La ratonera
Siempre he pensado que es mejor dejar las explicaciones para el final. Ese último capítulo tan emocionante, ya me entiende.
—Me podéis explicar qué es lo que está pasando, ¿por favor?
Mi sentido de alerta me había hecho levantarme y colocarme en la esquina contraria de dónde se encontraban Estela y Juan. Llevé instintivamente mi mano a la cintura en la parte en la que normalmente se encontraba mi arma y maldije en silencio cuando me di cuenta de que no la llevaba. Recapitulando, no había sido propio de mí ser tan descuidada. Pero era Estela, ¿por qué tenía que haber desconfiado?
—Lo siento mucho, Mérida. De verdad, no hay otra opción... —dijo Estela mientras no paraba de llorar. No sabía por qué, pero eso me molestaba más que cualquier otra cosa.
—No tienes que darle explicaciones —dijo Juan, sacando su móvil y mirando la pantalla con indiferencia—. Tenemos que hacerlo. Es ella o tú.
No me podía creer lo que estaba escuchando. Dudaba de Juan en todo momento, como había hecho con todos, pero nunca pensé que mi mejor amiga podría traicionarme de esta manera. Eso es lo que hace este juego.
—Estela, por favor. Mírame. No saldréis impunes, mis compañeros sabrán que algo me ha pasado si sucede cualquier cosa y no pueden contactar conmigo.
—Tenemos todo planeado, inspectora. Pediste el fin de semana libre y cualquier mensaje que te envíen podremos responderlo. Solo es necesario aguantar veinticuatro horas —contestó Juan.
Mientras me acorralaba intenté sopesar todas mis posibilidades. Él era mucho más fornido que yo, pero mi entrenamiento debería darme una ventaja bastante grande. Desplacé mi pie hacia atrás, colocándome disimuladamente en una posición que me permitiese contraatacar si intentaba retenerme. Pero mis ánimos se desinflaron al ver que tenía una pistola con la que comenzó a apuntarme.
—Cielo, apaga el móvil —dijo mirando a Estela, mientras no dejaba de apuntarme—. Tienen que mandarme a mí el mensaje para que la empresa no se vea manchada con el juego.
Estela hizo lo que le pedía y se incorporó mirándole fijamente. Parecía más calmada y decidida y era triste que en ese momento en el que planeaba matarme, reconociese de verdad a mi mejor amiga: fuerte, intransigente y luchadora. Una persona que haría cualquier cosa por los demás, aunque esto implicase librarse de mí. Desplazándome ligeramente a la derecha, mirando el entorno para ver si había algo que podía utilizar para cubrirme o defenderme, intenté hacerla cambiar de opinión, aunque sabía que eso no serviría de nada, puesto que Juan era el líder en esta situación y nada de lo que ella le dijese le haría dejar el plan.
—Estela, ¿cómo sabes que puedes confiar en él? —Alzando la voz, continúe—. ¡Al menos podrías mirarme!
Se sobresaltó como un animal asustado, no se esperaba que alguna vez usase ese tono de voz con ella. Intentó mantenerse firme, tranquila, con la cabeza bien alta. Aunque un ligero temblor en su mano la delataba.
—Nunca lo entenderías, Mérida. Solo quiere ayudarme, ha hecho más por mí que tú en los últimos años —contestó furiosa—. Además, sería una estupidez no confiar en él. Con ese dinero tendrá su participación en mi empresa y ganará mucho más. Con ello la salvaremos. Salvaremos la empresa de mi padre.
Al fin lo entendí. Era mucho más simple que una locura de amor. Era por dinero. Estela tenía algún motivo para necesitarlo y la única manera era ganar el juego. Siempre había sido más importante su negocio y la aprobación de su padre que cualquier otra cosa. Yo solo era un impedimento en su camino y Juan un facilitador. No negaba que estuviese enamorado de él, pero no había sido un detonante para esta situación, solo le había solucionado el problema.
