CAPÍTULO 33

Fallout-UNSECRET,Naoni

Tal vez he quedado como una imbécil todo este tiempo o es que era demasiado obvio como para verlo a simple vista. Es como cuando estás buscando tu teléfono móvil y resulta que lo has tenido en la mano todo el tiempo. Estoy tan inmersa en las aguas que a veces me cuesta ver las cosas desde otra perspectiva. Todas mis búsquedas por saber quién es Nikolai Volkov o su hijo no dieron ningún tipo de resultado, es como si estuviesen muertos. Y ni eso, los muertos también dejan sus huellas antes de irse.

No fue hasta esa pequeña frase que salió de sus labios que una pequeña luz empezó a encenderse en mi cabeza. Si hay alguien en esta parte de la sociedad que puede conocerlo, ese es Sullivan. Así que no dudé ni un momento en intentar arreglar las pequeñas rencillas que surgieron entre nosotros y como era de esperarse; no me salió barato. Al final la información manó como una fuente de los labios del viejo Sullivan, con la condición de una buena cantidad de dinero.

Las sensaciones que me sacudieron fueron tantas que me llevó días aclararme y cuándo llegó la noche de la cena, sabía lo que quería hacer. Su cara, su forma de mirarme sin poder creérselo, el tenerlo tendido debajo de mí completamente a mi merced. Me gustó demasiado.

He sopesado la idea de devolver el dinero y renunciar al trabajo, pero lo terminaré. No por mi orgullo como araña sino por esas chicas. Después de ver sus rostros, sus cuerpos demacrados y el estado deplorable en el que las mantienen cautivas, no puedo apartar la vista a un lado.

—¿Estás lista? —pregunta John a mi espalda. —Podemos ir otro día si te encuentras demasiado cansada para esto.

—No. —niego con la cabeza y agarro el pequeño ramo de flores. —Hoy es perfecto, vayamos hoy.

John se aparta, dejándome pasar primero y luego dejo que me abra la puerta trasera del vehículo familiar. No tarda en ocupar el asiento del conductor y conducirnos hasta el cementerio donde descansa Cordelia. No se tarda mucho desde casa, pero un pequeño atasco nos mantiene parados en mitad de la autovía.

—¿John?

—¿Si?

—Vi las fotos que tienes de mi madre en casa. —ladeo un poco la cabeza mientras asoma una sonrisa débil. —Se me hizo extraño. Yo apenas conservo ninguna de ella.

—Katherin...

—No te preocupes, lo entiendo.

Yo jamás podría juzgarlo. Aunque mantenga esas fotos y no sea capaz de odiarla. A veces yo misma, cuando las lágrimas pican en mis ojos, me cuestiono si lo que siento hacia ella es odio. Tal vez sea una cosa completamente diferente.

El coche se detiene en mitad de un recinto lleno de cipreses y el suelo cubierto de grava. John sale antes que yo y me abre la puerta, sujetándome por el codo. Agarro las flores de nuevo y las llevo hasta mi pecho mientras ascendemos hasta las verjas dobles que se abren ante nosotros. El panteón familiar se encuentra algo más alejado del resto de tumbas que salpican el suelo. Cordelia fue la primera en ocuparlo y el origen de que se levantara dicho panteón. Poco después la acompañó mi madre. Y algún día me reuniré con ellas allí, para compartir lo que sea que haya después de la muerte.

Saco la pequeña llave del bolsillo trasero de mis pantalones y la introduzco en la cerradura, sintiendo las manos resbaladizas por un sudor frío. La llave gira, mostrando el interior polvoriento. El aire está cargado de ese olor característico de los sitios que permanecen mucho tiempo cerrados y del resquicio de las últimas flores. El suelo lo cubre una pequeña capa de polvo que se dispersa con cada pisada de nuestros zapatos.

Llego hasta donde las letras doradas en relieve dicen Cordelia Montgomery Shepard y paso mis dedos por el grabado sintiéndome de alguna forma mucho más cercana a mi hermana. Evito mirar hacia las letras grabadas a mi derecha, como si pudiese golpearla de alguna manera con mi indiferencia.

—Hola Cordelia. —sonrío. —Te hemos traído tus flores favoritas.

Dejo el ramo de gardenias blancas en el pequeño jarrón preparado para esto.

—Siento no haber venido mucho por aquí, la verdad es que estoy teniendo bastantes problemas últimamente. —John se sitúa a mi lado. —Hubiese sido muy distinto si estuviésemos las dos o eso quiero pensar.

