Capítulo 25: Rescate
Seok-jin jadeaba con una fina capa de sudor en su frente. La mordida en su cuello, que todavía segregaba sangre, dolía; pequeños trozos de la piel se habían levantado por causa de los afilados dientes de ese maldito demonio que se regocijaba con su dolor.
Su agonía fue a mayores cuando le tocó ser testigo de cómo había levantado del piso a Lizz, donde se había quedado inmóvil después de aquel espantoso bofetón, y comenzó no solo a besarla, sino también a manosear todo su cuerpo con desquicio. Por supuesto Jin no se quedaría callado, sin embargo, al ver la devolución en los ojos de la chica, que meneó ligeramente la cabeza, comprendió que no le convenía hacer nada. Aquello no era nada nuevo para ella, por lo que solo debía dejar que siguiera su curso hasta que el maniático estuviera satisfecho. El muchacho tenso cada músculo de su cuerpo, preso de un cólera ferviente y una impotencia inenarrable. Era simplemente inaudito. Y aunque quiso apartar la mirada sin más, el muy mórbido le dejó expreso que si quería que se detuviera tendría que observar. Y Seok, casi al borde de un lagrimeo decidió ceder y hacerlo, entonces se detuvo, después de unos minutos que parecieron ser eternos.
Todo porque no había respondido de manera diligente a su pregunta: «¿Sabes cuánto puede estirarse la lengua de un demonio adulto y poderoso, Seok-jin?». «N-No... lo sé... No lo sé...», respondió entre suspiros. El malvado lo tomó por los cabellos y realzó su rostro, obligándolo a mirarlo. «Tres, Seok-jin... Hasta tres metros», le contestó con su rostro encimado al impropio y dejando tres dedos en alto.
Incluso si lo hubiera intentado no habría dado con la respuesta correcta, o la que ese maldito buscaba. Si por mera suerte lo conseguía, seguro el desgraciado se encargaría de retorcer todo a su antojo con tal de ponerle las manos encima con cizaña. Justo como comenzaba a hacerlo ahora, pues abría su mandíbula y esa lengua asquerosa empezaba a emerger y alargarse hacia su rostro, que de inmediato corrió, pero claro, el demonio lo atrapó con un rudo apretar de su mano.
Lizz trató de llamar su atención para que lo dejara en paz, pero solo se ganó una golpiza como respuesta. Y luego de dejar a la pobre colgada por las manos a una pequeña cadena contra la pared, volvió a lo suyo, con aquel chico que lo tenía tan hambriento.
Jin oprimió los labios así como los párpados por pura inercia. Astarot levantó una de sus comisuras en una tétrica sonrisa de lado y decidió ocuparse de su oreja, lamiendo y relamiendo cada curva con persistencia, usando solo la punta de su sinhueso, para ocasionarle más escozor. La piel del chico se erizó al instante, dejaba escapar pequeños quejidos entre dientes. El tacto era frío y húmedo, y lo peor de todo era que esa zona podría ser estimulada. No quería. No quería en absoluto.
Sintió a continuación el peso de la mano adversa contra su pecho, y con ello un siseo cercano a su rostro que lo estremeció.
―Puedo sentir ese joven corazón tuyo... latiendo como un loco bajo tu piel, Seok-jin ―masculló con un aire de perversidad.
Muy despacio, levantó su prenda y con su frío tacto corrosivo escudriñó esa suave y cálida dermis.
―¡No! ―Protestó Jin.
Sus músculos se contrajeron con repudio, mas Astarot sonrió con deleite y ascendió con su palma, sus dedos, por toda la extensión de su abdomen, hizo un círculo alrededor de su ombligo con las yemas, y continuó en ascenso, palpando sus costillas hasta que se estacionó sobre la zona de su pectoral. Ahí, volvió la punta de su falange un filo con el que punzó justo sobre ese pezón ya erizado.
―¡Por favor, no! ―Exclamó, removiéndose como pudo para huir de sus manos, tirando a la vez de sus muñecas y tobillos, incluso sabiendo que no conseguiría soltarse.
