CAPÍTULO 12

Runaway-Aurora

"El sonido de unos cristales romperse me saca del sueño, el corazón lo siento acelerado dentro de mi pecho y la idea de salirme del calor de las mantas no me atrae demasiado pero igualmente lo hago. Las plantas de mis pies se posan en el suelo frio y muevo los dedos de los pies reaccionando. Busco mis zapatillas, pero aún estoy demasiado dormida como para ver algo con claridad. La luz de la luna ilumina vagamente la habitación haciendo que vea el color rosa princesa de las paredes. En algún momento me quedé dormida y papá tuvo que cargarme hasta la cama o me gustaría pensar que fue el y no alguno de los empleados.

Deslizo los pies por el frio suelo hasta salir al pasillo de casa, no hay ninguna luz que me indique que haya alguien despierto. Me entra el miedo. Tal vez sea uno de esos hombres malos de los que me habla John a veces, ladrones creo que dijo que se llaman. Me debato entre volver a la cama o ir hasta el cuarto de mamá. No podré quedarme dormida aunque lo intente, tengo demasiado miedo.

Camino hasta el final del pasillo donde está la habitación de mamá, papa y mamá no duermen juntos desde hace meses, desde el accidente. Creo que tengo la culpa. El solo pensamiento hace que me entren las ganas de entrar en llanto pero mi madre me dijo que llorar es de niñas débiles y que ninguna mujer de esta familia es débil. Sacudo la cabeza para espantar las lágrimas y sigo caminando hasta quedar a la altura del pomo de la puerta. Pese a tener ocho años, sigo siendo muy bajita. Las niñas de la escuela ya son más altas que yo, John dice que tengo que comer más si quiero crecer.

Al entrar en la habitación, la oscuridad sigue envolviéndome y al fondo de la habitación, donde se encuentra el pequeño aseo, veo que se cuela luz por la rendija de la puerta. Tal vez se le haya caído algo a mamá y de ahí el ruido.

¿Mamá? -Digo, no demasiado fuerte para alentar a toda la casa pero si lo suficiente para que ella me escuche.

No hay respuesta. ¿Tal vez le ha pasado algo malo a mamá?

Con cuidado de no tropezar con nada en la habitación, voy hasta la puerta. Toco ligeramente con los nudillos.

¿Mamá? -Repito.

Nada.

Me aferro al pomo de la puerta y lo giro. La luz de cuarto de baño me golpea en los ojos, aún no acostumbrados a la luz. Mamá está de pie junto al lavabo, con los hombros encorvados hacia abajo. No sé que está mirando porque está de espaldas a mi.

—¿Mamá?

Por fin parece salir del trance y mirarme, sus ojos de un color similar al azul agua de mis ojos, parecen completamente negros. Su mirada me asusta, últimamente creo que está enfadada conmigo. Me mira con odio y ya apenas me habla, en esta casa solo John es amable conmigo. Retrocedo un par de pasos, dándome con el pomo de la puerta en el proceso.

Siento aún más miedo cuando veo el origen del ruido, a los pies de mamá hay muchos cristales, no sé si procedentes de un vaso o un espejo. Solo sé que hay sangre salpicada en ellos. Voy escrutando cada zona de mi madre buscando la procedencia de esa sangre hasta que la encuentro. De una de las muñecas de mamá corre la sangre escarlata en forma de río. Un grito escapa de mis labios.

En la otra mano sostiene un trozo de cristal que sujeta tan fuerte que también se hace sangre.

¡Mamá, te estás haciendo daño! -Grito corriendo hasta ella.

Sus ojos no revelan nada, no parece sentir dolor. La abrazo quedando mi rostro escondido en su cintura pero tampoco parece reaccionar ante el gesto. Levanto la mirada para mirarla de nuevo y escucho como el cristal cae al suelo, haciendo un ruido espantoso.

Katherine... -Sus manos ahora empiezan a acariciarme el pelo azabache con caricias pausadas y relajantes, aunque yo no puedo tranquilizarme sabiendo que mamá se ha hecho daño.

Mamá, tenemos que llamar a papá, te has hecho daño. -Digo.

Mi dulce y buena Katherine... -Sus manos siguen enfrascadas en acariciarme el pelo, dejando sangre en el.

¿Me quieres otra vez, mamá? -La pregunta sale de mi inocente, al fin y al cabo, solo soy una niña que quiere que su madre la quiera y se sienta orgullosa de ella. Intentaré llenar todos los vacíos que pueda albergar ahora mismo.

Su rostro se contrae, sus manos dejan de acariciarme y en respuesta me aparta de ella tan fuerte que mis piernas fallan y caen al suelo. Algo debe de cruzarse por la mente de mamá, algo malo y retorcido, porque en cuestión de segundos la tengo encima de mi, con las piernas a ahorcajadas de mi cuerpo y aun así asfixiándome con su peso.

Mamá, me haces daño. -Digo, moviendo mis piernas debajo de su peso, intentando escapar en vano. Al ver que no reacciona, que no hace nada por quitarse y dejar de hacerme daño, grito. —¡Mamá, me haces daño!

