Capítulo 9: Crimen y castigo #2
Seok-jin no recordaba la última vez que había sentido su cuerpo entero tiritar como lo hacía ahora. Ho-seok no solo lo había literalmente arrastrado por el suelo hasta la sala de castigos, sino que también lo había apresado por las muñecas y el cuello a un asiento, más semejante a una silla eléctrica para reos, a aguardar quién sabe qué tipo de tortura por algo que ni siquiera había sido en un ciento por ciento su culpa.
Su talón derecho subía y bajaba veloz, dejando inquieta su pierna, haciéndola vibrar hasta detenerse en seco cuando vio al carcelero entrar a la habitación, sosteniendo una botella en la mano, bebió lo último que quedaba en su interior y estiró el brazo, para que cayera al cubo de la basura junto a la entrada. Flexionó su pierna hacia atrás y pateó la puerta, haciendo un fuerte estruendo que llevó al pobre Jin a apretar los párpados.
―Seok-jin... Ah... Seok-jin, Seok-jin, Seok-jin ―profirió con una voz ronca, mientras rotaba el cuello, tronando algún que otro hueso.
―Ho-Hoba... Hoba, por favor ten piedad, ¡piedad!
En respuesta a sus plegarias llevó una helada mirada hacia él, inclinándose a unos centímetros de su cara.
―Es Ho-seok para ti. ¿Entiendes?
―Lo-Lo siento. Lo siento.
―Y deja de decir que lo sientes, eso no solucionará nada y hará que me cabrees más todavía.
Con ello, Jin tan solo se limitó a asentir sin añadir más.
―Yo no hice nada. ―Retomó el aliento ―. Fue un malentendido. ¡Jung-kook...!
―Jung-kook... ―suspiró, llevándose las manos a los bolsillos de su largo abrigo morado de terciopelo ―. Dime algo: si Jung-kook se tira de un edificio, ¿tú te tiras también?
―Un momento, ¿y eso que mierda tiene que ver?
―Qué boca tan sucia tienes, Jinnie. Tal vez sea buena idea lavártela con un consolador empapado en jabón.
―¡NO! Escúchame bien por favor, soy inocente, ¡una víctima! Jung-kook me tendió una trampa, porque busca mi desgracia. ¡Sí! Seguramente está celoso de mi hermoso rostro o mis hombros anchos y por eso trata de destruirme.
―Bien, tu historia es muy interesante, señor pelmaz... Eh, quiero decir, Kim. Así que voy a transcribirla en mi máquina de escribir invisible ―le dijo en tono serio pero burlón a la vez, haciendo la mímica con sus dedos ―. Orate ―agregó, deteniendo bruscamente su parodia.
―¡Pero es cierto! Por lo menos la parte en la que busca destruirme.
―Seré franco contigo, Jinnie. Me importa una mierda si fuiste tú, Jung-kookie o mi maldita abuela. La cuestión es que mi performance se vio arruinada igual que yo, y eso es algo que me tiene a mal traer ―confesó, pellizcando sus uñas como un gesto ansioso.
Caminó hasta uno de los grandes armarios pegados a la pared y muy despacio desplegó las puertas, mientras que Jin solo suplicaba e imploraba piedad una vez más. No obstante, grande fue su sorpresa al abrir los ojos y encontrarse con un televisor. Un modelo bastante antiguo, puesto sobre una mesita con ruedas.
―Esto... ―emitió, arqueando una ceja y llevando sus pupilas al verdugo.
Ho-seok golpeó la parte superior de la televisión con el puño, con lo que sintonizó programación de inmediato: Dragon Ball Z.
―¿En serio? ¿Este es mi castigo? ―indagó, tan asombrado como temeroso de que se estuviera burlando cruelmente de él.
―Sí. Te dejaré mirarlo largo y tendido ―confirmó, dedicándole la mirada ―. Pero en su doblaje portugués.
―¡¿Qué?! Espera, ¡NO!
Habiendo dado su «veredicto» y con un chillido por parte del aprehendido, Ho-seok dio dos palmadas a la tele, haciendo que su volumen se acrecentara y retumbara por todo el cuarto.
