Todo Está Ya Dispuesto

Aquella persona se reclino en su sofá y, dándole una calada a su cigarrillo, contempló los cuatro televisores que tenía delante. En todo el edificio había cámaras de video instaladas que enviaban lo que grababan a las múltiples pantallas que había en aquel cuarto, nada podía suceder sin que él lo monitorizase. Aquel era su puesto de control.

Llevaba todo el día esperando ese momento. Sus jugadores ya estaban despiertos y a punto para empezar. Una sonrisa maniática se dibujó en su rostro conforme su mirada pasaba del moreno de Osaka, al rubio venido de Inglaterra, deteniéndose un momento en el joven del este y, finalmente, llegando a su favorito.

Aquel mago le fascinaba. Tan joven, y con tanto talento.

Los otros chicos a los que había "invitado" a jugar resultaron ser un total desengaño, niños vulgares que no habían sabido estar a la altura de sus demandas. Estaba planteándose abandonar su búsqueda del jugador perfecto, cuando sus pasos le habían llevado a un local de billar donde se estaba reuniendo mucha gente. Y allí, había encontrado a ese muchacho. Supo al instante que él sí podría superar los desafíos que había creado sin problema, y proporcionarle a la vez algo de diversión.

Y eso le había dado la idea de buscar a otros jóvenes talentos a los que poner a prueba. Su investigación entre los estudiantes de todos los institutos del país le había llevado hasta el nombre de los que se consideraba los más inteligentes detectives juveniles de este siglo. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Seguramente para ellos resolver los rompecabezas sería muy sencillo.

Lo difícil estaba en conseguir traerlos.

Saguru Hakuba se encontraba generalmente en Inglaterra, y en contadas ocasiones regresaba a Tokio. Consiguió el teléfono de la mansión Hakuba e hizo una llamada fingiendo ser un orientador del instituto Ekoda. El ama de llaves que le atendió le confirmó que se esperaba la llegada del joven hacia finales de semana y que de seguro acudiría a clase, entonces podría hablar con él. Perfecto. La suerte estaba de su lado y la próxima partida estaba en marcha.

Localizar a Shinichi Kudo había resultado más sencillo. Curiosamente este chico había estado desaparecido de los medios y de la sociedad durante unos 9 meses. Pero desde su vuelta, y con su reciente asociación con el famoso detective privado Kogoro El Durmiente, no había parado de resolver casos y se hallaba en boca de todo el mundo. Era desde luego, una joven promesa. Conocía las novelas de misterio de su padre. Si era tan ingenioso como él, aquello iba a ser muy interesante.

Otro nombre destacaba en el instituto Teitan como buena candidata. Sera Masumi. Se la había visto acompañando a Kudo en algún caso, y podría ser interesante probarla. Era diferente de las otras chicas que había traído a jugar, eso de seguro.

Estaba decidiendo si ir a buscar a Masumi o no cuando la suerte le volvió a conducir a un buen candidato. Nunca se imaginó que esperando a Kudo en su casa, se encontraría con la promesa del oeste, Heiji Hattori en persona. No podía dejar pasar esa oportunidad, ya que era impensable que fuera hasta Osaka a buscarle. Masumi debería esperar a otra partida. Además, el hecho de que se diera cuenta de que le estaba acechando y como trató de despistarle, le confirmó que debía ser el cuarto jugador costara lo que costara.

Volvió a observar a los chicos en las pantallas. Si. Estaba satisfecho con su elección. Sería una gran noche. 

Una sombra se movió a su espalda.

- ¿Puedo ir ya? ¿Puedo ir a divertirme con él? - escuchó que decía la persona que tenía detrás.

- Si, es todo tuyo. Te prometí que podías hacer con él lo que quisieras. Pero recuerda, debes parar antes de dejarle incapacitado para pasar a la siguiente ronda.

Cuando su compañero se marchó, tomó un micrófono y dejó que su voz se oyera por todo el lugar a través de los altavoces que había instalado junto a las cámaras de vigilancia.

- Buenas noches caballeros, y bienvenidos a El Juego. Hoy, no solo van a jugar para demostrar quién es el mejor de ustedes 4, sino para ganar algo más importante... Ser merecedores de seguir con vida.

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