El Informe Armagedón
Informe Armagedón
Tyrell-Tagaca Corporation
Departamento de Información y Análisis
Extracto-Copia de trabajo del informe elaborado por el Centro Nacional de Inteligencia de España (reconstruida; año 10 DD) titulado:
«Sumario de los eventos ocurridos a raíz de las investigaciones realizadas con el lector VCN. Breve análisis de sus causas y consecuencias»
Comunicado al Consejo de Administración de la T&T Corp. Nº 389757/07-042
06 de abril, 2042 (año 11 DD)
Ciudad Cúpula
NOTA: El informe original en el que se basa el siguiente extracto fue sustraído de los archivos personales del teniente de Infantería Damián Baños Ortiz por los servicios de I&A (Información y Análisis) de la Tyrell-Tagaca Corporation en diciembre de 2041 (año 10 DD), aunque se piensa que la redacción del informe por parte del teniente Baños pudo haber comenzado entre uno y dos años antes, con modificaciones posteriores.
NOTA: El título del informe procede del propio teniente Baños.
MATERIAL CLASIFICADO - ACCESO RESTRINGIDO
COMIENZO DEL INFORME
Antecedentes. El mundo antes del Desastre.
Los acontecimientos que dieron lugar al actual statu quo mundial tuvieron su origen en un proyecto de colaboración entre los departamentos de física y de neurocirugía del MIT (Massachusetts Institute of Technology) en Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos, a finales del año 2025. En algo menos de dos décadas, el mundo ha cambiado de una manera que ni los más alocados vaticinios pudieron nunca prever.
El objetivo inicial del estudio en el MIT fue tratar de buscar aplicaciones terapéuticas de la mecánica cuántica al tratamiento y detección de enfermedades neurodegenerativas y trastornos mentales crónicos. Dichos trastornos se habían vuelto cada vez más frecuentes en el general de la población. Según algunos estudios, este incremento de las enfermedades mentales era debido a las condiciones socioeconómicas imperantes desde el comienza de la Gran Recesión en 2008. Uno de los parámetros cuantificables más precisos para medir la situación social es la violencia. En los quince años anteriores al Desastre, la violencia había mostrado un lento pero sostenido crescendo, sobre todo en los países supuestamente desarrollados. La población se había ido concentrando en grandes urbes, ciudades masificadas y poco eficientes que se habían transformado en guetos de miseria para la mayoría, y en fortalezas de oligarquía y paranoia para la clase pudiente.
Los científicos del proyecto del MIT se encontraron con una inesperada sorpresa. En dos de los voluntarios iniciales, miembros del personal investigador del propio centro, descubrieron un patrón inusual en las ondas cuánticas gamma y alfa que producían las neuronas de una sección del neocórtex, el área más evolucionada de la corteza cerebral. En concreto, la anomalía aparecía en el lóbulo temporal izquierdo. Eran apenas un puñado de neuronas, pero su microscópica divergencia con el resto de células cerebrales provocó un cataclismo de insospechadas dimensiones que convulsionó a toda la humanidad hasta sus cimientos.
Los estudios anatómicos y neurológicos habían establecido que los lóbulos temporales desempeñan un papel importante en tareas visuales complejas, como el reconocimiento de caras. También son importantes en la audición, y se ocupan de otras funciones, como el lenguaje o la interpretación de la información musical. Intervienen en la regulación de emociones como la ansiedad, el placer y la ira, así como en el recuerdo consciente de hechos y eventos, y en la memoria a largo plazo.
Los famosos experimentos del «casco de Dios», iniciados por el neurólogo Michael Persinger en la década de los noventa del pasado siglo, implicaban también a los lóbulos temporales. En estos experimentos se le colocaba al sujeto de experimentación, en una sala aislada, un casco que emitía pequeños campos magnéticos de oscilaciones muy débiles, y se registraban los efectos en la activación de las distintas zonas del cerebro. El ochenta por ciento de los sujetos sometidos al experimento declararon haber sentido la presencia de alguien o algo en la habitación. Incluso algunos sostenían haber tenido la visión de un ángel o un familiar fallecido. Los experimentos de Persinger, aunque muy controvertidos, señalaban a la actividad de los lóbulos temporales como esenciales en las experiencias místicas y los estados alterados de conciencia. Para muchos, estos resultados indicaban que las creencias religiosas no eran más que un subproducto de la actividad neuronal del cerebro.
Con estos antecedentes, quizás no debería parecer extraño el ulterior desarrollo de los acontecimientos.
Al principio, los investigadores del MIT se sintieron perplejos, sin saber cómo interpretar los resultados del experimento. Hasta que un becario de tercera fila y mediocre currículo propuso una insólita explicación al fenómeno. Nadie pudo imaginar en aquel momento el alcance que aquellas palabras iban a tener para el mundo.
