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Dicen que con la edad uno se vuelve más sabio. Que aprendes a aprovechar las pequeñas cosas, las experiencias te ayudan a ser mejor persona y a saber que los errores son solo tropiezos en el camino de los que te puedes recuperar y salir más fortalecido.

Estas cosas María no las había aprendido aún. Bueno, Mery, como le gustaba que la llamasen. Odiaba su nombre. Y como aún no había tenido tiempo de comprender todo esto, se puso muy contenta cuando uno de sus regalos al cumplir los dieciocho años había sido un mensaje con una promesa de diez millones de euros si ganaba. La primera de sus amigos en ser un Medio. El Medio de las once.

Lo de ser la primera de su grupo de amigos no era tan especial como a ella le gustaba creer. Mery pensaba que era porque hasta el azar creía que es especial. Pero, en realidad, si hubiese pensado un poco, sabría que el motivo real se sustentaba en que era la única mayor de edad de su grupo. Porque Mery había repetido dos veces y seguía asistiendo al instituto, cosa que normalmente le encantaba. Se sentía muy especial siendo la popular, la fuerte. Era lo que solía pasar con los repetidores, pero ella además tenía un magnetismo adquirido tras muchos años resaltando sus puntos fuertes y escondiendo los pocos defectos que ella pensaba que tenía. Aunque después de tanto tiempo representando ese papel ya le salía de forma natural. Y esa mañana, dos meses y tres días después del mensaje, se sentía especialmente feliz.

Por ahora no había tenido ningún contratiempo. Su hora coincidía los días de clase con el almuerzo que pasaba siempre con su grupo de amigos en la cafetería del instituto. Y los fines de semana no le preocupaban nada, ya que sus padres la adoraban y era hija única. Además, al ser miembros de la Asociación Nacional del Rifle, podían protegerla sin problemas.

En el instituto llegó a dudar algunas veces. Durante su hora, sobre todo al principio, cuando oía sonar un mensaje cerca no podía evitar mirar por si el receptor se había convertido en Sexto y estaba pensando cómo podría asesinarla delante de todos y que no le pillasen. Pero con el tiempo fue acostumbrándose y los últimos días no hacía caso nada más que a sus compañeros y a su teléfono. Era un buen plan. Allí, rodeada de tanta gente y en la mesa central del comedor, donde nadie se atrevía a hacerle nada. Con otras cien personas cerca y protegida por sus amigos.

Su despreocupación no era tan grande. De algunas cosas sí seguía pendiente. Por ejemplo, siempre traía la comida de casa y no se separaba de ella. Cualquiera podría envenenar el almuerzo de la cafetería sin mucho problema. Y tampoco salía mucho al patio. Al aire libre se sentía más vulnerable.

Ese día comenzó como todos los demás. Primero, y lo más importante nada más abrir los ojos, era coger el móvil, todo el mundo lo sabía. Mery se dejaba el sonido puesto por las noches por si surgía alguna emergencia, como que a Lucía le dejase Rubén por decimocuarta vez. Al día siguiente, normalmente, lo arreglaban. Si no, se podía comprobar mirando si Rubén estaba sentado en la mesa con ella o con los compañeros del equipo de fútbol.

Esa noche, sin embargo, no surgió ninguna emergencia. Así es que Mery comprobó sus notificaciones en Instagram. Decenas se acumulaban por las mañanas en su aplicación, sobre todo de sus seguidores más salidos o de distinta zona horaria. Una de las principales normas de Mery para mantener su estatus era subir al menos tres fotos al día, todas sugerentes e incluso algunas demasiado explícitas para alimentar a sus más de diez mil seguidores.

Revisó después sus mensajes sin mucho ánimo. Tenía varios de Félix deseándole un buen día y diciéndole lo mucho que le quería. Y también de Álvaro, pero estas no eran más que fotos de él desnudo que le mandaba todas las mañanas.