—Seguro que sí. —agrega John.

—He acabado trabajando para la mafia rusa sin saberlo, ¿te lo puedes creer? —noto como él se tensa. —Seguro que a ti esto no te habría pasado, siempre has sido la más lista de las dos.

—Las dos erais muy listas para vuestra edad, dos pequeñas que no paraban de llenar de vida la casa y cuestionarse todo lo que las rodeaba.

Reímos al unísono.

—¿Te acuerdas de cuando te pedí que me compraras un hermano?

—No podría olvidarme ni aunque quisiera.

—Yo quería tener un hermano mayor que me hiciera el avioncito. —hago un puchero. —Cordelia siempre decía que pesaba mucho, mentirosa. Solo tenía ocho años, no podía pesar demasiado.

Le saco la lengua, como si pudiese verme.

—Lo peor es que pensaras que a los hermanos se les compra en una tienda.

—No te olvides de que también pensaba que se podía comprar a los padres.

Chasquea la lengua mientras dibuja una mueca divertida.

—Erais dos pequeñas malcriadas. —suspira. —Aunque sin duda tú eras la peor, caprichosa y traviesa.

—Era una niña. —me encojo de hombros mientras le saco la lengua.

Pasamos un rato charlando sobre el cuento que siempre me leía antes de dormir o como siempre se quejaba de que hacía trampas en los juegos. Ella siempre fue demasiado justa y yo demasiado tramposa. John me ayuda a limpiar el polvo que recubre la lápida y a limpiar el suelo cubierto de pétalos secos. Acomodo bien las flores nuevas y dejo el sitio como se merece. Paso mucho tiempo mirando las letras grabadas y paseando los dedos por ellas, despidiéndome de forma silenciosa.

No sabes cuanto te echo de menos. Me siento sobrepasada, utilizada, traicionada. Y pensar que casi...

Resoplo, apartando el pensamiento.

Doy unos cuantos pasos vacilantes hacia atrás, echando un último vistazo al sitio donde descansa su cuerpo desde hace catorce años. Cada día me cuesta más recordarla como fue y en su lugar a veces imagino como sería. Sin duda robaría el aliento con esa melena castaña y los ojos verdes como las olivas. Y si con su aspecto me ocurre esto, su voz solo es un eco vago, muy vago.

Entrelazo mi brazo con John y caminamos fuera donde una brisa fresca sacude las copas de los cipreses y eriza la piel de mi nuca. Me aferro más a las solapas de mi chaqueta y doy un último vistazo al interior, reparando en las caligrafías solitarias, donde no hay ni rastro de flores.

Olympia Montgomery Shepard.

—Adiós, mamá.

Cierro la puerta y giro la cerradura.

✿·━━━━━━━※━━━━━━━·✿

Cierro el último cajón del escritorio mientras espero pacientemente a reunirme con Dash. No debe faltar mucho para que llegue. Todos los papeles están en orden, una nueva pistola sin registrar ocupa el último cajón y aunque parezca extraño, saber que está ahí, me hace sentir un poco más segura. Dadas las circunstancias en las que me encuentro, cada vez dudo menos a la hora de usarla.

Deslizo el dedo por la pantalla del móvil, revisando mis últimos mensajes. Un nombre en concreto me tiene colapsados los mensajes, pero lo ignoro por completo.

Entro dentro de los mensajes de Cassie.

"Cuando puedas tenemos que hablar"

Frunzo el ceño un tanto preocupada por tanto misterio.

"Esta noche te llamo y hablamos" tecleo rápidamente y pulso enviar.

Un número que no está entre mis contactos llama mi atención y cuando veo los mensajes, adivino que es Lev Romanov, el amigo de Aiden.

"Katherine, tienes que escucharlo. Va a destrozar todo el hangar sino lo haces. Dale la oportunidad de explicarse y redimirse. Cógele el teléfono."

Bloqueo el número.

Desde que salí de su casa, no he parado de recibir llamadas y mensajes. Por suerte no es lo suficientemente estúpido como para presentarse aquí, no creo contenerme demasiado teniendo un arma cerca. He protegido mi corazón con uñas y dientes y no he dejado que traspase mi última barrera, si eso hubiese ocurrido, estas mentiras me hubiesen consumido. Siempre supe que somos unos mentirosos y que la desconfianza es el pan nuestro de cada día, así que he cuidado mis sentimientos, aunque no lo suficiente. Porque albergué esperanza. Sus palabras llegaron a calentar un poco ese órgano atrofiado de mi pecho. La manera en que miraba mi cicatriz y la besaba alentándome a que nunca la tapara, esa confesión en el hangar cuándo dijo que cuando lo miraba le hacía desear quedarse...casi me hace caer.

