14:00

—Estás dejando las mesas sucias. Mónica, tienes que ser más atenta.

Mónica suspiró y volvió sobre sus pasos con el desinfectante y el paño. Era verdad que ese día estaba más despistada que otros, pero era porque a Luis, su hijo pequeño, había que ponerle aparato en los dientes si no quería que su dentadura se descolocase para siempre y los números no le salían. Ya de por sí era difícil llegar a fin de mes, pero estos gastos extras suponían que tendría que solicitar una ampliación de su crédito. Su madre, con su pobre pensión por viudedad, ya había hecho todo lo que podía por ellos, incluso hipotecar la casa familiar. No sabía si el banco le iba a conceder más dinero, pero tenía que intentarlo. Por Luis y Patric. Ella podía sobrevivir con lo mínimo, pero para sus hijos quería algo mejor. Al final, solo tendría que aguantar tres meses más. Al principio pensaba que trabajar durante su hora de Medio iba a ser una idea peligrosa, pero cuando solicitó a Lucas, su jefe, un cambio de turno no quiso ni oír hablar de ello. Le dio un ultimátum, o seguía o la despedía, y Mónica no se podía permitir perder el trabajo. Aunque al final del año cobrase el premio, en ese momento estaba en negativo y tenía dos hijos y una madre que cuidar.

El padre de Patric y Luis se desentendió de ellos mucho tiempo atrás. Mónica le había pedido ayuda muchas veces, incluso recurrió a la justicia, pero al ser él estadounidense y no estar casados todo iba muy lento. Al final desistió, estaba perdiendo mucho dinero en abogados y costes de juicios. Se resignó, continuó trabajando y parecía que todo iba bien. Sospechaba que varias veces los Sextos lo habían intentado, engañándola para quedarse sola, ya que el restaurante en su hora estaba siempre lleno debido a la cercanía a varios centros de negocios y sus bajos precios. Incluso cree que Lucas lo intentó una vez, pero su amabilidad debido al nerviosismo la hizo sospechar y no picó el anzuelo. Desde ese momento sus puyas fueron más intensas, pero a Mónica no le importaba. Solo quedaban unos meses más en este trabajo que odiaba.

Al acercarse a la mesa para repasarla vio a Fede, que le devolvió la sonrisa. Era la única razón por la que Mónica no estaba totalmente amargada por trabajar allí. Delgado, alto y con hombros anchos, sus ojos verdes destacaban detrás de sus grandes gafas. Se acercó hacia ella disimuladamente para que Lucas no les llamase la atención. Los otros camareros estaban ocupados sirviendo las mesas y había unos cuantos clientes más esperando a que ellos acabasen.

—Ochenta y dos días nada más, ¿eh? —sonrió Fede.

—Gracias, mi calendario andante.

—No hay de qué. En nada me podrás llevar a ese viaje que prometiste.

—Nunca hemos hablado de eso. —Mónica rio de forma coqueta al decir estas palabras.

—Ahora sí —contestó Fede guiñándole un ojo.

Mónica continuó sus labores con una sonrisa. Fede tenía ese efecto en ella y había sido un gran apoyo todo este tiempo. Seguramente debido a que Fede había sido un Medio. Se lo confesó a Mónica nada más coger confianza, aunque era algo que todos sabían en secreto en el restaurante. Era la comidilla desde que alguien comenzó con el rumor de por qué había seguido trabajando a pesar de obtener el premio. Mónica había hablado con él del tema cuando ya hubo más confianza entre ellos. Le contó que cuando ganó derrochó mucho dinero en demasiadas acciones de bolsa y vicios. Le quedaba bastante para vivir holgado, era soltero y no tenía familia, pero Fede decidió volver a trabajar para no sentirse ocioso de nuevo y acabar perdiéndolo todo. Mónica era muy orgullosa para admitírselo o recriminárselo, pero sabía que Fede añadía sus propinas a las de ella sin que Lucas se enterase. En otro momento hubiese montado un escándalo y le habría retirado la palabra, pero ahora mismo no se lo podía permitir. Así que mantenían ese acuerdo tácito en el que ninguno de los dos sacaba el tema.

Lucas seguía mirándolos desde su puesto en la caja registradora dónde controlaba todo el local. Mónica continuó con su trabajo, recordando la conversación que habían tenido al comenzar el turno con todos los empleados. Era viernes, el día más fuerte de la semana, y estaban todos en el local por la mañana: cinco personas en sala, dos en barra y doce en cocina. El negocio era bastante grande y Lucas sabía llevarlo muy bien, aunque no tuviese idea de cómo tratar a sus empleados. Era autoritario, rudo y desagradable, pero al menos pagaba y gestionaba bien los turnos. Mónica no sabía cuándo descansaba, siempre estaba allí. Decía que no se fiaba nada más que de él mismo para mantener eso a flote.

