Mente Brillante
Sin poder contener mi ira, golpeé el abdomen de Namjoon.
—¡Dirígete con respeto hacia mi esposo!
—¿Esposo? Jimin, dime que esto no es cierto, dime que no te casaste con él.
—Sí, me casé con él, pero no logro entender qué haces aquí si yo mismo te vi cuando Yoongi te quitó la vida.
—Jimin, te contaré cómo llegué aquí. Vine hace tres años, después de confesarte mi amor, para pedirle al emperador que nos casara. Pero el príncipe heredero, en ese momento, se enfureció y me amenazó con quemar mi reino. Dije que hablaría contigo, pero cuando estaba por salir, el emperador y sus guardias me agarraron por la fuerza y me encerraron aquí. Luego vino un joven del clan de los camaleones y tomó mi forma. Claramente, el impostor no puede transformarse en león, pero sí tomar mi rostro.
—Yoongi, tenías 14 años cuando tramaste esto —dije con asombro.
Asentí con un movimiento de mi cabeza mientras me mantenía pegado a la pared, con los brazos cruzados.
—¿Y ustedes, padres?
—Nosotros llevamos dos años aquí. Fuimos invitados por el emperador y, al llegar, nos juzgaron como traidores y conspiradores del imperio. Al igual que Namjoon, los del clan de los camaleones tomaron nuestra forma.
—Con razón, ahora todo tiene sentido. Por eso no los vi más como pavos reales.
—Pero hay algo más, Jimin. Tú no eres mi hijo. Eres hijo de una concubina que tuvo tu padre y murió al darte a luz. Por esa razón, creemos que no puedes transformarte, porque tu madre era una camaleona. Nosotros habíamos hablado al respecto con el emperador, porque nos habían enviado una carta donde manifestaban su intención de casarte con el príncipe heredero. Fue entonces cuando le explicamos que tú no eras mi hijo y que no podías cambiar de forma, pero a ellos pareció no importarles. Incluso el emperador Hyunjin lo encontró interesante. Aun así, sostuve mi palabra de que te casaras con el león blanco, y fue en ese momento cuando nos arrestaron.
Vi al emperador consorte entrar y, delante de él, dije:
—Ahora, Yoongi, quiero que tú me digas la verdad.
—Todo lo que han dicho es cierto. Hace tres años me enteré de las intenciones de Namjoon y, junto a mi padre Hyunjin, lo encarcelamos. Hicimos lo mismo con tus padres. Luego prometimos ayudar a los camaleones a cambio de que hicieran todo lo que ha pasado. Pero esos traidores me enviaron una carta diciendo que sentían mucho cargo de conciencia, más al enterarse de que una de ellas era tu madre. Por eso, cuando llegó la carta, fingí todo para que mi padre Felix me apoyara, porque mi padre y yo sabíamos que él, por sí mismo, jamás permitiría que hiciéramos eso.
—Me engañaste a mí también, hijo. Y yo creí que de verdad los padres de Jimin habían sido traidores que planeaban herirte y que tú estabas tan conmovido por Jimin que buscaste unos sustitutos. No es que tú ¡No puedes ser mi hijo!.
—Enciérrame a mí en esta mazmorra junto a ellos, porque si me dejas afuera, te juro que yo sí voy a atentar contra ti.
—Jimin, todo lo que hice es porque te amo y quería que me amaras —dijo Yoongi, con desesperación en su voz.
—¿Me amas? ¡No seas hipócrita! Me alejaste de todos los que amo sin importarte mis sentimientos —respondí, con furia.
—Yo sabía que si Namjoon estaba en tu vida, tú no me amarías —dijo Yoongi, tratando de justificar sus acciones.
—¿Y crees que en estos momentos te amo? ¿Pensabas dejarme aquí encerrados por siempre a mis padres y a Namjoon? ¿O ibas a matarlos? —pregunté, sintiendo la ira y la desesperación crecer dentro de mí.
—No los quería matar, solo mantenerlos aquí hasta que tú me amaras —respondió Yoongi, con una voz temblorosa.
Eres alguien perverso. No me equivoqué contigo —dije, con una mezcla de tristeza y rabia.
—Debes admitir que, con el tiempo que hemos pasado juntos, me has empezado a amar —dijo Yoongi, con una mirada suplicante.
—Tal vez no; tal vez solo me sentía indefenso. Pero te exijo que dejes en libertad inmediatamente a mis padres y a Namjoon —dije, con firmeza.
—No, no puedo hacer eso, Jimin —respondió Yoongi, bajando la mirada.
—¿Cómo que no puedes? Debes hacerlo. Ellos están aquí injustamente —insistí, sintiendo la desesperación en mi voz.
—Si los dejo en libertad, tú te irás y yo no puedo permitir eso.
—¿Me estás chantajeando? —pregunté, incrédulo.
—No, te estoy dando a elegir. Si te quedas conmigo sin intentar escapar, dejaré a los tres libres. Y si eliges abandonarme, entonces los verás morir y vivirás encerrado en el palacio conmigo —dijo Yoongi, con una mirada decidida.