Como él dijo hace un par de noches: Nosotros no estamos hechos para ser de nadie.

—¿Katherine? —la voz de Dash interrumpe mis pensamientos. —¿Te he hecho esperar mucho?

Niego con la cabeza mientras le dirijo una sonrisa amplia.

—Toma asiento, nos espera una tarde muy larga.

Alza la silla del suelo y la coloca a mi lado, su hombro roza el mío al sentarse y lanzo una rápida miradita en el punto exacto donde nos tocamos. Ambos miramos la pantalla donde Ashton nos ha mandado una copia de la lista de componentes químicos que encontramos en el ordenador de Roy.

—Veamos que tenemos aquí.

Sus ojos viajan a lo largo y ancho de la pantalla, reflejándose la luz blanquecina en sus iris verdes, dándole un aspecto vibrante.

—La verdad es que la química no es lo mío. —confieso.

—Lo sé, Katherine. Era yo quien te ayudaba con tus exámenes en el instituto.

Compartimos una risa cómplice. Al rato veo como su mano comienza a garabatear cosas sin mucho sentido para mí en una hoja en blanco. Su mirada se intercala entre la pantalla del ordenador y la hoja en blanco que cada vez alberga más garabatos. Nota que lo observo.

—¿Qué te ocurre?

Me separo un poco de él y dirijo mi cara hacia cualquier parte que no sea hacia sus ojos. Sea lo que sea que está leyendo, quiero que pare.

—Venga Katherine, sabes que conmigo no tienes que guardarte nada. —silencio. —Es por él, ¿verdad?

Me siento tremendamente ridícula.

—No tiene nada que ver con él.

Coloco mi mano bajo mi barbilla y miro de nuevo en dirección de la pantalla, completamente aburrida.

—Como si a mí pudieses engañarme —murmura mientras sigue analizando la lista. —Sea lo que sea esto, muy sano no es. Hay componentes químicos como toxinas y otras cosas. Esto es un cóctel letal. Tetrodotoxina, Formaldehido, Morfina, Mercurio, Arsénico...joder, hay incluso veneno de Mamba negra.

—¿Has dicho Arsénico?

—Sí.

—Aiden dijo que encontraron pequeñas cantidades de arsénico modificado en mi sangre, eso explica la sensación de abrasión que sentí en la garganta cuando me drogaron.

—Joder... —se lleva las manos a la cara, pasándolas por ella. —Podrías haber muerto.

—Sí, la verdad es que me encuentro bastante segura sabiendo todo esto. —bromeo. —¿Tienes alguna idea de que pueden estar haciendo con esto y que tiene que ver con las chicas?

—Sinceramente, no. Cada vez siento que estamos más encerrados en un callejón sin salida, ¿qué tienen que ver las mujeres con todos estos venenos?

—¿Qué indican estas cantidades?

Señalo los números de la pantalla y veo como él los examina con detenimiento.

—No podría decirlo con exactitud, pero sí que son cantidades ínfimas. —me mira directamente a los ojos. —¿De verdad que no quieres hablar? Tienes un aspecto horrible.

—Muchas gracias Dash, sabes como hacer para que una mujer se sienta deseada.

—A ti no te hace falta sentirse eso, ya lo sabes con seguridad. —me encojo de hombros ante sus palabras. —Sé que me he comportado como un capullo, pero puedes contar conmigo para lo que necesites. Te voy a escuchar sea lo que sea.

—No creo que sea lo más acertado hablar de esto contigo.

—Es por él. Lo sabía. —sacude la cabeza mientras chasquea la lengua. —Da igual, te voy a escuchar, aunque él no sea santo de mi devoción. Lo que sea, tienes mis oídos a tu disposición.

—Estamos trabajando para la mafia rusa.

Lo suelto de un solo tirón, como aquel que se arranca la tirita de una sola vez.

—¿Cómo?

—La mafia rusa, la bratva, la mafia roja...

—Lo he pillado. —alza las cejas mientras deja salir un silbido cargado de sorpresa e incredulidad. —Nos han visto la cara de estúpidos, pero bien, ¿cómo puede ser que Mitch no consiguiera nada?