―¡Por favor, espera! ¡No me dejes así!
―Diviértete, Seok-jinnie. Volveré por ti más tarde ―le dijo, regalándole una adorable sonrisa que dejó ver dos diminutos pozos cerca de las comisuras de sus labios.
Se detuvo frente a la puerta y giró hacia él una última vez.
»La noche es joven y esto apenas comienza.
Borró la mueca de su cara y la reemplazó por una expresión terrorífica. Jin llamó su nombre entre súplicas repetidas veces, pero no se inmutó en lo más mínimo, cerró la puerta y los gritos, así como el estrepitoso sonido de la televisión, se apagaron en un santiamén. Ho-seok juntó los párpados y respiró profundo. Estaba agotado, frustrado y muy enojado todavía por todo lo ocurrido. Allí, en el pasillo, aguardando por él estaba el jefe.
―¿Y tú qué mierda quieres?
―Para empezar que no me hables en ese tono, o voy a empalarte con mis dos bastones. Porque sí, tengo dos. ¿Sí me entiendes? ―contestó con un tono agresivo, arqueando una ceja.
El referido se relamió los labios con descontento, desvió la mirada y se llevó las manos a los bolsillos. Nam-joon sostuvo la mirada para luego inclinarse y abrir unos segundos la puerta.
―¡Ah, Dios! ¡SÁQUENME DE AQUÍ! ―Se escuchó a Jin al otro lado, muy audible y escandaloso por demás.
El jefe cerró la puerta, se irguió y aclaró su garganta.
―¿Debo preocuparme? ―preguntó, señalando la puerta con sus ojos.
―No. He sido blando con él. Bastante. Tampoco quiero lastimarlo, él no es como nosotros, no tiene nuestra resistencia. Ah, eso solo me enfurece más.
―Siempre pasa lo mismo en esta temporada... no falla. Te pones más sensible que una zorra ninfomaníaca.
―¿De qué mierda hablas, Nam-joon-ah?
―Hablo de los miles de calendarios cuyos días no paras de tachar. Aquí no corre el tiempo, pero con que el día comience y acabe es suficiente para que hagas el recuento a tu manera.
―¡No puedes esperar que simplemente olvide lo que...!
―¡No tienes que hacerlo! Pero debes dejarlo ir. Déjate de joder ya y quema toda esa porquería dentro de ti de una manera más productiva, y deja de permitir que tu mierda te controle.
Nam-joon levantó una ceja y volvió a curiosear tras la puerta, escuchando a Jin gritar de igual o peor manera, y cerró después.
―Tranquilo. No lo voy a matar. Tengo planes para él, pero necesito calmarme primero.
―Ten buen sexo, hazte un masaje prostático, lo que sea.
―Sí, eso haré ―consintió, pasándose una mano por el cabello.
―Bien. Porque Melisa te está esperando.
―¡¿Mel está aquí?! ―exclamó, abriendo grande los ojos.
―Ya la conoces, ella siempre va y viene, de un lugar a otro. Está en tu alcoba ahora.
El receptor asintió repetidas veces y dejó ver una muy reservada sonrisa marcada en su rostro. Nam-joon se dispuso a marcharse, no sin antes propinarle una fuerte nalgada al pasar por su lado.
―Ah, mierda, ¿por qué tan duro?
―Por haberme respondido indebidamente; tan solo eres unos meses mayor que yo, no te creas con el derecho de ponerme ese tono ―expuso, haciendo eco de su voz por el pasillo.
El otro chasqueó la lengua y se dirigió a las escaleras, yendo un piso más abajo. Recorrió a paso lento las puertas hasta dar con la de su dormitorio. Abrió, entró y sobre su cama se encontró recostada boca arriba, completamente desnuda, a la susodicha.
―Hobi ―pronunció en un sensual susurro, levantando el cuerpo de las sábanas.
Su cabello corto y lacio se amoldó rápidamente, cayendo hasta un poco más debajo de sus orejas adornadas con pequeños aretes brillantes. Caminó en puntillas y meneando de manera atrevida las caderas hasta su persona, descansó sus manos sobre su pecho y depositó sus carnosos labios sobre los impropios, saboreándolo como su dulce favorito.
