Capitulo 3

Vienna se miró la palma de la mano, como si esperara ver la marca fantasma de la carne de Mason. Cerró el puño con tanta fuerza que los nudillos se le quedaron blancos. A veces creía que aquel primer beso la había sumido en un sueño del que nadie podía despertarla. Ninguna de sus amantes había sido capaz de romper el hechizo.

Todas las relaciones fallidas que había tenido no eran más que trabas, se dijo Vienna. Excusas para evitar salir con alguien. Puede que si fuera más activa aumentara sus posibilidades de encontrar a alguien que la... despertara.

-No me estás escuchando -se quejó su madre-. Lo noto. estás muy lejos de aquí.

-No, te escucho. -No era necesario  ser divina para imaginar de qué había estado hablando Marjorie en los últimos minutos-. Sencillamente no es nada que no haya oído antes.

-Y seguirás oyéndolo, hasta que hagas lo que tiene que hacerse.

-Está prácticamente hecho, mamá.

-¿Cómo? He hablado con Wendell y dice que tienes que actuar ya. Tenía una póliza y quién sabe lo que esa mujer podría hacer con el dinero del seguro.

-Un millón o dos no la salvará -dijo Vienna en tono cansado-. Aceros Cavender apenas existe y la Corporación Cavender le debe veinte millones de dólares a los bancos. Sin su hermano, los bancos reclamarán que devuelva los préstamos. Lo único que tiene son un puñado de fábricas abandonadas y el negocio de recambios para coches. La mayoría de las filiales que daban más beneficios se vendieron. No se me ocurre mejor momento para cerrar el trato. Por eso he hecho una nueva oferta.

-¿La aceptarán esta vez?

-Por supuesto, no les queda otro remedio.

-¿Y qué hay de la casa? Le prometí a tu padre...

-Lo sé, y te dije que me encargaría de ello.

Marjorie aún no parecía conforme.

-Tu abuela plantó ese manzanar con sus propias manos. A tu padre le mató que los Cavender se comieran sus manzanas.

Vienna sabía que no valía la pena argüir que lo que había matado a su padre era el cáncer y que, para empezar, las tierras en cuestión nunca habían pertenecido a las Blake. Su abuelo había intentado incorporar el manzanar a su hacienda construyendo una valla nueva en el lugar equivocado, con la esperanza de que los inútiles de sus vecinos borrachos no se dieran cuenta. Y así fue, durante veinte años. Hasta que un día el padre de Vienna había pillado a Mason robando fruta. Disparó por encima de su cabeza unas cuantas veces, sólo para asustarla, pero, para su sorpresa, ella le devolvió los disparos.

El padre de Vienna llamó a la policía y la hizo arrestar, pero como sólo tenía nueve años y acababa de perder a su madre, los agentes la dejaron marchar con una amonestación. Sin embargo, cometieron el error de decirle a los Cavender que la controlaran mejor. Una semanas después, el padre de Mason hizo venir a los topógrafos e inició una nueva batalla legal entre las familias. En aquella ocasión, los Blake perdieron y tuvieron que devolver las tierras. El juez ordenó que no se tocaran los manzanos. El abuelo de Vienna nunca dejó de hablar de ello. Si hubiera podido levantarse de su lecho de muerte y agarrar una hacha, los había talado todos.

Cambiando de tema, Vienna preguntó:

-¿Irás a Bonnieux en primavera?

-No lo sé. La idea de pasarme el día sola en ese viejo caserón no me llama.

Marjorie sonaba irritada. No se había tomado la viudedad como muchas otras mujeres, que se quitaban el luto a los pocos meses y se dedicaban a perseguir las metas que sus difuntos maridos habían desdeñado en vida. Ella se negaba a asistir a los eventos sociales sin ir acompañada y había acabado dependiendo de su hermano Wendell Farrington, el supuesto tío soltero de la familia, como acompañante. En realidad, Wendell vivía con su pareja gay en un elegante apartamento de Back Bay. Era un hombre con mucho estilo, con sus credenciales Ivy League de rigor y encandilaba a las mujeres maduras.

