CAPÍTULO 39
Hearts on fire-ILLENIUM
Narrado por Cassie
Cada día me veo más sobrepasada por la situación. Pensar que mi amiga podía morir fue un dolor tan intenso, que creo que no pude respirar con normalidad hasta que Lev vino a comunicarme las buenas noticias.
Ahora, casi una semana después, todavía me cuesta asimilar todo lo que está ocurriendo, todo lo que he descubierto. Todavía estoy esperando el momento en el que salga la cámara oculta o me levante de la cama y los últimos meses resulten ser solo un sueño.
Estoy caminando hasta casa de Jules, disfrutando del trayecto para aclarar todos mis pensamientos. Estos días me han servido para investigar por internet sobre la mafia rusa y todo lo que este me ha podido brindar. Aún no puedo creerme que Lev pertenezca a ese mundo y mucho menos que Katherine haga lo que dice que hace. Siempre he pensado que ocultaba cosas pero no imaginé algo como eso...
Diviso el porche de la casa de Jules y aferro la pequeña cajita que sostengo entre mis dedos. Pasteles de limón. Espero que a la señora Miller le hagan tanta ilusión como a mí comprarlos para ella. Toco el timbre y me remuevo expectante en el sitio. No tarda en abrirse la puerta, revelando a un Jules vestido con pantalones grises y una camiseta sin mangas. Mi mirada desciende por un momento al pequeño trozo de piel de su estómago que queda a la vista. Carraspeo mi garganta mientras aparto la mirada.
—¿Cassie? —dibuja una sonrisa. —No te esperaba por aquí.
—¿Molesto? Puedo venir en otro momento. —hago ademán de retroceder.
—Tú nunca molestas. —me agarra por la muñeca arrastrándome al interior. —¿Qué tienes ahí?
Levanto la caja de pasteles a la altura de mi cara y dibujo una pequeña sonrisa nerviosa.
—Pasteles de limón.
Su sonrisa se engrandece aún más. Su sonrisa siempre me ha encantado, pero ahora que sé todo lo que sacude su vida, la adoro aún más. Ver a Jules es como ver el sol en persona.
—No tendrías que haberte molestado. —comenta mientras se dirige a lo que supongo que es la cocina. —Se los llevaré luego, ahora está dormida.
Asiento y lo espero observando todo a mi alrededor. No hay cambios significativos con la vez anterior, puede que más papeleo en el recibidor y más olor a antiséptico. A pesar de ser buenos amigos, su casa es totalmente desconocida para mí.
Al cabo de unos minutos aparece Jules con dos pequeños platos en sus manos.
—Toma, tenía un poco y bueno...Tu favorito es el de chocolate, ¿no?
Coloca frente a mí un platillo con un trozo de pastel y sí, tiene razón, el pastel de chocolate es mi perdición. Podría comerme cientos de pasteles de chocolate enteros y nunca cansarme. Excepto ahora. Solo ver el plato frente a mis ojos hace que una sensación extraña me revuelva el estómago. Aparto la mirada del pastel.
—Sí, ya sabes que me encanta el chocolate.
Asiente mientras sonríe de forma tímida. Se lleva un pedazo de su trozo a la boca con ayuda de una cucharilla y cuando nota que no hago lo mismo con el mío, pone cara de extrañeza. Si quiere decir algo, no lo hace.
—¿Cómo está tu madre? —pregunto.
—Sigue igual, hay días en los que está muy cansada, como hoy. —veo que sus ojos viajan por un segundo a las escaleras. —Y hay otros días en los que parece tener más vitalidad.
Coloco una mano sobre su antebrazo intentando transmitirle, aunque sea una pizca de mi cariño. Me alegra sentir que tocarlo no me altera, que no hace que me den escalofríos fríos por la espalda o me falte el aire. Al principio esto era impensable y ahora cada día doy un pasito más al frente. Soy consciente de que estoy caminando por un camino largo, duro y repleto de altibajos.
—Tiene que ser muy duro.
—Lo es. —deja la cucharilla junto al plato y vuelve su cuerpo de forma que queda de cara al mío. —Voy a contratar a una enfermera para que se encargue de ella.
—¿Por qué?
Sus manos cogen las mías, acariciándolas con el pulgar de forma pausada y cuidadosa.
—Voy a ir durante un mes a un centro de desintoxicación.
Abro mucho los ojos por la sorpresa.
—Eso es...genial, ¿no?
