Capítulo XXIII: Sabor agridulce
El recibimiento en las calles de Zeon fue una mezcla entre alegría y rareza, pues los habitantes, que tenían siempre en mente a Aria, estaban contentos por ver de nuevo a la hija de quien tuviera grandes hazañas como aventurero en tiempos anteriores; pero esa misma felicidad estaba acompañada por una sensación de extrañeza por dos simples razones: La primera era que aun teníamos puesto el uniforme militar con el que nos retiramos de Tiris, pues nuestra prisa por salir del castillo no nos permitió siquiera cambiarnos de atuendo, por lo que fue una novedad, por así decirlo, que nos vieran en dicha indumentaria.
Por otra parte, estaba lo que más resaltó cuando pasamos junto a la caravana militar apenas el día pasado, cuando miraron como eso, refiriéndose a Ahn, nos estaba acompañando. Claro que, entre los reclamos, y uno que otro murmullo, se lograron escuchar varios reclamos y quejas por mi actitud al intentar defender a nuestra amiga. Pero Aria era muy hábil desviando esas preguntas o comentarios, centrándose solo en saber cómo estaban las personas que se acercaban a ella para saludarla.
Era evidente que el momento más esperado por mi pareja era visitar a su madre después de varios meses sin visitarla, era claro que, al entrar a su casa y ver a su progenitora se abalanzaría hacia ella y se fundirían en un abrazo que, por la expresión en ambas, era como si fueran años, incluso décadas, en las que no se miraban. Claro que yo también recibí un abrazo por parte de ella, pero lo que más disfruté ver era como Aria estaba feliz en ese momento. No contenta. No alegre. Feliz.
En esos momentos era claro que no nos estaba acompañando Ahn, pues ella decidió quedarse en una posada junto con Gorith para no sufrir por los comentarios por parte de los habitantes de Zeon. Pues si bien Aria le había comentado que la defendería de ello, prefirió no meter en problemas a su amiga, un noble gesto, pero burdo a la vez. Solo le pedí a nuestro otrora profesor que la cuidara.
Era claro que los comentarios sobre nuestro paso a las orillas de la ciudad iban a llegar a su madre, por lo cual la plática, en un primer momento, se centró en explicar el por qué estábamos junto a los militares en aquel momento.
–... Así que una misión encargada por el Rey –comentaba con un atisbo de duda mientras nos entregaba unas tazas de té a cada uno.
–Así es mamá. Gracias –aceptaba el té con ambas manos–. Es por eso que también estamos con uniforme, pues nos quedamos en el castillo durante la noche y nos tuvimos que poner esto.
–Al menos están tomando sus precauciones, ¿verdad? –preguntó algo inquieta, pues su nerviosismo estaba por no querer que le pase algo a su hija.
–No se preocupe, estaremos bien –contesté.
–Bueno, me alegro por eso. Pero también me inquieta un poco que estaba con ustedes un hombre-bestia. Espero y no les haga daño. No se junta con ustedes, ¿cierto? –su ceño parecía algo molesto, pero no sabía si era por disgusto o molestia.
La sonrisa de Aria se tensó, pues si bien sabía muy en su interior que ese comentario tendría que llegar en algún momento de la conversación, no estaba del todo preparada para afrontar a ese comentario. Se escudó tomando un largo sorbo en de su té.
–Descuida, estamos bien –dicho esto, desvió la mirada al lado contrario de su madre.
–Pero lo que más me llama la atención es que varios te miraron como si defendieras a esa –la mamá de Aria se volteó para verme con una mirada que no sabría describir si de enojo o sorpresa. Ese comentario me agarró desprevenido, mientras estaba tomando de mi taza.
–Ah... bueno... Es que se me descontroló un poco el caballo... Solo fue eso –sentí como si tomara pausas de varios minutos entre todas las palabras, pues no quería dejar mal parada a Ahn, pero tampoco quería que la madre de Aria fuera a decir algo fuera de lugar en contra de la amiga mi pareja.
