Instintos

Disclaimer: LatinHetalia y sus personajes pertenecen a LiveJournal. La imagen no sé de donde la saqué ;n;

Advertencias: Omegaverse, cosas un poco tristes -no soy buena escribiendo angst xD-.

Notas de autora: Dedicado a una de las autoras que me hizo volver al ArgChi y que siempre me rompe el corazón con todo lo que escribe. Espero que te guste, porque va con amor ;0


...

Su aroma nunca había sido demasiado llamativo. En realidad, este era desconocido para todos sus amigos debido a lo leve que era. De vez en cuando surgían bromas en las borracheras, donde comenzaban a hacer suposiciones de cómo sería el olor de Manuel.

El chico de cabellos castaños solo sonreía, como queriéndose unir a la diversión. Pero en el fondo sabía que era cínico de su parte. No le gustaba que se burlaran de sus inseguridades, pero le gustaba mucho menos que la gente supiera que las sentía.

Su aroma era demasiado sutil, poco y nada le faltaba para ser como un beta.

Nada más que simples insinuaciones de que Manuel olía un poco, un poquito más dulce que un beta común. Pero aún así, un beta usando perfume barato llamaba más la atención que él. Quien a pesar de todo, nunca buscó fingirse poseedor de otro aroma.

Era él y así saldría al mundo.

Debido a esto Manuel no era ni la primera, ni la segunda, ni siquiera la tercera opción de un alfa. Si es que alguno llegaba a considerarlo una opción. A veces en la noche cuando pensaba en si había llamado la atención de algún alfa en alguna situación social, se recriminaba por ser tan ingenuo.

Si bien, todos admitían que su actitud fuerte y poco sumisa tenía unos aires provocativos - atrayentes dentro de esa necesidad de ser quien "dominara a ese omega de ojos salvajes" -pesaban más los instintos. Y Manuel lo tenía tan claro como que sus ojos eran marrones, su figura era menuda y su aroma era una ilusión.

En otras palabras, bastaba un omega cualquiera de aroma más fuerte que el de Manuel -cosa fácil-para que el omega de cabellos castaños perdiera cualquier tipo de oportunidad y se tornara invisible ante los ojos de la clase dominante. Invisible desde el punto de vista en que nadie le buscaría a él para tener una familia.

Así las posibilidades de embarazarse, tener una niña o un niño, vivir en un matrimonio con un o una alfa que lo quisiera, se venían abajo. Se sentía tonto por deprimirse por ese tipo de cosas ¿pero qué podía hacer?

Instintos. Nada más que instintos. Y los de Manuel le pedían a gritos que buscará una pareja, incluso si su cuerpo no lo acompañaba ne la decisión.

Él era el mayor de cuatro hermanos, su madre era una omega que había enviudado cuando Manuel recién entraba en su pubertad. La familia dependía demasiado de que el omega consiguiera enlazarse con un buen alfa.

Sus abuelos maternos y paternos, siempre habían estado al tanto del chico. El único chico omega de su familia, ya que sus hermanitos eran betas y aún eran muy niños.

Pero las cosas fueron demasiado turbias para el muchacho, como si la mala suerte lo hubiera visto en su camino y dijera "vamos a divertirnos con este chico". Y Manuel lo sabía, así como le gustaba creer que tal vez él había heredado toda la mala suerte de su familia.

Tal vez un pecado muy difícil de limpiar había ensuciado su vida anterior y era en esta donde trataba de purgarlo, a costas de chiquillo quién no dejaba de preguntarse si había hecho algo malo.

No, no había hecho nada malo. Pero a la gente buena le pasan cosas malas y Manuel está seguro de que no importa que tan bueno sea, nada bueno le tocara.

La muerte violenta de su padre durante un asalto en su casa, en los primeros días del primer celo de Manuel, había causado estragos catastróficos en su vida.

La mente tiene un poder increíble sobre el cuerpo y Manuel era la viva prueba de ello. Cómo esas personas que tienen embarazos psicológicos o quienes sufren de infartos debido a una enorme tristeza, nombrada como "Síndrome del Corazón Roto".

Su padre murió evitando que el ladrón irrumpiera en el cuarto de su hijo en celo, ahorrándole una previsible violación. Porque su padre le entregó hasta su último suspiro y aunque Manuel muchas veces deseara acabar con su vida, sentía que no tenía el derecho a hacerlo.

