Capítulo 3




No volví a ver a Blake durante la mañana desde nuestra primera y última conversación en el pasillo. Por suerte, descubrí que la única materia en común que teníamos era Historia. No quería llegar a pensar que habría pasado si hubiéramos coincidido en Física y Química; bueno, sí lo sé, habríamos salido todos volando por los aires porque el muy idiota habría provocado una explosión o algo peor.

Sacudí mi cabeza mientras caminaba hacia a la cafetería en busca de algo relativamente comestible para pasar el día. Aun no entendía como narices no habíamos cogido alguna infección por culpa de esa comida; no es que no fuera comestible, pero no comprendía como sanidad les dejaba pasar año tras año la inspección.

―¿Dónde estará Leah?― pregunté a nadie en particular.

De repente, la voz chillona de alguien se escuchó detrás de mí, y acto seguido, mi amiga saltó a mis espaldas como si fuera un burro de carga.

―¡Aria! ― saludó alegremente. ― Has sido el cotilleo principal en clase de Lengua. ¿No es genial?

―Eh... Sí, claro― dije sin ánimos. ―¿Te importaría bajar de mi espalda primero? No eres especialmente ligera de llevar.

―No eres para nada divertida― me sacó la lengua y me arrastró hasta la cafetería.

Era grande y llena de mesas redondas con sillas y otras alargadas con bancos para grupos más grandes. La cola, como siempre, llegaba hasta la otra punta, algo que con el paso de los años seguía sin comprender.

Cuando encontramos, por fin, una mesa en la que sentarnos, Leah no tardó en volver a hablar acerca de todo lo sucedido esta mañana y cómo las chicas de su clase no tardaron en divulgarlo por más aulas. Ahora mismo, casi todo el instituto conocía lo sucedido.

Yo asentía a todo lo que decía sin verdaderamente escucharla, lo último que necesitaba era escuchar todo lo que murmuraban acerca de mí.

―¿Me estás escuchando? ― preguntó con una mueca.

―Sí― dije observando mi sándwich de pavo.

―Entonces, ¿piensas contarme de una vez lo que ha pasado en clase de Historia?

―Oh... ― el calor subió a mis mejillas. ―Saluda a la nueva tutora de Blake― agité mis manos en un intento de suavizar el golpe, pero resultó inútil. La mandíbula de Leah casi tocaba el suelo.

―¿¡Qué!? ― gritó como una niña pequeña emocionada por su nueva diadema. ―¡Pero eso es genial!

―Yo apostaría a que no.

―Sí, ¿es qué no lo ves? Vais a pasar más tiempo juntos.

―¿Y por qué querría yo pasar más tiempo con él? ― inquirí desganada.

―Para conocerle mejor, obviamente.

―Repito. ¿Para qué quiero...? ― las manos de Leah viajaron a mi boca rápidamente.

―Déjalo, no lo entenderías ni aunque te golpeara en la cara.

Sonreí internamente. A veces era tan fácil ponerla de los nervios.

Al final dejó el tema a un lado y continuó hablando sobre diferentes temas triviales, como, por ejemplo, su necesidad de ir hasta Hollywood y secuestrar a Dylan O'Brien porque según ella estaban hechos el uno para el otro.

De todas formas, estaba demasiado distraída leyendo en mi móvil como para prestarle toda mi atención, así que acabó callándose por no hablar sola.

Segundos después, me propinó una patada en la espinilla. La miré con la boca abierta, esperando una explicación, pero lo único que conseguí fue un movimiento de su cabeza hacia la derecha y una expresión neutra.

Sutilmente, desvié mi mirada hacia esa misma dirección, encontrándome con unos ojos avellana mirándome fijamente.

¿Es que acaso iba a ponerme en ridículo otra vez? ¿Quería una segunda ronda? ¿Estaba esperando una disculpa? Porque era eso lo que esperaba, ya podía hacerlo sentado.

Tuve ganas de apartar mi vista de él, pero eso significaría rendirme delante de sus amigos y no estaba dispuesta a eso.

―¿Por qué está Blake mirándote fijamente? ― preguntó mi castaña mejor amiga.

― No lo sé. Quizá está esperando a que vaya y me disculpe.

