Epílogo

8 años más tarde...


―¡No vamos a hacer eso, Blake! Ava nos mataría― intenté razonar mientras daba vueltas por el apartamento en busca de mis zapatos.

Los encontré debajo de la pequeña mesa que teníamos en el salón.

―Me da igual lo que diga, a Quinn le parecerá bien, y la boda es de las dos― me recordó atándose el nudo de la corbata.

Rodé mis ojos y me abroché las correas de mis tacones. Con una mano en el sofá y la otra lista para agarrarme a la primera superficie que fuera necesaria por si resbalaba, me levanté y caminé hacia mi prometido. Sus brazos pronto me rodearon la cintura y los míos fueron alrededor de su cuello.

―Por última vez, Max se queda aquí― pronuncié suavemente.

Su ceño se frunció durante una fracción de segundo hasta que una adorable sonrisa se formó en sus labios.

―Venga, por favor... ― suplicó. ―Solo tiene un año. Todavía no es lo suficientemente mayor como para quedarse solo en casa.

―Blake, ya hemos hablado de esto cientos de veces― mis dedos juguetearon con el desastroso nudo de su corbata mientras intentaba convencerme. Ágilmente, arreglé el desastre que había creado y me puse de puntillas para darle un rápido beso en sus labios. Incluso en mis tacones de dama de honor continuaba siendo de estatura baja. ―Max se queda.

Para enfatizar mi punto de vista, Max entró en el salón y se acurrucó contra su pequeña cama que había junto al sillón, su pequeña cola meciéndose a los lados hasta que encontró una posición cómoda.

Arqueé mis cejas, victoriosa. Blake gruñó y lanzó una mirada a nuestro pequeño cocker spaniel inglés también conocido como Max.

―Traidor― susurró. ―Ya sabes que no me gustan las reuniones grandes. ¿Qué se supone que debo hacer?

―Blake― mis manos volvieron a sus hombros. ―Es una boda. La boda de Quinn y Ava, de hecho. Estaremos con nuestros amigos, bailaremos y lo pasaremos bien.

―Eso lo dirás por ti― volvió a quejarse. ―Yo no sé bailar bailes de salón. Ni siquiera me gustan las bodas.

―¿Y qué piensas hacer en la nuestra? ― reí. Le mostré el precioso anillo que me había dado hacía más de un año. El pequeño diamante centelleaba en contraste con la banda de plata que lo sujetaba. Recordar el día en el que acepté a casarme con él todavía me producía cosquilleos en todo el cuerpo.

―Eso es diferente― miró hacia otro lado.

―¿Cómo?

―Pues, para empezar, seré el novio. No bailaré si no quiero.

―Ya veo... Buena suerte explicándoselo a Leah.

―Cruzaré ese puente cuando llegue el momento. Por cierto, ¿cuándo sale de cuentas?

―En dos semanas, creo― me estremecí al recordar todos los dolores que su doble embarazo le estaba dando. Tuvo que dejar su trabajo como organizadora de fiestas antes de lo previsto por culpa de unas contracturas. ―Todavía sigo sin creerme que la niña que juró no tener ningún hijo haya sido la primera del grupo en quedarse embarazada. ¡Y con mellizos!

―Dímelo a mí― sonrió. ―Ethan estuvo a punto de desmayarse cuando se enteró, incluso pensó en huir a Las Vegas.

Gracias a su don de la palabra, Ethan consiguió trabajo en una de las multinacionales más importantes del país comprada por Zak. Cuando su rehabilitación terminó, parecía un hombre nuevo. Dijo que se encargaría de los negocios de su padre y al terminar la carrera se lanzó al mercado. Ahora, él y Ethan trabajaban codo con codo; y les iba bastante bien.

―Mi hermano y yo se lo habríamos impedido.

―Cierto. ¿Sabes dónde están?

―De camino aquí. Taylor tuvo una convención ayer en Detroit, así que condujeron toda la noche. Llegarán en media hora.

Blake asintió perezosamente.

Al acabar la universidad, Taylor y mi hermano decidieron disfrutar de un año sabático viajando alrededor del mundo como mochileros, lo que resultó en Taylor descubriendo una nueva pasión por el medio ambiente y convirtiéndose en embajadora de no sé qué asociación. Al principio fue complicado para ambos, ya que entre la compleja agenda de mi hermano como jugador de lacrosse y la de ella con su nuevo trabajo apenas podían sacar tiempo para ellos mismos, pero después de varios meses separados ahora su relación marchaba perfectamente.

La nuestra también. Blake consiguió un buen trabajo como fotógrafo de estudio, y en sus ratos libres pintaba los cuados más fascinantes que podía imaginar. Yo, por mi parte, encontré uno como publicista de libros que me apasionaba. No era lo que había soñado, pero me encantaba poder darle una voz a los nuevos escritores que tenían algo que contar.

―Deberíamos salir ya si queremos llegar a tiempo. A Ava le dará algo si no te ve allí cuando llegue ― murmuró contra mi cuello.

―Tienes razón ― dije, pero ninguno de los dos hizo nada por moverse.

Una de sus manos acariciaba mi espalda de arriba abajo lentamente, mientras la otra jugueteaba los cortos mechones que rozaban mi cuello. Ahora me gustaba llevarlo así, y por lo visto, a Blake también.

Miré la hora en el reloj que colgaba de la pared, y decidí que era el momento de irnos. Le besé una última vez antes de desenredarme de su abrazo y caminar hacia la puerta.

―¿Seguro que Max estará bien? ― preguntó con preocupación.

―Le he dejado agua y comida de sobras en la cocina, y también he puesto sus juguetes al lado de su cama. Estará genial ― le sonreí antes de salir al largo pasillo de puertas en dirección al ascensor.  

―Serás una madre increíble ― afirmó estrechándome la mano.

La mía rozó ligeramente mi estómago, haciendo que una sonrisa se abriera paso en mis labios. No sabía si era el momento adecuado, pero me lo pareció. Respiré hondo y me preparé para lo peor.

―Y quizás antes de lo esperado.

No me volví en su dirección para ver la expresión de su cara. Ni siquiera me paré, simplemente continué caminando pasillo abajo y conté mentalmente el tiempo que necesitó para pillarlo.

Estaba a punto de llegar a lo diez segundos cuando le oí correr detrás de mí.

―Espera, ¿¡qué!?








Prohibido Enamorarse, Ariadna D. C.

Enero 2016 ― Septiembre 2017





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N/A: Gracias.

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