Dragon Rojo
—Hijo, has sido muy maduro al dejar pasar lo que ha hecho Jimin.
—¿De verdad crees que lo he dejado pasar?
La mirada de Yoongi se volvió feroz y oscura, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda. ¿Qué es esto? —¿Qué quieres decir, hijo?
—Que haré que pague su ofensa. Cada vez que alguien mostraba interés en mí, yo presumía que alguien esperaba por mí. Ahora no puedo ser la burla, y Jimin será mío, por las buenas o por las malas.
—Hijo, no estoy de acuerdo. Eso sería humillarte. Tú puedes tener a otro noble.
—Eso lo sé, padre, pero a quien yo quiero es a Jimin, y si no es mío, no será de Namjoon.
—Debemos regresar. Hablemos con tu padre y busquemos una segunda opción.
—No, ya lo he decidido. Esperaré hasta la boda de Jimin. Si quieres, regresa al reino; recibirás prontas noticias mías.
—¿Cómo crees que regresaría sin ti? Vinimos juntos y nos vamos juntos, pero, ¿qué tienes en mente?
—Haré que el reino arda. Jimin suplicará clemencia.
Era la primera vez que veía esa mirada sedienta de sangre en Yoongi, y no era de extrañarme; todos los dragones alguna vez hemos sentido esa necesidad. Pero lo que me inquieta es que Yoongi posee un dragón del que solo hemos leído en pergaminos antiguos, y no sé lo que nos espera. No me importa lo que pase con Jimin y su familia, pero sí lo que pase con mi hijo.
—Ha pasado una semana, padre. Hoy es la boda de Jimin, pero quiero intentarlo de manera diplomática una vez más.
—¿Crees que tengas alguna posibilidad?
—No lo sé, pero lo quiero intentar y, después de eso, tomaré una decisión.
—Está bien, pero sabes que tu padre no se ha quedado tranquilo con que tardemos tanto, y me preocupa que en cualquier momento llegue aquí. Se supone que él es quien casará a Namjoon con Jimin.
—Lo sé, papá, pero es algo que necesito hacer y me ateneré a las consecuencias de mis acciones. Por ahora, déjame ir.
—Está bien, pero, por favor, ten cuidado.
—Lo tendré. Besé a mi padre en la frente y me dirigí al palacio de los Park. Fue fácil infiltrarme; ya había estudiado el camino la primera vez. Al llegar a los aposentos de Jimin, toqué la puerta, recibiendo un "adelante".
—Creí que era la dama que venía a peinarme, pero, contrario a eso, era Yoongi. Me asusté y retrocedí, sintiendo un nudo en el estómago. Con dificultad, pregunté: ¿Qué hace usted aquí?
—Jimin, no te cases con Namjoon; yo tengo más para ofrecerte.
—Perdone que lo diga de esta manera, pero creí que todo había quedado claro. Creí que usted había entendido que no tengo ningún interés en estar con usted.
—Jimin, no me veo en la vida si no es contigo.
—Perdóneme, pero seré honesto con usted: no me atraes en absoluto. Esa cicatriz que tienes en tu rostro me da pánico; aparte, para mí usted es como un niño. Mi único y verdadero amor es Kim Namjoon.
—¿Respuesta definitiva?
—Sí, lamento herirte, pero creo que es la única manera en que usted comprenda que mis sentimientos están solo para Namjoon. El motivo de que este matrimonio se adelante es porque espero un hijo de Namjoon —mentí, pero necesitaba quitarme a Yoongi de encima.
—¿Un hijo? —pregunté, intrigado e incrédulo.
—Sí, un hijo.
Yoongi se quedó en silencio, su rostro una máscara de incredulidad y dolor. La habitación parecía encogerse a mi alrededor; el aire se volvía denso y opresivo, y yo tenía miedo de lo que pudiese pasar.
—No puede ser… —dije en un murmullo. Tanto me dolía que mi voz pareció apenas un susurro. La furia y la desesperación se mezclaban dentro de mí, creando un torbellino de emociones que amenazaba con desbordarse, y lo sé por el calor que siento que me oprime.
Sentí el peso de mis propias palabras cuando vi cómo cambió su rostro. Tuve tanto miedo que di un paso atrás, con la mirada fija en Yoongi. —Lo siento, pero es la verdad. Debes aceptarlo y seguir adelante —. Creo que decir eso fue peor porque Yoongi apretó los puños, y vi su cuerpo temblando de la rabia contenida.
—Si eso es lo que quieres, Jimin, entonces así será. Pero te juro que esto no quedará así. Namjoon pagará por haberte arrebatado de mi lado.
Con esas palabras, Yoongi se dio la vuelta y salió de mis aposentos, dejándome con el corazón acelerado y una sensación de inquietud. Le tengo miedo, realmente le temo a Yoongi; no sé cómo pude siquiera responderle, pero, como sea, debo seguir con mis planes. ¡Hoy es mi boda!
Luego de algunas horas, todo estaba listo. Debía ir al salón donde el emperador me casaría con el amor de mi vida. Entré al salón escuchando la suave melodía del violín. Todo estaba majestuosamente decorado, pero mi atención se concentró en Namjoon, que me esperaba con su túnica roja en el altar y una gran sonrisa.
