CAPÍTULO 35

Zepp Nine-Charlie Clouser

WARNING: Este capítulo puede dañar la sensibilidad de personas sensibles.

2 horas de secuestro...

—Hola Katherine, ya es momento de que me pagues los favores, ¿no crees?

Las palabras se deslizan por su boca como ácido abrasivo. Se me retuercen las entrañas viendo como sus ojos negros se deslizan sobre mí con esa sonrisa de depredador. Roy O'Kelly, con el que llevo casi dos meses jugando al juego del gato y el ratón, se alza sobre mí como vencedor.

Por ahora. Pues me niego a doblegarme sin luchar.

Junto a mí, un hombre corpulento cuyos brazos están repletos de tatuajes que en tiempos mejores brillarían con la tinta negra pero ahora parecen vagas manchas sobre la piel.

—Hannibal. —pronuncia Roy con voz pausada, dirigiendo el mentón hacia mí. —Pon a la señorita Montgomery de pie.

Si quedaba alguna duda de que he sido descubierta, mi apellido en sus labios es confirmación suficiente.

Hannibal, en el cual reparan mis ojos ahora, es un hombre de tez tostada por el sol, con los ojos tan negros como el ónice y su pelo. Sus manos agarran las cadenas que conectan con las esposas y veo como se deshace de los grilletes con una llave que no tarda en desaparecer de nuevo en el bolsillo de sus pantalones.

—Encantado de conocerte por fin, arañita. —dice con sus labios muy próximos a mi oído. —Nos los vamos a pasar muy bien tú y yo.

—Suéltame animal.

Intento forcejear contra sus manos que ahora me sujetan las muñecas a mi espalda. Me sacudo repetidas veces, sintiendo que el mundo aún me da vueltas. Me encuentro aun trastornada por los resquicios del cloroformo en mi sistema.

A pesar de eso, no dejo de oponer resistencia. Intento librarme de sus manos, intento alzar el codo para darle en la mandíbula, pero este tal Hannibal parece ser de hierro macizo.

—Te recomiendo que te lleves bien con él, pasarás mucho tiempo en su compañía.

Gruño entre dientes.

—¿No eres capaz de ocuparte tú mismo de mí? —replico, intentando pinchar en su orgullo.

—Creo que será más divertido de esta forma. —veo como se remanga los puños de su camisa impoluta. —¿Sabes por qué lo llamamos Hannibal?

No respondo pues tampoco me importa, pero él me lo dice igualmente.

>>—Hannibal siente una fascinación extraña por el sabor de la carne humana, como el famoso Hannibal Lecter. —comienza a caminar a lo largo de la celda en la que me retienen. —Hace unos meses se escapó de La Modelo de Bucaramanga y no quieras saber a cuantos tuvo que matar con sus propias manos.

La Modelo de Bucaramanga, Colombia. He oído que en estas instituciones penitenciarias se encuentra lo peor entre la peor calaña. Tus pesadillas más retorcidas, podrían volverse realidad en la mano de algunos de sus presos.

—¿Hannibal Lecter? —sigo tentando a mi suerte. —¿Jason Voorhees o Freddy Krueger ya estaban cogidos?

Las manos que me apresan se tensan aún más, haciéndome sentir la callosidad de sus manos.

—Hablas mucho para la situación en la que te encuentras, ¿no crees?

Hannibal y Roy se comunican algo con la mirada y seguidamente sus manos que aún me agarran con fuerza, me arrastran hasta el centro de la celda. Rodea mis muñecas con una sola mano y creo tener la oportunidad para intentar escapar. Y digo creo porque en cuanto lo intento recibo un bofetón en la cara que hace que mis piernas pierdan el poco equilibro que tengo y caiga de rodillas. Mis brazos protestan por la postura, los tengo sobre mi cabeza mientras mis rodillas se raspan en el suelo, con los músculos totalmente tensados. Me pica la mejilla, pero no puedo siquiera frotarla. Con la lengua palpo el sabor de la sangre que brota de mi labio.

—Arriba, arañita. —insiste Hannibal ganándose una mirada cargada de odio.

Del techo cuelgan unas nuevas cadenas con grilletes que hasta ahora ni siquiera me había molestado en observar. Nada sabio por mi parte. Hannibal, mi nuevo grano en el culo, se dispone a colocar mis manos de nuevo en los grilletes, pero esta vez para quedar de pie a merced de todos. La sola idea me aterra así que en mi mente se suceden todas las clases de defensa personal que Aiden me enseñó. Ahora mismo lo odio, pero le agradezco que se molestara en ello.

Intento liberarme del agarre de sus manos en el momento junto en el que se dispone a rodear una de mis manos con el grillete. Me libero en un movimiento rápido, asiento un golpe vertical en su garganta consiguiendo que se desestabilice y traspille con sus pies. Se lleva las manos a la garganta mirándome con los ojos expandidos, pero no tengo tiempo para regodeos. Me vuelvo hacia Roy, con las manos en dos puños frente a mi cara, con la pierna levantada dispuesta a dar la primera patada.

