Capítulo 1: Bienvenido

Si alguien le hubiera dicho a Kim Seok-jin que terminaría envuelto en un embrollo de tales proporciones, por el simple hecho de aventurarse y atreverse a cruzar esa puerta... Seguramente se hubiera reído incrédulo. Pero ahí estaba él, sin embargo, en una habitación, retenido en una silla, con dos hermosas féminas a los lados, descansando cada una su mano sobre sus hombros, acariciando muy gentilmente parte de su espalda, con sus esbeltos dedos huesudos de uñas alargadas y bien cuidadas.

―¿Qué lugar es este? ¿Quiénes son todos ustedes? ―Preguntó dubitativo, y con una controlada pero garrafal ansiedad.

El escritorio estaba ahora a unos pocos metros, y apoyándose en él, el gran jefe.

―Estás en El infierno en la tierra. Y tú y tu alma... se quedarán con nosotros, hasta que saldes tu deuda. ―Contestó, con una sonrisa airosa corrida a un lado.


Kim Seok-jin llevaba años en la industria del entretenimiento y sentía que era momento de probar algo distinto y explorar nuevos horizontes.

Habiendo terminado su curso de bartender, se dispuso a difundir su hoja de vida. Recibió más ofertas y llamados de los que imaginó.

Había sido un día largo por la carretera, visitando diversos sitios, presentándose a las entrevistas y sin que nada terminara de convencerlo, hasta que, visitando los últimos lugares en la lista, se encontró con una encrucijada: dos caminos, dos sitios diferentes a los que ir.

―¿Derecha o izquierda? ―Pronunció, paseando sus pupilas oscuras de un lado a otro cuan péndulo de reloj, arrugando los labios y dando golpeteos con sus dedos sobre el volante del auto.

Se decidió por la derecha. Después de todo, siempre podría volver atrás y retomar el otro camino. ¿Verdad?

Si bien avanzó muy tranquilo, poco demoró en contraer el entrecejo, al percatarse que el camino solo iba en línea recta. Asimismo, la presencia de edificios se redujo hasta volverse nula, perdiéndose paulatinamente en una repentina neblina.

Súbitamente, la radio se encendió con un sonido semejante al de un chispazo y comenzó a presentar una fuerte estática, crispando sus nervios, haciendo que gritara, que pegara un salto en su asiento. Y apartando esos breves segundos la vista del camino, de no ser por unas brillantes luces blancas, no hubiera podido volantear a tiempo para esquivar una camioneta que prácticamente rozó la punta del espejo de su puerta, volando su cabello como un torbellino en el proceso y empapando sus oídos con carcajadas, gritos y un heavy metal a todo volumen.

Las ruedas traseras de su auto se salieron de la ruta, pellizcando el fango, aunque logró redireccionarlo. Dejó escapar un bullicioso suspiro, en tanto sujetaba con firmeza el volante usando ambas manos y rotando los hombros.

―Pero ¿qué demonios...? ―Balbuceó estupefacto, enviando sus ojos al espejo retrovisor, no encontrando ni rastro del colosal vehículo que por poco lo saca de la calzada.

En ese perecedero segundo, y con la niebla mucho más espesa, no tuvo oportunidad de ver que se dirigía hacia otro vehículo, sin chance de eludirlo, y embistiéndolo de lleno.

Seok-jin no perdió el conocimiento en ningún momento, pero le costó algo de trabajo incorporarse luego de ese brusco golpe frontal. Jadeó un poco, pasándose una mano por la cara, tan malhumorado como preocupado. ¿Y si había personas? ¿Y si alguien estaba herido? No lograba ver nada por el humo disperso. Sin demorar, abrió la puerta y puso un pie sobre el asfalto, cerrándola luego con un empujón lleno de arrebato.

La niebla continuaba persistente a la altura de sus tobillos y había una muy leve llovizna cayendo sobre él. Lo primero que vio fue la trompa de su automóvil encasquetada en el frente de un precioso Chevrolet Impala negro, impecable y muy lujoso (aunque ya no más), con revestimientos en plata y oro puro.

Seok se llevó las manos a la cabeza, poniéndose pálido y con un fuego subiendo por su cuerpo, dejándolo casi al borde de un síncope. Dio media vuelta trasladando una mano a la boca ahora, todavía sin poder creerlo. Lo último que hubiera esperado para este día era hacer añicos el vehículo de un aparente y potencial mafioso en un barrio desconocido. Tenía que moverse, tenía que pedir ayuda. Sacó su teléfono celular del bolsillo interno de su chaqueta de cuero marrón y trató de llamar a una grúa, pero el aparato carecía totalmente de señal, dejándolo con frustración y murmurando maldiciones.