No podría destruir la vida que su padre defendió a muerte y por la cual mató de mismo modo.

No había padre y no había ladrón. Solo Manuel en su celo, sin tener idea de cuál sería su turbulento destino.

Defender a la descendencia. Buscar crear descendencia. Tanto su padre como el ladrón se guiaron por lo mismo que orientaba al ser humano desde el momento de su nacimiento; instintos.

Empezó entonces, una extrema tristeza y culpabilidad que le duró por años. Arañándole el corazón y oscureciendo sus pensamientos. Con preguntas que no tenían respuesta y cuya búsqueda solo traía más dolor. Esta depresión solo fue superada por el constante apoyo de sus amigos y familia, sumando a la intervención de especialistas. Fueron unos años duros de los cuales Manuel nunca quiso hablar.

Sin embargo, su cuerpo nunca se recuperó del todo de esa experiencia. El celo del joven se detuvo al instante y nunca más volvió a presentarse.

Mientras los especialistas decían que era el primer caso que veían ese estilo, había indicado a su vez que no sería algo duradero. Que seguramente pasaría y Manuel estaría en condiciones de ser un omega hecho y derecho nuevamente.

¿Cuánto tiempo había pasado? Los años pasaban y el recuerdo de las palabras de los doctores le dolía más y más.

Le dolían sus esperanzas rotas y le dolía la fe perdida.

Le dolía sentirse como una cajita musical rota, donde la cuerda gira pero no sale música.

El naciente aroma de Manuel quedó sofocado, teniendo únicamente sus abuelos el recuerdo de este.

Recordaban que era bastante dulce, pero no empalagoso. Manuel se frustraba terriblemente cada vez que caía en cuenta de que él mismo estaba olvidando el olor de su celo.

¿Cómo se sentía ese calor? ¿Cómo era esa necesidad de procrear? ¿Cómo era esa sensación de piel de gallina ante la idea de un alfa acercandosele mientras tu cuerpo se lubrica para recibirle?

Manuel poco a poco lo olvidaba y la idea de nunca más volverlo a sentir, le aterraba.

Con un aroma que creía recordar. A veces paseando por el jardín de sus abuelos, sentía un aroma de nostalgia que no podía reconocer. Pero que en el fondo, algo le decía que su aroma se parecía a ese olor desconocido.

Sus instintos salían a flote y él nuevamente no sabía como enfrentarlos.

Ya con veintidós años, una familia a la cual ayudar y un celo inexistente, Manuel se había resignado a intentar seguir su vida como si fuera un beta. O tal vez casarse con uno, cosa que resultaba más fácil.

En ese mundo guiado por lo instintos, su única arma era su ingenio.

Era un chico bastante inteligente, que fantaseaba continuamente con llegar a ser un escritor. No importaba si el camino para lograrlo era terriblemente duro para alguien de su clase. Su más grande escape durante su juventud, fue plasmar sus sentimientos y pensamientos en papel.

Por otro lado, tampoco era como si él quisiera una pareja. O al menos eso era de lo que él mismo se había estado convenciendo todos esos años. Gustando de sentirse el dueño de la situación, aunque solo fuera una mentira que le ahorraba mucho daño.

Al parecer y con los años, su naturaleza omega también había sido bloqueada hasta cierto punto. El tono de voz dominante de un alfa, no parecía tener demasiado efecto en él.

¿Qué pasaría cuando fuera un adulto? Seguramente sería un beta como cualquier otro.

Sus amistades consistían básicamente en estos últimos y otros omegas, como Julio y Miguel, respectivamente.

Ellos y Martín, un alfa encantador de buen estatus económico que había conocido por azares del destino en su paseo de fin de año a Mendoza. Manuel lo conoció cuando andaba haciendo turismo con sus amigos, quedando prendando instantáneamente de esos hermosos ojos verdes.

Solo con Martín se sentía realmente un omega y a la vez no. Puede que suene raro de explicar, pero Manuel tenía claro que ese sentimiento no era imposible.

Algo dormido en él parecía despertar con las actitudes especiales que Martín tenía para él y solo para él.Cuando rodeaba sus hombros con un brazo o como cuando lo presentaba ante otros alfas y les dejaba en claro que no intentaran aprovecharse de "su flaco".