—Un solo movimiento más y te reviento los sesos, zorra estúpida. —me apunta con el cañón de la pistola entre las cejas. —Quédate quietecita y obedece, igual que lo haces con tu padre.

No bajo la pierna enseguida. Sopeso las posibilidades que tengo de golpear la pistola con mi pierna antes de que apriete el gatillo. Las posibilidades son escasas.

Hannibal vuelve a retomar la compostura y ese momento de sopesar llega a su fin cuando sus manos vuelven a sujetarme con firmeza. Roy sigue apuntándome, vigilando pacientemente que cada grillete sea puesto en su lugar. Gruño, pataleo y grito a todo pulmón.

Acabo atada de pies y manos por unas cadenas que me dejan completamente a merced de estos hombres que sin duda harán de todo menos dedicarme un gesto amable. No llevo ni dos minutos y ya siento el roce de los grilletes arañarme la piel.

—¿Qué piensas hacer? —bufo. —Mátame, ¿no es lo quieres? Mátame y se acabará todo. Esto no tiene sentido.

—Te mataré, eso tenlo claro. —sonríe, mostrando los dientes blancos y rectos. —Pero todavía no, aún falta tu padre por unirse al espectáculo.

—¿Mi padre? —pregunto nerviosa.

—Tu padre. —responde satisfecho. —Mi mayor socio.

El hombre misterioso del club.

El hombre del sombrero y el abrigo largo.

El hombre cuyas cámaras no consiguieron revelarme nada.

Me avisó de que no me relacionara con Roy, porque si Roy cae, también cae él. Maldito. Maldito hijo de puta. La comprensión llega a mí a raudales haciendo que la furia crezca hasta ser ensordecedora. Me resisto a las cadenas, las zarandeo mientras gruño de rabia.

—¡Hijo de puta!

Las carcajadas de ambos llenan el lugar, divertidos de verme luchar en vano.

—No desesperes, no creo que tarde mucho en echar de menos a la hijita por la que estaba dispuesto a traicionarme. —extiende los brazos a los lados, magnificándose. —¿Te lo puedes creer? Viene a mí, suplicando por estar en el bando de los ganadores, preso del miedo de la Bratva y tú, pequeña perra estúpida, lo echas todo a perder.

—Yo no tengo nada que ver, hijo de puta. —siseo.

—Tú tienes mucho que ver. —sus dedos me agarran por la barbilla, clavándose en mi piel y obligándome a mirarlo. —Y ahora le voy a enseñar a Gregory que una vez que alguien se monta en el barco, la única forma de salir es muerto. Estoy deseando ver su cara cuando te vea en el deplorable estado en el que te vamos a dejar. Será una buena imagen final antes de morir.

No sé que me lleva a decir esto.

—Los escorpiones están conmigo.

¿Lo están? ¿Aiden será capaz de usarlos por alguien como yo? No. Él ya ha dejado muy claro que su lealtad es con Nikolai y Nikolai es probable que quisiera esto. Es el líder de la Bratva, de quien mi padre teme por algún motivo. Él lo sabe, sabía que esto acabaría así, no tengo apenas dudas. La única duda es Aiden.

¿Todo lo que me ha dicho este tiempo era mentira? ¿sabía que acabaría así?

—Diviértete con ella, Hannibal.

Roy da media vuelta cerrando la celda al salir. El sonido sordo al cerrar retumba en las paredes y techos, haciendo que finos hilos de tierra se desprendan. Miro a mi alrededor intentando que algo me de pistas de donde estoy.

No obtengo nada.

Solo tengo algo claro y es que el olor a humedad y rancio, la vaga iluminación y estas paredes mohosas y asquerosas parecen de un sitio muy alejado, tal vez bajo suelo.

¿Unas alcantarillas?

¿Unas alcantarillas con celdas? Piensa Katherine.

—Bueno arañita, vamos a jugar.

El resplandor de cuchillo corta el aire.

8 horas de secuestro...

Ojalá poder decir que no siento los brazos después de tantas horas levantados por los grilletes, pero la realidad es otra muy distinta. Decenas de cortes recorren mis brazos, de los que brotan gotas de sangre lentamente, llenando un pequeño vaso que sujeta Hannibal entre sus dedos.

Las gotas escarlatas brotan y recorren mi piel hasta descender en picado sobre el vaso. Lentamente, sin pausa, gota a gota. Aunque me duelen los brazos, los múltiples cortes que me perforan la piel hacen que me sienta mareada, la pérdida de sangre aún no es alarmante, pero me siento adormilada.

—¿Tienes sueño? —su dedo se desliza por la línea de mi brazo hasta el hombro, empapándose con mi sangre. —¿Te gustaría dormir un poco? Puedo acelerar el proceso aunque, ¿qué tendría eso de divertido?

Se carcajea mientras se lleva el dedo a la boca y se deleita con el sabor metálico.