–Ah... Bueno, si es por eso... –se limitó a decir para luego voltearse.
Solté un suspiro mudo, imperceptible. Pues supuse que la tensión del momento había desaparecido.
Continuamos platicando por un largo rato, bueno, aunque ella fueron las que más se entretuvieron al charlar, mientras yo me cautivaba por ver a Aria feliz y con una gran sonrisa mientras platicaba con su madre sobre las aventuras que teníamos como aventureros, claro que omitiendo que nos encontrábamos en la región norte de Hoss; por su parte, su mamá le platicaba de las cosas simples que le sucedían estando en casa o comprando en el mercado. La felicidad en ellas era absoluta. Inquebrantable.
Caminar por la costa era algo tranquilo, calmado. De esas cosas que sientes que te relajan solo por hacerlos. Desde que salimos de la casa de la mamá de Aria nos dirigimos al mar, para caminar un poco antes de ir a la posada, pues después de dejar su hogar, estaba cabizbaja, acompañada con una expresión que solo podía describir como tristeza. Tal como si una penumbra la estuviera acompañando durante todo el trayecto. Poco a poco sus pasos fueron más lentos, llegando al punto de quedarse quieta, sus pies descalzos se dejaron tocar por las olas un rato. Me acerqué por atrás de ella, sosteniendo sus botas mientras que con otra mano tomaba su hombro para hacerle entender que no estaba sola.
Al voltearse, su cabeza terminó por apoyarse en mi pecho y sentía como su respiración se forzaba para no llorar, aunque no la viera directamente a los ojos, pude suponer que estaba por soltar unas cuantas lágrimas.
–¿Soy mala amiga por no defender a Ahn? –Comprendía lo que estaba diciendo.
–Te encontrabas en una situación difícil. No es como que pudieras hacer algo sin tener consecuencias. –Le contesté de la forma más simple y calmada que encontré–. Si defendías a Ahn, todos podrían haberte odiado; el no hacerlo te iba a herir. No había más.
–Me siento mal por ella. Es mi mejor amiga y la decepcioné al no poder defenderla –no la forcé a levantar el rostro, pues quería creer que solo tenía que desahogarse de lo presionada que estaba, así que solo la abracé para consolarla.
Seguimos caminando ya que se calmó y nos dispusimos a sentarnos un rato en la arena, a solo escasos metros de la posada para contemplar el mar, tiñéndose de tonalidades azules, pues aún era mediodía, pero se sentía como si estuviéramos por finalizar la jornada. Platicar sin más de cualquier cosa era algo agradable, pues no nos preocupamos en si por lo que aremos cuando lleguemos a Manes o cosas como esas, solo hablar y ya.
Al encontrarnos frente a la puerta de nuestra habitación, donde también se encontraban Ahn y Gorith, escuchábamos risas muy elevadas, como si algo sumamente gracioso estuviera ocurriendo en aquel lugar. Aria y yo nos miramos algo extrañados, pues no encontramos explicación en nuestras cabezas que aludiera a lo que pudiera estar pasando en aquel momento.
Tras abrir la puerta nuestros ojos no daban crédito a lo que estaban viendo: Ambos se encontraban sentados en la misma cama, platicando tan tranquilos como si se conocieran de años atrás; Gorith estaba posando sus dedos índices en sus cienes como imitando tener cuernos, a lo cuan Ahn se reía a carcajadas. Como parecía que no se percataban de nuestra presencia, Aria tocio forzadamente para captar la atención de ambos, algo que funcionó. Ambos nos voltearon a ver, pero en Ahn se notaba una cara de tomate, como si la hubiéramos encontrado en un momento incómodo.
–¿Se puede saber qué hacían? –Aria habló de forma juguetona.
–Nada –contestaron al mismo tiempo.
Se miraron y sacaron risas contenidas, como si se pusieran de acuerdo deno decir nada de lo que ocurrió entre ellos sin nuestra presencia. Algoextraño, pero divertido de ver. Una de las pequeñas alegrías del día.
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