La tensión se palpaba en el ambiente y no era para menos. Juan no dejaba de apuntarme con el arma y tenía en su mano el móvil. No sabía cuánto tiempo me faltaba, pero en cuanto recibiese el mensaje estaba segura de que me dispararía sin dudarlo. Sopesando las posibilidades, eliminé directamente la de que no lo recibiese él. No podíamos saberlo con seguridad, pero cuanto más cerca estuviese la persona, más opciones tenía de recibirlo para participar en el juego. Y con el móvil de Estela apagado y estando a estas horas en la cabaña, con todo el mundo en la casa, estaba segura de que era lo que iba a pasar.
Un vaso lleno de refresco, colocado encima de la mesa, me dio una idea. No sabía si funcionaría, pero tenía que intentarlo. Puede que fuese mi única oportunidad para sobrevivir, aunque también podía acabar con un tiro en la cabeza.
—Juan —le dije mientras me acercaba lentamente a la mesa—. Hay una cosa en la que no habéis pensado.
—Ilumínanos —contestó con seriedad, levantando momentáneamente la mirada del móvil—, pero nada nos hará cambiar de opinión, inspectora. Es demasiado tarde.
—Todos los inspectores que hemos sido Medios alguna vez tenemos un chip implantado, por la UPM, que monitoriza nuestras constantes vitales. Si muero, se enviará un aviso a la unidad con mi ubicación exacta. Creo que no habíais comprobado todas las variables del plan —dije con una sonrisa, intentando parecer lo más despreocupada posible—. Por lo que matarme no servirá de nada. Sería un crimen de habitación cerrada y créeme que todos recordaran que habéis estado conmigo aquí. No sé lo que tendríais planeado para justificar mi ausencia de mañana, imagino que esconderíais mi coche y diríais que me he ido a una emergencia. Ninguno tendría que sospechar, no saben que soy un Medio. Pero en un par de horas tendréis a la unidad aquí, así es que os será más difícil escapar.
Acompañé mi discurso con una sonrisa despreocupada. Estela se acercó a Juan, mirándole implorante y asustada. Parecía que me había creído, pero él no se dejó engañar tan fácilmente. Su expresión de desdén mientras mantenía sus ojos fijos en mí me lo confirmó.
—Buen intento, inspectora, pero estas mintiendo —dijo riéndose sin apartar la pistola—. No existe esa tecnología, en todo caso tendrías alguna pulsera o reloj que lo monitorizaría, pero no veo ninguna en tu cuerpo.
—¿De verdad te vas a arriesgar? —contesté, mientras un reflejo de duda aparecía en su rostro, aunque solo fue momentáneo—. No seré yo la que fastidie vuestro magnífico plan, pero con una simple búsqueda en internet lo podéis comprobar.
Me miraron los dos con asombro. Estela ya estaba justo al lado de Juan y cogió su móvil para comprobarlo mientras sujetaba el suyo, ya apagado, con la otra mano.
—Déjalo Estela, solo es un fa...
Todo ocurrió demasiado rápido. Cogí el vaso de refresco y lancé el contenido hacia ellos, Juan apretó el gatillo y no fui lo suficientemente rápida como para apartarme. Un dolor inhumano empezó a recorrerme el brazo izquierdo, a la altura del hombro y un grito escapó de mis labios mientras caía al suelo. Fui arrastrándome sentada hasta que di con la pared y me quedé allí apoyada, taponándome la herida. Comprobé que tenía orificio de salida y no parecía mortal si recibía ayuda médica rápido, lo que no parecía muy probable. Pero al menos esperaba que mi plan hubiese dado resultado.
—¿Qué has hecho? —gritó Estela histérica— ¡Podrías haberla matado antes de tiempo!
—¡Cállate! Esa estúpida me ha asustado, pero solo está herida.
Juan buscó algo para limpiarse. Encontró una manta que utilizó para esto y se la extendió a Estela. Los miré y comencé a reírme como una histérica. La adrenalina y el dolor recorrían todo mi cuerpo pensando que podía haber muerto sin que ellos ganasen el juego.
—¿De qué te ríes, inspectora? Esto no supone nada, solo que sufrirás más. No sé qué intentabas con esto, pero ha sido una estupidez enorme por tu parte. Te creía más lista.
—¿Tú crees? —respondí mientras me incorporaba un poco—. ¿Sabes cuál es el requisito indispensable para ser un Sexto, Juan?
—Cualquiera puede serlo —dijo acercándose a mí sin dejar de apuntarme con la pistola—. No sabes más que nosotros del tema, lo hemos investigado a conciencia.
