Capítulo 4: Castigados

Después de tanto alboroto, Seok-jin por fin logró conciliar el sueño, descansando largo y tendido, envuelto entre las sábanas de esa cómoda cama que le había sido otorgada.

En aquel «plano», si se lo podía llamar así, no existía tal cosa como el amanecer o la luz de día, y la llovizna suave tampoco cesaba jamás. Era un perpetuo panorama nocturno, donde las sombras danzaban libres, depravadas, macabras, rebeldes, por diestra y siniestra. Viviendo por y para el vicio, la perdición y la concupiscencia.

Tampoco preexistía el correr del tiempo, ni relojes que indicasen el paso de las horas. Por esa razón, y en su lugar, para comenzar una nueva jornada en "El infierno en la tierra", un pitido resonaba por todo el edificio en el preciso momento en el que el jefe abría sus ojos. Eran exactamente tres agudos chillidos y luego su voz:

―Despierten, pestilencias exiliadas del averno. Esta es otra noche para mostrar su valía, y larga vida a nuestra eterna jerga infernal ―comunicó, con una voz imponente, tosca y explosiva.

Su «saludo» de todos los días. Resonó por cada piso, cada rincón del lugar, y después de eso, un rock pesado invadió la edificación por completo.

―Ah... pero ¿qué carajos...? ―balbuceó Jin, con una voz rasposa y apenas perceptible.

Unas luces artificiales iluminaron cada habitación, casi dando la ilusión de que no era de noche, ayudando poco a poco a generar movimiento en su gente.

―Ah, maldita sea... ¡V! ―bramó Nam-joon, de pie detrás del escritorio de su oficina. Se llevó una mano al rostro y restregó sus ojos con fuerza.

El referido se apareció a los pocos segundos, asomando la cabeza por medio de un vórtice.

―¿Me llamaste?

―V, sé un buen hijo de puta y tráeme algo para esta maldita resaca, ¿quieres? ―Solicitó, caminando hacia la puerta que conectaba con su dormitorio.

Al estar desnudo, su colega divisó su espalda expuesta con unas cuantas laceraciones sobre su bronceada piel, varias de ellas siendo prácticamente rayones por donde corría algo de sangre.

―¿Quieres algo para eso también?

―No, no. Tomaré una ducha sin más.

―Te dolerá.

―No importa, me gusta cuando duele. Me excita bastante. ―Se rascó un poco la nuca.

Y con ello, V hizo un gesto con su mano y se retiró a la tarea.

Al mismo tiempo, Seok-jin todavía refunfuñaba entre las cálidas sábanas, pero en cuanto quiso mover el cuerpo se encontró a sí mismo restringido. Entreabrió los ojos, adquiriendo algo más de vigilia. Sintió un peso en su nuca que lo empujaba, y el torso, así como las piernas, bastante apretados, como si estuviera entrelazado por cuerdas. Uno de sus brazos estaba desplomado sobre la almohada, mientras que el otro, bajo las cobijas, lo desplazó hasta palpar algo suave y peludo pegado a su abdomen, y en el momento en que sintió una risilla sus ojos se abrieron como los de una lechuza e, inundado en pánico, apretó la tela y la desplegó hasta sus tobillos de una sola vez.

―Buenos días, Jinnie ―lo saludó Jimin. Levantó la cabeza hacia él con una cálida sonrisa y todavía rodeaba su cintura con sus brazos.

―Oye... me destapaste.

Jin llevó nervioso sus pupilas hacia atrás, encontrándose con Ho-seok pegado a él, con sus brazos apretando su pecho, y sus piernas, al igual que las de Jimin, entrecruzadas entre sí. Seok gruñó y cerró los ojos, exhalando con fastidio, solo para inhalar profundo después.

― ¡¿QUÉ MIERDA HACEN METIDOS EN MI CAMA?!

No consiguió abarcar todo el edificio como el anuncio del jefe, pero sí cubrió el quinto piso completo al menos. No obstante, lejos de haberse retirado tras aquel grito, Hobi permaneció sentado en medio del colchón con un dedo metido en su oreja, verificando que su audición no se hubiera dañado, mientras que Jimin masajeaba su cuello con pereza.

―Ay no te enfades, Jinnie. Irradiabas mucho calor y no nos pudimos resistir.

―Es verdad. No dormía con tanta calidez desde la última vez que vi a Meliza.

―Necesitamos una orgía ―propuso Jimin. Peinó un poco su cabello con sus dedos.