Me permití dirigir la mirada a mi amiga durante unos instantes mientras pensaba en una respuesta coherente.

― Y... ¿Lo harás?

― Ni aunque me fuera la vida en ello― le dije con una sonrisa.

Ella soltó una carcajada y desvío su mirada hacia la otra mesa.

―¿Sabes qué? Pensándolo mejor, Blake no es el más guapo de todos―  rodé mis ojos hacia esa declaración.

―Nunca he dicho que lo sea.

―Personalmente creo que el chico castaño que está a su lado tiene mucho más que ofrecer― sonrío pícaramente y saludó hacia su dirección.

Yo no daba crédito a lo que estaba pasando.

―¿Ni siquiera lo conoces y ya le estás lanzando miraditas?

―¿Qué miraditas? ―  preguntó inocentemente.

–¡Estas! Las que le estás echando. ¿Acaso sabes su nombre?

Leah sonrió igual que el gato Cheshire y comenzó a disparar cosas sobre él.

―Se llama Ethan, tiene diecisiete años y está soltero. Quiere estudiar medicina cuando acabe el instituto y tiene una hermana que va con nosotras a clase de francés― soltó orgullosa de sus conocimientos.

La verdad es que Leah conocía el pasado, presente -y a veces futuro- de la mayoría de chicos del Wembly. Si había algún cotilleo o rumor, ella era la primera en enterarse y asegurarse de que fuera cierto, y si necesitabas ayuda con alguno de los chicos, ella era a quien habías de acudir. No se le escapaba nada. Estaba segura de que conocía hasta las dietas del equipo de lacrosse. Su hubiera alguna asignatura respecto a ese tema, estaría en la lista de honor.

―Tienes que dejar de espiar a la gente en Facebook. No es bueno para ti.

―Que graciosa―  rio sardónicamente. ―¿Crees que debería hablar con él?

―Quien sabe― me encogí de hombros y eché un vistazo hacia la mesa de los chicos. Ya no nos observaban. Estaban bastante ocupados con el séquito de chicas que se había formado a su alrededor.

―Ugh, esas arpías ya no saben ni dónde poner el nido― se burló Leah observando como las tres capitanas del equipo de animadoras se intentaban encaramar a los chicos. ―Me sorprende que todavía les queden chicos por probar.

Las palabras de Blake resonaron en mi mente. Si era verdad lo que dijo... ¿Por qué no las apartaba antes de que intentaran algo con él?

Quizá esté interesado en ellas, pensé.

―¿Tan desesperadas están como para acosarlos hasta en la cafetería? ― comenté aburrida y para nada afectada.

―No creo que sea eso, Aria.

―¿Entonces que es?

―Apostaría lo quieras a que se les están insinuando― siseó con los ojos entrecerrados.

No le gustaba nada que otras jugaran con su próxima conquista.

―¿Tú crees? ― pregunté asqueada.

―Estoy casi segura de que sí.

―Qué románticas― ironicé.

―No se trata de romance, cielo, sino de un buen pol...

―¡No quiero oír más! ― la interrumpí con las orejas rojas. ―Ya me hago la idea.

―Bien, porque decirlo me habría revuelto más el estómago.

Miré a mi sándwich con poca gana. Ya no tenía hambre. Gracias chicas.

―Ya no tengo hambre.

―Yo tampoco― Leah arrugó la nariz y se levantó para tirar su bandeja.

¿Era un día tranquilo demasiado pedir?

♥️

Íbamos andando por un pasillo cuando la voz de mi hermano hizo que me detuviera.

―¿Qué quieres, Tyler? ― pregunté yendo al grano.

―¿Es cierto lo que me ha dicho el cerdo de Sanders? ¿Eres su nueva tutora?

Asentí con expresión sombría.

―Desgraciadamente, sí.

Mi hermano soltó una carcajada antes de dirigirse de nuevo a mí.

―Espera... ―dijo con una expresión molesta. ―¿De verdad tengo que llevarte hasta su casa?

Una pequeña sonrisa se formó en mi rostro. Quizá no me agradara la idea de tener que hacer de profesora, pero me divertiría viendo como Tyler tendría que llevarme con su exclusivo coche de un lado para el otro.