Los resultados fueron por primera vez publicados a finales de abril del año siguiente en una revista técnica de edición limitada. Pero, por una de esas casualidades imposibles de predecir y que nadie supo explicar más tarde, la noticia saltó con rapidez a los medios de comunicación y fue consumida de forma ardiente por las masas. Nunca se han presentado pruebas ni evidencias al respecto; ni tampoco se han realizado investigaciones, al menos de manera oficial, ni se ha llevado el caso ante tribunal alguno. Pero existen muchos rumores que afirman la influencia de ciertas grandes compañías internacionales, con el beneplácito de ciertos gobiernos, en el sorprendente salto que dio a los medios de comunicación de masas una investigación de un carácter tan eminentemente especializado y técnico como esta.
Casi idénticos titulares en gruesas letras de imprenta se repitieron en todos los periódicos del mundo: por fin, después de siglos de investigación y de una forma totalmente fortuita, la ciencia había encontrado la primera prueba de la existencia del alma humana.
Esto, en sí mismo, hubiese supuesto una revolución suficiente para cambiar el paradigma metafísico de la época, el concepto del universo compartido por la mayoría de los habitantes del planeta. Sin embargo, las consecuencias fueron mucho peor de lo que ningún análisis pudo predecir.
Tras la publicación del histórico artículo en el Journal of Neuroscience, en abril del 2026, un buen número de laboratorios y centros médicos del mundo se lanzaron a la búsqueda de esas perturbaciones neuronales que podrían significar el tanto tiempo buscado receptáculo del espíritu del hombre.
Los resultados fueron devastadores.
Para finales de año ya se había confirmado que tan sólo el uno por ciento (1%) de la población muestreada presentaba los patrones característicos. El resto no producían más que una línea plana en la pantalla del escáner.
La publicación de los datos de la investigación supuso una convulsión a nivel planetario. Todos los medios de comunicación, se centraron en el tema durante semanas. Acaloradas discusiones con académicos, políticos, supuestos expertos y embaucadores de diversa calaña coparon las horas de máxima audiencia de las cadenas de televisión, las portadas de los periódicos, las redes sociales y multitud de blogs y páginas web. La histeria duró hasta que un científico de segunda categoría, profesor de bioquímica en una oscura universidad de provincias, dijo en voz alta a los medios lo que a nadie se le había ocurrido evaluar. Los estudios publicados en los artículos científicos tan sólo habían examinado a poco más de doscientas personas, en su mayoría americanos de raza caucásica, pero, ¿eran esos pocos individuos representativos de toda la población mundial? ¿Qué pasaba con el resto de la gente? ¿Ocurría lo mismo en otros países? ¿Ocurriría lo mismo en todas las razas?
La segunda oleada de histeria se desató. La voz de los políticos del mundo, cualquiera que fuese su orientación ideológica y movidos en gran parte por el deseo de aumentar el número de sus votantes, se alzó unida como nunca lo había estado por encima de cualquier irreconciliable diferencia. Era necesario, dijeron, era imprescindible, exigieron, analizar a todos y cada uno de los habitantes del planeta.
Era necesario saber quién tenía alma y quién no.
Los gobiernos del mundo se lanzaron sin dilación a tomar las medidas necesarias para lograr tal objetivo. Se gastaron miles de millones de dólares, euros, yenes, libras, rupias y yuanes en construir centros médicos para el análisis de la población. Las enormes sumas de dinero gastadas en semejante esfuerzo consumieron de forma voraz los recursos de muchas naciones, ya bastante esquilmadas por la Gran Recesión. Los países que no podían costear el masivo análisis se endeudaron hasta lo indecible con aquellos más ricos que nunca recuperaron el crédito cedido. Ingentes cantidades de capital cambiaban de mano en cuestión de días. Gobernantes y científicos sin escrúpulos se enriquecieron de la noche a la mañana. Empresas dedicadas a la biotecnología se fueron a la quiebra en un suspiro, mientras que otras nadaron en una obscena abundancia.
Al principio, el instrumento que detectaba las fluctuaciones cuánticas del lóbulo frontal era un cilindro enorme y zumbante, en el que el paciente debía permanecer tendido completamente inmóvil durante casi media hora, mientras la máquina leía los laberintos de su cerebro. No fue hasta casi dos años más tarde, en febrero del 2028, que la compañía Tyrell-Tagaca Corporation (T&T Corp.) puso en el mercado un modelo más manejable del lector tomográfico computarizado de variaciones cuánticas neuronales (VCN), más popularmente conocido como el lector de almas. El aparato era del tamaño de un ordenador personal y permitía leer el cerebro del individuo, en algo menos de cinco minutos, a través de un casco metálico conectado a la máquina mediante una madeja de cables. Su precio era elevado, mayor que el más caro de los automóviles de lujo, pero fue uno de los artículos más vendidos de la década. La T&T Corp. se convirtió en una de las multinacionales más ricas del planeta, lo que, indefectiblemente, la llevó a controlar entre sus tentáculos una inimaginable cantidad de dinero y recursos.