—Quiero ser alguien mejor, lo que ha hecho mi padre no merece tenerme así. —asiento orgullosa de cada palabra. —Y sé que mi madre lo sabe, aunque no me lo diga y quiero que me vea bien. Siendo quien siempre he sido.
Sonrío de oreja a oreja y me lanzo a darle un abrazo con los brazos abiertos. Me recibe con gusto y me estrecha con fuerza, haciendo que mi cara se hunda en su pecho. Inhalo su aroma y me regodeo en sus brazos más de lo necesario, siempre me imaginé una escena como esta con él. Se siente mucho más íntimo que cuando mantenía mis sentimientos en secreto o al menos cuando pensaba que él no se había dado cuenta de ellos.
—Si quieres yo puedo venir también a estar con ella. —digo cuando nos separamos el uno del otro.
—Eso seguro que le encantará. —me acuna la mejilla. —Pero no es una obligación, no quiero que te sientas obligada a venir. Intentaré mejorar rápido, ya estoy en ello. Llevo un mes limpio.
—¿Un mes?
Siento como se me hincha el pecho de alegría con cada una de sus palabras.
—Sí. —asiente. —Desde...
—Estoy orgullosa de ti.
Hablo antes de que diga nada más, antes de que entremos de nuevo en ese círculo vicioso de disculpas y reproches. Ya está bien. Ya he comprendido que la culpa no fue mía, no fue de Jules...solo fue culpa de quien pensó que podía propasarse conmigo, quien pensó que no era una persona solo un trozo de carne, solo fue culpa de ese animal.
—Voy a revisar que siga dormida, ahora vuelvo. —se levanta del sillón. —Y come un poco, te veo más delgada.
Sonrío débilmente mientras lo observo dar media vuelta y subir las escaleras evitando hacer mucho ruido. Me enfoco de nuevo en el trozo de pastel que decora mi plato y agarro la cucharilla, parto un trozo y lo acerco hasta mi boca. El olor invade mis fosas nasales y dejo la cucharilla encima del plato antes de que las náuseas se vuelvan más fuertes. Poso la mano encima de mi boca, intentando alejarlas.
Veo aparecer de nuevo a Jules con una sonrisa en los labios que desaparece en cuanto me mira directamente.
—¿Qué ocurre?
Me tomo mi tiempo para responder.
—Nada.
—Estás muy pálida. —se acerca a mí sujetándome por debajo del codo. —¿Estás enferma?
Como si alguien bajase un interruptor dentro de mí, toda la alegría que venía sintiendo desde que lo vi abrirme la puerta se va por completo y solo siento unas ganas tremendas de llorar. No me contengo ni un poco. Los ojos se me humedecen al instante y rompo en llanto. Noto en su cara que no sabe como reaccionar y yo realmente tampoco sé que decirle. De un momento a otro me han inundado unas ganas espantosas de llorar.
Jules se remueve inquieto, pero opta por rodearme en algo parecido a un abrazo.
—¿Qué ocurre? —pregunta cerca de mi oído. —¿He dicho algo malo?
Niego con la cabeza mientras lucho por controlar las lágrimas que caen sin sentido alguno.
—No me pasa nada.
—Cassie, estás llorando. —intenta apartar los mechones que se me pegan a las mejillas mojadas. —Está claro que algo te pasa.
—No sé porque lloro.
Me sorbo la nariz.
—No se puede llorar sin saber porque... — habla con voz serena. —Puedes contarme cualquier cosa Cass, sea lo que sea.
Sus dedos comienzan a dibujar surcos en mis mejillas en un gesto tranquilizador. Las lágrimas siguen deslizándose sin que yo pueda pararlas, no tengo control alguno en mi cuerpo.
—Si te lo cuento te asustarás. —comienza a salir pequeños hipidos cada vez que intento hablar. —O no volverás a mirarme igual.
Me siento una niña pequeña con miedo a contarle a su madre que ha roto un plato de la vajilla. Me aterra contarle la verdad a Jules. No quiero que su forma de mirarme cambie.
¿Quién querría a alguien como yo? ¿tan sucia? ¿tan rota?
—Nada que digas puede asustarme Cassie, mírate, tú sabes cosas horribles de mí y aquí estas. Nada que digas o hagas podrá hacer que te mire diferente.
Las palabras quieren salir de mí interior atorándose en mi garganta.
¿Cómo le dices a la persona que quieres que estás tan rota que jamás te creerás digna de nadie? ¿cómo le explicas a la persona que quieres que cargas dentro de ti el fruto de un crimen y aun así quieres tenerlo?