El salón estaba lleno de nobles y dignatarios, todos con sus miradas fijas en mí mientras avanzaba por el pasillo. Sentía cada paso como un latido de mi corazón, fuerte y resonante. Aunque todo parecía perfecto, no podía sacudirme la sensación de que algo terrible estaba por suceder.
Cuando finalmente llegué al altar, Namjoon tomó mi mano y me sonrió con ternura. Su presencia me dio un breve respiro de calma, pero la sombra de Yoongi seguía acechando en mi mente. El emperador comenzó a hablar, sus palabras ceremoniales resonando en el gran salón, pero mi mente estaba en otra parte, preocupada por lo que Yoongi podría estar planeando. Lo había conocido muy poco, pero esa mirada final que me había dado me tenía con los nervios de punta.
—¡Yoongi, hijo! ¡Detente! En ese pueblo hay personas inocentes; Jimin no vale la pena.
—Padre, déjame. No quiero escucharte. Necesito... ah, necesito vengarme.
Sonidos guturales del dragón de Yoongi emergían desde su interior. El orgulloso dragón empezaba a querer tomar posesión, y su cicatriz sangraba profusamente. Tan poderoso era el dragón que el cuerpo de Yoongi no lo podía contener; por eso, la cicatriz nunca se cerraba por completo, porque el poder se filtraba constantemente. El cuerpo de mi hijo parecía arder en llamas. De repente, su transformación comenzó; sus ojos fueron lo primero en cambiar, volviéndose de un rojo intenso, y no había marcha atrás. Yo tendría que contener su poder.
El aire se llenó de una energía pesada, y el suelo tembló bajo nuestros pies. Yoongi gritó de dolor y furia, su voz resonando como un trueno. La transformación avanzaba rápidamente; sus manos se alargaban y se cubrían de escamas, mientras su aliento se volvía fuego puro. Sabía que debía actuar rápido antes de que el dragón tomara el control por completo.
—¡Yoongi, por favor! —grité, desesperado—. ¡No dejes que el odio te consuma!
Pero mis palabras parecían perderse en el rugido del dragón. Con un último esfuerzo, me lancé hacia él, intentando contener su poder con todo lo que tenía. Sentí el calor abrasador de su cuerpo y el poder desbordante del dragón que luchaba por liberarse. Era una batalla contra el tiempo y contra la furia de mi propio hijo.
No pude contenerlo más. Yoongi se escapó de mi agarre y empezó a elevarse con sus enormes alas. Mi dragón no era nada comparado con el enorme dragón de Yoongi. No me quedó otra opción que ver el fuego salir de su boca contra los pueblerinos.
Mientras Jimin se preparaba para dar el "sí" y unir su vida a la de Namjoon, la tragedia se desató. Consumido por la ira y el rechazo, Yoongi desató su furia sobre el reino. Su fuego devastador no perdonó vida alguna de los reunidos que estaban afuera para celebrar la boda, dejando solo cenizas y desolación a su paso.
—¡Huele a humo! —dije, mirando a Namjoon.
Detuve la ceremonia porque el techo empezó a caer por partes debido al fuego abrasador. —¡Eso solo puede hacerlo un dragón!
Vi a Yoongi caminar en medio de la ceniza y el humo. Tomó una espada de los soldados que habían quedado paralizados. Namjoon soltó mi mano y me dijo: —Intentaré hablar con el príncipe heredero.
Pero cuando Namjoon se le acercó, vi a Yoongi arrancar la vida de Namjoon a sangre fría. Se suponía que este sería el día más feliz de mi vida, pero mi familia y mi amado Namjoon cayeron bajo el poder incontrolable del dragón rojo.
—Solo quedan tus padres y algo de tu pueblo. ¿Qué harás, Jimin?
Con mi reino en ruinas y mi amor perdido, no tuve más remedio que arrodillarme ante Yoongi, suplicando misericordia por lo que queda de mi pueblo. —Príncipe, le ruego que perdone la vida de mis padres y de lo que ha quedado de mi pueblo, y a cambio le daré mi vida.
Yoongi me miró con una mezcla de triunfo y desprecio. —Todo podría haber sido más sencillo, Jimin.
—Sin poder llorar la pérdida de mi amado, tuve que hacerme el fuerte y suplicar por los vivos. Arrodillado y con las lágrimas contenidas, le dije una vez más: —He cometido un grave error. Le ruego, príncipe, que si en su corazón queda algo de misericordia, perdone la vida de mis padres y de los que queden vivos.
Yoongi me miró con frialdad, su rostro imperturbable. —Alístate, Jimin, te irás con nosotros.
Me levanté y asentí, viendo la mirada de asombro del emperador. Nadie sabía qué decir. El silencio en el salón era ensordecedor, roto solo por el crujido de las llamas que aún ardían en la distancia. Sentí el peso de las miradas de todos los presentes, pero mi mente estaba fija en una sola cosa: la supervivencia de los que aún quedaban.
Teniendo el corazón roto y la mente nublada por el dolor, me preparé para seguir a Yoongi. Sabía que estaría dejando atrás todo lo que alguna vez conocí y amé. La tragedia de este día quedará grabada en mi memoria para siempre y será un recordatorio constante del precio de la venganza y el poder descontrolado del dragón rojo.
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