―No me dijiste que vendrías ―suspiró él, apegado a la boca contraria.
―Llegué hoy. ¿Me extrañaste? ―preguntó, bajando precipitadamente su mano a su entrepierna, apretando un poco.
―Ah... en demasía.
Ambos se miraron con lascivia, embriagados y juntaron sus bocas repetidas veces, llevando y trayendo al otro hasta abrir sus bocas y entrelazar sus lenguas con constancia y demencia; ella frotando sus genitales, él sus nalgas, apretando la carne entre sus delgados dedos y causándole un sutil cosquilleo ante el roce de sus fríos anillos.
Beso tras beso, con ese juego entre sus músculos húmedos, apegaron sus cuerpos, los estocaron con deseo, y jadearon cada vez más faltos de aliento.
Melisa abandonó despacio sus belfos, dejando un fino hilo salival entre ellos y se miraron con los ojos repletos de éxtasis. Ella sonrió, compartiendo algo de aire con él, hasta que lo tomó por la nuca y viajó hasta su oreja.
―Házmelo. Házmelo como me gusta. Como solo tú sabes ―dijo, y repasó la zona con su lengua.
Enganchó su dedo contra el primer botón de su camisa y tiró con fuerza, haciéndolos saltar y rebotar contra el piso, para abrirla de una sola vez. Hobi la sujetó del rostro, apartándola y mirándola fijo por un momento.
―No me rompas la ropa, preciosa. Ya hablamos de eso.
―Ups... ―expresó en un susurro áspero.
―¿Sabes lo que les pasa a las chicas malas como tú?
La fémina remojó sus belfos y negó lentamente con la cabeza, entonces él bajó su mano hasta su cuello, llevándola hasta la cama, donde la sentó y se quedó al frente, con sus piernas a los lados y las de ella en medio. Desprendió el cinturón de sus pantalones, quitándolo de un solo tirón, lo enroscó en su palma y posó sus dedos sobre su cintura.
―Abre el paquete, linda.
Ella accedió sin demora, desabotonó la prenda, bajó el cierre y las deslizó, liberando esa prominente erección que por poco se estampa contra su mejilla. Subió los ojos hacia él, quien le arqueó una ceja; no necesitaba más instrucciones. Y sin quitarse las pupilas de encima, Melisa acercó su lengua a la punta, rodeándola con sus labios, yendo cada vez un poco más profundo y humedeciendo su extensión. Con sus manos donde estaban y observándola minuciosamente, la respiración de Hobi comenzó a hacerse más pesada.
―Ah-ah. No uses tus manos, solo esa bonita e impertinente boquita tuya. ―La corrigió, viéndola acercar sus dedos al falo.
Una vez más lo obedeció al instante y apartó sus manos. Ho-seok posó una palma sobre su cabeza, apretando las hebras de cabello con las yemas de sus dedos y viajando hasta su nuca, tomando unos cuantos mechones en un puño y empujando con fuerza. Movió su cadera dando una primera embestida, para luego salir y volver a entrar con constancia, otorgándole poco tiempo para tomar aliento. Inclinó un poco su cabeza hacia atrás para así poder cogerse esa boca más a gusto y con afán. Ella, se sostuvo de sus muslos, apretando con sus dedos. Lo recibió todo dentro aun así, con alguna que otra arcada, tragó los fluidos que poco a poco comenzaron a acumularse y succionó con fuerza. La maldita era una experta, eso él lo sabía, y le fascinaba tanto como lo excitaba.
―Para ser una chica mala, eres... bastante dócil ―masculló entre suspiros, condecorándola con una embestida tras otra.
Continuó ese vaivén cada vez más frenético hasta que pudo sentir ese cosquilleo en el vientre, llevándolo a morderse de manera indeliberada el labio inferior. Seguidamente quitó su mano y le permitió alejarse.
―Usa esa linda lengua que tienes y hazme acabar de una vez ―expresó quedo, opaco y ronco.