Manuel volvía a sentirse bien. Como si la cajita rota que él era, pudiera ser escuchada por primera vez por alguien.

Escuchada por Martín, aunque este diera señales que a veces confundían la cabeza del omega y le hacían pensar en los "peros" y en los "tal vez".

Porque Martín era el concepto perfecto de lo que era un alfa. O al menos de como Manuel soñaba a su alfa cuando su madre le contaba de niño que algún día él debía formar una familia.

Incluso si Martín parecía no ser consciente de lo que causaba en Manuel, había ciertas cosas que el chileno no podía considerar como un accidente.

En primer lugar, le halagaba que el argentino creyera que alguien intentaría algo con él. Porque se ponía innecesariamente protector cuando había un alfa cerca.

En segundo lugar, si bien Martín actuaba con Manuel como si tuviera segundas intenciones, el cariño derramado en amistad no podía pasar desapercibido. Se la pasaban bien entre bromas y chelas. Hablando de lo primero que pensaran y compartiendo lo que tuvieran en la cabeza.

Finalmente, luego de uno que otro beso robado en la mejilla o la frente, Manuel estaba seguro y con la confianza de que podía pedirle una relación a Martín para poder sustentar a su familia.

Aunque era más que claro, que la sustentabilidad de una familia no era lo único -ni mucho menos lo más importante- que movía a Manuel para buscar al rubio.

En realidad, era una excusa barata que él usaría con Martín para acercarse al tema de profundizar aún más su relación.

Y es que quería mucho a Martín. Sentía que era demasiado joven para saber lo que era enamorarse, pero si le preguntaran que era lo que sentía por el rubio, respondería sin chistar que este había cautivado su difícil corazón.

Y Manuel juraba, desde el momento en que Martín le había dicho que le encantaban los omegas castaños, que el sentimiento era reciproco.

Aunque en la ocasión que se lo dijo, estaban en un lugar con una extraña concentración de omegas con ese color de cabello.

¿Martín habái dejado entrever su deseo natural o simplemente quería halagar a Manuel sin intenciones de atosigarlo?

No, Martín no era como otros alfas. Él era especial y se lo demostraba todo el tiempo.

Lo quería, realmente miraba a Martín como quien lo marcaría. Con ese aroma terriblemente fuerte y dominante que tenía el rubio -tan diferente al del omega- que le hacía temblar cuando el argentino lo abrazaba o se le acercaba demasiado. Manuel correspondía con esa torpeza suya, sintiéndose inmensamente feliz al notarse ligeramente impregnado en ese olor.

Al sentir que por fin le podía pertenecer a alguien y hacerlo feliz.

Veía a Martín como la persona a la que se entregaría en cuerpo y alma. A quien le regalaría su corazón y todo su ser sin dudar ni un solo segundo.

Y tenía al chico, como la persona con quien pasaría sus últimos días de vida diciéndose palabras bonitas y esos apodos especiales que se habían dedicado. Muchas veces soñando despierto con el cómo serían sus besos.

Los labios de Martín siempre se veían tan suaves y debían saber increíble. Tan cálidos como la personalidad del argentino.

Su corazón latía con fuerza y notaba sus mejillas arder y estallar en un color rojo intenso cuando imaginaba a Martín dejándole su respectiva marca en el cuello.

Entonces y solo entonces, se permitía fingir que sus instintos seguían intactos. Que su celo seguía y él era un omega normal. Acariciaba donde creía que Martín haría su marca mientras se repetía que tal vez si se trataba de Martín, su celo por fin regresaría.

Ya que su cuerpo reconocería con más fuerza la felicidad y necesidad de la pareja deseada. Que el dolor y culpabilidad del pariente perdido.

Todos sus amigos estaban conscientes de su atracción. Todos menos Martín. Quien parecía muy ajeno en su nube de divertirse en su juventud, como para notar que Manuel ya tenía su vida planeada a su lado.

Y no había nada que reprocharle a Manuel. Por que todas las atenciones que Martín le daba, eran las que quería tener con un omega.

Porque a Martín nunca le importaron los omegas, hasta que vio a Manuel. Y supo que si algún día quería intentar algo, sería con ese chico.