Para la compra de un lector de almas portátil (así como para modelos posteriores), la T&T Corp. exigía la realización de un superficial chequeo médico. Dicho chequeo siempre era llevado a cabo por personal de la propia empresa o subsidiarias y siempre incluía la recolección de muestras de sangre. La razón de estos análisis, y el destino final de los resultados de los mismos nunca fueron debidamente aclarados por la compañía.
Sin embargo, las conclusiones de semejante esfuerzo económico y logístico fueron desalentadoras. A pesar de todo el dinero gastado y del enorme sacrificio, tan sólo se consiguió confirmar los estudios iniciales realizados por los científicos del MIT. Tan sólo el uno por ciento de la población mundial tenía aquello que parecía ser el alma del hombre. Apenas setenta millones de personas repartidos en cinco continentes. No había diferencias entre naciones, culturas o razas. Todos los pueblos, independientemente del color de su piel, sus ojos o su cabello, su sexo, su religión, sus tradiciones o su historia presentaban un porcentaje semejante.
Fueron legión los analistas, autodenominados expertos en la mayoría de los casos, que clamaron a los cuatro vientos su versado diagnóstico de la situación. Incontables numerólogos y cabalistas se lanzaron con frenesí al minucioso examen de todo texto sagrado al que pudieran echar mano. Multitud de profetas del fin del mundo, místicos de las más variadas ideologías y políticos oportunistas lanzaron a los medios las más peregrinas de las predicciones. Muchos pronosticaron que los resultados provocarían la mayor revolución religiosa de la historia de la humanidad, que la existencia del alma demostraba la existencia de Dios, que el fin de los tiempos se acercaba y sólo unos pocos serían los elegidos. Que el apocalipsis había empezado.
Ninguno acertó. Al menos al principio.
Contra todo pronóstico, la respuesta de la humanidad fue el silencio. Cuando por fin el hombre tuvo un indicio físico y palpable de que podría haber algo más allá de sí mismo, no supo qué hacer. Poco a poco, en los años siguientes, las actividades religiosas declinaron hasta casi llegar a desaparecer. Dejaron de tener lugar de una forma silenciosa y pausada, pero firme. Los sacerdotes se encontraron con iglesias vacías de feligreses; monjas y frailes abandonaron conventos y monasterios; los imanes se encontraron con mezquitas desiertas; los rabinos se quedaron sin estudiantes de la Torá. El Papa se asomaba al balcón de una solitaria Plaza de San Pedro; ya casi nadie viajaba a La Meca para besar la Piedra Negra de la Kaaba; ningún creyente oraba en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén; no había peregrinos en las laderas que conducían a los monasterios budistas del Tíbet; nadie dejaba ofrendas de flores a los pies de las estatuas de Visnú; pocos se bañaban ya en el Ganges y los ghats de Benarés estaban desiertos. Cuando por fin la humanidad encontró un asidero sólido para sus creencias místicas, prefirió olvidarse de ellas. Cuando al fin una prueba parecía estar al alcance de la mano después de siglos de discusiones y luchas, la humanidad perdió el interés, como si la satisfacción del anhelo largo tiempo perseguido eliminase la razón de su existencia. Aunque inesperado, el desenlace no puede dejarse de calificar como lógico: el aplacamiento de una necesidad siempre conlleva la desaparición de la misma.
Llegó un momento en que las celebraciones religiosas cesaron casi por completo. Esos meses extraños, entre mayo del 2031 y abril del 2032, en los que la Historia pareció detenerse, fueron conocidos posteriormente como el «Año de la Reflexión».
Pero sólo fue la calma que precedió a la tormenta. El hercúleo esfuerzo realizado por todos los países del mundo en la construcción, distribución y uso de los lectores de almas y en el análisis de toda la población puso a las economías de la mayor parte del planeta al borde del colapso. Cuando la gente decidió ignorar las consecuencias del descubrimiento, lo hizo para darse cuenta de que demasiados recursos se habían gastado en la aventura. El delirante afán sólo había servido para enriquecer a unos cuantos, entre los que se encontraba la cada vez más influyente T&T Corp., y otras multinacionales como la Texas-Magallanes Inc. y la Sunrise International Holdings. Mientras tanto, la mayoría de la población, incluso en los países industrializados, luchaba por subsistir al filo del abismo.
