8. Para una buena hambre no hay mal pan

No es que Lina odiara a su prima, pero no estaba tan emocionada por la salida como su hermana. Sin embargo estuvo de acuerdo con su mamá en que Camila necesitaba compañía, consuelo y apoyo, aunque no estaba segura de ser la clase de compañía que la ex niña rica quería.

—A mí traigame por favor una lulada, ¿ustedes qué van a pedir? —preguntó Luna a Lina y Camila.

—Yo quiero un lulada también, pero michelada —respondió la otra gemela.

—¿Qué es una lulada? —preguntó Camila con notable confusión en su cara. 

—Es una bebida de limón y lulo, súper helada —respondió la mesera.

—¿Qué más tiene? 

—Champús, cholao con fruta y helado, raspado, guarapo...

A Camila nada de eso le sonaba de nada. Nunca se había sentido como una turista en su propia ciudad, pero siempre hay una primera vez para todo.

—Lo mejor es la lulada, se la recomiendo —dijo Lina.

Camila hizo caso y supuso que era mejor pedir algo que ya le habían explicado y no sonaba tan mal, a preguntar en qué consistía cada una de las cosas raras que había dicho la mesera.

—Está bien.

—¿Michelada o normal? —preguntó la mesera.

¿Cómo se iba a michelar un jugo de lulo? ¿Luego eso no se le hacía solo a la cerveza? Lo mejor sería ser más tradicional y probar primero la tal lulada sin cosas adicionales, a ver qué tal le iba.

—Normal.

—¿Algo más?

—¿Tiene empanadas? ¿O qué más tiene como para acompañar? —preguntó Luna.

—Sí, tenemos empanadas, marranitas, aborrajados, pandebonos...

—¿Ustedes quieren empanadas? 

—Sí —respondió Lina. Camila estaba petrificada recordando que no se sentía así desde que viajó a Rusia y tuvo que comer en McDonalds por quince días pues no se atrevió a probar nada de lo que le ofrecían en los restaurantes.

—¿Sabés qué? Mejor traenos tres empanadas, tres marranitas y tres aborrajados para que esta niña pruebe de todo —pidió Luna sin darse cuenta de que a Camila le iba a dar un infarto. 

La mesera anotó todo y se fue. Hubo unos cuantos minutos de silencio, desde que vivían juntas no habían cruzado más de unas pocas palabras que no fueran estrictamente necesarias y cuando las gemelas aceptaron sacar a Camila de la casa después de que su mamá las amenazara con usar sus ahorros universitarios para comprar un nuevo televisor, no se imaginaron que la cosa fuera a ser tan incómoda.

—¿Te gustan las empanadas? —preguntó Lina para romper el hielo.

—¿Qué son?

Las gemelas se miraron como si hubieran escuchado que hay vida en Marte. 

—¿Nunca has probado una empanada? 

—Peor aún, ¿nunca ha visto una empanada?

Ambas rieron. Camila se sintió incómoda y molesta.

—Si voy a ser la burla de ustedes, mejor me voy... —Se levantó y se arrepintió de inmediato. ¿Cómo iba a regresar a su casa? No sabía dónde estaba ni cómo llegar, el barrio tenía pinta de ser peligroso y su papá estaba trabajando. Ay no, tendría que tragarse su dignidad y quedarse ahí...

—¡No, no! No nos estamos burlando, solo nos parece extraño, pensamos que todos los caleños habían visto alguna vez una empanada, porfa sentate... —le pidió Luna de la manera más amable que pudo.

—Pues solo porque no quiero ser grosera... —dijo Camila mientras agradecía mentalmente al cielo que le hubieran pedido que se quedara.

 —Tranquila, prometemos que no vamos a aterrarnos cada vez que conozcás algo nuevo —prometió Luna.

—Una empanada es como una... no sé, algo en forma de media luna hecha de... ¿maíz, creo?, rellena de carne, papa, guiso... Son muy ricas. Y lo demás que pedimos... bueno, creo que es mejor esperar a que lleguen y te vamos explicando —dijo Lina y a Camila le pareció que su explicación fue muy dulce. 

Suspiró y se dijo a sí misma que trataría de hacer el mejor ambiente posible, sus primas parecían buenas personas y, siendo honesta, ya estaba cansada de estar encerrada en el baño.

—Desde el baño del apartamento se escuchan muchas cosas interesantes —dijo de la nada y casi sin darse cuenta, solo como para que no volviera a hacer presencia el silencio incómodo.

—¿Ah, sí? ¿Cómo qué? 

—Tienen... bueno, tenemos una vecina que ama a Shakira y está aprendiendo a imitarla... o al menos es lo que ella cree.

Las gemelas rieron con ganas.

—Agradece que no has escuchado a la vecina papita frita...

