Demian: Fuego Y Muerte.

Perseguir a Seraphine fue una terrible idea, pero ya no puedo regresar. Impacto en el lado enemigo, con mis poderes provoco una onda expansiva que derriba a unas diez catapultas. Me duplico veinte veces y mis clones empiezan a combatir a muerte con los soldados enemigos. Algunos poseen ultra fuerza que logran derribar a mis clones. Siento el dolor, aunque eso no importa porque tengo que seguir adelante. Tomo una espada y empiezo a matar a cuanto idiota se me cruza al frente. Mis clones repiten mi acción y en total somos veintiuno peleando contra cien.

Los sabuesos de mi padre logran derribar a un buen número de soldados, ellos reconocen mi olor y me protegen mientras que combato. Corro fuera del fuego y me impulso en el aire y vuelvo a caer para crear una nueva onda expansiva y derribarlos. Mis clones van cayendo y yo me debilito, pero no puedo doblegarme, eso significaría mi muerte. Devuelvo a todos mis clones, es mejor pelear yo solo y fuerte. Utilizo mi magia para destruir la artillería, aunque el fuego de algunos dragones se revierte y atacan por estos lados.

Me impulso por los cielos para escapar de los soldados de la luz, un buen número del ejército de mi primo Cosmo se infiltran en las fuerzas enemigas. Logro verlo, pero huyo rápido de la escena. Con tan solo mi presencia en este campo de batalla, significa mi muerte. No por los seres de la luz, sino por mis propios padres. Ellos dejaron bien claro que tenía que quedarme en la capital, pero mi sueño era claro, tenía que estar con Seraphine al momento de la batalla. Aunque claro, perseguirla por ese portal no formaba parte del sueño.

Me quedo en tierra mientras que peleo en compañía de los sabuesos, ellos son heridos, pero nada los detiene a no ser que los consuma el fuego. Un buen número cae mientras que yo mato a diestra y siniestra. Los soldados enemigos me están atacando con fuerza, logran herirme en los costados con sus espadas, pero mi carne se regenera. Ventajas de ser hijo del dios de la muerte.

Brinco por encima de sus cabezas y las decapito. Corro huyendo de los soldados, pero un grupo me rodea. Solo me protegen cuatro sabuesos, algunos no tienen cabeza, cola, o patas, pero igual están firmes.

—Vamos contra ellos —les ordeno y me multiplico por cinco. Atacamos a los soldados, ellos queman a mis sabuesos y a mis clones. Grito de dolor, si uno es quemado, a todos nos queman.

Un soldado logra apuñalarme en el costado, maldigo del dolor. Pero igual continuo, el dolor pasa de lado cuando tienes a un grupo de rabiosos soldados a punto de matarte. Libero mi magia y los ataco alejándolos de mí para correr para refugiarme, pero no encuentro ningún lugar. Todo está en llamas, los soldados o me ignoran y corren a su muerte segura o me persiguen. Intento perderlos, pero he perdido mucha sangre y no me regenero con la misma velocidad que la de mi padre. Ya no puedo liberar a más clones, eso me mataría.

Se ven disminuyendo el número de los soldados enemigos, pero todavía quedan los dragones y queman todo a su paso, no importa que lado estés, habrá fuego y muerte donde te encuentres. Los sabuesos de mi padre me encuentran y hacen un circulo a mi alrededor.

—Ataquen a esos idiotas, no se preocupen por mí —les ordeno, pero no se mueven en lo absoluto. Sus ojos se encuentran completamente negros. Los cadáveres de los soldados tanto oscuros, como enemigos se empiezan a levantar—. Maldición.

Ahora sí vendrá el verdadero baño de sangre. Con las pocas fuerzas, me impulso hacia el cielo y me alejo lo más rápido de allí. Los cadáveres, solo tienen una orden. Maten a cualquier cosa viva que tengan al lado. Los soldados enemigos gritan por la matanza que genera el dios de la muerte. Logro apuñalar a un dragón y me aferro. Me impulso y me monto como sea a su cola, un jinete me ve y empieza a lanzarme bolas de fuego. Las esquivo como puedo, arranco la espada y la sostengo firme para defenderme. Pero no es necesario porque una gran lanza atraviesa el pecho del jinete y aparece Aurora, ella corre por el lomo del dragón y me toma de la mano.