A todo esto había que añadir la degradada situación social y económica en la que el mundo se encontraba desde hacía varias décadas. Las recurrentes crisis económicas que azotaban al mundo, exacerbadas hasta lo indecible por la Gran Recesión que comenzó en el 2008 y nunca parecía acabar del todo, habían llevado al sistema político y monetario internacional al borde del derrumbe. La mayoría de gobiernos del mundo, incluido los países occidentales desarrollados, eran meros títeres de plutocracias económicas que controlaban las instituciones financieras y los medios de comunicación, producción y distribución. La deuda externa había alcanzado dimensiones tan colosales que casi impedía el funcionamiento de la maquinaria macroeconómica y asfixiaba cualquier posibilidad de recuperación. La clase media casi había desaparecido en muchos países. Los toques de queda, los guetos exclusivos para ricos, las protestas callejeras y la represión policial se habían convertido en habituales. Los índices de pobreza se habían elevado hasta cotas nunca antes alcanzadas. El desempleo no bajaba del treinta por ciento en ningún país occidental, y en el resto del mundo podía alcanzar tasas del noventa por ciento. El número de países calificados como tercermundistas se había incrementado en la última década en más de un setenta y cinco por ciento.
La crisis espiritual y de valores a la que condujo los resultados del lector de almas sólo fue la última sacudida del sistema antes del derrumbe.
Ha habido desde entonces multitud de discusiones y análisis al respecto, aunque ninguno parece haber alcanzado conclusiones irrefutables. Lo que sí parece indiscutible es que el rápido y repentino desapego religioso de la humanidad tuvo su máxima expresión en un evento crítico: la destrucción de Jerusalén.
En la madrugada del 17 de abril de 2032, una explosión nuclear con una potencia 50 kilotones, unas cinco veces las de Hiroshima y Nagasaki, borró para siempre del mapa la histórica y sagrada ciudad. Aunque muchas fueron las posteriores investigaciones por parte de los diversos grupos de inteligencia de todo el mundo, sobre todo el Mossad israelí, nunca se determinó con claridad quienes fueron los autores del atentado. Al menos la información no se hizo pública. Sin embargo, varios indicios apuntan a que este atentado supuso el nacimiento del grupo de los traducianistas, si bien este grupo de fanáticos neoreligiosos (como se les dio en llamar) nunca volvieron a intentar un acto de semejante magnitud. Tampoco reclamaron nunca la autoría del atentado.
Sea como fuese, la destrucción de Jerusalén actuó como el gran detonante de la catarsis colectiva.
A finales de abril del 2032 comenzó el Desastre. Los disturbios y la violencia se extendieron por todo el planeta como el moho sobre una manzana podrida. Sólo que mucho más rápido.
Consecuencias. El mundo tras el Desastre.
Poco más de tres años antes (febrero del 2029), la T&T Corp. había lanzado al mercado un lector de almas móvil, del tamaño de una calculadora de bolsillo, acoplado mediante señales infrarrojas a una banda elástica que se colocaba alrededor de la frente del sujeto a analizar. Su precio era módico y al alcance de casi cualquier tipo de bolsillo. Fue el primer producto de la historia comercial de la Tierra cuyo número de ejemplares vendidos estuvo a punto de igualar a la población mundial. Ahora estaba al alcance de cualquiera el saber quién de sus vecinos, de sus amistades o incluso de los miembros de su propia familia era el portador de esas diminutas variaciones en la actividad neuronal. Como antes lo había sido el reloj de muñeca o el teléfono móvil, todo el mundo caminaba con un lector de almas portátil en el bolsillo. Cualquiera podía exigir a otro el ser sometido a la prueba, en cualquier momento y lugar. En vez de un «buenos días, ¿qué tal?», el saludo se convirtió en un intercambio de bandas magnéticas ajustadas a la frente y lecturas nerviosas en la pantalla del lector. Sólo cuando el resultado negativo era confirmado, las sonrisas aparecían en los semblantes. No se contrataba a un nuevo empleado, no se entraba en un local público, no se entablaba amistad con nadie y no se hacía el amor con nadie hasta que la lectura hubiese sido confirmada.
Negarse a ser sometido a la prueba equivalía a una sentencia de muerte. Porque aquellos que dieron positivo en el test fueron masacrados. Una humanidad paupérrima y hambrienta, que de forma voluntaria había renunciado al placebo del consuelo religioso, volcó su furia y su frustración sobre los que consideraba culpables de su ruina y la causa de todas sus desdichas.
Turbas enloquecidas desahogaron su desengaño y su rabia en ejecuciones públicas de los desdichados que empezaron a ser llamados con el eufemismo de portadores de almas. Miles fueron apaleados, quemados, linchados, despellejados, destripados y aplastados en frenéticas demostraciones callejeras. Los casos de abuso, discriminación y violencia gratuita contra los portadores de almas se extendieron como las telarañas en un sótano abandonado. Bebés recién nacidos fueron reventados contra el suelo ante la impotencia de sus llorosas madres. Familias enteras fueron quemadas vivas cuando se descubría que escondían en casa a uno de ellos. Macabros actos de odio y violencia se propagaron por todo el planeta como la pólvora. Los noticieros informaban a diario sobre asesinatos y linchamientos públicos. Nadie fue arrestado, llevado a juicio o encarcelado por esas muertes. Hubo épicas escenas de portadores vendiendo cara su vida frente a sus atacantes, aunque no les sirvió de mucho. Lo poco que quedaba de las instituciones religiosas de antaño les cerró las puertas. No hubo ninguna organización benéfica que se hiciese cargo de ellos. Unos pocos alzaron la voz en su defensa, denunciando el sinsentido del genocidio, la insensatez de la matanza. El mundo no les escuchó. Buscaba un culpable de su frustración y su dolor, y lo encontró.