No sé si intento que ella reaccione o que alguien se percate de lo que está pasando y venga corriendo a por mi.

¡Nunca podría quererte, Katherine! -Su mano vuelve a agarrar el cristal manchado con su sangre, lo alza por encima de su cabeza y lo deja caer con fuerza. —¡Eres el mayor error de mi vida!

El cristal se entierra en mi vientre y solo puedo ver manchas oscuras en mi visión antes de empezar a gritar. "

Me despierto intentando coger aire, como si acabara de sacar la cabeza a la superficie después de contener la respiración bajo el agua. El latido de mi corazón suena con fuerza en mis oídos y la sensación es asfixiante. Coloco una mano sobre mi pecho, como si el acto fuera a hacer que este se calmara. Siento un dolor agónico en el. Los recuerdos de esa noche habían amenazo con florecer de nuevo desde el momento en el que vi la sangre en el lavabo y como sospeché, ha pasado.

Durante estos años, estos trece largos años, he intentado por todos los medios tapiar el pozo donde residen esos recuerdos. No me doy cuenta, pero mi mano descansa encima de mi vientre, solo la tela del pijama separa la yema de mis dedos de la cicatriz irregular y horripilante que tengo en el.

Sigo concentrada en mi respiración que aún no es del todo normal, cierro los ojos y tomo aire de la misma manera que me enseñó mi psicóloga de la niñez. Escucho como las bocanadas de aire entran y salen de mí hasta que mi corazón recupera su curso normal. Es entonces cuando el recuerdo de Aiden regresa a mi y echo un rápido vistazo al hueco vacío al otro lado de la cama. Paso las manos donde su cuerpo estuvo y siento que el lugar todavía tiene su calor. No debe haber pasado mucho desde que se ha marchado.

Me quedo apenas unos minutos más regodeándome en el calor de las sábanas y embriagándome en el olor de Aiden, tan cautivador y adictivo como su persona. Tal vez la menta y el sándalo sean mi nuevo afrodisiaco. Con una última exhalación me despido de la cama y de toda la noche anterior, al menos de lo que respecta a Aiden. Prometí que sería solo una noche, y así sería. Todo quedaría en un recuerdo fugaz.

Voy hasta el espejo y me recojo los mechones de pelo en un moño malhecho y que podría estar mucho mejor pero no tengo ganas ni fuerzas para detenerme en el. Saco de uno de los cajones de la cómoda unos pantalones de hacer yoga y una sudadera gris que me pongo rápidamente. Salgo al pasillo y bajo los escalones sintiendo la pesadez de mis piernas. No tengo energías para afrontar el día, cada vez estoy más convencida.

No llego muy lejos en mi descenso por las escaleras.

—Que dormilona.

Mis ojos no saben que mirar primero, si el pecho completamente esculpido por la mano de Dios que tengo frente a mis ojos o la bandeja con zumo de naranja y tortitas de chocolate que sostienen las manos de Aiden.

Parpadeo sin creerme lo que mis ojos están viendo.

—Creo recordar que dijimos que las cosas iban a quedar en solo una noche. -Digo mientras cojo el vaso con zumo de naranja y doy un sorbo. Tampoco voy a rechazar la oferta de un desayuno. Soy orgullosa no tonta.

—Interprétalo como una ofrenda de paz. -Libera una de sus manos y agarra la mía arrastrándome por el último tramo de escaleras que me falta por bajar. Observo como sujeta la bandeja solo con ayuda de una de sus manos. Que eficiente. —Después de desayunar te llevaré a recoger tu coche y nuestros caminos se separaran. Tu sigues trabajando en lo que mi padre te ha pedido y yo sigo jodiendo, en todos los sentidos posibles de la palabra.

Casi me atraganto con el zumo. Ahí está el Aiden que conozco, arrogante y pensando solo con lo que tiene entre las piernas.

Llegamos a la cocina y nos sentamos ambos a cada lado de la isla central. Deposita la bandeja y me tiende uno de los platos con tortitas de chocolate. Se me hace la boca agua, no recuerdo cuando fue la última vez que comí unas, tal vez hace un par de años, cuando mi vida no era tan estresante.

—¿Las has hecho tu o le has pedido al personal que las hagan?

—¿Tu crees que le mandaría a gente que no trabaja para mi que hagan algo para mi? -Pregunta arqueando una ceja en mi dirección.

—Si, te creo muy capaz.

—Pues para que lo sepas, lo he hecho todo yo. Me he molestado en rebuscar en toda tu cocina.

—¿Y el personal no te ha dicho nada?

—Solo he tenido que sonreír.

No me sorprende, la pobre Martha ha tenido que quedarse embelesada con su sonrisa. Sin duda, ha accedido a todo lo que el le haya pedido. Sabe Dios que pensamientos tendrá ahora la pobre mujer, supongo que más tarde tendré que aclararle la situación. No quiero que se haga ideas equivocas en la cabeza.

Me llevo un pedazo de tortita a la boca y contra todo pronóstico, el sabor es increíble. No puedo creerme que esto lo haya hecho el mismísimo Aiden Volkov ¿Hay algo que se le de mal a este chico? El mundo parece estar muy mal repartido.

