Como crece tu jardín

¡Cómo echo de menos a mi amigo Hastings! ¡Tenía tanta imaginación y una mentalidad tan romántica! Bien es verdad que siempre se equivocaba, pero eso en sí mismo era una guía.

Tras terminar de comer nos fuimos cada uno por nuestro lado para descansar. Por la tarde íbamos a juntarnos todos en la piscina para charlar y tomar algo antes de la cena. La merienda había sido suspendida, Estela declaró que cenaríamos sobre las siete y media ya que su intención era retirarse pronto a dormir y al día siguiente ir temprano a la ciudad para unas gestiones importantes, pudiendo volver tranquilamente después del desayuno. Era un plan que había tramado con Juan para que la gente no sospechase si se iba pronto a la cama y a mí me pareció buena idea. Su actuación fue muy convincente y no creía que nadie sospechase nada.

Juan subió al despacho alegando que necesitaba tratar asuntos de la Universidad. Lorena y Lucas se retiraron a dormir, Miguel volvió a su trabajo tras asearse un poco y María a la cocina, pues se empeñó en limpiar ella misma lo que había utilizado a pesar de las protestas de Mariví. Lo que nos dejó a Estela y a mí un buen rato para estar solas y hablar tranquilamente.

Decidimos pasear por los caminos que rodeaban la propiedad para bajar los postres. Yo hubiese preferido una pequeña siesta, pero el tiempo apremiaba. Quedaba poco para su hora y teníamos que poner las cosas en claro. Aún no estaba segura de que fuese buena idea que pasase aquí la noche, tal vez podría convencerla para ir a la ciudad. En mi piso, con la brigada y con mis armas podría protegerla mejor.

—Bueno, cuéntame —dije cuando nos habíamos separado lo suficiente de la casa—. ¿Cómo sabías esa historia?

Me miró con curiosidad. Creo que ni ella misma se había dado cuenta de que me había sorprendido que la supiese. Nada de ello había salido en la prensa y era raro que una civil tuviese conocimiento de la historia. Aunque las filtraciones cada vez eran un problema mayor en la brigada.

—¿Entonces es cierta? Vaya. Yo que pensaba que solo la había contado ese niño pijo con el que salí una noche para darse importancia.

—Pues sí, es cierta.

—La he contado para que nadie comprometiese a los demás —dijo Estela con cara de pesadumbre—. Siento si te he puesto en un compromiso.

—Hiciste bien —contesté poniendo mi mano en su hombro para confortarla—. Mientras no sea yo quien lo cuente, no pasa nada. No puedo controlar todo.

—Perfecto entonces. ¿Qué me dices de mi nuevo equipo? Sé que tienes poco tiempo, pero tú siempre has sido muy intuitiva.

Sopesé mis palabras antes de contestarle. Sabía que aunque me preguntase, Estela era bastante reticente a pensar mal de los demás. Sobre todo si ya se había formado una idea sobre ellos. Esto podría desembocar en una discusión y eso sería contraproducente para nuestra misión.

—Lo primero de todo, Estela. ¿Estás segura de no querer pasar esta noche en mi casa? Podríamos poner alguna excusa.

—No —dijo cortándome con sequedad—. Ya hemos hablado de esto. Si empiezo huyendo de mis compañeros estaré así todo el año y no quiero.

—Vale, vale —contesté levantando las manos en actitud de derrota—, pero que conste: creo que sería la mejor idea.

Nos sentamos en unos bancos que había en mitad del camino. Podíamos ver la casa a lo lejos y una colina pequeña detrás de nosotras. Estaban allí porque una vía verde salía del pueblo y de manera circular hacía una ruta a través del bosque de varios kilómetros. No estaba muy transitada a esa distancia, cosa que agradecimos. Así podíamos hablar con tranquilidad.

—Estela, creo que deberías alejarte de todos ellos durante tu hora. Nadie debería estar cerca. Contratar seguridad es primordial.

—Eso está hecho. Vendrán a partir del lunes. Te pasaré el nombre de todos ellos y estarán enterados de ello por si reciben una llamada tuya.

—Muy bien. Deberían haber empezado ya, pero entiendo que con tu plan no quieras que estén este fin de semana aquí. Hubiese sido muy sospechoso.

—Exacto —contestó sonriendo Estela.