Mientras se lavaba la cara y comenzaba a preparar su maquillaje pensó en lo difícil que era mantener dos relaciones. Félix era su novio, el capitán del equipo de fútbol del instituto y el más popular, motivos de peso por los que a Mery le gustaba estar con él. Era cariñoso y atento, pero no eran cualidades que a ella le pareciesen importantes. Sin embargo, Álvaro era un volcán. Con él se divertía de verdad, sobre todo bajo las sábanas o en el asiento trasero del viejo coche de sus padres. Pero si quería seguir manteniendo su posición social tenía que estar con Félix y a Álvaro no le importaba. Él tampoco esperaba mucho de su relación. Solo quería pasarlo bien.

Cuando acabó con el maquillaje pasó al pelo. Era una parte muy importante de la rutina diaria. Debido a los productos que se echaba constantemente no necesitaba muchos arreglos al levantarse, pero un mechón mal colocado marcaba la diferencia. Y por fin llegó la hora de vestirse. La única parte buena de madrugar. Así podría estar el tiempo que quisiese mirando su gran armario e incluso probarse varios modelos antes de salir para clase. Porque Mery nunca desayunaba. Su regla de oro era que había que mirar cada caloría. Tras varios intentos fallidos y algún que otro descarte por ser parecido a lo que llevó el día anterior, al fin se decidió por unos vaqueros ajustados y una blusa bastante escotada.

Salió de casa despidiéndose de su madre sin mucha ceremonia y cogiendo el almuerzo de la cocina. No era gran cosa, pero servía como excusa para estar con sus amigos en la hora de la comida. Mery ingería a diario lo justo y necesario para vivir.

Félix le recogió en su moto. Era otra de las ventajas de salir con él. A pesar de sus dieciséis años sabía conducirla perfectamente y el vehículo era una maravilla. Sus padres eran los más ricos de la zona. Su empresa tecnológica estaba en auge y vendieron varias aplicaciones que les reportaron beneficios millonarios. Félix era hijo único y heredaría toda esa riqueza, recordó Mery al verlo en la puerta de su casa. Debería ser más cuidadosa con lo de Álvaro. Creía que Félix no sospechaba nada, comía de la palma de su mano. Pero podría ser un problema para su futuro juntos. Tendría que prescindir de Álvaro o buscarse a alguien fuera de su círculo de amigos.

—Buenos días, guapa. ¿Qué tal has dormido? —preguntó Félix.

—Genial. Como siempre —respondió Mery mientras subía a la moto y se ponía el casco—. Date prisa que llegaremos tarde a primera hora y paso de que me pongan otra amonestación. Queda poco para acabar el curso.

El instituto no estaba lejos de la casa de Mery y Félix tenía que dar un buen rodeo para recogerla, pero quería que fuese a por ella y para Félix sus deseos eran órdenes. Le sentaba bien aparecer en la moto ante la mirada atenta de sus compañeros.

Nada más llegar al camino de la puerta del centro dejó a Félix hablando con sus amigos. Más adelante se encontró con Lucía y Vera, que la esperaban siempre para entrar a clase. Iban un poco apuradas, pero consiguieron llegar a tiempo. Se colocaron en su sitio, en la última fila. El mejor lugar de la clase, porque pasaban desapercibidas y podían mandarse mensajes a través del móvil, además de revisar las redes sociales. Más aún en la clase de Literatura, que les parecía un completo aburrimiento.

—Mery, ¿puedes atender, por favor? —gruñó Juan, el profesor de Literatura y orientador del instituto—. Si no, os tendré que quitar a las tres los teléfonos. Y esta vez va en serio.

—Lo siento, profesor —contestó Mery con su mejor sonrisa—. Era un problema familiar, pero ya tiene toda mi atención.

—Eso espero —respondió Juan un poco más calmado al tiempo que sus facciones se suavizaban en respuesta a la sonrisa de Mery, que creía sincera—. Ya sabéis que este tema es muy importante y entrará en los exámenes finales.