Observo como Aiden también prueba de su plato aunque el obviamente no parece sorprendido, conoce muy bien sus facultades. Me quedo observando cada uno de sus movimientos hasta que sus ojos buscan los míos. Con la luz de la mañana puedo ver mucho mejor las motas de acero que salpican sus iris. Es una mirada fría pero cautivadora. Muy diferentes de otros ojos que he observado a lo largo de mi vida, la mayoría cálidos y vivos, los ojos de Aiden siempre parecen reflejar un frío glaciar.

Rompo el contacto visual mientras carraspeo mi garganta, visiblemente incómoda. La situación es muy extraña. Nos odiamos, nos besamos, volvemos a odiarnos, dormimos juntos y ahora desayunamos en la misma mesa unas tortitas que el mismo ha preparado. Debemos ser dos locos porque nada de esto tiene sentido.

—¿Qué planes tienes para hoy?

La pregunta es totalmente normal, aunque en nosotros las preguntas normales adquieren cierto grado de anormalidad.

—Es domingo así que no tengo que ir al club, aunque no opino lo mismo del club de O'Kelly, tal vez lo más conveniente sea pasarme por allí.

—¿Entonces vas completamente en serio con eso de trabajar como stripper?

—Solo hasta que consiga lo que quiero. -Me llevo otro bocado a la boca. —No te emociones con la idea.

Una de las comisuras de su boca se alza, en una sonrisa traviesa. Agarra su plato y lo lleva hasta el fregadero ofreciéndome una increíble vista de como sus vaqueros caen sobre sus caderas. Mis ojos lo observan todo más de lo necesario y cuando se vuelve de nuevo hacia donde estoy, veo que hay mas trazos de tinta escondidos bajo la cinturilla de sus pantalones. Escaneo todo su pecho, viendo como unas garras asoman desde su espalda, hasta detenerse en sus clavículas. Dos alas negras, posiblemente las de un cuervo o algún ave parecida, adornan ambos lados de su cuerpo. Ahora es el quien emite un carraspeo y no puedo evitar que el calor me suba hasta las mejillas, he sido pillada in fraganti.

—Aunque la idea de ti como stripper es muy tentadora. -Dice, cruzando sus brazos sobre su pecho mientras se sienta de nuevo al otro lado de la isla de la cocina. —Preguntaba porque creo que necesitas que alguien te resguarde las espaldas.

—Bueno, Dash podría hacerlo.

—¿Y porque no estaba ayer contigo?

—No te incumbe.

No pienso ponerme aquí a charlar con el sobre mis problemas con Dash. No se conocen más allá de esa primera vez en el club y aun así algo me dice que Aiden vería crecer su ego si le digo algo sobre mi situación con Dash. No sé, tal vez sean puras imaginaciones mías.

—Exacto, no te incumbe.

La voz procede de la puerta de la cocina, ambos nos volteamos para ver a la persona que ha hablado y nos encontramos con Dash, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. Su postura y aun más su rostro sugieren que lleva ahí el tiempo suficiente como para haber escuchado la conversación. Tampoco es como si hubiésemos dicho algo importante, pero su cara parece la de alguien enfadado.

—¿Qué haces aquí? -Pregunto levantándome de la silla.

—Ash me ha llamado preocupado. -Las palabras salen duras de su boca. —Ha escuchado tu conversación con O'Kelly y se ha preocupado. Me ha llamado para comprobar que estas bien.

Había olvidado por completo el micrófono que había colocado anoche en su despacho.

—Dile que estoy bien, a mi no me ha pasado nada.

—No, solo le debes un favor a Roy. Nada del todo preocupante, ¿verdad?

—No me habías contado nada de eso. -Añade Aiden levantándose de su asiento, caminando hasta mi.

—Tampoco es como si ella tuviese que darte explicaciones. -Replica Dash.

—¿Y a ti si? -Observo como intercambian palabras, totalmente perpleja. Una lucha de egos masculinos en toda regla. —No estoy para numeritos de novio celoso.

—No estoy celoso.

—No es mi novio.

Miro a Dash primero y luego a Aiden que no puede contener la risa por mucho que apriete sus labios. La situación es ridícula cuanto menos.

—Parece que alguien no acepta que lo han dejado. -Dice Aiden entre risa y risa.

Lo que pasa a continuación es algo que sabía que pasaría en cuanto estos dos estuviesen en la misma habitación. No sé porque pero algo dentro de mi lo sabía. Dash pasa por mi lado sin siquiera detenerse y agarra a Aiden del cuello. Me quedo atónita viendo el desarrollo de los acontecimientos. Las manos de este se ponen tensas y venosas mostrando la fuerza que está ejerciendo, pero Aiden no titubea, no muestra en ningún momento que le sorprenda o le preocupe la situación. En vez de eso deja que Dash haga muestra de su fuerza un poco más antes de asentarle un golpe en la mandíbula.

Me llevo las manos a la boca mientras que un pequeño grito escapa de entre mis labios. No sé si intentar separarlos o hacerlo supondrá que me salpiquen las chispas de la pelea. Permanezco de pie, observando.

