1. Una charla


Jim Almos decidió abrir un libro de cuentos ese día.

Había asistido a una biblioteca local para conseguir una lectura que le permitiera mantenerse entretenido durante los ratos libres. Así que, una vez en el lugar, recorrió las hileras de numerosas estanterías de oscura madera barnizada y decidió acercarse a la sección infantil para hacerse con cierto volumen que llamó particularmente su atención.

El título marcado en relieve platinado sobre una gruesa pasta verde esmeralda anunciaba una compilación de cuentos redactados con un formato sencillo y fácil de leer. Historias de magos, caballeros, aventureros y toda clase de pintorescas criaturas fantasiosas cuyas valientes travesías tomarían un máximo de 30 o 40 páginas. Era una lectura ligera perfecta para a calmar su mente agitada.

Y, para mejorar la situación, fuera de los amplios ventanales cristalinos había un sol radiante que derretía su cálida luz naranja dorado sobre las baldosas tibias y los libros que reposaban apaciblemente en sus anaqueles. Tampoco había cerca ninguna persona que pudiera dedicarle una mirada despectiva que criticara sus elecciones por aires de supremacía o simplemente por deseos de molestar a quien nunca les ha dañado.

¿Por qué? Bueno, como si ser un ávido lector en plena adolescencia no fuera ya suficientemente polémico, sus gustos parecían ser suficiente motivo para recibir comentarios ponzoñosos.

El joven personalmente no entendía porque los “libros para niños” eran tan estigmatizados por jóvenes y adultos.

Su contenido podía ser ciertamente predecible algunas veces, pero estaban bien estructurados, tenían buena gramática y, al ser dirigidos a un público cuya atención se dispersa fácilmente, estaban diseñados para mantenerse interesantes antes de que su lector buscara algo mejor que hacer.

Además, la mayoría de la literatura juvenil actual promocionada por las grandes editoriales y páginas de escritores amateur eran…

¿Cómo decirlo?
Extrañas. Punto final.

Porque claro, sería un gran problema si dijera las frases incorrectas cerca de personas sensibles, aún si la mayoría del mundo parecía estar bien con criticarlo tan duramente a él.

Jim volvió su completa atención al libro cuando leyó algo inusual mientras ojeaba páginas al azar del ejemplar ligeramente gastado:

Hola.

No se trataba de un saludo entre un par de personajes, ya que no había sido escrito como un diálogo o pensamiento. También estaba demasiado adelante de las primeras hojas como para pertenecer a la introducción dada por el autor. Simplemente, un “Hola” que parecía haberse colocado al azar en medio de la nada.

Con los vibrantes ojos color miel llenos de curiosidad, el varón acomodó de mejor manera la compilación de cuentos encuadernada hace al menos 30 años  y continúo su lectura, posando su mirada sobre el párrafo justo debajo del inesperado saludo.

No te he asustado, ¿verdad?
Por favor, dime que no fue así. Hace mucho que nadie ha venido por aquí y muero de ganas por charlar un poco.

El joven suspiró mientras una ligera sonrisa se formaba apenas visiblemente en las comisuras de sus labios.

—Narración en primera persona y ruptura de la cuarta pared desde el primer segundo. Un poco agresivo, pero sirve para llamar la atención —comentó en voz alta, olvidándose de cualquier alocada teoría que invadiera su mente y volteando el papel para observar la página anterior, dudoso sobre el título de la historia a la que pertenecía el poco usual diálogo.

¡Hey! No me ignores, que grosero. Si no quieres charlar conmigo está bien, pero al menos deberías decírmelo directamente en vez de darme la vuelta.

Ja, ¿entiendes? Darme la vuelta, literalmente. Es un chiste de libros.

…De acuerdo, no da mucha gracia.

La sonrisa desapareció para dar paso al desconcierto y a un escalofrío helado que le recorrió la columna.

Eso había sido demasiado raro como para pasarlo por alto. O el autor le estaba jugando una pésima broma a sus lectores, o él estaba viendo cosas donde no era.

Sin embargo, el texto era distinto una vez bajó la mirada para revisarlo nuevamente:

¿Podemos ser amigos?

¿Qué clase de propuesta descabellada era esa en una situación como ésta?

—Raro… —susurró frunciendo el entrecejo, intentando ahora buscar un índice dónde resolver su duda sobre qué clase de cuento de fantasía mágica incluía que el personaje te hablara con tan sospechosas intenciones. Talvez incluso se había equivocado de sección y había tomado algo de terror psicológico, nunca se sabía.

Wow, actualmente, eso fue grosero. Me voy entonces, pero para tú información, soy una “ella”, no un “él”. Adiós.