Cuando les reunió esa mañana comenzó, como siempre, asignando zonas y tareas durante el turno y si había cambios para el servicio. Se repasaron las reservas y les dio un toque de atención con respecto a llevar los móviles encima.

—Lo siento, Lucas. Ya te comenté que mi madre está muy enferma. Me pueden llamar en cualquier momento —dijo Sofía, una de las cocineras más jóvenes.

Mónica sintió una punzada de angustia. No entendía por qué seguía pasando esto con lo serio que era Lucas con el tema. Para constatar sus pensamientos, Lucas continuó:

—Sofia, me da igual el motivo. Tenemos un Medio entre nosotros, no quiero ningún jaleo durante el servicio. La próxima vez estas despedida —dijo tajante mientras Sofía agachaba la cabeza visiblemente afectada—. Lo que me lleva a lo siguiente. Ayer murió el Medio de la una. Lo sé de buena fuente. Sé que hay pocas posibilidades, pero si alguien ha recibido el mensaje tiene que decírmelo.

En ese momento Fede, que no tenía su buen humor habitual, levantó la mano. Lucas lo señaló dándole la palabra.

—Disculpa, pero un Medio no tiene por qué comunicarlo si no quiere.

—Ya lo sé, Fede —sonrió Lucas—, pero si no me lo dice y me acabo enterando, está despedido.

—No puedes...

—Sí puedo. Me da igual lo que digan las normas de ese estúpido juego. Tengo que llevar un negocio y exijo saber si durante una hora más tengo que extremar precauciones para que no haya incidentes. —Abrió los brazos hacia todos esperando una respuesta—. ¿Nadie? Bueno, ya os he avisado. Vamos a trabajar.

Todo el mundo volvió a sus puestos. Fede siguió a Mónica y la tomó del brazo. El contacto con su compañero hizo que un suave escalofrío recorriese su cuerpo. Con la tensión que acumulaba durante esos meses, se sentía a gusto sintiendo algo que no fuese desagradable.

—Oye, ¿a ti te obligo a contárselo? ¿Lo hiciste forzada? En todo caso, se puede denunciar...

—No, Fede. Se lo dije yo por voluntad propia. Para intentar cambiar el turno, pero se opuso. Ese discurso solo lo hace desde que se lo conté yo. Dice que es la primera vez que tiene un Medio en el negocio.

—Me da malas sensaciones. Espero que no intente hacerte daño —continuó Fede deshaciendo el contacto—. Es el único que lleva el móvil.

—Estoy segura que ya le tocó ser Sexto y no aprovechó la oportunidad —Vio como Fede ponía los ojos como platos—. No creo que le faltasen ganas, seguro que pasó por su cabeza. Pero fue casi al principio y le pilló desprevenido. No es fácil matar a alguien con más de cien ojos mirándote sin un plan.

Fede pareció relajarse y soltó una carcajada. Mónica sintió una repentina curiosidad y decidió, sin pensarlo mucho, hacer una pregunta a su compañero que había estado evitando durante mucho tiempo.

—Oye, ¿tú cómo lo conseguiste?

—No hice nada especial —contestó Fede encogiéndose de hombros—. Pasaba la hora en mi apartamento y era precavido. Al final fue bastante suerte.

—¿Nadie lo intentó?

—Algunos sí. Pero, cómo has dicho, no es fácil planear un crimen en diez minutos— dijo Fede mientras llegaban a su zona, donde tenían que comenzar a montar las mesas—. ¿Y a ti?

—Nunca. Vamos, que yo sepa.

—¿En serio? —preguntó Fede extrañado—. ¿Ni una vez?

—Ninguna. Y la verdad no es algo que me inquiete. Será por estar durante mi hora en el restaurante a la vista de todos. No tengo que ser un blanco fácil.

—Al final, parece que Lucas te hizo un favor no cambiándote el turno.

—Pues sí —rio Mónica mientras se colocaba el pelo—. A lo mejor le doy un regalo cuando gane, junto con mi dimisión.

—¿Te irás cuando acabes?  —le preguntó Fede, apenado.

—Claro, podré pasar más tiempo con Patric y Luis. Y así mi madre podrá descansar un poco, que son muchos años.

—Será difícil venir a trabajar sí sé que no voy a verte. —Mónica se ruborizó y Fede intentó quitarle hierro al asunto—. Es decir, ¿con quién me voy a divertir si no? Es difícil encontrar a alguien con quien fregar los platos mientras canta canciones horribles.

