Ideas
Luego de tres noches y cuatro días de viaje, llegamos al majestuoso palacio imperial. Todos habían salido a recibir a los emperadores y al príncipe heredero. Yo seguía viviendo mi luto, y sus amplias sonrisas me molestaban profundamente. Sentía que mi dolor era invisible para ellos, una herida abierta que nadie más podía ver.
El emperador habló con Yoongi, su voz resonando en el aire: —Encárgate de Jimin. Esas palabras me disgustaron profundamente; me sentí como un animal a punto de ser sacrificado.
—Aguarden —interrumpió Félix con firmeza—. Yoongi, como emperador consorte, te prohíbo casarte o hacer algo que Jimin no desee hasta que cumplas los dieciocho años. En estos dos años, corteja a Jimin y gana su corazón. Si no lo logras, entonces lo dejaremos ir y su falta de respeto estará saldada.
—¿Pero, padre? —repliqué enojado, sintiendo la injusticia de la situación.
—En estos momentos no soy tu padre, soy el emperador consorte. Le he dado mi palabra a Jimin. Claro está que, si tú llegas a amar a alguien más, Jimin también puede irse porque su ofensa hacia ti estará saldada.
Yoongi miró a su padre con incredulidad. —No entiendo, ¿qué te hizo cambiar?
Félix suspiró profundamente, su mirada suavizándose. —Soy padre, Yoongi. Y como padre, entiendo el dolor de perder a un hijo, de ver a alguien que amas sufrir. Jimin ha perdido todo y merece una oportunidad justa. No podemos forzar el amor, pero podemos darle la oportunidad de florecer.
Bajé la mirada, asimilando las palabras de mi padre. —Haré lo que pueda, padre. Intentaré ganarme su corazón.
Aún con lágrimas en los ojos, observé la escena con una mezcla de esperanza y escepticismo. No puedo negar que me hizo sentir bien que el emperador consorte me demostrara que su trato había sido real y que no solo lo había hecho para calmarme en mi momento de desesperación.
—Jimin, espero que por lo menos intentes y recuerdes lo que hablamos.
—Sí, emperador, así como usted ha cumplido, yo cumpliré.
—Entonces me retiro a mis aposentos.
Los emperadores se fueron y Yoongi, con un rostro apenado, se acercó a mí.
—Perdóneme, mi actuar no fue el correcto y no puedo regresar en el tiempo para remendar mi error.
—Namjoon era un buen hombre y, aunque no planeo hacerte la guerra, te dejo en claro que yo me siento como el viudo de Namjoon y que él será mi único y verdadero amor.
—¿Crees que eso se llama intentar? Estoy siendo amable con usted y, aunque no planeo que me ame justo ahora, por lo menos trátame con respeto.
¿Qué respeto merecen los asesinos? Usted es un protegido de la monarquía y queda absuelto sin juicio alguno por su poder, pero las leyes deberían juzgarlo y condenarlo a la horca por la muerte de inocentes y de un noble duque.
—Por favor, por lo menos estemos en paz.
—La paz murió con Namjoon —respondí, sintiendo mi voz quebrarse.
—Haré todo lo posible para proteger y ayudar al progreso de tus padres y a los sobrevivientes de tu reino. Es lo mínimo que puedo hacer.
—Eso no traerá de vuelta a Namjoon ni a los inocentes que murieron —dije, mi voz llena de amargura.
—Lo sé —susurró Yoongi—. Pero es un comienzo.
—Tendré aposentos, ¿dormiré en la intemperie o seré como cualquier prisionero? —pregunté, con una mezcla de sarcasmo y curiosidad.
Yoongi me miró con seriedad y respondió:
—No, nada de celdas o intemperie. Usted tendrá unos aposentos cerca de los míos; también tendrá personas que le sirvan y acceso a cualquier área del palacio y sus alrededores. Por favor, sígame.
Asentí y caminé detrás de Yoongi hasta que llegamos a los aposentos que serían míos. Al entrar, observé el lugar con atención.
—¿Deseas cambiar algo? —pregunté con una leve sonrisa.
—No, creo que están perfectos así. ¿Pero me permites elegir a mis asistentes personales? —respondí, apreciando la comodidad del lugar.
—Sí, diré que vayan todos al salón y, cuando estés listo, puedes elegir a los que prefieras.
Me sentí aliviado al saber que tendría cierta libertad y comodidad durante mi estancia. Mientras Yoongi se retiraba para hacer los arreglos, me senté en una silla, reflexionando sobre todo lo que había sucedido. Sé que este es solo el comienzo de una nueva etapa, y estoy decidido a enfrentarla con dignidad y determinación, sin olvidar que yo soy un príncipe.
Luego de bañarme y alistarme por mi cuenta, bajé al salón encontrándome con Yoongi. Él se veía fresco, como si el largo viaje no le hubiese afectado, y les ofrecía a las personas que esperaban por mí agua y pan. Eso me extrañó: ¿hace esto para aparentar delante de mí?