Astarot lo tenía atrapado entre sus brazos. Con aquella pezuña larga y afilada que era su dedo ahora, penetró la tela de su camiseta e hizo un tajo lo suficientemente alargado para que su pezón quedara al descubierto. Ni lento ni perezoso, alargó su lengua una vez más, apropiándose del área. Con el primer roce Jin por poco grita por pura desesperación al no poder evitarlo, dejó escapar un «no» más de una vez, suplicó incluso, pero fue inútil, no se detuvo, sino que continuó, humedeció toda la zona y jugó con la punta de su lengua, gozando de cada diminuto suspiro. Ante una nueva súplica, el demonio llevó su mano de su quijada hasta sus mejillas y con descaro, sin la menor delicadeza, introdujo dos de sus dedos en su boca a fondo, y los oprimió contra su lengua, escuchándolo gimotear, aunque al momento siguiente viró su rostro hacia el propio.
―Deberías agradecer que no he metido mi lengua en esa dulce boquita tuya, chico... ―musitó con un tono y mirada intimidantes.
Volvió a dirigir su sinhueso a la zona, sacándole unos cuantos suspiros. Enterró más sus dedos dentro de su boca, casi hasta los nudillos y saboreó además cada gemido que le arrebató. Jin apretó con fuerza los párpados, los dedos contra sus palmas, así como los de sus pies; más no podría hacer aunque lo intentara. El demonio quería tomarse su tiempo y comérselo despacio.
Lamentablemente para él, la tortura no concluiría en eso. El cruel demonio templó un látigo de tres colas entre sus manos con sus ojos mirando fijo a los del muchacho, y la firme idea de buscar sus gritos. Lo consiguió con el primer azote, aunque Seok logró reprimirse para no soltar un alarido a pleno. Con los siguientes golpeó su abdomen y muslos (pasándose de entusiasmo en dos ocasiones, rajando la tela de la playera), consiguió llevarlo mejor, conteniendo la respiración y exhalando después.
―¿Por... Por qué mierda estás tan obsesionado con los gritos...? Sádico hijo de puta ―dijo entre suspiros, agitado y asustado a partes iguales.
Astarot sonrió con malicia, dejando que el látigo se escapara entre sus dedos y cayera al piso. Caminó hasta el chico, agarró un poco de su cabello entre sus dedos realzando su rostro, que violentamente giró a un lado para llegar a su oreja, y susurró la respuesta a su pregunta, dejándolo gélido, con los ojos bien abiertos y la respiración acelerada. Muy despacio giró sus pupilas hacia él, mientras lo soltaba y se apartaba. Mientras mantenía esa sonrisa macabra y engreída. Caminó entre los instrumentos de tortura como si se encontrara en una feria, hasta detenerse frente a una mesa rectangular de madera. Levantó su pierna y la empujó con rabia a unos pocos metros de donde se hallaba el muchacho apresado. Tanto él como Lizz dieron un sobresalto a sus cuerpos, al escuchar el sonido que el objeto hizo al desplazarse con rudeza; era sin duda muy pesado.
Jin notó una serie de ganchos a ambos lados de la mesa, en los bordes, pero no antes de abrir palmariamente sus ojos y detenerlos en las tachuelas que poblaban toda la superficie. Lo siguiente que vio fue al demonio aproximarse a paso acelerado, entonces su respiración se entrecortó. Al quedarse junto a la mesa, Astarot le dedicó la mirada, luego la dirigió hacia la tabla.
―Vamos a ver... ¿Opción número uno? ―Tocó el objeto desde la parte de abajo―. ¿U opción número dos? ―dijo, empujando su mano hacia arriba y dando vuelta la madera, donde se hallaba una parte llana.
Volvió a mirarlo y meneó la cabeza, pensándoselo muy bien.
―Nah... No debo olvidar que no eres como nosotros. Eres... una criatura frágil... Seok-jin. ―Ensanchó una sonrisa en su pálido rostro, pernicioso.
Oprimió un interruptor para que la mesa se mantuviera fija. El chico tragó en seco, con su cuerpo tiritando.