—¿Estás seguro que no te vendría mejor el apodo de Edward Cullen?

Mi voz es débil y la situación no es la mejor como para estar atizando el ambiente, pero no pienso darles la satisfacción de verme asustada o arrinconada.

—No creo que estés de humor para hacer bromas en un rato.

Las comisuras de su boca se estiran, revelando dientes afilados como los de un tiburón. Muy apropiado para una persona con severas tendencias caníbales.

—Tienes razón, te falta purpurina.

No debe de ser muy fan de Crepúsculo o bien no está para bromas. Mis pantalones que yacen hechos jirones son arrancados de un solo tirón, haciendo que la herida de la varilla de metal que se me incrustó en el gemelo se abra y me arranque un alarido de dolor. Con el cuchillo, que tantas veces se ha hundido en mi piel durante las últimas horas, rasga la tela de mi camisa, dejándome solo con la ropa interior.

Se relame los labios, como si estuviese viendo un manjar. Aunque dadas las circunstancias, tal vez no esté muy equivocada.

—¿Qué tenemos aquí? —sus ojos adquieren un nuevo brillo, uno perturbador. —Alguien ya se ha divertido bastante contigo...

Noto el frío del metal recorrer la zona baja de mi vientre, justo encima del filo de mi ropa interior. El metal me acaricia la piel irregular de la cicatriz. Intento mantener una expresión impasible, como si nada me afectara cuando la verdad es que sentir el cuchillo tan cerca de mi cicatriz me inquieta.

El corazón me va a la carrera, con ganas de salirse fuera del pecho.

—¿Ya no bromeas?

Mantengo el silencio mientras observo como el vaso que hasta ahora se ha mantenido acumulando cada gota de sangre, se colma. Hannibal sonríe satisfecho y se aleja de mí, dejando que las gotas ahora golpeen en el suelo y en los dedos de mis pies descalzos.

Observa la escena de mí casi desnuda con los brazos encima de la cabeza, desangrándome lentamente. No solo observa, se deleita, como el enfermo que es.

Se lleva el vaso a los labios, sin que la sonrisa le abandone el rostro y comienza a beber. Automáticamente mi estómago protesta sintiendo que este se revuelve con cada trago que desciende por la garganta de él. Nunca pensé que llegaría a encontrarme con gente tan enferma.

A veces me olvido de que yo formo parte de la cara oculta de la sociedad, donde hasta lo más macabro se vuelve normal.

Mientras el vaso se vacía no puedo evitar regañarme a mí misma y decirme que todo esto es por mi culpa. He jugado a ser mi madre, aunque no quiera reconocerlo, y yo no soy ella. Yo no estoy hecha de esa pasta. Yo soy Katherine, la que no quería cruzar los límites.

—¿Cómo crees que sabrá tu carne?

Vuelve a acercarse a mí, deslizando el filo del cuchillo por la cara interna de mis muslos, logrando que me atraviesen escalofríos por la espalda. Su mano sigue trazando el camino de mis muslos hasta dar con mi ropa interior, noto el cuchillo deslizarse por ella jugando de una forma sádica con mi cuerpo. Cierro los ojos conteniendo el aire de mis pulmones, rezando porque ocurra algo que lo aleje de mí. Me conformo con cualquier cosa.

No ocurre nada y parece aburrirse de mi inacción.

¿Qué espera? ¿gemidos y exclamaciones de éxtasis?

Mueve la mano sosteniendo el cuchillo hasta mi vientre y sin previo aviso, atiza un corte profundo por encima del ombligo. El escozor es instantáneo. Muerdo mi labio inferior evitando salir quejidos de dolor.

Hannibal me mira con ese brillo sádico esperando una reacción diferente, que no estoy dispuesta a dar. Siento la familiaridad del dolor, he sentido uno mucho mayor, puedo soportarlo me digo a mí misma.

La sangre brota de mis brazos y ahora de mi barriga, dibujando el contorno de mi ombligo hasta manchar mi ropa interior.

—Estas muy callada, arañita.

De nuevo ese apodo. Ese que utiliza la gente cuando quiere desprestigiarme.

—Solo estoy imaginando las mil y una formas creativas en las que esparciré tus tripas. —respondo tildando mi voz con toda la arrogancia que soy capaz de reunir.

Balancea el cuchillo entre sus dedos y sonríe con esos dientes de tiburón, afilados y repugnantes.

—Vendré en un par de horas, veremos si te queda tanta creatividad.

Se marcha, cerrando con llave la celda, mientras las luces del techo titubean. Cada vez estoy más segura de que me hayo bajo tierra y lo más espeluznante es que no soy la única. A un lado y a otro, me encuentro rodeada por otras celdas en las que están varias de las chicas desaparecidas.

17 horas de secuestro...

En algún momento mi cuerpo no ha aguantado más y he acabado por caer en la inconsciencia. Durante las largas horas de pie, con los brazos mutilados y sintiendo el cuerpo cada vez más pesado he comenzado a invocar la imagen de Aiden. Su recuerdo en mi cabeza, siendo lo único que me ha mantenido más tiempo despierta, profesándole insultos silenciosos a la vez que confesiones que no pensaba decir en voz alta. Menos ahora.