No hay forma bonita de decirlo así que lo suelto igual que tiras de la tirita rápidamente para no alargar la agonía.
—Estoy embarazada.
He pronunciado estas palabras antes y cada vez duele igual que la primera vez. Las lágrimas siguen bañándome y tengo miedo de mirarlo a los ojos y ver la desaprobación o el asco. En vez de eso, cuando miro esos ojos dorados que tanto me gustan, los veo brillando por las lágrimas que lucha por no derramar.
—Pasó, ¿verdad? —intenta sacudirlas para que desaparezcan. —Esa noche...
—Sí.
Asiento mientras me rompo por dentro como tantas otras veces, cuando el recuerdo de esa noche viene a mí.
Su cuerpo atrapa el mío y siento su barbilla en la coronilla de la cabeza. Mi cuerpo se sacude con el llanto y juraría sentir que su cuerpo tiembla junto al mío. No se cuanto tiempo permanezco en esta postura, vaciando el océano que cargaba dentro amenazando con ahogarme.
—Lo siento, lo siento tanto —dice escondiendo su cara en la curva de mi cuello. —No estuve para ti y ahora...yo...joder, lo siento tanto.
Niego una vez más, pues ya he aceptado que la culpa no fue suya.
—No fue tu culpa. —digo entre lágrimas. —Ni tampoco mía.
—Tendría que haber estado junto a ti.
Su cara abandona la curva de mi cuello y se posa frente a mí. Veo el rastro de las lágrimas en sus mejillas y los limpio con los pulgares. Intento sonreír.
—Tenemos que dejar de pensar que tuvimos la culpa, Jules. —su mano atrapa la mía junto a su mejilla. —Si no, jamás avanzaremos.
Nos miramos en silencio, con mis lágrimas aun surcando mis mejillas y sus ojos aún brillosos por el resto de ellas. Jamás pensé ser razón de sus lágrimas, jamás pensé que lo vería llorar. Su cara está a centímetros de la mía y no siento resquicios de miedo. Es Jules, nunca me haría daño. Me acerco un poco más y noto como sus ojos se abren con sorpresa.
—Cassie...
Su rostro refleja la sorpresa de mi cercanía.
—No digas nada, por favor.
Recortar cada centímetro es un reto para mí, no solo por lo que pasó sino porque es Jules, mi Jules. La única persona que acelera mi pulso de esta manera tan placentera. No quedan más centímetros que acortar, mis labios rozan los suyos sintiendo como un cosquilleo me atraviesa la piel al contacto de la suavidad de sus labios. La sensación es abrumadora y mucho más emocionante de lo que mi mente podría haber llegado a imaginar.
Escucho como emite un sonido de sorpresa cuando sus labios se deslizan encima de los míos. Sus dedos me acarician las mejillas con sumo cuidado, con miedo de que pueda romperme de un momento a otro. No voy a mentir, siento que en cualquier momento podría desmayarme. No me creo que esto esté sucediendo.
El beso tiene el sabor salado de nuestras lágrimas. Sus manos se desplazan de mis mejillas a mi cintura y permanecen ahí todo el rato Estas se tensan, pero no actúan más allá. Sus labios succionan mi labio inferior y me recorre una sensación cálida cuando noto su aliento contra el mío, su boca y la mía trazando una perfecta coreografía.
El ritmo de mi corazón es errático y cuando nos separamos no siento vergüenza ni miedo. Apoyamos nuestra frente en la del otro, con los ojos cerrados y asimilando lo que acaba de pasar.
He besado a Jules y él me ha devuelto el beso. Pensé que cualquier posibilidad de hacer esto había muerto esa noche.
—Deberías odiarme y en vez de eso me besas. —una comisura de su boca se eleva. —Supongo que esta clase de cosas fueron las que hicieron que me gustaras.
Escuchar esto hace que me dé un vuelco el corazón.
—Yo no sabría decir que fue lo que hizo que me gustaras.
Fueron tantas cosas...
—Al menos has dejado de llorar... —me acaricia las mejillas eliminando cualquier rastro de humedad. —Quiero decirte que estaré junto a ti, decidas lo que decidas.
—Quiero tenerlo.
Si mi decisión le sorprende, no hace gesto alguno que lo delate. Supongo que me conoce demasiado bien y tal vez mi decisión fuese obvia desde un principio. A pesar de eso, en ningún momento lo fue para mí, me he debatido entre las dos opciones durante todo este tiempo. Noches en vela dando tumbos de un lado a otro teniendo pesadillas en las que tomaba una de las dos decisiones y me lamentaba el resto de mi vida.