―O-Oye, ¿n-no prefieres que te cuente otros chistes? ¿Y-Ya te conté el de las vacas? ¡No, por favor! ¡POR FAVOR! ―Exclamó con fuerza, aunque sin ser tan audible. Ahora que lo sabía, menos que nunca se le ocurriría gritar.
El maligno se acercó a remover las cadenas del chico, con un ansia perversa por dar su siguiente paso.
Al mismo tiempo, los muchachos del jefe ingresaban al hall principal del castillo, después de haber pasado una ferviente barrera de espectros malignos, almas en pena, condenadas y que jamás podrían escapar del lugar.
La estructura era tan amplia y tétricamente deslumbrante que casi conseguía marearlos al alzar sus cabezas.
―Muy bien, antes de avanzar... ―Inició Taehyung, aunque fue interrumpido en el acto por Jung-kook.
―Será más rápido si nos separamos, ¿no? ―Tomó la iniciativa ―. Ahora, los nombres claves: Yo seré zorro uno, V es zorro ocho, Jimin zorro doce, Hobi-hyung zorro veinticinco y Suga-hyung zorro uno. ―Señaló con el dedo a cada uno conforme los mencionaba.
―Eres un idiota ―espetó este último por lo bajo.
―Descuida, Kookie. Yo sé hacia dónde dirigirnos. ―Le dio una suave palmada en el hombro.
―Perfecto, entonces abramos un vórtice directo a la ubicación de Jinnie ―propuso Jimin, tratando de abrir uno ahí mismo, pero nada ocurría.
―Astarot adaptó su morada para que solo sus habilidades puedan ser utilizadas aquí.
―Ese hijo de perra. ¿Entonces qué? ―Inquirió Ho-seok, cruzándose de brazos.
―Tendremos que movernos por pie propio y con mucha cautela. Solo síganme.
―Yo me quedaré aquí ―declaró Yoon-gi, sacando su caja de cigarrillos del bolsillo trasero de su pantalón negro ―. Griten cuando vuelvan y estaré listo. ―Desveló su encendedor dorado que dejó oír un chasquido al abrirlo.
No obstante, Ho-seok se adelantó, chasqueando sus dedos y le otorgó fuego que el rapero aceptó y encendió el cilindro de nicotina.
―Por favor, no nos vayas a fallar, hyung. ―Le sostuvo una mirada seria y desafiante que el otro devolvió sin vacilar, y dio una calada.
―No lo haré, Hoba. ―Hizo hacia atrás la cabeza y expulsó el humo ―. No lo haré. ―Se enderezó y volvió a mirarlo.
Dicho aquello, los cuatro se marcharon a paso apresurado, con Taehyung yendo a la cabeza e indicándoles el camino.
Para entonces, Jin ya había sido postrado boca abajo sobre aquella gruesa mesa de madera. Sus muñecas habían sido sujetadas a una cadena mucho más corta esta vez y unidas a uno de los ganchos metálicos de abajo, una pegada a la otra, a unos pocos centímetros sobre su cabeza. Sus piernas fueron más espaciadas la una de la otra hacia los extremos y restringidas por los tobillos del mismo modo. De nada sirvió suplicar, mucho menos luchar, aunque lo intentó, ganándose un impacto contra su pómulo, abriéndolo y haciéndolo sangrar levemente, previo a ser amarrado.
Después de dar unas vueltas a su alrededor, contemplando y aspirando el miedo de su víctima, Astarot dio un breve salto, subió a la mesa y posicionó sus pies a los lados del torso. Jin ladeó la cabeza, más intranquilo que nunca. Con una sonrisa maquiavélica el adverso empezó a inclinarse sobre él. Descansó una de sus rodillas a la altura de sus costillas sobre la tabla, mientras que la otra la mantuvo en alto, apoyándose solo con la suela de su bota. Dio una palmada sobre la espalda del chico, causándole un breve sobresalto en compañía de un jadeo con susto; el demonio se relamió los labios. Sin lugar a dudas, este ejemplar iba a saberle a gloria.