Entonces la oscuridad me engulló y dejé de sentir dolor.

Hasta ahora.

La sensación de un frío extremo me saca de la oscuridad, con el corazón acelerado y una sensación de desorientación. Miro a todos lados, dándome cuenta de que Hannibal acaba de verterme un cubo de agua fría encima. El suelo bajo mis pies forma pequeños charcos con agua rosada, fruto de mi sangre.

La ropa interior se me pega al cuerpo como una segunda piel y el frío no hace más que resentir a mi cuerpo.

—Tienes que estar despierta, tenemos visita.

Su mano viaja hasta mi nuca y agarrando con fuerza mi pelo, me obliga a mirar al frente. Mis ojos buscan a mi padre o a Aiden, pero solo encuentro a Roy al otro lado de las rejas con una sonrisa triunfante.

—Disimula un poco tu descontento, arañita. —sacude la cabeza de lado a lado, divertido. —Te he traído a alguien con la que creo que congenias mucho.

Veo como alarga el brazo y arrastra el cuerpo de una mujer hasta quedar a su lado. Al principio no puedo ver nada por la mata de pelo negra que le cubre la cara pero Roy la agarra del pelo obligándola a mirar al frente.

Mis ojos reconocen al instante los rasgos de Dakota, a pesar de los moretones que le cubren la piel o la hinchazón de su boca y ojo derecho. Siento que se me contraen las entrañas ante ver la masacre que ha tenido lugar en su cara.

—Admito que nunca vi venir el incendio, fue bastante inesperado. —estampa el cuerpo de Dakota contra las rejas de mi celda e intento oponerme a los grilletes, como si pudiera deshacerme de ellos. —En ese entonces aún no sabía de tu existencia, pero parece que Dakota es mucho más que un coño.

—Maldito cabrón. —maldigo.

—¿Os creísteis muy empoderadas por prender un poco de fuego? —Dakota permanece en silencio con la vista perdida. —Pues ese fue el comienzo de toda esta pesadilla.

—¿Cómo? —pregunto.

No responde de inmediato, pues le parece mucho más importante comenzar a desnudar el torso de Dakota. En ningún momento opone resistencia, solo permanece mirando un punto detrás de mí, con la mirada completamente perdida.

Los pechos de Dakota quedan a la vista de todos, escucho ruido a los lados y entonces recaigo de nuevo en la presencia de las otras chicas. La mayoría desnudas, desnutridas y con laceraciones y verdugones en la piel. Algunas tienen la piel de tonos grisáceos como si estuviesen próximas a la muerte y en cambio otras parecen estar abrasadas vivas. Sus rostros son aterradores, no tienen expresión alguna. Solo muerte.

Vuelvo a concentrarme en Dakota.

—¿Dakota? —digo. —Dakota mírame.

Intento que su atención se dirija a mí, pero nada ocurre. O al menos no por su parte.

Veo como la mano de Roy presiona el cuerpo de Dakota con fuerza contra los barrones de mi celda y entonces se coloca detrás de ella. Escucho el sonido de la cremallera y rezo porque no ocurra lo que creo que va a ocurrir.

—¿Cómo preguntas? —su cuerpo arremete contra Dakota. —Demasiadas coincidencias en una sola noche, vuestros mensajes sin malicia pero que aun así me parecía raro, ¿en qué momento pasáis de desconocidas a íntimas amigas que intercambian mensajes? Por no hablar de que todas las grabaciones de esa noche se perdieron. Tú siempre me has parecido sospechosa, pero ese día empecé a rebuscar.

Se silencia, pues su miembro ha encontrado el sitio que buscaba. Penetra a Dakota, mientras todos miramos. Hannibal se relame los labios y hasta este momento casi me había olvidado de que estaba aquí, a mi lado. Dakota no emite sonido alguno, el sitio solo se ve llenado por el sonido de las sacudidas de Roy, el golpeteo de sus cuerpos y los gimoteos que escapan de sus labios.

¿Cómo pude pensar que era alguien atractivo y elegante?

Es un puto animal. No, es peor que eso. Es un monstruo.

Observo horrorizada la inacción de Dakota pero noto sus ojos empañados por la neblina previa al llanto. Entonces lo entiendo, ella sabe que es mejor no resistirse, así acabará pronto. Algo me dice que no es la primera vez que esto sucede y eso hace que se me rompa el corazón. Un quejido lastimoso escapa de mi boca ante este horror y entonces Dakota me mira, negando con la cara. No abandono ni un solo instante su mirada, la acompaño en esto, no me permito dejarla ni un solo segundo en su agonía.

—Debo admitir que tu padre... —se detiene mientras se muerde el labio inferior y cierra los ojos por el placer. —...te ha ocultado del mundo muy bien. Apenas existes, es como si no tuviera ninguna hija. Pero cuando descubrí sus motivos, tu existencia, te busqué, Katherine Montgomery.