—Salta —me ordena y saltamos los dos. Caemos a su dragón que se encuentra el señor Tristan manejándolo.

—¿Qué hacen aquí? —les pregunto cuando ya nos encontramos sentados en el lomo del dragón blanco, el cual empieza a escupir hielo—. A buena hora que empieza a escupir hielo.

—No te quejes —me recrimina Aurora. Cruzamos los cielos ayudando a recuperar a las sacerdotisas heridas.

Volvemos al campamento y bajamos a cuatro sacerdotisas heridas. Las ayudamos a entrar a la enfermería.

—Ustedes dos vayan a traer a más heridos —nos ordena el señor Tristan, él se va a dentro de la enfermería porque se encuentra el rey Robert moribundo. Obedecemos y volvemos a montar el dragón de Aurora.

—¿No deberías estar allí a que te revisen? —cuestiona Aurora tomando la correa del dragón.

—Me regenero, lento, pero lo hago —le digo señalando mi costado ya cerrándose la herida—. Apaga el fuego.

—Vamos a recuperar sacerdotisas Demian, no a involucrarnos —me regaña Aurora. Surcamos los aires, ella me entrega una lanza para defenderme. El ambiente incluso es peor aquí arriba, el calor, los gritos, el caos reina.

Veo a mi madre luchando contra un dragón y ella me ve, palidezco. Ella destroza el dragón solo con el movimiento de un dedo. Atrapo a las sacerdotisas y ella ya está a mí lado.

—¡¿Qué carajos estás haciendo aquí?! —grita mientras que ayudamos a las sacerdotisas a acomodarse en el dragón.

—En el lado enemigo ya mi padre levantó a los cadáveres —grito para hacerme oír—. Desvía a los dragones del franco enemigo para que los cadáveres puedan atacar. Aurora y yo nos encargaremos de congelar el fuego y rescatar a las sacerdotisas heridas —obligo a Aurora a irse y mi madre asiente molesta. Escucho dar las órdenes a lo lejos.

Aurora y yo volamos con las sacerdotisas heridas, algunas se sanan entre ellas y vuelven a la contienda. Otras dos si están heridas de gravedad, regresamos al campamento y las bajo lo más rápido que puedo. El señor Tristan tiene una apariencia extraña y deforme, las sombras lo envuelven y este sale disparado al campo de batalla. Volvemos al cielo y el guardián de Aurora escupe hielo sobre el fuego, varios maestros fuego nos persiguen y yo me encargo de matarlos. Ya me recuperé casi en su totalidad y puedo volar. Con la lanza de hielo atravieso sus cuerpos y estos se congelan en tiempo record, sus cuerpos se fragmentan y caen, los dragones guardianes sollozan y las sacerdotisas pueden terminar de matarlos.

Vuelvo con Aurora que la persiguen tres dragones más grandes que ella, me impulso y choco con el dragón. Este no explota, pero me monto en su lomo, su jinete se levanta y busca darme pelea. Me golpea fuerte la cara y caigo de rodillas, le corto una pierna con una daga y este grita. Me levanto y le doy un codazo en el rostro y lo apuñalo con la misma daga en el pecho. El dragón se tambalea y le clavo la lanza de hielo. La arranco y salgo volando al siguiente dragón.

Veo que Seraphine aparta a otro dragón de Aurora. Procedo hacer lo mismo con este dragón. Seraphine guía a Aurora hacia el lado enemigo para apagar el fuego, las sigo cubriéndoles la retaguardia donde varios maestros fuegos intentan frenarlas. Le lanzo la lanza al pecho a uno de ellos y a otro le lanzo bolas de materias que poco daño hacen al ser consumidas por las llamas de su cuerpo. Maldigo, pero no me detengo, Seraphine se encarga de los maestros fuego de al afrente. La vista de abajo es peor, los gritos las masas de gente y de materia oscura arrasando a los seres de la luz, es espantoso. Prefiero mantenerme arriba y pelear.