Mery puso los ojos en blanco a la vez que Juan se giraba para seguir escribiendo en la pizarra un resumen soporífero de algún libro que no les serviría de nada en un futuro. Sus amigas dejaron escapar una pequeña carcajada, pero el profesor pareció no darse cuenta. Mery sabía por qué se reían. Juan siempre había tenido predilección por ella, confundida por Vera y Lucia con una atracción sexual, cosa que Mery había contribuido a alimentar aunque sabía que no era verdad. La realidad era que Juan era un buen orientador y siempre había querido ayudarla. Recordaba aún su conversación cuando se enteró que era una Medio. En esos momentos, Mery sintió una punzada en el estómago. No le había gustado esa charla. Le incomodaba que los adultos se dirigieran a ella como si fuese una niña, con condescendencia. Ya era mayor de edad y ser una Medio lo confirmaba. Aún así, su conversación no terminó tal como Mery esperaba.

Fue a los tres días de recibir el mensaje. Toda su familia ya lo sabía. Temían por ella, pero también se sentían orgullosos. Su pequeña era una chica fuerte y saldría de esta, de eso no tenían duda. Sus padres siempre pusieron muchas esperanzas en ella. Todo lo que hiciese les parecía bien: repetir curso, salir de fiesta, beber... Creían firmemente en sus métodos educativos y en que su única hija no cometía errores, solo cambiaba de camino. Aunque eso no importaba, porque al final triunfaría. Mery siguió siempre ese mantra.

En el instituto, a los dos días lo sabía todo el mundo y Mery se sentía genial. Quitando los momentos de tensión que vivía durante su hora de Medio, casi todos la miraban con admiración. Sus amigos y amigas fueron los primeros en felicitarla y después otros compañeros se acercaban tímidamente. Pero, en general, su popularidad había aumentado y lejos de crearle más presión social, Mery estaba encantada.

Entonces llegó el momento. Pocos alumnos del instituto habían sido Medios. Algún profesor y gente de ciclos superiores, pero nunca una alumna de bachillerato. El centro tenía un protocolo muy escueto y claro para estos casos, que aprobaron la primera vez que apareció un Medio en el instituto. Entre las medidas de seguridad y vigilancia para Medios y posibles Sextos, se encontraban charlas mensuales con el orientador del centro, Juan. Aunque, después de la primera, Mery no volvió. La segunda había conseguido evitarla y no pensaba asistir a la tercera, eso lo tenía claro. No le gustaba.

Lo primero, le hacían ir durante su hora de Medio, cosa que además de darle un poco de miedo por tener que dirigirse sola al despacho, le disgustaba. Porque en la cafetería aún era una novedad para todos, lo que suponía ser el centro de atención y tenía muchos testigos. Se presentó en el despacho de Juan con mal humor y deseando que pasase rápido la reunión para volver con sus amigos.

—Hola, Mery. Gracias por venir. Por favor, siéntate.

—Tampoco es que tuviese elección, ¿verdad? —Mery se acomodó en la silla situada enfrente del escritorio. Su pose exteriorizaba sus sentimientos: brazos y piernas cruzadas, intentando expresar que no quería estar allí.

El despacho era muy austero o eso le pareció a Mery, aunque ella lo describiría como aburrido. No tenía más que una mesa y dos sillas enfrentadas a su butaca. En la mesa solo un ordenador y un par de fotos que no alcanzaba a ver. El resto del mobiliario estaba formado por una pequeña estantería con unos libros de consulta, como un diccionario y varias obras de psicología. No se sorprendió al ver entre ellos un par de Jorge Bucay. Cómo los detestaba. Solo una pequeña ventana iluminaba la estancia, pero era suficiente porque daba a la zona del campo de fútbol. Juan se inclinó hacia ella mientras rascaba su abundante barba canosa, a pesar de no contar con mucho más de treinta años.

—Mery, quiero contarte una historia.