Mi cara no debe de reflejar suficiente horror para su gusto ya que comienza a penetrar a Dakota con más fuerza, haciendo que grite de dolor. Su cara se presiona contra el frío metal de los barrotes y veo como se deslizan lágrimas sobre sus mejillas maltratadas.

—¡Para! —grito. —¡Para, joder!

—¿Quieres que pare? —su mano agarra el pelo de Dakota impulsándola hacia atrás para luego golpearla contra uno de los barrotes. —Si paro, ¿tomarás su lugar? Las dos estuvisteis involucradas en el incendio, conspirasteis contra mí. Lo justo es que pagues.

No digo nada, enmudezco.

—Puedo hacerlo yo si quieres. —habla Hannibal, mordiéndose los labios mientras hace un escaneo pausado de mi cuerpo. —Encima ya estás mojadita.

Dibujo una expresión de asco.

—Aunque contigo sería mucho peor, arañita. —prosigue Roy, pero yo solo puedo ver la sangre que sale de la nariz de Dakota mientras sus pechos se sacuden con cada penetración. —No solo has conspirado, eres la hija de un cobarde traidor y encima también trabajando para la Bratva. Estás triplemente jodida.

—Triplemente follada —canturrea Hannibal.

No hago ningún comentario, sigo centrada en Dakota que cada vez parece más inmóvil. No veo sus ojos abiertos y comienzo a inquietarme.

—¡Déjala en paz, la estás matando!

Empiezo a pensar que el golpe ha podido ser demasiado fuerte o que alguno de los otros golpes anteriores la hayan hecho colapsar.

La imagen de Roy violando el cuerpo inconsciente de Dakota, mientras la sangre de su nariz golpea el suelo, es terrorífica. No puedo evitar pensar en que Cassie podría haber sido ella. Me escuecen los ojos mientras la escena sucede, sin intención de parar.

Los ojos de él me miran fijamente, tan negros que parecen los del mismísimo demonio. Una mano sujeta las caderas de ella y la otra su cabeza que no consigue mantenerse erguida sobre su cuello. Los moretones están adquiriendo cada vez un tono más oscuro y la sangre le alcanza la barbilla.

Relamiéndose los labios Roy da sus últimas sacudidas y se corre dentro de ella, dibujando una expresión repugnante y triunfante en su cara. Mis muñecas arden ante mis intentos por liberarme y romperle la asquerosa cara que tiene.

—Bájala. —ordena señalándome mientras se mete el miembro en los pantalones de nuevo. Deja caer el cuerpo de Dakota al suelo, como si fuera una muñeca de trapo. —No quiero que muera de agotamiento, no aún.

Hannibal se acerca a mí y comienza a abrir los grilletes con una pequeña llave. No parece preocupado porque intente escapar, está muy seguro de mi agotamiento. Por desgracia, su seguridad es un hecho. No podría dar ni dos pasos seguidos, no siento las piernas después de tantas horas en la misma posición.

En cuanto los grilletes dejan de apresarme, intento bajar los brazos sintiendo un dolor horrible. Cientas de agujas pinchándome en las articulaciones de los hombros y el escozor de la carne abierta en mis muñecas.

—Descansa, arañita. —se da la vuelta, dándole una patadita en el costado a Dakota. —Es posible que venga a jugar contigo dentro de un rato.

Se marcha con paso seguro siendo seguido por Hannibal. Se agacha para cargar a Dakota en su hombro y se marcha con ella, persiguiendo a Roy como un perrito faldero.

Me aparto todo lo que puedo, hasta darme contra un viejo camastro. Me subo encima, y me apretujo contra el frío ladrillo que recubre las paredes. Reparo de nuevo en los ojos de las otras chicas, que me miran con ojos muertos.

—¿Qué os han hecho? —pregunto.

No recibo respuesta.

—Decidme, ¿qué están haciendo con vosotras?

Más silencio.

Me intento colocar sobre mis piernas, pero caigo de rodillas ante el dolor de la herida de mi gemelo.

—Por favor, quiero ayudaros. —mi voz suena con más pánico del que pensaba. —¿os están prostituyendo? ¿utilizando para transportar drogas? ¡Decidme algo maldita sea!

Intento acercarme hasta la celda contigua, caminando de rodillas.

—No te acerques. —dice una chica de ojos verdes y voz quebrada.

—¿Por qué?

—Solo no te acerques.

No dice nada más, se aparta de los barrotes hasta esconderse en la esquina más oscura de su celda, da igual cuanto pregunte, no vuelve a abrir la boca.

25 horas de secuestro...

A pesar de estar casi desnuda y de haberme dormido con el pelo mojado, cuando despierto lo único que siento es un calor infernal. Me arde cada célula del cuerpo y moverme es una agonía. Mis brazos duelen y veo pequeñas costras de sangre recubriendo cada corte, temo que al moverme las heridas se abran de nuevo.