—Esta es la última vez que me pones una mano encima. -Dash intenta abalanzarse sobre el para asentarle un puñetazo de vuelta, pero el esquiva su puño y se dirige a abandonar la cocina. —La próxima vez no seré tan generoso. Te partiré las piernas y créeme que yo nunca voy de farol.

Lo veo marchar y subir las escaleras hasta mi dormitorio, con una actitud de lo más normal. Aquí no ha pasado nada para el. No le sigo porque creo que hay cosas que aún tengo que hablar con Dash. Voy hasta el congelador y rebusco unos cuantos hielos. Los enrollo en un trapo de la cocina y se lo tiendo para que lo ponga encima del golpe.

—¿Estás bien?

Me subo encima de la encimera esperando paciente una respuesta y una bronca, lo que sea que llegue primero.

—Estábamos muy preocupados, Kath. Se nos congeló la sangre cuando oímos lo que O'Kelly insinuaba.

—Lo siento, pero no tenía nada más con lo que negociar. Tenía que buscar a Cassie.

—¿Te arriesgas así por una amiga?

El nunca la ha conocido ya que ella no estudió en el mismo instituto que nosotros y para cuando mi amistad con ella empezó a coger forma en la universidad, mi relación con el iba en descenso en picado. No hubo momento para presentarlos formalmente y ahora mucho menos. Mis dos mundos están mejor separados.

—Por ella si. -Digo mientras acaricio la encimera con las manos como si fuera la cosa más interesante del mundo. —Aún así le ha pasado algo horrible, Dash. Verla anoche me rompió el corazón.

Da unos cuantos pasos dudosos en mi dirección, pero se detiene antes de que mis rodillas puedan siquiera rozar su cuerpo. Nuestras miradas están casi a la misma altura, sus ojos verdes como el césped recién cortado me miran y veo angustia. Mucha angustia.

—Me hubiese gustado haber estado para ti.

—Yo te pedí que te quedaras en el club y te lo vuelvo a pedir. Yo seguiré haciendo mi trabajo y tu el tuyo, lo que ha pasado no cambia mi decisión.

—¿Estás loca? -Da unos pasos más hasta mi y ahora mis piernas que cuelgan del borde de la encimera, si rozan con su cuerpo. Sus dedos se aferran a mi muñeca y tira de mi hacia el, furioso e impasible. —No voy a dejar que vuelvas ahí sola. No cuando ese tipo quiere cosas de ti.

—¿Debo recordarte que todos los hombres que van al club quieren algo de mi? -Con un gesto rápido me libero del agarre de sus dedos, me bajo de la encimera quedando varias cabezas por debajo de el y lo rodeo para marcharme de la cocina. —Agradezco la preocupación, pero no interfieras en mi trabajo.

—Creo que lo mejor es que lo dejes, nada bueno puede salir de esto, Kath.

Veo como un musculo de su mandíbula se tensa mientras sigue apretando con fuerza los labios en una fina línea recta.

—Siento que hayas venido aquí para nada, Dash. Podrías haber llamado y te habría ahorrado las molestias. -No hay delicadeza en mis palabras, me saca de mis casillas que me subestimen. Que me cataloguen como una mujer en apuros.

—Una llamada nunca bastaría contigo.

Siento el peso de las palabras que salen de su boca que tiran de mi corazón ya de por si maltrecho para resquebrajarlo un poco más. Sentir que haces daño a una persona que quieres creo que no es agradable para nadie y yo cada día que le veo a el, le hago más daño. Nos hago más daño a los dos.

—Tengo que marcharme, dejé mi coche allí.

—Puedo llevarte si quieres. -Ofrece.

—No hace falta, Dash. -Intento dibujar una sonrisa en mi cara.

Desde que nos besamos en el coche, las cosas han ido de mal a peor. Avivé unas llamas que deberían estar completamente apagadas. Esta situación no puede mantenerse mucho tiempo.

—¿Te estás acostando con el?

—No. – Respondo. Esperaba esta pregunta desde el momento en el que lo vi apoyado contra el marco de la puerta. —No somos nada, no te preocupes.

—Nosotros supuestamente también somos nada.

Dos puñetazos en el mismo día me parece excesivo así que reprimo mis ganas de darle uno en mitad de su bonita cara. Esta serie de reproches empiezan a ser agotadores. Me trago todas las palabras dañinas que podrían salir de mi boca fruto de la frustración que estoy sintiendo ahora mismo pero en vez de eso, solo me doy la vuelta y me marcho de allí, dejándolo solo en la cocina. Subo las escaleras y me meto en la habitación. En ella aún está Aiden. Este está de lo más cómodo y tranquilo tumbado a lo largo de mi cama, ya con toda la ropa puesta, y las piernas cruzadas. Me doy cuenta de que está jugueteando con algo y al fijarme mejor me percato de que es Poppy.

—No tenías porque darle un puñetazo. -Digo.

—Entonces, ¿Debería haber dejado que me asfixiara? -Se pasa a la tarántula de una mano a otra tranquilamente, como si jugara con tarántulas todos los días. —Sinceramente, no me va eso de dejarme pegar.