—¡Atención! El príncipe Jimin ha llegado —anunciaron.
Caminé hasta Yoongi, quien me recibió con una sonrisa.
—Aquí están, donceles, damas y caballeros, en total disposición de atenderte en caso de ser elegidos —dijo, señalando a las personas reunidas.
—¿Estarás aquí mientras hago mi elección? —pregunté, sintiendo una mezcla de nerviosismo y curiosidad.
—Si prefieres que me vaya, ¡lo haré! —respondió Yoongi, con una leve inclinación.
—La verdad, prefiero que no estés —dije, tratando de mantener la calma.
—Entiendo, entonces me retiro —dijo Yoongi, haciendo una reverencia antes de salir del salón.
—Gracias —respondí, observándolo irse. Luego, me acerqué al frente de donde estaban todos reunidos y comencé a hablarles.
—Salgan los que no han tenido experiencia, los que no sepan peinar, coser o cocinar, los que tengan una discapacidad que les impida ir a mi ritmo —dije con firmeza.
Solo quedaron tres personas: una hermosa joven y dos hermosos donceles.
—Muy bien, ¡ustedes tres van a servirme! —anuncié. Ahora vayamos con el príncipe heredero.
Ellos se miraron a la cara, un poco confundidos.
—¿No piensan llevarme? —pregunté, levantando una ceja.
La joven dio un paso adelante y dijo con una sonrisa:
—Sí, mi señor, por favor, permítame ser su guía.
—Muy bien, ¡vamos! —respondí, siguiendo a la joven.
Mientras caminábamos, no pude evitar observarla con más atención. Ella es realmente hermosa, y una idea comenzó a formarse en mi mente. Tal vez ella puede ser la llave para ayudarme a salir de esta situación, especialmente si logro que Yoongi se fije en ella. Pero creo que eso será muy fácil; si no la acepta, es porque no reconoce la belleza de esta joya de jade.
—Mi señor, este es el despacho del príncipe heredero.
—¡Anúnciame!
Toqué la puerta y dije: "Príncipe heredero, el Príncipe Jimin solicita verlo".
—¡Adelante!
Cuando entré en el despacho de Yoongi, me sorprendí al ver tantos cuadros hermosos y se me olvidó hasta por qué había venido.
—¿Príncipe, necesita algo? —preguntó Yoongi, notando mi distracción.
—Sí, he elegido a estos tres y quiero que tengan ropa acorde a mí y que usen zapatos.
—Está bien, así será —respondió Yoongi con una sonrisa.
—¡Esperen por mí afuera! —dije a mis nuevos asistentes personales. Cuando ellos salieron, miré a Yoongi y le pregunté: —¿Estos cuadros los has hecho tú?
—Sí, cada uno de ellos. Me encanta dibujar, es como mi forma de ser yo. ¿Tú dibujas? —preguntó Yoongi, con un brillo de orgullo en sus ojos.
Caminé hacia un cuadro, dándole la espalda a Yoongi.
—No, no sé dibujar, pero sé bailar. Namjoon amaba verme bailar; decía que no... —me quedé en silencio al voltear y ver a Yoongi con la mirada fija en el suelo.
—Puedes seguir hablando, no te preocupes por mí —dijo Yoongi, levantando la vista y tratando de ocultar su tristeza.
Sentí una punzada de culpa y continué, tratando de ser honesto.
—Decía que no había visto a nadie bailar como yo. Pero ahora todo eso parece tan lejano... —dije, mi voz apenas un susurro.
Me acerqué a Jimin y sequé las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
—Perdóname, yo actué por impulso y fui un estúpido. Creí que lo que más odiaba era mi rostro, pero ahora me doy cuenta de que lo que más odio es verte llorar —dije con sinceridad.
—Creo que ya es tarde —respondí apartándome
—Por favor, aliméntate bien y descansa. Luego, si necesitas algo, puedes buscarme; estaré al lado de tus aposentos —le dije, tratando de ofrecerle algo de consuelo.
—Sí, gracias —dijo Jimin, con una leve inclinación de cabeza.
Salí de su despacho y caminé con mis asistentes. Le pedí a los donceles que buscaran comida y le dije a la joven que se quedara a mi lado. Al estar solos, le pregunté:
—¿Cómo te llamas?
—Mi nombre es Sana, alteza —respondí con una reverencia.
—Bien, Sana, dime: ¿te gusta el príncipe heredero? —pregunté, observando su reacción.
—Al... alteza, yo... —balbuceó, sus mejillas enrojeciendo.
Vi el rubor en sus mejillas y le dije:
—Me alegra que sea así, porque te prepararé para que calientes su cama.
—Yo soy solo una doncella —respondí, sorprendida.
—Yo te haré lucir como cualquier mujer de la realeza —dije, con una sonrisa.
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