―Organizaré una ―apeló de inmediato su compañero.

Seok los observó de pie frente a su cama, frunciendo varios músculos en su rostro, en una mezcla de incredulidad y deseos de no saber detalles al respecto.

―¿Será que pueden irse a planear su "jolgorio" a otra parte?

―Oh, ya tenemos todo el bacanal planeado, descuida.

El mayor curvó un poco su cuello así como su espalda, dejando escapar un rasposo suspiro lleno de hastío. Abrió la puerta de un tirón, y aprovechando que estaban en el mismo piso, vociferó ahí mismo en el marco:

―¡Nam-joon! ¡Nam-joon-ah! ¡Estos pervertidos están molestando otra vez!

Los receptores se miraron entre sí con una seriedad perniciosa. Ho-seok lo apresó por detrás, cubriendo su boca y junto a Jimin lo empujaron al interior de la habitación, volcándolo sobre el colchón.

―No nos puede castigar de nuevo. Mi culo sigue resentido ―murmuró Jimin, arqueando una ceja.

Con más enfado y exaltación todavía, Jin apartó la mano de Hobi y exclamó una vez más:

― ¡Entonces lárguense de una vez!

Su rostro estaba enrojecido y en su cuello sobresalía una gruesa vena.

―Ya nos vamos, ya nos vamos ―dijo Ho-seok, con sus manos en alto y a la vista. Luego le dio unas palmaditas en el pecho.

Junto a su compinche le quitaron las manos de encima, se levantaron y cruzaron la puerta. Seok, quien se mantuvo apoyado con los codos, aflojó todo el cuerpo dejándose caer sobre las sábanas, inflando los cachetes, respirando profundo y mirando el techo. Y justo cuando comenzaba a recobrar algo de paz, sintió que golpeaban a su puerta.

―¡¿Ahora qué?! ―exclamó irritado y subiendo la cabeza.

Min Yoon-gi estaba de pie frente a la puerta, descalzo, vistiendo una bata de dormir, con unos pijamas debajo, y por supuesto, su gato blanco y gris posado en su hombro. Jin cambió su semblante de inmediato, sorprendido. ¿Qué podría querer de él?

―¿Puedo hablar contigo un segundo?

―Sí. ―Se enderezó y permaneció sentado ―. ¿De qué se trata? ―añadió, con un tono mucho más cordial y juntando sus manos.

―Tengo que rapear esta noche en el escenario. Necesito a alguien que me toque ―expuso, con sus manos en los bolsillos. Avanzó además unos tímidos pasos hacia él.

―¿C-Cómo? ¿Alguien que te toque?

―El piano, idiota.

―¡Oh, claro! Claro.

―¿Qué pensabas? ¿Querías tocarme a mí? ―indagó socarrón, en conjunto con una ceja en alto y una media sonrisa un tanto lasciva.

―No, no. ―Lo miró un instante y luego desvió la mirada con vergüenza.

―¿Estás mirando a mi gato? ―preguntó. Su lujuria se volvió inquina en un instante. Entrecerró los ojos y apretó su puño a la altura de su hombro.

― ¡No, Dios, no! ―exclamó alarmado. Levantó los brazos y se cubrió ―. Tocaré el piano, sí. Te ayudaré ―confirmó.

Al correr despacio sus extremidades, se encontró con una expresión mucho más relajada. Él incluso le sonreía.

―Cuando bajes para cumplir con tu trabajo en el bar, acércate al escenario para que te muestre lo que quiero que toques. Dejaré una partitura si lo necesitas, para que no vayas a equivocarte.

―E-Está bien. Gracias. ―dijo, e inclinó un poco la cabeza.

―Gracias a ti por aceptar ayudarme.

Yoon-gi rio entre dientes, y logró contagiar al muchacho frente a él, aunque permanecía tenso todavía.

―Recuerda que también debes divertirte ―agregó, aún con la mueca en su cara que dejaba ver su reluciente hilera de dientes ―. Y si por azar no das con la nota ¡te mato!

El joven añadió aquello último con un ímpetu extraño, y dejó salir una breve carcajada, que Seok-jin adoptó, sin embargo, al instante siguiente se mostró sumamente serio. Subió su puño amenazante otra vez, lo que acalló las risas en un santiamén y lo obligó a cubrirse de nuevo con sus brazos por el susto.