—No pero... -Busco las palabras adecuadas. —Creo que te has excedido un poco con el. Lo has amenazo con partirle las piernas.

—Solo si me vuelve a tocar. -Se levanta de la cama y deposita a Poppy en el terrario. —Tranquila, creo que tu novio ha pillado la indirecta.

—¿Crees que si fuera mi novio te habría invitado a dormir? O mejor aún, ¿crees que la situación de ahí abajo no habría sido mucho mejor?

Coloco mis manos en jarra a ambos lados de mi cadera. Lo que acabo de decir tiene bastante sentido, si las cosas fueran como el piensa, ahí abajo se habría desatado el infierno y tampoco lo habría podido detener.

—Tampoco me sorprendería que hubiese dos infieles en esta habitación.

Nicole. Oh dios mío, Nicole. Ni por un instante había pensado en ella y aunque no soy yo realmente la que debe respetarla ya que no tengo ningún compromiso con ella, me siento horrible. Mi cara tiene que ser un claro reflejo de lo que pienso porque Aiden añade:

—Tranquila Katherine, no es tan serio como piensas. -Lo miro con el ceño fruncido, sin entender nada realmente. —Me refiero a que lo de Nicole no es nada serio.

—Pero es tu novia.

—Ella se empeñó en ponerle una etiqueta. La palabra "novios" es solo una forma que utiliza mucha gente para encadenar a otras. Piensan que por etiquetar las cosas, la otra persona va a respetarlas más. No es así.

—Que pensamiento tan frio.

—Simplemente soy sincero. -Se encoje de hombros. —No quiere decir que no valore el termino, simplemente hay gente que lo utiliza demasiado a la ligera, no por compartir unos cuantos besos y acostarnos, somos novios. Hay gente que lo entiende y hay otras personas como Nicole que sienten la necesidad de etiquetarlo todo para sentirse seguras.

—Técnicamente, me estás diciendo que bajo tu punto de vista Nicole no es nada más que un lío de una noche.

—Bueno, tal vez algo más que un lío de una noche. -Ladea la cabeza hacia un lado, pensativo. —Técnicamente... -Utiliza la misma palabra que yo, seguramente para sacarme un poco de quicio con sus ocurrencias. —Sería un lío de muchas noches.

—Eres un imbécil.

Me doy la vuelta hasta el armario y empiezo a pasar perchas buscando algo cómodo pero más arreglado que los pantalones de yoga y la sudadera desgastada. La presencia de Aiden tras mi espalda es completamente tangible, sus ojos me fulminan con la mirada aunque no pretenda hacerlo.

—Simplemente quiero que entiendas que no tienes que sentirte culpable por lo de anoche.

—No lo hago. -Miento. —Simplemente me parece que tienes un concepto muy retorcido de lo que son las relaciones. En realidad, creo que no deberías jugar con los sentimientos de esa chica. Tal vez para ella no sea solo una etiqueta, tal vez le gustes de verdad.

—¿Estamos teniendo una charla profunda, Katherine?

—¿La estamos teniendo? -Respondo con otra pregunta.

—Eso parece. -Se rasca detrás de la nuca, visiblemente incómodo con lo que va a decir. –Simplemente creo que cuando yo decida poner esa etiqueta a algo, será porque realmente lo sienta y no porque me obliguen.

—¿Y crees que llegará ese momento? -Pregunto en tono irónico.

—Sinceramente, no. -Da unos pasos vacilantes hasta la puerta de la habitación. –Y ahora, aunque me parezca interesante mantener charlas intensas contigo, creo que es mejor que te deje cambiarte. -Señala hacia la puerta. —Te espero fuera.

En cuanto escucho el suave click que hace la puerta al cerrarse suelto un suspiro profundo. La presencia de Aiden es tan imponible que a veces resulta agotadora, las palabras que pronuncian sus labios parecen balas que se incrustan en tu piel, desgarrándola y haciéndote sangrar. Da igual el tema que sea, siempre tendrá algo elocuente que decir, demostrándote una vez más que su apariencia es engañosa. Detrás de ese aspecto de chico peligroso y trasgresor, se esconde una persona con pensamientos más profundos de los que imaginé.

Entiendo su concepto sobre las relaciones, no es miedo al compromiso ni nada semejante, es la ambigüedad del termino lo que hace que Aiden no se tome en serio nada. Para el la palabra novios no cobra sentido hasta que el lo decide y ha dejado claro que el momento en el que el decida utilizar esa palabra con alguien no está en un horizonte próximo.