―Sí. Así que no tardes― le advertí señalándolo con el dedo índice.

―Para el carro, enana― sonrió. ―Tengo entreno esta tarde.

―¿Lo dices en serio? ― Yo me conocía sus entrenamientos. Y no eran para nada cortos.

―Totalmente. Tendrás que esperar a que acabe― dijo orgulloso. ―O siempre puedes coger el autobús.

―¡No! ― Ya había tenido demasiadas aventuras por hoy.

―Eso pensaba― echó a andar hacia los vestuarios.

―¿Y qué se supone que tengo qué hacer mientras espero? ― grité a través del pasillo.

―¿Apoyarme como la buena hermanita qué eres? ― propuso.

―No te soporto.

♥️

Después de estar sentada durante una hora y media en las frías gradas, mi hermano por fin acabó su dichoso entrenamiento.

Pensaba que por fin podría llegar a casa de Blake, enseñarle lo que fuera y poner fin a este maldito día.

Pero no.

Mi queridísimo compañero de útero necesitó otra media hora para salir del mal oliente vestuario. Eso, sin contar los otros diez minutos que dedicó a flirtear con unas chicas que ni siquiera estaban interesadas.

Creo que esto resume la vida de mi hermano a la perfección. Una patética existencia.

Cuando por fin se dignó a aparecer, eran casi las siete de la tarde, lo que me dejaba con poco tiempo que dedicar a los deberes, mis libros y mi maratón de series.

―¿No podrías haber ido más rápido? ― me quejé una vez estuvimos en el interior de coche.

―¿Llegará el día en el que me dejes vivir en paz y armonía lejos de tus protestas?

―Llegaría rápido si te dieras más prisa y no tardaras más que yo en ducharte.

―¿Piensas estar así durante todo el viaje? ― preguntó molesto. ―Porque hacer autostop está muy de moda.

Le golpeé en el brazo a modo de respuesta.

Los primeros cinco minutos transcurrieron sin ningún problema, la cosa cambió cuando decidí cambiar la emisora  de radio a una más actual.

―¿Por qué has cambiado de emisora? Me gustaba la música que ponían en la otra― farfulló.

―Sí, esa música está bien cuando quieres echar una siesta. ¡Me estaba quedando sobada! ― repliqué en mi defensa.

―Ese no es mi problema.

―Pues claro que lo es.

―No.

―Sí.

―No.

Así pasamos todo lo que quedaba de camino hacia la casa de Blake, discutiendo por una emisora de radio. Pero claro, ¿cuándo no discutíamos? Era algo normal en nosotros.

Llegamos a su casa en unos veinte minutos, ya que el señorito vivía en las afueras de la ciudad.

Cuando bajé del coche, mi mandíbula tocó el suelo y más. La casa de Blake era inmensa. Todas lo eran. El maldito vecindario parecía sacado de una película. Misma estructura, mismos jardines, mismos garajes... Seguro que hasta tenían el mismo modelo de coches y quedaban todas las tardes para jugar al golf.

La casa de Blake era blanca, rodeada por ladrillos y de dos pisos. Apostaba lo que fuera a que tenían más de tres baños. Desde el lugar en el que estaba no podía ver mucho, pero estaba segura de que tenían un jardín trasero de infarto.

―Hemos llegado, hermanita. Pásalo bien― levantó sus dos pulgares hacia arriba y se despidió por la ventanilla antes de conducir calle abajo.

Caminé hasta la puerta principal negra con el pomo dorado. Necesité un par de segundos para tranquilizarme y respirar hondo. Esto tampoco tenía que ser tan complicado, ¿verdad? Simplemente era una casa. Una casa extremadamente lujosa y probablemente con tapicería más cara que mi propia casa. La casa de Blake.

Vale, eso solo lo ha empeorado.

Serán solo un par de clases, me dije a mí misma. Hasta que el chico aprenda en que año se inició la Segunda Guerra Mundial.

Cogí aire una vez más antes de llamar al timbre, sin tener la menor idea de lo que me esperaba al otro lado de esa puerta.





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N/A: Gracias por +100 lecturas!!! ¿Qué os ha parecido? ¿Qué creéis qué va a pasar?

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Nos leemos pronto,

-A

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