―Que sujeto más raro ―musitó Jin en la soledad de su cuarto, con una estupefacción particular marcada en su rostro, que le impidió incluso la labor de parpadear.

Más tarde, ya con las luces del ambiente un poco más bajas, luego de haberse aseado y vestido apropiadamente, Jin se dispuso a abandonar su habitación y dirigirse a la planta baja. Empero, con los primeros pasos que dio por el corredor sintió un llanto tenue que, al girarse y caminar en dirección opuesta, notó que se volvía más fuerte. Provenía de una de las habitaciones, la que menos le gustaba de todas en ese piso, la que evitaba siquiera cruzar o mirar de cerca, cuando debía dirigirse hacia la oficina de Nam-joon. La "sala de castigos". Y sorprendentemente, en esta ocasión, la puerta de madera vieja cuan mazmorra, se hallaba abierta de par en par.

Tragó saliva y apoyó su mano en la pared. Se animó, con mucha cautela y sumo cuidado, a asomar la cabeza. Allí, en medio de la espaciosa habitación de paredes en color vino y suelo de cerámica bien pulido, con una buena imitación de madera, había un caño de bastante grosor, y colgando de él, prensado por las muñecas con unos grilletes, estaba un joven de cabello negro, con la cabeza a gachas, sollozando.

―¿Jung-kook-ah? ―preguntó incrédulo.

―¿Jin-hyung? ¿Eres tú? ―le respondió al alzar la cabeza, que dejó ver la punta de su nariz enrojecida y sus ojos vidriosos.

―Sí. ¿Qué te pasó? ¿Cómo terminaste aquí?

―Hobi-hyung me atrapó. Me dejó aquí para esperar mi castigo.

Jin chistó y meneó la cabeza. Sabía de sus bribonadas, así como las intenciones de los demás por castigarlo, sin embargo, no podía evitar sentir lástima por él, mucho menos al verlo tan compungido.

―Ayúdame hyung, ¿sí? ―le pidió, esnifando un poco.

―Ah... no lo sé, Jung-kook-ah. No quiero problemas, yo-

―Por favor. Hobi-hyung me da miedo cuando está enojado. No dejes que me castigue.

El mayor exhaló aire con pesadez, apretó los dientes e hizo un poco hacia atrás la cabeza con irresolución.

―Mira. ―Señaló con su dedo índice ―. Ahí están las llaves ―agregó. Acercó su cara a su muñeca y limpió las lágrimas con el puño de su chaqueta.

Seok giró la cabeza hacia atrás y justo a un lado del marco de la entrada había una pequeña hilera de ganchos con varias llaves.

―Son las doradas del medio. Tómalas y nos esfumamos los dos de aquí.

El muchacho sacó la cabeza fuera del cuarto esta vez, asegurándose de que no hubiese nadie y regresó después la vista hacia Jung-kook. No estaba para nada seguro, pero lo que sí sabía con certeza era que no podía marcharse tan tranquilo y dejarlo ahí; él simplemente no era así. Arrugó los labios y sin quitarle los ojos de encima, descolgó el pequeño manojo de dos llaves y despacio se acercó al chico. Pero justo antes de que la pieza dorada rozara tan siquiera el hierro, lo que más temía ocurrió.

―¿Qué estás haciendo, Jinnie?

Gélido y blanco como un papel, el aludido se dio la vuelta, encontrándose a Jimin muy bien posado contra el marco de la puerta, de brazos cruzados y una rodilla en alto. Movió sus dedos con delicadeza, saludándolo, en conjunto con una dulce, aunque ligeramente sicalíptica expresión en el rostro.

―Chico malo. ¿Intentando liberar a un castigado? ―manifestó en tanto se enderezaba y aproximaba a paso lento hacia él.

―Yo... ¡Puedo explicarl-!

―Sé que sí. ―Le cortó el habla con la suya, y posó delicadamente una mano sobre su hombro ―. Lo sé. ―Amplió la sonrisa en su rostro.

Lo siguiente que se escuchó fue un fuerte y rechinante portazo que creó una breve corriente de aire. Ahora había un segundo confinado colgado, justo al lado del primero. Seok-jin dejó caer la cabeza, exhaló un gran caudal de aire y maldijo su infortunio, aunque sin el menor remordimiento por haber querido darle una mano a Jung-kook.

―Lo siento, hyung. Te atraparon.

―Olvídalo ―le hizo saber, negando con la cabeza.