La llovizna estaba comenzando a molestarlo demasiado. Paseó la mirada a su alrededor, dándose cuenta entonces de que no había una sola alma en las calles, tan solo él, despertándole una ligera sensación de alerta.

Los edificios eran bastante altos y muchos de ellos repletos de luces de neón, que les quitaban el trabajo de alumbrar la zona a las pobres farolas en las sendas. Sus ojos se detuvieron en última instancia en un edificio imponente, también con un letrero de neón.

―¿El infierno en la tierra? ―Leyó ambiguo, inclinando un poco la cabeza y arqueando una ceja con difidencia.

Posiblemente el dueño del vehículo se encontraría ahí. Quizá habría alguien que pudiera ayudarlo, un teléfono que pudiese usar. Inspiró, todavía dudoso, pero sin tener alguna otra opción cruzó la calle y se detuvo frente a una gran puerta de madera con detalles dorados en las puntas y la manija, lista para ser empujada y hacerla ceder. La contempló en toda su extensión, prestándole atención a los carteles iluminados colocados en lo alto: 

Noche de demonios; Cierre la puerta para preservar el encanto en el interior.

Seok tragó saliva, teniendo un mal presentimiento, pero su cabeza y hombros ya se hallaban bastante humedecidos por el suave abrazo de la lluvia, eso sin mencionar el miedo que lo corroía por el daño ajeno que provocó.

Empujó la puerta y dio su primer paso dentro. Allí, la sensual música de fondo se detuvo en seco, así como lo hizo el muchacho que estaba tocando el piano al fondo del salón, sobre el escenario, dejando escuchar unas graves y aterradoras notas. Los ojos de absolutamente todos los presentes: los diversos clientes en las mesas; los dos muchachos detrás de la barra de tragos, y un tercero encorvado sobre ésta. El pianista con su gato de compañía sobre el instrumento, e incluso la mujer en paños menores ofreciendo su espectáculo en el centro del escenario. Voltearon hacia él en un cachetazo feroz. Jin pudo apreciar vagamente sus figuras gracias a la poca luz que ingresó del exterior, perdiéndolos mientras la puerta se cerraba detrás de él. Los ojos de todos ellos, amarillos y resplandecientes en esa penumbra, como miles de felinos furibundos a punto de atacar. Como simple acto reflejo, Jin retrocedió un paso, y ese fue el detonante para que los extraños se abalanzaran hacia él.

Un grito ensordecedor se escuchó. Y ahí mismo, en el exterior, surgiendo de la oscuridad del callejón junto a la edificación, tirando unos contenedores de basura en el proceso, un muchacho caminó por la acera, deteniéndose debajo de una farola, cuya luz comenzó a parpadear en el momento en que detuvo su paso. Contempló los vehículos destrozados, arqueando un poco la cabeza.

―Mmm... al jefe no le va a gustar esto cuando se lo diga. Aunque... ―Dijo, jugueteando con una paleta dulce en su boca ―...sospecho que ya lo sabe, ―añadió, alzando la cabeza, removiendo el dulce de su boca y levantando las comisuras de sus labios ―. Apesta a humano aquí.

«¡Humano!»; «¡Carne fresca!»; «¡Nadie nos dijo que contaríamos con la presencia de un humano esta noche!»; «¡Es muy lindo!»; «¡Qué alto es!».

Sus voces se distorsionaban con cada alarido. Sus manos se paseaban por toda su cara, despeinando su cabello oscuro; invadían su cuello y tiraban de su ropa, como una auténtica jauría, abrazando sus piernas y apretando sus tobillos también.

El pobre Seok no tuvo oportunidad, habiendo quedado arrinconado contra la pared, y haciendo un esfuerzo monumental para apartar todas esas manos tanto como le era posible.

―¡HEY!

Una voz gruesa, rasposa y apagada resonó a sus espaldas, llamando la atención de los abusivos y obligándolos a detenerse.

Quien arribó le entregó su preciada paleta dulce al joven acurrucado sobre la barra y avanzó.

―Su desesperación es asquerosa. Es nuestro invitado ahora. Déjenlo tranquilo ―expuso, haciendo un ínfimo gesto con sus dedos.

Al segundo siguiente, todos los concurrentes, incluida la mujer que con anterioridad estaba en el escenario, se alejaron del muchacho y volvieron con total tranquilidad a sus respectivos lugares. La música volvió, así como el pianista a su oficio, y todos llevaron sus ojos al candente show de la bella chica en el escenario, como si nada hubiese ocurrido. Jin por otra parte, arrastró su espalda contra la pared hasta caer sentado sobre el suelo, con la mirada perdida, tratando de recobrar el aliento.