—¿Es necesario? De verdad, ya me han hablado mis padres de todo lo que tengo que saber. Tendré mucho cuidado. —Mery bufó y apartó un mechón de su cara —. Y aunque no lo tuviese, no es de su incumbencia.

—Bueno, pero esta charla es obligatoria y da la casualidad de que te tengo aprecio. Eres una persona muy lista que descuida sus estudios en favor de su status social. Así que sé que en el fondo sabes lo grave de esta situación, aunque no lo exteriorices.

Mery se ruborizó un poco. Intentó disimularlo fingiendo que buscaba el móvil en el bolso, pero no le dio mucho resultado. Estaba acostumbrada a toda clase de cumplidos sobre su físico, ropa y maquillaje, pero pocos eran los que apreciaban su inteligencia.

—Mery, esto es serio. Mucha gente ha muerto en este juego. Y sabes tan bien como yo que no es tan fácil ganar.

—¿Ya está? ¿Esa es la historia? Me alegro de haber tenido esta conversación con usted, profesor.

Intentó que su respuesta finalizase la conversación para poder volver con sus amigos, dónde se sentía más segura. Los cambios en su rutina no le gustaban nada, por algo el repetir tantas veces en el instituto le había dado más satisfacciones que dolores de cabeza. Hizo ademán de levantarse, pero Juan alzó la mano indicándole que parase a la vez que le enseñaba una de las fotos de su mesa.

—¿Ves a esta chica? —comentó Juan mientras Mery volvía a sentarse y tomaba la fotografía entre sus manos.

Era una chica guapa. Joven, no tanto como Mery, pero sí más que Juan. Sonreía a la cámara mientras los rayos de sol caían sobre su rostro. Estaba en uno de los parques públicos de la ciudad en primavera, pues se veían los edificios a lo lejos. Parecía feliz.

—Muy guapa. ¿Quién es? —preguntó Mery un poco intrigada por el giro en la conversación.

—Es mi hermana. Esta foto la tomamos hace muchos años. Puede que de las últimas veces que fue feliz. Pasamos un día estupendo de picnic en el parque.

—Qué historia tan enternecedora. Pero, de verdad, tengo prisa y...

—Ahora también es feliz o eso dice. Después de tantos años sufriendo, consiguió ganar el juego.

—¡Oh! —La cara de Mery cambió y repentinamente se interesó por el tema—. Entonces no es tan difícil como usted dice. Y ¿cómo lo consiguió? ¿Tuvo que quedarse encerrada en casa? Yo no creo que eso me funcione, mi plan también es bueno...

—No me he explicado bien. Ganó el juego matando a su pareja. Lorena fue un Sexto.

Mery dejó caer la foto en la mesa. Juan la cogió y la colocó de nuevo en su sitio. Estaba paralizada por la sorpresa. Por mucho que intentase ocultarlo, escuchar historias de muertes de Medios seguía afectándola.

—Esteban, su novio, era el Medio. Lorena le envenenó cuando quedaban pocos días para cumplir el año.

Mery abrió su bolso, sacó una botella y bebió un poco de agua. Notaba la garganta seca. Juan cruzó los brazos por encima de la mesa. El tono de la conversación no parecía agradable para ninguno de los dos.

—Lorena se libró. No encontraron el cadáver hasta el día siguiente, pasadas las veinticuatro horas. No pudieron investigarla. La encontraron sentada en el sofá tras llamar ella misma a la UPM.

—Pero ¿su marido no trabajaba? En la empresa sabrían que él era un Medio. Tendrían que haber avisado antes a la UPM si no aparecía.

—Sí lo sabían. Igual que sabían que Esteban era un capullo que maltrataba física y psicológicamente a mi hermana. Cuando la brigada les preguntó, dijeron que el día de antes Esteban había pedido el día libre por asuntos propios. No pudieron demostrar lo contrario. —Juan respiró y revisó el cajón de su escritorio—. Lorena consiguió el premio y se fue a vivir lejos. No quiere decirnos dónde está. Nos escribe de vez en cuando y nos cuenta que se encuentra bien. Pero yo no la creo.