Aquello había sido una orden que su chica no dudó en acatar, debió esmerarse pues no olvidó que solo le permitió usar su boca, sin embargo, ya conocía sus modos y era además muy habilidosa, por lo que no le tomó mucho trabajo hacerlo llegar como se lo pidió. Él volvió a tomarla por la cabeza, asegurándose de que lo recibiera todo, sin derrochar una sola gota. Con un último gruñido y una audible exhalación liberó lo último.
―¿Te gustó tu cena?
Melisa asintió con lentitud, agitada.
―Mucho. ¿Me vas a dar el postre ahora? ―le dijo, levantando una de sus manos y empezando a masajear su todavía firme miembro.
Hobi contrajo los músculos de su ceja por unos segundos. Pasó una mano contra su pelo, luego la otra.
―Ah... Pero ¿qué clase de anfitrión sería si no lo hiciese? ―dijo, inquieto, despojándose con arrebato de su saco, la camisa y dejando que cayeran al suelo.
La muchacha apartó su tacto y él terminó de quitarse los pantalones junto con la ropa interior, entonces apoyó una rodilla en la cama, que fue seguida por la otra. La chica se hizo hacia atrás, apoyándose con los codos y arrastrándose sobre las sábanas, a la vez que él descendía sobre ella, como un depredador a punto de devorar a su presa. Depositó su mano sobre su pecho, tanteando los huesos de su clavícula para después aplacar su cuerpo contra el colchón de manera un poco brusca. Se apoderó de su boca, enredando sus lenguas brevemente, despegándola luego poco a poco, con una última lambida a sus labios. Comenzó con un surco de besos, chupetones y mordidas que viajaron desde su mandíbula hasta sus pechos, donde estacionó sus manos, apretando uno de ellos y atendiendo la zona con su lengua, haciendo círculos, y deleitándose con esos gemidos que ella le brindó. Hizo exactamente lo mismo con el otro, sintiendo, mordiendo y jaloneando el duro metal que perforaba justo el pezón.
―¿Quién te hizo estos? ―indagó, sin detener su acción.
―Fuiste... ¡Ah! Fuiste tú, Hobi ―respondió, removiéndose entre las sábanas.
―Por supuesto que fui yo ―reafirmó, levantando el cuerpo y conectando sus ojos con los de ella.
Desenredó el cinto que todavía llevaba en su mano y golpeó las tetillas; ella gimió tan lastimero y placentero, arrugando las sábanas y contrayendo su cuerpo, que a su amante se le hizo agua a la boca. Insistió con ello hasta que sus pezones se enrojecieron, entonces hizo la «herramienta» a un lado y acercó dos de sus dedos a su boca.
―Chúpalos.
La vivaracha diablesa le sostuvo la mirada y los recibió en su cavidad bucal.
―Eso es. Humedécelos bien ―susurró, metiéndolos a fondo, casi rozando su campanilla.
Esos dedos, ahora bien empapados, los llevó hasta la entrepierna de su chica, presionando en su ya húmeda entrada con ellos, apretando, introduciendo uno, el otro, ambos, metiéndolos y retirándolos una y otra vez, generando un chapoteo en la zona, mientras que con su mano libre masajeó uno de sus pechos, arrebatándole unos suaves y dulces gimoteos, que lo encendían cada vez más. Y ya sin poder aguantarse separó más sus piernas. Utilizó sus dedos ya lubricados para remojar su falo e introducirlo de una vez en ella, dejando ir un jadeo en el proceso, curvando un poco el cuerpo hacia atrás. Se sentía divino para él después de tanto tiempo.
Una vez que lo tuvo todo dentro, empezó a moverse, testeando la zona hasta que ambos estuvieron más cómodos, entonces aumentó la velocidad y la rudeza de las embestidas, hasta llegado un punto donde no sabía qué cosa le excitaba más: si las paredes mojadas de su preciada Melisa, succionándolo con fervor, o el simple hecho de detenerse en sus ojos, viendo el desastre que lentamente estaba volviendo de ella. Las dos, definitivamente las dos. Hobi dejó escapar otro fuerte gruñido, descendiendo más sobre ella, quien levantó sus piernas, envolviendo su cadera. Las estocadas pasaron de ser rudas a ser violentas, agitando su cuerpo, haciéndola no gemir, sino chillar, apretando las sábanas entre sus dedos y entreabriendo su boca para dejar escapar suspiros, que acompañaban perfectamente a cada envión. Con otro afanoso jadeo por parte del chico, se encorvó más sobre ella. Sus venas sobresalían en sus brazos, sus manos y también su frente.