Así que en grupo acordaron ir a una discoteca con la excusa de pasarla bien. Así, luego dejarían al omega y al alfa a solas dentro, mientras ellos esperaban afuera y de esta forma Manuel podría confesarse con relativa tranquilidad.

Todos desaparecieron de la vista del chileno en cierto minuto. Todos, incluyendo a Martín.

Así transcurrieron unos de los minutos más largos y llenos de tensión en la vida del omega. Buscando entre todas esas figuras danzantes en la pista, a su alfa.

Porque él ya lo había declarado suyo. Así como Martín había declarado a Manuel con palabras bonitas y acciones cargadas de cariño.

Cuando lo encontró, el tiempo se hizo aún más lento.

Dolorosamente lento.

Sin ningún tipo de pudor, contra una de las paredes de la discoteca, un alfa rubio no tenía problemas en besarse y manosearse de manera descarada con un pequeño omega castaño.

Cualquiera podía notar, que los instintos habían bloqueado la vergüenza de la joven pareja.

Pero nadie reparaba en eso, la juventud era así. Un mar de feromonas deseando procrear y tener descendencia.

Manuel se acercó, queriendo comprobar que el dolor en su pecho era un error. Que quien estaba ahí no era su Martín. Que su corazón estaba jugándole una trampa, ya que eso era imposible.

Porque Martín era un alfa único, no como esos que tratan de ligarse al primer omega lindo que se les pasa por enfrente. Porque Martín se había tomado todo el tiempo del mundo en ganarse el corazón de Manuel y lo había hecho por algo.

¿No?

Pero con cada paso que daba hacía la pareja, sentía su corazón agrietarse un poco más. Así que cuando llegó a estar a un metro y medio de distancia de esos dos, quienes estaban demasiado entusiasmados en ellos mismos para notar al omega que los observaba, ya tenía la certeza de que estaba pisando los trozos de su corazón roto.

Besos iban y besos venían. Manos acariciándose lascivamente descubriendo el cuerpo ajeno. Sonidos de excitación que la música no podía contener del todo. El aroma entremezclado de un alfa y de un omega, que deseaban embarrar al contrario con su esencia. Reconociéndose mutuamente como territorio ganado.

Y por último pudo distinguir una mirada de pertenencia pura que Manuel nunca había visto en los hermosos ojos verdosos de Martín.

Ojos que observaban a ese omega de feromonas exquisitas en vez de a él.

El aroma del otro chico era increíblemente potente y dulzón, llegando a marear un poco a Manuel. Cualquier alfa caería a sus pies si el omega así lo quería. Así lo había hecho el alfa argentino.

Entonces Manuel se dio cuenta, de que todas las palabras bonitas y gestos sinceros no sirvieron para nada en todos esos años que conoció a Martín.

Porque en un mundo rudo como ese, mandaban los instintos y no el corazón.

Manuel era el único que no podía desenvolverse en el mundo. Porque los instintos no se aplicaban del todo con él.

Y si la verdad era que Manuel había caído rendido ante Martín no por su olor, sino por todas las atenciones que tuvo por y para él, era innegable que no podía competir con la necesidad biológica del cuerpo del alfa.

Desde que lo conoció, Manuel tuvo claro que Martín era "el" alfa. Ese alguien especial. La persona con la que él deseaba pasar toda su vida.

Pero ahí, en una discoteca perdida en algún lugar de Santiago, el omega se dio cuenta de la verdad. La verdad que el mundo se encargó de echarle en cara durante todos esos años y a la cual Manuel simplemente ignoró. Ya que el chico, estaba cansado de dolor.

Aunque el cansancio ya no servía de nada. Nadie, ni nada parecía tener clemencia con él. Quien sentía como su destino le estaba desgarrando el corazón.

Y era que Manuel no era "ese" omega para Martín.

No era nada de lo que el otro chico era. No tenía un aroma cautivador. No tenía unos ojos de color llamativo. No despertaba los instintos de otros.

Ese omega lo tenía todo. Ese omega tenía a Martín y lo supo en cuanto vio los labios del rubio posándose sobre el cuello del contrario.

Manuel apartó la vista con horror, sabía que el alfa no marcaría al chico ahí, en una pista en medio de todo el mundo. Mas, la intensión era lo que contaba.