Dejo todos esos pensamientos a un lado y me concentro en lo que tengo que hacer. El vaivén de perchas sigue hasta que encuentro unos jeans un poco desgastados y un sweater color verde esmeralda que no parece literalmente un saco. Me tomo una ducha que dura más de lo necesario, la ducha es uno de los lugares donde más pensamos sin darnos cuenta y yo no voy a ser la excepción. Sentir el agua contra la piel, los músculos destensarse y el vapor rodearte, lo catalogaría como uno de los mayores placeres de la vida. Al salir enrollo mi pelo en una toalla al igual que el cuerpo, no sin que antes mis ojos desciendan hasta ese punto concreto de mi vientre. No me detengo mucho tiempo, la tapo con la toalla y salgo del baño, acercándome a la orilla de la cama. Me pongo la ropa interior, los jeans y por último el sweater verde. Con los pies aún descalzos entro de nuevo al baño para secarme el pelo. Los mechones azabaches caen revueltos y mojados por mi espalda. Me concentro tanto en la tarea que no veo a Aiden apoyado contra el marco de la puerta hasta pasado un buen rato.

—¡Dios! -Exclamo llevándome la mano al corazón. —¿Quieres matarme de un susto?

—No te subestimes. -Descruza los brazos y da unos cuantos pasos en mi dirección, quedando a centímetros de mi. —No se te puede matar tan fácilmente. -Sus ojos y los míos se miran a través del espejo. —Al menos yo no lo creo.

—Como sea... -Pongo los ojos en blanco, siendo muy consciente de que me ve. –¿No dijiste que esperarías fuera? ¿Y si hubiese estado desnuda?

—No me asustaría, he visto a chicas desnudas antes. -Una sonrisa socarrona se dibuja en su boca. —La paciencia no es mi fuerte, estaba aburrido esperando.

—¿Y piensas que verme mientras me seco el pelo va a ser mas divertido?

No le doy tiempo a responder, presiono el botón de encendido y el ruido del secador llena la estancia. Intento no mirar demasiado hacia el aunque lo hago más de lo que me gustaría, mis ojos viajan hasta su figura a través del espejo. Ha vuelto a apoyarse en el marco de la puerta y me observa el pelo demasiado concentrado. Debe de estar pensando en el porqué prefiere a las pelirrojas. Solo pensarlo hace que se me escape una risa casi inaudible.

Presiono el botón de apagado y empiezo a acomodarme bien el pelo con ayuda de un cepillo. Hacer estas tareas tan simples se vuelve complicado cuando tengo un par de ojos de acero mirándome sin descanso.

—¿Qué te tiene tan concentrado? -Pregunto dando las últimas pasadas a mi pelo.

—Tu pelo brilla como las plumas de un cuervo.

Creo que hasta el mismo se sorprende de lo que ha dicho.

—Bueno, tus ojos son tan fríos como una ventisca en Alaska.

—Bien jugado.

Sacudo la cabeza mientras me doy los últimos retoques. No tardo más de cinco minutos y salimos de la habitación, bajamos las escaleras casi rozando nuestros hombros y una vez fuera, el sol de la mañana me calienta las mejillas y me reconforta más de lo que espero. Me quedo unos instantes plantada en el sitio disfrutando de los rayos del sol y veo como Aiden sigue caminando dirección de su coche, parándose cuando veo que no lo sigo.

No dice nada, solo sigue de nuevo caminando, sin prisa.

Lo alcanzo poco después y veo como saca las llaves del coche y presiona el botón que abre las puertas. Nos deslizamos al interior y no tardamos mucho tiempo en abandonar los terrenos de la casa, adentrándonos en las carreteras.

—Entonces, ¿esta noche estarás en el club de Roy? -Dice, rompiendo el silencio.

—Es probable.

—¿Tienes miedo?

—No.

—Mentirosa. -Mira brevemente en mi dirección, sacudiendo la cabeza, como si fuese un caso perdido. —No me contaste lo de O'Kelly. Ahora le debes un favor.

—Con todo lo que pasó anoche, no tuve tiempo ni para preocuparme de mi misma. -Miro a través de la ventana, viendo como dejamos edificio tras edificio. —Cuento con estar fuera de allí para cuando quiera cobrar ese favor.

—¿Y si no es así?

—Entonces rezaré para lo que sea que pida, pase rápido.

Se me forma un nudo en el estómago que amenaza con quedarse ahí un tiempo, al menos durante todo el tiempo que dure esta incertidumbre. No decimos nada más, solo dejamos que el silencio nos invada.

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—Lo menos que puedo hacer es recogerte las noches que vengas al club.

—No eres mi padre. -Replico.

—Sería extraño que lo fuera. -Voltea su cuerpo hasta quedar de cara al mío. —Solo digo que estás en esto por mi padre. Déjame cuidarte un poco las espaldas.

—¿A que viene toda esta amabilidad, Aiden?

—Simplemente tenemos objetivos comunes. Tu quieres acabar este trabajo y yo quiero que lo acabes para poder irme de aquí. Si te pasa algo, el proceso se vería ralentizado.

—Entiendo. -Me muerdo un poco el labio inferior y la manera en que sus ojos descienden hasta mis labios no me pasa del todo inadvertida. –Igualmente no quiero tu ayuda.

—No seas terca. -Rodea el respaldo de mi asiento, ayudándose de ello para acerarse a mi y apresarme contra la puerta del copiloto. El olor a menta y sándalo me golpea las fosas nasales. —Vas a darme tus horarios y no vas a rechistar más, ¿entendido? No es nada gentil ni romántico, solo es por mis propios intereses. -Mi mirada desciende hasta sus labios que dejan entrever sus dientes blancos y perfectos. Las comisuras de su boca se curvan en una sonrisa que parece una guadaña. —¿Te sientes mejor después de saber que no me ofrezco a esto porque sea un caballero, sino porque solo soy un interesado?