¿Tenerlo o no tenerlo?
¿Sería un recordatorio viviente o tal vez algo maravilloso?
Una parte de mí no se siente preparada, la otra está expectante.
—Entonces te apoyaré en esto.
Entrelazamos nuestros dedos y nos sonreímos mutuamente.
—Gracias. —me muerdo el labio. —Y gracias por no hacerme preguntas o cuestionarme.
—No me las des, sé que me contarás lo que necesites contarme cuando te encuentres lista.
Tira de nuestras manos unidas hasta que mi cara descansa debajo de su barbilla. Me acurruco ahí y por un pequeño momento me siento un poco más feliz. No estoy sola, lo tengo a él, tengo a Katherine, los tengo a ellos.
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Han pasados varios días desde que por fin le conté la verdad a Jules y desde entonces no he dejado de recibir sus atenciones. Cuando no estoy en su casa visitando a Velma, estoy en casa buscando en internet información sobre lo que se supone que es Lev. Reconozco que no creí las palabras de Katherine, o más bien no quiero creerlas.
Lev ha sido demasiado bueno conmigo estos últimos días, se ha ganado mi confianza sin apenas esfuerzo y me es imposible imaginarlo haciendo daño a alguien. Claro que, pertenecer a la mafia como él dijo, no es precisamente ser una persona de trigo limpio.
Palabras como antonegra o Boyevik aparecen en el buscador cada vez que busco algo relacionado con el tema.
No aguanto la incertidumbre, el no saber la verdad por completo. Agarro las llaves de casa y me dirijo hasta mi coche. No tardo demasiado en llegar al barrio donde se aloja Lev, estaciono el coche y me dirijo hasta el portal de su bloque. Presiono el botón del portero y al cabo de unos segundos su voz amortiguada resuena por el aparato.
—¿Cassie?
Miro la cámara del portero e intento sonreír con normalidad. El sonido que indica que la puerta ha sido abierta llega a mis oídos, me adentro subiendo los escalones y para cuando llego a la planta veo su puerta abierta.
Me cuelo al interior y lo veo apoyado en la encimera con aspecto de acabar de llegar. Lleva una ropa extraña, nunca la he visto con ella antes. Unos pantalones negros llenos de bolsillos y de aspecto robusto, botas acordonadas y una camiseta negra ceñida a su cuerpo. Puede parecer corriente dicho así, pero en realidad lo que transmite verlo es la imagen de un soldado o algo parecido.
—¿Qué te trae por aquí?
Lo observo servirse una taza de café.
—Necesito hablar.
—Claro.
Suena como si fuese algo que ya se esperaba. Reposa sus codos sobre el granito de la cocina, toma un sorbo de su café y mira atento cada uno de mis movimientos. Me siento en el sofá clavando mis ojos por encima de los suyos que asoman por el borde de la taza.
—¿Qué eres exactamente?
—Empezamos fuerte. —deja la taza descansar en la encimera. —¿Qué crees que soy?
—No lo sé, por eso he venido. Katherine me dijo que Aiden y tú sois sicarios, no quise creerla, pero cada día dudo más... —lo miro esperanzada. —¿Es verdad?
—¿Por qué no quieres creerla?
Su voz suena tan calmada que aterra. Como si el hecho de que pudiese ser un sicario no fuera lo suficientemente grande y aterrador como para hacerme salir de aquí corriendo.
—¿Cómo que por qué? —replico con enfado. —Porque creerla me da miedo, me da miedo que seas lo que dice que eres. Que seas un sicario te posiciona en el lado de los malos, por muy infantil que eso suene.
—Nunca dije que fuese de los buenos.
—¿Entonces es verdad?
—Si quieres que te mienta para que te sientas mejor...
—¡Que me digas sí o no!
Me altero por completo, mi cuerpo comienza a sentir la ira bullendo en mi interior. Me exaspera que intente darle más vueltas de las necesarias al tema, ¿acaso tiene miedo de decirme la verdad? ¿es más fácil que andemos en círculos?
—Sí, Cassie, sí. —rodea la cocina pasando al salón. —¿Contenta?
—Oh Dios mío...