—¿La vecina papita frita? —preguntó Camila muy confundida.

—Sí, porque hace mucha bulla cuando se la comen —respondió Lina y todas rieron, incluso Camila.

—Ay no, ¿y se oye todo desde el apartamento? 

—Creo que se oye todo desde la parada del Mío —respondió Luna entre risas—. Pero desde hace algunos días como que le pusieron silenciador.

—Creo que el novio se fue de viaje —dijo Lina.

—¿Cómo sabés? —inquirió su hermana.

—Porque antes de que Camila y Sebastián llegaran, un día lo vi saliendo con una maleta grande.

—¿Y si pelearon? 

—Ay, pues que no se reconcilien, si no vamos a volver a tener concierto...

—Podríamos hacerle vudú para que no vuelvan —propuso Camila y las gemelas se asombraron ante ese comentario. Luego de unos segundos de mirarse sorprendidas, soltaron la carcajada.

—No es una mala idea.

—Podríamos coger el muñequito de vudú y ponerle una cinta en la boca, así aprende a tener sexo en silencio, como la mayoría de los mortales que no son actrices porno —dijo Luna.

A Camila le divirtió mucho imaginarse la escena y rio, aunque trató de ser discreta.

—Bueno, ¿y qué más has escuchado desde el baño? —preguntó Lina.

—Tienen... tenemos un vecino que está estafando a un amigo... Cosas así.

—¡¿Qué?! —preguntaron las gemelas al unísono.

—Sí, escuché una llamada donde le decía a otra persona algo como que si nadie se daba cuenta no era estafa, y luego dijo algo como de un amigo, un ratón y un queso. Eso no lo entendí.

—¿Amigo el ratón del queso? —corroboró Lina.

—¡Eso! No entendí de qué hablaba.

—Ah, pues ese es un refrán popular que significa que no existen los verdaderos amigos si no hay un interés detrás.

Camila pensó en que justo en ese momento de su vida podía entender muy bien el significado de esa frase.

La mesera llegó con las bebidas, y prometió que el resto del pedido no se demoraría.

—Ahora sí, probá esta delicia y decime si no es la cosa más sabrosa que has probado —le dijo Luna a su prima.

La muchacha miró la bebida y se encomendó a su ángel de la guarda para que el sabor fuera mejor que el aspecto. El menjurge ese parecía sacado de un pantano.

Las gemelas bebieron y, por sus caras de satisfacción, Camila dedujo que la cosa esa sí debía ser delicioso.

Como si fuera a hacer un clavado en un trampolín de veinte metros, respiró hondo y se lanzó a probar la bebida.

Sus papilas gustativas se excitaron mucho más que aquella vez que probó ese delicioso osobuco en Milán, o el japchae en Seúl luego de que su madre la obligará a probarlos.

El ácido del lulo al morderlo, mas el toque perfecto de azúcar y la temperatura la convertían en la bebida más refrescante jamás probada por el hombre. O bueno, por ella al menos.

—¿Te gustó, si o qué? — preguntó Lina.

—Mmm, sí —respondió la muchacha con los ojos cerrados, y las gemelas sonrieron.

—No puedo creer que nunca hayás probado la lulada. ¿Tampoco el champús? —preguntó Luna.

—No.

—¿La mazamorra? —preguntó Lina.

—No.

—¿El jugo de borojó?

—¡No!

—¡Ah, pero sí sabés para qué sirve!

Las tres rieron. Camila les explicó que alguna vez había visto un meme al respecto, y la conversación empezó a saltar entre diversos temas. Las gemelas le preguntaron sobre los platos que había probado en otros países, luego ella les preguntó si alguna vez habían salido del país. Las muchachas rieron con un poco de pesar, y le explicaron a la joven que ni siquiera habían salido de la ciudad. 

—¿Ni siquiera con el colegio? —preguntó Camila muy sorprendida, pues ella había recorrido casi toda Colombia en viajes escolares.

—El colegio no nos ha llevado ni al río Pance —dijo Lina e hizo reír a su hermana—. Ni siquiera sabíamos que había colegios para viajeros.

—¿Y entonces cómo aprenden geografía, biología y eso?

—Pues a la antigüita, con libros e internet —dijo Lina y tomó otro sorbo de su lulada. 

La mesera regresó y dejó sobre la mesa las marranitas, empanadas y todo lo que habían pedido. Camila ya se sentía más confiada de probar esas cosas raras que sus primas la hacían probar, así que se le abrió el apetito.

—¿Esta qué es? —preguntó con una cosa en forma de media luna en la mano.

—Esa es una empa... —Lina guardó silencio y quedó con la boca abierta. 