Quité la espada del guardia y la puse en mi cuello. —Entonces, Yoongi, haz lo que quieras con mis padres, pero luego de que yo mismo me quite la vida.
—No, Jimin, no te hagas daño —dije, sintiendo miedo.
—Jimin, entiendo tu dolor. Siento que la bofetada que le diste a mi hijo fue poco para lo que él merece, pero piensa con la cabeza fría. Si pereces y tus padres también, ¿quién verá por la gente de tu reino? Además, sabes que si te divorcias, jamás volverás a casarte y aún eres joven. Por favor, dame la espada.
Le quité la espada y lo abracé.
—Lo lamento, lamento profundamente todo esto. ¡Guardias, liberen a los reyes Park y a Namjoon inmediatamente!
—Padre, ¿pero qué haces?
—Hago algo bueno por las personas inocentes que tú injustamente has dañado. Creí que lo de tu padre me mataría, pero esto que has hecho, Yoongi, supera con creces el dolor que siento. Jimin, no estás solo. Te prometo que esta vez estaré de tu lado.
Empecé a caer de rodillas, abrazando al emperador consorte.
—Padres, Namjoon, váyanse y olvídense de mí. Solo quiero que sean felices y que hagan felices a todos en el reino...
—Jimin, pero yo te amo —dijo Namjoon con lágrimas en los ojos, su voz quebrándose—. No ha pasado un día en el que no pensara en ti. Cada noche, cada momento, mi corazón ha estado contigo.
—Namjoon, tú mereces más de lo que yo puedo ofrecerte. Te fallé al creer que podías ser malo y también te fallé al casarme con Yoongi. Perdóname, Namjoon, por favor, perdóname —mis palabras salían entre sollozos, mi corazón desgarrado por el dolor.
Namjoon se arrodilló a mi lado, sus lágrimas cayendo sobre mis manos.
—¿Cómo no perdonarte? Si tú me has devuelto la vida. Sin ti, mi existencia no tiene sentido. Jimin, por favor, no me dejes.
—¡Por favor, váyanse! —grité, mi voz llena de desesperación, aún en el suelo, sin poder ver a mis padres.
—Jimin, lo siento tanto —dijo el emperador consorte, lleno de remordimiento.
—Usted no es el culpable, emperador consorte.
—Guardias, saquen a todos y que se vayan sin ningún inconveniente.
—Jimin, ahora que ellos se han ido, tal vez tú y yo...
—Tú y yo nada, Yoongi. Escúchame bien —me levanté del suelo, mi cuerpo temblando de rabia y dolor, y me puse delante de él—. Me verás y cumpliré mis obligaciones como príncipe consorte, pero no esperes más de mí porque tú eres alguien despreciable. ¿Querías tenerme, no es así? Me tendrás, pero vivirás cada día sabiendo que nunca tendrás mi amor. Porque si en algún momento llegué a sentir algo por ti, aquí y ahora se murió.
Arranqué el collar que él me había dado y lo tiré al suelo, saliendo de aquel lugar con mis lágrimas cayendo sin control.
—¡Jimin! ¡Jimin! —gritó Yoongi, con su voz llena de desesperación y dolor.
Puse una mano en su pecho, deteniéndolo.
—Déjalo. Necesita llorar, necesita asimilar y drenar todo lo que siente, al igual que yo.
Las palabras de Jimin resonaban en mi cabeza, cada sílaba como un cuchillo que se clavaba más profundo en mi corazón. Pero era tarde para lamentarme. La verdad había salido a la luz y, como sea, él ahora es mi esposo y solo mío.
—Llegué a los aposentos, cerré la puerta con un golpe sordo y me dejé caer al suelo. Las lágrimas comenzaron a brotar sin control, cada sollozo sacudiendo mi cuerpo. Lo peor de todo esto es que yo sí amo a Yoongi, lo amo hasta los huesos. ¿Y ahora qué haré? ¿Cómo puedo superar todo esto?
Me arrastré hasta la cama, abrazando la almohada que aún tenía su aroma. Cada respiración era un recordatorio de lo que había perdido, de lo que nunca podría tener. Mi mente se llenó de recuerdos: las risas compartidas, los momentos de ternura, las promesas susurradas en la oscuridad. Todo se había desmoronado en un instante.
—Yoongi... —susurré entre sollozos—. ¿Por qué tuvo que ser así? ¿Por qué no podemos simplemente ser felices?
El dolor era insoportable, una mezcla de amor y desesperación que me consumía por dentro. Me levanté y me acerqué al espejo, mirando mi reflejo con ojos enrojecidos y llenos de lágrimas.
—¿Cómo puedo seguir adelante? —me pregunté en voz alta, mi voz quebrándose—. ¿Cómo puedo amar a alguien que me ha destruido?
Me dejé caer de nuevo al suelo, abrazando mis rodillas y dejando que las lágrimas fluyeran libremente. La habitación se llenó de mis sollozos, cada uno más desgarrador que el anterior. Sentía que mi corazón se rompía en mil pedazos y no sabía cómo volver a unirlo.
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