Me cubro la cara con ambas manos y me alejo de él todo lo que puedo cuando veo que se acerca a mí. Ya el hecho de que perteneciera a la mafia no me había gustado, pero había querido pensar que tal vez no era como en las películas, donde todo aquel que pertenece a la mafia es malo. Quise pensar que tal vez estaba ahí por Aiden o por algo insignificante. Sigo siendo una ilusa.
Ser sicario es el golpe final a mis esperanzas de que Lev sea buena persona.
Me levanto corriendo del sofá en cuanto siento su peso hundirlo. Corro hasta la puerta y la abro con un rápido movimiento.
—¡Cassie, espera!
—¡No! —grito. —¡No quiero estar cerca de ti!
Ni siquiera cierro tras salir, salgo corriendo por el pequeño pasillo y desciendo las escaleras del bloque sin mirar atrás. No me hace falta mirar para saber que su presencia se encuentra tras de mí, corriendo mucho más rápido. Intento incrementar mi velocidad en vano. Antes de que pise el último escalón su mano rodea mi brazo tirando de mí en un fuerte tirón.
—Escúchame Cassie, suena peor de lo que es.
—¿En serio? —río con incredulidad y suelto mi respuesta mordaz. —¿Hay una forma de que suene mejor el hecho de ser un sicario?
Su silencio me sirve como respuesta. No, no la hay.
—Volvamos arriba e intentaré explicártelo todo.
—No pienso estar en un sitio cerrado contigo.
—Has estado varias veces a solas conmigo y no te he tocado ni un pelo de la cabeza. —suena dolido. —¿En serio estás diciendo esto? ¿crees que el hecho de que sepas lo que soy cambia algo? No pienso dañarte.
—No voy a creer nada de lo que salga de tu boca.
Me mantengo inmóvil, con la cabeza girada en dirección a la puerta que da al exterior. Me niego siquiera a mirarlo a la cara. Me aterra toda esta información, el hecho de haber estado siempre alrededor de gente que no es lo que dice que es. Incluso mi amiga. La sensación de traición es inmensa.
Él se da cuenta de que no pienso ceder en esto así que de un momento a otro se agacha y pasea su mano por debajo de mis rodillas y la otra sujetando mi espalda. Me coge en brazos y comienza a subir las escaleras sin mostrar esfuerzo. Comienzo a gritar y aporrear allá donde mis manos encuentran superficie blanda. Ni uno solo de mis golpes parece perturbarlo.
Una puerta se abre y sale una mujer de mediana edad con el cuerpo envuelto en una bata de andar por casa. Nos mira, primero con sorpresa a Lev y después con desaprobación a mí. Los míos la miran suplicantes.
—Lo siento, señora, pelea de enamorados. —dice Lev como si nada. —Estamos en solucionarlo, siento las molestias.
La mujer se queda aún más estupefacta si es que eso es posible.
Con el hombro Lev aparta la puerta, la cual ni siquiera se ha molestado en cerrar antes de salir. Sigo luchando con mis manos, intentando arañarle la cara, pero él aparta su cabeza de mi alcance. Sus manos siguen apretando con dureza mi cuerpo. Me deja en el suelo a la vez que cierra con llave la puerta.
—¿Me estás secuestrando?
—No seas exagerada.
—¡Me estás secuestrando!
—Te estoy reteniendo para que escuches lo que tengo que decir.
Se postra ante la puerta con los brazos cruzados y con claras intenciones de pertenecer ahí durante un largo tiempo. Resoplo antes de dejarme caer de nuevo en el sofá.
—¿Sois Antonegras, Boyeviks o qué?
Mi comentario le hace tanta risa que se carcajea descaradamente en mis narices.
—Veo que has estudiado antes de venir.
Una parte de mí quiere seguirle el rollo y bromear, pero necesito permanecer seria. Si sigo confiando ciegamente en todo el mundo, acabaré mal parada. No hay cosa que desee más que rebobinar en el tiempo hasta el día de la película en la terraza, antes de que todo pareciera cambiar. Ahora nadie es como pensaba que era. Mi vida ya estaba hecha un desastre para ese entonces, pero ahora no solo es un desastre, es completamente extraña, como si perteneciera a otra persona.
—No soy ni un antonegra, ni un Boyevik. Soy un escorpión.
—¿Y eso que quiere decir?
—Digamos que es una organización creada por Nikolai, el padre de Aiden. Hacemos trabajos para la mafia y también podemos elegir trabajos ajenos a ella.
—Trabajos que siguen conllevando matar, ¿no?
Mantengo la esperanza de que me diga que no. Poder pensar que no es tan malo como pienso.