—Y personalmente quiero que me llames siempre cuando acabe tu hora. Da igual si es domingo, festivo o lo que sea. Te lo pido como favor personal.

—Vale.

—En serio. Si no, me presentaré en tu casa con la brigada entera.

—Sí, sí. Te lo prometo. Aunque no estaría mal que se me olvidase algún día, para vernos más.

Le di un pequeño golpe en el brazo y empezamos a reírnos. Repase mentalmente a todas las personas que había conocido en el día. No sabía cómo clasificarlos con exactitud. Tenía tan poco tiempo para poder trazar un plan que la cabeza comenzaba a dolerme.

—Bueno, dime ya qué te parecen todos. Te estás haciendo de rogar.

—Tienes razón —contesté llevando mis manos a la nuca—. Los separaría en tres grupos. María y Lorena en el primero como las menos peligrosas.

—Estoy de acuerdo contigo. Y metería también a los trabajadores de la casa: Mariví, Elga...

Se quedó pensativa, seguramente dándole vueltas a la idea de tener que señalar a alguno de sus compañeros. Aproveché para continuar antes de que sacase el tema por el que íbamos a discutir seguro.

—Los más problemáticos serían Lucas y Miguel. No los relaciono con nada raro del juego, pero no sé por qué me dan mala espina.

—Te pasa como a mí —dijo Estela saliendo de sus cavilaciones—. No sé si será porque son hombres, pero son los únicos de los que sospecharía algo.

—Puede ser. Aún así, ten cuidado con todo el mundo. ¿Vale? Por mucho que confíes en tus empleados, es mucho dinero y peores cosas he visto.

—Vale —contestó Estela y miró seguidamente al horizonte—. ¿Cuál es el tercer grupo?

—Juan —dije sin rodeos.

—¿Juan? Tienes que estar bromeando —respondió sorprendida—. Él está aquí como tú, para ayudarme. Es un buen amigo.

Respiré profundamente, preparándome para batallar. Pero decidí ser lo más suave posible. No sería buena idea terminar la tarde enfadadas. Ya habría tiempo para hablar del tema, solo tendría que conseguir mantenerlo alejado durante el día de hoy para empezar.

—De acuerdo, Estela. Solo digo que no deberías fiarte tanto de alguien. Lo tienes demasiado cerca y mejores personas que Juan se han convertido en Sextos.

—Ya basta, Mérida —dijo de malas maneras—. Con ese razonamiento no debería confiar tampoco en ti.

—Tienes razón —admití sin saber cómo responder a eso y evitar que me alejase de ella—.  Lo siento, es que es mucho tiempo en la brigada y como Medio. Solo quiero que pases el año lo más tranquila posible.

—Lo sé.

Nos quedamos sentadas en silencio. Estela me tomó de la mano y me fijé en que una lágrima caía por su rostro. En ese momento éramos las dos personas que mejor nos podíamos comprender. Una situación de supervivencia en la que teníamos todas las papeletas para perder. Iba a ser muy duro, pero Estela tenía razón. Si la hacía desconfiar de Juan entraríamos en una dinámica en la que también acabaría desconfiando de mí y no podía permitir eso. Tendría que vigilarlo por mi cuenta y seguro que él lo sabría. No se atrevería a hacer nada.

—¿Te gusta? —le pregunté intentando cambiar de tema a uno más ameno.

Sonrió y se limpió las lágrimas. Respiró más tranquila y eso hizo que yo también me relajase. Volvíamos a ser dos amigas cuya única preocupación eran los chicos que nos gustaban.

—No lo sé. Es un gran amigo y lo admiro. Creo que me estoy enamorando, pero puedo estar confundida.

—Yo pienso que no. Te conozco demasiado y sé cuando te pillas por alguien.

—Puede ser. De todas maneras, no creo que él sienta lo mismo por mí.

—Eso es imposible —dije dándole un abrazo—. Y si es así, es que es tonto. Eres la mujer más maravillosa del mundo.

—¡Qué exagerada! —contestó sonrojándose—. De todas maneras, con todo esto no puedo permitirme más preocupaciones. Estoy bien así.

—Pero prométeme que me informarás si hay cambios en tu situación sentimental.

—Te lo prometo. ¿Volvemos a casa? Aún me quedan dos personas por presentarte.