—¡No son horribles! Es mi voz la que es horrible.

Rieron los dos más relajados. Había una tensión amorosa más que clara entre ellos, pero Mónica en ese momento no podía permitirse pensar en eso y sentía que Fede pensaba igual. Solo esperaba que cuando acabase el juego la invitase a cenar los dos solos. Ella también merecía ser feliz.


Ya eran las tres, solo una hora más para acabar su turno y media para aguantar un día más. Continuó recogiendo mesas y colocándolas para que sus compañeros pudiesen traer a nuevos clientes. Fede aparecía de vez en cuando, ya que se estaba encargando de llevar los cubiertos sucios a la cocina y traer limpios. Le lanzaba esas sonrisas que tanto le ayudaban a continuar. Era agradable tener a alguien que te comprendiese y apoyase porque los dos habíais pasado por lo mismo. Los chicos aún eran muy pequeños para saber lo que estaba pasando, por lo que no se lo había contado. Y su madre siempre estaba asustada. Cada vez le resultaba más difícil estar con ella. No entendía por qué no había dejado el trabajo, podrían apañarse mientras encontraba otro, pero una madre soltera sin estudios no lo tenía nada fácil en esta época de recesión que duraba ya años.

Lo que su madre no comprendía es que, si hubiese dejado su trabajo, antes que un Sexto los habría matado el hambre. Sobre todo por la cuota tan alta que estaba pagando por su seguro de vida. Las empresas nunca aseguraban a los Medios, pero la ley no les permitía retirar la cobertura a las personas que lo tuviesen contratado antes. Eso sí, subían las cuotas astronómicamente. Mónica tuvo suerte, contrató el seguro al abandonarlos el padre de sus hijos para no dejarles sin nada si a ella le pasaba algo. Durante su tiempo de Medio seguía pagándolo sin pensar siquiera en la opción de no hacerlo. Había días que tenía que robar disimuladamente sobras en el restaurante para comer, pero no podía permitir que, si le pasaba algo, sus hijos y su madre se quedasen sin nada. Le preocupaba más eso que el hecho de morir asesinada.

Gracias a Fede conseguía soportar bien los días, le gustaba trabajar con él y le daba buenos consejos para sobrevivir. Fue él quien le propuso a Lucas lo de prohibir los móviles bajo cualquier circunstancia en el servicio. Lo pintó como algo que beneficiaba al restaurante al eliminar posibles focos para una investigación policial y de mala prensa para el negocio. Lucas era reacio hasta que Fede le expuso estos argumentos y quedó totalmente convencido. A Mónica ni siquiera se le había ocurrido esa idea. 

Mientras sonreía para sus adentros y pensaba en cómo compensar a Fede cuando acabase todo esto, un grito la sacó de su ensimismamiento. Venía de la cocina dónde había comenzado a salir un humo negro por debajo de la puerta. Empezó a salir gente de ella mientras los clientes se iban levantando y murmurando desconcertados.

—¡Tranquilamente, por favor! —gritó Lucas levantando las manos—. Parece que ha habido un pequeño problema en la cocina. Por favor, diríjanse en orden hacia la puerta y dejen sus pertenencias para no perder el tiempo. Todo está controlado.

Sonó una pequeña explosión desde la cocina de dónde sus compañeros ya estaban saliendo. Los clientes se pusieron más nerviosos y empezaron a agolparse. Mónica buscó a Fede y lo vio saliendo con una servilleta en la boca para no respirar el humo.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —preguntó Mónica un poco asustada.

—Sí, no pasa nada —contestó Fede con los ojos rojos y llenos de lágrimas por el humo—. Parece que el horno ha sufrido alguna avería. Vamos a ayudar a Lucas con los clientes. No sé por qué la gente no está saliendo.

Fede tenía razón. Los clientes se apretaban contra la puerta visiblemente impacientes y sus comentarios lo afirmaban.

—¿Qué está pasando? ¡Moveos!

—¡Salid ya! Va a llegar el fuego al salón.

—¡Madre mía! ¿Por qué nadie abre la puerta?

—Está atascada.

Mónica comenzó a sentir mucha ansiedad. Qué ironía sería morir encerrada por un accidente después de todo lo que había luchado. Se llevó la mano al pecho e intentó retroceder, pero tenía compañeros detrás que no le permitían moverse. Entonces sintió que alguien le cogía de la mano. Vio que era Fede que le sonreía como siempre y eso le hizo calmarse un poco.