Camila se preocupó.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —Volteó a mirar a todos lados para ver por qué su prima tenía la mirada perdida. ¿Hacia dónde estaría mirando?— ¿Nos van a robar? Ay, no me digan eso... ¡Nunca en mi vida me han robado! ¿Qué se hace en estos casos? ¿Corremos? ¿Nos hacemos las muertas?

—¡¿Qué?! —preguntó Luna entre risas y volteó a mirar hacia donde miraba su hermana—. Ah, no te preocupés, es solo Lucho, el vecino que le gusta. 

Camila volteó a mirar y vio un grupo de muchachos que se sentaron a unas cuantas mesas de ellas y reconoció al chico que había metido la cucharada en la conversación del terremoto. Ese día estaba lo suficientemente asustada como para prestar atención a historias de amor y cosas por el estilo, pero si lo analizaba en ese momento era obvio que su prima estaba tragadísima del muchacho.

—¡Shhh, calláte que te escucha!

—¿Y qué? Tal vez sería bueno a ver si al fin el man cae en cuenta de que estás más tragada que tanga de torero.

El comentario de Luna le produjo una risa incontenible a Camila, que apenó aún más a Lina. Todo el mundo volteó a mirarlas, incluida la mesa donde Lucho compartía con sus amigos. 

¿Había una risa más hermosa que esa? Lucho no lo sabía. Definitivamente tenía que preguntarle a alguna de las gemelas que siempre la acompañaban. No eran muy amigos pero sabía sus nombres y siempre las saludaba al encontrárselas en el ascensor. Incluso sabía que su mamá había ido un par de veces a su apartamento para arreglarle las uñas a ellas y a su madre, pero no más. 

La mente de Lucho se quedó en blanco cuando vio que la señorita desconocida se levantaba de su asiento y se acercaba a la mesa. ¿Estaba soñando? ¿Era verdad que se podían tener alucinaciones tan nítidas cuando uno estaba enamorado.

—Uy, la que viene ahí está como buena —susurró uno de sus amigos.

O sea que no estaba soñando. ¿Entonces qué estaba pasando?

—Buenas tardes, qué pena, ¿ustedes tienen la leche condensada? —preguntó la muchacha mientras Lucho contenía las ganas de decir alguna guarrada que sabía que jamás sería capaz de decirle a una mujer, pero que de todas formas podía pensar en secreto—. Ah, sí, aquí está. Me la llevo, gracias.

La muchacha tomó un tarro de la mesa y regresó a su lugar. Todos los muchachos habían quedado mudos hasta que uno de ellos dijo—: Si necesita otro tipo de leche, también tenemos.

Sus amigos soltaron la carcajada, pero Lucho estaba indignado, aunque él hubiera pensado algo parecido unos segundos antes.

—¡Por Dios! ¿Qué hiciste? —cuestionó Lina suplicante tratando de que solo la oyeran las personas en su mesa.

—Quería ver mejor a tu crush —respondió Camila con una sonrisa pícara.

—¿A su qué? —preguntó Luna.

—Su crush. —Al ver que las gemelas no le entendían, explicó—: Al que la tiene obsesionada, enamorada y por la que le brillan los ojitos.

—Ah, o sea a su traga.

—Eso. Ustedes utilizan palabras muy raras.

—Eso no es lo que importa, ¿por qué tenía que ir hasta la mesa de ellos? ¡Qué horror! No han dejado de mirarnos y secretearse cosas... Ay... ¿por qué no pedimos la cuenta? —Lina buscó a la mesera con desesperación.

—¿Cómo así? ¿Es que nunca le has hablado al crush... la traga? —preguntó Camila muy asombrada.

—Solo le ha dicho buenos días y buenas tardes. 

Wait, wait, wait... Una pregunta que de pronto no tiene que ver... o puede que sí. ¿Ustedes son vírgenes?

Lina se puso más roja de lo que ya estaba.

—Ella, por lenta, yo no.

Lina volteó a mirarla como si hubiera dicho que era una extraterrestre.

—¡¿Qué?! ¿Cuándo? ¡¿Por qué no me había contado?!

 Qué interesante se había puesto la conversación para Camila. Aunque no pidió detalles, Luna estaba encantada hablando del tema y lo hacía con tanta gracia y palabras que Camila jamás había escuchado, que de hecho se divirtió.

Y no supo si fue la conversación, la cara de Lina cada vez que su hermana detallaba su narración, el hecho de que en la mesa de los muchachos que no dejaban de mirarlas no todos estaban tan mal o que las empanadas, marranitas y aborrajados estaban deliciosos, pero se sorprendió al caer en cuenta de la tarde tan divertida que estaba pasando. 

Ni siquiera recordaba una salida con su antiguo círculo social que fuera tan interesante. Tal vez había que perder ciertas cosas para apreciar otro tipo de experiencias que no se relacionaban para nada con el dinero. 


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