Cartas sobre la mesa
Nadie puede tener razón siempre.
—Parece que has visto un fantasma.
Qué acertada estaba Estela. Había conseguido recordar a Lorena, la chica tímida y nerviosa con la que nos habíamos cruzado. Nunca me había gustado encontrarme con gente relacionada con mi trabajo. Casi dos años en la UPM me habían hecho cruzarme con demasiadas personas y, a pesar de que sabía que el juego era lo que tenía la culpa de todo, no podía evitar sentir hostilidad hacia los que se me habían escapado.
Y, a pesar de que Lorena estaba en ese grupo, por ella solo sentía compasión. La manera de matar a su novio no la aprobaba, pero sabía que el paso que había tenido que dar para deshacerse de su maltratador no había sido fácil para ella.
Miré a Estela, que estaba sentada en la gran butaca de su despacho. Lo había mantenido exactamente como su padre. No eran modernas imitaciones de muebles antiguos, al contrario que el resto de la casa. Ella siempre había adorado a su padre, era normal que mantuviese todo como a él le gustaba para recordarle.
—Creía que me sonaba tu nueva ayudante, pero parece que me he equivocado — contesté quitándole hierro al asunto.
—¿Lorena? Os habréis cruzado en algún sitio. No creo que os mováis por los mismos círculos —respondió Estela y añadió bajando un poco la voz—. La contraté a través de una asociación de mujeres maltratadas. Su novio murió, pero a ella le quedan secuelas psicológicas y acudió a pedir ayuda.
Entonces Estela no conocía su verdadera historia. O no sabía que fue un Sexto o me lo estaba ocultando, aunque esto no tenía mucho sentido: ella sabría que la reconocería. Lo que quería decir que puede que estuviese obviando esta información a propósito para evitar que me preocupase. Nunca le había gustado que le diesen sermones y contribuía con su fortuna a causas benéficas con las que más simpatizaba.
Tanto si era una opción como la otra no podía decirle nada. La privacidad en mi trabajo era muy estricta y tampoco creía que Lorena fuese un peligro tan grande como para romper el código, aunque había algo muy sospechoso en todo eso. ¿Qué hacía trabajando Lorena si era millonaria? A todas nos gustaba tener algo de lo que ocuparnos, pero vivir en una casa ajena dedicando muchas horas a organizar la vida de otra persona no era el tipo de labor que a una le gustaría hacer teniendo la cuenta corriente llena. Me dije que tendría que estar pendiente, de forma sutil, durante un tiempo.
—Bueno, una asistente. Eso es nuevo ¿Era lo que me tenías que contar? Si querías verme solo haberlo dicho, mujer —dije sonriendo mientras me acomodaba en mi asiento.
—No seas tan creída —contestó Estela con una sonrisa cansada—. Esa es una de las consecuencias de lo que te quiero contar y por lo que necesito tu ayuda.
Mientras decía eso encendió el ordenador y me acercó el cenicero. Yo ya tenía el cigarro en los labios y como no fumaba en el coche llevaba sin echarme uno desde que salí de casa hacía más de una hora. Elm Manor se encontraba a más de diez kilómetros de la civilización más próxima, un pequeño pueblo que contaba con lo mínimo para su supervivencia. La distancia hacía que fuese más difícil que pudiésemos quedar puesto que, aunque durante nuestra infancia sus padres y ella vivían los días laborables en la ciudad, Estela ya solo estaba en ese piso cuando no le quedaba más remedio. Había hecho de esta fortaleza su residencia habitual.
—Tú dirás. ¿En qué puedo ayudarte?
—Primero, no sé si has leído últimamente la prensa. Imagino que seguirás evitándola.
—Siempre que puedo.
Desde que empecé a trabajar en la UPM dejé de leer los periódicos. Todos se habían puesto de acuerdo en promocionar el juego con las noticias relacionadas, por mucho que intentamos evitar a toda costa las filtraciones. Además, siempre me daba la sensación de que ridiculizaban nuestro trabajo. Poca gente de fuera entendía lo difícil de nuestra labor.
—Entonces no te habrás enterado. He conseguido expandir el negocio. Tengo clientes nuevos muy importantes en China y vamos a multiplicar por diez nuestros beneficios anuales.
—Madre mía —contesté abriendo mucho la boca—. Eso es increíble, Estela. Tienes que estar muy orgullosa.
—La verdad es que sí —dijo un poco azorada. No le gustaban demasiado los cumplidos—. No te voy a aburrir con cifras y cambios empresariales, pero estas semanas me he tenido que poner a contratar a algunas personas que voy a necesitar y en las que tengo que confiar. A algunos de ellos los he invitado a pasar el fin de semana en la casa, para conocernos mejor.
—Ya lo entiendo. Es buena idea. Así puedes verlos en un ambiente más distendido, sin la presión de las entrevistas.
—Exacto. También he invitado a algunos amigos cercanos como a ti, para que me deis vuestra opinión sobre ellos.
—Pero Estela —contesté mirándola seriamente—, sabes que no puedo pasar aquí el fin de semana. Tengo que estar en mi casa antes de las nueve y media.
—Bueno... Pensé que a lo mejor accederías a quedarte a pasar la noche —me dijo mientras bajaba la mirada y se sonrojaba.