Inspiró nuevamente y se enderezó. Fue entonces que sus curiosos ojos danzaron con lentitud de un extremo al otro, encontrando cosas ahí dentro que lo ponían cada segundo más nervioso y aceleraban sus latidos. ¿Pretendían "castigarlo" haciendo uso de algo de aquello? ¿De todo? Con solo pensarlo un escalofrío se apoderaba de su espina dorsal.

Dicho por Jung-kook, la habitación estaba insonorizada ahora que estaba cerrada, por lo que podrían gritar por horas y nadie escucharía el más mínimo ápice de sonido; las habilidades especiales de los demonios tampoco funcionaban ahí y ningún vórtice podría ser abierto de ningún modo, motivo por el cual el muchacho decidió fijar la mirada solo en la puerta a esperar por un milagro. Y dicho milagro ocurrió cuando la tabla se separó del marco, dando paso a Taehyung quien detuvo su silbido, congelándose ahí mismo al ver a los dos desafortunados encadenados.

Haciendo honor a su nombre, el chico venía a recoger la basura del pequeño cesto ubicado al lado de la entrada.

―¡Ah, gracias a Dios, Taehyung-ah!

―V, mi buen amigo, ayúdanos a salir de aquí, ¿quieres?

―¿Para que me metas en problemas? Olvídalo, Kookie.

―¡Vamos! Te la chuparé después si quieres.

―Tentador... ―Posó su mano bajo su mentón y giró despacio sus pupilas ―. No, no, no. No caeré otra vez en tus juegos, Jeon Jung-kook. ―Frunció el ceño.

―¿Pero qué dices? ¡La última vez te gustó!

―Ay por favor, tú te dormiste, ¡te dormiste!

―¿Cómo puede alguien dormirse en medio de eso? ―comentó Jin, entornando los párpados, no cabiendo en su asombro y duda.

―Había sido un día largo.

―Ahórrate tus excusas. Ayudaré solamente a Jin-hyung, porque creo que canta bien y es noble. ―Agarró las llaves.

Sin embargo, justo antes de que el objeto alcanzara el cierre del grillete en su muñeca, un carraspeo se escuchó a su espalda. Taehyung se detuvo en seco y volteó. Jimin, como buen guardián, estaba ahí nuevamente.

―Taehyungiee... ―canturreó con un tono suave.

El referido ni siquiera se molestó. Tan solo aflojó el cuerpo, dejó caer los hombros y llevó las pupilas al techo. Con otro fuerte portazo se despidió de ahora los tres colgados en la habitación.

―No puedo estar aquí, debo bajar a trabajar. No quiero ser castigado, ¡ni siquiera hice nada! ―refunfuñó el mayor de los tres.

―Si no bajas, posiblemente Nam-joon te castigue por eso también ―comentó Jung-kook.

―Cállate, lo vas a asustar.

―¿Asustarlo? ¿No ves dónde estamos ahora? ―le respondió a su compañero al otro extremo ―. ¿Ves esos muebles de allá, hyung? Están repletos de juguetes sexuales, que seguramente prueben con nuestros dulces anos.

―¡Oh Dios! ¡No!

―Tú no sabes eso, Jung-kookie-ah. Por cierto, hyung. ¿Ves esa cruz allá en la pared? No es decoración. Ahí es donde te amarrarán de espalda y con las nalgas al desnudo para azotarlas hasta el cansancio.

― ¿Azotes? ―intervino Jung-kook, aplacando una ceja y realzando la otra.

―Siempre empiezan con los azotes, ¿no?

―Creo que voy a desmayarme ―expresó Jin con malestar.

―Si eso pasa tienen picanas eléctricas para despertarte ―añadió Taehyung.

―Sí, justo en las pelotas. Muy efectivo.

―Es todo, me largaré de aquí aunque me deje las muñecas. ―expuso el mayor, levantando las piernas, subiéndolas y rodeando el caño con ellas. Tiró fuertemente de las cadenas, aunque nada consiguió con ello.

―Qué atlético eres, hyung ―aduló Jung-kook.

―¿Quieres saber para qué es ese sillón que está allá, hyung?

―Ya no hablen ―emitió abatido.

Conforme pasaron los minutos, Jung-kook se sujetó con solidez del tubo que los contenía con ambas manos, y empezó a levantar y bajar las piernas juntas para ejercitar sus abdominales bajos, mientras que V se aferró a sus cadenas y comenzó a dar vueltas sobre su propio eje y silbar bajo. Y en medio de ese par, sin entender cómo es que podían estar tan calmados, se hallaba Seok-jin, con su cerebro quemado, humeando, arruinado de tanto maquinar todo lo que podrían llegar a hacerle. Cabizbajo y con maldiciones de por medio, no solo hacia su infortunio, sino su existencia a merced de demonios. Sonaba tan loco en su cabeza.