Los dos hombres detrás de la barra, y el chico todavía encorvado sobre ésta, estaban lejos de quitar sus pupilas del forastero.

Aquel que puso orden previamente se acercó a paso pausado. Llevaba el cabello de un rubio bastante llamativo, dejándolo caer llovido sobre su rostro, casi a la altura de sus ojos. Vestía ropa de cuero negra: Una chaqueta abierta, pantalones del mismo material, y una gargantilla con picos, acompañando a los que se lucía en los hombros del abrigo. Seok lo vio aproximarse y, todavía paralizado donde estaba, atinó a apegarse al muro.

―¿Qui-Quién eres tú?

―Taehyung es mi nombre, aunque suelen llamarme V. Soy "el chico de la basura". ―Expuso, inclinándose a unos pocos metros de él y mirándolo fijamente a los ojos, haciendo un acercamiento intimidante ―. Tú... ¿eres basura?

Jin abrió maquinalmente la boca meneando muy brevemente su cabeza, cuando un aterrador gruñido, proveniente del piso más alto del edificio, se escuchó de manera súbita, asustando al joven, más de lo que ya estaba.

―¡¡¿DÓNDE ESTÁ EL BASTARDO QUE SE ATREVIÓ A TOCAR MÍ AUTO?!!

Todos los clientes se pusieron de pie entonces, abandonaron con calma y orden sus mesas, se dirigieron a la salida y cruzaron la puerta. La chica del escenario volvió a vestirse y bajó, no sin antes regalarle un beso al pianista y una caricia a su gato.

Los muchachos abandonaron la barra, aproximándose a Seok-jin, tomándolo por los brazos y lo alzaron sobre sus pies con mucha facilidad, como quien levanta una almohada del piso.

―¿Dó-Dónde me llevan? ¡Suéltenme! ―Dijo con sobresalto, empleando fuerza en sentido contrario.

―¿No escuchaste? El jefe quiere verte. ―Respondió uno de ellos, con una escalofriante voz suave, girando su rostro hacia él por encima de su hombro.

―Hobi, son muchos pisos para arrastrarlo por las escaleras. ―Comentó su compañero, soltando el brazo de Jin ―. Jung-kook-ah.

Señaló con los ojos al chico, todavía inmóvil sobre la tabla, disfrutando esa paleta dulce, así como del panorama, aunque mostró descontento al ser llamado. Apartó el dulce y silbó, haciendo una nota baja, regular y perfecta, abriendo una especie de vórtice oscuro a unos metros de ellos.

Uno de los mayores empujó la espalda, mientras que el otro tiró de sus brazos. Seok-jin gritó, se resistió, pidiendo clemencia, volteando hacia Taehyung y Jung-kook, pidiéndoles ayuda, pero ellos solo le sonrieron y sacudieron su mano, despidiéndolo en tanto ingresaban al vórtice, que actuó como transporte, haciéndolos aparecer de inmediato en el último piso.

Al final de lo que para el pobre Seok parecía un infinito corredor, había una puerta roja, resaltando entre las otras, no solo por su tamaño, sino por sus llamativos relieves sobre el material.

Sin mucho esfuerzo, sus aparentes "custodios" lograron enderezarlo, sin dejar de sostener sus brazos, sin embargo, a estas alturas, ya se había dado por vencido ante la idea de intentar siquiera escaparse. Tenía presente además de que había cometido un error y lo enfrentaría, tratando de razonar con el susodicho jefe, con paciencia y armonía, como era propio de él.

Tras anunciarse frente a la puerta, ésta se abrió despacio con un rechinido lento y escalofriante, y con ello, una fragancia abrumadora los abofeteó a los tres. Seok fue el único en sentirse extraño, ahogado en esos pocos segundos. Su pecho ardía y le costaba respirar, y en su último intento por inhalar se desplomó, cayendo inconsciente al suelo.

―Vaya. Parece que estar tan próximo al jefe fue demasiado para él. Pobrecillo. ―Expresó uno de sus guardias con armonía, inclinándose y acariciando su cabeza con gentileza.

―Jimin. No pierdan el tiempo y tráiganlo aquí. ―Comandó su superior, con un tono mortalmente autoritario.

