CAPÍTULO 34

Narrado por Cassie

The night we met-Lord Huron

Positivo.

Ocho letras. Una palabra, cuyo uno de sus muchos significados denota algún beneficio o resulta favorable para algo.

Cuando en el test apareció la palabra "positivo" acompañada de un mensaje que me informaba de que estaba de casi cuatro semanas de embarazo, lo que menos sentí es que esto fuese algo positivo. Allí, en el baño de Lev, donde decidí poner fin a mis dudas, sentí que el mundo se me venía encima. Quise desaparecer o tal vez las paredes que cada vez parecían cernirse más sobre mí se encargarían de hacerlo.

No sé como conseguí abrir la puerta del baño, salir fuera bajo la atenta mirada celeste de Lev o como luego pude dejarme convencer para venir aquí.Pero aquí estoy, en la consulta de una de las muchas psicólogas que investigué.

—¿Cassie?

Me sobresalto sobre el mullido sillón en el que estoy recostada, saliendo de mis ensoñaciones.

—Perdona.

—Tranquila, no lo sientas. Estoy más que acostumbrada a que mis pacientes se marchen muy lejos de mí cuando encuentran la posibilidad.

La doctora Zimmer es una mujer treintañera de pelo castaño y ojos azules amables. Tiene algunas arrugas salpicadas por el rostro, sobre todo en los ojos, que parecen demasiado cansados para la edad que tiene. Lleva el pelo recogido en un moño desenfadado y encima de su ropa lleva una bata blanca. Sostiene entre sus manos un pequeño cuaderno y un bolígrafo con el que no para de juguetear mientras me dedica una sonrisa sincera.

—No tienes que contar nada si no te sientes aún preparada. Podemos estar en silencio, el silencio no es malo.

Niego con la cabeza, me agarro al filo de mi vestido y tomo una bocanada de aire.

Empiezo mi relato.

Le cuento como esa noche no podía contenerme la emoción de estar con Jules, ella pregunta si es el chico tan guapo que me espera fuera, a lo que respondo que no. Prosigo contándole que bailé y sentí mi corazón hacer triples mortales mientras estaba rodeada por sus brazos, hasta que se fue. En ese momento hice un descenso a los infiernos del que todavía estoy intentando volver. Le cuento como ese tropiezo en el pasillo me costó más que una disculpa, como la oscuridad de ese cuarto aún me persigue en sueños, el dolor de mi cuerpo en los días posteriores y esa sensación de estar siendo observada todo el tiempo. Por no mencionar mis nuevos hábitos como la necesidad constante de pasarme las manos por los brazos, como si así me fuera a sentir más limpia.

Cuando termino mi relato, tengo la voz tan rota como el corazón y la cara bañada en lágrimas.

—Toma. —me pasa un pañuelo de papel de una caja enorme que tiene al lado. —Has sido increíblemente valiente, Cassie. Lo has contado con una entereza impresionante, no tengo palabras.

—Ha sido liberador contárselo a alguien. —confieso.

Y es cierto, tras dejarlo ir todo, ha sido como si un peso también me hubiese abandonado. Mi historia ha sido compartida, ya no es solo mi secreto.

—Eso es bueno. —veo como apunta cosas en el cuaderno. —Quiero que me hables de tus sentimientos, suéltalos todos y poco a poco intentaremos profundizar sobre cada uno de ellos. Es nuestra primera sesión, normalmente la gente tarda en abrirse conmigo.

—Lo necesitaba, no ha sido fácil mentir a todo el mundo.

Otro sollozo escapa de mis labios.

—Tranquila, a mí no tienes por qué mentirme. —una sonrisa casi maternal se dibuja en sus labios. —Y estoy segura de a que los que te quieren, tampoco.

—Tengo miedo a sus miradas. —guarda silencio. —Tengo miedo a hacerles daño a todos. Yo fui la primera que se culpó a sí misma de la situación y ellos también lo harán.