A pesar de todo, no podía enojarse con su persona amada. Nunca obtendría su atención y no lo culpaba por ello.

Martín estaba siguiendo las reglas. Encontrando un omega adecuado para él, a quien posiblemente marcaría esa noche y embarazaría en su celo, formando así una familia. Se casarían y Manuel sería el padrino, contando anécdotas de él y Martín en su brindis de bodas. Mientras decía a modo de broma que si hubiera podido, habría sido él quien atrapara a Martín.

Entonces todos reirían y brindarían. Chocarían sus copas y Manuel regresaría a su asiento, sintiéndose estúpido nuevamente porque otra vez, había permitido al mundo reírse de sus inseguridades.

Pero tenían todo el derecho de burlarse del chico que no seguía el orden natural de las cosas. A ese omega que no acataba las ordenes de la naturaleza. Creyéndose que le bastaba amor para poder tener un final feliz.

El final que tal vez...posiblemente le habría tocado.

Él solito se había creado todo ese dolor, ideándose escenarios ficticios sobre un sentimiento que ni siquiera existió. Era mil veces más fácil culparse de un corazón roto, que odiar a Martín, a quien había querido por tanto tiempo.

Y de quien finalmente se había enamorado.

Así, tan pronto como apareció en esa turbia escena, Manuel desapareció.

Con una mirada vacía y los ojos cristalizándosele gradualmente. Con las piernas temblándole y los puños cerrados con tal fuerza que llegaba a enterrarse las uñas.

Chocando con gente al abrirse paso, mientras sus lágrimas comenzaban a caer al piso. Y con cada una de estas, una pequeña porción se su alma impactaba el suelo.

Pensó que era mejor llorar todo de inmediato. Expulsar con cada gotita salada todos los recuerdos hermosos que tuvo de Martín. Para luego no tener nada que le hiciera peso en el corazón.

Así cuando a la mañana siguiente, Martín hablara del omega que conoció esa noche, él podría sonreír y desearle suerte. Con la mejor sonrisa que tenía. Esa que había ensayado para decirle "bienvenido a casa, Martín" cuando estuvieran casados.

Allí, casi hecho un ovillo en una de las escaleras del lugar Manuel no pudo evitar pensar que en toda la situación.

Y por primera vez en la noche, sonrió.

Burlándose de su ingenuidad y de su torpeza. De su carencia de sentido común y en sí, de todas sus carencias en general. De su cuerpo poco atractivo, por ejemplo. O de sus ojos demasiado comunes. De su manera de enojarse fácilmente. O de ser un simple omega fallado que no tenía un aroma deseable.

La música cambió, empezando una canción que él conocía bien. Se la había dedicado a Martín hace mucho tiempo. Y la sola idea de pensar que el alfa la estuviera escuchando con ese omega, le revolvió el estómago.

Esas nauseas causadas por puros nervios. Hechas de puro miedo. Quería vomitar su amor y salir corriendo hasta que los pies le sangraran y llegar a un país donde nadie lo conociera.

Martín le lanzaba señales confusas. ¿Cómo no creer que ese afecto era real?

"Corazón en fuga, herido de dudas de amor".*

-En realidad... yo nunca fue "ese" omega ¿cierto Martín? -preguntó Manuel al aire, con la voz temblorosa mientras se tragaba las lágrimas. Mientras trataba de hacer que todos esos sentimientos acumulados con años, bajaran por su garganta.

Negó con la cabeza y se limpió los ojos con la manga de la camisa. Había usado una camisa con detalles rojos, porque Martín le dijo que ese color le quedaba.

"Yo... no soy ese omega". Fue lo último que dijo respecto al tema.

Luego, todo se remitió a un pequeño omega roto, titubeando la letra de una canción que conocía muy bien.

Así como también creyó conocer muy bien a cierto alfa.

Y dejaba que todo en él, volviera a derrumbarse. Porque por más que lo quisiera, no podía cambiar nada para lograr ser "el indicado" .

Por que en ese mundo, el indicado lo designan los instintos y no el corazón.

Así que solo restaba limpiarse el polvo de los pantalones y volver a la pista como si nunca nada hubiera pasado. Eso era y siempre sería lo mejor.



*La canción que Manuel escucha es "Quién Fuera" de Los Bunkers.

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