Llevó una de sus palmas a su cuello y aplicó presión, mientras que su pareja recorrió su espalda con sus dedos, clavando sus uñas sobre su carne, abriéndola y dejando que unos hilos de sangre escurrieran. Para este punto ambos gritaban, no solo de dolor, sino además de puro placer.
Dos profundas estocadas más y Melisa llevó sus manos sobre el brazo con el que todavía la asfixiaba por momentos. Una más, y dejó unos pronunciados rayones sobre su piel. Otra, y ambos abrieron sus bocas sintiendo que desfallecerían al instante siguiente. Ho-seok apartó su mano dejando cada una a la altura de su cabeza, apegó su frente a la de su chica y movió su cadera, yendo y viniendo vertiginoso para adentrarse, voluptuoso para menear y mover su miembro dentro de ella, raudo una vez más para salir y repetir el proceso hasta llenar su interior por completo. Los dos suspiraron, recobrando el aliento. Él relamió sus labios mordiéndolos después. Tomó a Melisa por la cintura y volteó su cuerpo, manteniendo en alto su cadera y la penetró de lleno sacándole un suspiro ahogado. Golpeó duramente otra vez, retrocediendo la marcha luego, dejando en el interior solo la punta, para empujar al momento siguiente hasta el fondo, comenzando un vaivén muy intenso y abrupto.
―¡Ah! Ho-Hobi...
―Ese no es mi nombre, preciosa ―murmuró, blandiendo su mano y marcando sus cinco dedos contra su nalga, dejándola roja.
―¡Ah! ¡Ho-Ho-seok!
―Vamos, ¿después de todo este tiempo no te sabes mi nombre completo? ―dijo, propinando una segunda nalgada en el otro cachete e hincando más a fondo en ella.
―J-Ju... Jung... Ho-seok...
―Ah... Mel... ―jadeó, tomándola por la nuca, bajando hasta el cuello y agarrando con fuerza.
Apegó más las caderas de ambos con otra fuerte embestida, luego bajó el torso y su cabeza, corriendo su cabello con su mano, acopló sus brazos junto a los de ella para sostenerse, y depositó sus labios en el pequeño hueso que sobresalía al inicio de su columna. Mordió y succionó la piel hasta dejar un notable hematoma.
―¡Ah! ¡Ah! Ho-seok... Ho-seok...
―Sí, soy yo preciosa, Ho-seok. El que te coge como te gusta ―murmuró, pegado a su oreja, mordiéndola después y empujando con otra fuerte estocada.
Al escuchar su alarido y sentir su cuerpo entero estremecerse terriblemente sonrió con satisfacción. Su querida Melisa había llegado al orgasmo. Descendió, mordiendo también su mejilla, dejando otra marca violácea. Sus movimientos fueron más rápidos entonces hasta que con un clamor finalmente fue su turno de llegar, dejando escapar un suspiro que acompañó a los últimos empujones, bajando la velocidad hasta detenerse y salir de su interior con lentitud.
Acabó desplomándose boca arriba al lado de su fémina preferida, observando cómo su torso se movía frenético todavía, haciéndolo subir y bajar. Hobi la miró en silencio, contemplando el cabello pegado a su frente por el sudor, el mismo que él compartía, y con sus dedos se entretuvo apretando sus gruesos labios colorados.
Quería sonreírle y decirle lo hermosa que se veía a sus ojos, pero no lo hizo; algo en su interior punzó y lo cohibió de ello.
―Así que... ¿Dices que Jung-kook te da problemas? ―indagó entre suspiros.
―El infeliz es imposible.
―No lo es. Lo que pasa es que no estás prestando atención.
―¿A qué te refieres?
―Lo he visto y me he percatado de cosas.
―Habla ya. ―Sonrió de lado, curioso.
Ella lo llamó con su dedo para que se acercara, entonces le susurró al oído.
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