—El único culpable de estas cosas, es quien se atreve a cometer estos actos.

No me pasa inadvertido la omisión de palabras como violar o violación.

También me siento perdida, asustada y sobrepasada.

—Háblame de ello.

—¿Sabe que muchas chicas se sienten mal después de abortar?

Comienza a darme una verborrea incesante. Las palabras manan de mi boca como un manantial imposible de parar. Me remuevo incómoda en el sillón dejando que todo salga fuera.

—Cassie.

—Les aborda una culpa terrible y luego necesitan ayuda psicológica para afrontar las secuelas. La gente cree que es algo fácil, una decisión que se toma a la ligera, como quien va a comprar el pan.

—Cassie. —repite.

—Cuando la realidad es que una vez que se te despliegan esas dos opciones, abortar o dar a luz, tu mente no deja de pensar, de cuestionarse que es lo correcto. Se te oprime el corazón y la garganta, te imaginas como puede ser eso que llevas dentro a la vez que lo odias por cambiarte la vida.

—Cassie, tranquila. —sus ojos de un azul tan claro que parecen casi grises me miran con cautela. —¿Puede ser que estés embarazada, Cassie?

Me llevo las manos al rostro, sintiendo que mis pulmones se estrechan sin posibilidad de que el aire acuda a ellos. Me rompo por completo, apretando las palmas de mis manos contra mis ojos hasta que veo motitas blancas en ellos. Desde el momento en el que mi sospecha se hizo realidad, no he podido comer ni dormir. Me debato entre el miedo, el agobio y la pena.

Y para mi sorpresa, Lev ha sido mi mayor apoyo. Tres días han pasado desde que me hice la prueba y desde ese momento, cada día me ha visitado fugazmente o yo a él. Es como tener una segunda sombra y la verdad es que sirve para paliar mi miedo contante.

Lo único que llena la pequeña sala son mis respiraciones ahogadas y mis sollozos. Noto la cercanía de la doctora, pero en ningún momento me toca o posa su mano para consolarme. Siendo consciente de cuáles pueden ser mis reacciones ante el contacto de otra persona. Cada día es un esfuerzo.

—No te preocupes Cassie, tienes opciones.

Ya he oído esas palabras antes.

—Lo sé.

—Y todas ellas son tan validas como cualquiera, tomes la que tomes. —Cruza las piernas mientras y me obligo a mí misma a alzar la mirada. —Es cierto que muchas chicas sufren secuelas psicológicas, pero para eso estoy yo aquí. Para ayudarte. La pregunta que realmente tienes que hacerte: Si decidieras seguir adelante con ello, ¿podrías quererlo?

Niego con la cabeza, aunque la verdad es que no lo tengo claro.

La pregunta ha recurrido a mí varias veces y la respuesta siempre es distinta a la anterior.

Me cambiará la vida para siempre y me aterra mirarlo y que algo me desbloquee un recuerdo de esa noche. Y, por otro lado, también es mío, también lleva algo de mí.

—No lo sé. —confieso.

—No te preocupes, tienes tiempo. —asegura. —Creo que ha sido una sesión muy intensa para las dos, ¿te parece bien que nos veamos la semana que viene?

Se levanta de la silla y la emito. Me tiende la mano mientras me muestra la hilera perfecta de dientes perfectos. Dudo antes de apretar su mano y sonreír de vuelta.

—Perfecto.

—Entonces te veo el miércoles.

Asiento con la cabeza antes de volverme hasta la puerta. Fuera encuentro a Lev que en cuanto escucha la puerta abrirse dirige sus ojos celestes hasta mí. Me parece ver un amago de sonrisa mientras se levanta pasando las palmas de sus manos por los pantalones, como si estuviese nervioso.

—¿Cómo ha ido? —dice posicionándose a mi lado.

—Bien.

Sonrío intentando disimular que ahí dentro he dejado un peso enorme.

—Has llorado.