Hacía que Marjorie se sintiera especial. Ella lo veía como una autoridad en todos los campos y repetía sus opiniones constantemente, sobre todo en lo tocante a los negocios. Vienna había sido educada desde la cuna para suceder a su padre, pero ¿cómo iba a comportarse su máster en gestión de empresas y los largos años que llevaba trabajando en la empresa con un pene? Para Marjorie, no había color.

Cubrió las manos de su hija con las suyas.

-Wendell cree que tendríamos que hacer un crucero madre e hija. Dice que tengo que animarme. Tengo un folleto de Regent con todos los destinos. Habrá astronautas del Apolo 14 a bordo y darán charlas.

A Vienna no se le ocurría nada más horroroso, salvo quizá llevar a su madre a ver Cats por sexta vez.

-Suena maravilloso. ¿Por qué no vas con Wendell?

-Está muy ocupado con sus compromisos con la opera. A diferencia de ti, él no puede cogerse vacaciones cuando le da la gana.

Vienna prefirió no perder el tiempo tratando de explicarle a su madre que era la presidenta de una compañía de quinientos millones de dólares, mientras que Wendell estaba metido en la fundación de la ópera para pasar el rato e impresionar a su jovencísimo novio, un tenor de segundo grado.

-Mamá, ya sabes que me mareo en barco -le dijo con amabilidad-. ¿Y pasar el invierno en Palm Beach? Siempre dices que lo echas mucho de menos.

-No creo que pudiera soportarlo -replicó Marjorie-. Todo está muy cambiad. Ahora parece ''Mafiosos sin Frontera'', todo lleno de oligarcas rusos y horteras maleducados.

-No tienes por qué mezclarte con ellos, mamá.

Si los recuerdos de infancia no la engañaban, Marjorie y sus amigas del clud de B&T se pasaban la mayor parte del día cotilleando en casa de una u otra. Nunca se relacionaba con nadie que no perteneciera a sus propios círculos enrarecidos. Marjorie y Wendell habían heredado conjuntamente la casa en Palm Beach de su infancia, después de que la abuela Farrington muriera de un ataque al corazón durante un tratamiento con sales minerales del Mar Muerto en el Spa Ritz-Carlton. Marjorie no había puesto el pie allí en los últimos tres años y a Vienna la sorprendía que Wendell no hubiera vendido la casa. No compartía el vínculo emocional de Marjorie por el hogar en donde habían crecido.

-Todo el mundo está vendiendo y trasladándose a Júpiter Island -anunció Marjorie e tono sombrío-. ¡Y no se les puede culpar! En estos tiempos ya no se puede ir en bicicleta por Worth Avenue sin que alguna ex stripper te arrolle con su Bentley.

-Estoy pensando en pasar las próximas vacaciones en Bonnieux -le dijo Vienna, armándose de de paciencia-. Espero que lo reconsideres y vengas conmigo.

Marjorie dejó escapar un suspiro.

-No sé, Francia ya no es lo que era. Los moros lo han invadido todo. Dentro de poco, ya no se verá gente paseando por el pueblo con Baguettes. Estarán todos en medio de la calle arrodillandose hacia la Meca.

Vienna no sabía si reír o suspirar.

-Mamá, creo que los cristianos estarán seguros en Francia unos cuantos años más.

-¿Te parece que exagero? Yo no soy racista, ya lo sabes. A lo mejor tendríamos que vender la villa. Con lo que cuesta mantenerla...

El camarero se acercó a retirar las ensaladas. Vienna había olvidado comerse la suya. Volvió a encauzar la conversación.

-No vamos a vender Villa de Reves.

-Wendell se ofrece a quitárnosla de las manos. Naturalmente, le dije que se la vendería a un precio razonable. Nos haría un favor; necesita modernizarse.

-No es verdad. Papá se gastó una fortuna en restaurarla.

Vienna intentaba no sonar impaciente, pero le dolía que su madre fuera capaz de sugerir quitarse de encima la granja del valle Luberon regalándosela a Wendell. Su padre y ella habían hecho de la Villa des Reves su proyecto especial, supervisando las obras de restauración en viajes relámpago y también durante las vacaciones familiares. No podía ni imaginarse renunciando a la propiedad.

