por su cumpleaños.
Error. Acababa de desvelar el motivo principal para organizar la celebración: competir con él.
–Claro que sí –reconoció él, entre risas–. Marisa y yo tenemos una relación muy estrecha, ya que lleva trabajando con Rebeca más de dos décadas. Es como de la familia. Tenía pendiente felicitarla en persona después de estas semanas fuera por el rodaje y mi forma de hacerlo eran los dulces que has destrozado.
–Madre mía... Entonces...
Penny comenzó a comprender la magnitud del error que había cometido. Los globos, la tarta... las velas. Tenía que abortar misión... ¡inmediatamente!
Se sentía un fiasco de persona. La jugarreta hacia Álex le había explotado en la cara y, en cierto modo, debía reconocer que se lo merecía. Abochornada, sacó el móvil del bolsillo y comenzó a buscar a toda velocidad el número de Rebeca. La directora debía de estar en el restaurante junto a los demás compañeros.
–¿Cómo es que nadie me ha dicho nada? –regruñó.
Álex se encogió de hombros.
–Estás en el medio de un rodaje. Puede que la gente parezca estar prestándote atención cuando hablas, pero solo piensan en escenas, tomas y acabar cuanto antes. Cada minuto...
–Cada minuto es oro –terminó ella la frase.
Sí, ya lo sabía. No sabía si se sentía peor por ella, que había sido tan vilmente ignorada al punto de organizar una fiesta sorpresa para un cumpleaños inexistente, o por Marisa, a quien nadie había felicitado el día de su verdadero natalicio.
Mientras esperaba a que el teléfono diera tono, se llevó una uña a la boca y comenzó a mordisquearla. ¿Cómo es que, mientras esperaban en el restaurante, nadie había caído en la cuenta de que Marisa no cambiaba de edad ese día? ¿Nadie la conocía lo suficiente pese a todo lo que hablaba? ¿O estaban todos tan profundamente centrados en sus trabajos y sus vidas que las relaciones sociales se habían convertido en algo superficial, que por un oído les entraba para salirles por el otro segundos después?
Pese al reciente enfado, la mano libre de Alejandro se posó sobre el brazo de Penny con delicadeza. Aunque elprimer impulso de la joven fue apartarla de un manotazo, se reprimió. No estabade humor, pero no quería seguir echándole leña al fuego.
–Coge lo que vinieses a buscar y deja que me encargue de todo.
Su voz sonó suave y calmada. El talante seguro y resolutivo del chico le pareció terriblemente sexy a Penélope, que añadió:
–Es que no está solo la reserva del restaurante. Están los globos, las flores y...
Alejandro extendió su dedo índice al frente hasta casi rozar los labios de Penélope. El gestola hizo estremecerse.
–Déjalo en mis manos. Todo saldrá bien.
Penny inspiró profundamente. Le repateaba que Álex viniera de salvador, el gran príncipe que la rescataría del dragón, pero sobre todo le molestaba que el contacto de sus dedos en su piel y su voz tranquilizadora le generaran un nudo en el estómago.
–Llama a Rebeca –aceptó a regañadientes su ayuda–, y si no te coge el teléfono, contacta directamente con Umami. Yo voy a buscar una chaqueta y enseguida llamo a la floristería para cambiar el mensaje de la tarjeta.
Sin más dilación, se coló en el interior del cuarto dedicado al equipo de vestuario. En suinterior flotaba el intenso aroma del perfume de Álex.
–A sus órdenes, señora escritora –le escuchó decir a sus espaldas.
Penny esbozó una pequeña sonrisa. Puede queno estuviese tan mal tener un ayudante para salir de aquel entuerto. A pesar deque fuese, probablemente, la última persona del mundo a la que le habría pedidoayuda.
–Señorita –puntualizó.
No teníaclaro por qué le pareció necesario indicar cuál era su estado civil, pero lohizo. Alejandro no respondió. Tenía el móvil pegado a la oreja y, aunque ella no podía verlo, el ceño fruncido en gesto de concentración.
Sin embargo, tras el silencio que los envolvió en ese instante, también sus labios sonrieron. Inconsciente e involuntariamente.
Este capítulo lo escribí durante la primera ronda del #ONC2024, pero realmente será el que marque el corte para la segunda ronda🤞 ¡Qué nervios! 😵
¿Vosotros también participáis? ¿Cómo lo lleváis? ¿Es vuestra primera vez?
Nos leemos muy pronto😊
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top