Su voz suena dulce y melódica, acto seguido noto como su mano acuna una de mis mejillas y pasa su pulgar donde antes hubo lágrimas. Por un momento cierro los ojos. En algún momento entre una confesión y otra. Entre Alina y mi embarazo, creamos un lazo. El tipo de lazo que solo dos personas rotas pueden crear dando lugar a una amistad analgésica.

—Solo un poquito. —digo, intentando quitarle importancia. Abro los ojos de nuevo, siendo arrasada por los suyos. —Anda vamos.

Acaricio la mano que descansa encima de mi cara un instante y al otro la aparto con sutileza. Caminamos en silencio y abandonamos la clínica de la doctora Zimmer hasta llegar al Jeep negro de Lev.

Aún no me creo que gracias a él haya dado el paso de venir. Lo habría acabado haciendo en algún momento, pero habría tardado mucho más sin su apoyo. Me he prometido a mí misma ayudarlo, porque no soy la única que está sufriendo.

Abro la puerta y me deslizo en el interior. El olor a limón del ambientador es fresco y aligera el ambiente. Recuerdo mi promesa de llevarle pasteles de limón a la señora Miller y me digo a mí misma que mañana iré a visitarla.

—Ha debido de ser duro. —comenta mientras mete la llave en el contacto. —Si encontrara a ese hijo de puta...

Esa tarde cuando sus ojos se llenaron de compresión y los engranajes de su cabeza comenzaron a unir las piezas, se lo conté todo. El primero en escuchar mi historia fue él. Me sostuvo por los hombros mientras cada palabra del relato me dejaba más rota que la anterior. Recuerdo quedarme dormida en el sofá y a la mañana siguiente Lev intentó darme dosis de normalidad. Hicimos tortitas que no quedaron ni redondas ni buenas de sabor, pero consiguió que me riera y me olvidara de que solo estábamos nosotros en el piso. Yo y otro hombre. En otra ocasión eso me habría producido terror. Después me dejó en casa y se fue a algún sitio que no quiso contarme.

—Ha sido liberador.

Veo como doblamos una esquina y entramos a plena arteria de la ciudad, siendo atrapados por el tráfico.

—¿No lo recuerdas? —pregunta. —Cualquier cosa. Lo encontraré, Cassie, te lo prometo.

—¿Y qué harás? ¿Matarlo? —bromeo sin ganas. —Nadie me creerá y acabará saliendo impune de sus actos.

—Pues tal vez sí lo mate.

Sacudo la cabeza intentando dibujar una sonrisa. La verdad es que sus bromas consiguen ponerme de mejor humor.

—No lo recuerdo, solo su voz. —explico. —Todo estaba oscuro. Sus ojos podrían ser negros, pero también azules o verdes. No pude ver nada. Lo único nítido en mi mente es su voz, no paro de escucharla.

—Maldito cabrón... —sisea entre dientes.

Veo como sus manos rodean el volante con mayor fuerza y su mandíbula se tensa hasta volverse tan afilada como un trozo de cristal. Apoyo mi mano bajo mi barbilla mientras veo como avanzamos lentamente por la ciudad.

—¿Te importa que paremos en un supermercado?

—¿Te ha entrado hambre, niña de algodón de azúcar?

—Quiero comprar pasteles de limón.

Asiente y pasados veinte minutos estamos cerca de uno de los supermercados próximos a su barrio. Últimamente paso más tiempo en su casa que en la mía o la universidad y creo que eso no está bien.

Estaciona el coche y hace ademán de levantarse para acompañarme, pero niego con la cabeza. Salgo fuera sintiendo el frío de noviembre en las mejillas y mientras camino miro mis últimos mensajes. Son de Katherine.

Dice que esta noche me llamará.

El estómago me da un vuelco ante la proximidad de esta conversación. Quiero contarle sobre mi embarazo y escuchar lo que tenga que decir. Su opinión es muy importante para mí, sé que me hará ver las cosas con mejor perspectiva.