—Soy lo que soy, Cassie.
—Un asesino.
—No voy a edulcorarlo, lo soy. —veo el músculo de su mandíbula palpitar, tenso. —Es mi trabajo, no pienso disculparme por ello.
Sacudo la cabeza, totalmente incrédula ante sus palabras.
—Matas personas Lev, ¡Claro que deberías disculparte!
—Sí, mato a personas y la mayoría de esas personas tienen las manos repletas de sangre. No me arrepiento en absoluto. Elimino muchas amenazadas a lo largo del año y aunque a veces haga cosas malas y horribles, intento compensarlo.
—¿Acaso eliges a quien matas?
—La mayoría de nosotros no, no tenemos tantos escrúpulos. —se apaga por completo cualquier rastro de esperanza. —Pero soy la mano derecha de Aiden y eso me da ciertas libertades.
—No te entiendo.
Abandona su puesto junto a la puerta y se sienta junto a mí. Intento alejarme hasta el otro extremo de este pero su mano se mueve rápido, como una serpiente acechando a su presa y me obliga a permanecer donde estoy.
—Lo que quiero decir es que intento no matar a inocentes.
Intento asimilar toda la información y ordenarla en mi cabeza. Pasan muchos minutos en los que ninguno dice nada, el sol está adquiriendo un tono anaranjado y se refleja en todos los muebles del salón. Por el rabillo del ojo observo como sus ojos se encuentran perdidos en algún punto de la sala y su pelo rubio ahora es completamente naranja al ser bañado por el sol.
—No creo que tardemos mucho en volver a Rusia, así que no tendrás que volver a verme la cara.
En vez de sentir alivio, siento pena. Estaba comenzado a forjar una amistad con él, por mucho que ahora me sienta enfadada y traicionada. Él ha sido la primera persona en saber mi secreto y como dije antes, se estaba ganando mi confianza sin apenas esfuerzo. Cuando estamos juntos me siento bien, tranquila. Con él es con quien más comprendida me siento porque sé que los dos estamos dañados y no nos juzgaremos mutuamente. Él puede confiarme su dolor y yo el mío.
—No he dicho que no quiera volver a verte.
Lo digo bajito, como si no quisiera ser escuchada.
—No ha hecho falta.
—Necesito tiempo para asimilar todo esto. —intento posicionarme de cara a él. —Ahora mismo tengo miedo, sé que a mí no me harás daño. No me preguntes porque, pero sé que no lo harías. Aun así, no puedo olvidar que sí le has hecho y le harás daño a otros.
Escucha atentamente cada palabra que sale de mi boca y en vez de avasallarme con réplicas o intentar hacerme cambiar de opinión, asiente y no dice nada más. Me parece tener frente a mí el Lev del principio, callado y reservado.
—Tendrás tiempo.
—¿Volverás?
—No lo creo.
—¿Y Aiden?
—Espero que no.
—¿Entonces esto es una despedida? —mis palabras se cubren de reproche. —¿Ni un tiempo me das para asimilarlo? ¿tu mejor opción es decirme que te vas y que no piensas volver?
—No tiene que ver contigo, las cosas eran así desde el principio. Estoy aquí por algo y ahora que se ha acabado, vuelvo a mi país.
—¿Nuestra amistad te da igual?
Su expresión es adusta y sus ojos examinan mi rostro.
Un nuevo ataque de mis hormonas hace que se me humedezcan los ojos. Consigo que solo quede en eso, sin que ninguna lágrima surque mi rostro.
—No me da igual pero tal vez sea mejor así. —intenta sonreír débilmente. —Además, no puedes ser tan bipolar Cass. Acabas de decirme asesino ¿y ahora quieres ser amigo de este asesino?
—¡Quiero entenderte! ¡Quiero tiempo para hacerlo! —aprieto los puños. —Y déjame ser lo bipolar que quiera, ¡Estoy embarazada!
Se me calientan las mejillas. En cambio, a él se le inflan las mejillas al contener la risa y por mucho que intente controlarla acaba por salir a borbotones. Sus ojos celestes brillan con diversión y eso hace que se me pase parte del enfado, aunque no por completo. Me siento transportada a esa mañana en su cocina, haciendo tortitas deformes.
—Tendrás tiempo y si quieres podemos seguir en contacto, ¿contenta?
Lo veo rebuscar en un cajón de la mesa auxiliar y de una pequeña libreta arranca un trozo de papel. Con ayuda de un bolígrafo garabatea lo que parece ser su número de teléfono.