-Todavía podríamos ir de vacaciones -replicó su madre con un resoplido de desaprobación-. A Wendell no le importaría.

-De ninguna de las maneras.

Llegaron los entrantes y Marjorie inspeccionó el pescad como si sospechara que el mero al horno que había pedido fuera en realidad un horrible besugo. Vienna se armó de valor y aguardó las quejas habituales, pero al parecer Marjorie tenía cosas más importantes en la cabeza.

-Bueno, pues si no quieres ser práctica, a lo mejor tendríamos que considerar alquilarla cuando no la usamos. Las villas en la Provenza dan mucho dinero, ya lo sabes. Y luego está el apartamento. Los impuestos son una locura y no es que ninguna de las dos pasemos en Nueva York más de unas pocas semanas al año. Wendell dice que tendríamos que alquilarlo de mes en mes.

Vienna hincó el cuchillo en el pollo con tanta fuerza que saltó girando hasta el otro extremo del plato.

-No voy a llenar nuestras casas de extraños. si necesitáramos los ingresos sería diferente. Pero no es el caso.

Marjorie estaba a punto de ponerse a hacer pucheros, que era su reacción habitual cuando las cosas no salían con ella quería.

-La riqueza no es excusa para la extravagancia. Los Blake no tiran el dinero con frivolidades.

Leyendo entre líneas, Vienna preguntó:

-¿Necesitas un ajuste de ingresos, mamá?

Ajuste de ingresos era como los Blake se referían a ingresar más dinero en las cuentas bancarias privadas de las esposas y los parientes dependientes que gastaban demasiado.

-Ha sido un mes complicado -confesó Marjorie-, con la recaudación de fondos de McCain y el cumpleaños de Wendell. Y luego, claro, tuve que renovar mi vestuario de luto para el funeral del chico Cavender.- Malhumorada, añadió-: No puedo creer que me obligaras a ir a esa horrible cremonia sola. Imagínatelo rodeada de Cavenders. Habría podido pasar cualquier cosa.

-Yo no te obligué a tal cosa. Tú insististe.

-Alguien tenía que ir en representación de la familia.

Vienna afectuó la transferencia de fondos desde su BlackBerry.

-Cincuenta mil, ¿de acuerdo?

Marjorie tamborileó sobre la mesa con sus uñas color beis.

-Redondea hacia arriba, cielo. Pronto iremos a Nueva York, ¿recuerdas?

-Cincuenta es una cifra bastante redonda. -Vienna se sentía mal discutiendo con su madre por dinero pero, si Marjorie se creía con derecho a darle lecciones sobre extravagancia, ella también podía jugar al mismo juego.

-Todavía tengo que comprar un vestido para la Gala Whitney -refunfuñó Marjorie.

-Te queda mucho tiempo para torturar a las vendedoras de Barney's -observó Vienna, ya que la gala en cuestión era en octubre, para lo que faltaba más de un mes-. Si necesitas más dinero, para eso tienes la American Express. Ya sabes que pagaré la cuenta.

Marjorie dio un sorbo de Riesling sin dejar de protestar por lo bajo.

-Suenas igual a tu padre.

-Pues a lo mejor deberías recordar ese parecido cuando me digas lo incompetente que soy y lo bien que me iría si hiciera caso de los consejos de negocios de tu hermano.

-Ojalá no le tuvieses tanta manía a Wendell. Él podría ser un aliado muy importante. Sobre todo ahora que tus primos están empeñados en sacar tajada.

-Mamá, ne me dan miedo mis primos. Son empleados, como el resto, y si me tocan las narices siempre los puedo despedir.

-No digas tonterías: tus tías están en el consejo.

-Pero no indefinidamente -apuntó Vienna-. De todas maneras, lo que quiero decir es que no necesito un hombre que me haga de muleta.

-No empieces con ese tema, no quiero hablar de eso.

-¿Qué tema?