Las puertas automáticas se abren y me dirijo a la zona de pastelería. Ojeo la vitrina repleta de dulces y al ver mi tarta favorita, en vez de hacérseme la boca agua por hambre, se me hace agua al sentir las náuseas que me suben por la garganta. Me aparto de allí, con la mano sobre la boca e intento contener las náuseas.

—Rubita.

Me giro, aún con la mano sobre la boca.

Connor.

El mellizo de aspecto aterrador y ojos de diferente color.

—¿Connor?

—Veo que te acuerdas de mi nombre. —esa sonrisa lobuna se dibuja en su boca. Aún la recuerdo. —No volví a verte esa noche en la fiesta, perdona si no recuerdo tu nombre.

—Cassie. —digo algo malhumorada. —Y yo tampoco volví a verte.

Una risa extraña escapa de entre sus labios y se pasa la mano por el pelo, despeinándose la cabellera castaña.

—No lo creo.

—¿Perdona?

Da unos cuantos pasos hacia mí y automáticamente me siento amenazada. Doy la misma cantidad de pasos hacia atrás, poniendo distancia.

Cálmate Cassie, estás en un supermercado. Nadie va a hacerte daño.

—Sé que me viste esa noche. —se inclina, quedando su ojo castaño y su ojo azul a la altura de los míos. —En la habitación de Petra.

—¿Qué?

La mano que había dejado descansando vuelve a cubrir mi boca.

No puede ser.

Aunque si lo pienso, yo solo vi el reflejo de Petra, en ningún momento vi a la otra persona. Asumí que sería Jules porque era lo más obvio.

—Mira yo solo quiero que mantengas la boca cerrada.

—¿Eras tú? ¿tú pasaste la noche con Petra?

Parezco imbécil haciendo estas preguntas.

—Sí, era yo, y como he dicho solo quiero que mantengas la boca cerrada.

—Porque no quieres que Jules lo sepa.

—Exacto. Tal vez sea mentira el mito de que las rubias son tontas. —intenta alargar su mano para tocarme el pelo, pero me aparto antes de que me roce. —Tranquila, no muerdo.

—¿Qué clase de amigo eres tú?

—El tipo de amigo que sabe cuando las cosas están muertas, su relación lleva tiempo sin existir y me parece una tontería que todos tengamos que guardarle el respeto a algo que murió hace tiempo. —se mete las manos en los bolsillos. —Fue solo una noche, no es algo serio. Por eso te pido que no cuentes nada.

—Para ser alguien que quiere que le hagan un favor, no eres muy amable.

Me doy la vuelta volviendo hasta las vitrinas repletas de pasteles e intento contener la respiración para que el olor no vuelva a causarme náuseas. Obviamente es un acto inútil. Le digo a la dependienta lo que quiero y minutos después camino con la bolsita aferrada a los dedos.

Solo pensar en la cara de felicidad de la madre de Jules hace que esté contenta.

—Lo digo en serio, Cassie. —Connor vuelve a estar tras mi espalda. —No necesita más cosas encima.

—Deberías haberlo pensado antes de hacerlo. —siento el golpeteo de la bolsa al chocar contra mi cuerpo que cada vez se mueve más rápido hacia la salida. —¿Tu hermano también lo sabe?

No pienso contar nada, pero torturarlo es algo de lo que estoy disfrutando. Y de lo lindo la verdad.

Niega con la cabeza.

—Él desapareció de la fiesta. —se pasa los dedos por el pelo. —Y tampoco contaría nada.

—Sois unos amigos de mierda.

—Mira, no hemos empezado con buen pie. —consigue agarrarme del brazo haciendo que frene en seco. —Por favor, no digas nada. De verdad que su amistad es importante para mí, cometí un error.

—Si decido no contar nada no será por ti, sino por él.