—Caparon cualquier vía de información a nuestro alcance, Ashton lleva semanas batallando contra su hacker, es más que obvio que contra la mafia rusa estamos en desventaja. Una desventaja descomunal, no somos nada.

—¿Y tú? —señala con la barbilla en mi dirección. —¿Cómo lo descubriste?

—Cometió un error al hablar. —sonrío recordando el momento en el que sus palabras taladraron mi cabeza dando pie a una idea. —Y no quieras saber cuánto tuve que pagarle a Sullivan por la información.

—Esa pequeña sanguijuela parece saberlo todo de todos.

Un silencio carga el aire y parece que los dos queremos romperlo cuanto antes, más ninguno se atreve a ser el primero. Desvío de nuevo la mirada hasta la pantalla que no me dice nada, mientras siento como Dash me mira calentando mis mejillas.

—¿Lo quieres?

Alzo las cejas con sorpresa en su dirección, poniendo una cara de total desconcierto.

—¿Qué hablas? —sonrío. —Claro que no. No han pasado ni dos meses, mis sentimientos no son tan libertinos.

—Engaña a otro —murmura.

—Hablo en serio.

Le doy un golpecito con mi hombro en el suyo al que le suceden una serie de otros golpecitos y para cuando queremos darnos cuenta estamos otra vez en el instituto cuando teníamos dieciséis años. Comienzo a pincharle las costillas con el dedo y el me lo devuelve multiplicado por cien. La risa brota de dentro de mí a borbotones y llega el momento en el que me tengo que limpiar las lágrimas con las palmas de las manos.

—Siento interrumpir, pero es urgente.

La cabeza rubia de Ash asoma al otro lado de la puerta. Lleva sus ya típicas gafas de pasta negra sobre la cabeza y el pelo totalmente despeinado. Cuando alza la cabeza para mirarme mejor, me doy cuenta de lo cansado que parece.

—Ash, ¿Estás bien?

—Ni por asomo, pero ha merecido la pena. —deposita un pequeño portátil sobre el escritorio. —Lo he conseguido.

—¿El qué? —preguntamos los dos a la vez.

—¿Sabéis si tener sexo da habilidades especiales a los participantes? Me da miedo vuestra sincronización. —levanta las manos en tono conciliador cuando ve nuestras caras serias. —Mirad la pantalla y sabréis a que me refiero.

Los dos nos inclinamos sobre la pantalla como si fuese un plato humeante de comida y nosotros nos encontráramos completamente famélicos. Ante nosotros un foro, donde se utilizan unas formas de dialogo de lo más extrañas.

—No entendemos una mierda, Ash. —dice Dash, expresando lo que los dos pensamos.

—Uy perdón, se me olvidó que sois simples mortales.

Se inclina sobre la pantalla y presiona un botón. En ese momento todo el amasijo de símbolos e iconos sin sentido alguno aparece completamente traducido ante nuestros ojos. Hay una sucesión de mensajes de hace tiempo, en las que comentan que los resultados han sido negativos y volverán a retomar el proceso. Frunzo el ceño pensando en que hablan.

—Aquí, lo interesante está aquí. —señala Ash.

Pasamos los ojos con concentración, leyendo todo lo que ha sido capaz de descifrar. Hay un intercambio de mensajes donde se habla de que uno de ellos se retira y deben matarlo antes de que se largue de la lengua. Algo muy tranquilizador. Lo que realmente me suscita interés por encima del resto es la fecha y hora que se refleja en pantalla.

Hoy a las 7 pm en el puerto tendrá lugar un encuentro para recoger un nuevo cargamento de contrabando. El puerto estará cerrado por ellos, ya que han conseguido sobornar a la gente adecuada. Miro el reloj, solo falta una hora y media para que ese momento llegue.

—Tenemos que ir, es la oportunidad perfecta.

—Tu instinto suicida a veces es encantador.

Lanzo una mirada mortífera a Dash.

—Cuanto antes acabemos esto, antes cortaremos relaciones con la Bratva.

—No me puto jodas... —murmura Ash.

—Sorpresa.

Los engranajes de mi cabeza se ponen en funcionamiento mientras Ashton y Dash se lanzan comentarios. Tomo el teléfono y marco el número de Mitch. Descuelgan al segundo tono.