Ya más tranquila, Mery consiguió recomponerse y exhibir su fachada de "no me importa nada". No podía dejar que la historia del profesor la amedrentara. Nadie podría con ella cuando estaba en su mejor momento y con opción a ganar un gran premio que solucionaría todos sus problemas. Miró a Juan directamente a los ojos intentando no desviar la mirada.

—Una historia con final feliz. Pero no tiene nada que ver conmigo. Yo no soy una capulla maltratadora como su cuñado. A mí nadie me odia tanto —dijo mientras, esta vez sí, se levantaba dispuesta a volver al comedor.

—¿Crees qué Esteban lo sabía? Si hubiese sido así, habría tomado precauciones. No era tonto. Simplemente confiaba demasiado en sí mismo. Creía conocer a todos sus enemigos y mantenerlos a raya, pero eso no pasó.

Mery dudó justo antes de coger el pomo de la puerta. Ya no quería seguir manteniendo esta conversación. Temía que le diese un ataque de ansiedad en cualquier momento.

—Adiós, profesor. Gracias por la charla.

—Mery, un momento.

—¿Sí? —preguntó Mery dándose la vuelta.

El profesor tenía cara de preocupación, cosa que asustó un poco a Mery. Le enseñaba la pantalla de su móvil. A pesar de la distancia, pudo reconocer su foto. Era un mensaje convirtiéndolo en Sexto.

—Ten mucho cuidado, por favor.

Mery abandonó el despacho precipitadamente, aún temiendo el ataque de ansiedad que afloraba en su pecho.

Agradeció poder terminar la clase al fin. Sus recuerdos no la hacían sentir cómoda y ya quedaba menos para poder almorzar. Ese día tenía hambre, así que cuando pasó el tiempo y se dirigió con Vera y Lucía hacia el comedor le invadía cierta tranquilidad. Ya era su hora, pero estaba rodeada de gente y eso le transmitía seguridad. Juan solo quería convertirla en una paranoica. Ella no tenía enemigos mortales, menuda chorrada.

Llegaron al comedor como cualquier otro día. En fila, con Mery en medio, las tres con la cabeza bien alta. Quizás fuese el destino que las tres inseparables amigas tuviesen el pelo de un color diferente. O quizás Mery había forzado a Lucía a oscurecer su tono. Le parecía más apropiado para ella. Aunque a Lucía no le hacía mucha gracia, admitía que le daba un plus de espectacularidad al grupo y eso era lo que importaba.

Llegaron a la mesa y se encontraron con Félix y Rubén ya sentados. Las tres tomaron sus respectivos asientos desde dónde veían todo el comedor.

—¿Quieres qué te traiga algo, cielo? —preguntó Félix.

—Creo, de verdad, que cada día eres más tonto —contestó Mery—. Ya sabes que no.

—Es verdad. Lo siento.

Solo que a Mery no le dio la sensación de que de verdad lo sintiese. Podría ser por su tono de voz. O esa mueca que se le dibujó durante un segundo en su cara. Pero daba igual, tenía que relajarse. Luego le pediría disculpas por decirle la verdad. Tampoco le apetecía estar enfadada hoy. Además, tenía que volver con él a casa.

Sacó su almuerzo de la mochila: un bol con ensalada césar, un poco de salsa y la botella de agua. Seguía teniendo un poco de hambre. Removía la ensalada mientras se fijaba en Álvaro, que estaba pidiendo la comida en la cafetería del fondo del comedor.

—Pues sí. El otro día al estúpido de mi padre no se le ocurrió otra cosa que...