Suelto mi mano de su agarre de un tirón y camino con determinación hasta fuera del supermercado. Lev espera fuera del Jeep, con las piernas cruzadas, la espalda apoyada en el lateral del coche y las manos en los bolsillos. Sonrío mientras camino hasta él.

—¿Contenta con tus pasteles de limón?

Sacudo mi cabeza afirmativamente mientras noto el pelo acariciarme las mejillas. Veo como da una última calada al cigarro y lo tira al suelo, volviendo de nuevo a tomar su asiento como conductor.

Frunzo el ceño mientras me meto dentro.

—Fumar es malo para la salud. —murmuro. —No sabía que fumabas.

—Eres igualita que Alina. —noto como su voz no muestra signo de romperse cuando pronuncia su nombre. —No fumo.

—Pero...

—Era el último. —me tiende el dedo meñique. —Pinky Promise.

Estallo en carcajadas al escuchar a alguien como él pronunciar esas palabras. Nadie, jamás, pensaría que alguien con el semblante tan frío y serio fuese capaz de decir estas cosas. Entrelazo mi meñique con el suyo y sellamos la promesa.

The night we met suena en la radio mientras transitamos las últimas calles hasta el apartamento de Lev. El cielo comienza a teñirse de un naranja repleto de vetas rojas. La hora en la que se han inspirado miles de artistas, la hora de los soñadores. El coche se detiene frente al edificio y salgo al exterior aferrándome a la pequeña bolsita. Caminamos con el sonido del repiqueo de las llaves y esa sensación de angustia que siempre me acompaña, se disipa. Lev es tranquilidad. Lev es puerto seguro. Lev es silencio.

Él me da mi espacio y yo le doy el suyo. Nos hacemos una compañía que nos dice "Hey, no estás solo" aunque casi siempre reine el silencio.

Subimos las escaleras sin llegar a rozar nuestros hombros y una vez frente a la puerta, Lev hace girar la cerradura. Corro hasta el frigorífico, como si la casa me perteneciera y meto los pasteles de limón. Satisfecha conmigo misma por haberme acordado y no ir mañana con las manos vacías.

—¿Te esperan para la cena? —pregunta tras mi espalda. —Puedo llevarte si quieres.

—Nop —me vuelvo sonriente. —Les avisé de que no llegaría para cenar.

—Genial porque quiero enseñarte algo.

Lo miro con confusión y duda. Él se acerca a mí, dibujando una sonrisa tímida que apenas nunca deja ver. Hace tres semanas pensaba que me odiaba, ahora sé que verme es ver un reflejo de otra persona. Alguien que ha perdido.

—¿Es ahora cuando me asesinas como en una película slasher?

—Sí, así que empieza a correr como una imbécil y enciérrate en el baño, seguro que no consigo entrar. —rueda los ojos. —Anda ven, creo que te va a gustar.

Extiende su mano y dudo un poco antes de deslizar mi palma sobre la suya. Es cálida y con durezas allá donde sus manos han ejercido esfuerzo. Nuestras manos se acoplan la una con la otra, formando un enganche perfecto. Veo como abre la puerta del apartamento y me confunde aún más. Camina hasta el ascensor y me abre la puerta para que pase primero.

Mi mano no abandona la suya en ningún momento a pesar de que noto que estoy sudando como una quinceañera hormonal.

Veo como pulsa el botón de la última planta y este comienza a sacudirse mientras ascendemos. Me concentro en ver las paredes verdes con la pintura descascarillada e intento ignorar que estoy sudando como una cerda.

El ascensor se detiene y su mano abandona la mía a la vez que abre la puerta empujando con el hombro. Me golpea la brisa fresca y los rayos anaranjados del atardecer. Se me dibuja una sonrisa de oreja a oreja viendo los edificios desde aquí arriba y el horizonte que pronto esconderá al sol por completo.

Doy un giro completo examinando todo lo que me rodea. La azotea tiene algunos sillones estropeados, colillas de cigarro esparcidas por aquí y allá, latas vacías de cerveza y un bidón donde antes hubo fuego.