—No me importan tus intenciones. -Me incorporo, obligando a su cuerpo a retroceder. No me da miedo, no me intimida. He lidiado con cosas mucho peores, con la muerte incluso. —Me niego a ser una chica en apuros.

–No he dicho que lo seas, sé que eres muy capaz. -Su expresión se suaviza y comprendo que tal vez hable en serio. –Pero que tu terquedad y tus ganas de ser independiente no te nublen el juicio. Este sitio -Señala fuera del coche, donde se encuentra el local de Roy. —Está plagado de hombres asquerosos y tu eres como un caramelito con piernas para ellos.

Sé que tiene razón, pero mi orgullo es superior a la lógica.

—Tienes razón. -No me creo que esas palabras hayan salido de mi boca. Aun peor, no puedo creer que le haya dado la razón a Aiden. —Aunque tengo a Dash, puedo pedírselo a el, para algo trabaja para mi.

—Como quieras. -Alza las manos en muestra de resignación. —Si crees que el puede guardarte las espaldas mejor que yo, adelante.

Confío en las capacidades de Dash, lo único que me hace pensarme las cosas más de dos veces son los sentimientos que aún guarda por mi y los sentimientos que tenerlo cerca pueden suscitar en mi. Suelto un suspiro de exasperación.

—Está bien. -Digo con resignación. —Me esperarás fuera hasta que acabe, nada de numeritos como el de la última vez. Como contrates un solo baile, te corto las pelotas.

—Me conformaré con ver los bailes que vea todo el mundo. -Le propino un puñetazo en el brazo y el me responde con una carcajada. —Dame tu número.

—No, gracias, no quiero que me mandes fotos desnudo cuando estés borracho.

—Te las mandaría incluso sin estar borracho.

—Eres asqueroso. -Hago sonidos de arcadas para que quede claro lo que opino.

—¿Vas a darme tu teléfono o prefieres que lo obtenga de otra forma?

Su hacker. Claro, su famoso hacker. Ese maldito le está poniendo las cosas realmente difíciles al pobre Ashton. Ambos tienen una batalla épica de ordenadores y seguro que Aiden sabe que hemos intentado meternos en su teléfono. Aunque no parece importarle demasiado, confía en las habilidades de su hacker.

Me tiende su teléfono y al final lo tomo, agregando mi número a su agenda de contactos. Le devuelvo el teléfono y se queda un momento observando la pantalla con el ceño fruncido.

—¿Katherine Montgomery? -Pregunta con la cara arrugada. —Prefiero "pelirroja" sinceramente, luego lo cambiaré. -Dice muy orgulloso de sí mismo.

Emito un gruñido y doy por acabada la conversación. Salgo del coche siendo brusca con mis movimientos. Este chico me saca de mis casillas, debe de haberse sacado un master en ello.

—Nos vemos pronto, pelirroja. Espera pacientemente mis fotos desnudo.

No respondo, solo cierro la puerta con fuerza y camino hasta el club que para mi sorpresa está cerrado. Escucho como el coche de Aiden se aleja mientras intento ver si hay algún movimiento en el interior, pero todas las luces están apagadas y no hay señales que indiquen que haya alguien dentro. Estoy apunto de dirigirme a la puerta trasera cuando veo un pequeño rectángulo bañado en pintura dorada en la que hay grabados una serie de números. Me acerco un poco más hasta que me doy cuenta de que se trata del horario de atención al público y este indica claramente que los domingos está cerrado. Supongo que tendré que venir a preguntar por mis horarios mañana, aunque no tenga las mínimas ganas de hacerlo. Todo sea por el trabajo, el dinero y mi orgullo.

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Antes de volver a casa, me queda una parada más que hacer.

Aparco mi coche en la acera frente a la casa de Cassie. No toco a la puerta pues se que solo está ella en casa y sinceramente, dudo que haya salido de la cama. Cojo de nuevo la llave que oculta la familia debajo de la piedra y abro la puerta intentando hacer ruido al entrar y que Cassie no se asuste si entro de repente en su habitación.

Miro a mi alrededor, buscando algún cambio que se haya producido desde la noche anterior. El salón está en silencio y la cocina igual, así que mis sospechas de que Cassie sigue en la cama siguen cobrando más fuerza.

Subo los escalones hasta su cuarto, no sin hacer mis paradas de rigor mirando las fotografías familiares. Es casi como un ritual que tengo que hacer siempre que vengo. Hoy duele verlas más que otros días.

Antes de entrar en la habitación, golpeo mis nudillos suavemente contra la puerta.

—Cassie, soy yo. -Aguardo paciente una respuesta que no llega. Un temor se abre paso en mi interior. —Voy a entrar.