—Mitch, te quiero aquí lo antes que puedas, no tenemos tiempo. Reúne a todos los hombres que tengamos disponibles ahora mismo.

—¿Qué ocurre?

—Roy, podemos pillarlo.

—¿El encargo no era descubrir sus trapos sucios y comunicárselos a Nikolai?

—¿Qué mal puede ocasionar que lo atrapemos? Sería un bien mayor.

Se prolonga un silencio al otro lado de la línea.

—¿Mitch?

—Es peligroso, podríamos estar cayendo en una trampa o vernos superados en número.

—Lo sé, pero Mitch, no podemos seguir como estamos. Debemos dar un paso al frente y terminar con esto. Hay chicas siendo torturadas y desapareciendo. Esto no es algo que se pueda ignorar.

—Sigo pensando que es una malísima idea. —lo escucho resoplar. —Dame treinta minutos y veré cuantos puedo reunir.

—Aquí te espero.

Cuelgo el teléfono y me levanto como un resorte. Rebusco entre los cajones del escritorio hasta encontrar una pequeña llave que me dio mi padre cuando comencé a trabajar aquí por primera vez. Actúo bajo la atenta mirada del resto.

—¿Qué buscas?

—Esto.

Empuño la pequeña llave y salgo de despacho en dirección al pequeño cuartillo donde guardamos las cosas de la limpieza. Abro la puerta sin ningún tipo de esfuerzo y comienzo a buscar algo en lo que poder subirme hasta el pequeño compartimento oculto. Subo encima de unas cuantas cajas de cartón endebles repletas de papeleo y trastos del club. Me tambaleo un poco sobre ellas y siento miedo de caerme y hacer el ridículo. Arranco la falsa escotilla de ventilación, revelando detrás un pequeño compartimento con cerradura.

—¿Me estás diciendo que ahí nunca ha habido una puta escotilla?

Sonrío de medio lado. Introduzco la llave y abro el compartimento, sacando del interior una bolsa de lona negra.

—Agradecería la ayuda. —gruño cargando con la bolsa.

Dash se acerca primero y le tiendo la pesada bolsa cargada de armas. La deposita en el suelo y desliza la cremallera. Ante nosotros quedan una gran variedad de armas, suficientes como para armar por completo a veinte hombres.

—¿Se puede saber porque tenemos esto aquí?

—Nunca se sabe cuando puede producirse un ataque, recuerda que también me forjo enemigos.

Volvemos al despacho, con la bolsa de armas cargada entre los dos. La dejamos descansando en el interior, a puerta cerrada. Aún no hay clientes suficientes como para ser preocupante ya que no ha anochecido siquiera pero siempre hay algún curioso que divaga por los pasillos.

El sonido de mi teléfono me sobresalta.

Corro hasta tomarlo y descuelgo viendo el número desconocido en la pantalla.

—¿Si?

—Hola, mi querida mujer ambiciosa.

—¿Vicenzo?

Noto a Ashton y Dash mirarme confusos, no tienen mucha idea de que está ocurriendo. Les hago un gesto con la mano y me aparto de ellos, saliendo del despacho y tomando la puerta lateral hacia el exterior.

—Así es.

—¿Qué ocurre?

—Me he sentido un poco dolido al ver que no te has dignado a buscarme después de lo que ocurrió en la casa de Roy. —una pequeña risa oscura y seductora se oye al otro lado de la línea. —Tu novio golpea bastante fuerte, es todo un chico malo. Poca clase.

—No es mi novio y yo no tuve nada que ver, no le pedí que te golpeara.

—Solo bromeaba.

—¿Me has llamado para bromear? —mi voz se endurece. —No tengo tiempo para esto, voy a colg...

—He llamado para darte mi palabra de que tu secreto está a salvo conmigo. No le diré a nadie que estabas allí esa noche.

Parpadeo varias veces mientras camino a lo largo del callejón. Miro por encima de mi hombro, una costumbre que tengo. No me gusta que mis conversaciones sean escuchadas.

—No deberías haberme llamado y menos para eso.

—Tranquila, este teléfono no es rastreable. Esta conversación será como si nunca se hubiese producido.

—Bueno, pues gracias.

Mi voz suena muy seca pero, ¿qué espera? Ahora mismo no quiero saber nada de nadie que tenga que ver con las mafias, por muy seductor y elegante que este sea.

—Estoy seguro de que eres capaz de mostrar agradecimiento de mejor forma.