—Ven.

Señala hacia otra puerta de la que no me había percatado.

Veo como saca una pequeña llavecita del bolsillo trasero del pantalón y hace girar la cerradura Abre la puerta para mí, revelando una pequeña habitación a oscuras donde descansan algunos pufs mullidos de color violeta y debajo una alfombra de pelo naranja.

—Tu sentido de la decoración es un poco extraño, Lev.

Se le escapa una risita mientras mantiene la puerta abierta con la mano.

—Esto no es mío, es del dueño del apartamento. Pensó que no vendría hasta aquí a investigar.

—¿Y que este sitio? ¿La sala de espera de las víctimas a las que piensas asesinar? —bromeo.

—Siéntate y verás.

Obedezco para mi sorpresa.

No sé como hemos llegado a conectar de esta manera. Pasar de tenerle miedo al pensar que me odia a tener plena confianza y dejar que me lleve al psicólogo.

Lev aparta la mano que sujeta la puerta y esta se cierra, sumiéndonos en una profunda oscuridad.

—¿Lev?

—Mira arriba.

Levanto la mirada a la vez que una pequeña luz casi imperceptible se enciende sobre mí. Me quedo completamente muda.

Cientos, miles de cristales cuelgan del techo reflejando esa pequeña luz. La combinación de ambos da la sensación de estar viendo un cielo totalmente estrellado, solo que estas estrellas se sacuden con cada pequeña brisa que se cuela por las rendijas de la puerta. Escucho a Lev sentarse en uno de los pufs junto a mí y ambos miramos sobre nuestras cabezas durante minutos enteros. Maravillados por este cielo estrellado falso.

En una ciudad como Seattle, en la que los edificios son altos y llenos de luces y los coches no paran de circular las calles, el cielo con estrellas es un lujo.

—Esto es precioso, Lev. —digo sin poder borrar la sonrisa de mi boca.

Solo puedo ver el brillo de los cristales en sus ojos, pero sé que piensa lo mismo que yo.

—Y aún queda algo más.

Lo escucho rebuscar algo y poco después un televisor se enciende en el fondo de la habitación. Dejo que se me escape un silbido.

—Quien sea que hizo esto, sabe lo que se hace.

—Bueno Cassie, ahora que has visto este sitio, es hora del momento slasher.

Veo por el rabillo del ojo como se le curvan los labios en una sonrisa traviesa y por primera vez pienso que se está divirtiendo de verdad. Al menos conmigo, la chica a la siempre mira como si fuese una asesina de gatitos y perritos bonitos. Lo veo acercarse lentamente a mí con las manos al frente, como si fuese a atacarme.

Veo la duda cruzar su rostro cuando se haya más cerca de mí y sé que se está preguntando si esto será demasiado para mí, si es posible que me rompa con estas pequeñas cosas.

Lev, yo ya estoy rota, quiero decirle, pero en vez de eso sonrío y dejo una risa salir de mí ante su comportamiento infantil.

Cuando está lo suficientemente cerca de mí me tiende por sorpresa el mando de la televisión.

—Toma, voy a cerrar los ojos y dejar que me sorprendas con la elección de tu película. —se deja caer de nuevo en el puf. —Espero que sea una de terror repleta de asesinatos.

Dibuja una sonrisa siniestra y cierra los ojos, pareciendo sereno.

Presiono los botones del mando y comienzo a pasar las películas, una detrás de otra hasta que doy con una que me hace sonreír traviesamente. No se lo espera ni en un millón de años. Pulso la película y carraspeo la garganta para avisarle de que estoy lista.

—No. Me. Puto. Jodas. —dice, palabra por palabra. —¿Debería ir a por mí corona de princesa?

—¿Eres un hombre de masculinidad frágil?

Se cruza de brazos, con los labios fruncidos y el ceño arrugado.