Al momento siguiente, la puerta se abrió lentamente. Jin abandonó de inmediato su nuevo e inútil intento de zafarse y observó en silencio. Detrás de la madera la figura de Ho-seok se dejó ver. Paseó la mirada de un lado a otro y ensanchó una sonrisa en su impecable rostro.

―Vaya, vaya, vaya... dejé solo a un revoltoso aquí y ahora que he vuelto me encuentro con tres. Pero ¿qué voy a hacer con ustedes? ―Se llevó una mano sobre los labios, entrecerró los ojos y ladeó un poco su cabeza con encanto.

― ¡Yo no hice nada! ¡Soy inocente! ―gritó el mayor.

El aparente verdugo arqueó ínfimamente hacia arriba las comisuras de los labios, dejando ver por un momento dos pequeños hoyuelos, a la vez que dio una muy ligera pestañada, como si fuese ademán para esconder irritabilidad. Se aproximó al dueño de las palabras y le dijo, con mucha calma:

―Eso lo decidiré yo, Jin-hyung. Jung-kook-ah. Deja de jugar y ven para que te haga la perforación que me pediste.

―Oh, sí. Claro. ―respondió, abrió los grilletes que tenía puestos, los cuales jamás habían estado sellados bajo llave en primer lugar, abandonó la cadena y siguió a su hyung.

Ho-seok tomó asiento y le acercó un banquillo a Jung-kook, que ocupó frente a él. Arrimó luego una bandeja de plata, sobre un soporte con ruedas, con variedad de herramientas pequeñas: pinzas, agujas, tijeras, entre otras.

Taehyung estaba sorprendido, pero Seok-jin... Sus ojos estaban saltones como los de un pez, y su pecho estaba agitado como las aletas de uno fuera del agua.

―¡Hijo de puta! ¡¿Quieres decir que estuviste libre todo este tiempo?!

―Vaya, ¿con esa boquita besas? ―preguntó Hobi, mientras hurgaba entre los utensilios.

―Ya debe estar corrompido ―comentó el menor de todos, con una sonrisa ladina en el rostro con la que dejó ver y lucir unos enternecedores dientes de conejo.

―Jung-kook, ¡arriesgué mi pellejo para intentar ayudarte porque no podía verte sufrir ¿y me jodes de esta manera?! ¡¿Cómo has podido hacerme eso? ¡Eres el diablo! ¡Niño malo y desvergonzado!

Seok estaba rojo, venoso y a medida que la velocidad en su discurso se precipitaba, se quedaba sin saliva y aliento. Tal vez incluso hasta sería capaz de escupir fuego sin más.

Después de hacer la perforación en su oreja y colocar el arete, Jung-kook ya era libre de marcharse, como lo había sido desde un indicio.

―Me sorprendes, JK. ¿Cómo atrajiste a estos dos aquí? ―indagó Ho-seok en tanto se ponía de pie y se cruzaba de brazos.

El chico se detuvo frente al hueco de la puerta y se giró hacia los tres.

―Fingir que lloro. ―Ensanchó una sonrisa.

Taehyung bajó considerablemente las comisuras de sus labios y asintió varias veces, pensando que había sido una buena jugada. Por otra parte, Seok-jin tenía una contracción nerviosa en uno de sus párpados, como si fuese a estallar en pedacitos ahí mismo.

―Sí, oyeron bien, ¡fingir que lloro! ―se regocijó el pequeño demonio ―. Puedo hacerlo como un actor de primera. ―dijo, y se picó un ojo dejándoselo lloroso ―. Ah, ¡pero qué triste estoy! ―dramatizó a la perfección mientras se alejaba hasta perderse de la vista de los otros.

―Bien hecho, Kookie ―halagó V con las cejas en alto.

―¿Bien hecho, Kookie? ¡Voy a matarlo cuando salga de aquí!

Hobi meneó la cabeza y se dio la vuelta hacia los otros dos que todavía colgaban ahí.

―Y bien... respecto a ustedes...

―Chúpame el pie, Ho-seok ―expresó Jin sublevado, así como con arrebato y fastidio.

―Bueno, si quieres...

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