Miro al otro lado, esperando ver a la chica de ojos verdes pero su celda está vacía. Siento un mal presentimiento.

La puerta de mi celda se abre, revelando a Hannibal con una bandeja en las manos.

—Estás despierta, genial. —deja la bandeja en el suelo, a la altura de mis pies. —Llevas muchas horas sin comer y Roy no te quiere inconsciente ni ida cuando te monte.

Siento ganas de vomitar escuchando sus palabras.

—¿Qué va a montarme? —replico con la voz cansada. —No soy una perra de monta. Le cortaré los huevos antes de que me toque.

—Puedo hacerlo yo si quieres.

—A ti te sacaré las tripas, es una promesa.

—Lo estoy deseando. —dibuja una sonrisa juguetona. —Ahora come.

—Estás loco si piensas que voy a comer algo de lo que has traído.

—Es solo comida. —se agacha y toma con los dedos lo que parece un trozo de carne, lo mete en su boca y lo mastica lentamente. —¿Ves? Solo comida.

La verdad es que llevo muchas horas sin comer ni beber nada, mis tripas rugen viendo el plato.

Hannibal toma el vaso y bebé también, asegurándome que no hay nada en el agua tampoco.

En cuanto lo deja en la bandeja de nuevo, mis manos viajan hasta él y bebo el agua de un solo trago, sintiendo que no es suficiente. Mis labios están resecos y mis dedos sujetan el vidrio con inestabilidad. Miro el plato atentamente, siendo consciente de que no hay ningún cubierto. Tomo un trozo de la carne entre mis dedos y me lo llevo a la boca. El olor es exquisito, una mezcla de especias y hierbas y patatas al vapor como acompañamiento de la carne.

Mastico el bocado, sintiendo que el sabor es algo extraño.

—Espero que te guste, es una de mis recetas estrella.

Entonces la palabra caníbal aparece en mayúsculas y con un rótulo neón en mi cabeza. La chica de ojos verdes. Me la estoy comiendo.

Vacío el poco contenido de mi estómago, sintiendo que se me abrasa la garganta con cada subida de los jugos. Vomitar la comida es angustiante, pero vomitar sin tener nada en el estómago que vomitar, es otro tipo de dolor. Se me saltan las lágrimas con cada arcada y acabo sollozando sintiéndome completamente asquerosa.

—Venga, no te pongas así. —se coloca junto a mí —Reconoce que estaba bueno. Además, me he encargado de que fuese un producto de calidad, sano.

—Púdrete.

Me intento incorporar, limpiando los restos de vómito de mis labios con el dorso de la mano. Mis ojos no pueden evitar dirigirse de nuevo a la celda vacía donde hace unas horas estaba esa chica.

¿Cuándo ha pasado? ¿mientras dormía se la ha llevado como si fuese al supermercado a comprar los ingredientes? Siento ganas de vaciar mi estómago de nuevo.

—Bueno, te dejo el plato por si quieres más. —dice regodeándose. —Necesitarás fuerzas para saciar a un hombre como Roy.

No digo nada, me quedo en el suelo a gatas, observando el plato. Nadie pensaría que la carne es humana, todo está bien condimentado y el olor es bueno. Solo mirar el plato me hace enfermar de nuevo. Me separo arrastrándome por el suelo hasta golpear mi espalda con el camastro. Me tumbo en él y mientras nadie me mira dejo que se me escapen unas lágrimas.

No soy idiota, sé que mi cuerpo tiene fiebre de ahí este calor insoportable y malestar físico. Seguramente la herida de mi pierna se haya infectado, pues no es que este sitio sea el más limpio que he visto. He perdido sangre y tampoco tengo alimento en mi organismo, por no hablar de todo lo que piensan hacerme. Esta va a ser mi tumba y lo sé.

Me vuelvo en el camastro, observando todo lo que me rodea. Las luces siguen parpadeando y tienen un tono verdoso. Fuera de las celdas solo hay una mesa destartalada con algunos papeles desperdigados y postrados a cada lado de la entrada de un largo pasillo, hay unos hombres que nos vigilan.

Mis manos se pasean por el camastro, en un gesto inconsciente fruto del nerviosismo hasta que reparan en algo sobresaliente. Mi corazón da un vuelvo ante la posibilidad de conseguir algo que me sirva de arma. Miro fuera de la celda, dándome cuenta de que nadie está pendiente de mí y lentamente, sin hacer ruido, comienzo a extraer el clavo.

29 horas de secuestro...

Me hice sangre en los dedos, pero conseguí extraer un clavo oxidado que aferré en la palma de mi mano como si la vida me fuese en ello y no era un disparate, podía ser que así fuera. Durante las horas siguientes no pegué ojo, aunque mi cuerpo me reclamaba a gritos dar una cabezada.

No podía.