Acataron la ordenanza sin chistar. Arrastraron al extraño recién llegado al interior de la habitación y lo sentaron en una silla, frente al escritorio de su jefe quien impaciente, chasqueó y rodó sus dedos, ordenando que lo despertasen rápido con su método favorito, motivo por el cual arrojaron agua sobre él, no solo consiguiendo despertarlo sino alterarlo de sobremanera. Resoplando lluvia y sumamente agitado, miró en todas direcciones. Una toalla blanca apareció de repente rozando su rostro; una chica de hegemónicas facciones se la estaba entregando.

―Para que te seques, niño bonito.

Su inflexión fue tan inesperadamente delicada y seductora, que Jin no pudo evitar sentir un calor en ascendente recorriendo su cuerpo.

―Gra-Gracias. ―Articuló nervioso, aceptándola e inclinando un poco la cabeza como un gesto de cortesía.

Después de correr un poco la toalla de su rostro, analizó el espacio y las personas en él. Las paredes eran blancas y el suelo de madera negra barnizada. Frente a su persona, a unos metros de distancia, había un amplio escritorio oscuro, reconociendo de inmediato los rostros de Jimin, acomodando su cabello castaño claro y posando delicadamente su mano debajo de su mentón, y "Hobi", con su prolija cabellera negra y dos mechones al frente, formando un corazón, aunque lejos estaba ser un guiño adorable, ante la seriedad fulminante en su rostro, así como la templanza en esos profundos ojos oscuros. Y en medio de ellos, estaba él: el mil mencionado jefe, luciendo su corto cabello grisáceo hacia atrás, con solo unas pocas hebras poblando su frente. Incluso bajo esas gafas oscuras que llevaba, Seok-jin podía sentir sus ojos penetrando en él como dos agujas filosas. Vestía un traje negro, cuyos reflejos se apreciaban sutilmente plateados. No había presencia de corbata y aireaba parte de su pecho con los primeros botones desprendidos. Sus secuaces a los lados y, en contraste con él, vestían prendas de seda bastante sueltas y claras.

―Tu nombre, edad y ocupación. ―Exigió el mandamás, con los codos sobre el escritorio e inclinándose hacia delante en su silla.

―Esto... Yo... podemos arreglarlo, yo puedo-

Jin intentó expresarse, a la vez que trató de levantarse del asiento, pero las dos chicas de pie junto a él posaron su mano sobre sus hombros, impidiéndoselo y obligándolo a permanecer sentado.

―¿Quieres morir?

―N-No, señor.

―Limítate a permanecer donde estás y contestar solo lo que yo te pregunte.

El joven bajó la mirada y suspiró, esforzándose en preservar la calma.

―M-Mi nombre es Kim Seok-jin. Tengo veintisiete años y vasta experiencia en la industria del entretenimiento: canto, bailo y también toco el piano. Hace poco concluí mis estudios como bartender, por lo que también soy barman.

―Interesante currículum. ―Comentó Jimin por lo bajo.

―Nos puede ser de utilidad. ―Apeló Hobi.

―Escuchen, yo... conseguiré el dinero, ¿está bien? Trabajaré duro, lo conseguiré y así repararé su auto, el mío y todo esto será solo un mal recuerd-

Y justo antes de poder concluir el jefe alzó su pie y pateó con una fuerza bestial el escritorio, barriéndolo sobre el suelo, deteniéndose a unos pocos metros de Jin, dejándolo gélido.

Se levantó de su elegante sitial y caminó hacia el mueble. Se subió y bajó de un salto, apoyando luego su espalda baja sobre el borde y mirándolo fijamente.

―Otra vez hablando sin mi permiso, Kim. ―Expresó imperioso, quitándose con desaire los anteojos e inclinándose hacia él ―. Eso me irrita.

―L-Lo-Lo siento, señor.

―Incluso antes de poder verte a la cara, pude percibir en tu esencia que careces de malas intenciones. Tienes un aura bastante... ―Hizo una pausa, mirándolo de cabeza a pies y subiendo en último lugar hasta sus ojos ―...Pura.

Seok tragó saliva, encontrando el coraje suficiente para articular palabra de nuevo.

― ¿Po-Podría... hacer una pregunta?

―Buen chico. Adelante. ―Dijo, colocándose de nuevo sus anteojos.

―¿Qué lugar es este? ¿Quiénes son todos ustedes? ―Preguntó dubitativo, y con una controlada pero garrafal ansiedad.

El jefe mostró una sonrisa gallarda de lado, dejando apreciar un marcado hoyuelo en su mejilla.

―Esto es El infierno en la tierra. Y tú y tu alma... se quedarán con nosotros a partir de ahora, hasta que saldes tu deuda.

―¿M-Mi... alma?

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