Prólogo

p r o l o g o  d e  l a  h i s t o r i a

La noche envolvía la calle Royal de Nueva Orleans en un manto oscuro, como una manta de terciopelo negro que ahogaba todo sonido y movimiento. En la habitación de Lily Monroe, la luz de una lámpara de araña de cristal proyectaba un resplandor rosado sobre las paredes y el techo, creando una atmósfera cálida y acogedora. Pero la niña de ocho años, con su rostro infantil y su cabello rubio trenzado, no podía disfrutar de esa sensación de paz. Yacía en la cama, inmersa en un sueño inquieto que la sumergía en una pesadilla desgarradora.

En la penumbra de la habitación, Lily se retorcía en su cama, como un pez atrapado en una red. Sus movimientos eran bruscos e incontrolados, revelando su angustia interna. Su rostro estaba cubierto de sudor, y sus ojos estaban abiertos de par en par, llenos de terror.

Pero los detalles precisos de la pesadilla permanecían ocultos, como un secreto a voces que susurraba en la oscuridad. Los horrores que la niña estaba presenciando en sus sueños eran demasiado terribles para ser expresados con palabras.

De repente, Lily emergió del sueño con un grito ahogado, sus ojos abriéndose de par en par. Su corazón latía con fuerza en su pecho, y su respiración era rápida y entrecortada.

Se sentó en la cama, mirando a su alrededor con ojos asustados. Reconoció el peligro en su pesadilla, pero el intento de escapar no fue completo. Todavía podía sentir el miedo y la angustia que la habían embargado en el sueño, y todavía podía ver las sombras que se movían en la oscuridad.

Estaba atrapada entre el sueño y la cruel vigilia, y no sabía cuál era el peor lugar.

La habitación, antes impregnada de tranquilidad, se volvió ominosa. Desde una esquina del techo, el fuego carmesí brotó, como una lengua de víbora venenosa, devorando todo a su paso. El calor era sofocante, y el aire se llenaba de humo y cenizas.

Lily se sentó en la cama, horrorizada. El fuego se acercaba cada vez más, y ella sabía que no tenía escapatoria. En un gesto desesperado, se cubrió los ojos con las manos, esperando despertar de esta pesadilla.

La pesadilla persistía, la habitación retorciéndose en sombras como un monstruo de tinta. Las formas se movían y cambiaban, distorsionando la realidad hasta que Lily no pudo distinguir lo real de lo irreal.

Temblando de miedo, Lily se envolvió en las sábanas, como si pudiera protegerse de las sombras. Anhelaba despertar de esta pesadilla interminable, pero sabía que no podría. Estaba atrapada en un mundo de oscuridad y terror. 

En la oscuridad, Lily esperó, pero una voz masculina, tenebrosa, resonó a su alrededor. Era una voz profunda y grave, como el rugido de un animal salvaje. Las palabras susurraban como un eco desde las profundidades de un abismo, pero Lily no podía entenderlas.

Se levantó de la cama, presa del pánico, pero la voz la seguía. Se acercó a la ventana, pero el cristal estaba empañado y no podía ver nada. Se volvió hacia la puerta, pero estaba cerrada.

De repente, la voz se hizo más fuerte. Lily sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho. Quiso gritar, pero no le salieron las palabras.

—¡Lily, ven a mí! —la voz susurró.

Lily se dio la vuelta y vio una figura oscura en la esquina de la habitación. La figura se acercó a ella, cada vez más rápido.

—¡No!— Lily cerró los ojos y gritó.

Cuando los abrió, estaba en su cama, envuelta en las sábanas. Las lágrimas caían por sus mejillas, pero esta vez no eran de miedo. Eran de alivio.

La puerta se abrió de golpe, revelando a la madre de Lily, con los ojos desorbitados de terror. Se acercó a la cama de su hija y la levantó en brazos.

—¿Qué fue lo que viste, cariño? —preguntó, con voz temblorosa.

Lily se aferró a su madre, sollozando.

—No sé, mamá —respondió—. Pero era horrible.

La madre de Lily la abrazó con fuerza, tratando de consolarla.

—No tengas miedo —susurró—. Estoy aquí contigo.

Pero Lily sabía que su madre no podía protegerla de lo que la perseguía en sus sueños.

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