No cuando sabía que sería la siguiente. El recuerdo de Dakota siendo violada frente a mis ojos y brutalmente golpeada en el proceso, escuece en mis ojos. El pensamiento de que Cassie hubiese sido ella me oprime el corazón y me prometo a mí misma que si salgo de aquí, hablaré con ella de nuevo hasta que consiga darme algo de lo que tirar para conseguir el nombre de ese cabrón.

Pasaron muchas horas, siendo cada una de ellas una agonía y posiblemente Roy lo estuviese haciendo a propósito.

Hasta que lo veo.

Entra en la celda dejando el cinturón donde carga el arma fuera y se remanga los puños de la camisa con la mirada impaciente. Lo miro desde el camastro y me retrepo hasta quedar con la espalda contra el ladrillo.

—Veo que estás despierta. —no respondo. —Vengo a cobrarme el favor, Katherine, ¿serás buena chica?

Sus manos viajan hasta mi cara, apretándome la barbilla hasta hacerme daño.

—Sí. —respondo.

Le daré la actitud que espera, pues seguir en actitud dominante solo hará que me gane una paliza y necesito mantener las pocas fuerzas que me quedan, porque pienso escapar de aquí.

—El problema es que no me fío de ti. —su mirada me recorre por completo, quedándose fija en la cicatriz de mi vientre. —¿Cómo te la hiciste? Debió ser toda una carnicería.

Hago una mueca de asco.

—Te responderé si respondes tú a mi pregunta.

—¿Crees que estás en posición de reclamar?

Me encojo de hombros.

—Bueno, me da igual. También estoy en mi derecho de no responder.

Intento parecer tranquila pero la verdad es que me tiemblan las rodillas y arrastrar cada palabra me supone demasiado esfuerzo.

—Una pregunta.

—¿Qué estáis haciendo con esas chicas? —señalo a las demás que se encuentran en sus celdas.

—Armas biológicas.

En ese momento todas las piezas comienzan a colocarse.

—¿Qué clase de arma biológica?

—He dicho que solo una pregunta.

—¿Qué más te da? —digo, casi gritando. —Me vas a matar de todas formas, ¿qué importa que lo sepa?

Parece estar pensando que hacer. Lo veo entrecerrar los ojos, evaluando la situación.

—¿Has visto alguna vez una rana flecha? —pregunta, sin esperar realmente una respuesta. ——¿O una mamba negra? Son animales preciosos, cautivadores para la vista. El único problema es que son terriblemente venenosos. Sin darte cuenta, te estás acercando a algo que podría matarte en pocos segundos. Pues yo —se señala así mismo, orgulloso. —Estoy haciendo lo mismo con personas. Chicas hermosas cuyo organismo es una bomba de relojería.

—Eso es imposible.

—Yo también lo pensaba, hemos tenido que experimentar muchísimo y muchos casos no han dado sus frutos y han muerto. —lo dice como si no estuviese hablando de seres humanos. —Pero cada vez estamos más cerca de conseguirlo.

—¿En qué consiste?

—Hemos probado con muchos venenos alterados, hemos roto su composición e intentado remodelarlo de alguna manera que resultara compatible para el anfitrión. De tal forma que ellas no murieran, pero cualquier contacto con ellas fuera letal. Un beso, una caricia con su sudor...y estás muerto.

"No te acerques"

Esa chica lo sabía. Ella era un experimento. Uno fallido, ya que yo sigo viva.

No sé qué decir, mi cerebro no conecta con mi lengua.

—Ahora dime, ¿cómo te hiciste eso?

—Fue mi madre.

—Es sorprendente como la propia sangre puede ser nuestra mayor perdición.

Veo como sus manos viajan hasta el botón de su pantalón desabrochándolo. Trago saliva, pero me cuesta tragar con normalidad. Mi corazón se apresa del miedo e intento fundirme aún más contra la pared.

Su mano viaja a mi nuca, obligándome a que me recueste sobre el viejo y destartalado camastro.

—Te lo vas a pasar bien, créeme.

Sus labios se hunden en mi cuello, mordiéndolo y cubriéndolo de besos húmedos. Cierro los ojos con fuerza intentando invocar la imagen de Aiden. Intentando pensar que son sus labios los que se mueven sobre mi piel y no otros. Nada sirve, Aiden no está. Solo estoy yo y el peso del cuerpo de Roy encima del mío.

El clavo sigue en la palma de mi mano y aguardo el momento preciso para utilizarlo.

El corazón me va a mil y las paredes cada vez se comprimen más. Los bordes de mi visión están distorsionados y borrosos, siento que me ahogo aun estando respirando.

El miembro de Roy me roza la entrepierna y siento la tibieza de su carne sobre la mía. Cierro los ojos con mayor fuerza sintiendo que se me escapa una lágrima.

—¿Te gusta? —susurra en mi oído.

Asiento con los ojos cerrados, conteniendo mi cara de asco.

Sus labios apresan los míos y su miembro se torna cada vez más duro, presionando mi ropa interior, casi forzando la entrada. Sus dedos viajan por mi costado, haciendo que me sacuda el asco por dentro. Su viaje se detiene en mi ropa interior, noto como la aparta y toca mi sexo.