—Aquí tienes.
—¿Tú número?
—Consérvalo bien, —me guiña el ojo. —No se lo doy a cualquiera.
—Lo haré.
—No te sientas obligada a aceptar todo esto, no serías la primera que se ve sobrepasada.
—Ya me siento sobrepasada.
—Lo sé. —sus ojos se posan en mi barriga. —Tal vez no debería preguntar, pero ¿piensas tenerlo?
—Eso creo.
—Si necesitas cualquier cosa, dinero, ayuda... cuenta conmigo. —sus ojos se tornan más duros. —Y si recuerdas algo, házmelo saber. No dije en broma que mataría a ese desgraciado.
Siento un escalofrío, ahora sé que no es ninguna broma lo que sale de su boca. Tengo delante de mí a un sicario. Por supuesto que lo mataría si supiese el aspecto de su presa.
—Lo sé, —hago un esfuerzo por disimular parte de mi miedo. —Gracias
Se levanta del sillón dejando escapar el aire entre sus labios. Se mete una mano en el bolsillo trasero del pantalón y me tiende la otra para ayudarme a levantarme.
—Venga, te acompaño hasta tu coche.
Gira la llave de la puerta y como ha dicho, me acompaña hasta mi coche aparcado en la acera de enfrente. No despega sus ojos de mí, observa como me deslizo al interior del vehículo y bajo la ventanilla al ver que no se marcha.
—¿Qué pasa?
—Nada.
Recorro cada centímetro de su rostro empapándome de todos los detalles.
—¿Entonces esta es la última vez que te veré?
—Tal vez. —responde.
Se encoge de hombros, sonríe inocentemente y se gira en dirección a su bloque. Me quedo un rato observándolo caminar hasta que desaparece en el interior. No sé porque me siento tan triste, después de todo apenas nos conocemos.
Aunque apenas conocerlo no ha evitado que comparta con él cosas tan importantes.
Enciendo el motor y pongo rumbo a casa, con la esperanza de poder encajar toda la información en mi cabeza y que algún día pueda aceptar lo que es. O intentar separarlo de ello, aunque suene hipócrita. A veces lo soy.
Una cosa es clara y es que por mucho que ahora tema o dude, acabaré echando de menos al chico de ojos celestes.
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—¿Cómo dirías que te está ayudando la terapia, Cassie?
Jugueteo con los botones de mi camisa mientras sopeso bien la respuesta. Me encuentro sentada sobre el sillón reclinado de la doctora Zimmer. Me analiza por encima de sus gafas mientras me dedica una sonrisa amable.
—Diría que bien, aunque últimamente no sé expresar con exactitud como me siento, mis hormonas me la están jugando.
La veo apuntar algo en su cuaderno.
—Antes hemos hablado sobre tu embarazo, dices que quieres seguir adelante con él, ¿qué sensaciones puedes decirme que sientes?
—Hay días en los que pienso que me estoy equivocando y que no podré querer a lo que llevo dentro por las circunstancias en las que se ha dado. Otros días pienso que tal vez de algo malo pueda surgir algo bueno, centrarme en él tal vez me ayude a salir por completo de esto.
—Opino que ambos pensamientos son igual de válidos. —su tono de voz es neutral. —¿Cómo piensas que gestionarás ser madre joven?
Inconscientemente mi mano viaja hasta mi barriga. Tengo poco más de un mes de embarazo y ya siento un vínculo demasiado fuerte con lo que está creciendo dentro de mí. Siempre pensé que las películas y series exageraban sobre esto. Me ha hecho falta sentirlo en mi propio ser para darme cuenta de que no es una exageración, es algo real, es algo que ocurre. El sentimiento que te invade en el momento en el que sabes que serás madre, es indescriptible. En un principio tuve miedo, un pánico atroz y poco a poco evolucionó a un amor extraño, ¿cómo es posible querer a alguien que aún no conoces?
Siento que este bebé, es mi cura. Por mucho que Katherine con su mirada me transmitiera que pensaba que era un error. Por mucho que yo misma lo piense en ocasiones, hay una parte más grande de mí que me grita: hazlo.
—No sé como lo llevaré, solo sé que me aterra.
Apunta de nuevo algo en su cuaderno y cuando cree tenerlo todo, alarga su mano hasta la mía y la aprieta con fuerza. Algo que me gusta de la doctora Zimmer es que a pesar de ser completamente profesional en su trabajo, no deja de lado su lado más humano. Sabe cuando necesitas un pequeño gesto para seguir hablando.
