Capítulo 57

Aeolus subió a la cima de un bello salto de agua de varios metros de altura, estaba parado en el borde mirando el paisaje y el horizonte. Al igual que Clara, ya su rostro no expresaba nada, pero seguía lamentándose por la que se fue y le dejó este vacío en su ser, trataba de evitar pensar en Clara, ya que volvía a sufrir y sus días se habían vuelto amargos, ahora trataba de buscar paz que le ayude a sanar, pero esta fácilmente desaparecía, puesto que todo le recordaba a su amada y solo trataba de pensar en el consejo que una vez le dio el Oráculo.

"Los castigos no son para siempre, pero depende de ti y la decisión que tomes, asegúrate de elegir bien".

Si sus decisiones eran el determinante para seguir un destino que le dé una solución a su pena, ¿Cuál decisión debería tomar?

Mira nuevamente hacia abajo de ese acantilado, si caía desde ahí, ahora la muerte se lo llevaría y de esa manera dejaría de sufrir, pero si lo hacía, nunca conocería al hijo que engendró. ¿Qué decisión podía tomar para ya terminar con el castigo de los Dioses?

Mientras Aeolus estaba pensando en tomar una determinación tan radical, algo con gran fuerza lo empuja violentamente hacia un costado, haciéndolo caer de espaldas. Lita estaba encima de él, gruñendo y mostrándole desafiantemente los dientes muy cerca del rostro.

— Que pensabas hacer... ¿Querías saltar? — pregunta Lita furiosa.

— Ya déjalo Lita, solo miraba el horizonte — interviene Jadurus que también había llegado al lugar.

— Sí... quería saltar... lo huelo y lo presiento — Lita sigue gruñendo con furia, encima del Guardián.

Aeolus la aparta con fuerza hacia un costado para colocarse de pie.

— Basta Lita, no quería hacer nada. No me mataré si es lo que crees.

Jadurus se acerca a su amigo para darle la noticia que fue a transmitirle.

— Rigi, está aquí, ha regresado del mundo de los humanos, quiere hablarte sobre... bueno, es mejor que lo veas.

Jadurus no podía decirle que era sobre Clara, ya que después del regreso de Aeolus al ir a buscar a su esposa, instauró una nueva regla, nadie debía mencionar o siquiera recordar el nombre de Clara, como si ella nunca hubiera existido.

Muchos animales estaban reunidos para escuchar a Rigi sobre su tiempo con los humanos. Este contaba y a su vez comía ricas flores y frutas con gran apetito. Al ver al Guardián aproximarse, se detiene y se inclina solemne.

— Guardián... he regresado, tengo mucho que contarte, cosas que te pueden interesar — decía alegre Rigi.

Aeolus se sienta en el pasto cerca del conejo plateado.

— Estoy feliz de que regreses a tu hogar, y te pido perdón por no protegerte y hacer que pases por tan malos momentos.

— Señor, traigo noticias sobre Clara...

Todos los animales quedan en silencio al escuchar aquel nombre y mira al Guardián expectante, puesto que Rigi, no sabía sobre la nueva regla de no mencionarla. El rostro de Aeolus volvía a expresar amargura, pero esto no detenía a Rigi de contar todo lo que ha pasado. Al terminar el relato, apoya sus patas sobre Aeolus de manera suplicante.

— Tienes que ir por ella, está sufriendo mucho, su padre y el tal Roberto han manipulado sus sentimientos para que se quede, pero ella quiere regresar... ayúdala gran Guardián.

— Gracias Rigi, pero ella ha tomado una determinación, además de elegir a otro hombre y abandonar lo que tenía aquí — responde Aeolus con una expresión sombría.

— Pero ella no lo ama, lo hizo para que la dejaras ahí porque se sentía culpable, pero es prisionera — sigue insistiendo Rigi — Guardián... tienes que ir por ella.

Varios animales comienzan a repetir lo mismo y también se unen a la súplica de Rigi, para que el Guardián el rescate del mundo de los humanos.

Aeolus se levanta y comienza a marcharse del lugar, puesto que no deseaba escuchar más, pero los animales le impedían el paso y seguían murmurando lo mismo

— YA BASTA TODOS — Grita Aeolus sin paciencia — ya he dicho que ella tomó una decisión y escogió a otro hombre. Sea cual sea el motivo, lo escogió por lástima, y sin importarle nada, decidió abandonarnos... a todos ustedes, podría haber escogido otra decisión, pero eligió ese... así que no quiero que lo repitan, porque nadie aquí es importante para ella.