Una vez más sale a reducir esa forma de hablar provocadora y embaucadora. Las palabras de Vicenzo siempre parecen desprender dobles intenciones, un aura oscura y enigmática.

—Si lo que estas sugiriendo es que te demuestre mi agradecimiento con sexo, puedes colocarte en la cola de cosas que nunca haré.

Su risa ronca me eriza el vello de la nuca.

—No Katherine, solo quería un "muchas gracias." —Parpadeo nuevamente. —El sexo lo tendremos y te aseguro que no tendré que pedírtelo.

Me deja totalmente perpleja su derroche de egocentrismo y confianza.

—Espero que por Navidad te regalen un poquito de humildad.

—Seguramente sea un Ferrari pero, tranquila, me aseguraré de ponerlo en la lista.

—No tengo tiempo para esto, adiós.

—¡Espera, Katherine! —tengo el dedo sobre el icono de colgar. —Debes tener cuidado la...

En ese momento se escucha un gran estruendo y lo siguiente que veo es como mi cuerpo sale despedido del suelo. El teléfono vuela a cualquier parte abandonando mi mano y me golpeo fuertemente contra la pared del callejón.

Los oídos me pitan y me llevo la mano a la cabeza viendo como no paran de descender pedazos del cielo. Siento un dolor profundo en la pierna, pero estoy demasiado aterrada por el hecho de que algo me golpee la cabeza como para atreverme a mirar. Cierro los ojos con fuerza, sintiendo como todo se derrumba a mi alrededor.

Los fragmentos del club dejan de aterrizan en el suelo y miro a través de mis brazos, viendo como la pared ha quedado completamente derribada y la puerta solo es un recuerdo. Bajo la vista hasta mi pierna y veo como una vara de metal me atraviesa parte del gemelo. Dejo de morderme los labios en un intento por contenerme las lágrimas y me intento incorporar lo suficiente como para mirarme mejor la pierna. No hay ni rastro de mi móvil para pedir ayuda y aún no me llega el sonido de las sirenas. Hay una capa de humo profunda que envuelve toda la escena y además estoy en el callejón, lejos de los transeúntes.

Me observo la pierna viendo que no me ha atravesado ningún punto demasiado preocupante o con riesgo de sesgar alguna arteria. Me muerdo los labios con tanta fuerza que me hago sangre y con las dos manos agarro la vara de metal y la intento sacar del interior de mi carne.

Las lágrimas salen solas de mis ojos sin darme opción a contenerlas. Noto como si mil agujas me atravesaran ese punto exacto de piel y un calor asfixiante me sacude. Un sudor agobiante me recubre el cuerpo. Consigo extraer la vara y observo el agujero en mi carne de donde brota sangre lentamente. Rompo la peinera de la otra pierna y me hago un nudo alrededor de la herida. Sirviéndome de apoyo los escombros, me pongo de pie. Me siento mareada en un principio y compruebo que me he hecho una herida en la sien. Dejo que salga de entre mis labios un quejido de dolor.

Dash.

Ashton.

Sus caras vienen nítidas a mi cabeza y corro cojeando hasta acercarme donde antes estaban las paredes del club. Hago un barrido del suelo viendo miles de escombros y cuerpos tirados en él. Han puesto una bomba en el club. Me cubro la cara con las manos sintiendo aún las lágrimas calientes descender por mis mejillas y la sangre viscosa cubrirme un lateral de la cara. Comienzo a examinar con atención, buscando a cualquiera de los dos. Arrastro la pierna con cada paso que doy, sintiendo un dolor punzante recorrerme hasta la cadera.

Me agacho en el suelo cada vez que veo una cabellera de color castaño o de rubio, hallando cuerpos de personas a las que no conozco o que nunca llegué a conocer bien. Algunos son trabajadores, otros clientes.

Se me encoje el pecho.

Dos figuras, próximas la una a la otra, una con el pelo castaño y la otra con el pelo rubio, se dejan ver a través de los escombros y el humo que aún viaja a través de todo este desastre. Primero acude a mí una alegría y esperanza cegadora que se ve desvanecida por completo cuando desde la lejanía percibo la sangre y los cuerpos inmóviles.

—Dash...Ashton —me cubro la boca con la mano, conteniendo un sollozo.

Las piernas me fallan por un breve momento y la vista se me nubla. Siento el aire atorarse dentro de mis pulmones y todo a mi alrededor parece difuminarse hasta que siento que unas manos me agarran. Me giro y no sé porque en mi interior pensé que tal vez podría ser Aiden. Maldita idiota.