La violencia y el caos llevaron a una incluso mayor desestabilización de las ya maltrechas economías, lo que causó una dramática reducción en la producción de mercancías de primera necesidad. El mundo, tal y como era hasta entonces, simplemente se vino abajo como una escultura de arena embestida por las olas. La Unión Europea se disolvió, los organismos internacionales desaparecieron en la inopia de la incapacidad, todos los países cerraron sus fronteras, se impuso la ley marcial en todas partes. El transporte internacional cesó. Los vuelos trasatlánticos se convirtieron en sueños del pasado. Las redes informáticas y de televisión apenas funcionaban. El transporte de mercancías se detuvo. Los supermercados, los centros comerciales, las farmacias y los hospitales se desabastecieron en las primeras semanas. El hambre y la enfermedad asolaron las calles de las metrópolis. Cuanto mayor era una ciudad, mayor era el factor de destrucción. No hubo capital que sobreviviese al Desastre. La mortandad en la población se elevó a niveles que no se alcanzaban desde las pandemias de la Edad Media. Las circunstancias llevaron a la mayor parte de los gobiernos a declarar el estado de excepción y la ley marcial en sus territorios. Políticos y gobernantes de toda índole se reunieron en interminables comités de emergencia nacional en un desesperado intento de controlar la situación.
Los poderosos, con lo poco que quedó de las fuerzas de seguridad del estado y del ejército, se atrincheraron en sus fortalezas. A pesar de ello, muchos fueron masacrados por turbas enloquecidas. Cayeron a manos de las clases populares que llevaban décadas envidiándolos y odiándolos. El resto de la población, es decir, la mayor parte, fue abandonada a su suerte.
Para finales del 2033, todas las asociaciones y organismos internacionales (ONU, NATO, FMI, OMS, OPEP, EU...) habían desaparecido.
Con el tiempo, quizá porque los esfuerzos de sus dirigentes sirvieron de algo, o tal vez porque la humanidad se cansó de la violencia y del horror al que estaba sometiéndose a sí misma, los disturbios se fueron apagando poco a poco.
Septiembre del 2035, casi tres años y medio después de su comienzo, se considera el final del Desastre que asoló a todo el planeta.
Los daños fueron inmensos, las infraestructuras quedaron destrozadas y la población mundial se redujo en más de un tercio. Pero no todo se había perdido. Los gobiernos empezaron la labor de reconstruir sus respectivos países, aunque nadie se preocupó de formar de nuevo las asociaciones e instituciones internacionales del pasado. El transporte y las comunicaciones volvieron a funcionar, aunque de manera limitada y siempre bajo el férreo control de las autoridades de los países a los que se les dotó del eufemismo de «reconstruidos». Durante la confrontación, que tuvo más que nada el carácter de guerra civil a escala planetaria, cada nación se había encerrado en sí misma y se había concentrado en sobrevivir. Algunas lo consiguieron, aunque a duras penas. Tras el Desastre, nadie se preocupó en delimitar nuevas fronteras, pues todos sabían que las fronteras ya no significaban nada. Más de la mitad del territorio nacional de cada país se convirtió en tierra de nadie.
Un nuevo orden surgió de las cenizas del mundo anterior. Los distintos países, cuyos gobiernos sólo controlaban porciones de lo que fueron sus antiguos territorios nacionales, formaron alianzas y el mundo se dividió en tres grandes bloques geopolíticos.
Por un lado, estaba la Unión Occidentalista, macroentidad política que, con las notables excepciones de Suiza y Noruega, agrupaba a la mayoría de países europeos, a los países del norte de África y, dando un extraño salto geográfico, incluía Sudáfrica, India, Singapur y Japón. Por otro lado, estaba la Commonwealth, que se vanagloriaba con sutil orgullo de ser, más o menos, la heredera de los Imperios Hispánico, Británico y Yanqui. Incluía el Reino Unido, aunque sin Irlanda, Estados Unidos, Canadá, toda Centroamérica y buen puñado de países sudamericanos, incluyendo el Cono Sur, así como algunos enclaves en la costa oeste de África y Australia. Nueva Zelanda, junto con Uruguay, Mongolia y las dos excepciones europeas, había optado por ser uno de los pocos países no alineados. La tercera superpotencia era la Coalición Euroasiática, una débil unión entre Rusia, China, la mayoría de ex repúblicas soviéticas, Indochina, algunos pequeños países de la Península Arábiga y Madagascar.