La angustia del Guardián se hace notar y sus ojos comienzan a soltar lágrimas, que trataba de contener, pero estas seguían escapando. Los animales bajan la cabeza y comienzan a alejarse, mientras varios gemían por la tristeza de pensar que Clara le abandono porque ella nunca los amo.

— Guardián, tú no conoces todos los sentimientos humanos — volvía a intervenir Rigi, colocando sus patas delanteras sobre las piernas del Guardián para que este lo escuche — creo que existe más entre elegir una u otra decisión, ella nos quiere, a todos y te quiere a ti...

— Rigi, te perdono esto porque has llegado recién, pero en el Jardín existe una nueva regla, no se habla de Clara nunca.

Nuevamente Aeolus se gira para marcharse. Jadurus le sigue, puesto que la pena que tenía controlada su amigo, ahora nuevamente regresaba como un torbellino, así que lo acompañó en silencio en dirección a la cabaña.

Ya era de tarde en la casa de los Leduc y Clara se marchaba a su hogar, Roberto la acompaña al carruaje en junto con Amalia, quien también se encontraba de visita y le despide. Al regresar Roberto al interior de la mansión, sigue charlando con Amalia, quien se había vuelto en una fiel amiga de la pareja.

— Cuando Verónica tenga a su hijo le pediré que se case conmigo. Algunos verán la relación mal, porque tiene el hijo de otro, pero me gustaría que nos apoyaras — decía ilusionado Roberto.

— La amas mucho, ¿Verdad?

— Así es.

— Y ¿Por qué la amas?

— Porque ella me da alegría cada vez que la veo

— Y para ti ¿Qué es el Amor? — sigue interrogando Amalia

— ¿Por qué me preguntas eso?

— Solo quiero saberlo.

— Para mí es darle todo lo que tengo y todo lo que soy.

— Para mí el amor, es querer tanto a otra persona, que no miras en tu propio interés, solo buscas en la felicidad del otro — Amalia toma de la mano de Roberto y le da una suave sonrisa — Roberto, yo te amo... por eso no me interesa que tú no me ames, y de corazón quería que fueras feliz con Verónica, pero solo te engañas a ti mismo, ella no te quiere de esa manera...

Roberto la mira con recelo y aparta furiosamente la mano que ella le sostenía.

— Al fin muestras tus verdaderas intenciones. Vienes aquí para hablar mal de ella cuando no está. Verónica me ama, siempre lo ha hecho y tú solo estás celosa.

El señor Leduc que se encontraba en una habitación contigua, ingresa en el salón al escuchar lo que hablaban los jóvenes.

— No Roberto, Amalia tiene razón, y ya no puedes seguir engañándote. Verónica te quiso, pero ahora solo siente lástima por ti y solo está contigo por qué se siente responsable de lo que te ha pasado.

— No padre, tú no quieres a Verónica porque está embarazada de otro, pero yo la cuidaré y no importa lo que ustedes digan

El señor Leduc se acerca a su hijo para abrazarlo y comienza a derramar lágrimas, al ver cómo la desesperación pudo más en la vida de su hijo y en la condición en la que está lo dejó.

— Hijo, te vamos a ayudar, solo que tu pena te ha segado, muchas veces lo que nos trae el destino no es lo que queríamos, pero si le damos una oportunidad, podría ser más maravilloso de lo que esperábamos.

Ese abrazo de su padre trae a Roberto a la realidad y como saliendo de un sueño, comienza a llorar, al ver que su vida la estaba consumiendo en su desesperanza.

— Es que... no quiero que se vaya y me deje... quiero que sea feliz, pero conmigo...

— Pero eso no va a ocurrir Roberto, ya deja de guardar esperanzas que te lastiman a ti, y a todos

Amalia, que se encontraba mirando la escena en silencio, también lloraba e interviene para darle su apoyo a los Leduc.

— Roberto, yo sé que no soy a quien quieres, pero déjame ser tu amiga, todo saldrá bien y esperaré por ti hasta que seas el de antes.

Esa tarde, Roberto estaba más calmado y le prometió a su padre que no volvería a atentar contra su vida y aceptó la ayuda que todos le querían dar, puesto que sabía que estaba enloqueciendo, reteniendo a la mujer que amaba y a su vez, también la estaba arrastrando a su propia locura.

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