«¿Seguiría valiendo la pena resistir todavía a estas alturas? ¿Realmente Nam-joon y los demás vendrían por mí?», pensó. Mantuvo sus párpados unidos con su cabeza hecha un lío y su cuerpo un manojo de nervios. No debía gritar, era todo lo que tenía claro, sí, pero... ¿Y luego?
Al instante siguiente, sintió el toque del demonio sobre su cabeza. Con su mano se apoyó y se encorvó, acercando sus labios a su oreja.
―Los muchachitos de Nam-joon no deben demorar en llegar aquí. Es bueno que les hayamos brindado el tiempo suficiente, ¿no crees... Seok-jin?
Y con esa declaración el aludido abrió los ojos de par en par. Ese hijo de puta, ¿acaso le leyó la mente? Y lo que era peor «hayamos brindado tiempo». ¿Entonces había sido su plan desde el principio? ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Y si era una cruel trampa?, ¿y si jamás hubo salvación desde un indicio? Se sentía tan perdido, abrumado y jodido ahora mismo. Su cabeza sobrecargada palpitaba, pero no tanto como su pobre corazón. Y solo fue peor cuando sintió los dedos adversos jugar con su pelo. Bajaron por su nuca, surcándola bien con esos dígitos, provocándole escalofríos, y al encontrarse con el cuello de su camiseta hizo aparecer las cuchillas. Comenzaría. Apoyó la punta de su ahora afilado falange y deslizó feroz y de una sola vez hasta casi el fin de la espalda, rompiendo la fibra de la tela y abriendo la carne. Jin gimoteó audible, y se detestó por ello, pero no pudo evitarlo por lo repentino, la dolencia, el ardor. El rugoso surco se volvió rojo rápidamente y de las pezuñas del demonio escurría un hilo de sangre que no demoró en degustar.
―Eso es, pequeño. Sigue así y regálame pronto esos gritos ―susurró, poniendo su otra mano sobre su cabeza, acariciando otro poco su cabello, como una premiación a su mascota.
Otra vez descansó el pico de su índice y arrastró, mucho más lento y tortuoso esta vez. Jin apretó las pestañas, así como los dientes y liberó un opaco jadeo. Sin darle tiempo a tomar un respiro, otro zarpazo fue hecho con lentitud, marchando y cortando su dermis. El chico hizo chasquear los anillos, que todavía llevaba puestos, contra la madera al asomar los dedos al borde, apretando el material con fuerza.
***
Mientras tanto...
―¡Aún hay más!
Era la segunda puerta que Jung-kook destruía de una patada lateral, encontrándose con otra habitación vacía.
―Aigo... ―bufó Ho-seok, situado detrás de él.
―¡Aún hay más! ―exclamó con más ímpetu, intentándolo con la puerta siguiente.
―Hola Kookie, ¿cómo te portas? ―Lo saludó Jimin desde adentro de la habitación, con las manos en los bolsillos.
―Aigo... ―Lo acompañó Ho-seok una vez más.
―¿Cómo mierda te metiste ahí? ―Preguntó Jung-kook, arqueando una ceja.
La primera vocal fue pronunciada a continuación, pero esta vez su hyung a su lado le dijo basta y lo frenó en seco, alejándolo de la puerta.
―Taehyungiee, estamos vagando sin sentido. Dijiste que conocías el lugar ―increpó Jimin, saliendo al pasillo y cruzándose de brazos.
Para su infortunio, Taehyung sí conocía muy bien el sitio. Sabía dónde estaba la sala de estar y el cuarto gris. Cómo llegar a las torres en las diferentes alas, y hasta sabía cuánto tiempo tomaría subir o bajar por las escaleras. Empero, algo no andaba bien. Todo ese piso tenía una energía... diferente, y las puertas lucían desemejantes a cómo las recordaba. Asimismo, era extraño que estuviera todo tan tranquilo y no hayan sido interceptados por nada ni nadie. En tanto inspeccionaba el entorno, Jung-kook abrió la puerta al fondo del espacioso pasillo, giró la perilla y abrió la puerta, alentándose solo a llevar casi todo su brazo al interior, donde perdió la visibilidad del mismo en la oscuridad que era ese cuarto. Giró la cabeza queriendo informar al resto, sin embargo, se sorprendió de manera jovial al ver su brazo salir por la primera habitación del pasillo, carente de puerta, en la pared paralela.