El resto del mundo: Brasil, Bolivia, Uruguay, la mayor parte de África, Turquía, Malasia, Indonesia, Oriente Medio, Papúa, Alaska, Groenlandia, el Caribe y la mayor parte de las islas del mundo... eran simplemente zonas en blanco en el nuevo mapamundi. Algunos de esos países ni siquiera habían podido comenzar la reconstrucción. Otros eran poco más que zonas en venta a disposición del mejor postor.
Este nuevo orden mundial fue el indiscutible resultado de la influencia y poder de las grandes compañías transnacionales, que no sólo sobrevivieron al Desastre, sino que salieron de él más fortalecidas que nunca. En nuestros días, las grandes transnacionales son los gobiernos de facto que controlan los tres bloques en los que se dividió el mundo. El control político-económico de las tres grandes transnacionales es tal que las divisas mundiales se han reducido básicamente a tres monedas fiduciarias: marcos, dólares y rublos. Cada moneda es emitida y controlada por sus respectivos bancos centrales, los cuales no son otra cosa que sucursales de la correspondiente transnacional.
Estas grandes compañías son los verdaderos detentadores del poder. Los gobiernos nacionales de cada país han pasado a ser figuras casi meramente decorativas. Obedientes marionetas que se dejan meter la mano por detrás con agradecimiento.
Las áreas de influencia de cada una de las tres grandes transnacionales coinciden casi de forma exacta con las supuestas fronteras de las tres nuevas criaturas geopolíticas. En la actualidad, La Tyrell-Tagaca Corporation domina la mayoría de los mercados de la Unión Occidentalista, la Texas-Magallanes Incorporated ejerce el poder real en la Commonwealth, mientras que la Sunrise International Holdings controla con puño de hierro los territorios de la Coalición Euroasiática. Aún existen otras multinacionales, incluso algunas anteriores al Desastre, que tienen sucursales en una o dos de las macroentidades supranacionales. Pero en la totalidad de los casos se han convertido en empresas subsidiarias que viven a la sombra y bajo las órdenes de uno de los tres gigantes.
Las transnacionales empezaron pronto a disputarse el poder económico y político, tanto en los bloques como en las áreas no reconstruidas, donde la confrontación armada directa se convirtió con rapidez en algo usual y casi cotidiano. Aquellas zonas que cuentan con algún recurso importante, ya sea energético o de materias primas, se han convertido en puntos especialmente conflictivos. Aunque muchos analistas lo nieguen, el mundo está viviendo de facto una nueva guerra fría, soterrada y casi anónima.
¿Causa y efecto? La situación final de los portadores de almas
A pesar de todo lo ocurrido, unos cuantos portadores de almas sobrevivieron al genocidio. Eran apenas unos miles, acorralados y asustados. Los preclaros gobernantes de las naciones del mundo, o lo que quedaba de ellas, comprendieron que eran un problema. La presencia de portadores entre la gente constituía una inestable bomba de relojería que podía hacer estallar de nuevo la violencia en cualquier momento. Se realizaron urgentes y secretas reuniones de nuevos comités de acción nacional, tratando de hallar una respuesta a la pregunta de cómo solucionar la incómoda presencia de los portadores. Por una vez, la respuesta de nuestros gobernantes fue eficiente y eficaz: quitarlos de en medio.
Los portadores supervivientes de todo el mundo, apenas treinta mil personas en total de las más variadas procedencias étnicas, fueron trasladadas en un prodigio de cooperación internacional hasta un campo de confinamiento acondicionado en especial para ellos. Un pueblo abandonado, situado en el centro de una despoblada región del sur de la Península Ibérica, fue construido con toda la rapidez que la tecnología ofrecía para recibir a sus nuevos moradores. Casi diez kilómetros cuadrados alrededor del pueblo fueron rodeados de un inmenso muro de hormigón plagado de alambradas, torres de vigilancia y dispositivos de seguridad. Un círculo casi perfecto de tres kilómetros y medio de diámetro en medio de la llanura se convirtió en el destino último y permanente de aquellos que se habían convertido en el símbolo de la vergüenza de la humanidad.
Al lugar no tardó en conocérselo con el nombre de la Reserva, con mayúsculas y sin otra especificación, aunque todos comprendían su significado. Todo el mundo sabe de su existencia, pero nadie habla de ello. No aparece en las noticias de la televisión, en los artículos de los periódicos, en los portales de la red ni en los discursos de los políticos. No se menciona en los libros de texto. Los habitantes de la Reserva se han convertido en los estigmatizados por el nuevo pecado original, que pagan con el encierro por la culpa y el desprecio de sus semejantes.