—Esto te gustará más. —no entiendo a que se refiere. —Me recordarás incluso después de muerta.

Abro los ojos en el momento exacto en el que saca del bolsillo trasero de los pantalones una navaja. Se me comprime la garganta del miedo. Intento moverme, pero su peso me mantiene casi inmóvil, sin poder mover los brazos.

—Noto cuanto odias tu cicatriz, veo en tus ojos cuanto recuerdas ese día y a quien te lo hizo. —alza la navaja. —Me debes dos favores Katherine, y uno de ellos lo vas a pagar con sangre.

La navaja baja, enterrándose en mi vientre, justo donde tengo la cicatriz. Me rasga, me rompe la piel, haciendo que me retuerza bajo su peso.

—¡Para! —grito. —¡Por favor! ¡Te dejaré hacer lo que quieras, pero para!

Disfruta de la visión de abrirme la piel mientras en mi cabeza no paran de sucederse los recuerdos de esa noche. El cristal enterrado en mi estómago, los ojos coléricos de mi madre, la sangre encharcando el suelo.

Sus palabras, taladrándose para siempre en mi memoria.

Eres el mayor error de mi vida.

Nunca podría quererte.

El dolor es insoportable, noto como se regodea en la imagen y cuando creo que no puede ser aún más sádico, noto como su miembro roza mi entrada.

Un sonido estridente llena por completo el espacio, las luces dejan de parpadear y ese tono verdoso pasa a volverse rojo. Un rojo llameante y vivo.

—Mierda. —refunfuña. —Tenemos visita, ¡Vosotros! —grita en dirección a los dos hombres postrados frente al pasillo. —¡Id con el resto, que no pasen, solo Gregory Montgomery!

Lo veo alejarse de mi cuerpo, liberándome de su peso y entonces agarro con fuerza el clavo, lo rodeo con los dedos y lo ataco.

El clavo se incrusta en su ojo y suelta un alarido de dolor a la vez que se lleva la mano a la zona herida. Intenta alcanzarme, pero hago acopio de todas mis fuerzas para ponerme de pie y correr. Su mano alcanza mi pierna, haciendo que caiga al suelo y golpeo la gravilla con la cara.

Siseo entre dientes por el dolor, pero no pierdo ni un segundo al intentar incorporarme. Roy se abalanza encima de mí, saco el clavo que se entierra en su ojo, haciendo que la sangre me salpique el rostro. Su mano acude a la herida, presionándola y yo vuelvo a golpear con el clavo, que esta vez rompe la piel de su mano. Aprovecho su dolor para propinarle un rodillazo en la entrepierna y librarme de su cuerpo.

—¡Pedazo de hija de puta!

Me deshago de él, mientras no sabe si llevarse las manos a la entrepierna por el dolor o sacarse el clavo. Atravieso la celda, saliendo fuera y comprobando para mi suerte que no hay ningún hombre más vigilando. Escucho disparos a lo lejos y mi corazón parece volver a bombear con la esperanza de que sea Aiden.

Cierro la celda de un portazo, antes de que Roy pueda incorporarse de nuevo y agarro la pistola del cinturón que dejó fuera. Quito el seguro y apunto a Roy.

—Te dije que te mataría, hijo de puta.

Su único ojo sano se levanta conectando con los míos en el momento exacto en el que aprieto el gatillo. La bala se incrusta en el centro de su tórax y una mancha escarlata comienza a llenarlo todo. En pocos segundos ni rastro queda del blanco de la camisa. Sus rodillas ceden, haciéndolo caer. Su mirada busca la mía.

Sonrío.

—Me vas a recordar hasta después de muerto.

No me detengo a observar el resto. Doy media vuelta adentrándome en el pasillo iluminado solo por el resplandor rojo de las luces de emergencia. Los disparos suenan cada vez más cerca y rezo por no encontrarme con los hombres de Roy. Rezo porque estén todos muertos, aunque eso no me convierta en buena persona.

Las piernas quieren fallarme, pero no las dejo. Sigo caminando a pesar de sentir que las piernas quieren ceder, renqueo apoyando mi hombro contra las paredes de aspecto más sólido del pasillo. Avanzo a un ritmo lento que me exaspera, pero cada vez que intento correr o andar más rápido, la herida del gemelo me lanza una punzada, recordándome que estoy herida.

Escucho un disparo muy cerca, me sobrecojo.

Giro la esquina al llegar al final del pasillo, preparándome para lo peor. Me choco contra algo, duro y fuerte. Unas manos me rodean los hombros y me aprietan contra su cuerpo.

Menta y sándalo.

—Te tengo. 

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¡Hola amores!

¿Qué tal estáis? Este capítulo ha sido intenso pero se vienen tiempos difíciles...

Cada vez estamos más cerca del final del primer libro, para manteneros informados de todo seguidme en mi instagram:  @loslibrosderai_

¡Nos vemos el MIERCOLES!

Besos,

XX

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