Me encuentro con un rostro encapuchado y acto seguido intento correr mientras grito por auxilio inútilmente. Sus manos son inamovibles, agarran mi cuerpo con fuerza y determinación. Una segunda persona aparece y en ese momento tengo claro que no tengo nada que hacer. Intentan acercarme un trapo a la boca, pero comienzo a sacudirme entre sus brazos, como un animal salvaje. Pataleo, muevo mis piernas como una desquiciada, presiono con mis codos buscando algún punto blando y sensible que lo haga aflojar los brazos. No sirve de nada, todos mis esfuerzos se ven apagados de inmediato en cuanto el trapo presiona mi boca y nariz. Dos segundos bastan para que mi visión comience a nublarse con pequeñas motitas blancas.

Las extremidades se me adormecen, las siento pesadas. Un momento estoy y al siguiente, solo queda oscuridad

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Me despierto viéndolo todo negro. No me percato de que llevo algo tapándome la cabeza hasta pasar un rato. Mis sentidos se sienten pesados y adormecidos por el cloroformo que he inhalado. Intento moverme, pero escucho el tintineo de las cadenas que me sujetan las manos detrás de mi espalda. El corazón me da un vuelco dentro del pecho cuando comienzo a estamparme con la realidad. Me encuentro en una situación crítica y lamentable.

Me duele la sien, la pierna, los brazos...Me siento completamente abatida.

El recuerdo de los cuerpos en el suelo de Ashton y Dash se estampa de nuevo contra mi pensamiento. Noto las ganas irrefrenables de llorar, pero consigo mantener las emociones a raya. No puedo venirme abajo, aunque la incertidumbre de saber si están vivos es un puño que me estruja el pecho. Cada latido duele.

Afino el olfato, percibiendo un olor a cerrado, humedad y rancio. Intento hacerme una idea de donde me encuentro mientras sigo privada de la vista. Me muevo, intuyendo que me encuentro sentada en el suelo y al desplazarme escucho la gravilla sonar. Camino de espaldas hasta el sitio donde se unen las cadenas con la pared. Paso mis dedos por ella, descubriendo ladrillo. Las paredes no están terminadas, el suelo tampoco.

Parece un sitio ideal para un secuestro, ideal para ser mi futura tumba.

Escucho el eco de unos pasos y el estar privada de la visión hace que me remueva inquieta. Intento adivinar de donde provienen los pasos. El sonido se detiene, siguiéndolo el sonido chirriante de una puerta abrirse. Los pasos ahora se escuchan dentro, mucho más cerca y fuertes. No pronuncio palabra alguna, nada de lo que diga hará que me liberen, así que ahorro energía y saliva.

—Solo con verla me puedo imaginar lo sabrosa que es.

La voz no me es familiar.

Siento algo frío rozarme la piel, sobresaltándome. Un grito ahogado sube por mi garganta y muere en ella. Sigo sintiendo ese frío deslizándose por mi clavícula hasta rozarme la piel fina del cuello. Un cuchillo, una navaja...

Contengo mi miedo.

—Hazlo.

Esta voz sí la reconozco.

—Solo un poco de diversión... —Dice la otra voz, suplicante.

El silencio se instala en el aire por unos minutos y me remuevo inquieta, sin saber que es lo que está pasando. Nunca me ha gustado no tener el control de las situaciones y ahora me siento a merced de otras manos que no son las mías. Me aterra.

Escucho como dejan salir una bocanada de aire frustrada y entonces la capucha que me impide ver con claridad desaparece por completo. El lugar no se encuentra tampoco muy iluminado, pero aun así consigue que entrecierre los ojos por el daño de la luz en estos. Pestañeo un par de veces hasta que mis ojos enfocan el rostro que tengo delante.

—Hola Katherine, ya es momento de que me pagues los favores, ¿no crees?

Me he metido en las fauces del lobo y ahora, procede a morderme.

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¡Hola amores!

¿Qué tal estáis? ¿Qué os ha parecido el capítulo de hoy? 

Se acabaron los descansos, estamos cada vez más cerca del final...este mes, es el mes de la ARAÑA. No os preocupéis, aunque este libro acabe este mes, nos volveremos a ver pronto para su segunda parte. Que no cunda el pánico.

Mientras, sigamos disfrutando de este libro.

Nos vemos el miércoles, ¡Besos!

XX

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