Al otro lado del portal, la respiración de Nam-joon comenzaba a tornarse más forzada poco a poco. Las coyunturas en su rostro se contrajeron y una pequeña capa de sudor comenzaba a apoderarse de su piel. Lithium y Chlorine le acercaron un cómodo sillón para que reposara, ya que empezaba a perder el equilibrio.
Al unísono, Seok-jin no la estaba pasando mejor ni de lejos: el dolor, el ardor de las heridas ya provocadas y las nuevas ocupando su lugar contra toda la extensión de su espalda. El esfuerzo por no desgarrarse la garganta en berridos era descomunal. Y ya ni siquiera controlaba su propio aire, éste se le escapaba en pequeños gruñidos y jadeos. Su rostro se hallaba enrojecido de tanto tensionar cada músculo de su anatomía, y de la piel escurría el sudor, dejando pequeñas gotas sobre la madera.
―Wow... ¡Oigan!, ¡vean! ―Jung-kook llamó la atención del pequeño grupo.
Los tres mayores se giraron hacia él y llevaron la vista a su mano saliendo del cuarto. ¿Y cómo desaprovechar la oportunidad teniendo a Jimin delante? Le dio una fuerte nalgada sin contemplación, haciéndolo sobresaltar.
―Una anomalía ―murmuró Taehyung, abriendo grande sus ojos ―. Ese maldito...
El muchacho se dio la vuelta y corrió por el pasillo, siendo seguido por sus compañeros.
―¡Es un piso falso! ―Frenó de golpe en el balcón interior situado en el centro y levantó la cabeza señalando―. ¡Arriba! ¡Ese es el verdadero!
Taehyung posó los pies sobre el barandal y se aferró a las paredes, haciendo hoyos con los puños y escalando. Los demás lo sucedieron e imitaron su proceder sin vacilar.
En ese entonces, Jin estaba en un punto límite de estrés, cansancio y miedo.
Su estado consciente comenzaba a traicionarlo muy paulatinamente. Las yemas de sus dedos estaban blancas de tanto aferrarse contra el material, y se había cortado su propio labio, haciéndolo sangrar de tanto apretujarlo contra sus dientes, para evitar gritar por inercia.
Cada que le placía, Astarot tiraba de su cabello y viraba su cabeza para ver el temor y la desesperación en su rostro, mas el joven apretaba los párpados e intentaba acompasar la respiración.
Lizz, todavía ahí colgada, se sentía el ser más inútil e inepto sobre la faz de la tierra, ya no podía tolerar más ver y escuchar esa interminable tortura. A pesar de haberlo vivido tantas veces, de haberlo sentido en carne propia incluso, siempre terminaba apartando la mirada.
―Ba-Basta... por favor... p-para... ―emitió su súplica, pausado y con dificultad.
―¿Hum? ¿Quieres que pare, Jin? ―Replicó, inclinándose un poco sobre él, pasando una de sus manos por su frente sudorosa, agarró unos cabellos y levantó un poco su cabeza, dejando tirante su cuello, ganándose un tosco gemido ―. Pero si apenas nos estamos volviendo cercanos ―murmuró, arrimado a su oído y dejando que sus ojos se encendieran de un vívido violáceo.
Soltó su agarre dejando que el cuerpo del chico golpee contra la tabla. Y justo cuando creyó que podría tomar un respiro, no fue un nuevo zarpazo lo que obtuvo, sino una de las puntas, enterrándose en su piel, provocándole inevitablemente un grito, aunque breve.