—No puedo.
-—Espera. Primero escucha lo siguiente que tengo que contarte. —Volvió a mirarme a los ojos—. Mérida, soy el Medio de las ocho.
—¿Qué?
Tal fue mi sorpresa que me levanté de la silla y tiré el cigarro al suelo. Lo cogí rápidamente antes de que quemase la alfombra y comencé a dar vueltas por el salón mientras Estela me miraba, calmada, esperando a que lo asimilara. La información que acababa de darme comenzaba a asentarse en mi cabeza y la parte de inspectora tomó el control.
—Pero ¿cómo se te ocurre celebrar un fin de semana campestre sabiendo que eres un Medio?
—Baja la voz, nadie lo sabe —contestó Estela mirándome fijamente—. Por eso mismo no cancelé la reunión, sería muy sospechoso. Y tarde o temprano tendría que hacerla, así es que mejor aprovechar la situación.
—¿Aprovechar el qué, Estela? Esto es muy peligroso —dije mientras volvía al sillón y bajaba la voz—. Tienes que decirles a todos que se vayan y crear un plan de protección, deberías...
—¿Ves? Por eso no quería decírtelo antes de que llegases —me cortó—. Te necesito para que me ayudes.
—Estela, no te puedo proteger bien. No he traído mis armas, pensé que iba a ser un día de descanso.
—No es eso. Sé cuidar de mí misma y ninguno de los que están aquí ha estado nunca cerca de mí durante mi hora. Aún no saben que soy un Medio.
—No puedes estar segura de eso —dije mientras me cruzaba de brazos.
—No. Y eso es en lo que necesito que me ayudes. A saber si puedo confiar en ellos.
—No puedes confiar en nadie.
—Pues me niego, Mérida —contestó Estela subiendo un poco la voz—. Me niego a pasar un año de mi vida teniendo miedo hasta de mi sombra. Ahora mismo la empresa me necesita, las cosas van a cambiar y tengo que estar al frente para que no se desmorone. Necesito confiar en alguien. Tienes que ayudarme o, si no, me volveré loca.
Estela comenzó a llorar y me acerqué a consolarla. Me puse de rodillas delante de ella y le abracé las piernas. No podía verla así, ella siempre había sido la fuerte de las dos: la que me defendía de los matones, la que me daba la mitad de su bocadillo cuando me quedaba con hambre, la que me llevaba de fiesta cuando algún novio me dejaba, la que estuvo conmigo cuando murieron mis padres...
—De acuerdo. Me quedaré a ayudarte. Pero sabes que soy el Medio de las nueve. Me tendrás que ayudar tú también a sobrevivir a esta noche.
—Trato hecho —dijo Estela sonriendo. Había dejado de llorar—. Te iré presentando a todo el mundo a lo largo de la mañana. Se sincera conmigo, ¿de acuerdo?
—Claro —contesté pensando en cómo sacar el tema de Lorena—. Debería llamar a algún compañero como refuerzo.
—¡No! No quiero que sospechen nada, Mérida. Si esta noche se revela todo, mañana los mando a casa. Por favor...
—No sé, Estela.
—Por favor. Sois muy conocidos, habéis salido en todos los programas de noticias. Contigo es distinto, todo el mundo sabe que somos amigas. La prensa nos ha fotografiado juntas y publicado nuestra historia.
—Es verdad —contesté. Nuestra amistad había provocado ese tipo de cosas que, sin querer, habían complicado mi trabajo.
—Además... Espera que haga una llamada. —Estela cogió su móvil y le dijo a la persona con la que hablaba que subiese a su despacho.
Esto cambiaba mis planes. También me di cuenta de que, a pesar de haber pasado tanto tiempo, Estela seguía conociéndome demasiado bien. Tenía razón: si me hubiese contado sus planes no habría venido sola, tendría a todo un equipo pendiente de la situación y antes habría intentado convencerla de que el plan era una locura. Todo habría desembocado en una gran discusión. De esta manera, me había manipulado y teníamos que hacer las cosas según sus normas. Debería haberme sentido ofendida o enfadada, pero estaba acostumbrada. Sabía que Estela no lo hacía con maldad, era su forma de ser. No habría llegado donde estaba si se dejase convencer fácilmente. En realidad, sentí una punzada de orgullo por saber que una mujer tan inteligente era mi amiga. Aunque usase ese don contra mí.
Me asusté cuando alguien llamó a la puerta y llevé instintivamente la mano a la cintura buscando una pistola que no estaba. Mis sentidos de protección ya se habían activado y había aparecido "Mérida la Inspectora" sin que me hubiese dado cuenta.
—Adelante —dijo Estela.
La puerta se abrió y apareció un hombre que tendría más o menos mi edad. Las dos nos levantamos para recibirlo. Era moreno, con una barba poblada. No estaba musculado, pero resultaba atractivo con sus gafas y su pose de autoridad. Lo reconocí al instante.
Eso ya era demasiada casualidad.
—Te presento Juan Fernández, un amigo que nos va a ayudar —dijo Estela con una sonrisa.
—Inspectora Martínez, parece que no coincidimos en una situación normal. —Me sonrió mientras nos estrechábamos la mano.
—Llámame Mérida.
Las cosas se estaban enredando cada vez más.
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