La voz de Vera, tan chillona, se le metía en la cabeza. Aún así, consiguió ignorarla. En esos momentos miraba los rizos perfectos de su compañero, su sonrisa al hablar con todo el mundo, aunque casi nunca decía cosas agradables, y como acariciaba su barbilla mientras lo hacía. Le encantaba. Qué pena que Félix no fuese como él. También era guapo y tenía buen cuerpo, pero le faltaba esa luz. Estaba al lado de Álvaro en la fila, de espaldas a ella y aunque era más grande que él, parecía ocupar menos.

—¿Tú qué piensas, Mery?

—¿Eh? Igual que tú, ya lo sabes.

No la había escuchado, pero sabía que era lo que Vera quería oír. Tal vez Mery debería haber estado más atenta en vez de andar ensimismada mirando a Álvaro. O tal vez darse cuenta que Álvaro no hablaba con la cocinera. Esa sonrisita se la dirigía a Félix, que se dio la vuelta rápidamente con la bandeja en la mano y caminó hacia la mesa. Si Mery hubiese mirado a Félix y no a Álvaro, que le mandaba un saludo a lo lejos, hubiese visto como este se acercaba con el gesto torcido y la mirada fija en ella. Agarraba la bandeja de comida con más fuerza de la necesaria y se colocó detrás de Mery que notó su presencia, pero pensó que iba a sentarse a su lado a disculparse. Sin embargo, Félix volcó su bandeja con las albóndigas en salsa, el pudin e incluso los cubiertos encima de la cabeza de Mery.

—¡Dios! ¿Pero qué te pasa? ¡Eres estúpido!

Vera se apartó corriendo de ella, Lucía se acercó a Rubén mientras se limpiaba, sin éxito, restos de salsa en los pantalones. El grito de Mery había hecho que todo el comedor se volviese hacia ellos. Se levantó rápido dispuesta a golpear a Félix con todas sus fuerzas, pero se contuvo. Vio la expresión en su rostro y esto la asustó. Nunca la había mirado así, con ese odio. Incluso pensó que le parecía más atractivo que nunca. Intentó serenarse y evitar que aquello fuese más vergonzoso. Félix empezó a hablar, pero hubo algo que lo cortó. Sonó un mensaje en su móvil. Lo miró y de repente su expresión cambió. Todos sus amigos, mejor dicho, todo el comedor, habían sacado sus teléfonos móviles. Estaban grabando, tomando fotos o comentándolo con alguien.

—Lo siento Mery. Me he pasado. Estás perdida, ven conmigo al baño y te ayudo a limpiarte.

—¿Por qué has hecho esto?

—Álvaro me ha contado que se acuesta contigo y le he creído. Lo siento mucho, amor. Sé que nunca me harías eso. Por favor, perdóname. No sé qué me ha pasado. —Su voz sonaba demasiado centrada. Ya no había odio en sus ojos, pero era extraño. Se estaba comportando de una manera muy rara.

—Pues Álvaro te ha mentido. Nunca he tenido nada con él. Solo está celoso. —Maldito sea, pensó, tendría que hablar con él más tarde. Creía que las cosas habían quedado claras entre ellos, pero parecía que no.

—Tienes razón, cariño. Vente al baño conmigo y te ayudo.

—¡No!

Mery fue tajante y se soltó de su brazo, que él había agarrado en algún momento. Era por su mirada, pero sobre todo por ese mensaje. Su cara había cambiado cuando lo leyó. Era un Sexto, lo sabía. Y quería llevársela al baño para acabar con ella sin testigos. No iba a permitírselo.

—¿Por qué no? No te enfades, por favor. Te recompensaré.

Esa insistencia no hizo otra cosa que ponerla más nerviosa. Recordó la historia del profesor. Si ella había matado a su novio con el que había compartido tantos años ¿por qué no iba a hacerlo Félix? Le había explicado que lo de Álvaro era mentira, pero seguro que no le había creído. ¿Cómo había podido ser tan confiada?

—Félix, no pasa nada. Estoy bien —dijo Mery intentando sonar lo más serena posible, aunque no surtió mucho efecto—. Ya me cambiaré cuando pase la hora.