—Cualquiera, sí. Cualquiera que tenga el móvil operativo.
Sonreí mientras en su cara se dibujaba una expresión confusa. Se giró para mirar a Estela que balbuceaba a la vez que secaba los teléfonos que tenía en la mano. Mientras los dos trataban de encender los móviles me di cuenta de que había funcionado mi plan. El tiempo que pasó desde la confusión del disparo fue suficiente para que todo el líquido que había caído en los aparatos hiciese su efecto. Era increíble cómo en pleno siglo veintiuno aún puedas perder toda tu vida digital con un poco de refresco, pero a mí me vino de perlas. Todo el tiempo que he trabajado en esta unidad me ha hecho tener una manía increíble en fijarme en todos los móviles que tiene la gente y recordaba perfectamente cuales eran los modelos que tenían Estela y Juan. Sabía que no eran resistentes al agua.
Juan se acercó a mí y me golpeó con la mano abierta. Estaba fuera de sus casillas. Llevé mi mano hacia la mejilla, que en ese momento me ardía más que el propio brazo.
—Eres una maldita zorra, ¿me oyes? No te librarás de esta.
Volvió a golpearme con más fuerza, lo que hizo que me cayese contra una de las mesitas que tenía cerca con tan buena suerte que era en la que estaba mi móvil. Disimuladamente, y con todo el esfuerzo del mundo, me agazapé mientras lloraba. El brazo herido quedó debajo de mí, lo que hizo que el dolor fuese más fuerte.
—Basta, Juan. No ganamos nada con esto. ¿Qué vamos a hacer ahora? —dijo Estela desesperada.
Sostenía los móviles frente a la cara de su compañero. Tenía la cara desencajada y las lágrimas, junto con el refresco que yo les había tirado, habían hecho que su suave y caro maquillaje se corriese. Estaba fuera de sí.
—Déjame pensar —contestó Juan llevando sus manos a la cabeza y sin dejar de mirarme—. ¿Hay arroz aquí?
—No. Ya lo había pensado, pero no creí en que nos pudiera servir de utilidad y no lo traje cuando cargué las provisiones para la noche.
—¡Pues deberías haber pensado en eso! ¿Es que soy yo el único que quiere que esto salga bien? —gritó Juan mientras Estela se encogía y le miraba con duda—. Lo siento, no debería haberme puesto así. Pero lo único de lo que te tenías que encargar era de esto y ha salido todo mal.
Juan se sentó en uno de los sillones, tapándose la cara con las manos. Estela continuaba mirándole, esperando que solucionase esto. Ella nunca se había visto en una situación que escapase de su control. Miré el reloj de la pared, solo quedaban veinte minutos para que acabase mi hora. Parecía que podía librarme de esto, solo tendría que quedarme callada y esperar.
Como si hubiese leído mis pensamientos, Juan se acercó y me apuntó firmemente con el arma. Seguía agazapada en el suelo, cerré los ojos imaginándome que llegaba mi final. Después de tanto tiempo arriesgando mi vida, aquí, en casa de mi mejor amiga. No tenía más opciones.
—Basta.
Estela se había colocado entre nosotros. No podía ver su expresión, pero su tono parecía firme. Suspiré aliviada, aún tenía una oportunidad.
—Apártate, tenemos que librarnos de ella.
—No. Así no conseguiremos el premio. Hemos fallado, Juan. Tenemos que admitirlo.
—Estela, no lo entiendes. Nos denunciará si la dejamos libre. ¡Le hemos disparado! ¡Es inspectora de policía! Acabaremos los dos en la cárcel —contestó Juan desesperado—. No tenemos escapatoria.
Noté como Estela dudaba. Seguramente pensaría en todo lo que ha logrado que desaparecería al final de esa noche. Esto me hizo empatizar con ella durante unos segundos, aunque luego recordé por qué estábamos aquí. Me coloqué lo mejor que pude para estar alerta.
—No le escuches, Estela. Tú no me has disparado. Ha sido él quién lo ha hecho. Por favor... —supliqué con voz entrecortada.