-Ya sabes de lo que hablo. No me importa tu estilo de vida, no soy una intolerante. Pero para reafirmarte a ti misma no tienes por qué castrar a los hombres que te rodean.

-No voy a molestarme en responder a semejante afirmación. Es ridícula.

-La culpa es de tu padre -dijo Marjorie, intentando voltear su colla de perlas negras. dado que las perlas tahitianas eran demasiado grandes, cambió de idea y se entretuvo limpiándose las gafas-. Norris no te crió como a una hija, sino como a un hijo postizo.

-¿Podemos dejarlo, por favor? -pidió Vienna. Había renunciado ya a la comida. Cuando antes les trajeran la cuenta, antes terminaría el sermón-. Debo irme ya. Tengo muchas cosas que hacer antes de ir a Penwraithe el fin de semana.

Conducir hasta los Berkshires era lo último que le apetecía, pero iba al menos una vez al mes para asegurarse de que todo estaba en orden. A veces pensaba en quedarse más tiempo, pero siempre que pasaba por delante de la verja de Laudes Absalom se sentía turbada. El recuerdo de su padre estaba muy vivo en su memoria y no le hacían falta más recordatorios del legado que había dejado sobre sus hombros: el deber de acabar lo que sus antepasados habían comenzado.

-¿Por qué te lo tomas todo tan a pecho? -se quejó su madre.

-Oh, Dios...

Y para poder dar por terminada la comida, Vienna hizo la pregunta que siempre lograba que Marjorie saliera pies para qué os quiero.

-Mamá, ¿has pensado en volver a salir con alguien?

-¿Salir? -el rostro menudo y expertamente maquillado de su madre se tensó en una mueca de disgusto. Se abanicó con la mano en la que llevaba el último que se había comprado, como un enorme diamante Canario. Hacía cinco años que se le habían pasado los sofocos, pero conservaba el gesto de abanicarse como un modo de lucir la joyería-. Tu padre fue irremplazable y no tengo el menor deseo de intentar encontrarle un recambio. Como si alguien pudiera llegarle a la suela de los zapatos...

-Solo tienes cincuenta y siete años y podrías pasar por cuarenta y tantos. No tiene nada de indigno buscar a un compañero.

-Norris fue el amor de mi vida -replicó Marjorie con una nota de dignidad herida-. No pretendo que lo entiendas, dad la procesión de ''novias'' con las que pierdes el tiempo.

Vienna se atragantó con un sorbo de agua.

-Te refieres a las cero citas que he tenido el año pasado. Esa es una de las ventajas de llevar la compañía: que no tengo vida.

-Tú espera. Un día conocerás a una persona sin la que no podrás vivir. Entonces entenderás lo que tengo que soportar cada día desde que perdí a tu padre.

-Yo también le hecho de menos, mamá -dijo Vienna, poniéndose rígida.

Marjorie aceptó el duelo que compartían frunciendo los labios y asintiendo con la cabeza. A continuación se levantó y se alisó el vestido. Era un vestido gris marengo que insinuaba el luto en el cuello alto y las modestas mangas de tres cuartos. Como le decía a todo el mundo en cuanto tenía la oportunidad, el negro era sólo para los entierros y una mujer elegante no lo llevaba a diario, aunque acabara de quedarse viuda. La sobriedad de su indumentaria quedaba realzada con un pañuelo Hermès con el diseño de Axis Mundi. El pañuelo de seda en dorado y azul había sido un regalo de Norris Blake poco antes de su muerte.

Marjorie cogió su bolso de mano de la silla libre que tenía al lado y dijo:

-Tengo que irme, cielo. No van a parar la subasta para esperarme a mí.

Vienna se puso de pie.

-Buena suerte. Espero que recaudes mucho dinero. ¿Para qué causa subastáis hoy?

-El lupus. Una causa muy infravalorada.

Intercambiaron el habitual abrazo a distancia y besos al aire.

-Recuérdalo -Marjorie nunca podía marcharse sin tener la última palabra-, tu padre te observa desde el cielo. No le defraudes.








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