―Eso es... Buen chico. ―Volvió a girar su cabeza en busca de su rostro y entonces, el mismo dedo aguijoneó el lado opuesto de su dermis―. En mi vida pasada fui cirujano, muy bueno por cierto. Es por eso que conozco a la perfección cuál músculo se conecta con cuál; los tendones y también las terminaciones nerviosas. ¿Sabes lo que pasará si pico directamente contra uno de tus nervios? Estoy seguro de que sabes la respuesta.
Otro pinchazo más y con sus ojos cerrados las lágrimas estaban a flor de piel, pero no lloraría, no podía dejar que el agua salada empezara a correr o se quebraría sin más y sería el fin de su lucha. Mantuvo los párpados arrugados, con las pestañas levemente humedecidas. El miedo acrecentaba. Su ceño estaba fruncido hacia arriba y su labio bajo volvía a sangrar tras ser apresado con una fuerza terrible por sus dientes.
―Vamos, Seok-jin... Concédeme más gritos. ―Otra punzada más profunda fue dada, y otro pequeño chillido escapó del muchacho ―. No es suficiente... Deléitame...
El grupo de cuatro corría con desasosiego por el amplio pasillo. Las paredes acababan en sus últimos pasos dados, siendo seguidas por un surco de metal, dejando ver más de la extensión del castillo. El lugar podría ser un verdadero dolor de cabeza, pero no para el demonio rubio al frente.
―¡Taehyung, ¿hacia dónde nos estamos dirigiendo ahora?! ―Preguntó Ho-seok a la par suya.
―¡Ese piso fue colocado adrede! ¡Solo para despistar y desorientar! ¡Este es el piso verdadero! Y el maldito cuarto gris está al fondo, cruzando aquel balcón de allá. ―Apuntó con el dedo hacia el frente.
El miserable demonio abandonó su peliagudo y dañino tacto contra Seok, para permitirle tomar un respiro; observaba como su torso se movía hacia arriba y hacia abajo con rapidez. Pero el joven pronto volvió a tensionar los músculos, al sentir ya no las cuchillas, sino las manos apegándose a los lados. Sintió el frío intenso incluso por encima de la tela de su ropa; palpó sus costillas y empezó a descender, haciendo una pausa sobre la cintura, después su cadera, entonces llegó a su pantalón.
―Y-ya... po-por favor... y-ya... ―imploró, con su voz casi inaudible, y aplacó su frente contra la madera, esparciendo el sudor.
Astarot remojó sus belfos, a la vez que sus ojos volvían a adquirir resplandor. Alzó su mano, desplegando de nuevo sus garras afiladísimas. Había llegado su parte favorita. Y con ello, por fin la ayuda había arribado: un fuerte estruendo se oyó a su espalda. Las bisagras saltaron, y la pesada puerta cayó, tras haber recibido una potente patada.
―¡Ajá! ¡¿Quieres saber cómo se mata a un infeliz demonio en este lapso?! Todo y más en sesenta minutos ―bramó Jung-kook.
El maligno se irguió sobre la mesa y volteó hacia ellos sin sorpresa o fastidio, aunque sí con curiosidad, pues esperaba un advenimiento con estilo de su parte.
―Sí sabes que le voy a cobrar a Nam-joon esa puerta que rompiste, además de las otras, ¿no es así? ―Lo apuntó con una de las cuchillas de su mano.
―Mierda.
Expresó aquello como si hubiera recibido una reprimenda. Bajó los pies de la tabla, la levantó con las manos y la puso en su sitio, aunque bien sabía que en cualquier momento se volvería a caer.
Ho-seok divisó a un maltratado Seok-jin sobre aquella mesa, entre los pies del indeseable, esforzándose por mantener sus ojos abiertos y no desfallecer.
―Buscar, encontrar y salir ―murmuró, tornando sus ojos ámbar y posicionándose para arremeter.
Del mismo modo lo hizo Jimin a la par suya, asintió y avanzó junto a él. Detrás de ambos, las refulgencias en los fanales de Taehyung y Jung-kook los acompañaban, poniéndose en guardia.
Ya habían buscado, ya habían encontrado, y ahora tocaba lo más difícil: salir todos vivos de ahí.
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