—Es completamente normal, incluso las que piensan que están más preparadas para esta nueva etapa de sus vidas, sienten miedo.
—Aún no se lo he contado a mis padres.
Frunce por un segundo los labios.
—Mi consejo como profesional que ha vivido casos similares es que lo cuentes cuando te sientas preparada. Si estás esperando el momento o lugar correcto, te aviso de que no existe tal cosa. Es una noticia difícil de encajar y es normal una primera reacción negativa. —su mano vuelve a estrechar con fuerza la mía. —Pero te aseguro que pasado un poco de tiempo, suelen hacerse a la idea. Su apoyo será muy importante en este proceso.
—Lo sé, cada día deseo contárselo a mi madre y que me ayude con esto, sentir su apoyo. —se me quiebra un poco la voz. —Tengo mucho miedo.
—Tranquila, llegará ese momento.
Observo el reloj anclado a la pared y me percato de la hora. Hoy tendrá lugar la ceremonia en honor al padre de Katherine y me gustaría llegar un poco antes para poder estar junto a ella. Esta semana ha sido un poco dura, he ido contantemente a visitarla y observado de primera mano como ha sido su recuperación. Camina con ciertas dificultades, pero ya consigue mantenerse erguida.
Como ya imaginaba, no he vuelto a ver a Lev y me temo que puede haberse marchado ya de la ciudad. Pensar en esa posibilidad me hace sentir triste. Me gustaría achacarlo completamente a mis hormonas. Sé que no todo es culpa de ellas, sé que lo extraño.
—¿Le importa si acabamos la sesión un poco antes?
—Como desees Cassie, ya sabes que tú marcas los ritmos. —cierra su cuaderno y me ayuda a levantarme del sillón replegado. —Espero que lo de esta tarde vaya bien, siento mucho lo del padre de tu amiga.
Asiento dedicándole una leve sonrisa.
Hemos hablado largo y tendido sobre algunas de las cosas que han tenido lugar, obviamente sin revelar ninguno de los secretos de Kath ni nada de lo que he descubierto sobre Lev y el resto. Lo principal de nuestra conversación ha sido el sentimiento de engaño y desconcierto. Sé que me han mantenido ajena al tema por mi seguridad, pero aun así me siento un poco traicionada.
Le doy un apretón de manos a la doctora a modo de despedida y salgo fuera de la consulta.
En la sala de espera se encuentra Jules, con toda su ropa en un tono oscuro y la cabeza descansando entre sus manos. En cuanto la puerta se abre sus ojos buscan los míos y sonrío de oreja a oreja al ver sus iris dorados. Se levanta y camina hasta colocarse junto a mí.
—¿Qué tal ha ido?
—Bastante bien. —sonrío ampliamente. —Me gusta mucho la doctora Zimmer.
—Si a ti te gusta, a mí también.
Caminamos el uno junto al otro, abono la cantidad de la sesión a la recepcionista y abandonamos el local. Mis dedos rozan los suyos con cada movimiento que hago y me sobresalto cuando su mano rodea la mía. La calidez de su agarre crea el contraste perfecto sobre mi piel helada.
—¿Te sientes bien?
Mis ojos se concentran en el punto donde nuestras pieles hacen contacto. Asiento y para que vea que hablo completamente en serio, ejerzo un poco más de fuerza en su agarre. Sonríe mostrándome su sonrisa capaz de hacer brillar hasta los días más grises y caminamos hasta su coche.
Un chico, un coche, una sesión en el psicólogo, ojos celestes.
Siento la sensación de deja vú, pero la aparto rápidamente.
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¡Hola amores!
Este ha sido el último capítulo narrado por Cassie en este libro, no es su última aparición pero si la última vez que leeremos sus pensamientos en El juego de la Araña.
He visto un poquito de hate hacia Katherine en el último capítulo y solo tengo algo que decir: No podéis estar pidiendo personajes empoderados y a la primera de cambio pedir que perdonen al chico, ¿cuántas veces le dijo Kath a Aiden que le dijera la verdad? Cada uno toma sus decisiones y debe ser consecuente con lo que hace. Aquí están las consecuencias de los actos de Aiden. Yo nunca dije que Kath fuera buena o que siempre hiciese lo correcto, si queréis leer un libro de personajes buenos y de buen corazón, este libro NO ES.
Dicho esto me despido, ¡Nos vemos el JUEVES!
Besos,
XX
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