Aurora, Seraphine y yo logramos pasar las fuerzas enemigas y ya el ejército de mi padre ya ha arrasado una buena parte del enemigo. Los muertos pelean con toda fuerza viva que pueda, mi padre se encuentra moviendo a su ejército con sus manos, los sabuesos lo protegen mientras que la masa muerta y viva intentan derribarlo. Dejo a las chicas continuar con su batalla y me voy a tierra. Choco con el suelo a una distancia prudencial de mi padre, corro por el terreno calcinado, muerto y resbaladizo para llegar con él. Me encargo de pelear con los enemigos restantes que buscan llegar a mi padre. Los alejo con materia oscura, los sabuesos ya no pueden más y se derrumban, sus pocas extremidades buscan las extremidades de los muertos para poder regenerarse. Mientras que ellos se regeneran, yo peleo contra cualquiera que busca hacerle daño, aunque eso es imposible ya que está muerto. Pero de igual forma si se desconcentra, sus cadáveres se volverían contra todos nosotros.

Hay dragones cerca que escupen fuego, el calor se está haciendo insoportable, pero tengo que estar cerca de él. Los cadáveres van en aumento y los enemigos ya están empezando a darse a la fuga, pero los muertos le frenan el acceso. Algunos jinetes descienden del cielo y me ven con espada en mano.

—¿Qué esperan idiotas? —exclamo enojado. Cuatro contra uno, no hay mucho problema. Me multiplico cinco veces y mis clones y yo nos vamos a la carga.

Mis clones pelean con los maestros fuego, con mi espada apuñalo a uno por la cabeza y cae. Mis clones perecen al ser derribados por el fuego. Grito de dolor por las quemaduras. Peleo con mi espada, pero esta sale disparada lejos por el golpe de un maestro fuego. Cubro a mi padre y a mí del fuego de mis enemigos.

—Padre, este sería un buen momento para que pelearas —le digo, pero sigue en su trance. Los pocos sabuesos que quedan, son calcinados por el fuego de los jinetes.

El fuego se apaga abruptamente. Los maestros son masacrados por los cadáveres, me volteo y este sonríe con la mirada perdida.

—Idiota —mascullo, pero un cadáver me mira frunciendo el ceño.

—No te muevas de mi lado —habla el cadáver. Una buena masa de cadáveres se mantiene bloqueando la huida de las fuerzas enemigas restantes. Escucho que gritan varias órdenes, pero no comprendo cuales son.

Observo el cielo y ya se encuentra bastante despejado, solo quedan algunos dragones peleando entre sí.

—¿Ya terminó? —pregunto mirando a mi padre que ya vuelve a sí mismo.

—No —responde firme, pone su pesada mano en mi hombro—. ¿Tu madre sabe que estás aquí?

—Sí, creo que no me dejará salir de nuevo del palacio por un buen tiempo —respondo mirándolo, él es más alto que yo por una cabeza de diferencia.

—No la culparía —responde viendo que los seres de la luz se rinden ante la masa de cadáveres, y el ejército oscuro—. Pero tampoco me molesta que estés aquí, una batalla forja carácter y te abre la mente.

—Creo que se puede forjar el carácter de otra forma sin la necesidad del asesinato en masa —replico frunciendo el ceño.

—Un príncipe no solo es un muñeco encerrado en un castillo, también es un general, un guerrero, un asesino, un ladrón o político; todo con el fin del bienestar de su reino —responde observando como los seres de la luz suplican por sus vidas—. Mantén la vista hijo. Verás lo que les suceden a los herejes cuando cuestionan a sus dioses.

Un grupo de más o menos quinientos soldados enemigos se encuentran rodeados entre los cadáveres y el ejército oscuro conformado por distintos reinos. Escucho que los seres de la luz suplican por sus vidas, pero sus reclamos son ignorados porque son asesinados de la forma más brutal, desalmada y salvaje. Los gritos de hombres y mujeres suplicando piedad y perdón, pero son ignorados por la sed de venganza y furia de los soldados.

—Ya se rindieron —digo en voz baja.

—Ellos no te tuvieron piedad Demian, te iban a matar porque eres su enemigo. Solo mira hacia allá —señala al campo de batalla, todavía hay gente peleando—. Murieron buenos soldados oscuros, murieron por culpa de esos que están allí —señala al batallón siendo masacrados—. La guerra es cruel e injusta, pero necesaria para mantener la paz dentro del reino. Le demuestras a tus enemigos que, si atacan, serán masacrados y perseguidos hasta el lugar más recóndito del universo.

Intento agachar la mirada para evitar ver cómo mueren, sin embargo, mi padre me levanta el rostro y me obliga ver la escena.

—La próxima vez que pienses ser cruel, solo recuerda que eso es la verdadera crueldad —señala la masacre.

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