—Eso es una tontería, Mery. ¿Qué te pasa? No puedes estar así hasta que acabe la comida.

Mery, con sus sospechas más confirmadas, se alejó un poco de él. Sintió como todo el comedor seguía con la mirada fija en ellos. Les encantaba el drama. En un rato la escena estaría colgada en todas las redes sociales. Vio incluso a Víctor, del diario online del instituto, que tomaba fotos. A lo mejor quería una entrevista en exclusiva, pensó Mery mientras soltaba una risita nerviosa.

—¿Estás bien? —preguntó extrañado Félix—. Vamos, te llevo a casa a descansar. De verdad que lo siento.

—¡Te he dicho qué no! —gritó Mery. Ya no podía contenerse más. ¿Es qué creía que era tonta?

—Pero...

—No hay peros. Sé lo que intentas, no te va a servir. ¡Sí! Me tiro a Álvaro. Y es mejor que tú. Debí dejarte hace mucho tiempo. Y ahora este burdo intento de...

Todo el mundo se quedó en silencio. Mery calló al ver de nuevo un cambio en la cara de Félix. Antes le había parecido que estaba furioso, pero estaba equivocada. Ahora sí que estaba furioso. Lo de antes, comparado, parecía solo incredulidad.

—¿Cómo? —preguntó Félix apretando los puños.

—Ya me has oído. He visto la cara que has puesto cuando has leído el mensaje que te han mandado después de tirarme la bandeja. Eres un Sexto, no lo intentes esconder. No voy a ir contigo a ningún sitio.

Félix no contestó, pero Vera se acercó a su lado y le dijo claramente:

—Hazlo

Mery se quedó de piedra, no entendía nada. Vera era su amiga de toda la vida, ¿en qué estaba pensando? Seguro que no lo había escuchado bien.

—Félix, te apoyamos. Tenemos poco tiempo, nadie dirá nada. Repartiremos el dinero. Es ahora o nunca.

El que hablaba era Rubén, al que tanto había ayudado durante estos años. Si no fuese por ella, Lucía le habría dejado hace mucho tiempo.

—Te cubrimos. De verdad —dijo Lucía.

"¿Quién más se quiere unir?" Pensó Mery. Derrotada, se sentó en la mesa. Toda su vida se había derrumbado. Allí, en el comedor del instituto, llena de albóndigas en salsa que goteaban desde su pelo. Con la mirada perdida, escuchaba de fondo a todos sus compañeros debatir. Unos querían hacerlo y repartirse el premio. Alguno la defendía, pero era solo una débil voz en el murmullo de la gente. No sabían lo que decían, estaban ciegos de odio acumulado hacia Mery durante años. Y también por la promesa del premio. La moral de los adolescentes era fácil de comprar. Mientras todos discutían, Félix se acercó a ella. Agachado, con los ojos anegados en lágrimas le enseñó su móvil. En él se leía un mensaje con la hora a la que comenzó la discusión.

"Soy Álvaro. Tío, que era broma. No estamos liados. Tranquilízate"

Mery miró hacia el fondo del comedor, donde Álvaro seguía. Le sonrió desde allí mientras se encogía de hombros. Alguien había avisado a los profesores, que estaban empezando a dispersar el tumulto. Cada uno volvió a su asiento, menos Vera, Lucía y Rubén, que se cambiaron de mesa sin hablar, con la cabeza agachada.

—Lo siento —murmuró Mery.

Pero Félix ya no la escuchaba. Sin que se diese cuenta había salido por la puerta que daba al pasillo. Su lugar lo ocupó Juan, el orientador.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Mery rompió a llorar y se abrazó al profesor, al que no parecía importarle que estuviese cubierta de salsa. Mery pensó, entre sollozos, que las cosas van a tener que empezar a cambiar. Suspirando, consiguió contestar.

—No. 

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