—Tranquila. ¿Puedes respirar bien?

—Creo que me está dando un ataque de ansiedad.

—Toma, respira en esta bolsa. —Fede le entregó una bolsa de papel de las que utilizaban para que la gente pudiese llevarse las sobras—. Y agáchate un poco, te vendrá bien para no marearte.

Mónica obedeció, sintiendo la calma que le daba tener la mano de Fede en la espalda. La gente se estaba empezando a poner histérica. Los gritos eran continuos y sentía los empujones desde atrás de los que intentaban alejarse lo máximo posible del fuego. Hasta la voz de Lucas se alzaba desesperada preguntando quién tenía la llave del local. Se encontraba más atrapada e intentó levantarse, pero algo se lo impedía. Entonces sintió como alguien se acercaba a su rostro desde atrás y le susurraba en el oído.

—Lo siento.

Sintió el frío metal en su cuello y el dolor de la herida comenzó a consumirla antes de comprender lo que había pasado. Se llevó las manos a la garganta mientras caía al suelo, desangrándose. Ni siquiera podía gritar y la gente no se daba cuenta de lo que estaba pasando, preocupados por salir de esa sala lo antes posible. Lo último que vio Mónica antes de cerrar los ojos para siempre fue la sonrisa de Fede. Esa sonrisa que tanto la había ayudado.

Fede actuó rápido. Soltó el cuchillo sabiendo que nadie podría relacionarlo con él, ya que llevaba guantes al igual que todas las personas que habían salido de la cocina. Se apartó de Mónica todo lo que pudo y comenzó a llamar a Lucas.

—Aquí tengo las llaves —dijo agitándolas—. ¿Por qué está la puerta cerrada?

—No lo sé —contestó Lucas que sudaba como siempre que se ponía nervioso—. Rápido, lánzaselas a Rebeca que está en la puerta.

Fede sí sabía por qué estaba cerrada. Lo tenía planeado, era lo primero que hizo tras recibir el mensaje. Lo había hecho disimulando mientras coqueteaba con Rebeca, que se encargaba de recibir a los clientes. El tiempo volaba y él solo había dispuesto de diez minutos. Lo logró por muy poco. Cuando consiguieron abrir la puerta la gente comenzó a salir.

Tenía preparado como crear un cortocircuito en el horno desde hacía mucho tiempo y siempre llevaba el móvil con él en modo vibración en un bolsillo interior de la chaqueta de trabajo que él mismo se había confeccionado. Solo tenía que esperar a que le tocase. Ya empezaba a pensar que no le iban a convertir en Sexto nunca, que tendría que continuar con el teatro e intentar sacarle algo a Mónica cuando ganase. O que alguien, al final, consiguiese adelantarse. Mónica, pobre ingenua, creía que nadie lo había intentado, pero sí lo habían hecho. Solo que Fede había logrado boicotear a todos con artimañas. Algunas habían sido más difíciles que otras, pero lo consiguió. Se sentía muy orgulloso, sobre todo de haber circulado el rumor de que había sido un Medio demasiado altruista para vivir solo del premio. Darle las propinas a Mónica le había costado más de un día sin poder comer, pero merecía la pena para ganarse su confianza.

Al final, había sido mejor que pasase tanto tiempo para poder madurar el plan que llevaba preparando desde que entró a trabajar allí y conoció a Mónica.

Empezó a escuchar gritos desesperados, alguien pidió que llamasen a una ambulancia. El fuego ya estaba controlado y la gente era demasiado curiosa. Se veían flases de móviles echándole fotos al cuerpo de Mónica que luego se compartirían en las redes sociales. Sabía que una distracción era la mejor idea: cuando el fuego empezó y cundió el pánico por la puerta cerrada, la gente estaba demasiado ocupada mirando al frente y buscando su propia seguridad, lo que hizo que nadie se diese cuenta de una mujer que se desplomaba. Ahora que todo había pasado, Fede se encontraba lo suficientemente lejos como para no ser el primer sospechoso con docenas de personas en el local y además sabía que no era el único que llevaba el móvil encima del personal. Casi todos lo tenían.

—Fede, creo que es Mónica —le dijo Lucas con cara de preocupación.

Ahora tenía que interpretar a toda costa el papel de su vida, el de amigo desesperado. Solo durante veinticuatro horas. Incluso podía tener suerte y que sus compañeros hablasen de su relación platónica, lo que acabaría por descartarlo. Ya quedaba menos. Su gesto se volvió desesperado, reaccionando al comentario de Lucas.

"Allá vamos" pensó mientras corría hacia el cuerpo de su antigua amiga.

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