—¿De verdad? —respondí sorprendida—. Son demasiados, Estela.

—Solo será hoy, por favor. No puedo reducir más el personal. Te prometo que solo serán ellos.

—Te acuerdo. ¿Por qué no han venido esta mañana?

—Tenían clase en la Universidad. Son alumnos de Juan que necesitaban ayuda, los he contratado con prácticas remuneradas.

—Espero que no se retrasen demasiado.

Nos dirigimos de vuelta a Elm Manor. La tarde no estaba siendo muy calurosa y el paseo era agradable. Hablamos de temas sin importancia: libros, series y cotilleos. También necesitábamos desconectar un poco de la tensión del día.

—¡Estela!¡Estela!

Nos sobresaltamos. Habíamos llegado a una encrucijada y a nuestra derecha aparecía una mujer mayor, bajita, con un peinado anticuado y una ropa que no se correspondía con la que una persona normal se hubiese puesto para pasear por el campo. Demasiado exuberante y ajustada, como si hubiese cogido mucho peso recientemente y no quisiera asumirlo. Sabía de lo que hablaba, a mí misma me había pasado varias veces.

—Querida, disculpa por haberos asustado. Estabais tan enfrascadas en la conversación que temí que pasarais de largo.

—Buenos días, Marla —dijo Estela con una sonrisa fingida—. No te preocupes. Esta es mi amiga Mérida.

—Encantada —contestó estrechándome la mano —. ¿Habéis salido a dar un paseo? Yo también, hace una tarde maravillosa.

Estela y yo continuamos nuestro camino y noté como mi amiga esperaba que nuestra acompañante siguiese en otra dirección, pero no fue así. Se unió y continúo preguntándome cosas sobre mí que conteste mecánicamente. Estaba segura de que esa mujer era una cotilla de manual.

—Bueno, Marla —cortó Estela mientras me estaba interrogando sobre mi familia—. Tenemos que darnos prisa en llegar. Tengo invitados y seguro que tu familia te está echando de menos.

—¡Oh! —exclamó con un brillo en los ojos—. Estoy sola este fin de semana, se han quedado todos trabajando y llevando a los niños al parque de atracciones.

— También es bueno disfrutar de la soledad de vez en cuando.

Mientras decía esto, Estela me empujó levemente para que acelerara el paso. Sonreí, me estaba divirtiendo huyendo claramente de esa señora tan peculiar.

—Claro, claro —contestó Marla, acelerando ella también—, pero me apetece tener compañía. Una más en tu fiesta no molestará, ¿verdad?

—No es una fiesta —respondió Estela—. Son asuntos de trabajo.

—En ese caso podré ayudar a María y Lucas. Tengo una receta preparada desde hace tiempo para que le echen un ojo. ¡Será perfecto!

Estela se paró y pareció rendirse, pero entonces un brillo apareció en sus ojos. No quería que viniese más gente a la finca, pero decidí confiar en mi amiga y cada vez que ponía esa mirada era porque algo rondaba su mente.

—Vale —contestó cambiando su actitud—, pero cenaremos pronto y después iremos todos a dormir que mañana tenemos trabajo.

—Por mí no hay problema, querida —dijo Marla ampliando su sonrisa—. Con mi edad, enseguida me entra sueño.

—Claro, lo entiendo. Cuando acabemos, Lucas podrá acompañarte a casa. Es un paseo corto y no tendréis que coger el coche y así le cuentas tranquilamente tus ideas.

—Me parece una idea genial —contestó Marla entusiasmada.

Me tomó del brazo y continuamos nuestro camino hacia casa más tranquilas. Normalmente no me gustaba el contacto directo, pero Marla parecía necesitar un poco de ayuda para caminar. Estaba fatigada de nuestro intento de fuga y su peso y ropa no ayudaban. Estela me sorprendió, de un problema que había surgido consiguió solucionar otro: tener a Lucas lejos durante su hora. Si conseguía estar así de ágil mentalmente todos los días, podría ganar.

—Imagino que vive cerca de aquí —comenté intentando escaparme de su interrogatorio—. ¿Es la otra mansión que hay por la zona?

—Sí —contestó entusiasmada—. La conseguimos a precio de ganga. Esto es precioso, pero está muy desolado. Nos sirve para escapar del pueblo de vez en cuando.

—¿De qué pueblo es usted?

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