Estela no se movió. En ese momento sonaron golpes en la puerta, alguien estaba intentando entrar a la fuerza. Juan miró hacia el sonido y aproveché para empujar a mi amiga con todas mis fuerzas, desestabilizándola y provocando que cayese encima de Juan. Me levanté rápidamente con la confusión y corrí hacia la puerta con todas mis fuerzas. Escuché un disparo y noté como la bala se clavaba a unos centímetros a mi derecha. Un grito resonó en la habitación, pero solo podía centrarme en intentar que la puerta cediese. Aunque me resultase imposible, una fuerza empujó desde fuera.
Nada más abrir la puerta caí al suelo y la confusión comenzó.
—¡Arriba las manos!
La policía entró en la habitación. El botón de seguridad de mí teléfono, que funcionaba hasta estando apagado, me había salvado la vida. Juan levantó las manos dejando la pistola en el suelo. Estela aún no se había levantado del empujón y seguía sollozando en el suelo. Algún compañero me ayudó a levantarme y me llevó hacia la ambulancia. Me querían llevar directamente al hospital, pero no lo permití, así que me hicieron las curas y la valoración allí. Parecía que iba a salir de esa, con unos cuantos analgésicos aún podía seguir un par de horas más en pie, aunque mi mente me pedía darme una ducha y quedarme dormida hasta que mi cuerpo quisiese. Pero quería esperar a mi unidad, que llegó en seguida. Sabiendo a la distancia que nos encontrábamos, Gustavo había sobrepasado con creces los límites de velocidad. Sonreí al verlo acercarse mientras Jorge iba a hablar con la policía y recababa información para el caso.
—Inspectora Martínez, parece que ha tenido una noche movida.
—Gustavo, no estoy para bromas. Dime que lo vais a tener todo controlado.
—Tranquila, Mérida. Puedes irte a descansar. Intentaremos que nos pasen el caso a la unidad, pero como no eran Sextos es muy difícil.
—Lo sé. Quiero que convenzáis a la policía para que pueda estar presente en los interrogatorios, para valorar la situación. Si se lo digo yo pensarán que no seré parcial.
—Y es que no lo serás —contestó Gustavo con pesadez, ayudándome a incorporarme—. Vamos, vete al hospital. Tienen que curarte, mañana seguiremos con la investigación.
—Estoy bien —mentí, pues me dolía todo el cuerpo—. Necesito estar con Estela, que me miré a los ojos y cuente lo que ha pasado. Aunque sé que no hablará tengo que intentarlo, no le dejarán los abogados. Pero no quiero dejarla sola.
La gente había comenzado a salir de la casa y los policías intentaban retenerlos. Pude ver a Adrián e Irene, que miraban fijamente todo el bullicio. Miguel, que hablaba con alguien por el móvil haciendo muchos movimientos y tapándose la boca mientras lo hacía. No veía a Lorena, pero María salió corriendo hacia donde se encontraba Estela, gritando. Dos agentes tuvieron que sujetarla para que no se lanzase hacia ella mientras lloraba, hasta que Lucas la tomó suavemente de los hombros y la devolvió donde estaban los demás, en la entrada de la casa, abrazándola.
Una lágrima escapó de mis ojos, no lo pude evitar. Seguía queriendo a mi amiga, a pesar de todo. Era la única persona que me había conocido de verdad. Todo esto debería servir para hacerme más fuerte, más prevenida. Y no olvidar la primera regla de este juego: no confiar en nadie.
—Bueno —dijo Gustavo cruzándose de brazos—. Puedo pedir que vayamos los dos. Tú eres la inspectora y necesito tu supervisión. Pero no te puedo prometer nada.
—Gracias.
—Y me tienes que jurar que si te encuentras mal irás al hospital. Y solo será en los interrogatorios previos, después descansarás.
—De acuerdo —contesté sin ganas.
Gustavo me abrazó, lo que me pilló de improviso. Esa muestra de cariño de parte de mi compañero hizo que empezase a llorar y no poder parar. Tuvo que sostenerme porque mis piernas me fallaron, pero era algo que necesitaba.
—Ya ha pasado todo, Mérida. Estás a salvo.
Pero no lo estaba.
Aún quedaban meses para poder estarlo. Y, aun así, habría mucha gente a la que proteger. Solo había una solución y en ese momento decidí que sería mi única misión.
Había que acabar con el juego.
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