Sobresaltado, el moreno cerró el libro de golpe y salió de entre los estantes a una zona de lectura, igual de bien iluminada, pero más despejada. No hubo nadie que pudiera verlo realizar semejante acto de valentía, eso también significaba no tener testigos disponibles por si algo pasaba.

Pero, un espacio abierto seguía siendo mejor para correr ante la menor señal de riesgo… Sí es que un objeto inanimado de 30 cm de altura y un peso menor a 1 kilo realmente podía resultar una amenaza sobrenatural en primer lugar.

Jim pensó en dejar el ejemplar en uno de los carritos, decidir que había tenido suficiente emoción literaria por un día y marcharse a casa. Una decisión sensata. Pero la curiosidad era más fuerte que la razón y terminó tomando asiento frente a una de las mesas de estudio, colocó el objeto de su intriga sobre la superficie pulida y le abrió con rapidez en una sección al azar.

Nada.

Solo una narración común y corriente sobre alguna historia que incluía un amistoso y somnoliento dragón esponjoso y un niño solicitando su ayuda para llegar a su destino.
Intentó un par de veces más, pero obtuvo el mismo infructuoso resultado.

La última frase que leyó mencionaba a una chica sintiéndose ofendida por llamarle rara, ¿talvez debería pedir disculpas?

Hacer eso en vista de lo sucedido era una completa locura, pero ya estaba allí de todos modos y —esperaba— no le costaría nada intentarlo.

—¿Lo siento…? No quería ofenderte, solo es… Difícil de creer que un libro te hable —menciono sin mucho convencimiento, sintiéndose avergonzado por la facilidad con la que había cedido a aquel escenario—. …¿Quedo perdonado?

Un nuevo vistazo al aglomerado de letras reveló una nueva contestación:

Solo porque estoy de buen humor.

Soy Margot, ¿y tú eres? Tú voz es distinta a la de otros lectores, más calmada, es agradable.

Para ser una criatura desconocida que se comunicaba por métodos inusuales, tenía su toque carismático. Así que, se dejó llevar un poco más por la parte irreflexiva de su pensamiento.

—Jim… Y, ¿supongo que gracias? —contestó de manera breve, pasando de la idea de ser precavido sobre su información personal—. ¿Eres real?

Fue directo al punto, la hiperactiva tinta no se hizo esperar.

De carne y hueso.

—Eso no es posible.

¿Te recuerdo que estás hablando con un libro?

Jim no pudo objetar nada contra aquella lógica. Por suerte para él, no tuvo que forzarse a añadir algo más a pesar de la vergüenza ya que su acompañante siguió hablando.

No sé cómo funciona en realidad, solo sé que tú mundo es tú realidad y él mío la mía. Es como ver a través de un muro de cristal. Puedes saber lo que hay del otro lado, pero no tocarlo.

Mi madre me ahorcaría si supiera que hablo contigo, pero soy imprudentemente curiosa.

El moreno no pudo evitar soltar una risita. Podía estarla juzgando demasiado pronto, pero, “Margot” no parecía tener dobles intenciones. De hecho, no creía que tuviera maldad en absoluto.

Era solo una corazonada, pero decidió confíar.

—Creo saber cómo te sientes —sonrió.

Una nueva duda surgió y no esperó un segundo para expresarla.

—¿Eso significa que puedes verme?

No. Escucho tu voz al igual que tú lees la mía. En realidad, no podría verte sin que me vieras también.

—¿Eso significa que puedo verte? –una sensación de curioso entusiasmo le recorrió desde la nuca a las puntas de los dedos, pero trató de portarse un poco más serio para no parecer un chiquillo.

¿Qué esperaba? No tenía idea. Sin embargo, la joven se encargó de regresarlo tajantemente a la realidad.

No.

—¿Por qué…?

Porque no quiero.

Eso había sido decepcionante, sobretodo porque ahora el moreno quería verla y el tiempo disponible para seguir en la biblioteca se disolvía conforme el anochecer se acercaba con pasos firmes.

Para su suerte, había una solución muy simple a su problemática:

Sacó un préstamo y regresó a casa con aires de victoria cargando el ejemplar bajo el brazo derecho, evitando ponerlo dentro de la mochila con tal de cuidarle con minucioso detalle.

Ahora tenía una semana entera para regresar el libro de cuentos junto a su peculiar inquilina.

Aunque, Jim no sabía que pasar casi todo su tiempo libre junto a Margot se volvería una costumbre, solo volviendo a la biblioteca para renovar el préstamo semana tras semana.

Irremediablemente, ambos llegaron a ver a su desconocido amigo de mensajes como alguien muy especial.

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