La princesa y la costurera comienza a reproducirse y no quepo en mí misma de la emoción. Soy una fan incondicional de las películas de Barbie y esta es mi favorita. De vez en cuando suelto alguna exclamación de emoción y Lev resopla como si estuviese aburrido, pero llega un momento en el que veo su cara de concentración viendo la película.

Pues si huevos quiero yo tomar, solo tengo que llamar. La doncella viene a preguntar y me sirve sin tardar...

Me muevo en mi sitio, sacudiendo mi cuerpo de lado a lado mientras no dejo de cantar la canción.

Me olvido por completo de todos mis problemas y vuelvo a ser una niña.

—¿Cuántas veces piensas repetir esta escena? —refunfuña.

—Venga Lev, cántala conmigo. Ya te la tienes que saber. —busco en la oscuridad sus manos y las agarro haciéndolo levantar. —Soy como tú, tu igual a mí...contigo iría siempre así a algún lugar de sueños y quietud...

Intento con todas mis fuerzas que se mueva del sitio, hacerlo girar, pero Lev es inamovible como si fuera una montaña.

A pesar de su negativa a seguirme el juego, sigo moviéndome a su alrededor lanzando risas al aire como una niña pequeña. Noto que sus hombros se sacuden conteniendo la risa al verme actuar así y cantar como una foca agonizando.

No consigo que me acompañe en este ridículo, pero veo como levanta una mano agarrando la mía y me ayuda a dar vueltas sobre mí misma, como la bailarina de una caja musical. Freno cuando la habitación no para de dar vueltas y siento que voy a caer en cualquier momento.

Las manos de Lev se aferran a mi espalda, sujetándome. Sus manos no me dejan tambalearme y permanecemos quietos mientras el mundo deja de girarme a toda velocidad. Entonces, el corazón es el que se me vuelve loco, sintiendo unas manos que no son las mías contra mí cuerpo. Levanto el mentón, buscando en la semi oscuridad los ojos de Lev.

—Niñita de algodón de azúcar... —murmura.

Su nuez de Adán sube y baja mientras que mi pulso sigue desbocado y mis ojos fijos en cada centímetro de su cara.Me sobresalto en sus brazos cuando el sonido de su teléfono rompe el aire. Se separa de mí dando un paso hacia atrás y saca el teléfono. Mira el nombre que se refleja en pantalla.

—Ahora vuelvo.

No espera mi respuesta antes de salir de la habitación.

La puerta queda entreabierta y la luz de fuera se refleja en los cristales con tanta fuerza que las estrellas ya no parecen estrellas, la película sigue de fondo con las escenas pasando sin parar, pero la magia de este sitio ya se ha roto.

Me dejo caer en el asiento y espero paciente mientras intento concentrarme en la película. La voz de Lev suena lejana y por mucho que afine el oído no consigo distinguir más que palabras sueltas sin contexto.

Me levanto caminando de puntillas y pego mi oreja en la puerta.

—Tiene que saberlo, Aiden.

¿Aiden? ¿Quién tiene que saber qué?

—O se lo decimos o acabará notando que algo ocurre. —silencio. —No Aiden, no estoy con ella. No todos tenemos que meter la polla dentro de una mujer si estamos cerca.

Me sobrecojo en el sitio.

—Estaré allí en una hora y empezaremos a trazar un plan de actuación. Por favor Aiden, tranquilízate. No es propio de un líder perder los estribos de esta forma.

¿Líder? Estoy demasiado confusa. Sé que Aiden es bastante rico, pero no sabía que era líder de algo.

Corro de vuelta a mi sitio y actúo como si fuera ajena a todo. Veo la figura de Lev aparecer de nuevo y por la manera en que mueve, parece que está nervioso.

Se sienta al lado de mí y permanece en silencio un momento, mirando la pantalla fijamente hasta que suelta una bocanada de aire y entrelaza los dedos de sus manos.