Cada recién nacido en el mundo exterior es inmediatamente analizado con un lector de almas. Si da positivo, su destino está marcado. O es ejecutado en el acto o en menos de cuarenta y ocho horas es enviado a la Reserva, de la que nunca saldrá. La presencia de un portador fuera de la Reserva se castiga, gracias a una ley no escrita pero aceptada por todos de forma implícita, con la pena de muerte inmediata, a manos del primer ciudadano que tenga la iniciativa y los medios necesarios para ello. En la actualidad, la Reserva es el único lugar, al menos de forma oficial, al que se envían los portadores de almas supervivientes, y aquellos que son atrapados por los cazarrecompensas.
La T&T Corporation fue la encargada, por voluntad propia, de llevar a cabo el proyecto y correr con la mayoría de los gastos, con el entusiasta beneplácito de todos los gobiernos del mundo y el recelo mal disimulado de las otras grandes transnacionales. De hecho, todos los aspectos relacionados con la Reserva están controlados de forma unilateral por la T&T. La transnacional nunca ha explicado con claridad su enorme interés en los portadores de almas, con la excepción de vagas alusiones al estudio genético de su anomalía neuronal.
Tan sólo dos grupos alzaron la voz en defensa de los portadores encerrados en el otrora abandonado pueblo. Por un lado, un grupo llamado Asociación para la Libertad del Hombre, una entidad minúscula y sin apenas peso político encabezada por científicos y académicos idealistas que denunciaban la irracionalidad de todo el proceso, la inhumanidad a la que se sometía a unos individuos que, sin culpa alguna ni haber cometido ningún crimen, eran encerrados de por vida como si fuesen apestados. Estos sabios clamaban que las atípicas fluctuaciones cuánticas del neocórtex no tenían nada que ver con la existencia o no del alma, que eran sólo una particularidad sin más de algunos individuos, como el color del pelo o la presencia de vello en la segunda falange de los dedos. Para ellos, utilizar una particularidad física como método de discriminación era caer de nuevo en los viejos hábitos xenófobos y racistas por los que antaño se había despreciado a aquellos que tenían un color de piel más oscuro, unos ojos rasgados o escribían con la mano izquierda. Clamaban que la existencia de la Reserva iba en contra de la más elemental dignidad humana, que se trataba, una vez más, del mal uso de la ciencia a favor de una ideología desacertada. Durante los dos o tres primeros años de existencia de la Reserva, realizaron varias manifestaciones de protesta frente a las sedes centrales de distintos gobiernos, donde unas cuantas docenas de personas se congregaron portando pancartas con lemas reivindicativos. A pesar de sus protestas nadie hizo nada para remediar la situación. Era más fácil ignorar el motivo de la vergüenza que realizar el esfuerzo para remediarla.
El otro grupo fueron los traducianistas.
En las iglesias antiguas, el tema del alma y sus orígenes había sido tratado de forma extensa y tuvo varias respuestas. Algunos pensadores, influidos por la filosofía platónica, sostenían la existencia del alma antes de su vinculación con el cuerpo. Otros, por el contrario, se orientaban hacia una teoría más creacionista, según la cual Dios crea cada una de las almas en el momento de su insuflación en el cuerpo. Hubo una tercera teoría, sostenida por místicos y pensadores eminentes de la Cristiandad como Tertuliano y San Agustín. Esta teoría sostenía que cada una de las almas individuales precede del alma de sus padres, que cada alma es transmitida de padres a hijos de alguna forma, como el color de la piel o la altura. A esta doctrina se le llamó traducianismo. El hecho de que los datos demostrasen que padres no portadores engendraban hijos portadores de almas no parecía preocupar en absoluto a los traducianistas.
El traducianismo se convirtió en el último refugio del fanatismo religioso. Fundamentalistas de todas las creencias místicas que se desvanecieron tras la crisis del lector de almas y los ulteriores disturbios encontraron en las tesis traducianistas el objeto en el que volcar todas sus ansias religiosas, todos sus deseos proselitistas. Las filas del traducianismo se nutrieron de los elementos más radicales de grupos pre-Desastre de musulmanes yihadistas, cristianos ultraortodoxos, jeredíes violentos, hinduistas radicales y otras confesiones religiosas llevadas a su extremo más obstinado e intransigente. Estos fanáticos neoreligiosos estaban convencidos, con toda la fuerza y el fanatismo que su fe les proporcionaba, que los portadores de almas eran los únicos seres humanos puros, aquellos auténticos descendientes de la primordial pareja colocada sobre el mundo gracias a la omnipotente voluntad del Creador. El resto, sólo eran animales inferiores con los que, por oscuras razones que no se explicaban en ningún lugar, esos seres humanos auténticos se habían apareado y entrecruzado, dando lugar a la actual humanidad. Esos seres humanos puros eran los auténticos hijos de Dios, y por lo tanto estaban destinados a ser los líderes y guías del mundo, los gobernantes indiscutibles y por derecho divino de los pueblos de la Tierra. Tenerlos encerrados en diez kilómetros cuadrados de árida planicie era la mayor de las herejías, y su misión en este mundo era poner fin a esa situación.