Al abrir la puerta rezo por encontrarla tumbada en la cama y no haciendo algo peor. El recuerdo de mi madre ha avivado miedos que tenía ocultos, uno de ellos la perdida. No paro de imaginarme lo peor, lo que puede hacer una persona que siente demasiado dolor. Cuando la puerta se abre del todo, encuentro el cuerpo de Cassie completamente tapado por las sábanas y un suspiro de alivio escapa de mi. Me acerco hasta ella y arrastro sin hacer mucho ruido la silla del escritorio para sentarme junto a la cama.

Los dedos de Cass aferran el borde de las sábanas y las aparta un poco, dejándome ver su cara. Su aspecto indica que no ha dormido mucho, tiene los ojos cansados y apagados. Los moretones de su rostro varían entre tonos de morado y el labio aún sigue inflamado.

—¿Cómo te encuentras? -Pregunto, aunque la respuesta es un poco obvia.

Ella se limita a encogerse bajo las sábanas.

–¿Estás segura de que no quieres que te lleve al médico? -Paso una mano sobre las sábanas, acariciando el lugar donde está su cuerpo. —Creo que sería conveniente que un médico te revise por si tuvieras alguna contusión interna.

—No hace falta Kath, me siento bien. -Se detiene un momento, siendo consciente de que dice esto cuando su cara está llena de golpes. —Solo me duelen los golpes, tranquila.

Asiento, no muy convencida.

Las galletas siguen en el plato, completamente intactas.

—No has comido nada. -Señalo. —Tienes que comer algo.

Me levanto de la silla, dispuesta a ir a la cocina y prepararle algo que sea más sustancial que unas míseras galletas de chocolate pero ella me detiene antes incluso de que de dos pasos seguidos.

—Estoy bien, no tengo hambre.

—No puedes estar sin comer. -Vuelvo a dejarme caer en la silla, consciente de que pelear con ella en estos momentos no será de ayuda. —¿Qué les vas a decir a tus padres?

—Que me caí por las escaleras.

—Tienes marcas de dedos en los brazos, Cass. -Le recuerdo.

—Nada que las mangas largas no puedan ocultar.

—¿Estás segura de que lo mejor es que se lo ocultes?

—¿Sabes cuantos matrimonios rompen después de atravesar situaciones como esta? -Su voz suena estrangulada, teñida de dolor. —No quiero ser yo quien acabe con nuestra familia.

—Cass, no se van a divorciar por tu culpa. -Algo dubitativa acaricio los dedos de ella que aferran con fuerzas las sábanas. —Lo que pase con ellos, no es por tu culpa. De verdad que no.

—¿Cómo lo sabes? -Su voz cada vez suena más rota y sin mirarla se que en sus ojos están acumulando lágrimas.

Me acerco hasta ella, con miedo a que su reacción sea apartarse o algo peor, no sé como su cuerpo reacciona ahora mismo a la presencia de otras personas cuando están demasiado cerca. Sorprendentemente, no me aleja. Rodeo su cuerpo con mis brazos, quedando por encima de ella, observando su cara a la perfección. Veo como las lágrimas que no quiere que nadie vea se deslizan por sus mejillas y no me atrevo a limpiarlas por si el roce de mis dedos en sus mejillas le causan dolor.

—Cassie. -Empiezo a decir, temiendo que yo también me ponga a llorar. —Sé que a veces soy una amiga terrible. Desaparezco sin motivo, no te acompaño a muchos sitios porque siempre estoy ocupada y apenas conoces mi círculo. -La estrecho con más fuerza. —Pero te prometo que me tienes, me tienes para lo que necesites. No voy a dejar que esta mierda que te ha pasado te consuma, te lo prometo. Vas a salir de esto, voy a encontrar a ese hijo de puta y te dejaré que le partas tu misma las piernas si es lo que necesitas para liberarte.

—Debería haberte escuchado y no haber ido a esa fiesta. -Dice entre sollozos.

—No importa. No importa que estuvieses en esa fiesta ni que te encontraras sola. La culpa no es tuya, la culpa es de ese desgraciado que se creyó con el derecho de tocarte sin permiso. ¿Me entiendes? -Bajo mi mirada hasta la suya. —La culpa no es tuya.

Mis palabras parecen hacer mella en ella, las dos nos rompemos, tal vez una más que la otra. Ella sigue llorando mientras que yo la abrazo y no de la igual manera, pero yo también lloro porque no soporto ver a mi amiga así. No soporto esta sensación de impotencia. No soporto el saber que hay otras Cassie en el mundo que se sienten culpables por unos hechos que ellas realmente no podían controlar. Y lo que menos soporto, es que existan hombres que se crean que somos un mero producto circulando por las calles esperando a que nos elijan para consumirnos.

Sin darme cuenta, en la lista de personas que quiero matar, donde se encuentra el asqueroso de Roy O'Kelly, se añade una nueva persona, cuyo nombre no conozco pero que sin duda removería cielo y tierra por encontrar. 

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¡Hola a tod@s!

Espero que el capítulo haya sido de vuestro agrado, sentiros libres de comentar lo que queráis.

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¡NOS VEMOS EL MIERCOLES CON UN CAPÍTULO NUEVO!

Besos,

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