—Tengo que contarte algo, Cassie. —su voz suena profunda y serena. —Pero primero tienes que prometerme que vas a mantener la calma.

—Me estás asustando.

—Prométemelo.

—No puedo prometer algo así sin más. —replico.

—Promételo.

—Está bien. —levanto las manos con resignación. —Lo prometo.

—Bien. —lo veo juguetear con el interior de su mejilla. —No voy a entrar en detalles que no me corresponden a mí explicar así que lo diré simplemente. Katherine ha sido secuestrada.

—¿Qué? —me levanto corriendo del sitio, como si tuviese un resorte justo debajo del culo. —¿Cómo? ¿Cuándo? ¡Tenemos que llamar a la policía!

Comienzo a apretar los puños con fuerza mientras me muevo inquieta de un lado a otro sin parar con el corazón a mil por hora.

—Cassie, siéntate. —obedezco. —No podemos llamar a la policía.

—¿Cómo qué no? —mi voz suena histérica y los dedos han comenzado a temblarme de puro nervio. —Primero, ¿Cómo sabes lo que le ha pasado a Katherine? ¿Lo sabe ya todo el mundo menos yo?

Lo escucho resoplar.

—Cassie, hay muchas cosas que no sabes, ¿Vale? —me toma de las manos acariciándolas con el pulgar. —No voy a ser yo quien te cuente nada, le corresponde a ella. Se ha metido en la boca del lobo por nuestra culpa y ha pasado esto.

—¿Por vuestra culpa?

—Sí, por nuestra culpa. —asiente acompañando su afirmación mientras sus manos profanan caricias tranquilizadoras. —No somos precisamente santos.

—¿Qué quieres decir?

—Solo que no soy bueno, Cassie. No puedo contarte nada más ahora mismo, por tu bien.

—¿La está buscando alguien? ¿La policía? ¿Su familia?

—La policía no sabe nada de ella y no va a saberlo.

—¿Por qué? —pregunto frunciendo el ceño. —Tenemos que acudir a ellos.

Me levanto de nuevo, apartando mis manos de las suyas y me dispongo a salir corriendo en dirección a la puerta, pero su brazo se interpone para luego bloquearme el paso por completo con todo su cuerpo.

—No puedes hacer eso.

—¿¡Cómo que no!? —digo alterada. —Aparta Lev, es mi amiga, tenemos que pedir ayuda.

—He dicho que no, Cassie.

—¿Eres imbécil?

Le aporreo el pecho con las manos intentando que retroceda o se aparte, lo que primero ocurra. Es inútil, Lev es como un bloque de cemento, da igual cuanto lo aporree con mis manos.

—Escúchame Cassie. —me sujeta la cara con ambas manos. —La mafia no trabaja con la policía.

Empalidezco por completo.

—¿La mafia? —la voz se me entrecorta. —¿Katherine pertenece a la mafia? ¿tú perteneces a la mafia? ¿qué quieres decir?

—Katherine no pertenece a la mafia. —Sus ojos intentan transmitirme una tranquilidad que no siento en absoluto. —Aiden sí y yo también, a la bratva concretamente. No deberías saber esto, pero ya veo que no vas a parar. Así que haz el favor de tranquilizarte y dejar que nosotros solucionemos esto.

—¿Cómo?

—Tú confía en mí. —me pellizca la mejilla. —Aiden y los escorpiones la vamos a encontrar.

No tengo tiempo para preguntar como unos animales horribles van a ayudar a mi amiga o a que cojones se refiere con escorpiones. Tampoco sé como se supone que voy a confiar en él ahora que sé que pertenece a la mafia. Aun así, dejo que me saque de allí, bajamos de la azotea y nos ponemos en marcha a no sé donde. Solo sé que voy sentada en el asiento copiloto junto a un miembro de la mafia. 

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¡Hola amores!
¿Qué tal estáis? ¿Os ha gustado el capítulo de hoy?

¡Nos vemos el DOMINGO!

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