La evidencia genética que mostraba sin lugar a dudas que no hay ningún mecanismo conocido, desde un punto de vista evolutivo, por el que la especie humana pueda haberse originado a partir de únicamente dos individuos no suponía ningún obstáculo para los traducianistas. El hecho de que ninguno de los portadores de almas estuviese de acuerdo con las tesis del traducianismo tampoco los amedrentaba en lo más mínimo.
Los traducianistas no han sido nunca un grupo muy numeroso, pero están extendidos por muchos países y el fanatismo de sus miembros hace bastante difícil el rastreo de sus actividades. Esto los ha convertido en un grupo peligroso debido a su marcada tendencia a la realización de actividades terroristas y de sabotaje, por lo que se recomienda en numerosos informes de inteligencia la elaboración de dispositivos de vigilancia continua.
El primer atentado organizado, y reclamado como tal, lo realizaron a la sede del recién reconstruido gobierno francés, en Rouan, el 19 de julio del 2037.
En el quinto año de funcionamiento de la Reserva, los traducianistas llevaron a cabo un ataque sorprendentemente bien organizado que estuvo a punto de romper el cerco de la misma. Las patrullas de vigilancia apenas resistieron el tiempo suficiente para permitir la llegada de los refuerzos, unidades de seguridad de la propia T&T Corp. y elementos del ejército español, que tras una enconada lucha y con un sorprendente número de bajas, lograron acabar con los ciento cincuenta y siete asaltantes. Nuestro Gobierno Reconstruido contribuyó a repeler a los asaltantes con el envío de una sección de infantería ligera, formada por tres pelotones de veinte hombres cada uno, al mando del abajo firmante, teniente Damián Baños Ortiz.
Ni una sola imagen del suceso apareció en los medios de comunicación. Ni una sola palabra se escribió al respecto en los periódicos o en las redes de noticias. Tanto los soldados como los carceleros de la Reserva eran profesionales bien entrenados, conscientes del valor de su silencio y del riesgo que corrían si se iban de la lengua. Los enormes sueldos que cobran ayudaban a mantener sus bocas cerradas.
Después del ataque, las medidas de seguridad se incrementaron con todos los medios técnicos posibles, y la dotación de efectivos en la Reserva se quintuplicó. Los gastos corrieron en su totalidad a cargo de la todopoderosa T&T Corp. que ha pasado, al menos de facto, a controlar casi todos los aspectos relacionados con los portadores de almas.
Además de la Reserva, el único otro lugar conocido con una población permanente de portadores es Ciudad Cúpula, cuartel general de la T&T Corp., en la antigua provincia española de Cuenca. Según las declaraciones de los directivos de la transnacional, sobre todo su presidente ejecutivo Ulises Tyrell, los portadores de Ciudad Cúpula son mantenidos en régimen de alta seguridad por motivos de investigación científica, aunque, como se ha mencionado antes en este informe, la compañía nunca ha revelado los detalles de dicha investigación.
Conclusión final: hacia un incierto futuro
Tras la creación de la Reserva y el destierro de los portadores, las tambaleantes economías del mundo comienzan a recuperarse, con lentitud y con esfuerzo. Los supervivientes del caos han empezado a reorganizar el mundo a partir de sus cenizas, aunque los modelos sociales, económicos y políticos que surjan de los escombros del Desastre están aún por ver. Las naciones vuelven a existir, al menos lo que quedó de ellas, por lo que a muchas se les añade el epíteto de reconstruidas. Desde no hace mucho, los acontecimientos oficiales han empezado a datarse, además de por el viejo calendario, por los años transcurridos desde el infame Año de la Reflexión (2031), fecha indicada por un número seguido de las siglas AD o DD, Antes o Después del Desastre.
Tras el Desastre, los seres humanos se miraron unos a otros sorprendidos y comprendieron que el mundo había pasado su apocalipsis y había sobrevivido... apenas.
En contra de lo que habían pronosticado incontables películas y libros de ciencia-ficción, la crisis no fue causada por ninguna guerra terminal, ni por un holocausto nuclear, ni por ningún arma biológica escapada de algún laboratorio secreto. Tampoco fue debida a un cambio climático brusco, a un meteorito caído del cielo, ni a un nuevo virus mortal de proporciones pandémicas. No sin cierta ironía, el cataclismo que estuvo a punto de acabar con la humanidad fue de índole moral y metafísica... casi mística.
Esa misma índole es la que convierte al futuro de la humanidad en un oscuro cristal a través del cual es imposible discernir.
Tt. DBO, 4º Rgto. Infantería
Burgos, 23 de noviembre de 2041 (año 10 DD)
CNI, Ministerio de Justicia, Defensa y Población
FIN DEL INFORME
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Anexo incluido en la novela Ragnarök, la 9ª transición, de Juan Nadie.
Si quieres más información sobre esta novela, aquí tienes el enlace:
https://goo.gl/qB5ADt
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